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Inmigración y literatura (página 18)



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A escondidas tocaba la gaita un asturiano, pues su
hermano, avergonzado del origen de ambos, se lo había
prohibido. El anciano "cuando su hermano no estaba en casa,
entraba en el dormitorio de los tíos, levantaba la trampa
del sótano disimulada bajo la cama matrimonial, bajaba
cinco escalones, prendía la luz, cerraba la
tapa y tocaba su música en la
clandestinidad durante horas" (16).

Mateo Kelly, descendiente de irlandeses, recuerda que en
su casa paterna, las reuniones se animaban con violín y
verdulera para entonar The wedding of the green y Mother Machree.
‘Allí donde se juntan dos irlandeses aparece la
música, los bailes, los cuentos
–agrega Teresa Deane-. En la casa de mi abuelo había
gaitas, arpas, piano’ " (17).

" ‘Ya en los años 50 el padre Fidelius Rush
y el asturiano Manolo del Campo organizaban festivales de
música y baile celta, pero en el 85 se hizo el Primer
Encuentro Pan Celta en el Club Fahy’, recuerda Susana
Shanahan, periodista y conductora del Plum Pudding (por el
budín de ciruela con whisky, plato típico
irlandés), un programa de
radio que
gira, obviamente, alrededor de la cultura celta.
‘Este auge era un eco de lo que pasaba en el mundo, donde
The Chieftains, U2, Clannad o Enya ganaban grandes
audiencias’ " (18).

Amaban la música quienes se establecieron en la
Colonia San José, en Entre Ríos. Eran franceses,
suizos, alemanes y piamonteses. "No todos tenían gran
preparación intelectual –dice Celia Vernaz. Si bien
vinieron médicos, bachilleres y gente que tenía
escuela y que
pudo dedicarse a enseñar, otros solamente sabían
trabajar, aunque algo que llama la atención es que la mayoría
conocía música y formaban parte de la Banda"
(19).

Entre los alemanes del Volga, "La institución del
Schulmeister, trasladada también a la Argentina, fue muy
importante hasta mediados de siglo. Estos maestros no sólo
contribuyeron a la conservación del idioma natal sino que,
con su habilidad para organizar coros parroquiales, transmitieron
en forma musical relatos e historias antiguas que de otra forma
se habrían perdido". Nicolás Dening, alemán
del Volga entrevistado en Paraná, "recuerda que en su
aldea natal, Valle María –Diamante, Entre
Ríos-, el Schulmeister era un músico autodidacta
que sobresalía en toda la región por sus cualidades
de organista" (20).

La música alegra a los armenios. Dice una
inmigrante: "Al principio extrañaba mi pueblo…
Después, al reunirnos los sábados a la noche con
otros armenios (mi hermano tocaba el violín y yo, el
acordeón), no extrañé tanto"
(21).

Carlos Balá dijo en un reportaje: "Mi viejo
quería que yo fuera cantante. Una vez me regaló
como una guitarra árabe, una mandolina. (…) Era sirio.
Vino a los 16 años. El no llegó a ver mi fama"
(22).

Disfrutaban de la mùsica inmigrantes y criollos,
en Misiones: "Por las noches, despuès de cenar, los martes
y viernes en lo de Rathhof se hacìa mùsica.
Venìa herr Engelsberg con su esposa y su violoncello y el
señor Di Matteo con su violìn, Walter arrimaba su
propio viloncello y rodeaban el piano de Zaida,
dedicàndose a hacer mùsica durante un poco
màs de una hora" (23).

Al fallecer su padre, el Chango Spasiuk lo
despidió con lo que el hombre
amaba: la música: "Cuando todos se fueron, le
pregunté a mamá qué le parecía y ella
me dijo que si quería tocar, que tocara. Entonces le
metí nomás. Le dí duro. Te imaginás
–dice a Leila Guerriero-, a las tres de la mañana,
tocando el acordeón en el velorio de mi papá, es
una imagen loca y se
puede interpretar mal, pero por qué no iba a tocar, si mi
papá amaba la música" (24).

Toca el acordeón un inmigrante, en el schotis
titulado "El Gringo Creñuk", con letra de Teresa Parodi y
música de Antonio Tarrago Ros. Transcribo un fragmento:
"Por la picada, descalzo, Creñuk/ viene cruzando las
llamas del sol/ roja la tierra le
incendia los pies/ cuando la pisa marcando el talón.// Si
voltea un tronco, siente/ que voltea su dolor/ con las mismas
manos tala/ árbol, pena y corazón./
Y le arranca melodías/ torpemente al acordeón/
mientras canta para todos/ con ternura esta canción"
(25).

Un pequeño nieto de rusos intenta aprender por
las suyas a tocar el bandoneón que le había
prestado un vecino: "Al caer la tarde, con los deberes ya hechos,
Emilio llevaba el banquito y el bandoneón al patio y se
ponía a tocarlo. Mejor dicho, a descubrirlo.
Recorría uno tras uno los botones que tenía de cada
lado, probaba estirándolo y arrugándolo, lo
golpeaba despacito con los nudillos en la madera del
costado. Por ahora no le salía nada que se pareciera a un
tango, pero
esa jaula oscura tenía algún misterio. Por
momentos, a Emilio le parecía que se movía sola.
‘Lo que pasa –pensaba- es que todavía no
sé regular bien el aire que le meto
o le saco’. Pero el bandoneón, como si estuviera
vivo, a veces le daba un sacudón sobre sus rodillas y
Emilio tenía que sujetarlo para que no se le fuera al
suelo"
(26).

La música acompaña, alegra los momentos
tristes, y acerca a esa tierra que
quizás no se volverá a ver.

Notas

1 Hernández, José: Martín
Fierro. Testo originale con traduzione, commenti e note di
Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires,
Asociación Dante Alighieri, 1985.

2 Carriego, Evaristo: en Historia de la Literatura
Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

3 Scotti; María Angélica: Diario de
ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé,
1996.

4 Bianchi, Alcides J. Valentín el inmigrante.
Santiago de Chile, Ed. del autor, 1987.

5 Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos
Aires, Compañía General Fabril Editora,
1963.

6 Delaney, Juan José: Marco Denevi y
la sacra ceremonia de la escritura: una
biografía
literaria. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 244 pp.

7 Andruetto, María Teresa: Kodak. Córdoba,
Ediciones Argos, 2001.

8 Ibarguren, Carlos: La historia que he vivido. Buenos
Aires, Ediciones Dictio, 1977.

9 Bianchi, Alcides: Aquellos tiempos… Buenos Aires,
Marymar, 1989.

10 Muzi, Carolina: "El siglo que yo vi", en
Clarín Viva, 26 de septiembre de 1999.

11 González Carbalho, José: "Cuando mi
padre habló de su infancia", en
Requeni, Antonio: "Un poeta arxentino en Galicia: González
Carbalho". Separata del Boletín Galego de Literatura.

12 Monjeau, Federico: "Carlos Núñez. En la
cresta de la ola celta", en Clarín, Buenos Aires, 11 de
mayo de 1998.

13 Castro, Manuel: "Manuel Dopazo", en Viajero
Celta.

14 Deus, Gabriel: e-mails enviados a MGR en
2004.

15 S/F: "José Cameán Parcero". Un vecino
de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El Mensajero Gallego,
N° 2, Abril de 1998.

16 Fernández Díaz, Jorge: op.
cit.

17 Guyot, Héctor M.: "Sociedad.
Irlandeses en la Argentina. Una verde pasión", en La
Nación
Revista,
Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos de Daniel
Pessah.

18 ibídem

19 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe,
Colmegna, 1991.

20 Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al
Volga y del Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis
Instituto Torcuato Di Tella, 1986.

21 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: "Los
armenios en Buenos Aires" La reconstrucción de la identidad
(1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

22 Aizen, Marina: "Carlitos Balá //
Profesión: Actor cómico". Foto: Rubén
Digilio. En Clarín, Buenos Aires, 10 de setiembre de
2006.

23 Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
historias. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996.

24 Guerriero, Leila: "Chango Spasiuk. Chamamé por
el mundo", en La Nación
Revista, Buenos Aires, 14 de enero de 2001.

25 Parodi, Teresa y Tarrago Ros, Antonio: "El Gringo
Creñuk", en www.tarrago-ros.com.ar.

26 Califa, Oche: "Historia con tango y misterio", en Un
bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana,
2002.

Baile

Se bailaba durante la travesía. Bailaba la
clase alta;
cinco hermanas gallegas recuerdan "los oropeles del baile de
primera clase que habían espiado colgadas de un ventanuco
de la cubierta. En el barco, los brillos y perfumes de los ricos
estaban confinados en un salón, bien protegidos de los
vahos de la chusma que se apiñaba en la bodega" (1). Lo
relata Guadalupe Henestrosa en Las ingratas, obra distinguida en
2002 con el V Premio Clarín de Novela.

Bailaban los inmigrantes. Lo recuerda Johann Bodemann,
quien dejó Valais en 1857, y escribe: "Todo cambiaba
cuando mejoraba el tiempo: se
bailaba, se cantaba, se jugaba. El tiempo pasaba pronto. Con
nosotros viajaban jóvenes alegres, quienes cantaban muy
bien, más que todo al anochecer, cuando la luna hermosa
alumbraba el mar tranquilo, y la brisa agradable soplaba del
océano. Hemos visto una gran variedad de animales marinos.
A veces bailábamos farándulas dando vueltas por
todo el barco. Hemos pasado así muchas noches sobre el
puente, hasta las doce o la una de la mañana, tan era eso
hermoso" (2).

En el barco se crean lazos que perduran en la nueva
tierra; éstos se evidencian, por ejemplo, en la
elección de los compañeros de baile. Lo afirma
Sergio Pujol: "Uno baila con los de su clase social, sus
paisanos, los de su provincia, los de su misma edad, con los
inmigrantes que llegaron con uno en el barco" (3).

"El Tango –sostienen Daniel Yarmolinski y Graciela
Pesce- desde sus comienzos ha participado en la lucha para la
estructuración del sentido que caracterizó a la
sociedad argentina. Su música, su poesía,
su ejecución ofrecen maneras de ser y de comportamiento
y también formas de satisfacción física y emocional.
Por ello, abre una brecha para que se encuentren las generaciones
brindando diferentes mensajes para reconocernos" (4).

A criterio de la antropóloga María Susana
Azzi, "La sociedad argentina siempre ha sido un melting pot o
crisol de razas y todavía lo es: la Argentina es una
sociedad abierta donde no existen ghettos. El tango como
institución informal que acogió a decenas de miles
de inmigrantes –especialmente italianos-, es un ejemplo muy
regio de eso. La investigación del tango es la historia del
multiculturalismo en la sociedad argentina y es el rescate de
redes sociales y
de símbolos de identidad cultural. El tango es
una experiencia multivocal que cuenta la historia de personas muy
diversas; es la aceptación de la diversidad y la
inclusión de lo marginal dentro del sistema. No
sólo es un vehículo que acelera la integración cultural sino que el tango es
un integrador multicultural. En el estudio del tango encontramos
una clave para comprender la trama esencial de la sociedad
argentina moderna. El tango expresa temas culturales con los
cuales el argentino se identifica; el tango moldeó la
psicología
de mucha gente. En una sociedad de inmigrantes con raíces
aún jóvenes, cuando los padres y el estado no
brindaron una educación que
reflejara las edades del país, el tango fue la respuesta a
esta omisión. El tango es un género
popular complejo que incluye danza,
música, canción, narrativa, gestual y drama. Es
filosofía y pathos. En el tango confluyen innumerables
elementos culturales y estéticos de origen africano,
americano y europeo, que a su vez interactúan y se
potencian. (…)" (5).

Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la
colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del
Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por
las fiestas populares irían menguando con los años,
en bulliciosas noches de carnaval en las que nos
peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras
nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo
del pasodoble o la muñeira, después de haberse
atragantado con las sardinas españolas y las morcillas
vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
perfumados como las señoras que atiborraban la pista,
atraídas por una estridencia de trompetas y por las
toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los
pantalones blancos de los Gavilanes de España,
que era el conjunto musical que animaba las tertulias y las
verbenas" (6).

En Secretos de familia (7),
Graciela Cabal recuerda su aprendizaje de
muñeira: "A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan
estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira,
porque la muñeira se la enseñó la madre. (La
madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar
la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la
enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le
digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por
favor, me enseña a mí a bailar la muñeira.
La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto
me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no
baila… ’Sea buena, mamita’, le dice
Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces
la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm mmmmm y a dar unos
pasos. Y después se ve que se anima porque se pone a
cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las
chancletas y el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el
papá del trabajo y
primero se asusta y pregunta qué es lo que está
pasando en esa casa, y después se ríe y se pone a
bailar enfrente de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a
Rodríguez si quiere bailar, porque algo aprendí, de
mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la
mamá de Rodríguez, que nunca se ríe. A la
mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira
ni se le notan los bigotes".

El baile ilumina los últimos momentos de una
anciana inmigrante. Cuando "Doña Conce", la gallega del
cuento de
Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, "e
incorporándose en la cama, comenzó a bailar.
Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa,
con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal
agilidad que en la habitación entró un viento
fresco de montañas, con olores de campo y de menta.
Tarareaba al mismo tiempo una música tan extraña y
bella que quienes escuchaban, a pesar de la gravedad de las
circunstancias, no pudieron evitar acompañarla con
movimientos de pies. Luego, agotada de tanta danza, apoyó
la cabeza en la almohada, respiró profundo varias veces, y
cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como soñando
un buen sueño" (8).

Susana Casati escribe acerca de su adolescencia
en Floresta, en 1943: "El Sr. Pérez es bajito y de tez
morena. Se sienta en el viejo banco de hierro y
madera del patiecito central y por la puerta de doble hoja,
abierta de par en par, mira bailar a los jóvenes mientras
hace girar, parsimoniosamente, su sombrero Orión. De tanto
en tanto, una de sus tres muchachas se le acerca: ‘Un
ratito más, Tatita’, y un beso o una masita. Giran y
giran muchachos y chicas. El Orión del Sr. Pérez
gira y gira… (…) Paula y Cunco Pérez –un ratito
más, Tatita- se divierten como locas con los dos vecinos
nuevos de la cuadra, los rubios irlandeses Wilfi y Noldo"
(9).

La danza era muy importante en los esponsales judíos
en el litoral. Máximo Yagupsky dice: "El casamiento
judío consistía de grandes celebraciones. Se
improvisaba una gran tienda hecha con las lonas que se usaban
para proteger las parvas de las lluvia. Se hacía un alegre
festín con todo el ritual, la jupá, es decir, el
palio nupcial, la música y danzas. Y naturalmente
había mucha comida y había también comida
para los gauchos vecinos,
los cuales se reunían afuera a saborear los manjares y
dulces. Y mientras los músicos ejecutaban melodía
judías o rumanas, los gauchos, afuera, tocaban el
bandoneón o la guitarra y bailaban también. En
algunas ocasiones se cruzaban las rondas del freilej o la tijera,
con el chamamé, el tango y el pericón"
(10).

En la danza se integran las culturas. Esto
sucedió, por ejemplo, en el Liceo Franco Argentino Jean
Mermoz, donde, para festejar los treinta años del
instituto, los alumnos de primaria –muchos de ellos de
nacionalidad
francesa- bailaron el pericón (11).

Trajeron en el barco sus danzas. Inmigrantes y quienes
de ellos descienden las interpretan hoy día, al tiempo que
cultivan la tradición del país que los
recibió.

Notas

1 Henestrosa, María Guadalupe: Las ingratas.
Buenos Aires, Clarín-Alfaguara, 2002.

2 Vernaz, Celia: op. cit.

3 Pujol, Sergio: "El baile, una historia de sexo, violencia y
tensiones sociales", en La Capital, Mar
del Plata, 13 de febrero de 2000.

4 Yarmolinski, Daniel y Pesce, Graciela: Bulebú
con soda: tangos para chicos. Con prólogo de Horacio
Ferrer. Buenos Aires, Corregidor, 2005. 256 pp.

5 Azzi, María Susana: "Aportes de las
colectividades a la cultura nacional: La contribución de
la inmigración italiana al tango", en Archivo
Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad de
Olavarría, Secretaría de Gobierno,
Año 2000, Revista N° 4.

6 Ghitta, Víctor Hugo: "Elegía a Paco
Rabal dormido en Aguilas", en La Nación, Buenos Aires, 2
de septiembre de 2001.

7 Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos
Aires, Debolsillo, 2003.

8 Dietsch, Jorge: "Doña Conce o la despedida", en
El Tiempo, Azul, 14 de marzo de 1999.

9 Casati, Susana: "De otros tiempos. El
‘Orión’ del Sr,. Pérez", en El Tiempo,
Azul, 13 de marzo de 2005.

10 Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Fraterna, 1986.

11 Beltrán, Mónica: "Un colegio con acento
francés", en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre
de 1999.

Juegos

En el Hotel de
Inmigrantes, los hombres se entretenían con diversos
juegos.
Escribe María Teresa Andruetto: "Por la tarde,
después de comer y limpiar, después de averiguar en
la Oficina de
Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con
sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han
conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura,
a los dados o a las bochas" (1).

En Gris de ausencia, el Abuelo, ya de vuelta en Italia, habla en
sus desvaríos con su adversario en el tute en la
Argentina: "Cucá osté, don Pascual. Spada e
triunfo. Termenamo el partido e dopo no vamo a Piazza Venechia,
¿eh? Agarramo por Almirante Brown… cruzamo Paseo
Colón e no vamo a cucar al tute baco lo árbole"
(2).

Los italianos jugaban a los naipes. Recuerda Fernando
Sorrentino que "Juan Carlos Rizzo, entonces niño de nueve
o diez años, testimonia el uso, hacia 1940,del cocoliche
(no literario sino espontáneo) por parte de los italianos
(los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su
padre. (Los criollos) jugaban al truco, al mus y al tres siete
mezclándose con los tanos. Era gracioso escucharlos cuando
imitaban los dichos de los gringos tratando de traducirlos… O
cuando, a la inversa, eran ellos los que, acriollándose en
una imitación muy graciosa del decir de nuestros paisanos,
improvisaban sus versos. Muchas veces mi padre me llamó
para que los escuchara… Io sono un criocho italiano/ que
parla mal la castilla./ ¡Non se caiga de la silla,/ que
tengue flor nella mano…!’. En seguida seguía
el divertido contrapunto, que terminaba por transformarlos en
auténticos payadores: ‘Y yo soy criollo, no gringo,/
y atajate, que te bocho:/ ¿cómo se dice en tu
lengua/
contraflor con treinta y ocho?’. Terminada esa partida, o
la siguiente (porque el orden no viene al caso), uno de los
truqueadores gringos respondía en tono de milonga
pampeana: ‘Aquí me pongo a cantare/ co la guetarra a
la mano/ e le canto ¡contraflore!/ Angárresela,
paisano’ " (3).

Chilo Parisi cuenta que en La Rioja, "Los paisanos
italianos que vivían en el barrio de Vargas, se
reunían en cada caa todos los domingos para jugar a las
cartas:
Tresette, Biscambra y Patrón y Sotto (patrón y
subalterno). Estos juegos eran típicos de Italia. (…) En
estos encuentros se estrechaban vínculos de parentesco,
amistad y
camaradería, siendo los juegos muy cordiales y
tomándolos como en entretenimiento, de paso contar
anécdotas pasadas durante la 1° Guerra Mundial
(1914-1918) en la que combatieron todos estos
paisanos".

Estas narraciones, las hacían cuando se tomaban
un breve descanso, en la que el dueño de casa invitaba a
todos los presentes a comer unas ricas sopresattas, salchichas y
un buen queso, acompañado con un pan recién
horneado, todo ello, preparado y servido por el anfitrión,
en la que no faltaba la damajuanita de vino tinto. Cuando se
iniciaba el juego del
tresette o la brisocla y finalizado el mismo, se daba comienzo al
Patrón y Sotto en la que venían amigos a
divertirse, viendo cómo se jugaba este juego tan especial
y distinto de otros. Los visitantes podían beber en
cualquier momento, no así los jugadores. El juego
consistía en dar 2 cartas a cada jugador, ganado el que
mayor escalera obtenía, por ejemplo el 11 y el 12 eran las
más altas y era elegido Patrón, el que lo
seguía en la escalera, se lo designaba
‘Sotto’, estos ganadores eran dueños y
encargados de administrar la bebida previo acuerdo, se
determinaba la bebida a jugar, lo que era de muy poco
monto".

"En ciertas ocasiones el Patrón y Sotto, invitaba
a beber a todos los jugadores, en otras a algunos, a veces a
ninguno y se la tomaban ellos, también se daba el caso,
cuando no se ponían de acuerdo el Patrón y Sotto,
se tomaba toda la bebida el Patrón. Lo gracioso era cuando
se dejaba a uno o dos jugadores durante toda la tarde al
‘Urmo’ (al último) y les daban a beber unas
pocas gotas de vino… para que no se les secara la boca… hasta
el próximo domingo. Esto era cuando se acercaba el
crepúsculo y era hora de ir cada uno a su casa"
(4).

Victoriano de Miguel jugaba al truco. En un reportaje,
María Esther de Miguel expresó: "Mi padre era un
republicano español
que a los 19 años se vino de España para no hacer
la conscripción. Autodidacta, gran lector de temas de su
especialidad (mecánica, física, ingeniería), preocupado por la política, canalizaba
sus inquietudes en la lectura de
diarios… y en las discusiones en torno a la mesa
de truco los sábados y domingos" (5).

Carlos Penelas es el autor del poema "Los trasterrados",
que dedica a sus abuelos gallegos Pedro Penelas y Tomás
Abad. En él dice: "Llevaban en la sangre/ el honor,
la palabra, la brisca" (6).

En su casa, los hijos del gallego Pampillo jugaban al
truco (7).

Enrique Aramburu escribe: "Todavia recuerdo que mis
mayores se reunían en la estancia Dos Hermanas de Olavaria
en la década del 70 con motivo del cumpleaños de
Alejandro Aramburu, continuando la tradición de Pedro
Aramburu (hijo de los que llegaron en la decada de 1860 a los
pagos), y jugaban al mus. Es posible que tres expresiones que
allí se utilizaban puedan explicarse por la lengua vasca:
"va y va" para la grande y la chica, sería bai, ba "si,
pues". "Ordago" (que significa que se juega todo el partido a un
lance), por hor dago "ahi esta". Y la forma de contar los puntos
que se juegan en los partidos, "un amarrueco", "dos amarruecos"
(los partidos comunes se jugaban a cuatro "amarruecos" y los de
desempate, a ocho "amarruecos", segun relata mi padre). Si bien
eran divisiones de a cinco, la similitud fonetica es demasiado
grande como para resistir la tentación de vincularlos con
hamarreko, "de a diez", y suponer que así como se
deformó la fonética, se puede haber deformado el
significado de la cantidad" (8).

Juega a los naipes un inmigrante ruso en Rivera,
provincia de Buenos Aires. Narra el hijo, protagonista de Hermana
y Sombra, de Bernardo Verbitsky: "Cuando no lo encontraba en la
estación me dirigía a la confitería de
Jitrik, una especie de bar donde jugaba al preferans (escribo
como se pronuncia un juego ruso de cartas con nombre
francés), con algunos conocidos" (9).

En Hija del silencio, Manuela Fingueret relata,
refiriéndose a bielorrusos: "Algunas noches de
sábado, los primos se reúnen con amigos, paisanos
de barco o pueblos natales, y juegan al veintiuno con cartas de
póker, mientras ella los oye reír y conversar,
acostada en el sofá, intentando leer algunos diarios para
aprender el idioma" (10).

Las mujeres judías de La logia del umbral, de
Ricardo Feierstein, juegan al póker: (11).

En Bariloche, en el Boliche Viejo, Butch Cassidy,
Sundance Kid y su banda jugaban al poker. "Cuenta
Edith Jones: ‘Mi suegro, Jarred Jones, compartió con
ellos largas partidas de póquer y cuando se le preguntaba
cómo jugaban decía que no jugaban, que eran
profesionales, ganaban siempre" (12).

Al dominó juega Gurovitz: "Mario avanzó
hacia el fondo no tardando en divisar la ‘media
americana’ de su hermano inclinada cerca de la oreja del
padre, quien parecía muy preocupado por las fichas de
dominó recibidas" (13). El inmigrante decía a sus
hijos que el billar era para "goim".

Señala Luis León que los sefaradíes
trajeron de su tierra la lotería: "El tradicional juego de
la lotería, era uno de los divertimentos que los
djidiós trajeron como costumbre de Turquía. Este
pasatiempo lograba interesar, reuniendo desde la
generación de los nietos a los abuelos. La atención
en torno a una bolsita con las piezas numeradas y los cartones,
solía durar un tiempo largo. Los porotos cumplían
la función
de cubrir en el cartón los números ya "cantados".
El que extraía y cantaba cada bolilla, era generalmente el
que tenía sentido del humor y buena memoria para
anticipar cada número que salía con un apodo o
frase que la tradición había creado. Por eso
ponía su mano dentro de la bolsa de paño cosida por
la abuela, removiendo bien como para "cambiar la suerte" del
juego, y con cautela sacaba uno diciendo "tirilín keresh o
bailar?" y los jugadores sabían que había
extraído el número tres. Eso prolongaba bastante
más cada jugada y la hacía divertida, ya que el
premio al que completaba una "quintina" es decir una línea
de cinco números o el cartón entero, solía
ser el entusiasmo del afortunado, y algún premio
consistente en algunas monedas. Sobre la base de la
tradición traída de Turquía, los
djidiós agregaron apodos locales, y eso además de
un juego, nos muestra la
dinámica con que se fue modificando la
cultura y la lengua" (14).

Los armenios iban a la fonda: "Allí se
podía jugar al tavlí (backgammon), pasatiempo
común entre los orientales. Dos armenios comenzaron
jugando entre sí en aquella fonda. Con el tiempo, entre
sonrisas y miradas laterales, se fueron incorporando los otros. O
faltaba algún árabe que también se agregaba
inmediatamente al grupo. El
tavlí terminó siendo otro de los miembros
infaltables del paisaje de la fonda, donde las denominaciones
armenias del juego, bien o mal pronunciadas, se escuchaban con
naturalidad pues formaban parte de sus reglas y del vocabulario
técnico".

Un armenio recibe un obsequio: "Por fin, el papel
cedió espacio a su contenido. Era un lujoso tavlí,
de ónix. Aigás estaba mudo. Miraba al tío,
miraba el costoso regalo y comenzó a temblar mientras
contenía un sollozo que pujaba por salir, como si fuera un
carretero que tiraba de las riendas para que no escaparan sus
locos caballos. Sólo atinó a abrazar al tío,
que había dado con el regalo justo. Sentía algo
raro, como si con ese tablero y fichas de ónix estuviera
recuperando algo de su autoestima"
(15).

En su casa de Villa del Parque, el abuelo de un
personaje de La logia del umbral, atesora varios juegos de
ajedrez:
(16).

En La grande, Juan José Saer relata que Yusef
"Había llegado desde Damasco al final de los años
veinte, para trabajar como empleado en el negocio de un
tío suyo, en plena llanura, no lejos de Rosario, a orillas
del Carcarañá. Todavía no había
cumplido dieciséis años; unos meses después
de llegar; una tarde, el tío lo llamó al fondo del
patio y, bajando la voz y mirando a su alrededor para asegurarse
de que no había nadie, sacó una taba del bolsillo,
explicándole que esa noche iba a haber una partida, y que
él iba a tirar a propósito la taba hacia el fondo
del patio, en la oscuridad, y que lo iba a mandar a buscarla, de
modo que lo único que tenía que hacer era cambiar
las tabas y traerle no la que él había tirado al
fondo del patio, sino esa que le estaba mostrando y que acababa
de sacar del bolsillo del pantalón. Pero Yusef, que sin
embargo quería de verdad a su tío y le debía
todo, se había negado, diciéndole que no era por
miedo, pero que, aunque le hubiera gustado mucho complacerlo,
él no podía hacer una cosa semejante. El tío
pareció comprender sus razones y le dijo que no se
preocupara. Yusef calculó que esa noche debió pasar
algo con las dos tabas, porque a su tío le pegaron once
tiros: no lo mataron –vivió hasta los noventa y tres
años con dos balas en el cuerpo que nunca le pudieron
sacar; y murió de golpe una tarde durante una partida de
tute- aunque por prudencia tuvo que dejar el pueblo para
instalarse en Rosario, que era la capital de la mafia en aquella
época" (17).

Notas

1 Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos
Aires, Sudamericana, 2000.

2 Cossa, Roberto: Gris de ausencia, en Teatro 3. Buenos
Aires, Ediciones de la Flor.

3 Sorrentino, Fernando: "Del italiano al cocoliche", en
Centro Virtual Cervantes,
Instituto Cervantes (España), 31 de marzo de
2003.

4 Parisi, Chilo: "El Padrono y Sotto de los Paisanos",
en El Independiente, La Rioja, 1° de junio de
2003.

5 Zanetti, Susana (directora): "María Esther de
Miguel", en Encuesta a la
literatura argentina contemporánea. Buenos Aires, CEAL,
1982. Tomo VI de la Historia de la literatura argentina.
(Capítulo)

6 Penelas, Carlos: "Los trasterrados", en El mirador de
Espenuca. Buenos Aires, Torres Agüero Editor,
1995.

7 Pampillo, Gloria: op. cit.

8 Aramburu, Enrique: La lengua más antigua de
Europa: el vasco
en su literatura y apellidos. Buenos Aires, Biblos, 2001. 127
pp.

9 Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires,
Editorial Planeta Argentina, 1977.

10 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires,
Planeta, 1999.

11 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

12 Scaffino, Elena: " Parrilla y anécdotas en una
posta típica", en La Nación, Buenos Aires, 25 de
junio de 2006.

13 Goldberg, Mauricio: op. cit.

14 León, Luis: "Jugando a la lotería", en
SEFARaires N° 10, Buenos Aires, Febrero de 2003
(sefaraires[arroba]fibertel.com.ar

15 Bedrossian, Eduardo: Memorias para
no olvidar. Buenos Aires, 1998.

16 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Galerna, 2001.

17 Saer, Juan José: La grande. Buenos Aires, Seix
Barral, 2005.

Juegos infantiles

El protagonista de El pequeño obispo, de Fernando
de Querejazu, "pasaba gran parte del día en su bicicleta
de madera con sus amigos, compitiendo sin manos o parado sobre
ella. En muchos lugares, los desniveles entre las veredas y las
calles, aún sin pavimentar, eran peligrosos.
Constituían trampas donde sus proezas terminaron a menudo
en espectaculares caídas" (1).

La hija de Londeiro juega a las estatuas con las hijas
del árabe: "se quedaba inmóvil con un pie en el
aire. (…) -¡Míralas! Se creen unas reinas… pero
tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina la
Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena" (2).

Mario Gurovitz jugaba con su amigo, Coria, hijo de
gallegos: "Pasaron alegres horas en las que jugaron al
‘Estanciero’ después de recorrer horno y
pasillos, depósitos y cuartos blanqueados de harina y
haber comido facturas con café
con leche". El
pequeño Gurovitz "no inventó aventuras espaciales,
Héctor era más dado a los combates de indios y
cowboys. No tardaron demasiado en constituir alternadamente el
Llanero Solitario y Toro, Cisco Kid y Pancho, Rin Tin Tin y
Rosty" (3).

El protagonista de Hermana y Sombra juega al ajedrez:
"Las nubes se adensaban por minutos ennegreciendo el cielo.
Tormenta. Lluvia. Y esto, unido a la sensación de estar
bajo seguro techo,
creaba anhelos indefinidos. Y de pronto la vaga ansiedad se
precisó. Quería jugar al ajedrez, pero lo deseaba
apremiado por una necesidad imperiosa, más aún, por
un verdadero furor, como si hubiera entrevisto la felicidad y
estirara las manos para atraparla ya" (4).

En Hayrig II, ensayo de
Eduardo Bedrossian, una familia juega al iadés: "Con
frecuencia participábamos, incluso los niños,
en un entretenimiento de sobremesa, un juego inocente que
sólo requería disponer de algunos huesos de pollo.
(…) Para no perder, era necesario decir ‘me
acuerdo’ cada vez que el ocasional adversario le entregaba
algo. Perdía quien al recibir en mano cualquier objeto
olvidaba repetir la consigna ‘me acuerdo’ o ‘lo
tengo en mente’. Recordarlo después de recibido,
aunque fuera instantáneo, significaba perder"
(5).

Krikor, emigrante armenio, "No estaba preparado para
jugar con su hijo más que al mistán. La mano de uno
de los jugadores se apoyaba sobre una mesa o en la cama. La del
otro, pasaba su palma sobre el dorso del primero y suavemente le
hacía ofrecimientos. ’¿Quieres queso?’
‘¿Quieres pan?’ Tras varias ofertas
podía, sorpresivamente, golpear la mano del contrincante
que debía tener la habilidad de retirarla a tiempo, sin
dejarse madrugar".

Nersés, el hijo argentino de Krikor, se
decía, pronto a casarse: "Atrás quedaron los juegos
con los chicos del barrio: las figuritas, las bolitas, la
competencia
por la escupida que llegara más lejos como si fuera una
prueba de salto en largo" (6).

En Morir en Marash, de Eduardo Bedrossian, el abuelo
dice a su nieto: "yo te voy a enseñar otro ta te ti
más interesante, con nueve fichas. El pícaro abuelo
conocía el juego por haberlo aprendido en Oriente. Sobre
la tapa de una caja de zapatos comenzó a dibujar
displicentemente tres rectángulos, uno dentro del otro, de
mayor a menor, unidos en sus mitades por cuatro rectas. A su
turno los jugadores colocaban las fichas en la
intersección elegida. Al terminar con todas comenzaba el
movimiento
siguiendo las líneas. Cada vez que el jugador reúne
tres fichas en fila horiontal o vertical, dice ‘ta te
ti’ y tiene derecho a quitarle una ficha al adversario,
siempre que no sea parte de otro ta te ti ya armado"
(7).

Alcides Bianchi recuerda los juegos de su infancia, en
Mendoza: "Una época de mi niñez se
caracterizó por el hecho de que había una cantidad
considerable de juegos infantiles que hacían nuestra
delicia por su variedad y atractivos; nos permitíamos el
lujo de elegir aquellos que nos proporcionaban mayor
diversión por sus características. Los juegos
más comunes eran, por ejemplo, ‘las
escondidas’, ‘la ladronada’, ‘la
mancha’, ‘el luche’, y por supuesto las
bolitas, al que nadie podía sustraerse, habiendo tenido
siempre vigencia". Jugaban, además, con barriletes,
trompos y figuritas y con los animales que se criaban en su casa;
organizaban carreras de escarabajos, y hacían
muñecos de nieve (8).

Nelvy Bustamante se refiere a los juegos de los galeses,
en Chubut: "Las niñas solían jugar con
muñecas que tenían el cuerpo de trapo y la cara,
las manos y los pies de porcelana, y con tacitas y teteras que
llegaban en los barcos. (…) Los varones tenían juguetes
fabricados en forma artesanal. Con un poco de imaginación,
un hueso de animal al que se le ataba un hilo era convertido en
carro . (…) Niños y niñas saltaban a la soga y
practicaban juegos grupales similares al Martín Pescador y
a la mancha. (…) Hay quienes recuerdan que con botellas de
distintos tamaños, los chicos representaban una familia.
Si alguna botella se rompía simulaban el velorio y el
entierro, que incluía cánticos y rezos"
(9).

Notas

1 Querejazu, Fernando de: El pequeño obispo.
Buenos Aires, 1986.

2 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires, Bruguera,
1984.

3 Goldberg, Mauricio: op. cit.

4 Verbitsky, Bernardo: op. cit.

5 Bedrossian, Eduardo: Hayrig II. Buenos Aires,
1995.

6 Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos
Aires, Edición
del autor, 1998.

7 Bedrossian, Eduardo: Morir en Marash. Buenos Aires,
Edición del autor, 2004. 448 pp.

8 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos…. Buenos
Aires, Maymar, 1989.

9 Bustamante, Nelvy: Cuentan en la Patagonia.
Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005., 64
p. (Cuentamérica)

Fútbol

Carlos Skovgaard señala que "Los clubes River y
Boca, nacieron en la Boca. River primero se llamó Rosales,
en homenaje a una goleta que se había hundido. Se
constituyó el 25 de mayo de 1901, según dice la
placa que se encuentra en el atrio de la Iglesia de San
Juan Evangelista, en la Boca. Luego, un grupo de jóvenes
que practicaban futbol en el
baldío de la barraca de carbón Wilson, quiso hacer
del equipo un club de futbol, y lo llamó Santa Rosa, por
el 30 de agosto, dia que asi lo resolvió. Los dos equipos
se unieron y decidieron ponerle un nombre inglés
que tomaron de unos cajones amontonados en el puerto de La Boca,
y tenían escrito "The River Plate". Los colores de la
camiseta fueron tomados de la bandera genovesa, que es blanca con
una cruz roja en el medio".

"El club Boca Juniors también puso su placa en el
atrio de la Iglesia San Juan Evangelista y dice que fue fundado
el 3 de abril de 1905. Su camiseta era a rayas verticales blancas
y negras, muy delgadas. Pero otro club de Almagro, tenía
la camiseta igual. Decidieron hacer un partido por la tenencia de
los colores y perdió Boca, que debió buscarse otros
colores. Los componentes de nuevo club no se ponían de
acuerdo. Entonces, uno de ellos, Juan Brichetto, que era el
encargado de dar paso a los barcos en el dique de la
dársena, propuso: "Mañana por la mañana, el
primer barco que pase dará, con su bandera, los colores
que buscamos". Todos aceptaron. El barco fue sueco: bandera azul
y amarilla. Esa fue la camiseta de Boca Juniors".

"El club Boca Juniors nació en un banco de la
plaza Solís, de la Boca. Su primera cancha la tuvo en
Wilde hasta el año 1916. La cancha de River Plate estaba
en Dársena Sud y fue su presidente José
Bacigaluppi, auténtico genovés, el que
decidió trasladarla al baldío de Nuñez.
Desde los mismos comienzos, los encuentros de Boca y River,
constituyeron el "clásico" del fútbol argentino"
(1).

En "Algunas historias con mujeres en los barrios de
Buenos Aires allá por 1940", Zulema Buceta recuerda a su
padre gallego, hincha de fútbol: "Mi papá, este…
mirá, era gallego, pero no era… en realidad no era
gallego, porque se hizo ciudadano argentino, ¡eh!… Mi
mamá, no le hablaras de… pero mi papá,
sí… (…) Mi papá nació en el año
mil ocho noventa y dos. Mi mamá, en mil ocho noventa y
tres… él vino con la madre y con mi tío
José (…) No sabés las cosas que hizo mi
papá por Chicago… pilas de medias,
de los jugadores… porque ahora son medias con los colores, de
Chicago… pero esas eran blancas y las traía. No
sé quién las lavaría. Mi papá las
traía y me decía "ayudame a coser". Mi papá
en el galpón… que tenía un galpón
ahí (señala a la finca lindera, donde Zulema
vivió su niñez) y escuchaba las audiciones desde
Japón,
no sé de qué… y, entonces… te quiero contar
todo, viste… y al final, este, algo me queda… bueno, y me
decía que yo lo ayudara a coser las medias…"
(2).

Los argentinos de ascendencia polaca de El libro de los
recuerdos organizaban partidos de fútbol en la casa:
"Cuando se jugaba en el vestíbulo, todos los movimientos
del partido eran muy contenidos. Se jugaba con inteligencia y
precisión, el control
reemplazaba a la potencia y
siempre se rompía algo. (…) En el fondo había un
gran espacio vacío donde se podía jugar al
fútbol maravillosamente. En Polonia, en las aldeas, antes
de la Primera Guerra, no se
jugaba al fútbol, y sin embargo el abuelo Gedalia no se
había opuesto cuando Silvestre, con ayuda de su amigo
Verbo Cópula, consiguió los palos y se pasó
todo un fin de semana instalando los arcos" (3).

En Barracas, el hijo de armenios juega "al fútbol
en el baldío de la esquina, con una pelota de trapo o de
goma… según las disponibilidades de alcancía. Ese
terreno pertenecía a los chicos del barrio durante los
días hábiles. Los sábados y domingos era
territorio de los mayores que jugaban con una pelota de cuero
5, como la que pateaban los jugadores de la primera
división" (4).

En Mendoza, Alcides Bianchi y sus amigos jugaban a la
pelota: "En el barrio teníamos dos ‘canchas’
para jugar a la pelota –recuerda-. Una estaba ubicada al
fondo de la quinta de papá, sobre la calle Civit y la otra
al lado de la carnicería de Don Molinuevo, a media cuadra
de casa, sobre la Cmte. Torres. Teníamos fijada una hora
para hacer los partidos en las tardes, cuando ya habíamos
hecho los deberes de la escuela. Allí nos
juntábamos los chicos del barrio, de distintas edades,
formando los dos equipos y generalmente a los más
pequeños nos tocaba ser arqueros" (5).

Notas

1 Skovgaard, Carlos: "Italianos en la
Argentina".

2 Buceta, Zulema: "Algunas historias con mujeres en los
barrios de Buenos Aires allá por 1940", en Bitácora
global.

3 Shua, Ana María; El libro de los recuerdos.
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

4 Bedrossian, Eduardo: op. cit.

5 Bianchi, Alcides J.: Aquellos tiempos… Buenos Aires,
Marymar, 1989.

Pelota

En la provincia de Buenos Aires, como en otras
localidades, los descendientes de vascos juegan pelota. El Club
de Pelota Chascomús es "reducto de calificados pelotaris
locales, algunos de ellos de gran fama que traspusiera la
frontera
nacional. Su construcción, que representa a un
típico caserío vasco, se debe a los numerosos
descendientes de Euskadi residentes en la ciudad que amantes de
su deporte favorito,
no escatimaron esfuerzos para hacer realidad esta sede, hace ya
setenta y seis años, en el año 1925"
(1).

Notas

1. S/F: "Club de Pelota", en El Fuerte,
Chascomús, Año XVI, 4° Semana de Agosto de
2003.

Hurling

Susana Dillon evoca escenas de su infancia relacionadas
con este deporte: "En una oportunidad me llevaron a mí
también a la Capital, junto con Frankito. Coincidió
San Patricio con un remate de caballos en el tatersal.
Allá fueron los dos hombres y yo me prendí de la
mano de m tía. Ellos a renovar los famosos alazanes
mientras las damas del té a las cinco disponían de
la tarde para sus reuniones. Esta vez, terminadas las actividades
de los caballeros, nos llevaron a un partido de hurling que
constituye el deporte nacional por excelencia, tan antiguo como
reírse en Irlanda.

Los chicos, de entrada, nos enganchamos entusiastas al
juego que es una exigencia de velocidad,
astucia y aguante. Sus treinta jugadores divididos en dos teams,
con sus palos curvados persiguen una pelota escurridiza,
inalcanzable, mágica. Tanto me apasionó lo que
ocurría en la cancha como el colorido y el calmor de las
tribunas. Las amigas de Masggie me explicaron las reglas del
juego, mientras con Frankito nos devorábamos las
uñas por las emociones. Mi
primo no se perdía detalle fanatizándose aún
más que yo, porque ya era un espectador veterano"
(1).

Notas

1. Dillon, Susana: Los viejos cuentos de la tía
Maggie (Una irlandesa anida en las pampas). Ilustración de tapa e interiores: Angel
Vieyra. Río Cuarto, Córdoba, Universidad
Nacional de Río Cuarto, 1997. 91
páginas.

Esgrima

En Músicos y relojeros, de Alicia Steimberg, una
descendiente de rusos practica este deporte: "Nunca se supo muy
bien por qué Mele no trabajaba. Siempre fue una joven
soltera que cultivaba la pintura y
nunca ganaba un centavo. Un novio que tuvo en épocas
remotas la dejó plantada, y tardó en reponerse del
desengaño. Practicaba esgrima en un club de barrio. Los
demás esgrimistas no le llevaban el apunte una vez que
terminaban los combates. Mele colgaba el florete, la pechera y la
careta en el vestuario, y se iba a hacer sociedad con las
bibliotecarias del club, dos mujeres esqueléticas con
anteojos que eran muy, muy buenas" (1).

Notas

1 Steimberg, Alicia: Músicos y relojeros. Buenos
Aires, CEAL, 1983.

Pulseada

Al gallego Londeiro, personaje de Hacer la
América, de Pedro Orgambide, "El albanés lo
desafía a una pulseada. Uno es fuerte como un caballo,
piensa Manuel, pero uno no tiene ganas de pulsear. El
albanés ha puesto su dinero sobre
la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos
piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no
me juego el jornal". Sin embargo, lo hace: "Manuel Londeiro le
dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo
entre el jolgorio y el griterío de los estibadores"
(1).

Notas

1 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos
Aires, Bruguera, 1984.

Hobbies

"Para encontrar a Francisco Rapanaro hay que largarse
hasta Lanús
Este. Allí vive este artesano, de setenta años, con
su familia. Ya jubilado, de su taller salen reproducciones
metálicas de autos y
carruajes a tracción a sangre a escalas casi perfectas.
Nació en Grassano, en la región italiana de
Basilicata, y a los diecinueve años llegó a la
Argentina" (1).

Antonio Calculli "nació en la ciudad italiana de
Matera y desde muy chico se sintió atraido por mdificar
las formas de pequeños objetos. Se considera
‘escultor en madera, en general, y de miniaturas, en
particular’. (…) ‘Nunca estudié arte y la Segunda Guerra
Mundial me arrancó de mi patria y luego de estar en
Libia, Egipto,
Sudáfrica e Inglaterra,
recalé en la Argentina, donde empecé como albañil
y luego me convertí en comerciante. Recién
después de jubilarme, me pude dedicar a esta
pasión’, cuenta sobre su vida" (2).

Notas

1. Marchetti, Ricardo: "Tres locos lindos", en
Clarín, Buenos Aires, 7 de octubre de 2002.

2. ibídem

…..

Así se entretenían los inmigrantes y sus
hijos en la nueva tierra, en los momentos en que descansaban de
esa dura tarea de "hacer la América".

XIII
La nostalgia

Sintió nostalgia por su tierra la mayoría
de los inmigrantes que llegaron a nuestro país entre 1850
y 1950. Sintieron, asimismo, nostalgia por la nueva tierra
quienes, después de muchos años en la Argentina,
regresaron –temporaria o definitivamente- a sus
países de origen.

La tierra natal

Más allá de los logros obtenidos en la
nueva tierra, la nostalgia acompaña siempre al inmigrante.
A pocos les sucede como a Nicanor Fernández Montes, quien
"en verdad, nunca sintió nostalgia. No tuvo una mentalidad
anclada, cristalizada en el pasado. Jamás. Siempre
prefirió mirar para adelante" (1). O como a Francisco
Coira, quien nació en España en 1906 y expresa: "No
creo en la nostalgia…" (2).

En el hospital del Hotel de Inmigrantes –afirma
Horacio Di Stéfano-, los médicos se enfrentaban a
un mal incurable: "lo irremediable era la tan común
patología de los ‘enfermos de
añoranza’, lejos de sus raíces, con la
hermosa y triste vista al río que los envolvía
desde los ventanales" (3).

En su "Poema al emigrante universal", Manuel Conde
González refleja ese sentimiento en los versos que dicen:
"Impregnado de nostalgias/ sangrando melancolías/
jamás renuncia a la tierra/ que viera la luz un
día.// (…) Lleva siempre en su retina/ los cuadros de
ensoñación/ con hermosas alboradas/ y bellas
puestas de sol.// El camino a la escuelita/ al maestro preceptor/
la iglesia con sus campanas/ repiqueteando: din don"
(4).

La evocación de la tierra natal se asocia,
generalmente, a la de la infancia, en la que quien emigró
se sentía protegido, a pesar de la pobreza o las
guerras que
pudieran apenarle. La nostalgia por el país de origen se
trasunta en relatos, canciones, comidas típicas,
costumbres, tradiciones que se heredan imbuidas por ese
sentimiento.

A ella se refirió Ernesto
Sábato, en "La memoria de
la tierra", discurso
pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de
Oro a la
Cultura Italiana en la Argentina. Dijo en esa oportunidad: "Yo
fui el décimo hijo de una familia de once varones a
quienes, junto con el sentido del deber y el amor a
estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos
transmitieron la nostalgia de su tierra lejana". El sentimiento
se transforma en literatura: "Ese desgarro, esa nostalgia del
inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y
tumbas, el viejo D’Arcángelo, que extrañaba
su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus
navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida:
"¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo
D’Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos
acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en
general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que
transcurrió nuestra infancia. Así también mi
padre, descendiente de esos montañeses italianos
acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años
finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde
recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella
misma Paola de San Francesco, donde un día se
enamoró de mi madre" (5).

En Libro extraño, de Francisco A. Sicardi, un
inmigrante siente nostalgia. Relata el hijo: "muchas veces,
cuando volvía de noche de su trabajo y yo estaba al lado
de la vela de sebo, leyendo la cartilla, él me contaba las
cosas de su tierra, un pueblito todo blanco, al lado de la playa,
donde los pescadores cantaban con las piernas desnudas hasta la
rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía
agua verde y
pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que
tenían como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas
del mar contra los barcos perdidos y solitarios…"
(6).

Un inmigrante, antepasado de Nora Ayala, echa de menos
su pueblo: "¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que
extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto
habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando
los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras
lejanas, aventuras, ciudades, fortunas" (7).

Una italiana trae un puñado de tierra de su
patria; es la madre de Antonio Dal Masetto, transformada en
Agata, protagonista de dos novelas. Ella
recuerda: "Hasta último momento, yo seguía
formulándome preguntas que no encontraban respuesta.
Teníamos lo que habíamos querido siempre: la casa,
el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos defendido
esas cosas, las habíamos mantenido durante esos
años difíciles. Ahora, cuando aparentemente todo
tendía a normalizarse, ¿por qué
debíamos dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no
estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos
ríos. Había algo en mí que se
resistía, que no entendía. Sentía como si
una voluntad ajena me hubiese tomado por sorpresa y me estuviese
arrastrando a una aventura para la cual no estaba preparada.
(…) Llevaba en la mano una bolsita de tela y la llené de
tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi
padre punteando, sembrando hortalizas. (…) Entré en la
casa, abrí una valija y guardé la bolsita con la
tierra. Recorrí las habitaciones como había
recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las
paredes, las puertas, las ventanas. Me senté en un
rincón y me quedé ahí, sin moverme, hasta
que fue la hora de despertar a Elsa y Guido" (8).

Doménico, un campesino
italiano herido durante una huelga en
Buenos Aires, en 1919, siente nostalgia de su país. El
personaje creado por María del Carmen García "Se
quedó pensando en su casa de Pescara, la casa de sus
padres, las paredes amarillas, las viejas tejas rotas,
descoloridas, que cobijaban en una cocina y en una sola
habitación a una numerosa familia de doce almas. Su casa
estaba entre colinas, de forma que desde allí no
podía ver el mar, pero bastaba con que subiera hasta una
cumbre vecina para que apareciera, como en una visión
divina, el brillo enceguecedoramente azul de las aguas del golfo,
la alta y diáfana línea del horizonte, tan alta que
daba la impresión de un mar suspendido en el aire. Y los
barcos de todos los calados y los veleros con una fiesta de velas
al viento que semejaban una eterna despedida. (…) Esa tarde de
verano, agobiante y triste, en que se sentía tan solo y
tan dolorido, el recuerdo de su ‘paese’ lo
envolvía en una nube dulce de nostalgia" (9).

La nostalgia agobia a algunos italianos. Susana Aguad,
en "Al bajar del barco", escribe: "El sol es tan
fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo día el
comienzo del verano, mientras que aquí, en el
confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben
los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya
están todos alineados frente al desembarcadero. A la
derecha de la oficina de registro se
levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes.
Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y
con sus tarjetas
numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de
una travesía de dos meses que les quitó fuerza y
salud. Sin
embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas
cuando miran por última vez al ‘Génova’
con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (10).

"Las distancias son sólo un pretexto para
ejercitar la nostalgia -afirma Mónica López
Ocón en "Interior italiano", uno de los textos ganadores
en el certamen convocado por la Asociación Premio Grinzane
Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica. Es necesario
que lo que se sueña y lo que se ama sean siempre una
ausencia, requisito imprescindible del deseo. (…) Yo
heredé la nostalgia de mi abuela sin necesidad de
trámites burocráticos. Lo hice a través de
una canción de cuna en italiano y de algunos relatos sobre
el aroma y el sabor sorprendentes que tenían las frutas
del otro lado del mar. Las añoranzas y los recuerdos pasan
de generación en generación igual que los cubiertos
de plata o la loza inglesa. A mí me tocó en el
reparto un paraíso perdido del mismo modo que hubieran
podido tocarme las cucharitas de té o los platos de
postre; también se hereda lo que falta. (…) Regresar,
sin embargo, no redime de la nostalgia. La nostalgia no se cura
porque sólo se curan los males –continúa- y
mi nostalgia figura en el inventario de los
bienes
heredados. A su vez, alguien la heredará de mí"
(11).

Acerca de Ramón
Gómez de la Serna, escribió Jorge Luis
Borges: "La guerra civil española lo impulsó a
Buenos Aires, donde moriría en 1963. Sospecho que nunca
estuvo aquí; siempre llevó consigo a su Madrid, como
Joyce a su Dublín" (12).

Un vasco, personaje del dramaturgo Alberto
Novión, recuerda su tierra. Dice la hija: "papá, a
pesar de que ya está viejo y que ha formado en esta tierra
su hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas
veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra
natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han
ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los
muros de su casa, allá en la aldea de la falda"
(13).

En Asturias, Valentín Andrés Alvarez
escribe qué sucedería si todos los asturianos
nostálgicos cumplieran su deseo: "Puede asegurarse que si
un buen día todos los asturianos realizasen el
sueño de regresar a la ‘Tierrina’, no
cabrían en ella; habría que ensanchar las ciudades,
aumentar las villas y multiplicar las aldeas; y si trajesen
consigo las riquezas que poseen, Asturias sería,
además de la tierra más poblada, la más
rica" (14).

Se titula precisamente "Nostalgia" uno de los cantos del
poema "Cuando mi padre habló de su infancia", de
José González Carbalho. En ese texto enumera
las posesiones que el niño inmigrante tenía en
Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus
canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta:
"Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que
andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven
sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al
nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan
pobre!" (15).

Carmen, la gallega que viaja con sus hijos a la
Argentina en Hacer la América, de Pedro Orgambide,
expresa: "Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como
si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos
condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que
estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les
ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el
calor de sus
camas. Una vieja me contó que todas las noches
soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un
jardín de Andalucía. En América
¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres
se ríen de esos sueños, son cosas de hembras,
dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo,
cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos,
en los muelles… Es que los hombres son más parecidos al
mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se
asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron.
Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres
como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el granizo, por
los días de labranza ¿no se extraña la
tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?" (16).

Seis gallegas llegan a buenos Aires; son Las ingratas,
de Guadalupe Henestrosa, quien ganó el V Premio
Clarín de Novela en 2002. Recién bajadas del barco,
llegan a una pensión en la que la mayor se empleará
como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: "Esa noche
entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que
venían desde el patio, las chicas extrañaron la
casa de piedra en las montañas. Por primera vez desde
aquella madrugada cuando dejaron a su padre, Vicente, solito
junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a
merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe
qué costumbres. ¿Cómo encontrar el alma en una
tierra donde todas las cosas tenían otro olor?"
(17).

Otros gallegos, los padres de Esther Goris,
también sentían nostalgia por su tierra. Dice la
hija: "De chica, escuché tanto a mis padres añorar
su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se
convirtió para mí en una región
mítica" (18). Antonio D’Argenio testimonia la
nostalgia de su madre: "Cuando era yo un chiquillo de ocho o
nueve años, mi madre, que había llegado a nuestro
país en 1920 desde su Lugo natal, en Santiago de
Compostela, escuchaba todas las tardes por la desaparecida Radio
Prieto, una audición llamada ‘Por los caminos de
España’. En esos momentos yo no entendía
cómo el rostro de mi madre se cubría de
lágrimas cada vez que sintonizaba aquel programa y
escuchaba, por ejemplo, el sonido de una
gaita" (19).

En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina
García canta la nostalgia del inmigrante de esa
región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/
en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y
por las vides de Galicia como raíz sangrante/
tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…)
Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo
que el corazón de ese hombre/
desparrama, porque el amor, vive en
su España" (20).

José Tomás Oneto escribe en "La
‘morriña’ de Compostela": "aquí, en
nuestro suelo, los hijos de esa Galicia emigrada, con su
corazón hipotecado, seguirán escuchando las
campanadas gallegas. Y no habrá ningún gallego que
deje de oírlas, aunque lo crean loco. Y
soñarán con su tierra lejana, con las siete
estrellas que conforman la guardia de honor del Cáliz,
consagrado con la Hostia, en el escudo de Galicia. (…) Y
habrá quien sienta el rumor de zuecos paisanos en las
rúas de Santiago, y las charlas de los viejos menestrales,
y verá con nostalgia cómo se vuelve calle el
camino… Entonces, entornarán los ojos húmedos con
la imagen del Finisterre, esa proa de Galicia hacia el universo,
verdadero trampolín de sus sueños emigrantes…."
(21).

Descendiente de un gallego y una madrileña,
María Rosa Lojo nos dijo en un reportaje: "En casa se
hablaba de España como del ‘paraíso
perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar"
(22). Los españoles que presenta en Canción perdida
en Buenos Aires al oeste –novela premiada por el Fondo
Nacional de las Artes en 1986- sufrían el desarraigo que
los acompañaría hasta el final de sus días.
Dice la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la
casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre,
silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi
padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La
mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre,
sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para
sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no
escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma
nebulosa de un mito siempre
repetido, desesperado y patético como una plegaria
inútil. La única plegaria que papá se
permitía decir" (23).

Así soñaba el gallego en el poema de
García Lorca: "¡Triste Ramón de Sismundi!/
Sinteu a muiñeira d’agoa/ mentre sete bois da
lúa/ pacían na sua lembranza./ Foise para veira do
río,/ veira do Río da Prata./ Sauces e cabalos
múos/ creban o vidrio das
ágoas./ Non atopou o xemido/ malencónico da gaita,/
non viu o imenso gaitero/ con boca frolida d’alas;/ triste
Ramón de Sismundi,/ veira do Río da Prata,/ viu na
tarde amortecida/ bermello muro de lama" (24).

Es ese sentimiento el causante de que Rubén
Benítez haya escrito La pradera de los asfódelos.
Sobre el origen de esta obra, nos dijo el escritor: "Lo
sentí como una necesidad. Tal vez por haber pertenecido a
un núcleo de inmigrantes que desde la infancia me
transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra
lejana. El tiempo, la muerte de casi
todos ellos, incorporó a ese sentimiento la idea de
caducidad que convierte a cada ser humano en un emigrante de la
vida, de este escenario que también ama. Creo que ambas
perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos"
(25).

Acerca de la nostalgia, expresa un personaje en la novela: "En
ningún lugar se está mejor que aquí, en
nuestro pueblo, donde vivieron nuestros antepasados. Estamos
hechos para esta tierra que es la única porción del
mundo que en verdad nos pertenece y no para aquellas soledades
donde el pesar y la tristeza oprimen el corazón". En
América, "durante un año trabajé muy duro en
la salina, ahorrando céntimo tras céntimo, hasta
que pude pagarme el regreso. Volví como había ido.
Nada le debo a aquella tierra. Sólo el desengaño.
Aquí está nuestro pueblo, el terruño de
nuestros abuelos, la finca de mi padre. Dos veces, hija,
lloré en mi vida. Cuando me di cuenta de lo lejos que
había quedado mi pueblo y cuando regresé a
él" (26).

La nostalgia parece ser una excusa en el cuento de
Patricio Pron. Un español muere a poco de llegar a la
Argentina. El hijo pregunta por qué murió. "
‘Porque sus ojos estaban acostumbrados a mirar el cielo
azul de Cataluña’ le dijo su madre, y a Juan Vera le
bastó esa mentira para confirmarse, sereno, que Dios lo
había olvidado" (27).

Zulmira Alves vino de Portugal. "En 1950 ‘nuestra
abuela’ con 17 años llegaba a esta tierra que
según sus palabras imaginaba como ‘un lugar lleno de
oportunidades y donde todos podían trabajar y vivir
bien’. Al llegar aquí se dio cuenta de que no todo
era tan fácil y entendió lo difícil que es
dejar la patria. ‘Ser inmigrante es cargar una mochila muy
pesada llena de desarraigo que sólo se hace más
leve cuando nacen los hijos. Es muy difícil llegar a un
lugar donde nadie te conoce y ni siquiera habla tu idioma pero
con los años uno hecha raíces y regresar deja de
ser una opción’. Se nota en su rostro al decir estas
palabras una gran melancolía y añoranza pero no
arrepentimiento. Según ella cada vez que se va a dormir y
cierra los ojos vienen a su mente los paisajes, personas, olores
de diferentes comida y otras cosas que hacen que nunca pueda
olvidarse de su lugar de nacimiento" (28).

Pedro Orgambide describe, en "La señorita
Wilson", a una inmigrante inglesa, acerca de la que manifiesta
uno de los personajes: "Yo he visto a la señorita Wilson
en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart que se
empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables
tendidos y las antenas de
televisión
y las nubes de un atardecer en Buenos Aires. Y me pareció
que la señorita Wilson sonreía. No con la sonrisa
de sus sesenta años, sino -¿cómo decirlo?-
con una sonrisa joven, la que tendría cuando estudiaba,
cuando leía a Marlowe sin entenderlo o cuando veía
cruzar, por la pradera inglesa, a uno de esos jinetes como los
que tiene en los cuadritos" (29).

En abril de 1929, una inmigrante irlandesa imaginada por
Delaney escribe a otra inmigrante que recaló en Nueva
York. Le cuenta que el té es el único sedante para
sus angustias y le pregunta si recuerda la bahía de Galway
"y aquel hermoso y triste ‘Lament of the Irish
Inmigrant’. Agrega: "Enseñé la canción
a mis alumnos más avanzados pero me parece que no llegaron
a captar su verdadero sentido". A vuelta de correo, la amiga le
pregunta: "¿Tendrá algo que ver con tu nostalgia
esa desértica inmensidad que llamas Pampa?"
(30).

Andrew Graham Yooll afirma que los escoceses son "unos
melancólicos de su tierra. Partían porque su
país los expulsaba y se refugiaban en éste
añorando sus pagos. A pesar de esta añoranza,
sabían que su lamento sería inútil, ya que
jamás tendrían la oportunidad de volver a sus
montañas. De esta manera, tanto los irlandeses como los
escoceses se reunían en las respectivas fechas de sus
comunidades para cantar, emborracharse y llorar por sus aldeas
perdidas, asumiendo como podían a éste como su
lugar de residencia" (31).

En 1878, al cumplirse el vigésimo primer
aniversario de la fundación de la Colonia San José,
dijo Alejo Peyret: "Es doloroso abandonar la patria; abandonar
los campos que nos han visto nacer; no volver a ver el campanario
de nuestro pueblo ni los árboles a cuya sombra
descansábamos, ni las montañas donde pacían
nuestros rebaños. A estas montañas largo tiempo las
hemos contemplado a través del recuerdo y al irse alejando
y perdiéndose en las brumas del horizonte, nuestros ojos
húmedos les enviaron un eterno adiós"
(32).

Siente nostalgia una francesa, agobiada por sus
padecimientos. En "Unico testigo", escribe Jorge Alberto Reale:
"Manón, Griseta, La Francesita, eran los nombres de la
misma mujer. Su aspecto
absurdo, de melena recortada y la cruz de su boca bien roja,
acompañaban la soledad de aquel lugar. Aquel lugar era el
rincón del Bar 103. (…) Llegó a nuestro
país engañada por un paisano suyo, con la
ilusión de casarse, formar un hogar, tener hijos. Duval
parecía un buen hombre. En Francia, se
habían conocido. Ella vivía pobremente con la
esperanza de un buen matrimonio y
cambiar de rumbo. La inestabilidad social cada vez más
aguda y el rumor de una posible guerra con Alemania, la
impulsaron a apresurar su viaje a Sudamérica. Cuando
llegó, comprobó su error tardíamente. Su
hombre cambió de actitud hacia
ella. Pasó días extraños, agónicos,
sórdidos. Sufrió hambre, vejaciones y finalmente
ante la necesidad de sobrevivir tuvo que ceder. Su fe se fue
agostando hasta llegar a secar las lágrimas de su
corazón y convertirse en una cualquiera.
¡Cómo añoraba su país! -¡Su
querido París!- ¡Su Barrio Latino! Cuando llegaban
los 14 de Julio lloraba desconsoladamente" (33).

La nostalgia no aflige sólo a los latinos. En
1876, Dubuis expresa en el banquete dado en Colón por la
Colonia Suiza el día de la Fiesta Federal: "A pesar de la
gran distancia, las tres mil leguas que nos separan de nuestra
madre patria, los numerosos años que estuvimos ausentes
manifestamos por el acto que cumplimos en esta jornada, que
conservamos siempre nuestro sentimiento de patriotismo, el amor
de nuestra patria y el corazón del buen ciudadano suizo.
(…) Nosotros, que estamos aquí sobre una tierra
hospitalaria esperando el día que tengamos la dicha de
volver al suelo de nuestra querida patria, hacemos votos para que
el Cielo bendiga a la Helvecia, conserve y proteja su libertad, que
ha costado la vida a miles de nuestros antepasados; en fin, que
podamos transmitir fielmente a nuestra inmortal posteridad, los
lazos de nuestra unión, la divisa de nuestros padres, las
palabras sagradas de : TODOS PARA UNO Y UNO PARA TODOS"
(34).

La nostalgia que siente una niña belga aparece en
Virgen, de Gabriel Báñez. La pequeña
está en el confesionario: "quiso hablar pero no pudo,
temblaba de pies a cabeza. (…) Sarita entonces hipó y
empezó a largar un llanto tranquilo, suave, como si una
memoria se pusiera a llorar. (…) llegaron más frases en
borbotón y ningún pecado. Salió entonces del
banquillo y se asomó: Sarita seguía hipando y
hablando en francés con tanta compulsión que no
advirtió que el cura la levantaba de un brazo y la
sacudía. Estaba confesando toda su vida, de Bruselas a
Ensenada, y era un desahogo tan intenso que nada ni nadie
podía detenerla. El sacerdote la miraba pasmado, los
brazos en cruz, y si bien no entendía nada,
entendía que no había mucho que entender. No era el
único caso, había visto muchos otros
idénticos y aún peores. Algunos se mareaban en los
barcos, otros en la nueva tierra firme. Pero era más sano
vomitar comida que idioma, el padre Bernardo Benzano lo
sabía mejor que nadie: los mareos de la nostalgia resultan
incurables" (35).

Sentía nostalgia la alemana Ida Eichhorn,
propietaria del Hotel Edén. "Con sus severos ojos azules
que se llenaban de brillo cuando mostraba su jardín: pleno
de las flores de Transilvania y los pinos alemanes cuyos bulbos
ella misma traía en sus valijas cada vez que visitaba
Europa. La mujer
había trasplantado, literalmente, un parque alemán
a las sierras cordobesas a fuerza de la nostalgia que le
caía encima cada vez que escuchaba música de su
tierra" (36).

A la tierra de sus mayores, escribe Norah Lange:
"Estás en mi recuerdo, Noruega,/ inquebrantable como un
viking/ que no calmó su sed de guerra.// Sueño
pausado el de tenerte siempre/ dentro del corazón libro
vivido/ que se hojea diariamente.// Qué fácil tu
belleza, para erguirla/ como una certeza-esplendor sin bruma/ y
mostrarla a los hombres.// Qué lejos la agonía del
recuerdo./ Eterna adolescencia, senda iniciada,/ recuerdo que
nunca se ha de aquietar" (37).

Para Alina Diaconú, en cambio, la
nostalgia tiene que ver con el idioma. Ella dijo en un reportaje:
"A mí me obligaron un poco a vivir en el presente, porque
si me quedaba pegada a la nostalgia, todavía
seguiría escribiendo en rumano. Me gusta mucho la idea del
desapego. Yo de algún modo creo que las cosas que me
tocaron –dejar mi país natal, venir acá- me
impulsaron a aprender eso. Me gustaría viajar con un
bolsito de mano, nada más, como viaja Lucila. No necesitar
demasiado de las cosas, de nada material. Cuando llegué a
Buenos Aires, durante un año más o menos
escribí en francés. Pero nunca dejé de
escribir. Yo sabía que los idiomas podían cambiar,
pero mi vocación no" (38).

Pero también puede asociarse a otras sensaciones.
En una entrevista,
Jack Fuchs afirma: "siempre vuelvo a Lodz; el olor de una comida
o el perfume de la primavera en Polonia me traen nostalgias del
chico que fui" (39).

Y para el capitán Miro Kovacic, biografiado por
Chuny Anzorreguy, tiene que ver con la Navidad. Ya
anciano, el hombre siente nostalgia de ese festejo en su tierra:
"¡Aquellas canciones! En el silencio de la noche hoy,
acá, en mi casa de la Argentina, junto a Nada, muchos,
muchos años después, las escucho nuevamente. Son
veces que vienen desde muy lejos, atravesando la barrera de los
tiempos. (…) En fin, en cada canción de éstas van
unas cuantas gotas de nuestra sangre croata, una parte de lo que
somos, de nuestra alegría y de nuestras ganas de vivir
contra todo y pese a todo, y, como les decía, aún
oigo llegar hasta mí esas voces infantiles cantando a voz
en cuello en las dulces noches de Navidad…" (40).

En Aventuras de Edmund Ziller, de Pedro Orgambide, el
narrador recuerda a su abuelo oriundo de Odessa, "al pobre abuelo
loco, al chiflado que vivía en un triste y oscuro cuartito
cercano a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin
comprender la tempestad y el desgarramiento del exilio", "oculto
por la enfermedad y la locura del mundo que arrastra a los
hombres lejos de su tierra, y que un día los devuelve,
créame, como olas a la playa" (41).

Los judíos afincados en Entre Ríos
sentían una gran nostalgia. Lo explica Máximo
Yagupsky: "Nuestro árbol era el paraíso, un
árbol de aroma delicioso en primavera y con unas flores de
sutil belleza. Pero no era el árbol que se añoraba
del '‘pago viejo'’ Y era otro clima. Ellos
extrañaban el invierno ruso, con su frío y sus
nevadas. Lo extrañaban; era natural, era su tierra de
siglos" (42).

El doctor Nicolás Rapoport, uno de los fundadores
y primeros médicos del Hospital Israelita, recuerda que en
el Hotel de Inmigrantes "los que cursábamos medicina, a
diario comprobábamos la angustia de los infelices,
ignorantes del idioma, no entendiendo las preguntas que les
dirigían los médicos en sus habituales
interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las miradas
despavoridas de los enfermos, nos sumían en íntima
congoja y conmiseración. Todos los días los cuatro
o cinco estudiantes judíos que asistíamos a los
hospitales, servíamos de intérpretes para llenar
las historias clínicas. Era conmovedor ver cómo se
iluminaban los ojos de los míseros al oír una
palabra en idish o ruso. Revivían, lloraban dando escape a
su dolor moral"
(43).

A Dina, protagonista de El infierno prometido, de Elsa
Drucaroff, "De pronto la nostalgia le cayó encima como una
piedra. Se acordó de su tierra, donde había viajado
en carro a la escuela, enviada por su papá, recorriendo
campos florecidos en la primavera, nevados en el invierno, se
acordó de las largas conversaciones con su amigo en el
carro, de los inmensos sueños compartidos, la amistad
perdida, las ideas perdidas, el frío, el frío
terrible pero promisorio que ahora extrañaba, el abrigo de
lana gruesa que no lo detenía y la excitación por
el mundo que iba a llegar, el mundo sin frío para nadie"
(44).

La nostalgia aparece vinculada en "Balada para un padre
ausente", poema de Enrique Novick, a una fotografía: "Foto/ amarillenta,/ apenas
velada/ por las lágrimas/ secas/ de exilio/ y silencio:/
mi padre, una/ aldea/ lejana,/ su tiempo" (45).

Notas

1 Ceratto, Virginia: "Volver a empezar", en La Capital,
Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.

2 ibídem

3 Di Stéfano, Horacio: en TANGOshow.

4 Conde González, Manuel: "Poema al emigrante
universal", leído el 17 de agosto de 2005 en "Gente de
buena pasta", programa que conduce Patricia Magariños por
Radio Cultura, 97.9.

5 Sábato,
Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, 5 de
diciembre de 1999.

6 Sicardi, Francisco: Libro extraño. Buenos
Aires, Imprenta
Europea, 1894.

7 Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de
historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.

8 Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida.
Buenos Aires, Sudamericana, 2003.

9 García, María del Carmen: "Cuentos de
gringos", en Cuentos de criollos y de gringos, en
colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos
Aires, Vinciguerra, 1996.

10 Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en
Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.

11 López Ocón, Mónica: "Interior
italiano", en Clarín, Buenos Aires, 8 de septiembre de
2001.

12 Borges, Jorge
Luis: "Ramón Gómez de la Serna Prólogo a la
obra de Silverio Lanza", en Jorge Luis Borges Biblioteca
personal
(prólogos). Buenos Aires, Alianza Editorial, 1988. 132 pp.
(Alianza Literatura).

13 Novión, Alberto: El vasco de Olavarría,
en La Escena, N° 99.

14 Alvarez, Valentín Andrés: Asturias.
Citado por Méndez Muslera, Luciano, en "Asturias en la
emigración", indianos[arroba]telepolis.com:

15 González Carbalho, José: "Cuando mi
padre habló de su infancia", en Requeni, Antonio: Un poeta
arxentino en Galicia: González Carbalho. Separata del
Boletin Galego de Literatura.

16 Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos
Aires, Bruguera, 1984, pp. 102-3.

17 Henestrosa, María: Las ingratas. Buenos Aires,
Clarín-Alfaguara, 2002.

18 Goris, Esther: "Galicia, tierra añorada", en
Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.

19 D’Argenio, Antonio: en "El regreso a la tierra
de uno", en Clarín, Buenos Aires, 17 de octubre de
1999.

20 Urbina García, Eugenio: "Tríptico a
Galicia", en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de
1999.

21 Oneto, José Tomás: "La
‘morriña’ de Compostela", en Clarín,
Buenos Aires, 25 de julio de 1976.

22 González Rouco , María: "María
Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul 17
de marzo de 1991.

23 Lojo, María Rosa: Canción perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor,
1987.

24 García Lorca, Federico: "Cantiga do neno da
tenda", en Alposta, Luis: Lorca en lunfardo. Buenos Aires,
Corregidor, 1996.

25 González Rouco, María: "Rubén
Benítez. El regreso a la entrañable tierra", en El
Tiempo, Azul 10 de septiembre de 1989.

26 Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.

27 Pron, Patricio: "La espera", en De manos abiertas.
Buenos Aires, Tu Llave, 1992.

28 Da Conceiçao, Mauro; Euguaras, Mariano;
Flibert; Francisco; Marino, Roberto; Sánchez,
Julián: "Sabores de una historia", en
www.ciet.org.ar.

29 Orgambide, Pedro: "La señorita Wilson", en La
buena gente. Buenos Aires, Sudamericana.

30 Delaney, Juan José: Tréboles del Sur.
Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.

31 Roca, Agustina: "Peripecias británicas", en La
Nación, 24 de diciembre de 2000.

32 Vernaz, Celia E.: La Colonia San José. Santa
Fe, Colmegna, 1991.

33 Reale, Jorge Alberto: "Unico testigo", en el grillo,
Buenos Aires, N° 37, Mayo-Junio de 2004.

34 Vernaz, Celia E.: op. cit.

35 Báñez, Gabriel: op. cit

36 Platía, Marta: "Los gozos y las sombras", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de septiembre de
1999.

37 J. L. Borges, L. Marechal, C. Mastronardi y otros: La
generación poética de 1922 antología.
Selección, prólogo y notas de
María Raquel Llagostera. Capítulo. Buenos Aires,
CEAL, 1980.

38 Guerriero, Leila: "Ser patriota del universo", en La
Nación, Buenos Aires, 25 de agosto de 2002.

39 Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en
Clarín, Buenos Aires, 13 de agosto de 2001.

40 Anzorreguy, Chuny: El ángel del
capitán. Biografía del capitán croata Miro
Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

41 Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984.

42 Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1986.

43 Jankelevich, Angel: "Historia de los Hospitales de
Comunidad de
la Ciudad de Buenos Aires", en www.aadhhos.org.ar.

44 Drucaroff, Elsa: op. cit.

45 Novick, Enrique: "Balada para un padre ausente", en
La Prensa, 10 de
enero de 1999.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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