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Inmigración y literatura (página 15)



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Notas

1 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires,
Galerna, 2001.

2 Folleto del Museo Histórico Juan Szychowski,
Apóstoles, Misiones.

3 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana.
Buenos Aires, Alfaguara, 1997.

4 Wanza, José: "Carta de un
inmigrante" (a) El Obrero; Nº 36, del 26/9/1891. Tomado de:
José Panettieri, Los Trabajadores. Biblioteca
argentina fundamental. Serie complementaria: Sociedad y
Cultura/18.
Centro Editor América
Latina. 1982. Págs.101a 104. En
www.clarin.com.ar.

5 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix Barral, 1991.

6 Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante.
Santiago de Chile, edición
del autor, 1987.

7 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos… Buenos Aires,
Marymar, 1989.

8 Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana,
1991.

9 EFE: "Sánchez Romera da lecciones de Gastronomía en Japón",
en www.noticiasdenavarra.com, 11 de febrero de 2003, Núm.
2407.

10 S/F: "Encefalograma de la gastronomía", en La
Prensa, 14 de
mayo de 2000.

11 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
cit.

12 Rotstein, Enrique y Fabio: "Fanny Dubroff y David
Rotstein", en www.math.bu.edu/people/ horacio/
anc-cast.htm

13 Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: op. cit.

14 Weisz, José Martín: … mientras los
violines tocaban csárdás. Un viaje a
Hungría. Buenos Aires, Milá, 2002.

15 Onega, Gladys: op. cit.

16 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al
Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/
Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

17 Muzi, Carolina: op. cit.

18 Nario, Hugo: "Cortando piedra", en Todo es historia, N° 178, Marzo
de 1982.

19 Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.

20 En La Capital de Mar
del Plata.

21 Casaubon, Luján y Chiodo de Perren, Isabel:
Las recetas de nuestras abuelas. Buenos Aires, Grijalbo,
2005.

22 S/F: "Las recetas de nuestras abuelas, Luján
Casaubon, Isabel Chiodo de Perren", en Editorial Sudamericana:
Novedades editoriales. Buenos Aires, Diciembre de
2005.

23 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano;
Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez,
Julián: "Sabores de una historia", en
www.ciet.org.ar.

24 Alvarez, Marcelo y Pinotti Luisa: op. cit.

25 Palacios, Cynthia: "El curanto revive la
tradición araucana", en La Nación,
Buenos Aires, 23 de febrero de 2003.

26 Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op.
cit.

…..

En la pobreza o en
la abundancia, los inmigrantes mantuvieron la tradición
culinaria como una forma más de vincularse a la tierra
añorada, de preservar su cultura, y de transmitirla de
generación en generación, al tiempo que
veían en la cocina nativa un medio para diferenciarse en
una sociedad cosmopolita.

 

 X Costumbres

"La Capital Federal, en 1936, tenía el 88% de
extranjeros o hijos de extranjeros –afirma la
socióloga Susana Torrado. Es decir, entre fines del siglo
XIX y las primeras décadas del XX era un pedazo de
Europa en la
Argentina" (1). La actriz Rita Cortese recuerda la presencia
inmigrante en la sociedad: "Cuando yo era chica, los inmigrantes
europeos eran algo vivo y cercano. Tanos y gallegos, como
decíamos, estaban allí, al lado nuestro, en la
calle, en el barrio. Pesaba su manera de ser y de hablar, sus
costumbres, comidas, espectáculos. Formaban parte de
nuestra vida cotidiana" (2).

De sus países de origen trajeron los inmigrantes
sus costumbres, las que perduraron en la nueva tierra. La
crianza de los hijos, la celebración de los
acontecimientos familiares, diferenciaban a las colectividades y,
aún hoy, se siguen observando los mismos lineamientos que
hace décadas, aunque influenciados por el medio en que se
desarrollan.

Notas

1 Roffo, Analía: "La familia
argentina se diseñó contra toda presión",
en Clarín, 27 de febrero de 2000.

2 Gaffoglio, Loreley: "Me acordé de un viejo
amor", en La
Nación,
Buenos Aires, 21 de julio de 2002.

La ética

La ética era
un valor
fundamental para los inmigrantes. Lo afirma Eduardo Mignogna,
autor de La fuga: "Nuestros padres, nuestros abuelos, amaban el
apellido, la ética, la responsabilidad
civil de tener un trabajo y de
hacerse cargo de sus hijos y dejarles un apellido. Con su
muerte se
pierde un sentido de la ética y el país es testigo
de esto. Los nietos saben que no tienen el primer referente a
quien pedirle explicaciones y aparece la plata dulce, la
financiera, esos hombres con apellidos en los diarios sin que les
importen las manchas en una política macabra de
robos e impunidad"
(1).

Patricia Palmer, hija de un catalán y una
porteña, manifiesta: "En mi casa me inculcaron valores que
por un lado me salvan, pero que también me trajeron
problemas: fui
educada en una burbuja donde la honestidad y el
honor eran la regla general, y la vida me fue enseñando
duramente que eso tiene más que ver con la utopía
que con la realidad" (2).

Notas

1 Boccanera, Jorge: "A dos puntas", en Clarín, 26
de septiembre de 1999.

2 Madrazo, Cecilia: "10 cosas que sé", en La
Nación Revista, 13 de
octubre de 2002.

La solidaridad

La solidaridad era
otro de los bienes
espirituales de los inmigrantes. Ema Wolf y Guillermo Saccomanno
señalan que "La inmigración, por esos años,
hacinaba a un grupo humano
de orígenes diversos y remotos que convivía con
rencores e indiferencias pero unido por esa desgracia
común de sentirse pobres y relegados en una tierra
extraña" (1).

Nacido en Berisso, Esteban Peicovich, hijo de
dálmatas, recuerda la localidad como "una sociedad
compuesta por treinta y siete etnias diversas que, en medio de la
crisis,
hacía de la vida vecinal un acto religioso. No
piqueteaban. Se defendían con el trueque, la huerta y la
mano pronta al caído en desgracia mayor. Una red de asistencia que
permitía preservar la costumbre traída: mantener lo
genuino y sostener a los hijos en medio de la adversidad"
(2).

Esta condición de los inmigrantes es resaltada
por la actriz María Rosa Fugazot: "la hija de la
legendaria actriz de teatro, revista y
cine
María Esther Gamas y del músico Antonio Fugazot
recordó: ‘De chica, mamá vivió en un
conventillo; decía que era como la casa grande de una gran
familia.
Había un matrimonio
siciliano y otro napolitano cuyas mujeres vivían peleando.
El marido de una era motorman de tranvía y el de la otra,
portuario. ¡Ah, Santa Madonna!, que al marido di questa lo
strafuque il tranvia e que non quede niente di niente!, exclamaba
la napolitana revolviendo su negra melena. E, que il tuo marito
se caiga al aqua e se ahogue, contestaba la siciliana. Sin
embargo, cuando llegaba un momento difícil, cuando un hijo
se enfermaba o alguno se accidentaba, todos se unían para
proteger al que lo necesitaba" (3).

Afirma Samuel Aizicovich, acerca de las colonias
judías: "Si tuviéramos que explicitar cómo
se vivió en las colonias, entre vecinos, deberíamos
decir, sin temor a equivocarnos, que la convivencia fue
excelente, de una gran fraternidad, manteniendo una
relación verdaderamente amistosa, colaborando entre
colonos con el trabajo en
el campo, prestándose herramientas y
demás" (4).

"Quien carecía de parientes encontraba remedio a
su soledad en los vecinos armenios –relata Bedrossian. El
vecino era su pariente, su confidente, su ayuda. Podría
salir tranquilo de su casa, que cuidarían de la como la
propia. Detrás de la soledad, estaba la sombradel
infortunio y se consolaban diciendo que: ‘Es mejor vecino
cerca que pariente lejano’ " (5).

Carlos Barberio, hijo de un italiano y una
española, es un ejemplo de solidaridad: "Sufrió un
accidente gravísimo cuando tenía apenas cuatro
años y una mala praxis
médica transformó las heridas en lesiones de por
vida. A los 76 Carlos Barberio está cuadripléjico,
pero lejos de vivir el tema como una tragedia lo toma como una
prueba de Dios. Desde su silla de ruedas se preocupa por el
prójimo antes que por él mismo" (6).

La protección se evidencia en un texto
autobiográfico de Luis León, "Recuerdos del
papú Menajem", que dice: "El olor de la comida me
embriagaba, a pesar que tenía escasamente cuatro
años y pasarían varios para que supiera con certeza
que el pishkado con agristada era mi plato predilecto y su guesmo
mi debilidad. La abuela Masaltó terminaba de hacer la
comida del viernes, y entre su ir y venir me invitó a
acompañarla. Salimos de la mano por la enorme puerta de la
casa de la calle Malabia. En la otra mano mi abuela llevaba su
bolsa para las compras. En el
trayecto nos saludaron varias veces; Malabia era una de las
calles djudías del barrio de Villa Crespo, y en la esquina
con la avenida Corrientes, en el edificio del Banco,
vivían numerosas familias sefaradíes. La
mañana del final del verano era cálida, y mi abuela
me buscaba tema de conversación mientras
caminábamos por las veredas sombreadas. Al llegar a la
puerta del mercado de
Velazco, siguiendo una costumbre de niño, corrí
para encarar los escalones, pero ella frenó mi impulso
diciéndome: "ven ishiko, vamos a lo del papú
Menajem" . Cruzamos al frente y cerca de la esquina empujó
la puerta que daba a un angosto pasillo, y tocó el timbre
en el último departamento. Estuvimos esperando un rato
largo, ella suponía que el anciano estaba en el
baño y tardaría en atender, pero había
salido. Con cuidado mi abuela abrió su bolsa,
retiró del interior una ollita con tapa, y
agachándose la dejo frente a la despintada puerta, para
que el hombre la
distinguiera con facilidad al volver. Durante la caminata de
regreso a casa, la abuela Masaltó me contó que el
papú Menajem no tenía hijos y vivía muy
solo. Y en esos casos, decía, había que llevarle
comida caliente hecha en casa, para que no haya djidiós
que en día viernes le falte un plato como el que le
preparaba su abuela en su casa de Stambul" (7).

Ana María Shua habla de los "hermanos de barco"
(8). Juan José Campanella relata: "Aída (Bortnik)
nos contaba que un tipo que ella pensaba, hasta los 11
años, que era familia de sangre en
realidad era un español
que habìa llegado en el barco con su abuelo"
(9).

En el Hotel de
Inmigrantes también se agrupaban los recién
llegados. Comenta el profesor Jorge
Ochoa de Eguileor: "Aquí había inmigrantes de
diferentes países, con diferentes idiomas, que
hacían sus grupúsculos ya entre sí, se
juntaban e iban al mismo lugar del comedor, habían logrado
estar en el mismo dormitorio y salían en conjunto a la
calle, porque tenían libertad de
salir del hotel hasta las siete de la tarde. Las señoras
también se juntaban de acuerdo a la nacionalidad
en los jardines con los chicos, esperando a sus maridos, se
pasaban la mañana en el jardín, en los grandes
jardines" (10).

Con la oposición del gobierno se
encontraron los alemanes del Volga al intentar ubicarse en las
chacras según su propia clasificación: "Sin
considerar las propuestas gubernamentales, comenzaron a elegir
los lugares donde levantar cada aldea, de acuerdo con el origen o
zona de procedencia y la confesión religiosa, tal como ya
se habían previamente autoclasificado. (…)los jefes
políticos y el administrador de
la colonia les informaron que, si en ocho días no ocupaban
sus chacras, serían obligados a hacerlo por medio de la
fuerza
pública". Finalmente, consiguieron lo que deseaban:
"Catorce días después llegó la respuesta de
Nicolás Avellaneda, quien había optado por resolver
el conflicto
conforme los deseos de los inmigrantes, ganándose de
allí en más el reconocimiento incondicional por
parte de éstos y sus descendientes" (11).

Esa unión de los primeros tiempos dio origen a
asociaciones importantes, a muchas de las cuales se refiere Rosa
Majián en su guía (12). Surgieron los medios de las
colectividades, estudiados por la antropóloga Viviane
Oteiza Gruss: "De las publicaciones periódicas publicadas
en la ciudad de Buenos Aires en 1887, 82 estaban redactadas en
español, 7 en italiano, 5 en francés, 4 en inglés
y 4 en alemán. Es decir, estos números indican que
la mencionada libertad de
expresión, junto con la fuerte inmigración de
aquellos años, fue el caldo de cultivo para gran cantidad
de publicaciones de colectividades" (13). Una publicación
tuvo que ver con el origen del Centro Gallego: "El Eco de Galicia
fue fundado por José María Cao Luaces el 7 de
febrero de 1892. Este fue el órgano de los residentes
gallegos en la Argentina desde ese momento y uno de los
antecedentes de la fundación del Centro Gallego de Buenos
Aires" (14).

Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de
los emigrantes de esa región: "Lo que van a hacer ahora es
lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en
1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas
cofradías formen un ejército o una Sociedad de
Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es
que lejos de la tierra, "da mía terra", como dijo una
mujer en el
seminario con
un dolor que me volvió de barro el corazón,
van a buscarse entre ellos" (15).

Para Jorge Fernández Díaz, el Centro
Asturiano de Buenos Aires es "esa Asturias de ficción
donde los desterrados simulan vivir en aquel tiempo y en aquella
patria". Su padre encontraba allí la felicidad perdida:
"Lidiaba con mi país de lunes a viernes, pero
reverdecía con el suyo los sábados y domingos: mi
padre se hizo ciudadano ilustre de una patria fantasmal
construida por la colonia argentina de asturianos"
(16).

Un grupo de polacos se asoció con fines
ilícitos. Lo cuenta un arrepentido, en Frontera sur:
en 1906 "se fundó la
organización que hay ahora, la Varsovia, la verdadera
Migdal. (…) era una sociedad de rufianes… Lo único que
se pedía para ser socio, era eso. Valía la pena,
era un buen negocio. Agrupados, podíamos defender nuestros
intereses, porque hay mucha competencia:
franceses, italianos… Los polacos hicimos una sociedad de
socorros mutuos. Legal cien por cien. Con comisión
directiva elegida y todo".

Los judíos,
a su vez, crearon una organización para protegerse de la Zwi
Migdal, que atraía la censura de la sociedad hacia quienes
profesaban esa religión, aunque la
mayoría fueran inocentes: "Los judíos siempre se
preocuparon mucho por la moral. Y
por las apariencias. Había un comité de
protección de las mujeres y los niños
judíos. Hablaron con el rabino. (…) Y el rabino nos
prohibió entrar al templo. Y después
prohibió que nos enterraran como Dios manda"
(17).

Entre los emigrantes armenios, las sociedades
"compatrióticas" o regionales "reagrupaban a los
originarios de la misma provincia. (…) Todas tenían
similares objetivos:
atender a las necesidades primarias de los inmigrantes y
preservar la identidad
mediante la vigencia de los recuerdos de su terruño
así como de sus costumbres. Estas asociaciones
ofrecían, además un ámbito donde reunirse
para recrear las vivencias de la patria lejana, mediante la
repetición de los relatos" (18).

"Las sociedades de socorros mutuos (…) tuvieron un
amplio desarrollo, y
se extendieron a todo rincón del país donde
llegaron los contingentes inmigratorios –comenta Angel
Jankilevich. El censo realizado en 1904 en la Capital Federal
revelaba la existencia de 97 entidades de socorros mutuos"
(19).

"La llegada del migrante siempre está cargada de
esperanzas e incertidumbres. Y la asociación con otros
connacionales es una de sus estrategias para
cubrir sus necesidades culturales y recreativas –opina
Lelio Mármora, director de la Organización
Internacional para las Migraciones. Así surgieron
entidades que dieron a los recién llegados espacios
solidarios en un medio extraño, y varias resultaron centro
de excelencia para los argentinos". El deporte tiene que ver con esta
realidad: "Igual integración se dio en los clubes: a
través del fútbol, los extranjeros conservaron su
identidad y se sumaron a la sociedad" (20).

"Los clubes de fútbol fundados
específicamente para colectividades surgieron a mediados
de los 50. El 7 de mayo de 1955 nació ACIA (sigla de la
Asociación Calcio Italiano en la Argentina), actual
Deportivo Italiano. Siempre con el ‘Deportivo’ por
delante, en 1956 se sumó Español, en el 62
surgió Paraguayo y el último, Armenio,
debutó un año después. Este póquer de
colectividades fue creciendo hasta alcanzar la cúspide en
la década del 80, en la que españoles, armenios e
italianos llegaron a Primera División. Después, la
debacle. Con escasos socios y suculentas deudas, este cuarteto
pasa por una crisis tan profunda como la de la mayoría de
los clubes. Lo curioso, en este caso, es que representan a
colectividades tan numerosas como futboleras. Y que, sin embargo,
les dan la espalda a sus orígenes. ¿Caso grave de
amnesia? ¿Falta de identidad?" (21).

Notas

1 Wolf, Ema y Saccomanno, Guillermo: El folletín.
Buenos Aires, CEAL, 1972.

2 Peicovich, Esteban: "Volver a Berisso", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 24 de febrero de
2002.

3 Cosentino, Olga: "Cosecharás tu siembra", en
Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.

4 Aizicovich, Samuel: Viaje al país de la
esperanza. Buenos Aires, Milá, 2006. 64 pp.

5 Bedrossian, Eduardo: Memorias para
no olvidar. Buenos Aires, Edición del autor,
1998.

6 Perpignan, Javier: "CARLOS BARBERIO ES UNO DE LOS
VECINOS MAS SOLIDAROS DE VILLA PUEYRREDON El rey que no necesita
corona", en El Barrio, Buenos Aires, Diciembre de
2005.

7 León, Luis: "Recuerdos del papú
Menajem", en SEFARaires N° 10. Buenos Aires, Febrero de
2003.

8 Shua, Ana María: El libro de los
recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

9 Trzenko, Natalia: "Con destinos cruzados", en La
Nación, Buenos Aires, 21 de mayo de 2006.

10 Markic, Mario: "En el camino", en TN, 12 de
septiembre de 2002.

11 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al
Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/
Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

12 Majián, Rosa: Guía de las
colectividades extranjeras en la República Argentina.
Buenos Aires, Ediciones Culturales Buenos Aires, 1988.

13 Iglesias, Jorge: "Una Babel de tinta", en La
Nación, Buenos Aires, 24 de noviembre de 2002.

14 S/F: "José María Cao Luaces: el padre
de la caricatura argentina", en GaliciaOXE, www.galiciaoxe.org,
2002.

15 Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela
inédita.

16 Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

17 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

18 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: "Los
armenios en Buenos Aires" La reconstrucción de la
identidad (1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio,
1997.

19 Jankilevich, Angel: "Historia de los Hospitales de
Comunidad de
la Ciudad de Buenos Aires", en www.aadhhosorgar.htm

20 Mármora, Lelio: "Fútbol para
integrarse", en Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de febrero
de 2000.

21 S/F: "Un pedacito de la tierra natal", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 27 de febrero de
2000.

Hijos

La preocupación por los hijos está ligada
a la inmigración. Es lógico, si pensamos que muchos
de los inmigrantes no veían a sus hijos en años,
como los padres de Jesús Amorín Varela: "Mis padres
eran gallegos y fueron a Cuba.
Ahí nací yo. A los dos años me llevaron a
Galicia y me dejaron al cuidado de mis abuelos maternos. Estuve
con ellos hasta los diecisiete y en 1929 me vine para la
Argentina" (1). En Italia deja la
madre a Syria Poletti y a su hermana mayor, quienes
llegarán al país mucho después (2); lo mismo
sucede a la inolvidable madre de "De los Apeninos a los Andes",
de Edmondo D’Amicis (3). Otros, no llegan a ver nunca a sus
hijos, como la italiana de Santo Oficio de la Memoria, que
tanto los echó de menos (4).

Pensemos en las penurias que pasaron esas familias en
sus países de origen, durante la travesía y hasta
que lograron una mínima situación económica.
Entre los armenios, "Había una negación de
sí mismo casi devota en la consagración a los hijos
–escribe Bedrossian- porque en ellos estaba su esperanza.
Habían alcanzado el milagro de sobrevivir. Con los hijos
quedaba legitimada la supervivencia. Por eso la familia era la
tierra santa donde se concentraban los apremiantes sueños
de los padres y el escenario de la vida cotidiana"
(5).

A la Argentina –escribe Graciela Montes-, "fueron
llegando los inmigrantes. Solteros y muy jòvenes, algunos
casi niños, venìan a ‘hacer la
Amèrica’. Provenìan de España, de
Italia, de Turquìa, de Rusia, de
Francia, de
Polonia, de Yugoslavia, en general eran muy pobres y estaban
dispuestos a trabajar duro… Algunos regresaron a sus pagos,
pero la mayorìa, màs de un millòn, se
quedò. Para esos inmigrantes, los hijos eran valiosos. El
triunfo de esos hijos en la vida era la certificaciòn de
su propio èxito" (6).

Marcelo A. Moreno considera que "En nuestro país
el amor hacia
los chicos constituye una especie de culto nacional. Casi nada
está tan bendecido en nuestra sociedad como hacer cosas
–sacrificios incluidos- por nuestros hijos. Desde las
historias de inmigración el amor a los chicos se erige en
sentimiento supremo y hasta sirve no pocas veces de coartada"
(7).

Recordemos al respecto un concepto de
Guillermo Jaim Etcheverry, quien afirma que, en esa clase de
familia, "los niños y los jóvenes adquieren un
papel dominante. Lo hacen al convertirse en el lazo de
unión que vincula a los mayores con el nuevo entorno que,
a menudo, les resulta hostil". La función de
los menores es la intermediación: "Los jóvenes, que
se adaptan a gran velocidad, son
los encargados de traducir la nueva cultura a sus padres". La
familia así conformada, cambia su estructura
original: "Cuando esa tarea de condescendiente
intermediación se convierte en imprescindible, esos
jóvenes terminan ejerciendo un poder real
sobre sus mayores" (8).

El amor por los niños se evidencia en el interés
por hacerles pequeños regalos, por cocinar para ellos, por
brindarles expresiones de cariño en una comunidad que no
recurre al dinero para
los placeres. En "Mi búho", Elena Guimil recuerda la
oportunidad en que su padre, "un gallego fornido" le trajo un
pichón. Cuando el padre volvía de cazar –dice
la hija- "yo me sentaba en un banquito impaciente, mirando
fijamente la bolsa cerrada que descansaba olvidada junto a la
puerta. Adentro había algo que se movía, algo que
era para mí. Mi padre sólo la abriría
después de tomar su café
caliente. Unicamente él podía hacerlo. Pero no
parecía tener ningún apuro. Me miraba de hito en
hito y sonreía detrás de su taza. Creo que
disfrutaba con mi impaciencia. El contenido de la bolsa de
arpillera era un misterio para mí, aquel que esperaba
ansiosa todas las semanas. ¿Qué sería esta
vez? ¿Un tero, un lechuzón o un zorrito? La
criatura asomó sus gigantescos ojos amarillos y se
posó en la mano de mi padre. Emitió una especie de
silbido cuando me acerqué" (9).

Humberto Costantini escribe acerca de un gringo que
quería tener muchos hijos. El italiano manifiesta: "Cuando
vine a América, ¿sabe?, me soñaba
tener una casa y una familia. Muchos hijos, sabe. Así como
usted. O más todavía. Ocho, diez. Una mesa larga,
larga, y todos allí a la noche comiendo con buen apetito"
(10).

Los padres inmigrantes son homenajeados por sus hijos.
María Granata afirmó: "Empecé a escribir
siendo muy niña, alentada por mi padre, un médico
italiano que me inició en la poesía
de Leopardi. Murió cuando yo tenía once años
y siempre supe que mi labor literaria sería un constante
homenaje a él" (11).

Antonio Dal Masetto, en el libro El padre y otras
historias, "apela a dos herramientas con las que, en obras
anteriores, buscó arrancarle al mundo algunas certezas en
forma de literatura: la memoria que
desanda imágenes
de un pasado ligado a la tierra, y la observación de un presente urbano, plasmada
en acuarelas de pinceladas certeras que trazan el perfil de
personajes noctámbulos y marginales, habitantes de un
territorio bien delimitado y reconocible: la zona del Bajo"
(12).

El periodista Santo Biasatti expresó: "mi viejo
fue un inmigrante que llegó y estuvo un día en el
hotel de inmigrantes de Retiro. Llegó un viernes, el
sábado salió, el domingo fue a comer a casa de unas
personas del pueblo y el lunes fue a laburar. Y nunca
habló bien castellano. Pero
como él no había podido quería que su hijo
fuese al colegio y se rompió el traste para que su hijo
pudiese estudiar" (13).

La cantante Estela Raval recuerda a su padre: "Mi viejo
era un inmigrante italiano que llegó con una bebita en
brazos. Su mujer, en Italia, falleció cuando dio a
luz a esa
criatura. A los pocos meses de llegar conoció a mi
mamá, que tenía catorce años, la
pidió en matrimonio a mi abuela que no sé
cómo se la dio y a los quince la hizo madre. Mi
mamá crió al hijo que nacía, Manuel, y a esa
nenita que trajo mi papá de Italia" (14).

En un reportaje, Leo Vinci contó: "Mi padre (…)
me puso a prueba y me hizo dibujar, en un papel de almacén y
desde una fotografía
de una revista, un perfil de Dante Alighieri. Pasaron dos o tres
días y me compró una hoja chica de carpeta Canson,
con los agujeritos, y me dio la foto del Rey de Italia
–porque él era italiano-. Me puse a dibujarlo y no
me alcanzó la hoja, entonces mi papá compró
otra hoja y lo pegamos para alargarlo. Y parece que aprobé
el examen porque a partir de ahí, cuando llegaron los
Reyes Magos, a mis siete años, en vez de juguetes yo me
encontré con un rollo de papel, colores y todo lo
que hace falta para dibujar y pintar" (15).

Alfredo Conte evoca a su padre, que llegó desde
Cosenza en 1887: "Mi viejo, vos hiciste el mundo nuevo/ abriste
surcos, criaste hijos/ y fuiste solamente un inmigrante/ No
sé cómo decirlo en dos palabras" (16).

A su padre, en primer lugar, dedica Lidia Vinciguerra su
libro Oficio de mujer / Mestiere di donna (17): "A él, que
sin saberlo me dejó los ojos ciegos de padre. A Salvador
Vinciguerra, que me enseñó a enraizarme con su
Italia".

También a su padre evoca el protagonista de
"Niebla", de José Luis Pérez: "De pronto algo
conmocionó mi mente, las imágenes se fueron
deteniendo lentamente y una escena fue corporizándose ante
mí. Era el patio de ladrillos de un inquilinato, pulido
por los pasos de fatigados inmigrantes, con enrejados verdes de
varillas de maderas entrecruzadas, grandes macetas rojas y
amarillas de formas acampanadas llenas de plantas, un gran
piletón en el centro, el parral cubriéndolo todo y
en una silla baja, sentado, con una chaqueta en su falda y una
aguja en su mano, cosiendo con destreza y chupando su pipa,
estaba él. Un aroma de uva madura y tabaco fuerte
llenaba el espacio, de una vieja radio
salía la voz de Beniamino Gigli, cantando ‘Wien,
Wien, nur du allein’ " (18).

El padre de Gladys Onega era paciente con su hija
enferma: "Después de haberme ofrecido el néctar, la
leche y la
miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la
continuación del rito nutricio; con él las acciones eran
lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de
chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo
problemas de hombres y con su hija menor le cundía la
paciencia, que con el correr de las horas a mi madre se le
había ido al diablo. Inflexible era sin embargo en darme
de comer una cucharadita de sopa por los abuelos de
España, otra por los abuelos de Melincué, otra por
los huérfanos de la Guerra Civil,
otra por el ángel de la guarda dulce
compañía y por todos los personajes queridos y
sagrados que se le ocurrían" (19).

Al ver a su padre muerto, dice un personaje de
Vázquez-Rial: "Mi padre. Aquel gigante que me tomaba de la
mano y me llevaba hasta el fin del mundo. Cogido de su mano
crucé el océano. Cogido de su mano vi el cortejo de
un rey negro. Cogido de su mano encontré a Germán.
Cogido de su mano. Cogido. ¡Dios santo! Lo pienso en su
lengua"
(20).

En "Halley", Enrique Anderson Imbert relata: "Mi padre
era un ingles que se habia formado solo en la Argentina y no
tomaba en serio a la familia de mi madre. ‘Los Del Rio
–oí una vez que Ie decia a otro ingles- se creen
gran cosa porque descienden del patriciado colonial’.
Supongo que se casó con mi madre porque la quiso. No
sé. No tengo modo de saberlo. Mi madre murió pocos
días despues de darme a luz. Lo que se es que nunca me
habló de ella. De los familiares, sí. EI que no era
fanatico era haragan; la que no era orgullosa era ignorante"
(21).

"Lo único que recuerda Roberto Arlt
de su padre, según sus biógrafos y su
propio testimonio, no es muy halagüeño:
‘Mañana te fajo’, decía el prusiano.
Arlt no dormía en toda la noche y, a la mañana,
sufría la paliza" (22).

"Mi padre, Moisés o Mauricio Ribak, según
uso y costumbre, fue el hijo tardío de un varón
santo –escribe Andrés Rivera-. Debe haberlo tenido a
los 60 años, con una mujer a quien doblaba en edad. Y lo
destinó a que fuera rabino. En medio de sonrisas
cómplices, una tarde mi padre me contó como
rompió con la religión judía comiendo cerdo
en las gradas de la sinagoga de su ciudad natal, en Polonia.
Después, la perrsecución a los judíos hizo
que se viniera a los 18 años a la Argentina"
(23).

Acerca de su padre, escribe Juan Gelman: "Sabía
de todo: economía, historia,
ciencias
políticas. Lo que ahora se llamaría
un tipo culto. Recuerdo que, cuando cumplí 12 años,
me regaló la obra completa de Scholem Aleijem. Entonces no
lo supe, pero ahora me parece que ahí empezó todo.
Nunca pude escribirle nada, y creo que ése fue mi mejor
regalo hacia él" (24).

También le inculcó el amor por la lectura el
padre de Juan José Saer: "En mi casa había dos o
tres libros en
árabe dando vueltas –manifiesta el escritor-. Pero
mi padre era un gran lector. Creía en la cultura, y se
había suscripto a las Selecciones del Reader’s
Digest. Un día nos hizo una bibliotequita para mi hermano
y para mí, y allí guardábamos las revistas y
las Selecciones que devorábamos" (25).

Un padre japonés protagoniza una novela: "Gaijin
(‘extranjero’), primera novela de Maximiliano
Matayoshi, es la historia de un adolescente que en la segunda
posguerra deja su Okinawa natal para emprender un viaje
geográfico y sentimental a la otra punta del globo. La
vida en el barco, los puertos, la amistad
iniciática, la comunidad japonesa en Argentina son escalas
de una historia familiar, la de su padre, que Matayoshi recrea en
cuarenta y nueve breves capítulos de ritmo ágil y
prosa sobria y contenida. Por este libro, el autor
–veintitrés años, estudiante del traductorado
y del taller literario de Diego Paszkowski- ganó el Premio
2002 a la mejor ópera prima de la Universidad
Autónoma de México y
la editorial Alfaguara, cuyo jurado presidió Mario
Bellatin" (26).

En "Ochenta" Orlando Mario Punzi evoca a su madre: "A
Dios, conmigo se le fue la mano.// Me dio todo: la mamma de
primera,/ los amigos en tanda y un hermano,/ y ya de pibe le
saqué temprano/ cien sonetos, o más de la galera"
(27).

Oscar González, en "La anunciación", evoca
a la madre italiana: "Y fue la mamma gringa,/ Querendona y
bravía, que entregó sus/ cachorros./ A otra tierra
y otra lengua" (28).

En "Regreso", Rubén Benítez canta a su
madre española: "Nuestra madre,/ la pobre
exclamaría/ Has vuelto muy cambiado/ como si fueras otro./
Jamás serás el mismo/ que se ha ido./ Naciste con
silencio/ de abismo/ en tu costado/ y cuando te mecía/
velaba ya en tu piel la
indiferencia./ Tu cuna ya era un barco/ de mares demorados/ y de
ausencias.// Pobre madre,/ portaba en su mirada/ distante y
abatida/ la luz del desencanto/ triste flor de su tierra
prometida" (29).

Francisco Luis Bernárdez llora a su madre
gallega: "Nuestras pequeñas bicicletas iban por aquella
carretera de España./ Detrás quedaba Carballino,
con sus casas envueltas por la madrugada./ Dejando mi
corazón mucho más a obscuras, el amanecer
despuntaba./ ¿Era posible que pudiera venir, como todos
los días, la mañana?/ El silencio de mis hermanos
era el eco de la soledad de sus almas./ Yo sentía sobre
mis hombros algo parecido al peso de una montaña./ El
paisaje abría los ojos como si no se hubiera enterado de
nada./ Nunca olvidaré que en el monte de Corzos
había un ruiseñor que cantaba./ Al llegar a
Dacón oímos el nombre querido en la voz de la
campana./ Mamá y el mundo habían muerto para
siempre y sólo aquella voz los lloraba" (30).

María Nieves, bailarina de tango, "proviene
de una familia humilde –ella reafirma ‘más que
pobre’-. Fue criada en el barrio de Saavedra. Sus padres
eran de Lugo, España y aquí tuvieron cinco
hijos.(…) De chica la humildad familiar no la marcó.
Asegura que eran muy felices y que eso es imborrable. (…) A
veces me dicen, ‘sos demasiado humilde, sos una
tonta’. Así me hizo mi mamá, eso me
legó. Me enseñó a andar derecha por la vida
y no hacerle daño a
nadie’. Esa misma mamá –‘la
gallega’- cuando era niña le cantaba tangos y
valsecitos en vez de una canción de cuna" (31).

Eran españoles los padres de Fernando de
Querejazu, quien manifiesta haber escrito en su honor El
pequeño obispo, evocación de la infancia en el
pueblo cordobés de Canals, fundado por un naviero
valenciano (32). Y los de Raúl G. Fernández Otero,
quien los evoca en el marco de un barrio porteño,
allá por el 30 (33). Y los de Jorge y Aída Luz,
acerca de quienes dice el hijo: "Mamá fue muy cobijadora
con nosotros. Papá nos quería pero no era de
hacernos caricias, nada. Entonces vos te vas adonde el sol más
caliente" (34).

A su padre, Jorge Fernández Díaz le dedica
un libro con estas palabras: "Para Marcial, mi héroe. Y
para todos los ‘argeñoles’, esa extraña
raza de mártires". Sobre su madre escribe: "Había,
en esos tiempos, mujeres que al ser madres borraban el gusto, la
coquetería, la ambición, la razón, los
deseos, el cuerpo, los resentimientos y hasta los viejos temores
para fundirlos en una única y magnífica materia: el
amor excluyente hacia sus hijos. Mamá fue una de esas
mujeres, y lo pagó caro" (35).

En sus memorias, tituladas Allá lejos y hace
tiempo -escritas en inglés-, Guillermo Enrique Hudson
recuerda a sus padres, los norteamericanos Daniel Hudson y
Carolina Augusta Kimble, radicados en la Argentina en 1828
(36).

En una entrevista
realizada por Ana Da Costa en 2000, Juan Filloy
evoca a sus padres. Acerca de su madre, Dominique Granje, relata:
"Mi madre fue una francesa que vino en una de las promociones de
inmigración del siglo pasado, en una inmigración de
labriegos franceses que se afincaron en Pigüé, en la
provincia de Buenos Aires. Pero ella se independizó
ocupándose del servicio
doméstico en la Capital Federal, especialmente en el
barrio de San Telmo, el barrio Sur de Buenos Aires. Mi madre era
francesa, natural de Toulouse, de un pueblo que se llama Gourdan,
que está cerca de la línea férrea que liga
Toulouse con Lourdes. De modo que ella estaba ahí, en ese
pueblo, junto a una localidad que se llama Montesquieu,
un lugar famoso en la antigüedad por unas aguas termales, a
las cuales asistían muchas figuras próceres de la
literatura mundial. Mi madre se casó aquí, en la
Argentina, con un español nativo de Galicia y formaron un
hogar en el cual fuimos cuatro hermanos. Pero mi madre
había tenido primero relaciones matrimoniales con un belga
que la abandonó con tres hijos, los cuales fueron acogidos
por mi padre. Los siete crecimos y fuimos educados aquí,
en la ciudad de Córdoba. Papá y mamá se
conocieron en Tandil, cerca de la Piedra Movediza, que es una
figura que se hizo sumamente popular en casa, porque mi padre
tuvo dos hijos en las proximidades de la Piedra Movediza. Mi
madre fue una persona muy
vivaz, de genio muy alegre, pero absolutamente analfabeta.
Leí un artículo sobre Delich, que apareció
en La Nación, en el cual confiesa que su madre fue
analfabeta; bueno, yo digo lo mismo: mi mamá fue
analfabeta. Nació en Francia el mismo día en que
nació el Delfín, vale decir, el hijo de Napoleón III y la Reina de Francia. Por esa
razón mi madre tenía derecho a una educación gratuita,
tanto para la escuela primaria,
como la secundaria y la superior. Pero mamá tuvo que venir
al país, de modo que no aprendió jamás a
leer. Era una mujer muy inteligente, con toda la inteligencia
de los instintos. En el negocio de mi padre atendía una
sección de la tienda en la cual ella se manejaba con total
exactitud en los cálculos de los efectos que
vendía. Por ejemplo, pongamos por caso que un cliente compra
siete metros de satén, o de guipure, cuyo precio era
$1,75; mamá no necesitaba un lápiz de ninguna
especie, ella, mentalmente, en el acto, decía
cuánto era. Tenía una capacidad matemática
que es muy particular de muchas personas en Francia"
(37).

"Un día cualquera de 1981, 18 años
después de haber nacido, Federico Andahazi se
encontró por primera vez con Bela Andahazi, el
húngaro que era su padre y del que sabía pocas
cosas: que era psicoanalista y que había escrito un libro
de poemas, en
cuya solapa había una foto: la única que Federico
Andahazi conocía" (38).

En "Bíblica", Susana Szwarc evoca: "Madre es
anciana./ Madre es anciana y se ha/ embarazado./ Habrá una
hermana nueva. // Madre embarazada/ vomita y sus dedos
aprietan./alambres/ del gallinero.// Por su boca sale la nieve/
de Siberia y aquí -lejísimo-/el pueblo entero se
llena de blanco/ barro.// Madre ríe y las hijas
reímos/ mientras mascamos/ un poco de brea/ como si el
mundo la nieve la brea/ fueran/ nuestra pertenencia.// Y madre/
sabia en los vagones/ nos avisa:/ si uno tiene que vivir vive/ si
uno tiene que morir se/ muere.// ¿Porqué? le
decimos las nacidas/ pero ella se distrae por el buey/ quieto
entre las vías./ Y anuncia:/ este tren habrá de
detenerse/ Podremos parir" (39).

A sus padres evoca Etel Chromoy, hija de rusos que
inmigraron a la Argentina: "La pasión de mi madre por los
ideales de la
Ilustración, y la seguridad sin
fisuras de mi padre por los Ideales de la Emancipación,
hicieron de mi infancia un torrente de alegrías y
descubrimientos. Yo vivía en un tiempo inexistente y
pertenecía a un fascinante pueblo sobreviviente, que
depositaba su confianza en palabras escritas miles de años
atrás. Mi fortaleza y mi seguridad se nutrían en
2000 años a.e.c. y 2000 años e.c." (40).

Notas

1 S/F: "Pérez Millán", en Revista Mayores,
Año II, N° 11, 1994.

2 Poletti, Syria: "El tren de medianoche", en Mi mejor
cuento. Buenos
Aires, Orión, 1974.

3 D’Amicis, Edmundo: "De los Apeninos a los
Andes", en Corazón.

4 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos
Aires, Seix Barral, 1991.

5 Bedrossian, Eduardo: op. cit.

6 Montes, Graciela: "La infancia y los responsables", en
Machado, Ana María y Montes, Graciela: Literatura
infantil. Creación, censura y resistencia.
Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

7 Moreno, Marcelo A.: "El país de los chicos
felices", en Clarín, Buenos Aires, 2 de abril de
1997.

8 Jaim Etcheverry, Guillermo: "Los nuevos emigrantes",
en La Nación, Buenos Aires, 7 de abril de 2002.

9 Guimil, Elena: "Mi búho", en El desafío.
Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

10 Costantini, Humberto: "Historia de una amistad", en
www.abanico.edu.ar.

11 Semeraro, Horacio: "A María Granata", en el
grillo, N° 40, Marzo-Abril 2005.

12 Dal Masetto, Antonio: El padre y otras historias.
Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

13 Masci, Florencia: "Santo Biasatti. Un reflejo de
nosotros mismos", en Noticias de
Luján, Año I, N° 53. 27 de junio de
2002.www.lujanargentina.com/www.lujanargentina.com.ar.

14 Saidon, Gabriela: "Si no te enamoraste, no
podés cantarle a la vida", en Clarín, Buenos Aires,
26 de septiembre de 2003.

15 Selser, Claudia (texto); Grinberg, Ariel (fotos): "En
tiempo y forma", en Clarín Viva, Buenos Aires, 25 de
septiembre de 2005

16 Conte, Alfredo: Pascualino. Edición homenaje.
Buenos Aires, 2001.

17 Vinciguerra, Lidia: Oficio de mujer / Mestiere di
donna. Buenos Aires, Vinciguerra, 1994.

18 Pérez, José Luis: "Niebla", en Nosotros
el Sur. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1992.

19 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.

20 Vázquez- Rial, Horacio: op. cit.

21 Anderson Imbert, Enrique: "Halley". En Narraciones
completas. Buenos Aires, Corregidor, 1990.

22 Varios autores: "Mi viejo", en Veintitres. Buenos
Aires, 17 de junio de 2004.

23 ibídem

24 ibídem

25 ibídem

26 Costa, Flavia: "De nombre extranjero", en
Clarín, Buenos Aires, 21 de junio de 2003.

27 Punzi, Orlando Mario: "Ochenta", en La Nación
Revista, Buenos Aires, 26 de octubre de 1997.

28 González, Oscar: "La anunciación", en
El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.

29 Benítez, Rubén: "Regreso", en La Nueva
Provincia, Bahía Blanca, 3 de septiembre de
1998.

30 Bernárdez, Francisco Luis: "Poema de las
cuatro fechas", en Cielo de tierra. Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1948. Ilustraciones de Horacio Butler.

31 Pacheco, Carlos: "María Nieves: la princesa
del Plata baila hoy", en La Nación, Buenos Aires, 7 de
marzo de 2004.

32 Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo.
Buenos Aires, Editorial Lumen, 1986.

33 Fernández Otero, Raúl G.: Ausencias,
presencias y sueños. Buenos Aires, Ediciones Tu Llave,
2000.

34 Guerriero, Leila: en La Nación
Revista

35 Fernández Díaz, Jorge: op.
cit.

36 Hudson, Guillermo Enrique: Allá lejos y hace
tiempo. Versión en lengua española, estudio
preliminar y notas de Alicia Hebe Viladoms. Buenos Aires,
Kapelusz Editora, 1994.

37 Da Costa, Ana: "Entrevista a Juan Filloy", en
www.bibnal.edu.ar, 2 de marzo de 2000.

38 Guerriero, Leila: "¿Quién es
Andahazi?", en La Nación, Revista, Buenos Aires, 11 de
diciembre de 2005. Fotos Daniel Pessah.

39 Szwarc, Susana: Bailen las estepas. Ediciones de la
Flor.

40 Chromoy, Etel: Un barco azul y blanco. Buenos Aires,
Milá, 2006. 300 pp. (Imaginaria)

Nietos

En América, por lo general, la familia estaba
integrada solamente por los padres y los hijos, ya que los
demás habían quedado en la tierra de origen. Esto
se evidencia en Frontera sur, novela en la que un gallego
inmigrante dice a su padre que no se acostumbra a los líos
de parentesco; el padre le responde: "Si vives toda tu vida en
Buenos Aires, donde no hay más que hijos y padres, cuando
los hay, no te acostumbrarás. Pero si un día vas a
Galicia, sí" (1). Con el correr del tiempo, esa realidad
irá cambiando.

La abuela es una figura muy fuerte en la familia
inmigrante. Del Piamonte vino la abuela de María Teresa
Andruetto, quien contaba a sus nietas los relatos que ella
reunió en el libro Benjamino. La escritora dedica este
libro, en el que reescribe dos cuentos
tradicionales, "a la nonna Felicitas". Sobre ella expresa: "Mi
abuela Felicitas, la mamà de mi mamà, fue
colchonera, en el tiempo en que los colchones eran de lana, se
apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De
ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su
casa de Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de
ladrillos de esa casa, las màquinas de tisar lana, sus
amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus
comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara
gordita, las mejillas coloradas, el pelo blanco que
prendìa con horquillas en un rodete… Horquillas,
rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar lana…
nombres de cosas que ya no existen" (2).

Hay una abuela piamontesa en La sed, obra de
Hernán Arias galardonada en el Concurso de Novela Daniel
Moyano. "La sutileza del lenguaje es
notable -escribe Carlos Gazzera-. Hernán Arias, se
diría, intenta abolir el adjetivo. Una descarnada
economía busca dotar a ese niño y a los personajes
que lo rodean del lenguaje que mejor les cabe. El ejemplo
más logrado es el cocoliche de la abuela piamontesa. Tres,
cuatro líneas, nada más, para que esa abuela se
convierta en la enigmática figura del dolor trágico
que se ciñe sobre la familia. La enfermedad que postra a
la abuela organiza las metáforas del dolor en esa familia.
No hacen falta lágrimas, palabras de queja. Nada. La
economía textual se reduce a marcar los gestos, los
diálogos. El dolor –como todo otro
sentimiento–se dice por elipsis" (3).

Era italiana la abuela de la poeta Griselda
García, cuyas costumbres la nieta evoca: "mi abuela
preparando conservas/ de casi cualquier cosa que crezca/ en la
tierra del fondo;/ cuidando de no tirar/ bolsas, corchos,
plásticos,/ tapas, bandejas, frascos,/
cartones, papeles, piolines/ porque todavía pueden
servir;". Así vivía la mujer a quien
"trajeron al país engañada/ diciéndole que
iba a vivir en un castillo". De su abuelo italiano, afirma la
poeta: "mi abuelo, que cuando mataba algún conejo nos
decía:/ vayan con tu hermana a dar una vuelta/ y en
cambio nos
dejaba mirar la muerte/ en
los ojos de las ratas atrapadas en tramperas,/ escuchar sus
chillidos de bebés diminutos/ cuando el agua
hirviendo les caía encima". La poeta los corona con un
emocionado elogio: "más que mis padres,/ abuelos,/
ancianos sabios,/ abuelos,/ ángeles en el camino"
(4).

De su nona Francesca, dice la actriz Virginia Innocenti:
"era perfecta. Estaba casada con el abuelo Francesco. Era la
típica abuela italiana, de pelo blanco, que jamás
se puso una gota de maquillaje; zurcía la ropa, preparaba
dulce de uvas y cappelletti. Esa era la mamá de mi
papá" (5).

Acerca de Angela Grezer de Castun, nacida en Trieste en
1920, escribe Marcelo Benini: "Fue una abuela de las antiguas,
cariñosa a través de la acción
más que con el verbo. Quien esto escribe recuerda con
placer los fines de semana en esa esquina luminosa, perfumada por
los eucaliptos del vivero municipal y los jacarandáes de
Colodrero. Eran amaneceres de café con leche y tostadas
con manteca, mediodías de milanesas con papas fritas -las
mejores jamás cocinadas- y tardes de cine argentino por
ATC. Gran conversadora, Linga hacía todas las preguntas
que se le ocurrieran hasta saciar su interés en el tema y
luego, aunque transcurrieran décadas, recordaba hasta el
mínimo detalle de cualquier diálogo.
Jamás la vimos enojada, apenas si apelaba a la
ironía para opinar sobre un hecho que no compartía"
(6).

Estela Pereda recuerda a su abuela italiana: "Ana
Galiardi, empresaria y artesana fabulosa. Había nacido en
Milán y creò un taller de artesanìas para
que las ganancias mantuvieran un comedor inf0antil. Tenìan
buenos clientes, casi
toda la producción se vendìa a la casa
Harrods. Entre muchas cosas, hacían los capuchones de
chala que coronaban las botellas del mìtico rhum Negrita.
(…) Yo hacìa los dibujos, los
cartones, y Ana tejìa los tapices. Cuando se lo propuse,
tenía 70 años, y siguió tejiéndolos
hasta los noventa y tantos" (7).

A sus abuelas españolas, inhumadas en tierra
americana, canta Ricardo Adúriz: "Dulces abuelas
trashumadas/ desde estos cielos/ a aquellos cementerios./ Que
vuestros nombres, en medio del océano/ de sombra, sajados
vivos de la noche larga,/ os devuelvan la luz de un tiempo suave/
en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid de fin
de siglo.// Vuestras son estas últimas
luciérnagas,/ fragmentos puros de un espejo roto,/ donde
brillan los rostros del olvido" (8).

A su abuela española canta Baldomero
Fernández Moreno, en "Inicial de oro":
"Nací, hermanos, en esta dulce tierra argentina,/ pero el
primer recuerdo nítido de mi infancia/ es éste: una
mañana de oro y de neblina,/ un camino muy blanco y una
calesa rancia.// Luego un portal oscuro de caduca arrogancia/ y
una abuelita toda temblona y pueblerina,/ que me deja en la cara
una agreste fragancia/ y me dice: -¡El mi nieto, que caruca
más fina!-// Y me llenó las manos de
castañas y nueces,/ el alma de
leyendas, el
corazón de preces,/ y los labios recientes de un divino
parlar.// Un parlar montañés de viejecita bruja/
que narra una conseja mientras mueve la aguja./ El mismo que
ennoblece, hermanos, mi cantar" (9).

Guadalupe Henestrosa afirmó: "Desde hacía
años venía pensando en el tema del desarraigo. Me
interesaba especialmente el caso de las mujeres jóvenes,
el testimonio personal, los
sentimientos que se tejen en un apuesta vital tan fuerte. En
parte se vincula con la experiencia de mis propias abuelas, ambas
inmigrantes españolas. Una de ellas, Carmen Oliveros, cuyo
nombre usé como seudónimo para el Premio,
llegó a los 19 años, sola, en el año 20. Hoy
suena sencillo pero en esa época cruzar el mar implicaba
casi irse a otro planeta, no volver a ver a la familia, vivir a
una carta por año, en un contexto de gente
prácticamente analfabeta. Y tener que cargar además
con la gran pregunta: irse para qué. Al sentarme a
escribir, todo eso estaba sobre la mesa. (…) María Cruz,
mi otra abuela, llegó a la Argentina con sus hermanas. Ese
recuerdo fue el puntapié inicial." (10).

Otra abuela, la de Fernando de la Orden, nacida en
Logroño, es homenajeada por medio de la muestra
fotográfica "Pan y manteca" (11).

En un reportaje, Martín Seefeld evoca a su abuela
inmigrante: "Aprendí todo de mi abuela Lala. Era gallega y
me enseñó a disfrutar de todo, desde un plato de
lentejas hasta bailar" (12).

En diálogo con Diego Heller, un actor recuerda a
su abuela andaluza: "Huérfano de padre y madre, Alberto
Rodríguez Gallego y González de Mendoza
–léase Alberto de Mendoza- fue criado en
España. Su abuela lo recibió en Huelva a los cinco
años: doña Isidra era una mujer severa, y
trató de encarrilar a su nieto, ya de purrete proclive al
callejeo. Lo primero que hizo fue anotarlo en la escuela de los
escolapios, famosos por su mano dura. No resultó o
resultó a medias, cuenta el actor. Le iba bien en
literatura, pero las ciencias exactas eran para él un
tormento. ‘Me mandé mil cagadas en el colegio, pero
lo peor fue una vez que mi abuela me agarró in fraganti
–relata nostalgioso-. Resulta que yo tenía muy malas
notas en álgebra y
una tarde mi abuela me obligó a estudiar la materia.
Pasaban las horas y yo, con el libro abierto. Ella iba y
venía, y yo seguía concentrado. Le dio por
desconfiar: me agarró distraído y con el
bastón tiró el libro. Cuando se cayó, vio
que tenía escondida una revista pornográfica,
encima una de monjas y curas… Me pegó una cachetada tan
grande que me puse a llorar. Me dijo: No llore, quedan muchos
años para llorar. Tenía razón… Era una
gran mujer que murió durante la Guerra Civil. La tengo
siempre presente, en la cabeza y en la mesita de luz. Cuando me
acuesto, o cuando me subo a un avión, digo: Abuela,
protegéme. Y lo hace" (13).

Cuando Borges
recibiò el Premio Jerusalèn, recordò en una
entrevista a su "abuela inglesa, protestante, que sabìa de
memoria la Biblia" (14). A ella se refirió también
en un reportaje realizado por Noemì Ulla,
recordàndola como una persona estrechamente ligada a los
libros con los que se iniciò literariamente. Dijo a la
escritora que su verdadera educaciòn fue la biblioteca de
su padre, "en gran parte de libros ingleses. (…) Yo recuerdo
sobre todo la Enciclopedia Britànica, que sigo releyendo y
que no he agotado aùn. Mi padre era profesor de
Psicologìa en Lenguas Vivas, èl tenìa que
dar las lecciones en inglès –mi abuela era inglesa-
y era secretario en un Juzgado Civil de los Tribunales, pero
èl era ademàs profesor de Literatura Inglesa"
(15).

Evoca el ambiente
literario de su casa, relacionado con la extranjera:
"Habìa un excelente ambiente en casa, un ambiente
literario. Mi abuela era muy lectora, mi abuela inglesa
sabìa de memoria la Biblia. Ellos habìan sido
predicadores metodistas, gente de clase media en Inglaterra, de
modo que Ud. citaba un versìculo bìblico y ella
decìa: Libro de los Reyes, capìtulo tal,
versìculo tal. O Libro de Job, capìtulo tal,
versìculo tal, o El Evangelio segùn Marcos,
capìtulo tal, versìculo tal, y seguìa
adelante. En alemàn se dice Bibelfest, es una persona que
està firme en la Biblia. Creo que Hafiz sabìa de
memoria el Coràn, que Hafiz quiere decir ‘el
recordador’. Hay mucha gente que sabe de memoria el
Coràn y sè que muchos protestantes, como mi abuela,
saben de memoria la Biblia. Se sigue la ùnica lectura, puede
ser aprendida".

Acerca del arribo de la inglesa a nuestro paìs,
dice Alifano: "La abuela paterna de Borges, Frances Haslam
Arnett, llegò a la Argentina por una serie de curiosas
circunstancias. Su ùnica hermana, mayor que ella, se
habìa casado con un ingeniero ìtalojudìo,
llamado Jorge Suàrez. Al fallecer su madre, los Suarez la
hicieron viajar a Amèrica del Sur. Llegò a
Paranà, la capital de Entre Rìos, despuès de
un accidentado viaje (el barco estuvo a punto de naufragar en las
costas del Brasil), a
mediados de 1867. En Paranà fue donde Frances Haslam
conociò al coronel Francisco Borges".

La ascendencia de Jorge Luis y su hermana, Norah,
determinò en què idioma se expresarìan: "En
casa de los Borges se usaba corrientemente tanto el inglès
como el castellano –afirma el biògrafo. Los
niños sabìan que con la abuela materna, Leonor
Acevedo, tenìan que hablar español; pero con Fanny
Haslam lo debìan hacer en inglès. ‘Con el
tiempo descubrì que esas dos maneras de hablar de un nieto
se llamaban la lengua castellana y la lengua inglesa’,
completò Borges".

La abuela Fanny no sòlo le legò el idioma
y la aficiòn a la lectura; le dejò tambièn
material del que surgirìa algùn texto: "Siendo
niño –evoca Borges- escuchè a Fanny Hasla
muchas historias de la vida de fronteras de aquellos tiempos.
Ella habìa vivido experiencias terribles y maravillosas al
mismo tiempo, ya que, en los primeros años de la
dècada del setenta, mi abuelo fue comandante en jefe de
las fronteras norte y oeste de la provincia de Buenos Aires. Una
de esas historias sirviò de base para mi relato Historia
del guerrero y la cautiva. Mi abuela habìa conocido a
varios caciques indios: Namuncurà, Simòn Coliqueo,
Pincèn y Catriel" (16).

María Elena Walsh conserva las cartas que su
abuela inglesa mandó a Inglaterra. "La abuela de
María Elena Walsh, llamada Agnes, llegó a la
Argentina con veinte años recién cumplidos, a
trabajar como gobernanta. Se casó, y la vuelta a
Inglaterra se fue retrasando. Estas cartas que le envió a
su padre -bisabuelo de María Elena- llegaron nuevamente a
la Argentina a manos de su papá, por intermedio de un
pariente, y éste se las regaló a María Elena
cuando niña para que recortara las estampillas. Pasaron
más de 50 años en sus manos antes de que sintiera
curiosidad por las mismas y decidiera hacerlas traducir, para
luego incorporarlas en su libro Novios de Antaño"
(17).

La decisión de María (18) es el libro que
escribieron María Carmen Merbilhaa del Frate y Amalia
María Calandra Merbilhaa. "Las autoras, al encontrar las
cartas de su abuela, hija de inmigrantes bearneses que se
establecieron en el campo a mediados del siglo XIX, descubren
interesantes testimonios de vida en el pueblo de General Belgrano
y en la ciudad de La Plata a principios del
siglo XX. Ellas agregan comentarios y anécdotas propias o
transferidas por sus familiares. Pretenden homenajear a su
querida abuela y contar a sus descendientes, con un toque de
humor, vivencias de la infancia que compartieron"
(19).

Una abuela rumana cocinaba para sus nietos. Lo cuenta
Miriam Becker, la hija: "La cocina fue su pasión y un modo
de dar amor. A mis nietos no les puedo comprar juguetes como
otras abuelas, porque no me alcanza la jubilación, pero
les hago bizcochitos con jugo de naranja (quilalej) para que
conviden a sus amigos" (20).

María M. Bjerg es la autora de Entre Sofie y
Tovelille Una historia de los inmigrantes daneses en la Argentina
(1848-1930), "una versión revisada y abreviada" de su
tesis
doctoral, dirigida por Fernando Devoto. En esa obra, ella
evoca a su abuela dinamarquesa: "Entre mis recuerdos infantiles
guardaré para siempre aquellos viajes
familiares que hacíamos desde Juan N. Fernández a
Necochea para pasar el día en lo de la abuela Frida. Los
ochenta kilómetros que separaban esos dos lugares
resumían el tránsito imaginario a un mundo mucho
más distante por el que yo sentía una profunda
fascinación. En el porche de la casa los visitantes
éramos recibidos por un elocuente anfitrión: un
zueco rojo de madera que la
abuela había traído de Dinamarca. Aquel zueco, que
colgaba a un costado de la puerta principal y en el que nadie
parecía reparar, me señalaba la entrada al mundo de
Frida. Un mundo en el que esa mujer –por momentos
inescrutable, que no hablaba bien el castellano y que se
dirigía a mi padre casi siempre en danés-
había recreado una parte de su pasado y de su tierra a la
que ya sólo la unía la nostalgia y la certeza de
que el retorno al lugar de nuestros orígenes nos condena a
movernos en un paisaje de imágenes y sensaciones que ya no
podemos reconocer" (21).

En "Mi abuela Vida", Victoria Mizrahi de Misistrano
recuerda a su abuela, llegada desde lejos: "Doña Vida,
¡Abuela Victoria!, que personaje!. La conocí por
primera vez cuando llegó desde Estambul, cola, con su pelo
estirado y un pequeño rodete. Su traje gris de pollera y
redingote le daba cierto aire de persona
seria. No se por qué a su llegada me escondí
detrás de una puerta de la que me sacó para darme
caramelos que traía dentro de sus bolsillos. Esta escena
nunca la olvidé. Mi hermana menor nació a poco de
su arribo a Buenos Aires. Con su llegada nos acostumbramos a
escuchar sus cantos. Los entonaba desde que comenzaba con sus
tareas en la cocina, hasta la tarde que se dedicaba a pelar
chauchas, arvejas, arroz o porotos. Desde su llegada, la cocina
fue su ámbito habitual, ya que mamá la reservaba
para ocupar los domingos. Tratando de calcular el tiempo, cuando
mi abuela llegó, tenía casi sesenta años y
yo sólo cinco. Compartimos 34 años de vida en
común, ya que en 1963 cuando contaba con 94 años,
dejó de existir después de un accidente. Yo ya
tenía 39 años y dos hijos varones que la adoraban,
fue su bisabuela, y aún hoy la siguen recordando con
inmenso cariño" (22).

Sobre sus mayores escribe Julio César Sabagh,
desde Córdoba: "Mis cuatro abuelos eran árabes, de
Líbano y Siria. Mi padre tuvo diez hermanos; mi madre,
cinco. (…) mis abuelas cumplieron con la exhortación del
Corán de parir, al menos, cinco hijos cada una"
(23).

Cecilia Figaredo se refiere en un reportaje a sus
familiares inmigrantes: "Figaredo es español; mi abuelo
era de Oviedo y mi abuela, de Galicia. Por parte de mamá,
son italianos, así que en mi casa, cada vez que nos
reunimos es hablar a los gritos, todos juntos" (24).

Carlos Alonso nació en Tunuyán, Mendoza,
en 1929. Tuvo "como abuelo materno a Salvatore Lisandrello, un
siciliano de Siracusa, y su abuelo paterno era Sandalio Alonso
quien vino de León. España. Ambos llegaron a
nuestro país en 1914" (25).

José Alberto Marchi es nieto de inmigrantes
italianos y españoles. Gutiérrez Zaldívar se
refiere detalladamente al origen del artista: "Alberto Marchi, su
padre, es el tercer hijo de Carmen Ferreyra, andaluza nacida en
Granada, España; y de Sillo Catullo Marchi, lombardo
nacido en Mántova, Italia". El oficio del abuelo es
recordado por Gutiérrez Zaldívar: "Como su padre y
sus hermanos, Sillo trabajaba en la sastrería de la
familia, ubicada en la Av. Las Heras, entre Ayacucho y
Junín, que con orgullo contaba entre sus clientes al Dr.
Marcelo Torcuato de Alvear. ‘Benigno Marchi e hijos’,
decía el letrero de la puerta del local, lugar
simbólico donde José encontró los hilos, ese
motivo tan personal que hace inconfundibles a sus obras. Hilos
reales que su familia enhebraba en el quehacer diario, y al mismo
tiempo, hilos simbólicos que unen a José con su
obra. (…) Sus abuelos maternos Nazareno y Angela, eran
italianos, nacidos en Ancona y en Chietti respectivamente.
Nazareno fue ‘pastero’ –juntaba fardos para dar
de comer al ganado-, y luego por largos años
trabajó como encargado en una fábrica de dulces,
una rudimentaria industria de
principios de siglo, que bien podría ser el escenario
donde los personajes de José clasifican incansablemente
extraños vegetales" (26).

A su abuelo recuerda en "El saludo" Antonio Aliberti,
italiano afincado en San Antonio de
Padua: "Mi abuelo se paraba para saludar;/ se llevaba la mano a
la cabeza/ (había usado gorra alguna vez)/ y saludaba con
una reverencia./ A veces la gente salía/ sólo para
cruzarse con mi abuelo:/ no era un saludo como tantos, sino una
ceremonia,/ como cuando uno despierta de mañana/ y ve la
punta del sol en la cortina" (27).

De Italia vino el abuelo de Enrique Pinti, y trajo
libros. Esos libros, entre los que se contaba La Divina Comedia,
tuvieron decisiva importancia en la formación del nieto
(28).

"Inmigrante italiano" se titula el poema que Celia Sala
dedica a José Longo, su "nonno* / y en él a todos
los inmigrantes italianos" Así comienza: "Soy la esperanza
que navega/ mares y continentes,/ ríos y morros,/ para
encallar en/ alegrías y sueños,/ tristezas y
renaceres.// Soy la esperanza que aparca/ entre matas y
avestruces,/ rieles, andén y locomotora,/ y que con sus
manos levanta/ carpa, rancho, molino y huerto".

A su abuelo recordó en un reportaje Abelardo
Arias. El escritor nació en Córdoba, aunque
él hubiera preferido ver la luz en San Rafael, Mendoza,
"en la finca de mi abuela materna, donde pasé casi todos
los veranos de mi niñez y adolescencia,
en todo caso los más memorables (…) Una criolla casona
cerca del Río Diamante y del viejo fortín con foso
y puente levadizo que construyó mi abuelo francés,
el ingeniero astrónomo Julio Balloffet, el único
injerto gringo en cientos de años de
criolledad".

Márgara Averbach evoca a un abuelo inmigrante,
que hizo a su nieta un regalo muy deseado: "Yo siempre
había querido un cardenal –dice la protagonista de
uno de sus cuentos. En ese entonces, había muchos en los
árboles
de la casa de las tías, como flores rojas más
rápidas que las otras. Y el abuelo –que había
nacido en una ciudad de Europa y después se había
visto obligado a convertirse en gaucho judío, una
conjunción inimaginable para él, supongo- me
había prometido cazar uno para mí ese verano"
(29).

Vinculado a la religión recuerda a su abuelo
Máximo Yagupsky, judío de Entre Ríos:
"Muchos aldeanos plantaban junto a sus casas parrales o higueras.
Y cierta vez, siendo yo muy niño aún,
pregunté a mi abuelo por qué había plantado
una higuera y por qué en el huerto de los Kaplan
había una parra. Mi abuelo se sonrió y
acariciándome, me dijo: ‘Cuando seas grande y
estudies la Biblia, lo comprenderás. En el Libro de Reyes,
está dicho que durante el reinado del más sabio de
los hombres, el rey Salomón, los judíos gozaban de
paz y seguridad y cada cual se solazaba a la sombra de una
higuera o de su viña’. No lo entendí
cabalmente. Mi abuelo era parco en el hablar. Pero más
luego, toda vez que pasaba junto a la chacra del rabí don
Israel
Halperín, lo encontraba sentado al pie de su higuera,
envuelto en su taled, el manto ritual, estudiando Talmud o
leyendo los Salmos. Comprendí que don Israel gozaba en la
campiña entrerriana del solaz esperado en Sion"
(30).

De Polonia llegó Moishe Búrej, el abuelo
de Ricardo Feierstein, quien lo recuerda en estos versos:
"judío orgulloso y/ polaco de veinte generaciones/ que
huyó hacia América, desde esa/ tierra bordada por
antisemitas" (31).

A sus mayores evoca Alicia Steimberg, autora de Cuando
digo Magdalena, novela que recibió en 1992 el premio
Planeta Biblioteca del Sur en su primera edición:
"Recuerdo un viejo comedor donde había fotos ovales de los
que vinieron en el barco: la bisabuela con el pañuelo en
la cabeza que le cubre la frente, el bisabuelo con la gran barba
y el sombrero" (32).

En Músicos y relojeros, relata: "Cuando la abuela
migró de Kiev a Buenos
Aires tenía once años. La mandaron a la escuela y
aprendió muy bien el castellano. Cantaba tangos como un
pájaro enfermo: Cicatriiiiiiiiiiiiiices (trino)
imborrables de una heriiiiiiiiiiiida (trino). Nunca hablaba de
cómo llegó a casarse con el abuelo. Una a una fue
pariendo a sus hijas, con toda facilidad. Siempre se adelantaban
a la partera, ansiosas por nacer y empezar a pelearse. Hubo
tiempos muy malos. La desocupación. El desalojo. En un baile de
beneficencia se reunieron fondos para procurarles, como a otros
pobres, un nuevo techo" (33).

Federico Andahazi tenía "abuelos amorosos pero
mayores –Margarita y Samuel Merlin, llegados de Rusia
después de la guerra- que recibían al nieto cada
tarde, después del colegio" (34).

A su abuelo homenajea Gustavo Bedrossian: "Este chico,
de nacionalidad
armenia, que simuló estar muerto, por la noche, cuando se
fueron los turcos, pudiendo sacarse algunos cuerpos de encima,
logró escapar con otros muchachos más. (…) Ese
muchacho se llamó Agop Bedrossian. Fue mi abuelo.
Vivió más de cien años. Falleció hace
poquito. Mi padre lo homenajeó a él y a su
generación con dos libros: Hayrig I y Hayrig II.
Pasó por mil problemas más. Pudo llegar a la
Argentina. Se casó. Tuvo cinco hijos (falleciendo una de
sus hijas siendo muy pequeña de un modo trágico),
nueve nietos, En vida conoció a trece bisnietos (hace unos
días nacieron la catorce y la quince). Siempre, siempre,
siempre siguió luchando. Siempre, siempre, siempre, lo vi
orando de rodillas en su idioma a Dios por él y por los
demás" (35).

Con la superstición, en cambio, se asocia el
recuerdo de los antepasados del actor Gabriel Corrado: "Los
padres transmiten la enseñanzas básicas; entre
ellas, algunas difíciles de explicar, como no abrir un
paraguas bajo techo o caminar para atrás si te
cruzás con un gato negro, que yo recibí de mis
ancestros sicilianos" (36).

Ernesto Schoo recuerda a su abuelo gallego: "En la
estancia de mi abuela materna, en Pergamino, hay una vasta
biblioteca, en parte heredada de su marido, mi abuelo gallego, y
en parte formada por sus hijos. Allí está
todavía la famosa Biblioteca de La Nación, con mis
lecturas favoritas, Julio Verne y Conan Doyle (las aventuras de
Sherlock Holmes, que me llenaban de terror y a las que intentaba
exorcizar dibujándolas como historietas) y Alejandro Dumas
y H. G. Wells. En otros estantes relucían los lomos
dorados de colecciones enteras de revistas españolas, que
le mandaban a mi abuelo y que él hacía encuadernar:
La Ilustración Artística, el Album
Salón, Blanco y Negro. De 1896, 1898 (el año de la
pérdida de las últimas colonias españolas,
Cuba y las Filipinas), 1900, 1902…Yo leía
ávidamente esos mamotretos, enterándome de las
alternativas de la guerra de Cuba, o la de los boers en
Sudáfrica. No había disciplina o
rubro que no me interesara: los comienzos del
cinematógrafo, el estreno de La Boheme de Puccini en el
Liceo de Barcelona (casi todas esas revistas se editaban,
lujosamente, en la capital de Cataluña), la
evocación de los bailes de carnaval en el Madrid de 1850.
En otra habitación, en un enorme mueble con puertas
vidriadas estaba la inabarcable, interminable Enciclopedia
Espasa. Por ahí descubrí también los
Artículos de costumbres de Mariano José de Larra
(Fígaro), modelo para
todo aspirante a cronista, aún hoy" (37).

A su abuelo, enfurecido por una travesura, se refiere
Gloria Pampillo: mi padre "me contó muchas veces
cómo hizo estallar con un rifle de aire comprimido los
sapos de cerámica que mi abuelo había hecho
traer de Valencia y que tiraban agua por la
boca en la fuente. Después se trepó a un pino y
Severiano desde abajo le decía ‘Pancho, baja’
pero él permaneció allí, esperando que al
gallego se le calmara la furia" (38).

El poeta y ensayista César Fernández
Moreno es el autor del poema "Argentino hasta la muerte", en el
que se refiere a su condición de descendiente de
españoles: "a buenos aires la fundaron dos veces/ a
mí me fundaron dieciséis/ ustedes han visto
cuántos tatarabuelos tiene uno/ yo acuso siete
españoles seis criollos y tres franceses/ el partido
termina así/ combinado hispanoargentino 13 franceses 3/
suerte que los franceses en principe son franceses/ si no que
haría yo tan español" (39).

Entre los gitanos, "Los ancianos gozan de un status
diferente del que la sociedad occidental otorga a los suyos. No
hay gitanos en los geriátricos. Los mayores revisten, por
sobre todo, sabiduría. Y tienen el rol social de hacer
justicia por
medio del Consejo de Ancianos de la Kris (ley gitana). Los
grandes cuidan a los chicos, que al crecer cuidarán a los
grandes" (40).

No todos los niños tenían familiares que
los cuidaran tan amorosamente. El Patronato de la Infancia
surgió vinculado con la inmigración, para proteger
a los pequeños de los que las familias no podían
hacerse cargo. Con motivo de conmemorarse los 110 años de
la fundación de esta institución, dice el diario
Clarín: "El Patronato se fundó el 23 de mayo de
1892, en medio de la gran crisis económica y
política que asolaba la Argentina, mientras miles de
inmigrantes llegaban al puerto de Buenos Aires con poco
más que sus esperanzas en la valija. Un grupo de personas
quiso proteger a los niños desamparados que desbordaban
los inquilinatos y deambulaban por las calles, y nació el
Patronato para cumplir esa misión:
desde su creación atendió a más de 1.750.000
niños en situación de riesgo"
(41).

También fue importante para los inmigrantes la
obra de Santa Francisca Javier Cabrini, quien "recorrió
Europa y las tres Américas, fundando colegios, orfanatos,
hospitales, asistiendo a los presos, mineros, y en particular a
los inmigrantes más indigentes, por eso el Papa Pío
XII la proclama ‘Patrona de los Emigrantes’ el 8 de
septiembre de 1950" (42).

Notas

1 Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.

2 Andruetto, María Teresa: Benjamino. Buenos
Aires, Sudamericana, 2002.

3 Gazzera, Carlos: "Rostros grises en la pampa gringa"
en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de
2005.

4 García, Griselda: poema
inédito.

5 Guerriero, Leila: "Virginia Innocenti. Melodía
para actriz y piano", en La Nación Revista, 4 de noviembre
de 2001.

6 Benini, Marcelo: "Angela Grezer de Castun (1920-2005)
Se fue una abuela extraordinaria", en El Barrio, Año 7,
Nº 78, Setiembre 2005,
wwwperiodicoelbarrio.com.ar.

7 Aubele, Luis: "A boca de jarro. Estela Pereda
‘Me llegó la hora de la danza
", en La Nación, Buenos Aires, 20 de junio de
2004.

8 Adúriz, Ricardo: Torre del homenaje. Madrid,
Ediciones Cultura Hispánica del Centro Iberoamericano de
Cooperación, 1979.

9 Fernández Moreno, Baldomero: "Inicial de oro",
en Varios autores: Cantan los pueblos americanos. Selección
de Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos
Aires, Ediciones Peuser, 1957.

10 Garzón, Raquel: "ENTREVISTA CON MARIA G.
HENESTROSA Bajo el signo del folletín". (Foto: David
Fernández), en Clarín, Buenos Aires, 19 de
noviembre de 2002.

11 Guerriero, Leila: "Pan & Manteca", en La
Nación Revista, 5 de mayo de 2002.

12 Madrazo, Cecilia: "Martín Seefeld: 10 cosas
que sé", en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de
diciembre de 2002.

13 Heller, Diego: "Pobre mi nona querida", en
Clarín Viva, 5 de junio de 2005. Fotos: Alejandra
López.

14 S/F: en Borges e Israel. El asiduo manuscrito".
Buenos Aires, Embajada de Israel en Buenos Aires,
1987.

15 Ulla, Noemí:

16 Alifano, Roberto: Borges, biografía verbal.
Plaza & Janés.

17 Walsh, María Elena: Novios de antaño.
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1991.

18 Marbilhaa Del Frate, María Carmen y Calandra
Merbilhaa, Amalia María: La decisión de
María. Buenos Aires, Dunken, 2003.

19 S/F: Información de prensa acerca de Marbilhaa
Del Frate, María Carmen y Calandra Merbilhaa, Amalia
María: La decisión de María. Buenos Aires,
Dunken, 2003.

20 Becker, Miriam: "La última idische mame", en
La Nación Revista, 23 de marzo de 1997.

21 Bjerg, María M.: Entre Sofie y Tovelille Una
historia de los inmigrantes daneses en la Argentina (1848-1930).
Buenos Aires, Editorial Biblos, 2001. 191 pp. (La Argentina
plural).

22 Mizrahi de Misistrano, Victoria: "Mi abuela Vida", en
SEFARaires, N° 14.

23 Sabagh, Julio César: "Correo", en La
Nación Revista, 7 de noviembre de 2004.

24 Demare, Silvina: "Cecilia Figaredo METIDA EN EL
BAILE", Fotos: Alejandra López, en Clarín Viva,
Buenos Aires, 18 de diciembre de 2005.

25 Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: "Los
inmigrantes", Catálogo de la muestra de Alonso y Marchi en
Casa FOA 2000, Desembarcadero y Hotel de Inmigrantes. Buenos
Aires, Octubre-Noviembre de 2000.

26 Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Marchi.
Buenos Aires, Zurbarán Editores, 1995.

27 Aliberti, Antonio: "El saludo", en
www.poeticas.com.ar.

28 Pinti, Enrique: Mensaje de apoyo a las Bibliotecas
Públicas. TN/FM Aspen, Octubre de 2004.

29 Averbach, Márgara: "El cardenal", en
Aquí donde estoy parada. Alción, 2002.

30 Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1986.

31 Feierstein, Ricardo: "La última carga de los
jinetes polacos/ The Last Charge of the Polish Cavalry", en
Feierstein, Ricardo: Las Edades/ The Ages. Traducido del
español por Jim Kates y Stephen A. Sadow. Buenos Aires,
Milá, 2004. 240 pp. (Poesía).

32 Steimberg, Alicia: "Teatro con debate:
‘Tras el paso de los grandes’ ", en Feierstein,
Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura
judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos
Aires, Editorial Milá, 2004.

33 Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos
Aires, CEAL, 1983.

34 Guerriero, Leila: "¿Quién es
Andahazi?", en La Nación, Revista, Buenos Aires, 11 de
diciembre de 2005. Fotos Daniel Pessah.

35 Bedrossian, Gustavo: "A los que se encuentran en un
pozo", en www.psicorecursos.com.ar.

36 Baduel, Graciela: "Por la vuelta", en
Clarín.

37 Schoo, Ernesto: "Mis aprendizajes Memorias", en La
Nación, Buenos Aires, 13 de noviembre de 2005.
Ilustración de Guillermo Roux.

38 Pampillo, Gloria: op. cit

39 Fernández Moreno, César: "Argentino
hasta la muerte", en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R.
Molinari y otros: La poesía argentina. Antología,
prólogo y notas por Alberto M. Perrone. Buenos Aires,
CEAL, 1979. (Capítulo).

40 Ludueña, María Eugenia: "Ser gitano",
Fotos: Martín Lucesole, en La Nación Revista,
Buenos Aires, 25 de enero de 2004.

41 S/F: "Más de un siglo por los chicos", en
Clarín Viva, 23 de mayo de 2002.

42 Folleto entregado en 2002 en el Hotel de
Inmigrantes.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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