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Inmigración y literatura (página 19)



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Los amores

En "Canzoneta", con letra de Enrique Lary y música de Ema
Suárez, se evoca la nostalgia de Genaro: "Canzoneta gris
de ausencia,/ Cuando escucho ‘¡O sole mío!/
Senza mamma e senza amore’/ Siento un frio acá en el
cuore/ que me llena de ansiedad./ Será el alma de mi
mamma,/ que dejé cuando era niño./ ¡Llora!…
¡Llora! ¡Oh sole mío!/ Yo también
quiero llorar!/ ¡La Boca!… ¡Callejón!…/
¡Vuelta de Rocha!/ Ya se van… Genaro y su
acordeón" (1).

La nostalgia aparece asimismo en el poema del
marplatense Eduardo Martín La Rosa, "El sueño de
don Juan (un inmigrante)", atenuada por el reencuentro con su
familia: "Te
cautivó esta ciudad virgen./ El sol dibujando
caminos de plata/ sobre el mar./ Sus campos y montañas
tapizados de pino./ El desarraigo fue menos doloroso!. (…)
Mirabas el mar… Siempre… el mar./ Hasta que una inolvidable
noche/ desembarcaron los tuyos (2)".

Juan Caferra deja Chieti en 1897. Trae una higuera:
"Entre sus ropas, Juan traía una plantita, con sus rapices
apretujadas por un puñado de tierra fuerte
y gentil. Era una higuera muy pequeña, que en la despedida
la recibió Juan de manos de su hermano, plántala
allá en la Argentina, crecerá tanto hasta alcanzar
el amor
fraterno que por ti siento, le dijo. Juan le prometió
cumplir con ello. Por eso en el viaje la protegió, la
regó varias veces, algunas hasta con lágrimas de
duda" (3).

En Santo Oficio de la Memoria, de
Mempo Giardinelli, la nostalgia no está referida a un
lugar, sino a los hijos pequeños que una madre
debió dejar. Narra el hijo mayor, refiriéndose al
padre: "Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que
Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los
buscaría, dijo. No atendió el llanto de Angela. No
escuchó las razones de nadie. Nunca. (…) El sabía
cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero
jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede
ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso".
Otro personaje relata que el hombre
también pensaba en i bambini: soñaba que en la
nueva casa "habría rosas en los
floreros y comerían bien, tres veces al día, o
cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a
Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y
él también" (4).

Mauricio Kartun, en "El siglo disfrazado", transcribe la
dedicatoria escrita detrás de una foto que se
enviaría a los parientes que tanto se extraña:
"Atrás unas líneas ya casi ilegibles: ‘Cara
mamma: le invio una fotografia del mio Cesarino. Veda come cresce
bello e grasso. Chi manca tanto. Sua cara figlia, Renza’.
En la foto, un pequeño soldadito garibaldino. Un sombrero
emplumado, y una descolorida mirada melancólica"
(5).

Valentín Bianchi llegó a la Argentina. "Al
desembarcar lo estaba esperando un paisano y amigo de la infancia:
Angel Sardella. Este lo recibió eufórico saludándole en el
dialecto fasanés. Estas cordiales expresiones tonificaron
el ánimo de Valentín, que se sentía
deprimido por el largo viaje y por las condiciones en que le
había tocado realizarlo. Los recuerdos de su familia, de
los amigos y el pueblo lo habían abrumado durante toda la
travesía. Ahora, junto a su amigo, en cuya
compañía se dirigió al hotel de inmigrantes, veía las cosas
de un color muy
distinto (6).

Rigueto, un personaje de José Luis Cassini,
también se enamoró en Italia, y a causa de ese
amor,
decidió emigrar. "Es un viejito dulcemente flaco y de una
mirada insostenible; un océano de tristeza se adivina
queriendo salírsele por los ojos. Cuando el sol declina,
afila su guadaña a golpe de martillo, como le
enseñaron los piamonteses en la guerra. Ya
nadie lo sabe; él mismo ha olvidado que es el dueño
del conventillo y de la primera usina eléctrica del
pueblo. Pero a veces toma unos vinos en los que remoja tiras de
pan y recuerda lejanos ensueños: Casuchas al pie de una
montaña; el tallercito de su padre, el sastre; la tarde en
que Blanca dijo que sí, que correspondía a su amor
adolescente y aceptaba casarse" (7).

En La Madonnita, de Mauricio Kartun, dice Hertz, el
fotógrafo: "gringos, esclavos del trabajo,
inmigrantes. Una ciudad de hombres solos, sin otra meta en su
esfuerzo que la de echar raíces. Sin tiempo para
nada pero nada más. Ni el amor… Ni la carne… Apenas,
de vez en cuando, para la nostalgia" (8).

La sintieron asimismo Manuel y María, personajes
de mi cuento "Volver
a Galicia". De ellos digo: "Manuel murió, luego de una
larga agonía, sin regresar a su aldea. No había
consuelo para su pena. Cuando cerró los ojos, tenía
en su mano el escapulario que le había dado su madre. Lo
había conservado con él a lo largo de su vida.
La muerte de
Josefa, su mujer, fue
–si se puede- más desgarradora. Había
recibido poco antes una carta de sus
hermanos, en la que le decían que ya estaban viejos, que
si no se veían pronto, quizás ya no volvieran a
verse. Misivas como ésa eran moneda corriente entre los
inmigrantes de distintas nacionalidades. Los angustiaba pensar
que el plazo se terminaba. Josefa no tenía dinero para
viajar, tampoco sus parientes. Tenían que conformarse con
las cartas que
llegaban periódicamente, con las fotos que
recibían en abultados sobres" (9).

Refiriéndose a su padre gallego, escribe Gladys
Onega en su autobiografía: "Ignoraba y lo ignoré
por mucho tiempo cuánto había llorado desde aquel
día en que se fue de junto al señor Manuel y la
señora Carmen, sus padres, mis abuelos. (…) mi padre
choraba por él y por sus padres que sí eran de
Galicia, se habían quedado allí sin moverse,
clavados en un cruceiro, secándose las lágrimas con
un desmesurado pañuelo a cuadros orlado de negro
quién sabe por qué luto de una muerte ya
ocurrida o por el duelo de ellos mismos que morían viendo
la partenza de sus hijos, debajo de un enorme paraguas
también negro que los protegía de la chuvia que
nunca había escampado desde el día en que mi padre
dejó de ser de allá y se convirtió en
extranjero aquí, en un mundo que no había visto"
(10).

Pedro Antón,
vasco protagonista de una novela de
Julián de Charras, añora cuanto dejó:
"Veía, allá lejos, como en una neblina, las
escarpadas pendientes de los Pirineos, las casetas ruinosas de
los montañeses, las miserables veladas, con pan negro y
escaso y luz humeante de
candil de aceite; el
padre, con su rostro anguloso y cetrino, en un rincón, con
la barba en la mano, mirando fijamente la pared, como pensando en
algo indefinido; la madre hilando, hilando en la penumbra,
diestros los dedos, aunque fatigada la vista… Y él,
rapaz, sin raciocinio, raídas las ropas, que remendaba la
mano materna, al lado del fuego, hurgándose la nariz,
recordando las consejas del oso negro, de las brujas
sabáticas, del ahorcado…" (11).

Juan Bautista Blatter "originario del Valais, vino a la
Colonia San José en el año 1857 –escribe
Celia Vernaz-, a la edad de cincuenta y cinco años, junto
a su esposa e hijas". El manifiesta su nostalgia: "Mis queridos
parientes: en lugar de escribir dos o tres cartas a la vez,
ésta será una sola que envío a causa de que
todas las que he enviado no he obtenido respuesta. En cartas
precedentes yo he pedido a mi suegro y en otra a mi madre de
enviarme a la hija; no he podido obtener respuesta ni sé
si ella se encuentra bien ni si quiere venir o no: mi hija es la
cosa que siempre he sentido de mi país y siento
todavía; el único día que yo quisiera estar
en Saint Martin es el día de Corpus Christi. Al siguiente
ya estaré feliz de estar aquí. Solamente, quisiera
tener a mi hija. Si estaría seguro de que
ella esté contenta de venir, tengan a bien la bondad,
queridos parientes, de querer venderle sus bienes y
procurarle lo que sea necesario, y así, unida a una
familia que quiera tomarla a su cuidado, yo enviaría con
el portador de esta carta, el dinero para
vuestra satisfacción; como no conozco nada el estado ni
la voluntad de mi hija, les ruego, por mí y por ella, mis
queridos amigos y parientes, si ella se decide a venir, hacer
todo como no tengo necesidad de enseñarles, y pagar sus
gastos y
esfuerzos. Si ella viene, les ruego de enviar una caldera de 12 a
14 carterons para los quesos, y media docena de cencerros con
hebillas y paños de invierno para vestir. Si ella viene,
prometo que no sentirá el Valais. Todos estamos contentos
excepto algún vagabundo que se aburre de todo y que nunca
está bien en ninguna parte, y que en lugar de reconocer la
falta en ellos mismos inventan mentiras para atribuírselas
al país que los ha enriquecido…" (12).

Notas

1 Lary, Enrique: "Canzoneta", citado en Azzi,
María Susana: "La contribución de la inmigración italiana al tango", en
Archivo
Histórico Alberto y Fernando Valverde, Municipalidad de
Olavarría, Secretaría de Gobierno,
Año 2000, Revista
4.

2 La Rosa, Eduardo Martín: "El sueño de
don Juan (un inmigrante)", en La Capital, Mar
del Plata, 10 de septiembre de 2000.

3 Blanco, Antonio: "Crónica de mi abuelo
inmigrante", en Escritores de Ensenada.

4 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires,
Seix-Barral, 1991.

5 Kartun, Mauricio: "El siglo disfrazado", en
Clarín Viva, 20 de febrero de 2000.

6 Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante.
Santiago de Chile, Edición
del autor, 1987.

7 Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en
Rotary Club de Ramos Mejía. Comisión de Cultura.
1994.

8 Kartun, Mauricio: La Madonnita.

9 González Rouco, María: "Volver a
Galicia", en El Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998.

10 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.

11 Charras, Julián de: La historia de Pedro
Antón, en La novela
semanal, Año VII, N° 294, Buenos Aires, 2 de julio de
1923.

12 Blatter, Juan Bautista: "Sentimientos", en Vernaz,
Celia: op. cit.

Paliativos

Para conjurar la nostalgia, algunos inmigrantes traen de
su tierra algo que les resulta especialmente querido. Graciela
González, hija de un gallego emigrante, relata que, "en
una valija, que las hijas pequeñas no podían abrir,
el hombre guardaba cartas, cuadros, que todos los emigrantes
traían porque no sabían si podrían volver a
ver a sus familiares. Había de todo. Era su historia" (1).
La íntima historia que lo acompañaba en la tierra
nueva.

En Un dandy en la corte del rey Alfonso, María
Esther de Miguel refiere que su padre "Llegó con una mano
atrás y otra adelante, en su maleta un mantón de mi
abuela y… Y nada más. ¡Ah, sí: las
monedas!" (2).

En el cuento "Don Paulino", de Marita Minellono, una
española llega con un olivo que plantó en el fondo
de su casa (3).

Formar una familia en la nueva tierra puede ser otro
paliativo. Lo expresa, acerca de su abuela española, el
fotógrafo Fernando de la Orden, quien dice que cuando la
anciana mira la fotografía
de su familia: "para ella debe ser impresionante ver la foto, y
saber que ella y el abuelo crearon toda esa gente, esta vida. En
ese sentido, creo que no piensa en la familia que
dejó en España,
sino en la que está acá. Y somos todos tan unidos
también por la abuela" (4).

La amistad es uno de
los paliativos para la nostalgia. En Amor migrante, de Stella
Maris Latorre, un gallego escribe a su amada, en 1943: "tengo
pocos amigos, gentes de la aldea que me han hecho más
llevadero el desarraigo y llenaron muchas veces de alegría
mi corazón,
ya te conté en cartas anteriores lo de Don Nicanor y
doña Valentina, con Avelino siempre vamos, nos prepara el
cocido, Nicanor hace el unto, las filloas, no sabe igual a lo de
allí pero nos trae añoranzas de ese lugar"
(5).

Carmina, la madre de Jorge Fernández Díaz,
llega a nuestro país sola, en 1947. "no había
tentaciones, ni desavenencias ni educación ni
esplendores peronistas ni calores humanos que lograran domesticar
la nostalgia de aquella emigrante constitutiva que seguía
pensando en una sola cosas: volver". Marcial, quien luego
sería su marido "permitía que, como la mar, el
destino tomara decisiones en su nombre, sabiendo de ante mano que
es ilusoria la autodeterminación de los individuos, y se
dejaba llevar así por las corrientes marinas. A ese
fatalismo se debe la mansedumbre con que aceptó
trasplantarse, huir frívolamente de su tierra y padecer
cincuenta años de añoranzas". Los fines de semana
en el Centro Asturiano, "esa Asturias de ficción donde los
desterrados simulan vivir en aquel tiempo y en aquella patria",
eran un eficaz paliativo para su nostalgia" (6).

"Al principio extrañaba mi pueblo…
–recuerda una inmigrante armenia. Después, al
reunirnos los sábados a la noche con otros armenios (mi
hermano tocaba el violín y yo, el acordeón), no
extrañé tanto" (7).

En el tango "La Violeta", de Nicolás Olivari, es
el vino el compañero en la nostalgia. Dice el poeta,
acerca del inmigrante: "Con el codo en la mesa mugrienta/ y la
vista clavada en un sueño,/ piensa el tano Domingo
Polenta/ en el drama de su inmigración. Y en la sucia
cantina que canta/ la nostalgia del viejo paese/ desafina su
ronca garganta/ ya curtida de vino carlon" (8). El investigador
Sergio Pujol analiza ese sentimiento en los tangos: "se ha
insistido en que ese aire quejumbroso
del tango-canción no es ajeno a los italianos
nostálgicos, tan afines a la cultura operística y a
las canzonettas" (9).

La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone,
personaje de Gabriel Báñez, salía de noche
con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era
que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y
terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de
Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un
chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y
se lo llevaban a dormir la mona ‘Su la vía sento
macanudo’, gemía mientras era arrastrado"
(10).

Alberto Giúdici transmite un testimonio de
León Untroib -inmigrante polaco-, en el que se evoca un
paliativo para la nostalgia: "Fueron inmigrantes italianos, en su
mayoría, los que iniciaron a fines del siglo XIX este
oficio que dio vida al gris impuesto por las
ordenanzas municipales para el transporte
público. El fileteado, con todo su colorido y su
elegancia, pronto se derramó en carros, camiones,
colectivos; en las pianolas y organitos que circulaban por la
ciudad y también en los carritos de reparto que usaban los
vendedores llegados de l’Italia. Don León Untroib,
un maestro del filete, así lo decía en sus
recuerdos, allá por 1974: ‘Los verduleros italianos
venían y me decían: ‘-Facheme un
bastimente’. Para don León, la nostalgia alimentaba
el pedido: "Pienso que esos verduleros soñaban con los
barcos. Pienso que dibujándolos en sus carritos de mano
recordaban a los seres queridos que habían quedado en
Calabria, en Sicilia, en la Lombardía: era una especie de
acicate para redoblar los esfuerzos, trabajar duro, juntar el
dinero para el pasaje y así reunirse con ellos’. El
deseo y la nostalgia alimentando un oficio, un arte que
terminó poblando las calles de Buenos Aires"
(11).

Un inmigrante creado por Marta Díaz
Gioffré, en su cuento "El nieto del italiano", habia
encontrado un palativo semejante para lo nostalgia que lo
agobiaba. Al protagonista "Siempre lo asombraron los ojos de su
abuelo, claros como gotas de agua, y el
pincel descarnado con que compuso sobre las paredes de la casa
antigua paisajes montañeses hechos con puntitos de
colores;
debían mirarse de lejos para entenderlos: rebaños
derramando su blancura sobre praderas verdes; de cerca, un tul de
pintitas sin forma. Se quedó sin preguntarle si
conocía la escuela
puntillista o era sólo su intuición y la nostalgia
de su tierra hecha paisaje. A Vicente esa añoranza se le
fue cayendo, como propia, por una mejilla" (12).

Notas

1. Savoia, Claudio: "El equipaje de los sueños",
en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.

2. Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte
del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.

3. Minellono, Marita: "Don Paulino", en Reunión.
Buenos Aires, Corregidor, 1992.

4. Guerriero, Leila: "Pan & Manteca", en La Nación
Revista, Buenos Aires, 5 de mayo de 2002.

5. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires,
De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.

6. Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

7. Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

8. Olivari, Nicolás: "La violeta", citado por
Cirigliano, Gustavo, en "Disquisiciones tangueras", El Tiempo,
Azul, 30 de septiembre de 2001.

9. Pujol, Sergio A.: "Diáspora y bandoneón", en
Clarín, Buenos Aires, 29 de noviembre de 1998.

10. Báñez Gabriel: Virgen. Barcelona,
Sudamericana, 1998.

11. Alberto Giudici (Curador): "Exposiciones El filete
porteño: entre el pop art y el realismo
mágico" (Titulado "Bus Pop" apareció
publicado en New Society, el 5 de septiembre de 1968 y
reproducido en Buenos Aires por la revista Summa, en diciembre de
1986), en www rcc0102.rcc.com.ar.

12. Díaz Gioffré, Marta Iris: "El nieto
del italiano", en Ni siquiera molinos.de viento. Buenos Aires,
Ediciones Tu Llave, 2006.

 

Nostalgia argentina

En la novela En la sangre de
Cambaceres, la inmigrante siente más nostalgia por el hijo
argentino que por la familia dejada en la tierra natal:
"-¿A Italia yo… dejarte a ti, mi hijito, irme tan lejos
enferma y sola… estás loco, muchacho… y si me muero y
si no te vuelvo a ver?…" (1).

Agobiados por los problemas
económicos, después de cincuenta y dos años,
Mimí y Jesús, dos hermanos asturianos, regresan a
su tierra, donde –escribe Jorge Fernández
Díaz- "canjean los pesares de la segunda morriña".
Desde allí, la mujer,
nostalgiosa de la Argentina, escribe a su amiga: "Tengo setenta y
dos años y no aguanto los pies fríos. Quiero estar
en mi casa. (…) Si no me voy de acá me muero en pocas
semanas. Me muero de pena, Carmina". Pocos meses después,
"se hizo la luz". La mujer escribe, entonces: El Estado
español
nos garantiza los remedios gratis de por vida, y cuando nos
pagaron el retroactivo de un año, unas 600 mil pesetas,
creímos tocar el cielo con las manos. Jesús
está haciendo algunos amigos, ya no tengo los pies
fríos, Carmina. Pero no podemos sacarnos de la cabeza el
barrio, la calle, los sonidos. Nunca vamos a poder sacarnos
de adentro ese sentimiento, nunca vamos a poder" (2).

El madrileño José Luis Alvarez Fermosel
cuenta: "un día la mujer de Bonasso padre, una vasca de
Bilbao, me dijo: ‘Mira, no te quedes aquí mucho
tiempo porque vas a estar en dos sillas mal sentado. Yo estoy
allá y a los 20 días me da la impresión de
que nunca me he ido; cae la tarde y miro el reloj y digo: Ahora
estaría yo en Buenos Aires tomando el té con mis
amigas. Y vuelvo a Buenos Aires y pienso que podría estar
allí con mis hermanas" (3).

En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis
Seoane, quien, nacido en Buenos Aires en el seno de una familia
gallega, vivió muchos años en España. El
escribió: "Soy y seré siempre un desarraigado
permanente. Lo seré aunque decida volver a mi país.
Es el destino del exiliado" (4).

Notas

1 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968.

2 Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

3 Flores, Daniel: "A boca de jarro. José Luis
Alvarez Fermosel ‘La caballerosidad no tiene que ver con la
geografía’ ", en La Nación,
Buenos Aires, 21 de septiembre de 2003.

4 Seoane, Luis, en el video de la
muestra "Luis
Seoane. Pinturas, dibujos y
grabados", en el Museo de Arte Moderno, junio 2000.

…..

La nostalgia los
embargaba; canta Cristina Assennato en "País de
inmigrante": "-porque comimos el pan triste/ y la sal
quemó ciertas noches/ porque tu hijo y el mío/
caben en el proyecto del
pájaro/ y están allí reunidos/ en la curva
del trigo,/ en el signo abierto de la gran ciudad" (1).
Aún así, contribuyeron al engrandecimiento de la
nación que los recibió.

"¡Que el emigrante se consuele! –dijo Alejo
Peyret.- Por encima de la patria está la humanidad; ante
que ciudadano de un cantón es hombre, es habitante del
globo, es ciudadano del universo"
(2).

Notas

1 Assenato, Cristina: "País de inmigrante", en El
Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.

2 Vernaz, Celia: op. cit.

XIV
Volver

Gran parte de los extranjeros que se establecieron en
nuestro país, sólo pensó en hacerlo por un
tiempo. Como dice el abuelo, en Gris de ausencia de Roberto
Cossa, la idea era más o menos ésta: "A la
Aryentina vamo a fare plata… mucha plata… E dopo volvemo a
Italia" (1). Pero no siempre será fácil
regresar.

Notas

1 Cossa, Roberto: Gris de ausencia, en Teatro 3. Buenos
Aires, Ediciones de la Flor.

Opciones

Algunos inmigrantes, que vivieron aquí durante
décadas, no quieren volver a su tierra natal, ni siquiera
por un tiempo –nos dijeron-, porque se sienten abandonados
por ella, o porque creen que ya no encontrarán a nadie
conocido allí. No quiso volver, entre otros, Francisco
Coira, quien nació en España en 1906 y expresa:
"Nunca me quise volver. No creo en la nostalgia…"
(1).

En La pradera de los asfódelos, dice una
española que se opone a que su hijo emigre: "A América
se marcha uno a morir y a olvidar. Primero se olvida a la novia,
después a los hermanos, después a la madre. Nadie
vuelve. Y si con la vejez alguien
que hizo alguna fortuna regresa, es para mostrar sus canas y su
cansancio. Se ha convertido en un extraño que
envejeció lejos de su familia. Pregunta por sus amigos que
ya no viven y mira su vieja casa en ruinas. Es como si volviera
de una cárcel lejana donde pagó quién sabe
qué delito"
(2).

Para evitar la lejanía de los seres queridos, Ana
María Campoy emigró con ellos. Nada la ata a su
tierra natal: "Era una estrella, cuando salí de
España, pero no quise volver nunca más. Yo no
tenía a nadie ahí. Mi padre me lo llevé, a
mi hermana me la llevé, mi madre estaba muerta, la
habían tirado a la fosa común. No quería
volver" (3).

Un gallego destacado, Arturo Cuadrado Moure, manifiesta
que no desea regresar; tiene una misión que
cumplir en su nueva tierra: "Volver a España, ya…
¿para qué? Aquí tengo forjado mi
corazón entre amigos. Creo que la República
Argentina, como el resto de América, está en un
despertar, tenemos una obligación con la gente joven:
¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para
ellos están estos corazones que llegaron del exilio
español" (4).

Otro gallego, creado por Vázquez-Rial,
"sólo hablo del tema al final. Era un error, o una
ilusión. No podía volver. Nadie, nunca, puede
volver cuando ha dejado atrás el infortunio"
(5).

Una portuguesa afincada en Villa Elisa ya no piensa en
regresar: "En 1950 ‘nuestra abuela’ con 17
años llegaba a esta tierra que según sus palabras
imaginaba como ‘un lugar lleno de oportunidades y donde
todos podían trabajar y vivir bien’. Al llegar
aquí se dio cuenta de que no todo era tan fácil y
entendió lo difícil que es dejar la patria.
‘Ser inmigrante es cargar una mochila muy pesada llena de
desarraigo que sólo se hace más leve cuando nacen
los hijos. Es muy difícil llegar a un lugar donde nadie te
conoce y ni siquiera habla tu idioma pero con los años uno
hecha raíces y regresar deja de ser una
opción’. Se nota en su rostro al decir estas
palabras una gran melancolía y añoranza pero no
arrepentimiento. Según ella cada vez que se va a dormir y
cierra los ojos vienen a su mente los paisajes, personas, olores
de diferentes comida y otras cosas que hacen que nunca pueda
olvidarse de su lugar de nacimiento" (6).

Un armenio "alquiló una casa en la calle Carlos
Encina. Sería 1920 ó 1921… No la compró
porque tenía la idea de regresar a Europa cuando la
situación cambiara. Sólo en 1922 compró en
Ramón L.
Falcón 6200 cuando Santojani loteó las quintas"
(7).

Muchos sí desean volver y lo logran. Silvia
Sepulcri escribe desde Italia a El Barrio::"Mis padres italianos
eran inmigrantes friulanos. En 1964, luego de 17 años de
residencia en el país, decidieron regresar a su tierra. No
lograron integrarse y trabajaron para poder volver. Se
sentían muy solos y no se encontraban bien en esta enorme
ciudad, tan distinta del pequeño pueblito que
habían dejado. No tuvieron la capacidad de comprender el
enorme enriquecimiento que una nueva cultura puede aportar.
Tenían miedo de no volver a Italia, pero sobre todo les
preocupaba que yo me quedara para siempre en la Argentina; me
hablaban de Italia como si allá fuera todo perfecto. Y
mantenían sus costumbres. En mi casa estaba prohibido
tomar mate, pero nunca fueron ingratos. Cuando volvieron a Italia
recordaban Buenos Aires y en particular a Saavedra con verdadera
emoción".(8).

En julio de 1959, en la Argentina, Rafael Alberti se
ilusionó con el regreso a su tierra. Escribió en La
arboleda perdida: "no sé, pero hay algo en mi país
que ya tambalea, y entre nosotros, los desterrados
españoles, circulan vientos que nos cantan la
canción del retorno" (9). Dejó la Argentina
pensando en su Cádiz amada, pero debió recalar
mucho tiempo en Roma. Finalmente,
regresó a su puerto de Santa María.

Los Goris, inmigrantes gallegos, volvieron a su tierra.
"De chica –afirma la hija, Esther-, escuché tanto a
mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser
tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una
región mítica". Ahora que sus padres regresaron,
dice: "Sólo falta que vuelva yo, para estar los tres
juntos, en ese suelo
soñado" (10).

Un inmigrante retorna, luego de trabajar décadas
en nuestro país: "Con el guardapolvo de mozo
todavía puesto, José Trillo, quien fue durante
cincuenta años fue una de las ‘caras’ del
Británico, contó cómo se sentía por
tener que dejar el tradicional bar. ‘Estoy muy triste, pero
algún día tenía que ser’, dijo. Muy
emocionado, anunció que -después de haber pasado
casi toda su vida en Argentina- volverá a radicarse en
Galicia. ‘Me voy a España’, concluyó"
(11).

En La Coruña murió en 1979, el pintor Luis
Seoane, quien, aunque nacido en Buenos Aires, vivió muchos
años en España. El escribió: "Soy y
seré siempre un desarraigado permanente. Lo seré
aunque decida volver a mi país. Es el destino del
exiliado" (12).

"Galicia es casi sinónimo de inmigración
–escribe Solla-, porque de Galicia, por emigrar, emigraron:
trabajadores, intelectuales,
energía
eléctrica y capitales. El gallego emigraba bajo dos
signos: uno,
que lo empujaba fuera de su tierra en procura de una mejor
situación económica y otro que lo hacía
volver. Así tenemos que, siendo el país que da
mayor porcentaje de emigración, también somos,
curiosamente, el que mayor índice de retornados tiene por
número de emigrantes. En el fenómeno migratorio
puede establecerse una correlación: padres y mujer
quedaban en Galicia, hijos y marido en la emigración. Esta
constante quizás sea el factor más importante que
favoreció tan elevado número de retornados,
además del apego que los gallegos tenemos a nuestra
tierra" (13).

Otros jamás podrán regresar, y
morirán añorando el retorno. Es que, para los
gallegos, morir en su tierra tiene fundamental importancia. Lo
explica Emilio González López: "Sólo los que
mueren en su tierra gallega alcanzan el privilegio de no dejar
este mundo, de seguir viviendo en él cerca de los suyos,
de su casa y de su tierra. El que tiene la dicha de morir en
Galicia se queda entre deudos y amigos a los que puede ver todas
las noches a su voluntad" (14). Sobre este tema escribí el
cuento "Un cielo para don Martín", en el que evoco los
últimos días de mi abuelo (15).

Graciela González, hija de un gallego emigrante,
relata que en los años en que llegó a la Argentina
su padre, "Los sueños eran pocos, pero duraban toda la
vida: comprar una casita, educar a los hijos y, quién
sabe, volver a la patria algún día. Papá
nunca lo hizo" (16).

No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la
confitería La Ideal. "Su rancia estirpe gallega se ablanda
un poco cuando confiesa que le gustaría volver a
España, después de tantos años sin pisar la
tierra que lo vio nacer. ‘Pero no hay plata: acá se
gana muy poquito, apenas las propinas. Y la jubilación,
para qué hablar’, cuenta. Su hija le está
gestionando una jubilación en España para que su
vida sea menos empinada" (17).

Volver fue una obsesión para la madrileña
de Canción perdida en Buenos Aires al oeste, novela de
María Rosa Lojo. La mujer "estaba sola frente al espejo y
suspiraba: ¿me reconocerán, seré
todavía hermosa cuando vayamos a España?" (18).
Nunca pudo volver. En su Cataluña quiere morir Remey Nuez
Fontanals, emigrada en 1947. Ella cuenta: "yo siempre le digo a
mi marido, a Bellido, que no quiero morir fuera de casa, y para
mí mi casa es España. Siempre que hablamos con
él le digo que no quiero morir fuera de casa, aunque
siempre he estado fuera de casa… pero bueno, no quiero morirme
acá, pero me parece que va a ser muy difícil".
Distinto pensaba su madre: "Mamá en cambio
murió acá, contenta. Decía que amaba este
país porque aquí nunca había podido tener
una deuda. En España le debía a cada santo una
vela, y acá a nadie, a ninguno…" (19).

"De viaje por el pueblo de Westmeath, en Irlanda, Teresa
Deane Reddy de pronto se topó, en vivo y en directo, con
el mismo puente de piedra que ella veía dibujar a su
abuelo. Para esta argentina de pura sangre celta que hacía
su primera visita al país de sus ancestros fue como si una
distancia de 10.000 kilómetros y más de cien
años quedaran abolidos en un instante. ‘Estaba
igual. Mi abuelo dibujaba siempre ese puente, que a su vez le
había visto dibujar a su padre’, recuerda Teresa,
secretaria de Redacción de The Southern Cross, el
periódico de la comunidad
irlandesa en la Argentina. Mi bisabuelo dejó Irlanda
cuando promediaba el siglo XIX. Y como tantos de los irlandeses
que entonces llegaron a la Argentina, lloraba porque no
había podido volver" (20).

Un inmigrante deja su tierra temporariamente y no puede
volver a ella. Cuando le es dado regresar, ya no lo hace. Cuenta
la escritora italiana Laura Pariani "Mi abuelo, un
anárquico antifascista, había partido en 1926 por
motivos políticos. Estaba convencido de que el fascismo
caería de un momento a otro y de que su estadía en
la Argentina, fruto de la necesidad, habría de durar poco.
Mi madre tenía menos de un año cuando él
partió. La idea de mi abuelo era regresar, pero el
fascismo no cayó. Fue así como, postergando cada
año el regreso, mi abuelo construyó su nueva vida
en la Argentina, donde vivió sus últimos cuarenta
años" (21).

Tampoco pudo regresar una familia polaca: "Desalentados
por tantos infortunios, algunos años después de
haberse radicado en Misiones, la familia Szychowski analiza la
posibilidad de regresar a Polonia o de trasladarse a
Canadá", pero "el estallido de la primera guerra
mundial los hace desistir de sus planes" (22).

"Luego de finalizada la primera guerra mundial,
los eslovenos del litoral marítimo, vecinos con el Norte
de Italia, emigraron de su tierra por razones políticas,
eligiendo como destino Sud América y preferentemente la
Argentina. El grueso de los eslovenos se radicaron en distintos
barrios de Buenos Aires, con la ilusión de volver a su
tierra en pocos años y rehacer su vida familiar. La
depresión de la década del 30 los
obligó a abandonar esa idea inicial y comenzaron a
asentarse definitivamente en estas tierras" (23).

No pudo volver un personaje de Abelardo Castillo, el
checoeslovaco Franta, avergonzado por no haber "hecho la
América" (24).

Hay quienes, como la calabresa Adelina C. Cela, abrigan
durante todas sus vidas el deseo de regresar al país de
origen, aunque más no sea, en el más allá.
En el poema "Madre Patria", expresa la italiana: "Por eso quiero
pedirte/ que mis cenizas, un día/ descansen en tus
raíces/ ¡las que me dieron la vida!"
(25).

Nino Belvedere -el personaje que interpreta
Héctor Alterio en El hijo de la novia, film dirigido por
Juan José Campanella- tiene dinero ahorrado para volver a
su tierra, pero lo emplea para casarse por iglesia con su
esposa –interpretada por Norma Aleandro-, enferma de Mal de
Alzheimer. El
hombre dice a su hijo –interpretado por Ricardo
Darín-: "Yo tengo una platita ahorrada, no mucha, y con
mami siempre tuvimos la idea de hacer un viaje largo, a Italia, a
visitar mi pueblo, y la verdad que ahora, con esa plata… (…)
quiero usar esa plata para casarme con Norma por la iglesia, como
regalo de cumpleaños" .

Algunos emigrantes regresan espiritualmente a su tierra
natal haciendo cuantiosas donaciones, como las que menciona
Roberto Arlt:
"la llamada Biblioteca
América, obra de un patriota gallego residente en Buenos
Aires, don Gumersindo Busto, quien tuvo la feliz idea de fundar
la Universidad Libre
Hispano Americana" y la obra de los hermanos Juan y Jesús
García Naveira, dos comerciantes ya fallecidos en el
año en que se escriben las crónicas, enriquecidos
en la República Argentina, cuyas donaciones "son
asombrosas por la cifra en metálico que representan"
(26).

Otros, por medio de su obra, como el italiano
Tomás Ditaranto, quien emigró en 1904, a los cuatro
años, fue aprendiz de herrero a los ocho, y llegó a
ilustrar la edición polilingüe del Martín
Fierro. Por iniciativa de su hijo, Hugo, surgió en
1983 el Museo Epeo, en Nocara, Italia, que consta de tres salas
en las que se exhiben setenta obras. "No fue fácil lograr
ese objetivo. Hugo
se conectó con parientes de Tomás que habitaban el
pueblo donde nació el artista, Montescaglioso, con la idea
de armar el museo allí, pero se enteró de que en
una ocasión la mafia robó un cuadro de su padre de
la Basilicata, entonces, por razones de seguridad y hasta
contar con las medidas correspondientes para una exposición
permanente, no consideraron oportuno recibir la donación
de las ciento cincuenta obras de Ditaranto prometidas por Hugo.
Actualmente, se está reconstruyendo la Abadía
Benedictina –sumamente importante en Italia- donde es
probable que puedan dedicar una sala a las obras de Don
Tomás (27).

Notas

1 Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a empezar
en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre
de 2000.

2 Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.

3 Guinzburg, Jorge: "Ana María Campoy. ‘A
mí los hombres me gustan con locura’", en
Clarín Viva, 4 de agosto de 2002.

4 S/F: "Esa magnífica legión de viejos",
en Revista Mayores, Buenos Aires, Año II, N° 11,
1994.

5 Vázquez-Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B. 1998.

6 Da Conceicao y otros: op. cit.

7 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

8 Sepulcri, Silvia: "Vecinos sin fronteras
‘¿Alguien se acordará de mí?’ ",
en El Barrio, Año 7 Nº 80, Noviembre de 2005,
wwwperiodicoelbarrio.com.ar.

9 Alberti, Rafael: La arboleda perdida. Barcelona,
Bruguera, 1984.

10 Goris, Esther: "Galicia, tierra añorada", en
Clarín, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.

11 S/F: "Desalojaron el Bar Británico", en
Clarín, Buenos Aires, 23 de junio de 2006.

12 Seoane, Luis, en el video de la muestra "Luis Seoane.
Pinturas, dibujos y grabados", en el Museo de Arte Moderno, junio
2000.

13 Solla, Andrés: op. cit.

14 González López, Emilio: Galicia, su
alma y su cultura. Ediciones Galicia. Centro Gallego de Buenos
Aires, Instituto Argentino de Cultura Gallega, 1978.

15 González Rouco, María: "Un cielo para
don Joaquín", en Josefina en el retrato. Buenos Aires, el
grillo, 1998.

16 Savoia, Claudio: "El equipaje de los sueños",
en Clarín, Buenos Aires, 14 de enero de 2000.

17 Commisso, Sandra: "Un marinero que eligió ser
mozo y quedarse en tierra", en Clarín, 16 de julio de
1998.

18 Lojo, María Rosa: Canción perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero,
1987.

19 Ceratto, Virginia: op. cit.

20 Guyot, Héctor M.: "Sociedad.
Irlandeses en la Argentina. Una verde pasión", en La
Nación Revista, Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos:
Daniel Pessah.

21 Patat, Alejandro: "El país de los
sueños perdidos", en La Nación, 28 de abril de
2002.

22 S/F: Folleto del Museo Histórico Juan
Szychowski, Apóstoles, Misiones.

23 S/F: en "Asociación Mutual Eslovena Triglav",
folleto de adhesión y participación a la
celebración del Día del Inmigrante y Feria de las
Colectividades en el Viejo Hotel de Migraciones, septiembre de
2003.

24 A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El
cuento argentino 1959-1970. Selecc., prólogo y notas por
el Seminario de
Crítica
Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires, CEAL,
1980.p. 48. (Capítulo).

25 Cela, Adelina C.: "Madre Patria", en La Capital, Mar
del Plata, 5 de septiembre de 1999.

26 Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Ameghino,
1997.

27 Alfie, Sol: "Tomás Ditaranto. Un homenaje
merecido", en Magazine Actual, Año 3, N° 12, Diciembre
de 1998.

De regreso

Para los inmigrantes que regresan temporariamente a sus
países de origen, el viaje tiene distintos significados,
vinculados con su pasado.

"Yo tenía quince años cuando empezó
la Segunda Guerra
Mundial, y fui encerrado en el gueto de Lodz, con mi familia
y miles de judíos
más –dice el polaco Jack Fuchs. Allí estuve
hasta que el gueto fue liquidado y nos deportaron a Auschwitz".
Para este hombre, que tanto ha sufrido, el viaje tiene una
connotación muy especial: "Hoy sé que volver a Lodz
es como una peregrinación" (1), afirma, convencido de que
debe viajar a su tierra también con su hija.

Ilse Kaufmann, volvió en varias oportunidades,
pero siempre añorando su nueva tierra: "Los negocios
florecían, y los Kaufmann regresaron a Europa, varias
veces, de vacaciones. De visita: ‘Fueron los años
más felices de mi vida’, suspira la dama.
‘Pero estando afuera levantaba los ojos y extrañaba
el cielo argentino. Jamás vi brillar las estrellas como
acá’ " (2).

Zoltán Horogh dejó Hungría en 1945.
"En 1993 Zoltán tuvo la oportunidad de caminar por primera
vez las calles de su pueblo, que dejó cuando era apenas un
bebé, hace más de medio siglo. Se emocionó
frente a su casa familiar, la misma en la que nació, y
frente a las ruinas de la iglesia en donde lo bautizaron. Se
encontró con una compañera de banco del colegio
de su madre, ya fallecida, y visitó a una tía, una
de las pocas que aún estaban con vida. Viajó junto
a su padre, su esposa y uno de sus hijos y hoy la recuerda como
una de las experiencias más lindas de su vida"
(3).

En 1899, María Giacoboni vuelve a su tierra. La
acompañan dos de sus hijos; uno de ellos es Lino Enea
Spilimbergo. Van al Piamonte, a visitar parientes en la Roverazza
y San Sebastiano Cerone. Regresan en 1902 (4).

El recuerdo de la guerra el que motivó a viajar a
un italiano, deseoso de recorrer los lugares en los que
había luchado. En El laúd y la guerra, se narra el
viaje de Luigi Gusberti, quien vuelve a Italia a los ochenta y
ocho años, acompañado por su hija y su yerno.
Escribe Martina Gusberti: "Después de varios viajes a su
itálico terruño, cuando todos creíamos que
había sentado cabeza, manifestó su deseo de
reincidir. Era éste el proyecto más acariciado por
mi padre, quizás el último y el de más
difícil solución, por su avanzada edad". A pesar de
la negativa familiar, el anciano insistía:
""¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares
donde luché en la primera guerra mundial, recorrerlos paso
a paso, ver cómo estarán hoy…!" (5).

Milena Gastaldo Brac, sicóloga social, explica el
efecto que el viaje tuvo en su espíritu: "ese barco que
una vez me trajo de Italia estaba siempre ahí y
aparecía ante cualquier anécdota como si fuera un
hueco sin tapar. Tenía una enorme sensación de
orfandad, de carencia". Hasta que viajó y "el milagro
sucedió en la iglesia, con la nieve cayendo sobre el
pueblo: ya no sentí más el vacío en el
pecho, ni la necesidad de Italia; la había aprehendido. La
pude juntar, tomar y metérmela en el alma, en el gran
cofre de los dulces recuerdos junto a los villancicos
navideños. En ese mismo momento sólo ansié
volver a Buenos Aires, al calor de mi
país nuevo y de mi familia nueva, de hijos y nietos
argentinos" (6).

El actor triestino Rodolfo Ranni emigró a los
diez años. Cuarenta y siete años después,
volvió a su casa. Tardó tanto porque "Creía
que el día que volviera se me iban a terminar los
recuerdos. Pero ahora es peor: recuerdo más que antes, y
me gusta vivir con esos recuerdos. Aunque algunas cosas me
desilusionaron bastante: Italia y los italianos no son como hace
50 años. Es un golpe para uno, porque, por ejemplo, no
nacen chicos; de seguir así desaparecerá la
población italiana. Han perdido la
tradición, las canciones. Los italianos de verdad viven
fuera de Italia. Todo lo que la gente piensa e imagina de Italia,
está fuera de allí" (7).

Rosa Marafioti es la autora de "Carta a mi pueblo", en
la que expresa: "He vuelto: Aquí estoy, después de
tanto tiempo. ¿Me recuerdas? Yo sí te recuerdo,
jamás te olvidé. Estoy segura de que tú
también lloraste al verme, aunque no haya visto tus
lágrimas, porque una madre siempre llora al ver a una hija
que desde mucho tiempo no veía, estoy segura de que te
emocionaste tanto como yo" (8).

El fasanès Valentìn Bianchi
encontrò la muerte en una ruta de su pueblo: "A medida que
avanzaba, una sensación extraña lo llevó a
recordar, como nunca, su niñez. Sentía que
retrocedía en el tiempo, y por su mente desfilaban
aquellos domingos felices, cuando iba al mar en busca de los
escurridizos pulpitos. Una sublime serenidad embargaba su ser,
era como si su alma vagara en el espacio. El pequeño auto
poco a poco se deslizaba a mayor velocidad,
como si deseara ávidamente llegar. La mirada de
Valentín se perdía en el horizonte, donde el mar y
el cielo se unían en el infinito. De pronto, en una curva
de la ruta, el suave bramido del motor cesa, y el
auto, en una alocada carrera, se lanza por la rocosa pendiente
del camino, bordeado por los centenarios olivares de Fasano.
Luego de unos violentos tumbos, el ímpetu del vuelco
arroja con fuerza a Valentín fuera del vehículo. Su
cuerpo queda tendido para siempre en la gris tierra natal"
(9).

La nostalgia impulsa a un gallego que llegó de
niño. Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en
1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Su
amigo Antonio Pérez-Prado lo definió como un
"galaico-porteño" (10). Fue "un gallego que se
sintió argentino y organizó durante décadas
encuentros entre autores y lectores, que son el antecedente
más cercano a la Feria del Libro". La
falta de medios no fue
un obstáculo para que el emigrante viajara: "En 1960, Don
Francisco sintió nostalgias de su tierra natal y quiso
visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su deseo.
Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán
de navío, lo llevó en su barco hasta Pontevedra. El
dinero para la estada provino de una rifa de una obra que
donó Berni" (11).

Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega.
Cuenta Gladys, su hija: "Cuando mi hermana tenía dos
años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que
él había prometido a sus padres en aquel día
de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que
había hecho la América, en la medida en que
América se lo había permitido y él la
había podido. Mi madre no lo acompañó porque
tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella
estaba tan llena de peligros y de misterios como para mis abuelos
aldeanos el lugar remoto donde ella había nacido y adonde
había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba
vivir en la casa de su suegra, mi terrible abuela Carmen. Ya
conocía historias de la señora da pena que, con
justicia, no
la alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue
papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá se
quedó dos años que mi madre aprovechó para
pasar a su hija de la cuna a la cama matrimonial. Cuando
volvió, José era un desconocido que sacó a
la hijita de cuatro años de esa cama para acostarse
él y para engendrar otra hija. A los nueve meses
nací yo" (12).

Otros emigrantes regresan a su tierra nimbados del
prestigio que les da su destacada trayectoria cultural, donde
muestran el fruto de su talento. En 2000, Bernaldo Souto,
traductor del Martín Fierro, regresó de Galicia,
donde "brindó una serie de conferencias y presentó
tres libros de
poesías
bajo el título ‘Luz y sombras’. Pero su mayor
satisfacción fue enterarse que en fecha próxima, su
traducción gallega del Martín Fierro
será publicada por la Xunta de Galicia, en una
edición bilingüe de lujo" (13).

Con su hijo famoso viaja la madre de Jorge Luz. El actor
recuerda así ese momento: "Mamá se vino de Asturias
cuando tenía doce años. Cuando ella tenía
cincuenta y pico la llevé a Asturias a ver a su
mamá. Mi abuela. Ella tenía una cocina muy grande y
nos quedábamos a la noche, en plena montaña, con la
cocina encendida. Estaba todo el campo verde, lleno de almendras,
nueces, guindas. La despedida fue fea. Cuando íbamos
camino al aeropuerto, de vuelta a Buenos Aires, mamá
venía llorando, y le dije: ‘Mamá, la viste,
no le pidas más a la vida’. A los cinco meses de
llegar acá, murió mi abuela" (14).

El madrileño José Luis Alvarez Fermosel
cuenta: "un día la mujer de Bonasso padre, una vasca de
Bilbao, me dijo: ‘Mira, no te quedes aquí mucho
tiempo porque vas a estar en dos sillas mal sentado. Yo estoy
allá y a los 20 días me da la impresión de
que nunca me he ido; cae la tarde y miro el reloj y digo: Ahora
estaría yo en Buenos Aires tomando el té con mis
amigas. Y vuelvo a Buenos Aires y pienso que podría estar
allí con mis hermanas" (15).

En La canción de las ciudades, de Matilde
Sánchez, una hija de españoles acompaña a
sus padres a visitar su tierra natal. Al regresar, la joven
señala: "Después de un tiempo de descanso en
Barcelona –mamá, siete días para pulir
borradores, una semana de caligrafía china-, todos
nos volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn la acelerada
modernización de España. Pero yo sabía que
su patria no era ésa sino el piso de la avenida Callao,
ese alto contrafrente que los abstraía de todas las
vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo. España
había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar
desconocido" (16).

En El merodeador enmascarado, Carlos Gorostiza "nos
habla de su infancia en el barrio de Palermo, junto a sus padres
vascos y un hermano mayor. No eran ricos pero disfrutaban de una
situación que les permitió en 1926 realizar un
viaje por la tierra de los ancestros" (17).

En su novela Hayrig Detrás del silencio de un
millón y medio de voces, Eduardo Bedrossian incluyó
el poema "Armenia", en el que se refiere al regreso de quienes
partieron: "Aquellos que dejando el amparo de tus
manos,/ en la tarde oscura del invierno se marcharon/ peregrinos,
a otras tierras, otros mares,/ grabando en tu alma el recuerdo/
de sus risas frescas de días lejanos.// Preguntas al
viento si vuelven los tiempos pasados, y su tímida brisa,
acaricia; y la caricia: suspiro/ y el suspiro de amor un
respiro,/ como unja esperanza cercana, con toda certeza,
contesta:/ ¡Volverán tus hijos errantes!"
(18).

Notas

1 Pogoriles, Eduardo: "Volver a las raíces", en
Clarín, 13 de agosto de 2001.

2 Savoia, Claudio: "Las dos vidas de Ilse", en
Clarín Viva, 18 de agosto de 2002.

3 Masjoan, Lía: "Nosotros. Contratiempos y
alegrías de los inmigrantes húngaros", en El
Litoral on line, Santa Fe, 2 de mayo de 2002.

4 S/F: "Vida y obra del artista plástico
Spilimbergo", en www.fundacionspilimbergo.org.

5 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
Aires, Vinciguerra, 1996.

6 Moreno, Liliana: "El regreso a la tierra de uno", en
Clarín, 17 de octubre de 1999.

7 Gaffoglio, Loreley: "El teatro me contuvo", en La
Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.

8 Marafioti, Rosa: "Carta a mi pueblo", en El Barrio
Villa Pueyrredón, Mayo de 2003.

9 Bianchi, Alcides J.: Valentìn el inmigrante.
Santiago de Chile, Ediciòn del autor, 1987.

10 Pérez-Prado, Antonio: "Recuerdos de la
América pródiga", en Clarín, Buenos Aires,
19 de noviembre de 2000.

11 Marabotto, Eva: "La esquina del librero, barro y
pampa", en Clarín, 5 de noviembre de 2000.

12 Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo Mondadori, 1997.

13 Turcatti, Esteban: "El gaucho que conquistó el
mundo", en La Capital de Mar del Plata, 5 de noviembre de
2000.

14 Guerriero, Leila: en La Nación
Revista

15 Flores, Daniel: "A boca de jarro. José Luis
Alvarez Fermosel ‘La caballerosidad no tiene que ver con la
geografía’ ", en La Nación, Buenos Aires, 21
de septiembre de 2003.

16 Sánchez, Matilde: "Alicante, 84", en La
canción de las ciudades. Buenos Aires, Planeta,
1999.

17 Requeni, Antonio: "El teatro, la escritura, lo
vivido", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de
2004.

18 Bedrossian, Eduardo: "Armenia", en Hayrig
Detrás del silencio de un millón y medio de voces.
Buenos Aires, 1991.

En busca de las raíces

A veces, son los descendientes los que regresan, en
busca del paisaje añorado por sus mayores. Acerca de esta
clase de
travesía, dice Juan Bedoian: "Quizás ese viaje es
como mirarse al espejo por primera vez, recuperar una parte
nuestra que nunca puede desaparecer: las semillas de lo previo. Y
es también el viaje más importante que uno puede
hacer porque es un viaje que nos nombra, un viaje que no cesa en
el tiempo ya que siempre estuvo en nuestros sueños y
quedará allí para siempre, sin adioses, intocado
como el relato de un viejo que cuenta cómo era su casa en
su aldea de Italia, qué hacía en el campo,
cuándo y con quién llegó a la Argentina. Ese
viaje es una vuelta al seno materno, a un espacio casi sagrado,
lleno de afectos, risas o pesares que nuestro bisabuelo le
contó a nuestro abuelo y nuestro abuelo a nuestros padres
y nosotros a nuestros hijos. En un país de inmigrantes que
desciende de los barcos como éste, ese viaje cierra el
círculo de nuestro destino: anuda los lazos familiares,
sociales, geográficos, culturales y especialmente
emocionales que ligan nuestra historia con la historia original.
Como si fuese un hilo invisible en el que están unidos
todos los mundos, los viejos relatos, los gestos ya cumplidos y
todos los tiempos" (1).

El viaje se relaciona en algunas oportunidades con la
creación literaria, a la que precede o de la cual es
consecuencia. En un reportaje, afirma Roberto Raschella, autor de
Si hubiéramos vivido aquí: "Viajé a Italia,
el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a
escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y
posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela"
(2).

En la tierra incomparable, el italiano Dal Masetto narra
la visita de una emigrante a su pueblo, cuarenta años
después. En una entrevista,
aclara quién viajó: "En realidad, fui yo el que
regresó. Allí se dio algo interesante desde el
punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la
visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con
los ojos de ella. Ese cambio de personalidad
me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por
ejemplo- nunca subió a un avión" (3).

Griselda Gambaro también escribió
remitiéndose a sus vivencias. Para El mar que nos trajo,
"En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios
recuerdos de los lugares que se mencionan: (…) Recordaba
particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se
traslada a Italia. La había visitado hacía muchos
años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me
acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto,
sobre la cumbre de una colina, a ‘la playa de arena y
piedras romas’ " (4).

A Italia viaja Atilio Betti en 1967. También lo
hace el protagonista de La noche lombarda, su novela, premiado
por el Gobierno de la península. El personaje vive su
premio como una revancha: "Mi padre me había negado
la
educación. Me había condenado, por no querer
trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de
lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las
oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba
allí, en viaje hacia Italia, en calidad de
invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo.
Solo, sí, pero libre y triunfante" (5).

Paulina Vinderman habla a su padre en un poema: "-Anoche
soñé que sacaba un pasaje para Bulgaria-/ quiero
decirle./ Llego a una ciudad amplia y resuelta, apoyada en un/
mar interior (un mar de manual, con
muchos barcos enhiestos.)/ Inexplicablemente la ciudad
está callada/ y resuenan mis pasos sobre las calles./
Universidad, dice un cartel,/ y otro me envía a las ruinas
de un templo griego/ que instala la armonía en mi ceguera"
(6).

Canta a su padre, asimismo, Alberto Perrone, cuando
llega a la casa europea del inmigrante: "Padre hoy conocí
tu tierra de vides y olivos./ Conocí a tu hermana y
encontré tu joven retrato/ que aún preside
allá, la casa" (7).

Estar en la tierra de los mayores es un aliciente para
la labor intelectual. En una conferencia
dictada en 1994, afirma Aurora Alonso de Rocha que un recuerdo de
1978 le da "a la tarea de investigar, una cuota mayor de
entusiasmo". Se refiere a su viaje a Galicia: "de pronto,
estuvimos en la mítica tierra. A terra, la de los cuentos mil
veces recreados. (…) ¿Cómo pudieron irse?
–preguntó mi hija de quince años.
¿Cómo, de un lugar mágico? Era el lugar del
encantamiento, recibido en los relatos y los silencios dolidos,
el lugar donde el mar era la mar y había puertos de
tierra" (8).

Volver puede ser el tema de un texto
premiado. Sobre su viaje a Prepezzano, "un pueblito de la
provincia de Salerno que no figura en ningún mapa",
escribe Mónica López Ocón su "Interior
italiano", uno de los textos ganadores del certamen "El mito del
viaje", organizado por la Asociación Premio Grinzane
Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica: En esas
páginas expresa: "Mi viaje era en realidad un regreso. El
pueblo que me mostraron era una réplica del que yo llevaba
dentro. Paradójicamente, era el pueblo el que me habitaba
desde mucho antes de que pudiera habitarlo yo. Por eso,
reconocí de inmediato el olor, el sabor y la textura de
las uvas negras que Alfredo cortó del huerto. Bajo su
piel enlutada
guardaban un sol escandaloso. Parecían arrancadas de la
sombra por el luminoso pincel de Caravaggio y tenían el
sabor indescriptible que sólo pueden tener las uvas que se
añoran" (9).

En el pueblo del que partieron los ancestros, se
encuentran latentes las raíces. Dijo Julia Zenko: "Un
instante puede mostrarte lo que pesan tus antepasados. Eso lo vi
en esta última gira: conocí Letonia y Lituania, y
también Estambul, donde vivió varios años
una de mis abuelas, y reconocí olores de las comidas de mi
casa, músicas, acentos. Es que soy una argentina tanguera
sin una gota de sangre criolla" (10).

Para Eduardo Pietkiewicz, "Conocer Lituania era una
ilusión de toda la vida. Es que en ese país
había nacido su madre, pero ella nunca había podido
regresar. Entonces, cuando finalmente este año se
ajustó el cinturón de seguridad del avión
que lo llevaría a esa tierra tan deseada, Eduardo Pedro
Pietkiewicz sintió que de ese modo cumplía con su
sueño más importante. Pero también
concretaba el anhelo de mamá Cecilia, que seguramente
sonreiría feliz desde esa ventanita tan misteriosa por
donde nos siguen mirando, orgullosas, las mamás que ya se
han ido" (11).

"Sesenta años después del clímax
del Holocausto
–el asesinato de seis millones de judíos
pergeñado por los nazis-, ochenta chicos de la comunidad
Hashomer Hatzair llevan sus por qué a Polonia. Vienen de
todo el mundo. Viajan en busca de sí mismos, de rastros de
sus abuelos, de alguna respuesta" (12).

A Ottobiano, "un pueblito de Lombardía que ni
siquiera puede dar pruebas de su
existencia: no hay trenes que pasen por ahí y fue olvidado
hasta por los cartógrafos",
viajó Miguel Frías. De allí partió su
abuelo en 1913, a los doce años. El nieto se aproxima al
pueblo: ""Verlo acercarse por fin en una mañana de bruma,
entre árboles
sin hojas y campos labrados por fantasmas, no
lo hace más real: la cúpula de la iglesia
está a salvo de la niebla, pero el resto tiene el contorno
de un sueño. Acabamos de recorrer el breve paraíso
de mis cuentos
infantiles" (13).

En 1991, Gabriel Corrado viajó a Italia para
grabar en Roma y Sicilia. Años más tarde, expresa
lo que sintió cuando una pareja lo reconoció en la
Vía Condotti: "Se me vino encima el abuelo, que
había hecho el camino inverso, los doce mil
kilómetros, Zamudio 4230…" (14). Por una circunstancia
fortuita, se reencontró espiritualmente con su
antepasado.

Una tía de Enrique Eusebi "pudo volver a la
tierra de sus padres, con tanta mala suerte que estalló la
guerra. ‘Y nosotros le mandábamos café y
azúcar
a mi tía. Mire ahora’. Cuando por fin volvió,
la tía no paraba de comer" (15).

Los alumnos del colegio porteño Marie Manooguian
eligieron la tierra de sus mayores como destino de su viaje de
egresados. Organizan cenas para recaudar los fondos que les
permitirán viajar; "el objetivo es que todo lo aprendido
por los jóvenes en los años de formación
académica (historia, geografía, idioma y cultura)
concluya con la rica experiencia de visitar Armenia. Y
también tienen la posibilidad de visitar otros
países pertenecientes a la comunidad europea"
(16).

En "Temas de la patria anterior", González
Carbalho escribe: "Quienes fueron antes que yo en mi sangre,
partieron por donde yo entré en España. Recuerdo
que en algún coloquio de lembranzas, hablóme mi
padre de cuando se echaba a nadar en la radiante bahía de
Vigo. Eran intentos para irse. Estaba haciendo la práctica
para la gran travesía. El alma navegante se estaba
familiarizando con la onda, el yodo, la brisa que blanquea de sal
la cara. Así partió siendo niño. Y yo
volví por donde él partió, siendo ya varias
veces hombre. Es decir: hombre y experiencia, hombre y
afán de indagar en la raíz, de sentirme en la
fuente de la savia. Hombre que necesita respirar los aires de su
patria anterior" (17).

Adolfo Pérez Esquivel "parte para Galicia en
breve a dejar él también su huella
escultórica. ‘Voy a hacer un monumento a la memoria
en Combarro, el pueblo donde nació mi padre, en un parque
al que le van a poner mi nombre", comentó"
(18).

Javier Villafañe "En los '80 cumplió el
sueño del descendiente: ‘regresar’ a tierra de
los padres. Y allí en España llevó su arte
también de pueblo en pueblo" (19).

A Eibar llegaron los hermanos Sarasqueta, a conocer a
sus parientes vascos, de los que no tenían noticias desde
1902. El encuentro fue posible gracias a la Asociación
para la Cooperación Mundial entre Vascos, que ayudó
a localizarlos. "Regresaron la semana última, con las
valijas llenas de fotografías, comidas típicas y
libros sobre el lugar. ‘El primer encuentro con Pedro,
primo segundo, de 65 años, fue impactante por el parecido
con mi padre. Nos recibieron como una verdadera familia.
Valió la pena el esfuerzo’, contó Marcelo"
(20).

El viaje permite, en algunas oportunidades, vivir de
cerca la dura vida que se llevaba antes de emigrar. En un
reportaje, afirma Guillermo Saccomano, autor de El buen dolor:
"Yo recuerdo cuando fui a España por primera vez, en el
setenta y pico. En la casa de los parientes, en Santiago de
Compostela, un familiar me mostraba emocionado el baño:
había llegado a tener sanitarios y después de
trabajar en el campo, podía pegarse una ducha. Si esto era
así en los años setenta, pensá lo que
sería en 1910, 1920" (21).

"Cuando finalmente llegué a Galicia
–escribe Gladys Onega- sólo reconocí y
sólo recuerdo el olor ácido a estiércol y la
moscas ennegreciendo los cuencos, de lo que nunca me había
hablado. Los trabajos eran más aliviados, las penurias
menos pesadas, y las nieblas tan vagorosas y pobladas de brujas
temibles como las inventadas por los hermanos Grimm, que
allí se llamaban as meigas" (22).

Sirve para comprender más a quienes emigraron.
Esther Goris conoció Pontevedra a los veinte años.
En diciembre de 1999, cuando evoca ese viaje, escribe:
"Recién al disfrutar de cerca de esa belleza incomparable
entendí por qué a mi padre lo ponía triste
la inmensa llanura de la Argentina" (23). Otro tanto sucede a
Beatriz Pérez Leiro, marplatense que en 1999 viajó
a España. Ella dijo: "Desde pequeña escuchaba a mi
madre hablar de un extraño camino, que siempre se
llamó ‘francés’, senda única y
concreta hacia un sepulcro milagroso. Su voz se apagó y
puse su sueño en mi mente y en mi corazón"
(24).

Arroja luz sobre la propia existencia, a la que completa
y da sentido. "Yo viajé a España –cuenta Pepe
Fernández Balado- porque sentía que tenía
que recuperar algo que se me escapaba, que se me había
escapado en la infancia. (…) yo nací en el ’46 y
en el ’50 y tantos, había un horario en el que
la radio no se
podía tocar: la hora de la audición
española… y yo reconozco todas las canciones de esa
época, como si fuera un español más. Es
más, cuando viví en España, con un
español, hacíamos competencias,
él empezaba un pasodoble, yo lo seguía y
así… y él no podía creer que yo me hubiera
criado en Argentina…" (25).

Algo así sentía la protagonista de mi
cuento "Volver a Galicia", basado en una anécdota
familiar. Acerca de esta mujer, digo: "Hasta que no lograra pisar
esa tierra, nada tendría valor para
ella, porque le faltaba su punto de partida, el origen que la
había llevado a ser quien era" (26).

Para Vicente Muleiro, viajar al pueblo de su abuela fue
muy importante: ""Lo que se veían eran unas chozas de
piedra, una isla del pasado enclavada en la Galicia europeizada.
Sin embargo, ese pueblo tosco por donde trajinaron los pastores
que me anteceden significaba mucho para mí"
(27).

Al protagonista de la canción de Alberto Cortez
lo llevó la promesa que hiciera a su abuelo: "Y el abuelo
un día cuando era muy viejo/ allende Galicia/ me
tomó la mano y yo me di cuenta/ que ya se moría/ Y
entonces me dijo, con muy pocas fuerzas/ y con menos prisa:
‘Prométeme hijo que a la vieja aldea/ irás
algún día/ Y al viento del Norte dirás que
su amigo/ a una nueva tierra, le entregó la vida"
(28).

En "Al contrario de lo que dicen", escribe Julio
César Barros: "Mi abuelo era un gaita nacido en Monforte
de Lemos y llegado a estas comarcas cuando tenía un poco
más de 18 años. Como otros tantos millones de
españoles, se abrió camino aprovechando
honestamente las oportunidades que ofrecía el país,
en aquellos mejores días. Se casó con una
argentina, aumentó cuanto pudo la prole, compró su
chalecito y se jubiló despues de haber cinchado no
sé cuantos años en el Roca. Una vida tan modesta,
que mal hubiera podido despertar la curiosidad de nadie. (…)
Ahora, ya devenido en inmigrante yo también, comprendo su
ternura" (29).

El padre de la escritora María Rosa Lojo
había plantado un castaño: "Mi padre no solamente
intentó compensar con imágenes
míticas la llamada ‘pérdida de los objetos
tangibles’. El, que no creía en Dios, creía
en los árboles. Como lo hiciera Rafael Alberti, fuimos a
vivir a Castelar, donde había muchos, y las casas
tenían (y tienen aún hoy) amplios jardines. En el
parque trasero de la nuestra ya había un ciruelo, y varios
árboles frutales. Pero mi padre plantó,
también, un joven castaño. Era su árbol
fundador, después de todo, un verdadero
‘árbol madre’, árbol de la vida,
árbol del mundo, eje cósmico capaz de abastecer las
necesidades de toda una familia, y por extensión, de la
especie humana. En sus hojas rejuvenecía, cada primavera,
la esperanza del reencuentro. Pero los castaños no se
avienen con el clima de Buenos
Aires: los frutos eran muy malos, casi raquíticos, ni
siquiera valía la pena extraerlos de su coraza puntiaguda.
Sin embargo el castaño dio otro fruto mejor y más
esperado".

Cuenta la hija lo que sucedió con ese
árbol, símbolo de un anhelo "Cuando ya mi padre
había muerto pude, por fin, ‘volver’ a la
tierra que yo aún no conocía y donde él no
llegó a retornar nunca. A mi regreso, el castaño
comenzó a morir, irremediable y violento. En un mes se
había secado de la copa a las raíces.
Comprendí que simplemente daba por cumplida su
misión terrena, que siempre había estado
allí sólo para encarnar la fuerza del deseo, la
poderosa pulsión de la nostalgia, el primer mandamiento
que se le impone al exiliado hijo" (30).

Ruben Servia recuerda el viaje a la tierra de sus
mayores: "en 10 minutos llegamos a A Coruña… Noia…
Lousame… bajé del auto… y lo que caminé desde
ese auto hasta los brazos de mi tía… no puedo
explicarte, no podré expresarte qué me pasaba, era
como caminar volando… liviano… sin nada adentro… ahogado…
alegría… La abracé, lloré como
hacía mucho no lo había hecho, recordé a mi
papá, a mis abuelos, estaban ahí, en medio de
nosotros dos…" (31).

Leonor Manso destaca la importancia que tuvo para ella
el viajar a Segovia, tierra de su padre, "que se había ido
de allí a los once años y sólo había
vuelto de visita a fines de los 60". En Carbonero El Mayor, a
unos cien kilómetros de Madrid,
encuentra a sus tíos y recorre todo el pueblo "lleno de
Mansos". Sobre esta experiencia afirma en 2000: "Me fui viendo y
reconociendo en cada uno de ellos. También empecé a
sentir cada vez más fiebre: era un
golpe fuerte verme puesta frente a mis orígenes de una
manera brutal" (32).

Martín, hijo de húngaros judíos,
"ha viajado con frecuencia a Europa debido a su trabajo, y en
esos viajes siempre ha pensado en acercarse a Hungría,
pero lo ha detenido el temor a enfrentarse por sí solo con
el pasado de su familia. Lo ha asediado una irracional
fantasía de que los nazis lo apresarían y lo
harían jabón. (…) Quería ir a
Hungría a visitar la tierra de sus ancestros, pero
había llegado a la conclusión de que no
podía hacer ese viaje solo, necesitaría de la
compañía de su padre para realizarlo. No tanto la
de su madre, que también era húngara, sino
sólo la de su padre. Quería que fuese un viaje de
hombres, de amigos, de compañeros, en esta
excursión a ese pasado. (…) El paso siguiente era
cómo convencer a este hombre de ochenta y cuatro
años, que siempre había expresado su desprecio por
ese país que no había dudado en apoyar al invasor
nazi y que había colaborado para mandar tantos
judíos a la muerte. No iba a ser fácil"
(33).

Matilde Bensignor visita la tierra de sus mayores. Al
regresar, escribe: "Turquía. Mis padres y mis abuelos
vinieron a recibirme y me trajeron las imágenes de una
vida que se fue. Y ellos aparecían y se borraban en mi
memoria, haciéndome reír y llorar. (…) Era Iom
Kipur, entré en la sinagoga de Estambul. Me sentí
en casa. Abajo, los hombres, en la azará, las mujeres.
Parecía el templo de Camargo. El Jazán cantaba en
hebreo y en judesmo. Y llegó la hora de la Neilá y
toda la congregación se levantó en un grito, un
clamor a Dios, de alabanzas, de Aleluyas, de perdón.
Lloré con mis parientes de Turquía, aquellos que,
sin conocer, ya los quería. ¡Dije, adiós a
Estambul. Me esperaba Izmir! Allí, descubrí una
nueva alegría. Vibré de emoción, al ver el
balcunico de Buduralí y, junto al bodre del mar, azul,
respiré, profundo, tratando de inspirar hasta el
último de los recuerdos y llevarlos conmigo. Como joyas
preciosas, los guardé en mi corazón"
(34).

A Siria viajó Alberto Mustafá, quien
relata: "En un viaje que hice a Europa llevé conmigo
la carta de un
primo que me había escrito desde Siria, la tierra de mi
padre y de mis abuelos. No me pregunten porqué
tenía esa carta encima porque mi intención no era
llegar hasta Siria. Pero estando en Madrid vi en TV un documental
sobre los árabes y al otro día, casi sin pensarlo,
compré un pasaje a Damasco. Desde ahí llegué
a Wada Il Ellun, el pueblo de mi padre, donde un vecino me
llevó hasta la casa de un señor bajito y muy
parecido a mí a quien le mostró la carta.
‘Esa carta la escribí yo’, me dijo el
señor y nos estrechamos en un fuerte abrazo. De todas las
emociones que
viví en aquellos días ninguna me pegó tan
fuerte como haber conocido la casa donde vivió mi viejo"
(35).

Y, en los tiempos que corren, significa la posibilidad
de empezar de nuevo, como sucedió a Horacio
Fernández, quien viaja, desengañado de la
Argentina, a la tierra de la que vinieron sus padres: "Horacio
vive ahora en el lugar que siempre conoció a través
de relatos. Todo está igual a como le fue contado. Pero
todo, también, es diferente. Por empezar, la barba ya
fijó su color de nube y el pasaje no tiene fecha de
regreso. Igual que hace setenta y dos años, cuando Felipa
y Antonio desembarcaban en Puerto Nuevo con un par de bolsos y un
papel con la dirección de unos paisanos –porque en
España amenazaba el hambre-, el hijo, ahora, llegaba a
Barajas –porque en la Argentina se come tierra- con un
bolso y una anotación: ‘Carretera Pandorado 7,
Sopeña de Carneros, Astorga’ " (36).

Porque, como escribe el nicaragüense Sergio
Ramírez, "Ahora que tantos argentinos descuajados de la
normalidad de sus vidas se quieren subir a los viejos barcos en
que sus antepasados llegaron desde Calabria, o desde Marsella, o
desde Vigo, a buscar un refugio quizás imposible frente a
la catástrofe que la repetida corrupción
ha traido sobre la Argentina, el rollo de la película es
echado a andar, pero hacia atrás" (37). "La tierra
generosa se ha vuelto marchita –escribe Héctor
Gambini. Y la nueva inmigración se está volviendo.
Y muchos de los hijos de la vieja inmigración
también se quieren ir. A la aventura de cruzar el
océano al revés que los abuelos" (38).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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