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Los cuatro gigantes del alma revisitadosaminados




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2, 3

    1. La
      ira
    2. El
      miedo
    3. Finalmente el
      deber
    4. Bibliografía

    El matrimonio de
    Arnolfini (Jan Van Eyck 1436)

    Antes de dar comienzo a esta ponencia, debemos de dar crédito
    a la figura inmortal de Emilio Mira y López cuya obra y
    título: Los Cuatro Gigantes del Alma (Ateneo), esta
    lección inspirara.

    Por razones de necesidad y prontitud haremos omisión en
    este artículo de las bases instintivas de los afectos que
    aquí proponemos estudiar, haciendo hincapié
    exclusivamente en sus aspectos sociales y en las repercusiones
    emocionales que ellos comportan.

    Empezaremos hablando del amor como
    gigante del alma. Por ello
    introducimos el lienzo de Jan Van Eyck, donde se representa un
    matrimonio repleto de simbolismo.

    Se trata de un retrato de Arnolfini, un comerciante de Lucca
    establecido en Bruselas, y su esposa Giovanna Cenami. Ambos
    personajes están de pie, cogidos de la mano, él con
    la derecha levantada y la mujer con la
    izquierda sobre el vientre, situados en una habitación que
    se abre al exterior por una ventana que permite ver los árboles
    frutales del huerto o jardín próximo. A la derecha,
    una cama con un dosel y a su lado un sitial de alto respaldo
    rematado por una pequeña escultura de santa Margarita, de
    cuya base cuelga una escobilla; una alfombra se aprecia junto a
    sus pies. En la pared del fondo, un espejo convexo de forma
    circular y una ristra de cuentas,
    instrumento de contabilidad
    propio de banqueros, prestamistas y comerciantes. Arrimado al
    muro, un banco cubierto de
    almohadones y una tela roja. Detrás de la figura de
    Arnolfini, una mesita con frutas.

    Objetos de uso personal -dos
    pares de zapatillas y un perrito- completan el cuadro
    doméstico de la pareja. Da la impresión como si
    estuviéramos de visita en casa de los Arnolfini.

    El análisis de los elementos
    iconográficos de esta composición llevó a
    Panofsky a formular la teoría
    de que este cuadro es algo más que un retrato. El gesto de
    la mano derecha de Arnolfini parece sugerir que esté a
    punto de pronunciar un juramento de fidelidad, es decir, su
    compromiso matrimonial con Giovanna, mientras que ella,
    dándole la mano, le corresponde de la misma manera (no se
    necesitaba sacerdote en la ceremonia matrimonial). El vientre
    abultado de la esposa no se debe tanto a una situación de
    embarazo, que
    subrayaría el tema del matrimonio, cuanto a la peculiar
    moda de la
    indumentaria de la época; pero su mano izquierda sobre el
    vientre sí que corresponde a un símbolo matrimonial
    utilizado por los pintores renacentistas. La figurilla de santa
    Margarita que es la protectora del matrimonio en los
    Países Bajos, o la única vela de la lámpara
    -a plena luz del
    día no sirve para iluminar- simbolizando a Cristo que con
    su presencia santifica el matrimonio, o el perrito que representa
    la fidelidad y las frutas que nos recuerdan el estado de
    inocencia antes del pecado
    original, o el hecho de que ambos personajes estén
    descalzos, lo que puede indicar que la pareja está pisando
    un suelo santo y
    por esto se ha descalzado…, en conjunto nos hace pensar que no
    se trata sólo de un retrato, sino de un documento que
    atestigua el matrimonio de Arnolfini y Giovanna. Seguramente se
    llamó al pintor para que registrara este importante
    momento; esto explicaría por qué puso su nombre
    ("Johannes de Eyck fuit hic") y la fecha.

    Observemos ahora el espejo, recurso usual en la pintura
    flamenca. Vemos en él toda la escena reflejada y,
    posiblemente, la imagen del pintor
    y testimonio de las capitulaciones nupciales. Ampliando la imagen
    podemos apreciar la cuidada caligrafía gótica de
    los números y los detalles de su marco, con diez
    medallones que ilustran episodios de la pasión. El espejo
    convexo devuelve la imagen de la habitación desde un nuevo
    punto de vista: la pareja Arnolfini está de espaldas y,
    delante de ellos, en el umbral de la puerta, dos personajes con
    indumentaria azul y roja, uno de ellos, quizás, el propio
    van Eyck, que reforzaría con este artificio óptico
    su presencial en la composición, insistiendo en su
    calidad de
    testimonio del matrimonio.

    La escena tiene lugar en la intimidad de la alcoba; y la
    atmósfera
    íntima de esta estancia viene dada por la luz tamizada que
    entra por la ventana, una luz que, además de iluminar,
    unifica los distintos objetos y dota al cuadro, a pesar de su
    detallado realismo, de
    un tono de espiritualidad, de magia, de misticismo. Las paredes
    de la confortable habitación están bruscamente
    cortadas por el marco dando la impresión de que se
    extienden hacia delante, como invitando al espectador a
    acercarse, a incorporarse a la escena. Esta invitación
    está también sugerida por la reducida escala de la
    obra, por la riqueza de detalle, por la suavidad de los vestidos
    de piel y el
    brillo del metal pulido.

    Partes: 1, 2, 3

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