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Inmigración y literatura (página 5)



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III
Primeros días

La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros,
con su documentación argentina, se encuentran con
sus familiares, amigos, o empleadores, o se remiten a las
instituciones
que los orientan.

Algunos inmigrantes son esperados por sus parientes, a
los que conocen en el momento de arribar a la Argentina.
Así sucedió a Carmina, cuyos tíos
"importaron a una hija de España
porque el médico que operó a Consuelo de un fibroma
tuvo al final que extirparle los ovarios. (…) Pedía una
niña, y prometía cuidarla y educarla hasta que mi
abuela pudiera viajar". Al llegar la asturiana, de quince
años, la tía le dice: "Aquí no
volverás a pasar hambre, querida". "Le abrió una
camita disimulada dentro de un mueble del comedor, y Carmen
durmió, por primera vez en mucho tiempo, diez
horas seguidas. Consuelo la despertó con medialunas, la
bañó y despiojó, le dio ropa y zapatos
nuevos (…) y la llevó a la peluquería".
También al médico: "Carmen venía con una
bronquitis aguda, estaba desnutrida, mal desarrollada y
probablemente raquítica. Le prescribieron jarabes,
vitaminas y
una dieta a base de alimentos ricos
en hierro y
calcio".

Pero todo tiene su precio.
"Pasados los primeros días, Marcelino envió a
Consuelo con un mensaje: Carmen debía levantarse a las
cinco, prepararles el desayuno y servírselos en la cama.
Luego tendría que acompañarlos a la escuela, donde se
dedicaría a limpiar el patio, a barrer las aulas, a
cepillar los escalones, a fregar los mármoles y a encerar
la dirección. Cumplida la tarea,
recibiría un billete colorado y visitaría la feria
de la calle Guatemala para
hacer las compras,
después limpiaría toda la casa y prepararía
el almuerzo. Haría su tarea escolar y a las seis de la
tarde entraría en la primaria para adultos que funcionaba
en horas nocturnas del Fidel López". Para colmo, "semana
tras semana, en ausencia de Mino y de Consuelo, el hidalgo
acosaba a su sobrina en el juego mudo,
casi chaplinesco, del gato y el ratón" (1).

El padre de Gladys Onega "Llegó solito, y cuando
fue a la casa de su tío Agapito Vega, hermano menor de mi
terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la
cochera y no en la cama más blanda, como aquella que le
reservaban siempre al tío Agapito en la casa da pena de
Galicia". La escritora se pregunta: "¿El tío que lo
encandiló en Galicia con la ilusión de América
fue el primero que empezó la destrucción de la
ilusión?" (2).

"A la Argentina –recuerda Luis Varela, en De
Galicia a Buenos Aires– no
se podía emigrar sin un contrato de
trabajo, pero se hacía responsable de nosotros mi
tío José, hermano de mi madre, que nos estaba
esperando en el puerto, acompañado de la hija, mi prima
Norma, que lucía un gorrito de punto muy blanco, y con una
sonrisa y un beso nos levantó un poco el ánimo,
sintiéndonos ya amparados en casa de nuestra familia
americana, mis tíos habían emigrado hacía ya
30 años y, por supuesto, los hijos eran criollos. (…) La
habitación también estaba lista para los dos
huéspedes. Dos camitas plegables entre la pila de cajones
de cerveza en la
cocina del bar, que era además depósito de
mercadería. Desfilaban las cucarachas de 5 ó 6 en
fondo, pero yo ya desfilare varias veces con otros bichos, y si
bien estaba familiarizado con las pulgas, había que
acostumbrarse a convivir con todo bicho viviente" (3).

Cuando llegó en el "Bremen", en 1929, mi abuela
pasó en casa de unos parientes los pocos días que
faltaban para su casamiento. Mi abuelo había llegado mucho
tiempo antes, y vivía a unas cuadras.

"Generalmente los vascos casi no utilizaron el Hotel de Inmigrantes, del que se podía
ser huésped por ocho días, ya que frecuentemente
venían consignados, siendo muy jóvenes (12 0 14
años) a parientes o compadres que los estaban esperando"
(4).

Acerca de su padre, sus tíos y su abuela, que
dejan Turquía, relata Silvia Isjaqui Sereno: "Cuando la
guerra
terminó y llegó el primer giro los embarcaron como
bestias apiñadas con rumbo a América. Cualquier
cosa parecía mejor que lo vivido y además la
esperanza, esa mariposa volando en el medio del pecho. (…)
cuando llegaron al puerto de Buenos Aires los esperaban
parientes. que los llevaron a comprar ropa decente a Gath y
Chaves, el brillo que entonces tenia la gran ciudad los
encegueció, Elías no se reconocía en los
espejos que le devolvían una imagen pulcra y
graciosa" (5).

Una inmigrante armenia dijo a la investigadora
Nélida Boulgourdjian: "Al llegar a Buenos Aires, en 1924,
vivimos ocho días en casa de mi cuñada, en la calle
Niceto Vega. Después alquilamos una casa cerca de la calle
Canning. Mi marido era carpintero, ganaba bien. A los pocos meses
compramos un lote en Liniers, a pagar en diez años"
(6).

Los que no tienen conocidos en la nueva tierra, sufren
"las penurias del desembarco en Buenos Aires, Hotel de
Inmigrantes y frustrada espera de un destino" (7). Algunos se
hospedan en otros hoteles.
Días después, se trasladarán a un
conventillo; a una vivienda más digna, o viajarán
hacia el interior.

Notas

1. Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

2. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.

3. Varela, Luis: De Galicia a Buenos Aires
–Así es el cuento-.
Buenos Aires, el autor, 1996.

4. S/F: "Características de la inmigración vasca en el Cono
Sur".

5. Sereno, Silvia Isjaqui: "Un par de zapatos", en
SEFARaires, N° 44. Buenos Aires, Diciembre de
2005.

6. Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires. La reconstrucción de la identidad
(1900-1950).. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

7. Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe,
Colmegna, 1991.

El Hotel de Inmigrantes

Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el
Hotel (1), sólo si observaban el reglamento de la
institución. El mismo figuraba en el Manual del
emigrante italiano, y establecía, por ejemplo que
"Después de cada comida, a la hora indicada por el
reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le
hayan entregado antes, sin lo cual no podrá ausentarse del
Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que
limpiar las instalaciones y ocuparse del transporte de
víveres. La parte destinada a los hombres, está
separada de la de las mujeres; al igual que en el barco,
está prohibida la promiscuidad. Con todo, se
respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus
niños.
Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno, está
prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal debe
avisar a la dirección del establecimiento. Está
permitido salir a determinadas horas, pero quien no haya
regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar
la noche en el Hotel" (2).

Un pionero holandés se alojó allí:
"En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros
inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco
llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su
libro, Cual
ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor
hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez
kilómetros soplando un viento de invierno que nos
penetraba hasta la médula de los huesos. Ya
estábamos en la tercera semana de junio… Verano en el
hemisferio Norte. Pero invierno aquí… Engarrotados de
frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina.
Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes, un
grupo
llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se
instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del
Castillo‘ " (3).

El friulano Juan Faccioli fue uno de los "integrantes de
aquella primera migración
que dejaron testimonios escritos": "Según Faccioli, al
llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban
destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les
darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero
luego de vagar sin conseguir trabajo ni
comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde
allí, a una colonia que se formaría del otro lado
del arroyo El Rey" (4).

Por ese entonces, "La aglomeración de gente
presentaba un cuadro poco edificante. En ‘La Nación’ (N° 2355), denunciaba el
mal estado del
hospedaje a los extranjeros. A un pedido de aclaración del
ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración
informó que: ‘el Asilo de Inmigrantes está
muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E:
lo ha reconocido así y mandó levantar planos y
presupuestos
de la obra que debe construirse en el terreno que al efecto fue
cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro…’ y
agrega que nunca habían tenido enfermedades
infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo, se
destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por
día por el médico. Luego informa el señor
Dillon: ‘Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo
y cuando llegan se envían al Río que está
inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en
esa operación, la pasan en la Plaza, de manera que
sólo en los días de lluvia se siente algún
inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero
basta uno o dos días buenos para que todo esté
seco, pues el aire y la
luz penetran
por todas partes" (5)

Marcos Alpersohn, pionero en la Colonia Mauricio,
provincia de Buenos Aires, llegó a la Argentina en 1891.
El se refiere al Hotel en sus memorias: "Las
chalupas nos condujeron hasta el Hotel de Inmigrantes, enorme
edificio de madera,
vetusto, mugriento, cubierto de moho y musgo y dividido en
infinidad de habitaciones. Allí encontramos a otros
doscientos inmigrantes judíos
llegados un par de días antes en el vapor Lisboa"
(6).

Alberto Gerchunoff relata que "Del Hotel de Inmigrantes,
de Buenos Aires, nos llevaron a Moisés Ville en la
provincia de Santa Fe. Es la primera de las colonias fundadas por
el Barón Hirsch". Habían llegado al Hotel
provenientes de Tulchin, Rusia, "Una
ciudad sórdida y triste, sin alumbrado ni aceras, cuyo
lujo arquitectónico se reducía al palacio
semiderruído de los condes de Bazá y a un edificio
llamado La Buena, sitio de paseos dominicales" (7).

Al Hotel llegaron, en 1906, judíos provenientes
de Ucrania. Relata Maria Arcuschin: "Si nuestros viajeros
hubiesen tenido la posibilidad de alejarse de los muros grises
del Hotel de Inmigrantes, habrían podido apreciar varios
notables progresos que señalaban el fin de la aldea
colonial con el crecimiento de una futura ciudad" (8).

En la carta que
envía al periódico
El Obrero, en 1891, José Wanza, un inmigrante establecido
a su pesar en Tucumán, expresa: "En B. Ayres no he hallado
ocupación y en el Hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva
sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido
esclavos. Nos amenazaron de echarnos a la calle si no
aceptábamos su oferta de ir
como jornaleros para el trabajo en
plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos
daría habitación, manutención y $20 al mes
de salario. Ellos se
empeñaron en hacernos creer que $20 equivalen a 100
francos, y cuando yo les dije que eso no era cierto, que $20 no
valían más hoy en día que apenas 25 francos,
me insultaron, me decían Gringo de m… y otras
abominaciones por el estilo, y que si no me callara me iban hacer
llevar preso por la policía". En el Hotel de Inmigrantes
tucumano no le va mucho mejor: "Al fin llegamos al hotel y
pudimos tirarnos sobre el suelo. Nos dieron
pan por toda comida. A nadie permitían salir de la puerta
de calle. Estábamos presos y bien presos" (9).

José Arias expresó sus vivencias en el
hotel de Puerto Madero, al que llegó en el 30: "Quiero
dejar aquí constancia del trato y de la atención que las autoridades tenían
con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes; para
dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han pasado
sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece, pero
nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de Inmigrantes. Y
como si esto fuera poco las autoridades de inmigración le
sacaban el pasaje a destino y se lo pagaban, y hasta lo
acompañaban hasta las estaciones, por lo menos en mi caso"
(10).

Marta B. de Pellegrini escribe: "Llegar a un lugar donde
todo era desconocido, la tierra, el
idioma, la gente, predisponía en nosotros a aumentar la
incertidumbre, hasta que fuimos llevados al Hotel de Inmigrantes.
Era una especie de oasis, donde nos agruparon según la
nacionalidad
y, ya con el ánimo calmado, empezamos a mirar la realidad
de esta suerte de tierra prometida. Nos mantuvimos durante dos
semanas en las que el hoy llamado ‘viejo hotel’
sirvió de nexo entre lo trágico y conocido, que
había quedado atrás, y lo nuevo y desconocido que
teníamos por delante. No creo que haya en el mundo otro
refugio semejante para recibir y albergar a los inmigrantes"
(11).

En el Hotel estuvo Jacobo Rendler, judío polaco,
quien recuerda que el dormitorio "era un salón enorme con
cuchetas de a tres camas. Cuando vimos las camas perdimos las
ganas de acostarnos. Con Melcer convinimos dormir afuera sobre
unos bancos de
cemento que
había. (…) Al día siguiente nos levantamos muy
temprano. El barco de piedra era muy duro y estábamos a la
intemperie pero las camas estaban tan sucias y tenían
tantos bichos que teníamos miedo de amanecer de nuevo en
Polonia".

Va a visitar a unos paisanos: "Al salir del Hotel de
Inmigrantes, el bulto con mis cosas estaba en el depósito.
Las personas de la Asociación de ayuda a los inmigrantes
me habían anotado en un papel en castellano la
dirección y el apellido de la familia que
buscaba. Era una especie de volante donde estaba impreso que era
un inmigrante recién llegado y se pedía a la gente
que lo leyera me ayudara a llegar a esa dirección, que era
en la calle Jean Jaurés de la ciudad de Buenos Aires. Me
indicaron tomar el tranvía número 2 y que le
mostrase el papel que llevaba al motorman para que me indicara
dónde bajar".

Encuentra a la familia que buscaba, uno de cuyos
miembros le asegura el empleo y
promete pasar a buscarlo al día siguiente. "Al volver al
Hotel, Meltzer me estaba esperando. Me contó que
había vuelto una de las personas de la Asociación
de ayuda, que a él le habían conseguido en la casa
de un relojero, a otros los habían ubicado con carpinteros
o sastres, cada uno según su profesión y que a
todos los iban a ir a buscar al día siguiente"
(12).

En su poemario Las huecos de tu cuerpo, Manuela
Fingueret evoca a su madre, que se hospedó en el Hotel. La
hija le dice: "Suspendida del verano/ como las/ glicinas de la
calle Leiva/ ‘flor quieta y desnuda’*/ tus pies se
arrastran/ en la noche/ como una alucinación/ que se
desliza/ por las paredes/ del hotel de inmigrantes y/ tu cuerpo
se estremece/ hija entre tantas/ en una aldea/ de Lituania"
(13).

Allí nació, en 1947, Américo
Fiorentini. Su hermana Aurora, afincada en Bariloche, escribe:
"Ni bien llegué a la Argentina, junto a mis padres, en
1947, tuvimos que quedarnos más de un mes en el hotel de
inmigrantes, cerca del puerto de Buenos Aires. Mi padre, profesor
italiano en el exterior, enviado por el Gobierno
italiano, tenía que presentarse en la Dante Alighieri de
Santa Fe para asumir su dirección y mi madre
también, como maestra. Mi madre estaba embarazada de 8
meses y a nuestra llegada resultó claro que el bebé
no tenía intenciones de esperar demasiado para nacer.
Trámites, mudanzas, trabajo no formaban parte de sus
planes y por lo tanto ellos tuvieron que esperar a que naciera
antes de retomar sus obligaciones.
Mi hermano, de nombre Américo, nació 15 días
después de nuestra llegada y mi madre salió en los
diarios porque, como siempre, la prensa
está a la caza de noticias algo
extrañas. Puesto que en la Argentina está en vigor
la ley de la
sangre para lo
que se refiere a la ciudadanía, los periodistas anunciaron que
una inmigrante italiana, apenas llegada, había donado un
hijo a su patria de adopción.
Es de notar que el sensacionalismo no es un invento actual"
(14).

En el Hotel de Puerto Madero, un panel reproducía
las palabras del polaco Pablo Nowak (15). Este hombre,
llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos
asados que se hacían al mediodía y agradece las que
califica como sus primeras buenas comidas en toda la vida. En
otro panel se destaca aquello que escribió Teresa Joan en
el libro de visitas: "Llegué a esta costa con 11
años, en el buque Madre Cabrini y fui hospedada
aquí con mis paisanos. Recuerdo el olor a pan de trigo"
(16).

Relatado por el profesor Ochoa, conocemos el testimonio
de una húngara: "Es curioso algún recuerdo de una
muchacha, hoy día una señora ya de edad que vino a
los trece años con sus padres y contaba que en el desayuno
se le servían unos enormes tazones de café
con leche o mate
cocido con leche –cosa que ellos no conocían, el
sabor a la yerba mate- y se servían en regaderas
–ése era el concepto de ella.
Se refería a esas enormes cafeteras que tienen mango de
costado con un pico largo, por supuesto sin la regadera, pero el
pico estaba y para la mentalidad de la chica se servía con
regaderas. (…) Ella estaba muy enojada cuando llegó
porque no había visto las palmeras y cocoteros que
imaginaba en el Puerto de Buenos Aires –era la
visión europea de América- y después, como
había estado en muy buena posición y habían
quebrado en Hungría tuvieron que venirse acá sin
nada, pero les quedaba el recuerdo de la vida de buen pasar y
pensó que ella venía a un hotel de tres o cuatro
estrellas actuales y se encontró con que venía a
este hotel de cantidad de personas, grandes dormitorios para
todos –los hombres de un lado, las mujeres y los
niños de otro- y sintió desagrado, desagrado que
dice que se le fue cuando empezaron a comer. Dice que nunca
habían comido –ni aún en su posición
buena primaria en Hungría- como habían comido en el
Hotel de Inmigrantes" (17).

En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el
Hotel de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián
Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de
los dormitorios, "antes que una reconstrucción
histórica, prefirió hacer un homenaje a todos
aquellos que vinieron con el coraje de iniciar una nueva vida"
(18). Para ello, contaron con la colaboración de algunos
de los inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran
sus historias en sendas grabaciones. Son estos hombres y mujeres
los húngaros Antonieta Rubido Zichy de Eicket,
Américo de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio Weisz; Ana
Wasinger de Schaab, nieta de ruso alemanes, y el español
José Pereira Barros.

Dora Schwarsztein presenta el testimonio de una
española que llegó al Hotel. Dice la mujer: "Nos
metieron en el Hotel de Inmigrantes. Salas muy limpias, pero,
claro, una tristeza enorme. Nos agolpamos todas las mujeres
españolas por un lado. Yo recuerdo las señoras
más mayores que había, todas estaban tristes.
Allí por primera vez vi un mate" (19).

El doctor Nicolás Rapoport narra sus recuerdos de
la época en la que, siendo estudiante de medicina,
colaboraba en la atención de los recién llegados en
el hospital del Hotel. El relata: "Los que cursábamos
medicina, a diario comprobábamos la angustia de los
infelices, ignorantes del idioma, no entendiendo las preguntas
que les dirigían los médicos en sus habituales
interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las miradas
despavoridas de los enfermos, nos sumían en íntima
congoja y conmiseración. Todos los días los cuatro
o cinco estudiantes judíos que asistíamos a los
hospitales servíamos de intérpretes para llenar las
historias clínicas. Era conmovedor ver cómo se
iluminaban los ojos de los míseros al oír una
palabra en idish o ruso. Revivían, lloraban dando escape a
su dolor moral"
(20).

Felipe Fistemberg Adler escribe que, al llegar a la
Argentina, su madre y otros familiares se alojaron en el Hotel:
"Desde Nizni Apsa, Checoslovaquia, el 30 de noviembre de 1930,
llegaron a Buenos Aires, a bordo del barco
‘Massilia’, Abraham (Alter) Leibovich, su esposa Jane
Adler, su hija Leique de un año de edad, y Rifke Adler,
hermana de Jane. Rifke Adler era mi futura madre, que estaba por
cumplir 26 años de edad. Las autoridades de la J.C.A., los
alojaron inmediatamente en el entonces Hotel de Inmigrantes,
donde permanecieron por una semana. Mi tío Alter
venía destinado a la colonización con la promesa de
obtener una parcela de tierra. El nuevo y provisorio destino,
Buenos Aires, deslumbró a los varones inmigrantes, y ante
el ocio de la permanencia en el humilde Hotel de Inmigrantes, un
grupo se aventuró a sus calles y al regresar exhibieron el
primer choque cultural: se habían afeitado sus peies y
barbas, atributos distintivos de la ortodoxia de la época,
en la que todos ellos habían sido educados. Ese hecho les
valió la reprimenda de las mujeres, que, en especial mi
madre, conservaron las leyes y
costumbres religiosas hasta sus últimos días". Los
representantes de la J.C:A: los alimentaron durante esa semana
"con pan, aceitunas, alguna fruta y agua"
(21).

Los alemanes del Admilral Graf Spee se alojaron en el
Hotel de Inmigrantes. Uno de los militares de esa nacionalidad
hospedados allí escribe en su diario: "Hace calor. En el
patio de la inmigración florecen las hortensias y las
acacias y no podemos creer que estemos cerca de la Navidad. Esto
es bueno, porque la idea de esta fiesta, la más grande
para nosotros los alemanes, nos llena de tristeza sin esperanzas.
Para esta fecha deberíamos estar navegando rumbo a nuestra
tierra y cada uno de nosotros habíamos soñado y
hecho proyectos para el
año nuevo, cuando estuviéramos en casa. Y ahora
estamos aquí, en la Argentina, a 8000 millas de la patria,
y con miras a ser internados hasta el fin de la contienda, que
recién está en sus principios.
¿Qué será de nosotros? Esta es la pregunta
que llena nuestros pensamientos" (22).

Juan Carlos Marina tenía diecinueve años
cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el
hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán "destinado a
hundir buques que llevaban alimentos de acá para Europa", que se
encontraba en el Río de la Plata. Marina relató sus
recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se
refirió al Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero: "a las
ocho de la noche de ese día lo hundió el mismo
comandante, la misma tripulación. Un capitán, que
después vivió en La Falda, Córdoba, fue el
encargado de ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la
pólvora de los cartuchos de las balas, formaron tres
paquetes explosivos y los pusieron uno en la popa, otro en las
máquinas y otro en la proa. Después
el comandante hizo bajar a toda la tripulación a los
remolcadores y desde una lancha fue el que accionó la
percusión de los explosivos. Todos se salvaron y fueron al
Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires". (23).

En la biografía que
escribió Chuny Anzorreguy, relata el capitán croata
Miro Kovacic: "Fuimos a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos
allí nuestros petates. Unos bolsos, un baúl…, y
salimos a caminar. Como en Trieste. Pero la sensación era
diferente. Caminábamos con alas en los pies"
(24).

Valentín Bianchi, llegó a la Argentina.
"Al desembarcar lo estaba esperando un paisano y amigo de la
infancia:
Angel Sardella. Este lo recibió eufórico saludándole en el
dialecto fasanés. Estas cordiales expresiones tonificaron
el ánimo de Valentín, que se sentía
deprimido por el largo viaje y por las condiciones en que le
había tocado realizarlo. Los recuerdos de su familia, de
los amigos y el pueblo lo habían abrumado durante toda la
travesía. Ahora, junto a su amigo, en cuya
compañía se dirigió al hotel de inmigrantes,
veía las cosas de un color muy
distinto. (…) Aquella noche pernoctó en el hotel de
inmigrantes y a la mañana siguiente, de acuerdo con las
indicaciones que le diera Daniel, se presentó en las
oficinas del Ferrocarril. Allí le informaron que
debía trasladarse a la ciudad de Mendoza, la capital de esa
provincia, en cuyas oficinas se desempeñaría como
empleado contable" (25).

La transmisión oral tiene gran importancia en
esta clase de
evocaciones. En mi familia, como en tantas otras, el Hotel es
recordado con gratitud. Uno de mis abuelos se hospedó en
1905 en el Hotel de Inmigrantes de La Boca. Su muerte
temprana me privó de este testimonio que hubiera sido para
mí el más preciado.

En novelas y
cuentos
encontramos testimonios acerca de la existencia de esta
institución. Ellos, de diversa índole, nos hablan
de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su importancia en
la comunidad.

Aparece en páginas de Antonio Argerich, escritor
acérrimo enemigo de la inmigración que vivió
entre 1855 y 1940. En ¿Inocentes o culpables?, publicada
por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a
los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar.
Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se
juntó con una manada de compañeros que
seguían la vía pública por la mitad de la
calle. Había hecho relación con estos sus paisanos
y todos á la vez buscaban trabajo" (26). Se refiere
agresivamente a quienes de allí salían,
asemejándolos a animales, recurso
que también utiliza Cambaceres (27) al describir a los
inmigrantes.

Los personajes de La logia del umbral (28), novela de Ricardo
Feierstein recuerdan que en el Hotel les dieron "pan y carne, en
platos de lata. (…) Y algunos religiosos (…) no
querían comer. Decían que la carne era treif,
impura. Que no era para nosotros, judíos de fe". "Pero
bien que extrañamos esos almuerzos cuando fuimos hacia el
campo –agrega otro. Días y días casi sin
masticar. Los niños enfermaban…".

En el cuento de Luis León "Chacarita,
Vísperas de Pésaj", otro judío, esta vez un
sefaradí proveniente de Esmirna, recuerda con disgusto su
paso por el hotel: "Cuarenta días en el vapor no fueron
menos que cuarenta años en el desierto, y al llegar, ese
hotel. Parecido a la timaraná de Chesmé, igual a
ese manicomio donde murió Doudou, su madre que nunca lo
abandonaba, y comenzó a dejarlo un día, de a poco,
en su cerebro, poco a
poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro
día se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas
llenas de camas, donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que
nadie los entienda". El recuerdo de ese lugar es una pesadilla
para el hombre:
"Así llegó la oscuridad, invitándolos a
dormir, y a soñar, cuando apenas había bajado
el sol.
Sueños pesados, adentro la timaraná, en las salas
del Hotel de Inmigrantes, con peleas en idiomas desconocidos, con
camas altas casi inalcanzables y trozos de matzá
pisoteados, molidos por los gruesos zapatones de inmigrantes que
iban y venían sin verlos" (29).

También se hospedó en el Hotel el abuelo
Gedalia Rimetka, de El libro de los recuerdos, de Ana
María Shua. El inmigrante y sus "hermanos de barco"
"Llegaron después a Buenos Aires, mucho más
aceptablemente América. Comparable a Varsovia, Buenos
Aires. Una ciudad. Durmió en el hotel de inmigrantes.
Amigos lo esperaban. Hacía frío, no como en Polonia
pero mucho más que ahora. Otro frío era el
frío de los inmigrantes. Adentro de la ropa se
ponían papeles de diario para calentarse. Los papeles de
diario calientan bien, así, así, debajo de la
camiseta papeles, diarios enteros" (30).

Una joven irlandesa se presenta, en Frontera sur,
para un puesto de maestra. Durante la entrevista
se desmaya; es que –como explica en su trabajoso
castellano- había comido por última vez en el
barco, ya que no había parado en el Hotel de Inmigrantes
(31).

La rutina diaria de la institución es evocada en
Stéfano, de María Teresa Andruetto (32). En esa
obra, la autora narra: "El hotel está a pocos pasos de la
dársena; tiene largos comedores y un sinfín de
habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo.
En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura
poco. (…) Los dormitorios de las mujeres están a la
izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de
comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de
Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con
sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han
conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura,
a los dados o a las bochas".

María del Carmen García es autora de los
"cuentos de gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado
Cuentos de criollos y de gringos (33). En uno de los textos
allí reunidos, la autora presenta a unos asturianos que
"Se acomodaron en una pieza de pensión en La Boca, paso
obligado para todo humilde recién llegado, después
del Hotel de Inmigrantes y antes de alcanzar el soñado
terrenito propio".

Patricio Pron seleccionó para integrar una
antología (34) un cuento en el que menciona un hotel
anterior al que conocemos. El protagonista de "La espera" "era
porteño. Había nacido allá por 1908 en La
Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de lluvias
frías. Sus padres, llegados hacia días de
Cataluña, le habían transmitido casi sin saberlo
esa sensación de ya no pertenecer a ninguna parte, ni a
Cataluña ni a Buenos Aires".

En Memorias para no olvidar, de Eduardo Bedrossian, un
armenio "En Buenos Aires, apenas pasó por el Hotel de los
Inmigrantes, que era para europeos, no para asiáticos.
Además los piojos, entonces brazos armados de la ley, lo
echaron a empujones. Vivió en la calle durmiendo por la
noche sobre los bancos de las plazas, hasta que logró
albergue en uno de los galpones del Ejército de
Salvación de La Boca; allí tenía asegurado
el techo y algo de comida. Los salvacionistas distribuían
democráticamente lo poco que tenían entre muchos
desarraigados y vagabundos hacia los que nadie quería
mirar" (35).

Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en su
texto "Al
bajar del barco". En esas líneas rememora los primeros
instantes americanos de su abuelo, nacido en Italia, que
emigró a los diecisiete años. Escribe Aguad: "El
sol es tan fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo
día el comienzo del verano, mientras que aquí, en
el confín del mundo, hace un frío polar. Cuando
suben los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya
están todos alineados frente al desembarcadero. A la
derecha de la oficina de registro se
levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes.
Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y
con sus tarjetas
numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de
una travesía de dos meses que les quitó fuerza y
salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de
lágrimas cuando miran por última vez al
‘Génova’ con sus dos banderas trenzando azules
y verdes" (36).

Notas

1 González Rouco, María: "El Hotel de
Inmigrantes", en www.monografias.com.

2 Armus, Diego: Manual del emigrante italiano.
Colección Historia testimonial
argentina. Documentos vivos
de nuestro pasado. Buenos Aires, CEAL, 1983.

3 S/F: "Historia de pioneros", en Clarín, Buenos
Aires, 2 de febrero de 2002.

4 S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La
Nación
Revista, 29 de
julio de 2001.

5 Cracogna, Manuel I.: Primera fundación de
Avellaneda, en www.hammerprohosting.com.

6 Alpersohn, Marcos: "Memorias de un colono argentino",
en Judaica N°50. Tomado de La colonización
judía. Historia Testimonial Argentina. Documentos vivos de
nuestro pasado, por Leonardo Senkman, CEAL, 1984.

7 Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en
Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección
y prólogo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires,
Milá, 2001.

8 Arcuschín, María: De Ucrania a
Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.

9 Panettieri, José: Los trabajadores. CEAL,
1982.

10 Arias, José: "Disqueprensa" en La Prensa,
Buenos Aires, 1998.

11 Pellegrini, Marta B. de: "Carta de
Lectores", en La Prensa, 1998.

12 Rendler, Jacobo: "Mis primeros pasos en la
Argentina", en www.enplenitud.com.

13 Fingueret, Manuela: Los huecos de tu cuerpo. Buenos
Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1992.

14 Fiorentini, Aurora: "Recuerdos de una emigrante
italiana", en www.italy-news.net.

15 Nowak, Pablo, en un panel en Casa FOA
2000.

16 Joan, Teresa, en un panel en el Hotel de Inmigrantes,
2002.

17 Markic, Mario: "Hotel de sueños", en En el
camino, en TN, 12 de septiembre de 2002.

18 Folleto escrito por Ocampo-Tanferna, para Casa FOA
2000.

19 Schwarsztein, Dora: Entre Franco y Perón.
Crítica, 2001.

20 Jankelevich, Angel: "Historia de los Hospitales de
Comunidad de la Ciudad de Buenos Aires", en
www.aadhhorsogar.htm

21 Fistemberg Adler, Felipe: Moisés Ville.
Recuerdos de un pibe pueblerino. Buenos Aires, Milá, 2005.
112 págs. (Testimonios). Págs. 12-13.

22 S/F: "El episodio Graf Spee", en La Voz del Interior
on line.htm, 24 de julio de 2002.

23 Urús; Mariana: "En el combate del Graf Spee el
mar estaba calmo", en El Tiempo, Azul, 3 de marzo de
2002.

24 Anzorreguy, Chuny: El ángel del
capitán. Biografía del Capitán croata Miro
Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.

25 Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante.
Santiago de Chile, Edición
del autor, 1987.

26 Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?.
Madrid,
Hyspamérica, 1984.

27 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968.

28 Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos
Aires, Milá, 2001.

29 León, Luis: "Chacarita. Vísperas de
Pésaj", en SEFARaires N° 2, junio 2002.

30 Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos.
Buenos Aires, Sudamericana, 1994.

31 Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998.

32 Andruetto, María Teresa: Stéfano.
Buenos Aires, Sudamericana, 2001.

33 García, María del Carmen: Cuentos de
criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola
Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.

34 Pron, Patricio: "La espera", en De manos abiertas.
Buenos Aires, Tu Llave, 1992.

35 Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos
Aires, 1998.

36 Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en
Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.

Otros hoteles

Rosalind Kildare Neira y su marido, Tomás
Farrelll, personajes de la novela
Finisterre, de María Rosa Lojo, llegan a Buenos Aires.
Ella recuerda: "Nos alojamos al principio en un hotel
español cercano al Fuerte: el Comercial, que nos
habían recomendado por la calidad de la
comida. Cuando mi marido cerró con llave la puerta de
nuestro cuarto, me quité las botas, me aflojé el
corsé, abrí el embozo de la cama y le tendí
los brazos. Me parecía maravilloso estar con él a
solas, tranquilos por fin sobre una tierra firme que sería
la nuestra. Llegué a Buenos Aires casi recién
casada. Nos habíamos elegido libremente, con el
beneplácito de mi padre viudo que me entregó
confiado a Tomás Farrell, doctor en medicina, como
él, e hijo, como yo, de un irlandés y una gallega.
(…) Tomás y yo no pensábamos afincarnos en Buenos
Aires. Los médicos eran aún más apreciados
en las provincias interiores que en el puerto cosmopolita, y ya
nos esperaba un puesto vacante, en una villa cercana a la ciudad
que se llama Córdoba, a imitación de la
Córdoba española" (1).

Notas

1 Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos Aires,
Sudamericana, 2005.

Nuevos porteños

Muchos inmigrantes se quedaron en la ciudad de Buenos
Aires; vivieron en conventillos, pensiones, casas y
departamentos.

María Pizzul de Russian nació en Mossa,
talia, en 1901. Vive en Buenos Aires "desde 1924, cuando con su
marido ‘fuimos a vivir a un conventillo de Chacarita que
dejamos cuando compramos un terreno en Agronomía’,
barrio que, desde entonces, nunca abandonó"
(1).

"El secreto de cómo se produjo este pasaje de
tanta gente de los cuartos del conventillo a una vivienda mejor
reside seguramente en la comparación, durante todo el
período, entre el precio medio de un cuarto en
aquéllos y el nivel general de salarios en esta
época de plena ocupación" (2), afirma Francis
Korn.

"En El conventillo de la Paloma (1929), de Alberto
Vacarezza, don Miguel, el encargado italiano -enamorado de la
bella y esquiva protagonista que da nombre al conventillo y
título al sainete-, dice, por ejemplo: ‘Sará
carpincho, locura, amore, non só; ma giuro, per la
ánema de san Genaro, que, ante de aflojare, le prendo
fuego a lo conventillo’ " (3).

El conventillo fue el escenario del sainete, como lo
afirma Vacarezza en un conocido soneto: "La escena representa un
conventillo./ Personajes: un grébano amarrete,/ un gallego
que en todo se entromete,/ dos guapos, una paica y un
vivillo."(4). Allí "nació el lunfardo, que no es el
idioma del delito, como
Antonio Dellepiane tituló su libro sobre esta jerga
porteña, publicado en 1894" (5).

En un conventillo vivió Carlitos Gardel,
protagonista de una historia de Graciela Beatriz Cabal, quien
relata que el pequeño "se había ido por esas calles
de Dios, colgado del pescante de algún carro lechero.
Cuando aparecía de vuelta en el conventillo, la madre lo
corría por el patio, con la chancleta en lo alto, las
peinetas a medio salir y los pelos tapándole los ojos.
-¿Dónde anduviste metido, desgraciado?- parece que
quería decirle. Pero como estaba muy enojada se lo
decía en francés (idioma rarísimo pero que
era el de ella). Y entonces los vecinos, que habían sacado
las sillitas a la puerta de las piezas para observar todo con
detalle (sin intervenir porque una madre es una madre), se
quedaban en ayunas" (6).

En su poema "En el conventillo" (7), Jevel Katz alude a
las diferentes nacionalidades que lo habitaban, y su vida en
común: "Mi novia Reizl vive en un conventillo/ y en
Lavalle, al lado, en pleno centro,/ también yo vivo en un
conventillo,/ siempre ruidoso, como una feria,/ gente y
más gente".

"Cuando los sefaradíes llegaban a Buenos Aires
desde distintas partes del Imperio Otomano –señala
Luis León-, el primer sitio conocido eran las
inmediaciones de la calle 25 de Mayo. Enclavada en ‘el
bajo’, parte vieja de la ciudad, era frecuentada por
marineros en busca de alojamiento o diversión. Debido a su
proximidad con el puerto, allí habitaban en pocas
manzanas, numerosas familias sefaradíes que hicieron de
ese sector de la ciudad, su propia ‘djudría’
". León transcribe el testimonio de Arouj de Bembasat,
quien expresa: "Se vivía en grandes casas de
múltiples habitaciones, los tradicionales conventillos, y
en cada una había una familia. Nosotros
alquilábamos dos piezas que daban a patios, la de
adelante, mi padre la convirtió en local, y en la otra
vivíamos todos juntos, ellos y nosotros, los cinco
hermanos. Recién cuando progresó, nos mudamos a una
casa más amplia, separada de su local, donde le iba muy
bien".

"En esa parte del barrio vivían no sólo
sefaradíes, también otros inmigrantes, de los
cuales algunos se destacaron. Por ejemplo la familia Alemann, dos
de cuyos hijos fueron ministros de economía,
"compartieron el conventillo con nosotros. Su madre los esperaba
al venir del colegio para que no cruzaran solos la calle
Reconquista. También Onassis, que se había hecho
amigo de mi padre y vivía por allí. Papá
acostumbraba tomar café en un bar muy humilde de la bajada
de Viamonte donde lo atendía un mozo que apodaban
‘el griego’, que no era otro que el luego
famosísimo multimillonario. Un día le regaló
un barquito de marfil. ‘El griego’ contaba que iba y
venía a Montevideo en bote todas las semanas haciendo
negocios que
nadie conocía’ " (8).

En una "pocilga de conventillo" vivía Benito, el
criado gallego presentado por Gregorio de Laferrere en
¡Jettatore! (9).

El protagonista de "Hombre de recursos", de
Fernando Sorrentino, vivía, hacia el año del
Centenario, en la calle Costa Rica, "en
un cuartucho de un conventillo grisáceo, nos
arrinconábamos mi madre y yo. Mi madre, llamada
doña Ferdinanda y siempre vestida de negro,
pertenecía, simultáneamente, a tres
categorías (no incompatibles), a saber: a) santa
viejecita; b) viuda; c) napolitana. A pesar de lo Rica que era la
Costa de nuestra calle, vivíamos en la peor de las
pobrezas y no teníamos ni dónde caernos muertos"
(10).

También vivían en un conventillo los
personajes de "No hagan olas", de Elsa Bornemann: "En aquel
conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y donde
vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos
tenían la costumbre de poner apodos a los extranjeros que
–también- alquilaban alguna pieza allí. No
eran nada originales los motes, y errados la mayoría de
las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el
supuesto país o región de procedencia de cada uno.
Tan supuesto que –así, por ejemplo- don José
era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en
Ucrania… A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían
‘los gallegos’, si bien habían llegado de
Barcelona sin siquiera pisar Galicia… Apodaban ‘los
turcos’ al matrimonio de
sirilibaneses; ‘los tanos’, a la pareja de
jóvenes italianos de Piamonte que jamás
habían conocido Nápoles e –invariablemente-
‘el Chino’, a cualquier japonés que diera en
fijar allí su transitorio domicilio. Sin embargo,
podríamos deducir un poco más de conocimientos
geográficos, de información y hasta cierto trabajo
imaginativo por parte de aquellos pensionistas argentinos, de
acuerdo con los sobrenombres que les habían adjudicado a
la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por
lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en
clara alusión al autor de La
Ilíada y La Odisea, el
genial Homero. Por
supuesto, a todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’
(cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos
a ambos lados de un patio), los `rebautizaban’ con los
mismos motes que sus padres, sólo que en diminutivo"
(11).

Los conventillos más famosos fueron Las Catorce
Provincias, El Universo y el
Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los
baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los
lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces
con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y
promiscuidad. (…) Para dormir, los más pobres
tenían dos opciones: el sistema de "cama
caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos
para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas
amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por
ese método
debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar
caer el peso del cuerpo y dormir parado" (12). Esto nos da una
idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que
venían en busca de un futuro mejor.

El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las
nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés
Carretero: "‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes,
con una densidad de 89
habitantes por hectárea’, computó Carretero,
pero ya el cambio
comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración,
‘que modificó los amplios patios de las casas
porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres
pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los
terrenos’" (13).

"El plan del 80
naufraga –señala Sergio Pujol-: la presión de
los inmigrantes y la tipología
‘degenerescente’ de la que hablan los analistas
sociales se corporiza en la vida de hacinamiento de los
conventillos y en la violencia
nocturna, así como en las huelgas que de día suelen
frenar el curso de las calles y las rutinas de un trabajo
explotador" (14).

"A partir de fines del siglo XIX y para comienzos del XX
–considera Francis Korn-, la proporción de los que
vivían en conventillos comenzó a descender (al 18%
en 1890, al 14% en 1904 y al 9% en 1919) y la proporción
de conventillos sobre la edificación total también
bajó de manera importante, Como es un hecho que durante
todo el período considerado el conventillo fue la peor
vivienda posible, puede deducirse que el problema general de la
vivienda fue mejorando notablemente. Cómo se produjo esta
mejora, aún sin haberla observado, puede llegar a
visualizarse con cierta claridad si se considera que el ritmo de
la construcción durante el período fue abrumador
(entre 1904 y 1914, por ejemplo, se construyeron en la ciudad
31,66 metros cuadrados por habitante agregado por año) y
que la mira de los recién llegados estaba puesta en
alcanzar una mejor vivienda y, en lo posible, propia. Los que
construían eran sobre todo inmigrantes: los datos muestran
que entre 1887 y 1914 los propietarios de inmuebles de la ciudad
crecieron proporcionalmente más que la población
(un 400%); que si se compara la cantidad de propietarios con la
cantidad de familias, se ve que los primeros constituían,
entre 1909 y 1914, alrededor de un 60% sobre la cantidad de
familias; que los extranjeros eran, durante todo el
período, más del 50% de los propietarios de
inmuebles y llegaron a ser el 60% en 1914; que esos propietarios
extranjeros se distribuyeron por toda la ciudad, aun en las zonas
de más alto valor de la
tierra (como San Nicolás y el Socorro); que lo que se
construía era de ladrillo en alrededor del 95%; que el
financiamiento
de todo esto salió fundamentalmente del bolsillo de los
habitantes (el Banco Hipotecario
aportó poco al financiamiento de la construcción
privada, sólo el 6% en 1913, y, en general durante el
período, nunca más del 10%). Una idea de por
qué en tantos casos la ilusión de la mejor vivienda
se convirtió en posible la puede dar la siguiente
relación: si se compara el precio promedio mensual de un
cuarto de conventillo con los peores salarios de la época,
se ve que constituía el 22 % del salario más bajo
(el de albañil) y el 15 % de los de un herrero o
un carpintero. Si se piensa que no había población
desocupada y que en cualquier otra actividad el porcentaje que
representaba ese alquiler debía ser aún menor, se
puede deducir que de esa ecuación salía parte, por
lo menos, del capital empleado en la construcción de
viviendas" (15).

Otros inmigrantes vivían en pensiones. Los
asturianos que evoca María del Carmen García en
Cuentos de criollos y de gringos, "Se acomodaron en una pieza de
pensión en La Boca, paso obligado para todo humilde
recién llegado, después del Hotel de Inmigrantes y
antes de alcanzar el soñado terrenito propio"
(16).

En una pensión vive sus primeros días
porteños Silvio Gesell: "Para los argentinos el apellido
Gesell es familiar, primero por la casa de venta de
artículos para bebés y luego por la figura del
pionero Carlos Gesell quien puso su apellido en la villa
turística que fundó luego de domesticar la naturaleza de
esa zona de la costa atlántica. Lo que pocos saben es que
la villa hace honor a la memoria del
padre de Carlos Gesell, Silvio Gesell, otro pionero en el mundo
de los negocios primero y en el campo de las teorías
económicas después. Silvio Gesell fue un
próspero comerciante alemán, radicado en Argentina
en 1887. A los 25 años llegó al país
acompañado solamente por un cajón de madera repleto
de instrumentos odontológicos, cajón que su hermano
le había confiado para intentar fortuna en América.
Liquidados los trámites aduaneros y con el cajón ya
en su poder
alquiló una modesta pieza de pensión donde se
instaló sin más muebles que un armario y una mesa
que usaba para comer y sobre la cual dormía de noche. En
pocas semanas consiguió ubicar la mercadería en los
consultorios de los odontólogos que visitó. Al
tiempo y luego de un corto viaje a Alemania para
organizar mejor las entregas, el moblaje de su pieza
mejoró y ya compró una cama. Con el tiempo,
aparecen también otros muebles hechos del material de los
cajones que recibe regularmente con artículos desde
Alemania. Trabajo y ahorro son sus
lemas" (17).

La catalana Remey Nuez Fontanals llegó a Buenos
Aires en 1947, a los veinte años. Sus primeros tiempos en
la Argentina fueron muy difíciles. Lo recuerda más
de cincuenta años después: "Llegamos a Buenos Aires
y como mi marido no había hecho el servicio
militar, lo llevaron preso, así que me quedé hasta
que todo se arregló, sola. Después fregamos
pisos… hicimos de todo. Vivíamos en un cuarto de
pensión, con dos cajones de manzana y una tabla para
comer; el colchón era de estopa, imagínate… Yo
cocinaba con carbón y hervía los ravioles en una
pava… pero más que nada comíamos hígado"
(18).

En Tantas voces, una historia, Eleonora María
Smolensky y Vera Vigevani Jarach destacan que, cuando arribaron
los judíos italianos, "Algunos amigos argentinos
judíos asumieron el compromiso de mitigar las dificultades
de los comienzos. Ellos se encargaron de alojar a los
recién llegados en hoteles o pensiones donde, por lo
general, permanecieron durante escasos días. (…) Un
segundo momento, de imprevisibles consecuencias,
transcurrió en las pensiones que los hospedaron durante
los meses siguientes". (19)

Construyó una casa, en 1910, el abuelo del actor
Pepe Soriano. En la actualidad, allí vive el nieto famoso
con su familia: "Ladrillo y barro, chapa y madera. (…) En este
buen lugar, donde hoy hay una galería vidriada con fuente
y enredadera, su abuelo Giuseppe armaba a mano zapatos que
jamás pesaban más de 300 gramos –era su regla
de oro—mientras mascaba tabaco y hablaba
en un calabrés imposible con el loro que lo escoltaba
sobre una percha" (20).

Trincado, un inmigrante que llega de España en
1910, construye su casa en Villa Pueyrredón: "Aquella casa
era una pieza de madera y forrada por afuera de zinc, sobre una
plataforma a 40 cm del piso, ya que estaba cerca del arroyo
Medrano y se inundaba con frecuencia. La cocina estaba separada y
el baño al fondo. Sin necesidad de televisión
o radio para
acostarse a dormir, bastaba con que las gallinas comenzaran a
discutir dormidas desde el fondo o que, cuando empezaba a llover,
las ranas se convirtieran en una orquesta sensacional para
entretener a todos los ‘oyentes’. (…) Era una zona
de quintas y los chicos jugaban en la calle. Aquel
Pueyrredón era un gran campo con lagunas donde se cazaban
ranas. Había casas bajas, con calles de tierra, cuna de
tantas travesuras" (21).

En ese barrio también se establecen los
Feierstein. Ricardo, uno de los hijos de los inmigrantes polacos,
escribió: "un jardín lleno de flores y manzanas, un
baldío con pasto hasta las rodillas y dos arcos de
fútbol señalizados con ramas y latas, una calle de
tierra con el hueco preparado para jugar a las bolitas, (…) y
hay también casitas de tejas rojas y hogares a
leñas y un estrecho zaguán de paredes encaladas que
de pronto se resquebrajan por una de sus grandes grietas y
derraman desde allí, desde lo alto, (…) sueños y
juguetes,
árboles
para treparse" (22).

En "El Antonio", cuento incluido en La
manifestación, Jorge Asís escribe: "Cómo no
recordarlo, cómo olvidar los picados en las calles, y de
la gallega neurótica que no daba la pelota cuando
caía en su casa, o la devolvía cortada, y los
piedrazos que caían de noche en su techo de chapa"
(23).

A un departamento, en cambio, fueron los Kovacic al
salir del Hotel, en El ángel del capitán, de Chuny
Anzorreguy. Cuando el propietario italiano exige un garante del
alquiler, el croata le contesta: "Escúcheme. Acabamos de
llegar de Europa. No conozco a nadie. No tengo nada. Nada
más que mi honor, que para mí es mucho. Usted
alquíleme el departamento y yo le aseguro que a fin de mes
va a recibir el pago, aunque tenga que matarme para conseguirlo.
Crea en mí" (24).

Por la Avenida de Mayo caminaban los inmigrantes. Lo
recuerda Alvaro Yunque, quien escribe: "Rumbo al oeste, por la
Avenida/ esta ruda familia de italianos: A la cabeza el padre, un
hombrachote/ que lleva un chiquitiño entre sus brazos;/
atrás de él dos muchachas, dos gringuitas/ de
trenzas rubias y de ojos garzos;/ detrás la madre cuyo
vientre elévase/ con la promesa de algún nuevo
vástago;/ y aún detrás cansadamente marchan/
dos chicuelos cogidos de la mano;/ y golpean los rudos zapatones/
y exhiben los vestidos aldeanos/ aquellos inmigrantes que
contemplan/ todo con grandes ojos asombrados" (25). Leonie J.
Fournier evoca a los hispanos: "andaluces, madrileños/ que
la Avenida de Mayo/ es como la casa de ellos" (26).

Notas

1 Márquez, Enrique: "Ya pasaron los 100
años y siguen lo más campantes", en Clarín,
Buenos Aires, 3 de noviembre de 2003.

2 Korn, Francis: "Buenos Aires siglo XX/ Los
conventillos. Un sistema que reproducía a la sociedad en
miniatura", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de
1999.

3 Sorrentino, Fernando: " EL TRUJAMÁN Cocoliche
italiano y cocoliche argentino (I)", en Centro Virtual Cervantes, 27
de septiembre de 2005.

4 Vacarezza, Alberto: "Un sainete en un soneto", en
Cantos de la vida y de la tierra. 1944.

5 Elguera, Alberto y Boaglio, Carlos: La vida
porteña en los años veinte. Buenos Aires, Grupo
Editor Latinoamericano, 1997.

6 Cabal, Graciela Beatriz y Contarbio, Delia: Carlitos
Gardel. Buenos Aires, Libros del
Quirquincho, 1991.

7 Katz, Jevel: "En el conventillo", en Weinstein, Ana E.
y Toker, Eliahu: "La rama argentina de la literatura ídish, y
rama ídish de la liteatura argentina", en Weinstein, Ana
E. y Toker, Eliahu: La letra ídish en tierra argentina
Bío-bibliografía de sus autores literarios.
Buenos Aires, Milá, 2004.

8 León, Luis: "Allá por la calle 25 de
Mayo", en SEFARaires N° 24, Abril de 2004.

9 Laferrere, Gregorio de: ¡Jettatore!, en
Laferrere, Gregorio de: ¡Jettatore! Las de Barranco. Buenos
Aires, CEAL, 1968.

10 Sorrentino, Fernando: "Hombre de recursos", en La
venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Buenos Aires,
Alfaguara, 2003.

11 Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario
ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires,
Alfaguara, 1998.

12 S/F: "Todo comenzó en los conventillos", en La
Nación, Buenos Aires, 14 de mayo de 2000.

13 S/F: "De la Gran Aldea a la aldea global", en La
Prensa, 3 de diciembre de 2000.

14 Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires,
Emecé, 1999. 440 pp. (Biografías y
memorias)

15 Korn, Francis: Buenos Aires, mundos particulares
1870- 1895- 1914- 1945. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 192 pp-
(Ensayo).

16 García, María del Carmen: op
cit

17 Ambrosini, Cristina: "Una mirada filosófica
Lugares: Villa Gesell, en homenaje al economista Silvio Gesell.
Un profeta entre Marx y Keynes", en La
Unión Digital, www.launion.com.ar, Edición
Número 2539, Miércoles 28 de Enero de
2004.

18 Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de
noviembre de 2000.

19 Vigevani Jarach, Vera y Smolensky, Eleonora M.:
Tantas voces, una historia. Buenos Aires, Editorial Temas,
1999.

20 Artusa Marina: "El Nono", en Clarín Viva, 26
de octubre de 2003.

21 Quirney Aguirre, Carla: "Don Elías Trincado",
en El Barrio Villa Pueyrredón, Buenos Aires, Septiembre de
2003.

22 Feierstein, Ricardo: "El barco hundido (Necochea,
1977)", en Postales
imaginarias. Viajes
alrededor de la Tierra antes de Internet. Buenos Aires,
Editorial Milá, 2002. (Colección
Escrituras).

23 Asís, Jorge: "El Antonio", en El cuento
argentino 1959-1970* antología A. Castillo, D.
Sáenz, H. Conti y otros. Seminario
Crítica
Literaria Raúl Scalabrini Ortiz (sel., prólogo
y notas). Buenos Aires, CEAL, 1981 (Capítulo).

24 Anzorreguy, Chuny: op cit

25 Yunque, Alvaro: "Una familia de inmigrantes por la
Avenida", en Versos de la calle. Buenos Aires, Editorial
Claridad, 1924.

26 Fournier, Leonie J.: Mi Argentina.

…..

Con esfuerzo, con nostalgia, vivieron los inmigrantes
sus primeros días en nuestra tierra. Algunos volvieron a
sus patrias, pero muchos se quedaron en esta nación de la
que hoy emigran sus nietos.

* Este tìtulo ha sido utilizado anteriormente por
Celia Vernaz.

IV Hacia
el interior

La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros,
con su documentación argentina, se encuentran con sus
familiares, amigos, o empleadores, o se remiten a las
instituciones que los orientan. Los que no tienen conocidos en la
nueva tierra, sufren "las penurias del desembarco en Buenos
Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un destino"
(1). Días después, muchos viajarán hacia el
interior. Hubo, también, quienes siguieron hacia los
provincias sin bajar del barco en el que habían cruzado el
mar.

En "La formación de una raza argentina", José
Ingenieros –nacido en Italia- se alegra de la
adaptación al medio geográfico que se verifica en
los inmigrantes: "Las variedades de la raza europea aquí
trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de
la adaptación a otro medio físico, que engendra
otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el
Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras,
y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas
inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta
engendrar una variedad, distinta de las originarias"
(2).

Notas

1 Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe,
Colmegna, 1991.

2 Ingenieros, José: "Ensayo de identidad", en
Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.

Gran Buenos Aires

En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas presenta
a una española que vende leche en Sarandí:
"El agua cubre
ya la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el puente
esquinero para atravesarla. Es un artefacto endeble y cimbreante
que se yergue a más de cinco metros sobre el nivel del
camino ordinario. Representa una hazaña ascender la
escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su
piso de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto
aferrándose a la barandilla resquebrajada por el sol y las
lluvias. (…) Doña Micaela sube trabajosamente la
escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano.
Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo
con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es
grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras"
(1).

Un personaje de esa novela encuentra una horrible muerte
en la Argentina. Dice una noticia publicada en un diario:
"Avellaneda. En el hospital municipal de esta ciudad
falleció esta madrugada el obrero Martín Otero,
español, de 23 años… La víctima, mientras
trabajaba en los establecimientos de La Sulfúrica,
perdió pie y cayó a un estanque de ácidos
siendo infructuosos los auxilios que le prestaron sus
compañeros… Intervino la comisaría…"
(2).

En Avellaneda vivieron los Pizarnik: "Flora Pizarnik
–nacida en Buenos Aires en 1936, apodada Buma, convertida
en Alejandra con la edición de su segundo libro- hizo su
elección definitiva por la poesía.
Flora (Buma en idish) era la segunda hija del matrimonio formado
por los rusos Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, que en 1934
dejaron su Rovne natal (donde algunos años despúes
los nazis masacraron a sus familias), para instalarse en los
suburbios soleados de Avellaneda" (3).

"Para encontrar a Francisco Rapanaro hay que largarse
hasta Lanús
Este. Allí vive este artesano, de setenta años, con
su familia. Ya jubilado, de su taller salen reproducciones
metálicas de autos y
carruajes a tracción a sangre a escalas casi perfectas.
Nació en Grassano, en la región italiana de
Basilicata, y a los diecinueve años llegó a la
Argentina" (4).

En Temperley vivió el primero de los escoceses
Prebble que pisó suelo argentino. Carlos Prebble resume la
historia de sus antepasados: "Mi tatarabuelo Charles Prebble vino
a la Argentina en el siglo XIX para trabajar en el ferrocarril.
Le fue tan bien, que cuando volvió a Escocia hizo edificar
una mansión a la que llamó ‘Temperley’,
en homenaje al barrio en el que había vivido".

En "Historia popular de Burzaco", escribe Daniel Alberto
Chiarenza: "A don Ignacio Irigoyen lo reemplazó el coronel
José Inocencio Arias, quien asumió (como era
costumbre) el 1º de mayo de 1910, siendo su vicegobernador
Don Ezequiel de la Serna. Durante su gobierno se creó la
Escuela Práctica de Fruticultura y Chacra Experimental de
Agricultura en
Dolores. Tal vez el último comentario esté
relacionado con la llegada de los primeros colonos japoneses que
establecieron granjas o se dedicaron a la floricultura,
precisamente, en la zona de Burzaco. (…) Burzaco es una ciudad
que cuenta con una numerosa colonia de inmigrantes japoneses. Tal
es así que la Asociación Japonesa de la Argentina,
desde 1940, tiene su campo de deportes en Roca y Monteverde"
(5).

En Quilmes, La Plata y Berisso, "se desarrolló,
durante la década de 1920, una importante
concentración de armenios gracias a las fuentes de
trabajo en los frigoríficos de la zona. En la localidad de
Berisso estaba el frigorífico Armour La Plata S.A. que
inició sus operaciones en
1915. Entre dicho año y 1930, el 60% de su
población obrera estaba constituida por hombres y mujeres
provenientes de Europa y Asia. Los
armenios compartieron con los italianos, españoles, rusos
y árabes, las pesadas tareas en desfavorables condiciones
de trabajo" (6).

Pedro Opeka, sacerdote en Madagascar, "tiene cincuenta y
cinco años y dos padres eslovenos que se establecieron en
Argentina tras huir de la Yugoslavia comunista de posguerra.
Junto a ellos y sus siete hermanos se crió en Ramos
Mejía, donde aún viven doña María y
don Luis" (7)

Un griego es el propietario del copetín al paso
Acrópolis. Relata el hijo –protagonista de Latas de
cerveza en el Río de la Plata, novela de Jorge Stamadianos
que fue distinguida con el Premio Emecé 1994/95-: "El
Acrópolis está ubicado sobre el andén de una
estación de la zona norte del Gran Buenos Aires que
años atrás, en la década del 50,
había conocido su época de esplendor. El lugar
había crecido rápidamente en esos años dando
origen a una calle principal donde se amontonaron todo tipo de
comercios. (…) Mi viejo había hecho pintar el
Partenón sobre los vidrios como un símbolo triunfal
de su país, pero el paso del tiempo descascaró el
dibujo,
metamorfoseando esa imagen idílica –pintada de
dorado- en la actual del monumento en ruinas" (8).

En el Tigre, la pequeña protagonista de Secretos
de familia, de Graciela Beatriz Cabal, conoce a un alemán:
"Doña Lola, que es la madre de mi novio, tiene anteojos
azules y un diente negro. Don Oscar, que es el padre de mi novio,
es alto y colorado. ‘Porque es alemán’, dice
mi mamá. Pero éste no es maldito como los alemanes
de Punta Mogotes y los que hacen la guerra: es alemán
nomás, y arregla los barcos que se rompen" (9).

Mito Sela recuerda su infancia en San Martín, en
la década del 30: "Crecí y me desarrollé en
un barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando
la Av. Gral. Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en
sus calles fábricas y galpones de la industria
textil, que funcionaban sin descanso 24 horas diarias durante
seis días a la semana. Junto a la industria se
desarrolló un proletariado textil, formado por italianos,
españoles y judíos, fervientes sindicalistas, que
en su mayoría se identificaban con los distintos matices
de la izquierda hasta la llegada del peronismo. En
esos años agitados, de ruidos de telares y de
efervescencia social, transcurrió mi niñez. La
ubico entre los 6 y los 13 años" (10).

Entre los africanos –afirma Juan Carlos Coria-,
"Las ocupaciones son muy variadas, pues van desde personal de a
bordo, de distintas flotas comerciales o mercantes, hasta
empleados en la administración
pública, pasando por obreros, comerciantes al menudeo
y muy pocos los que se han internado en las provincias, o se han
dedicado a la agricultura ya como patrones o peones. (…) El
asentamiento geográfico de la población de origen
africano y de su descendencia, se concentra mayoritariamente en
el Gran Buenos Aires, siendo muy pocos los que viven en la ciudad
de Buenos Aires o en provincias del interior" (11).

Notas

1. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos
Aires, Compañía General Fabril Editora,
1963.

2. Gómez Bas, Joaquín: op. cit.

3. Amuchástegui, Irene: "Poeta del insomnio", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 14 de diciembre de
2003.

4. Marchetti, Ricardo: "Tres locos lindos", en
Clarín, Buenos Aires, 7 de octubre de 2002.

5. Chiarenza, Daniel Alberto: "Historia popular de
Burzaco", en www.guiaburzaco.com.ar

6. Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires. La búsqueda de la identidad 1900-1950.
Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.

7. Savoia, Claudio: "Un milagro argentino en Africa", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 3 de agosto de 2003.

8. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el Río
de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995.

9. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos
Aires, Sudamericana, 2003. 280 pp.

10. Sela, Mito:
Babilonia chica.Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp.
(Imaginaria)

11. Coria, Juan Carlos: Pasado y presente de los Negros
en Buenos Aires. Buenos Aires, octubre de 1997, Educar –
Argentina.

Buenos Aires

En Miramar vivió el pampista Mauricio Chajchir.
En sus memorias, el relata que en 1891 "se abrió el
comité del Barón de Hirsch. Fue una
salvación para los judíos y empezó el
registro de las familias. Aceptaban solamente familias con hijos
varones. Los que no los tenían, se daban maña.
Hacían inscribir a un soltero como hijo y la cosa
marchaba". Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de
Inmigrantes: "No sé de dónde surgió la
versión que los cocineros y el personal eran judíos
españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah!
Por primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje
disfrutó de una buena cena. Al día siguiente una
comisión de mujeres fue a investigar a la cocina para ver
si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de cerdo
sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que
habían comido la noche anterior". De Buenos Aires viajaron
a Miramar y fueron hospedados en el Hotel Atlántico, donde
permanecieron hasta que se inició el traslado a Entre
Ríos. Chajchir escribe en sus memorias: "Lo que recuerdo
de allí y lo conservo aún hoy día, es el
gusto del té recocido y endulzado con azúcar
negra, la que no era refinada y que hoy la llaman azúcar
rubia. Ah! Hasta me parece que siento el gusto y el olor del
té recocido con azúcar negra". Recuerda en otro
pasaje: "Nos habían dado matze para cuatro días,
por lo que una delegación viajó a Villaguay y
regresó al otro día en el tren con 5 bolsas de
harina. De inmediato, al primer día hábil de la
semana de Pésaj, jal-amoed, o mejor dicho la noche antes,
calentaron y amasaron con palos improvisados. Una espuela de bota
que se quitó un peón sirvió para cortar las
hojas". Cuenta una travesura que hizo con otros
compañeros: "Yo sí que tomé clandestinamente
un vaso de leche. Un día nos juntamos tres muchachos y
fuimos por una senda a una casita, de la que habíamos
oído que
convidaban con leche a los visitantes. Fuimos repitiendo todo el
camino la palabra leche para no olvidarnos. Llegamos, el
más grande de nosotros dijo –leche-, largaron una
carcajada y nos dieron un vaso de leche a cada uno. Como no
sabíamos cómo decir gracias, hicimos una reverencia
en señal de agradecimiento. Y hubo más carcajadas"
(1).

Muchos italianos fueron pescadores, en Mar del Plata. Un
descendiente se refiere a la vida cotidiana de uno de estos
inmigrantes: "A Juan Carlos D’Amico lo llaman Chupete.
(…) A Chupete le gusta su profesión, la misma de su
padre y de sus dos abuelos italianos. Para ellos, toda la vida
giró en torno a la
pesca.
‘Mi abuelo llegaba a la casa, se lavaba y preparaba el
chupín. Mientras se cocinaba, tejía la red. Todos los días
un poquito. Terminaba de coser, comía, y se iba a dormir
hasta el otro día, que volvía a pescar. Esa era la
vida de él" (2).

José Navarro y Humberto Sánchez fundaron
en Mar del Plata la tienda "Los gallegos": "Con poca
mercadería y muchas ganas de ganar dinero, los
dos gallegos dormirían muchas noches sobre los dos
únicos mostradores de la tienda vencidos por el cansancio
de largas horas de trabajo y temerosos que un desborde del arroyo
se llevara rápidamente las ganancias del mes". A ellos se
sumaron más tarde los empleados Enrique Martínez y
José Vicario. "Recuerda doña ‘Conce’,
la esposa de José Vicario que ‘cuando ellos
(Vicario, Martínez y Navarro) iban al campo a hacer
propaganda y
vender, nosotras las mujeres, preparábamos las viandas. Es
que estaban afuera varios días y debían llevar la
comida. Sí, claro que con la señora de
Martínez tratábamos de ayudar. Hubo épocas
muy malas, como aquella de la crisis del
30… bueno, nosotras confeccionábamos ropa interior,
camisetas y todas esas prendas para ser vendidas en la tienda…"
(3).

En Mar del Plata, viven también los valencianos.
Ellos realizan, año tras año, la Falla que sus
mayores trajeron de España. Una noticia publicada en el
diario La Capital en marzo de 2004 informa: "Desde ayer y hasta
el sábado próximo se desarrolla en la ciudad de Mar
del Plata la 50º edición de la Semana Fallera. La
celebración es organizada por la Unión Regional
Valenciana y se realiza en la céntrica plaza Colón.
Todas las noches se ofrecen delicias gastronómicas y suben
al escenario agrupaciones de música y baile de
distintos puntos del país. (…) La celebración,
con epicentro en la ciudad española de Valencia,
alcanzará el máximo esplendor el sábado
próximo cuando a partir de las 21 se realice un
espectáculo de fuegos artificiales y luego, desde las 22,
se proceda a la crema del monumento principal de la Falla 2004.
La asistencia se estima entre 80 y 100 mil personas. (…) Este
año la estructura del
monumento principal instalado en la plaza Colón consiste
en enormes castillos que simbolizan al Fondo Monetario
Internacional y un galeón, que representa a nuestro
país, que intenta alejarse del lugar. Entre los
muñecos que forman parte de la escena se destaca la
réplica del presidente Néstor Kirchner. La
instalación tiene una altura de 31 metros y está
confeccionada con madera y cartón. Precisamente el ritual
de la "crema" consiste en prender fuego la obra de arte, que por lo
general está inspirada en algún hecho saliente de
la escena nacional o internacional" (4).

Hay gitanos en Mar del Plata. Algunas de sus
composiciones han sido recopiladas por Perla Miguelí y
transcriptas musicalmente por Pedro Leguizamón. Escribe
Miguelí: "las canciones nuestras están basadas
siempre en hechos reales, en acontecimientos que han pasado. Son
anécdotas cantadas, inspiradas por el protagonista o por
algún antepasado que transmitió el caso como
canción. Pequeñas historias que pueden haber
parecido importantes sólo para el grupo, en el momento de
componerse, pero que con el paso de las generaciones adquieren
una grandeza especial, una ternura, una bella sencillez, una
frescura que nos cautivan a los que tenemos en nuestros
oídos mucho más material de música (por
discos, cassettes, compactos, radio, televisión, etc) que los que se
podrían tener en otras épocas. Muy ocasionalmente,
hoy en día en alguna fiesta o reunión se entonan
canciones gitanas, para sorpresa y deleite de los presentes"
(5).

En Villa Gesell vive Valeria Rodziewicz, "una
encantadora ex enfermera polaca, sobreviviente de la Segunda Guerra
Mundial". La anciana "nació en Wilno (Vilna hoy),
Lituania, el 27 de diciembre de 1913. Por entonces, el territorio
lituano pertenecía a la Rusia zarista". Recuerda la
guerra. En Polonia, en 1939, "La comida escaseaba, sólo
teníamos arroz y la carne de los caballos muertos
esparcidos por las calles. Cuando los alemanes llegaron al
hospital, me echaron, con el pretexto de que no figuraba como
enfermera estable. De golpe me quedé sin trabajo y me
instalé en un albergue para estudiantes. Para poder comer
tenía que vender mi sangre para las transfusiones"
(6).

En Villa Gesell se estableció "el matrimonio que
formaban la princesa María Windesgraetz y el conde Esteban
Károlyi, de la nobleza húngara. Como tantos
europeos de la posguerra, los Károlyi eligieron Villa
Gesell para vivir y para ofrecer a turistas y amigos la mejor
atención personal de la familia" (7).

En Necochea vive Amy Stirling –que "había
sido inglesa, linda y joven"-, en un texto de María Esther
de Miguel: "Cuando llegó a Necochea, no fue casualidad
quedarse: cierto matiz del puerto le recordó suburbios de
su ciudad. Yo la conocí una noche en Quequén:
vieja, borracha y sentimental. Parecía un clown,
exageradamente maquillada, propensa al disparate. Me informaron:
está loca. Pero no lo creí" (8).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21
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