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Consideraciones sobre el concepto de Edad Media (página 2)



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Mucho más compleja, pero a la vez muy interesante
es la idea de Edad Media que
ha arraigado en la cultura
popular; la forja de esta mentalidad general ha tenido
también un largo trayecto, pero se puede afirmar sin
tapujos que al menos una buena parte viene del Romanticismo
decimonónico, que elevó la Edad Media a la
categoría de paraíso perdido para dejar escapar la
mente ante la angustia vital tan característica del
Romántico. De ahí viene la concepción
popular del medievo como época de gentiles
caballeros, bellas damas y vida cortesana asociada; sin embargo,
existe otra idea de Edad Media en el imaginario colectivo, y es
precisamente la que deriva de los conceptos planteados en los
siglos XVII y XVIII: la concepción del medievo como algo
oscuro, decadente y por suerte superado, aunque siempre bajo
amenazas de regresión en nuestra sociedad
actual. No es extraño que en cualquier medio de nuestra
cultura de masas (televisión, radio, prensa, etc.) se
use un término, que seguramente todos hemos leído u
oído
alguna vez: "medieval"; nuevamente, la palabra evoca las dos
vertientes. Los comportamientos retrógrados, las
injusticias sangrantes o las matanzas indiscriminadas son
medievales, pero también lo son los comportamientos
valerosos ("caballerosos", si se prefiere); esta ambivalencia
está presente en prácticamente todas las
referencias a la Edad Media de nuestra cultura popular actual, un
puro imaginario colectivo donde caben visiones y conceptos
contrapuestos pero parece ser que compatibles.

Como mera curiosidad voy a permitirme comentar un
curioso "trabajo de
campo" realizado por el que escribe estas líneas. Cuando
pensaba en comenzar a hacer este trabajo, les pregunté (en
un ambiente
distendido y sin decir a ninguno de los consultados para que era)
a seis personas de mi entorno, de edades comprendidas entre los
21 y los 78 años, con qué palabra asociaban "Edad
Media"; dos personas respondieron "caballeros y castillos", una
"pobreza", otra
"monjes", otra "señores feudales" y el último
encuestado respondió "guerras";
véase de nuevo la doble visión, donde caballeros y
castillos parece evocar de manera lejana una época de
gestas y vida de corte, mientras que las otras acepciones recogen
una asociación del medievo con la religiosidad, el
feudalismo y
la brutalidad y desgarro de las guerras y la
pobreza.

Esta doble idea tiene sin duda procedencias profundas,
como he señalado antes; la forja de conceptos y actitudes en
el ideario popular es muy fuerte y es difícil, si acaso
imposible, de modificar desde el conocimiento
científico; de hecho, a pesar de los notables avances,
de todo lo que hemos podido llegar a conocer sobre el medievo,
las ideas expuestas subsisten, y muy posiblemente nunca
desaparezcan; por otra parte, es (tristemente) evidente que el
imaginario colectivo ha sido forjado a lo largo de generaciones,
con unas arraigadas estructuras
que pesan sobre la masa muchísimo más de lo que el
individuo
admite. Se nos presenta una dualidad a la que la Historia académica
parece no saber responder, aunque sí que puede.

Finalmente, para acabar esta exposición
sobre el estado de
la cuestión del tema que tratarán los siguientes
capítulos, debemos mencionar la utilización de la
Edad Media como "interés",
entendiendo esta denominación, por supuesto, en el campo
de la manipulación y el uso interesado. Esta
concepción interesada del medioevo es muy típica de
la historiografía alemana del siglo XIX, de un carácter puramente nacionalista, y que ya
de por sí obedecía a numerosas motivaciones; en ese
contexto, se tomó la costumbre de acudir a la Edad Media
para explicar la formación de las "identidades
nacionales", así como de primar en primer lugar la
individualidad como motor de la
Historia; esta actitud ante
el estudio histórico, con claros fines adoctrinantes y
políticos, convirtió al periodo medieval en una
escuela en la que
Europa
había quedado configurada; esta afirmación es muy
discutible, y a la hora de analizarla partimos de la base de su
intencionalidad; sin embargo, volviendo al tema de la conciencia
colectiva, esto parece estar también bastante arraigado.
Sin embargo, y por tentador que sea, no se debe juzgar este uso
de una forma estrictamente negativa, ya que efectivamente las
formulaciones decimonónicas en el campo del estudio
histórico, englobadas genéricamente bajo el
concepto de
positivismo,
responden a un contexto histórico y social determinado, y
por él se rigen; baste decir que al menos en el campo de
la Historia académica, estas concepciones, a pesar de las
huellas que han dejado, está más que
superadas.

Aún así, un somero análisis del periodo medieval nos permite
ver como este concepto flojea; el medioevo, más que a la
unificación de identidades, tiende más bién
a ser un "campo de batalla de fuerzas opuestas", y no es
aceptable su concepción como origen de las identidades
nacionales del siglo XIX.

Eso sí, no se puede negar que durante la Edad
Media se forjó un cierto concepto de "Europa", como
encontramos en fuentes
primarias, pero ya incluso en el propio medioevo la noción
muta y cambia, y está sujeta a numerosos conflictos,
choques y contradicciones; no es, ni mucho menos, una
formación de ninguna "identidad
nacional", sino más bién un concepto vago e
impreciso, sin mucho fondo ni argumentación, y que tiene
más un carácter de reacción que de
afirmación.

A lo largo de los siguientes capítulos veremos
los vaivenes experimentados por un concepto de por sí
impreciso y ambiguo, delimitado académicamente tras un
azaroso devenir por los gustos historiográficos dominantes
en cada época, y que aún hoy presenta, a la hora de
delimitarlo, analizarlo y comprenderlo, un reto para cualquier
historiador, incluso para los propios medievalistas; no en vano,
como acertadamente afirma Sergi, "Todo puede servir, o casi, pero
no hay que molestar a la Historia".

2 El Siglo XVI.

La llegada de la Edad Moderna
supuso un profundo cambio en
Europa en todos los órdenes, innegable e
indisolublemente ligado a la eclosión del humanismo y
el
Renacimiento. Para estos primeros humanistas, que se
consideraban herederos de la Antigüedad grecorromana, el
periodo comprendido entre ésta y su tiempo fue
la "Edad del Medio", e inmediatamente tuvo una
connotación eminentemente negativa. La
connotación de algo por suerte superado.

Uno de los primeros historiadores en empezar a
utilizar una división por edades de la Historia fue
Vasari, que en 1550 comenzó a utilizar una
concepción tripartita que ha llegado sin excesivos
cambios hasta nuestros días: Edad Antigua, Media y
Moderna, si bien esta periodización iba aplicada a un
campo de conocimiento
concreto, el
de la Historia del
Arte. Haciendo una rápida lectura de
esta división, se comprueba como el concepto de
"modernidad"
es aplicado al tiempo del autor, en clara ruptura con el
periodo anterior, el Medio. Antes de Vasari, otros autores
habían usado conceptos similares para referirse al lapso
entre la Antigüedad y el Renacimiento,
como "media aetas" o "media tempora". El
término "medievo" o el más común de
"middle age" se consolidarán en el siglo XVII.
Otro ejemplo, aunque nunca llegó a usar
explícitamente el término "Edad Media", es el del
humanista Flavio Biondo, que historió los sucesos desde
el 412 hasta su tiempo, de una forma estrictamente
cronológica. En líneas maestras, su
periodización coincide con la posterior y más
comúnmente aceptada (476-1453).

En líneas maestras, en todo el periodo
renacentista se observa una constante con respecto al periodo
medieval: es oscuro, indeseable y conviene que no vuelva a
repetirse. Para estos "herederos de la Antigüedad" el
lapso de más o menos diez siglos desde la
deposición de Rómulo Augústulo como
último emperador del Imperio Romano de Occidente hasta
su propio tiempo, la Europa del Quinientos, iba
indisolublemente unido a una noción: decadencia.
Decadencia de los valores
grecorromanos. Y no sólo afectaba a lo político,
sino que por el contrario, el decaimiento afectaba a todos los
ámbitos de la vida humana, en tanto el ideal
antropocentrista del mundo clásico se había
venido abajo a favor de una interpretación estrictamente, por
llamarlo de alguna manera, "ortodoxa" del cristianismo
y un retroceso urbano y comercial, así como una sociedad
desgarrada por continuas revueltas y guerras. Así, la
"Edad del Medio" no era más que un paréntesis
entre el ideal clásico y su
recuperación.

Sin embargo, en muchos aspectos los propios humanistas
del XVI parecen contradecirse. El propio concepto que
utilizaban a la hora de definir su tiempo, "modernidad", se
opone etimológicamente al de "antiguo", que es lo que
pretendían recuperar. No parece muy claro como lo
moderno puede revivir lo antiguo, como se venía
propugnando en ciertos círculos europeos desde el siglo
XV, con la "devotio moderna". La ruptura con la
escolática medieval con el objeto de dar un paso hacia
la modernidad termina por acudir a los Padres de la Iglesia, lo
antiguo.

No es por cierto el único conflicto
que presentan las nociones de "antiguo" y "moderno" aplicadas
al pensamiento
del XVI. El propio concepto de "Renacimiento" parece presentar
un problema, ya que una vez más parece intentar definir
lo moderno a través de lo antiguo, además de
alejarse en muchos aspectos (especialmente en los temas
religiosos relativos al cristianismo) de los patrones paganos
del mundo grecorromano. Analizando este choque conceptual, se
puede afirmar que "lo moderno tiene preferencia sólo si
imita a lo antiguo".

Lo que es evidente es que todo este conjunto de
forzoso entendimiento entre lo viejo y lo nuevo se hace a
espaldas de la Edad Media, y desde luego que entre los
humanistas europeos no faltaron voces que cuestionaran esa
enorme superioridad atribuida a los antiguos. Luís
Vives, por ejemplo, criticó esa idea en la primera mitad
del siglo XVI, afirmando en su De causis corruptarum
atrium
que los hombres de su tiempo no eran enanos, ni los
antiguos gigantes . No obstante, otros humanistas como Petrarca
llegaron a afirmar que entre la antigüedad y su tiempo se
extendían las tenebrae, las tinieblas.

Por otra parte, es necesario considerar el propio
concepto de Humanismo y lo imaginario de su "modernidad"; si
entendemos el Humanismo como un "movimiento
intelectual que, apoyado en el mejor conocimiento de los
clásicos, recorrió Europa en los siglos XV y XVI"
, definición a todas luces acertada, debemos considerar
justamente eso: su carácter de movimiento intelectual. Y
como todo movimiento intelectual, pecó de un cierto
alejamiento de la realidad, lo que nos lleva inevitablemente a
considerar lo imaginario de su pretendida "modernidad". El
pensamiento humanista se movía en un bipartidismo, en el
cual se encontraban las élites intelectuales que defendían y propugnaban
los ideales de la recuperación grecorromana, y por otro
lado, el pueblo llano. Evidentemente ambos se movían en
planos distintos, y es en este hecho donde se encuentran muchas
de las cuestiones clave.

La cuestión de la recuperación de la
Antigüedad es, a todas luces, compleja y fácilmente
discutible. Como hemos señalado antes, la
recuperación no existió en muchos campos, como el
del arte, en base a
la continuación de temas religiosos. Además, no
se puede afirmar ni mucho menos que las estructuras sociales o
políticas presentaran una vuelta real al
mundo grecorromano. Tanto en el campo del arte como en el resto
se produjo una "relectura" de lo antiguo, no una
"recuperación", obviamente imposible. Los avances y
cambios intelectuales, encarnados en los humanistas, rompieron
hasta cierto punto con el medievo, pero no trajeron la
Antigüedad de vuelta, simplemente porque no se puede. En
el otro lado de la balanza tenemos el mundo político y
social, en cuyo orden persisten numerosas
características que no son nuevas, sino que evolucionan
desde la Edad Media, como el papel preponderante de la ciudad o
el nuevo alza comercial, estimulado por elementos nuevos y
propios de la Edad Moderna como los descubrimientos
geográficos, a pesar de que fueron las mejoras en la
navegación y el renacimiento comercial de finales del
medievo los que los hicieron posibles. En otros órdenes
se vuelve a encontrar la "relectura", como puede ser la
integración del pensamiento
antropocentrista en el cristianismo.

De este modo, parece que la propia concepción
del medievo en el siglo XVI viene lastrada desde un principio
por un contexto de justificación, basado en una
pretendida recuperación del mundo grecorromano frente a
la barbarie del lapso transcurrido hasta el momento humanista;
de ahí que nos podamos explicar su concepción
negativa, apoyada además, como bién señala
Sergi, en la Baja Edad Media (siglos XII-XV), con sus revueltas
sociales y guerras en el entorno de una Europa azotada por la
Peste Negra; con una natural tendencia humana, la de considerar
el pasado con una "deformación de perspectiva" ,
consideraron, en base a los textos clásicos (conservados
y traducidos, por cierto, durante la Edad Media) que la
decadencia y la barbarie en Europa se desataron desde la
caída de Roma ante los
bárbaros hasta el tiempo que les tocó vivir,
proyectando mucho más atrás la convulsa Europa de
los siglos XIV y XV.

En el siglo XVI, se pone por tanto una primera
definición de Edad Media, acorde con un sentimiento
imperante de contraponerla a una Antigüedad que se
pretendía recuperar, para superar un tiempo oscuro, de
decadencia y barbarie. El concepto que tiene el Quinientos del
periodo medieval arrastra un claro matiz peyorativo, en tanto
que sus desarrolladores lo oponen frontalmente a lo que bajo su
criterio es el ideal a revivir, el mundo
grecorromano.


3. Los siglos XVII y XVIII.

Los siglos XVII y XVIII representan un punto de
inflexión en la historia de Europa, tanto por la
consolidación de las formas de Estado
absolutistas como por su desaparición, traída a
partir del comienzo de las revoluciones liberales. En otro
orden de cosas, significó, sobremanera el XVII, la
emancipación de la mente humana frente al dogma, con la
Revolución intelectual y
científica, que condujo al nacimiento de la
Ilustración.

En lo que toca al tema de este trabajo, sin embargo,
no se aprecian muchos cambios respecto al pensamiento expuesto
en el capítulo anterior; la Europa del XVII
presentó, en lo que toca al concepto de Edad Media, una
curiosa coyuntura; por una parte, la Revolución
científica rompió la tendencia, ya presente desde
la propia Edad Media, a no separar ciencia y
religión; tanto para los eruditos
medievales como para los del siglo XVI, conocer la naturaleza
equivalía a conocer a Dios, a través de sus
creaciones más bellas. Las aportaciones y
descubrimientos de científicos como Newton y
Descartes, y
la eclosión de la filosofía
moderna a través de Hume o Locke puso en tela de
juicio muchos dogmas, a pesar de los intentos de la Iglesia por
contrarrestarlos, y terminó por separar ciencia y
religión; de este modo, muchos campos del conocimiento
quedaron libres de las referencias a la escolástica
medieval. Por otra parte, el papel predominante de la
antigüedad clásica en muchos campos se
rebajó. En este contexto, se podría esperar que
la idea presente en el siglo anterior sobre los tiempos
medievales se adaptase a las nuevas circunstancias, con
análisis más rigurosos y críticos, a la
par de aprovechar el método
científico en el enfoque del estudio; sin embargo,
no fue así, y pervivió una concepción
más bién oscura, a lo que se añadió
una cierta concepción de la Historia acuñada por
los adalides de la revolución científica,
principalmente Descartes.

El siglo XVII fue a todas luces el siglo de las
ciencias
naturales, eclipsando a muchas otras disciplinas, entre ellas
la historia. Sin ir más lejos, Descartes afirmaba que
"la Historia, por más interesante, más
instructiva y más valiosa que fuera para la
formación de una actitud práctica en la vida, no
podía, sin embargo, aspirar a la verdad, ya que los
acontecimientos que relataba nunca sucedieron exactamente en la
manera en que los relataba". Para Descartes, la propia
concepción del método
científico dejaba fuera a la Historia. Sin embargo,
autores como el gran historiador Vico,
más que sentirse desalentados, criticarían a
Descartes y plantearían su propio método para el
estudio histórico. Vico sí se refirió a la
Edad Media, pero como ejemplo a la hora de ilustrar su teoría de que muchos periodos
históricos repiten o al menos son similares en sus
rasgos generales. Comparaba concretamente la Grecia
homérica con la Edad Media europea. Por su parte, otros
autores como Berkeley y Locke se sumaron en sus críticas
al cartesianismo.

De este modo, se podría afirmar que el siglo
XVII es un periodo de transición en lo tocante al tema
de este trabajo. El despegue imparable de las ciencias
naturales eclipsó en gran medida el estudio de los
problemas
históricos, centrando el debate en el
método más que en el fondo de los problemas
planteados por la historiografía. El concepto de Edad
Media estará sin embargo muy presente en el siglo
siguiente.

El siglo XVIII, el siglo de la Ilustración que verá el fin del
Antiguo Régimen en Francia nos
trae de nuevo a primer plano la Edad Media. Y nuevamente la
valoración es negativa, mucho más negativa
aún que la mostrada en el capítulo
anterior.

Esta visión negativa procede de la propia
retórica del movimiento ilustrado y su continua
búsqueda del modelo de
gobierno ideal.
Para los Ilustrados, el sistema
político y social del siglo XVIII estaba destinado a
ser derribado por los ideales que ellos defendían:
libertad,
igualdad y
fraternidad. De este modo, tenemos a Montesquieu
con "El espíritu de las leyes", los
estudios históricos de Voltaire y
los ensayos de
Herder. El pensamiento ilustrado, sin embargo, presenta un
patrón común: suelen situar el origen de todos
los males del sistema
imperante en la Europa del Setecientos en la Edad Media;
más concretamente, es digno de análisis la
conceptualización y el pensamiento ilustrado sobre el
fenómeno del feudalismo y su propia concepción
del método histórico aplicado en concreto a la
Edad Media.

Empezando por esta última cuestión,
parece plausible llegar a afirmar que en líneas
generales los ilustrados no tenían una perspectiva
verdaderamente histórica de los problemas que
pretendían erradicar. Si entendemos perspectiva
histórica como "ver que todo en la Historia tiene su
razón de ser y que todo existe en beneficio de los
hombres cuyas mentes han creado comunitariamente esa historia"
nos encontramos con una visión manipuladora y
panfletaria por parte de los Ilustrados; para Voltaire, Hume y
una buena parte de las élites Ilustradas, palabras como
"Edad Media", "barbarie" o "feudalismo" no parecen haber tenido
un sentido histórico, filosófico o
sociológico. Eran más bién "palabras de
injuria que tenían un sentido emocional". Pensar que una
época del pasado fue irracional equivale a considerar la
historia como un mero polemista, no un historiador. Afirmar que
la historia pasada es irracional y bárbara hasta la
llegada del espíritu científico moderno no es ser
historiador, y aún menos desde la óptica actual. Collingwood afirma en este
sentido que "su historia no es sino el relato debido a
algún idiota, lleno de ruido y
furor, pero que nada significa".

En un sentido algo más moderado y racional se
mostraron otros Ilustrados como Montesquieu y Gibbon, quienes
aportaron mediante sus obras de análisis de la Europa
del XVIII, alejadas del panfletarismo de otros coetáneos
suyos, una valiosa base para el desarrollo
de la Historia científica en el siglo siguiente. Muy
especialmente el primero, con su convencimiento de la
racionalidad de la Historia, muy bien reflejado en sus
"Considérations sur les causes de la grandeur des
Romáins et de leur décadence
" , donde se
muestra como un
historiador innovador y adelantado a su tiempo, negando
definitivamente la Providencia y el papel de Dios en el devenir
de la Historia, y añadiendo una declaración sobre
la necesidad de que el investigador indague las causas del
devenir de los gobiernos.

El concepto y tratamiento del fenómeno del
feudalismo por parte de la Ilustración es asimismo digno
de análisis. Desde un primer momento, el feudalismo fue
para la Ilustración un oscuro residuo de tiempos
medievales, que había que erradicar. El hecho de que el
feudalismo presente en su época se pareciera más
bién poco al medieval no entró en sus
consideraciones. Efectivamente, como ya hemos expuesto en el
capítulo introductorio, el sistema feudal que
existía en el siglo XVIII poco o nada tenía que
ver con el sistema feudo-vasallático, típico de
la Edad Media, sino que era un sistema que se había ido
forjando en la propia Edad Moderna. Puede que sus primeras
raíces las tuviera en el feudalismo medieval, pero
había evolucionado sin duda lo suficiente como para
diferenciarlo claramente. Lo que tendió a hacer la
Ilustración fue juzgar el modelo feudal medieval en base
a la experiencia vivida por ellos, equiparando el feudalismo
del XVIII ("carente de estructura
piramidal y sin delegaciones de poder
vinculadas a la investidura") al medieval.

En síntesis, parece que los siglos XVII y
XVIII, considerados en su conjunto, ahondaron más
aún en una Edad Media negativa, pese a las aportaciones
de autores como el propio Montesquieu a favor de un
método histórico que eclosionará en el
XIX. Pero al igual que "un fenómeno histórico
nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de
su momento", el análisis de una evolución conceptual no puede ser aislado
de su contexto histórico. No es difícil imaginar,
en el contexto político y social de la Francia de la
Ilustración, las causas que motivaron la búsqueda
de todos los males de la sociedad en la Edad Media. Hubo que
buscar algo en lo que encarnar el polo opuesto a los ideales de
la Ilustración, y visto el desarrollo que la
concepción del medievo había tenido desde el
siglo XVI, terminó por encarnarlos.

No obstante, pese a lo eminentemente negativo de la
Edad Media para los Ilustrados, el concepto cambiará
radicalmente en el siglo XIX, con una nueva concepción.
No necesariamente mejor, sino nueva.

4 El siglo XIX.

En el Ochocientos europeo se produjo una curiosa
paradoja en lo que respecta al tema de este trabajo: lo mismo que
la Ilustración condenó, la nueva Europa de los
Estados nacionales lo revalorizó. Este proceso de
revalorización se dio tanto en el área de la
Historia como en corrientes literarias como el Romanticismo, y
lógicamente obedece a unas causas concretas. Pero para
poder analizarlas a fondo es básico antes hacer una
reflexión sobre el contexto histórico e
historiográfico en el que habremos de movernos, basado
principalmente en el concepto y desarrollo de los nacionalismos y
el desarrollo de la Historiografía positivista y marxista;
ambos factores que forman el contexto van relacionados,
sobremanera el positivismo y nacionalismo.

Sucintamente, el contexto histórico a lo largo
del XIX se puede resumir en una lucha entre lo viejo y lo nuevo;
lo viejo está representado por las Restauraciones
absolutistas derivadas del
Congreso de Viena, tras la caída de Napoleón
Bonaparte, quien había encendido los sentimientos
nacionales en los países que había dominado o en
los que había influido. Lo nuevo viene precisamente dado
por este surgimiento de las conciencias nacionales, proceso
plasmado en los sucesivos procesos
revolucionarios de corte liberal que se expanden por Europa,
concentrados en 1830 y 1848. Socialmente, asistimos al nacimiento
y consolidación del proletariado como nueva clase
emergente en el nuevo orden, alejado del estamental típico
de la época anterior.

El desarrollo de la historiografía, pese a que no
se pueda comprender sin su correspondiente contexto
histórico, es mucho más interesante de cara al
problema que nos ocupa. Durante el XIX eclosiona en Europa la
historia positivista de corte nacional; especialmente en Alemania,
debido a circunstancias locales muy peculiares, y algo más
tarde en Francia e Inglaterra. El
estudio de la Historia tomaba así una nueva doble
orientación, muy importante en el método en el que
se fundamentaba, pero lastrado en la orientación de estos
nuevos estudios, impregnados por el Romanticismo alemán de
la época; fue precisamente este impulso romántico
el que sacó a la Edad Media del oscuro concepto en que
había convertido.

De este modo, durante el siglo XIX, el espíritu
romántico y nacional resucitará a la Edad Media de
un modo muy particular, aunque en un análisis más
profundo puede verse que el método es el mismo, por
ejemplo, que el usado por los ilustrados del XVIII: éstos
habían usado la Edad Media para explicar la proveniencia
de todo lo malo de su época. La historiografía
romántica y positivista la utilizaría para explicar
el surgimiento de los pueblos, de acuerdo con su
orientación nacionalista. Esto se dio de un modo muy
particular en Alemania, aunque no deja de poder ser extrapolable
a otras realidades europeas de la época.

Veamos ahora la esencia del método positivista.
El positivismo postula un método de investigación histórico basado en el
empirismo
más absoluto; es, de algún modo, la
transposición del método científico al
área de los estudios históricos. Ante la
imposibilidad de la observación directa de los acontecimientos,
el hecho sustituye a la experiencia, ya que habla por sí
mismo.

El método positivista está apoyado en la
sumisión al documento, fechado, analizado y comparado con
los hechos ya conocidos con el fin de establecer su veracidad; de
este modo, concibe el hecho histórico como único
motor de la Historia. Generalmente, la visión de este
método y de la escuela positivista ha sido, por lo
general, ambivalente. La crítica, argumentada en su estrechez de
miras y "la paralización producida por su negativa a la
emisión de juicios críticos" ha sido notable, muy
especialmente por la "Nueva Historia" del siglo XX. Por otra
parte, se reconoce su valor en su
convicción de escribir una Historia basada en la exigencia
científica.

No obstante, en los positivistas del XIX es
fácilmente visible su sumisión a los valores de
los Estados-naciones europeos. Y fue precisamente en Alemania
donde se dio una curiosa circunstancia con respecto a la Edad
Media: los historiadores alemanes de la época comenzaron a
acudir al medievo con objetivos
políticos: la unificación de Alemania.

En este contexto, se buscó en la Edad Media el
origen del pueblo alemán, encarnado en los germanos. De
este modo, llegó a leerse la Edad Media alemana como una
historia de progresiva corrupción
por haber tenido que pactar los germanos con civilizaciones
demasiado distintas de la suya. Sin embargo, y pese al aparente
panorama, el innegable rigor positivista de sumisión al
documento se equilibró con el candente espíritu
romántico, para dar como resultado una serie de estudios
que despertaron, dentro de las directrices de la época, un
fervor por el medievo sin parangón hasta la época.
No obstante, también es justo decir que el fervor
"nacional-medieval" alemán no fue tan generalizado como
parece a simple vista (existieron nacionalistas no medievalistas
y medievalistas no nacionalistas) ni único en
Europa.

Tenemos, en otros territorios europeos, ejemplos de que
cada uno de ellos encontró su propio elemento nacional en
los siglos medievales; la única salvedad podría ser
Italia, apegada
al mundo clásico con el mismo fervor nacionalista, por
causas similares a las alemanas, basadas en el ansia de
unificación de la Península; por su parte, Francia
pareció encontrar en Carlomagno, "nacionalizado" pese a
los continuos debates sobre el componente germano de los francos,
su elemento en el que fijar las ansias nacionalistas.

Sin embargo, el caso alemán es particular, ya que
establece una concepción de Europa netamente germana, en
oposición a la concepción típicamente
latina. Esta dualidad de interpretaciones será la
tónica del siglo. Por un lado, la historiografía
alemana se basa en un razonamiento que Sergi ha resumido muy
acertadamente del siguiente modo: "Europa se forma
progresivamente en la Edad Media. La Edad Media es esencialmente
germana. Por tanto, Europa es una construcción germana". Frente a ella, se
situaban una serie de teorías
e interpretaciones basadas en la simbiosis latino-germana,
alejada de las tesis alemanas
basadas en el germanismo europeo.

Sin embargo, a esta dualidad entre medievalismo y
nacionalismo para el siglo XIX se le sumaría otra
interpretación de la Edad Media no menos importante,
dentro del marco general de una de las principales corrientes
historiográficas contemporáneas: la
interpretación marxista.

La visión marxista del medievo ha marcado
profundamente la visión actual de la Edad Media en la
cultura popular. Tanto, que debido en gran parte a su
concepción del medievo y su asociación tan profunda
al feudalismo, además de por su interpretación, la
unión de "Edad Media" y "feudalismo" se ha integrado tan
profundamente en la conciencia colectiva que se mezclan y se
hacen una; analizar el porqué es complejo, pero podemos
dar algunos apuntes.

Dentro del sistema marxista de la Historia, basado en
las relaciones de producción, la Edad Media se analizó
orientada al análisis del feudalismo, definido como una
fase previa al capitalismo.
Se concibe así la idea del sistema feudal medieval como
una explotación de campesinos no asalariados, sometidos a
la dependencia y obligados a la obediencia; de hecho, sólo
lo distinguía del sistema esclavista en tanto que
éste último contemplaba la propiedad de
los señores sobre la tierra y
los hombres, mientras que lo que él denominó
feudalismo contemplaba la propiedad únicamente de la
tierra;
además, lo extendió en el tiempo entre el final del
Imperio Romano de
Occidente y las Revoluciones burguesas, es decir, no lo limita
exclusivamente a la Edad Media .Para el marxismo, el
feudalismo pasó a ser prácticamente una etapa
más de la Historia, a medio camino entre las aristocracias
del mundo antiguo y los Estados administrativos
contemporáneos.

Este desplazamiento del sistema feudal del plano
jurídico-militar al socioeconómico ha sido un
legado de la historiografía marxista al concepto de Edad
Media, que a partir de aquí se mezclará y
fusionará con el de "feudalismo"; de hecho, hoy en
día son inmediatamente asociados como sinónimos,
obviando que los diez siglos medievales fueron mucho más
que feudalismo, y asimismo ignorando el poco parecido existente
entre el sistema feudo-vasallático, típico de la
Edad Media, y el piramidal, propio de la Edad Moderna y derribado
por la Revolución
Francesa, que también acudió al feudalismo
medieval buscando sus razones, como se ha expuesto en el apartado
anterior.

Un último apartado a analizar es el papel del
movimiento romántico en la valoración de la Edad
Media en el XIX, que también ha echado raíces que
llegan hasta nuestros días; el propio concepto de
Romanticismo es complejo y ambiguo, pero en general es un modo
global de contemplar la realidad, y estuvo claramente asociado a
la burguesía. Exaltaba un gusto por lo irracional y lo
subjetivo, y volvía su mirada hacia mundos lejanos y
remotos, bellos por extraños. Dentro de estas directrices,
la Edad Media tomó el sesgo de "paraíso perdido",
un lugar idealizado de gestas heroicas y vida de corte, tendiendo
a la deformación e idealización del periodo
medieval, combinado con un nuevo gusto (llamémosle
redescubrimiento) por el arte gótico; considerando
además que una de las principales cunas del Romanticismo
europeo fue Alemania, es fácil deducir el calado que tuvo
este entusiasmo por el medievo en los estudios históricos
positivistas, estimulados por los sentimientos nacionales: un
auténtico polvorín. Sin embargo, el entusiasmo
romántico no se limitó exclusivamente a Alemania,
sino que otros países como Inglaterra, Francia y España se
vieron inundados por el entusiasmo por este movimiento,
claramente evasionista. Se producía así un
auténtico Medieval Revival. Esta visión del
medievo ha llegado, como hemos señalado, hasta nuestros
días. Como nos referíamos al principio, es una de
las Edades Medias de la cultura popular, junto a la oscura y
decadente.

A modo de colofón debemos considerar el papel
global del concepto de Edad Media en el Siglo XIX europeo; como
hemos señalado, es innegable que, frente a las
concepciones oscuras de siglos anteriores, la Edad Media fue
objeto de una revalorización durante el Ochocientos; no
obstante, el valor de ese redescubrimiento es más que
discutible; pese a la aparente y pretendida objetividad
científica del positivismo, su orientación
nacionalista y su cierta impregnación del espíritu
romántico de la época vuelven a dar como resultado
una visión distorsionada dentro de un cierto gusto por la
época. Por otra parte, la propia dinámica intelectual burguesa del
Romanticismo creó un imaginario de la Edad Media como
paraíso donde refugiarse de la vida terrenal; un tercer
factor para valorar el medievo fue la interpretación
marxista, que provocó una incierta y exclusiva
identificación de la Edad Media con el feudalismo,
considerando además que la propia idea de feudalismo
planteada por Marx no se
corresponde con la realidad del sistema feudal
medieval.

La combinación de estos tres factores ha creado
la imagen actual
del periodo medieval, en la que encontramos varias Edades Medias:
una tenebrosa, época de barbarie, injusticias y
explotación; una segunda como mundo de heroicas gestas,
torneos caballerescos y vida de corte; y, por último, una
tercera donde se observa la Edad Media como cuna de lo que hoy es
Europa. Ninguna de las tres responde en algún modo a la
realidad medieval, pero no deja de ser curioso como de un modo u
otro las tres concepciones han llegado hasta nuestros
días, pese a los avances y nuevas perspectivas
introducidas en los estudios sobre la Edad Media en el siglo XX,
tema del que trata el capítulo siguiente.

5.
Hacia una "Nueva Historia".

Con la llegada del siglo XX, se fue abriendo paso una
profunda renovación del ámbito
historiográfico, que pese a su enorme novedad
filosófica y epistemológica hundía sus
raíces en el siglo pasado.

La historia de sesgo positivista, como hemos visto en el
capítulo anterior, marcó el devenir
historiográfico del siglo XX; a comienzos de siglo, sus
postulados y su desarrollo constituyeron la primera piedra del
desarrollo de una nueva mentalidad historiográfica, que
aunque mayormente fundamentada en la crítica al
positivismo y en un afán de su superación, hunde
sus raíces en el espíritu cientifista de la
Historia del siglo XIX. Parecían considerar estos nuevos
historiadores que la base, la piedra angular positivista no
dejaba de ser mala, pero que era una base que había que
ampliar. La sumisión al documento y las fuentes no era el
eje exclusivo de la investigación histórica, pero
en todo caso era innegable que, aunque fuera a otro nivel, no
dejaba de ser necesaria.

De este modo, hacia los años veinte, con una
disciplina
histórica ya profesionalizada, que al fin y al cabo fue
otro legado que dejó el positivismo, surgen los primeros
nuevos enfoques en la disciplina. Precisamente uno de estos
nuevos adalides del giro epistemológico en la
investigación histórica fue uno de los más
destacados medievalistas que han existido: Henri
Pirenne.

Antes de comentar su obra, debemos referirnos a las
directrices que esta "Nueva Historia" planteaba; frente a la
dinámica positivista, los nuevos planteamientos
asumían un método de investigación
histórica basado en una complementariedad de las meras
fuentes catalogables como meramente diplomáticas o
referentes a episodios puramente políticos con otro tipo
de recursos para la
investigación, referidos a aspectos económicos y
sociales. Lo que buscaban no era sino plantear una visión
mucho más global, alejando el protagonismo del relato
histórico del personaje o el documento; de este modo se
lograría entender mejor el devenir histórico de las
civilizaciones y periodos analizados. Esta concepción, que
sería aún más matizada e incluso llevada a
más altos extremos con el nacimiento de Annales,
constituía una nueva concepción
epistemológica que tomaba lo precedente y lo
enriquecía y ampliaba, dando un verdadero sentido al
estudio de la Historia.

Con respecto a Henri Pirenne, fue uno de los
máximos exponentes de estas nuevas concepciones; su obra,
referida al estudio de la Edad Media, marcó a varias
generaciones de historiadores, y supuso un avance en romper el
concepto negativo que se venía arrastrando desde el siglo
XVI; pese a lo ciertamente matizable y discutible de sus
teorías, es innegable que Pirenne fue uno de los primeros
en presentar la Edad Media como un conjunto global de política, economía y sociedad,
por encima de concepciones sesgadas o simplistas; por otra parte,
muchas de sus investigaciones
abrieron camino a la hora de plantear nuevos problemas y retos al
estudio de la Edad Media .

Su obra y sus planteamientos, hoy ampliamente superados,
suelen centrarse en el estudio de la Europa medieval, con una
marcada preferencia por el estudio del comercio, y el
planteamiento de una visión personal del
declive comercial de la Alta Edad Media. Plantea Pirenne que este
declive vino en base al control
musulmán de las rutas mediterráneas, lo que dio
como resultado que el continente europeo se cerrara sobre
sí mismo. Esto provocó una paralización del
progreso europeo, lo que dio lugar a nuevas formas
políticas basadas en la tierra y la propiedad, como el
Imperio Carolingio. De hecho, para Pirenne, Carlomagno no es
más que una consecuencia de Mahoma. El renacimiento urbano
europeo se fue produciendo conforme se mantenían y
ampliaban las relaciones Oriente-Occidente, con un destacado
papel de la Constantinopla bizantina. Esta concepción
está hoy ciertamente superada, pero no deja de tener un
gran valor en tanto es una de las primeras concepciones de la
Edad Media que contempla el conjunto del periodo como un proceso,
no como una sucesión de hechos concatenados; esta
visión influirá en buena medida en los postulados
de la escuela de Annales, el verdadero elemento renovador
de la historiografía del Siglo XX.

De este modo, tenemos en Pirenne una buena muestra del
cambio en la orientación de la historiografía del
siglo XX, que busca superar el positivismo, no tanto
apartándolo definitivamente de la práctica
historiográfica, sino buscando integrarlo en una
visión más amplia de la disciplina
histórica, que verá su máxima
expresión a partir de la década de los 30 con la
fundación de la revista y la
corriente de "Annales". Por otra parte, es plausible decir
que con Pirenne se comienza a fraguar un cambio en la
concepción del Medievo, si bien es un cambio que en global
afectará a la concepción de la Historia en
sí misma; con los estudios de Pirenne se nos muestra una
Edad Media rica en matices, donde lo "oscuro", sin dejar en
ocasiones de serlo, al menos presenta una cuidada
fundamentación acerca de los porqués de esa
oscuridad, y no la contempla como algo surgido de un caos, sino
como la consecuencia de una serie de procesos que
interactúan y se proyectan hacia delante en el tiempo (es
decir, los hechos tienen una o varias causas y producen
consecuencias). Además, concibe el periodo medieval como
un contexto pleno, donde interactúan distintos planos, y
no meramente el de las relaciones
internacionales y la diplomática.

Ciertamente, algo empezaba a cambiar en la
historiografía y en su concepción de la Edad
Media.

6 Visión general del planteamiento de la
"Escuela de Annales".

Antes de entrar plenamente en la concepción y
tratamiento que la "Escuela de Annales" (a partir de este
punto, nos referiremos simplemente a "Annales") le dio al
periodo medieval, es conveniente hacer una breve
recapitulación tanto de lo que el nacimiento de esta
tendencia historiográfica supuso en el contexto de
la ciencia
histórica de su época como de sus líneas
generales de pensamiento y estudio.

"Annales" se ha venido llamando desde hace ya
cierto tiempo la "Revolución Historiográfica
Francesa"; este término, pese a parecer algo exagerado, no
es en absoluto desmerecido, dado el calado y el significado de
las concepciones de sus colaboradores, que formaron una
línea de investigación histórica
sólida y coherente, superando (que no eliminando sus
concepciones básicas) definitivamente al positivismo en
tanto que se sustituye "la historia basada en la narración
de acontecimientos por una historia analítica orientada
por un problema", además de primar una historia que
estudia el conjunto de las relaciones humanas, en toda su
amplitud, frente a una historia dominada por la política.
En tercer lugar, una orientación epistemológica
basada en la interdisciplinariedad, por encima de las
tradicionalmente llamadas "ciencias auxiliares de la Historia",
como la paleografía la diplomática, etc. Es decir,
Annales integra una serie de tendencias que se
habían venido configurando desde principios del
siglo XX, y que bajo sus directrices se consolidarán como
un nuevo paradigma
historiográfico. Por una parte, relega la típica
concepción positivista exclusivamente basada en la
narración política y diplomática, para
presentar una nueva serie de líneas de
investigación que sin excluir la historia política,
la convierte en un mero marco de referencia e hilo conductor del
devenir humano, verdadero objeto de estudio de la Historia. No se
renuncia al positivismo, se le matiza (pese a que determinados
investigadores del círculo de Annales,
especialmente Bloch y Febvre, se mostraron abiertamente
críticos con la escuela positivista, el "Antiguo
Régimen historiográfico" según Burke). Por
otra, estrechamente relacionado con lo anterior, se orienta la
investigación desde ópticas explicativas y
analíticas, no meramente narrativas; entra en juego el
análisis y la crítica. En un tercer orden, la
multidisciplinariedad se convierte en paradigma, sobrepasando el
papel que las ciencias auxiliares ya habían venido jugando
desde hacía tiempo. Ahora se integran disciplinas dispares
y de las más diversas áreas de conocimiento, desde
el Derecho hasta la Geología,
pasando por la en aquel entonces naciente sociología, la economía o la
antropología social. Febvre solía
decir, de un modo imperativo, dentro de su política de
"Abbatre les cloisons" : "Historiadores, sed
geógrafos. Sed
juristas también, y sociólogos, y
psicólogos". Braudel, de un modo similar, abogaba por la
interdisciplinariedad como mejor fórmula para combatir una
para él estéril especialización. Su obra
"Mediterráneo" fue concebida con el objeto de demostrar
"que la Historia puede estudiar algo más que jardines
cercados".

De este modo, tenemos los fundamentos de una nueva
manera de hacer historia, desde una óptica globalizadota,
con el devenir humano como eje de la misma y desde la fusión de
la ciencia histórica con otras disciplinas, que enriquecen
y completa los resultados finales. Además, surge una
concepción de la Historia como una "Historia de
problemas", por encima del mero aspecto cronológico y
narrativo. Y, lo más importante, se trata de una
visión y un método que se puede aplicar a cualquier
periodo objeto de estudio.

Annales revitalizó la
historiografía del siglo XX introduciendo líneas de
investigación nuevas, la mayoría de las cuales
habían sido ignoradas o relegadas a segundo plano hasta
ese momento. Historia de la población, de la alimentación, de los
grupos
sociales, marítima, económica, cultural…
por primera vez el devenir humano en el pasado cobraba un aspecto
global y pleno, con estudios que aportaban una visión
total de cada periodo y se complementaban unos a otros,
contribuyendo a un conocimiento mucho más globalizador,
además de completo.

Lógicamente, florecieron también los
estudios sobre el periodo medieval, dando lugar a "otra Edad
Media", que se demostró alejada del concepto que se
había venido forjando desde el siglo XVI.

7 Annales y la Edad
Media.

La aplicación de la óptica de
Annales al estudio de la Edad Media cambió la
concepción clásica de un concepto oscuro y de
matices altamente peyorativos, así como de la idea
romántica y positivista del periodo medieval que
dominó el siglo XIX; a través de las líneas
de investigación abiertas por los investigadores asociados
a la escuela, comenzó a vislumbrarse una Edad Media
más completa, que integraba la documentación diplomática y
política analizada mayormente durante el siglo XIX en su
nueva óptica globalizadota y multidisciplinar.

Los temas que estudiaron los investigadores asociados a
Annales, como era costumbre dados sus planteamientos,
abarcaron todos los sectores de la vida humana: desde los
grupos
sociales y sus relaciones hasta la evolución de los
precios,
pasando por pautas alimenticias, historia del comercio, historia
de la familia y
un largo listado de temas que dieron un carácter
más "pleno" al periodo medieval. Además, varias de
las principales personalidades de Annales fueron muy
destacados medievalistas, como el mismo Marc Bloch, cuyos
estudios cambiaron y ampliaron en gran medida el concepto y el
alcance del polémico término "feudalismo". En otra
línea no menos reveladora, autores como Duby o Le Goff han
aportado brillantes trabajos sobre aspectos culturales y sociales
del ya no tan oscuro medievo. El propio Duby, por su parte,
analizó también el feudalismo.

De este modo, y modo de recapitulación, es
necesario valorar la aportación de Annales al
conocimiento real de la Edad Media. La denominación de
"otra Edad Media" no es en absoluto casual, ya que hasta la
ampliación de líneas de investigación y la
aplicación de una óptica conforme a los nuevos
planteamientos del siglo XX, la Edad Media había sido
vista no sólo como algo negativo, sino como una
época con importantes carencias en el ámbito
cultural, pese a que sin embargo se conocía y
transmitía la obra de los antiguos. Como un periodo lleno
de violencia y
revueltas populares, pese a que estas últimas se
concentran en la Baja Edad Media, la última y más
tardía subdivisión interna de la Edad Media. Como
una época con una sociedad injusta y desigual, aspecto
más matizable, pero que al estar la línea
argumental en las continuas referencias al feudalismo, pierde una
gran parte de su validez como crítica, debido al
carácter eminentemente jurídico del feudalismo
medieval. No obstante, este último aspecto es quizá
el más discutible de todos, ya que el sistema feudal
tenía muchísimos matices y planos en los que se
desarrollaba. Los otros, pese a la conveniencia de discutirlos,
matizarlos y debatirlos, tienden inevitablemente a lo
falso.

Así, en el siglo XXI tenemos una Edad Media muy
distinta a la definida en el siglo XVI. Sin embargo, pese a que
como todo concepto historiográfico ha evolucionado, no
parece que en la conciencia popular hallamos pasado de los siglos
XVIII o XIX en lo que valoración y construcción de
una concepción de la Edad Media se refiere. Lejos de la
certeza (o al menos, conocimiento) sobre la Edad Media real
mostrada por los estudios históricos del pasado siglo,
tenemos esa "Edad Media inventada", anclada en concepciones
construidas a lo largo de siglos, y que pese a los intentos de
deconstrucción de esa fatal visión que las
investigaciones históricas realizan, es muy posible que
nunca cambie. Por algún motivo, la conciencia colectiva se
resiste a acercarse al periodo medieval tal y como realmente
fue.

8.
CONCLUSIONES

Para cerrar el trabajo,
recapitularé sobre todo lo expuesto anteriormente y
añadiré las conclusiones extraídas de este
modesto estudio sobre el devenir de un denso y complejo concepto
historiográfico, que desde sus primeras formulaciones ha
recorrido hasta nuestros tiempos un largo y tortuoso
camino.

Es obvio que los conceptos evolucionan y se
perfeccionan, se redefinen y mutan constantemente; los relativos
a disciplinas humanísticas aún más, debido a
la constante y necesaria presencia de nuevas relecturas,
interpretaciones y matizaciones que perfilan a la vez que
enriquecen los conceptos; en el área de la
historiografía, es común la ampliación de
conocimientos sobre una línea de trabajo o un área
de conocimiento determinada mediante la investigación, que
generalmente comienza donde han quedado los otros y se
amplía cada vez un poco más. De este modo, piedra
sobre piedra, se profundiza, matiza y acota el periodo o proceso
objeto de estudio, se definen mejor sus causas, se repasa su
desarrollo y se formulan sus consecuencias.

En el caso de la Edad Media, el concepto ha caminado
mucho desde sus primeras formulaciones en el XVI, y aún
hoy es un concepto lleno de visiones diversas y numerosas
ambigüedades; a lo largo de estas páginas, hemos
visto como toma un matiz negativo hasta el siglo XIX, e el que
perece revalorizarse. Pese a que esta revalorización viene
acompañada de avances significativos en el campo de la
investigación histórica, con el surgimiento de la
profesionalización de la Historia, la
conceptualización de lo medieval se ve sujeta en este
punto a intereses nacionalistas, desluciendo ese nuevo valor. A
su vez, la cultura de la época, el Romanticismo, toma un
nuevo concepto de Edad Media, el del "paraíso perdido",
evocándolo en sus ansias de escapismo de un mundo que les
pesa demasiado. Lejos de mantenerse alejado del concepto
meramente historiográfico, hoy parece que por el contrario
se ha fusionado a él, lo que nos da como resultado las
"dos Edades Medias" referidas al principio.

En el siglo XX por fin se define, mediante una profunda
renovación historiográfica, una Edad Media real,
global, que abarca todos los aspectos de la vida del hombre en esos
diez siglos desde el fin del Imperio Romano en Occidente hasta la
caída de Constantinopla ante los otomanos. Sin embargo,
este conocimiento global del medievo no parece haber modificado
en modo alguno las ideas presentes en la conciencia colectiva,
que sigue viendo una Edad Media doble: la de la oscuridad, las
guerras y el hambre por un lado y la de las princesas y los
castillos por otro; una dualidad que ciertamente no responde a la
realidad, pero que de separarse, tampoco lo hace ni por un lado
ni por otro.

Por tanto, a partir de esta evolución, tenemos
una construcción del medievo mal hecha desde la base;
parece que las ideas más antiguas sobre el concepto son
las que han quedado grabadas, hecho curioso por venir de varios
siglos atrás y haber sido matizadas a lo largo de
más de cincuenta años.

Pero parece que la Edad Media esta destinada a ser una
época oscura, y un concepto no menos claro. Simplemente en
su periodización ya ha habido numerosas discusiones. La
cronología más aceptada para Occidente, que va
desde el siglo V d.C., con la deposición del último
Emperador romano occidental, el niño Rómulo
Augústulo, por el jefe germano Odoacro hasta el siglo XV
d.C., con la muerte del
último Emperador de Bizancio y la caída de la
capital
imperial Constantinopla a manos de los por aquél entonces
imparables turcos otomanos, se matiza constantemente cuando nos
movemos a un nivel más regional y según se trate de
un campo u otro del conocimiento; nos encontramos por tanto ante
una cronología muy flexible, pero cabe preguntarse hasta
que punto está sólidamente fundamentada y no sujeta
a otros intereses, como lo estuvo en su día la
cuestión de la visión de la Edad Media como la cuna
de Europa, concepción más que discutible, pero a la
que el concepto de Edad Media siempre ha ido ligada de un modo u
otro.

De hecho, es notable al referirnos a este asunto
observar como la construcción conceptual de qué y
como fue y no fue la Edad Media parece, en algunas épocas,
construirse paralelamente al concepto de Europa como mosaico de
pueblos unidos por un pasado común; en el propio medievo,
no existe en absoluto una conciencia de una Europa unida, salvo
vagas referencias de algunos pensadores, siempre de forma
aislada. Con la misma tónica de ambigüedad e
indefinición continuaremos hasta el XIX, cuando los
nacionalismos afloran en Europa y comienza la construcción
de los Estados Nacionales contemporáneos. El concepto de
Edad Media y su valoración cambia asimismo, con el
tratamiento dado por el positivismo de corte nacionalista a la
ecuación Edad Media-Europa. Nos encontramos así que
en el medievo no sólo es variable su cronología,
sino también su sentido y significado como época
histórica.

Sobre la cuestión de la Edad Media como la cuna
de Europa aún se deben hacer una serie de matizaciones, ya
que es una cuestión clave en la actual concepción
de la Edad Media. Es, sin duda, un asunto cuanto menos
polémico, en tanto parece poder analizarse desde una doble
óptica: la de compararla con la actual Europa de naciones
o la de considerar la configuración básica que ha
dado lugar a la Europa de hoy; desde ambas perspectivas, no
parece que el medievo se nos revele como origen de ninguna de las
dos, en tanto por un lado nunca hubo ni mucho menos una
conciencia europea y por otro tenemos un enorme mosaico de
mestizaje y movimientos de pueblos, siendo difícil que se
configurara ningún grupo que
responda a una identidad
nacional.

De este modo, nos encontramos con una Edad Media que no
fue oscura, ni atrasada, ni cuna de Europa. Como mucho fue (y
este es un concepto que reconozco arriesgado por ser susceptible
de ser considerado simplista) "claroscura"; o, al menos, ni tan
oscura ni tan clara como cualquier otra etapa
histórica.

Lejos de análisis simplistas, es importante
considerar en este punto la necesidad de considerar los contextos
históricos como marco fundamental a la hora de analizar
cualquier conceptualización. Los humanistas del XVI
tuvieron sus motivos para poner la primera piedra en la oscuridad
y barbarie que ellos atribuyeron a la "Edad del Medio". Del mismo
modo, los Ilustrados del XVIII y los positivistas del XIX
también obraron por sus propias motivaciones, analizadas
en sus apartados correspondientes; pero la
profesionalización y enfoque multidisciplinar y abierto de
la renovación historiográfica del siglo XX nos ha
traído otra visión, muy alejada de concepciones
generalistas como las anteriores al ampliar los campos de estudio
y los profesionales y disciplinas implicadas en ellos. Sin
embargo, observando hoy en día la idea general que la
cultura popular continúa manteniendo sobre el medievo, la
visión aportada por la historiografía del siglo XX
continúa siendo la "otra Edad Media".

Es muy curioso como han pervivido los conceptos
ambiguos, negativos o en todo caso con matices no muy claros
sobre el rigor de las investigaciones históricas. Por otro
lado, deben considerarse también otros factores,
recordando que efectivamente no es posible reconstruir una
conceptualización concreta en un momento dado sin
considerar el contexto en el que surge. De este modo, podemos
considerar la situación actual de la disciplina
histórica y su relación con la cultura popular. No
parece que la historia académica consiga acercarse a la
cultura popular por lo que una reconstrucción de un
concepto historiográfico parece desde la situación
actual poco más que imposible.

A modo de conclusión final, señalar que si
bien existen, obviamente, ideas preconcebidas sobre todo periodo
histórico, pero a la luz de lo
expuesto, parece que las ideas preconcebidas sobre la Edad Media
son especialmente intensas y fijas, y no parece viable a corto
plazo un cambio en la mentalidad popular, a pesar de los avances
de la historia académica.

Bibliografía

Se incluyen tanto las obras citadas en nota a pié
de página como las simplemente consultadas.

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    Akal de Ciencias Históricas". Ed. Akal,
    2005.
  • Burke, P.: "La Revolución
    historiográfica francesa: La escuela de los Annales
    (1929-1989). Ed. Gedisa, 1993.
  • Carr, E.H.: "¿Qué es la Historia?". Ed.
    Ariel, 2004.
  • Collingwood, R.G.: "Idea de la Historia". Fondo de
    Cultura Económica, México, 1986.
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  • Le Goff, J.: "Pensar la Historia". Ed. Paidós,
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  • Maravall, J.A.: "La cultura del Barroco".
    Ed. Ariel, 1983.
  • Moradiellos, E.: "El oficio de historiador". Ed.
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  • Nieto Alcalde,V.: "El arte del Renacimiento".
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  • Pernoud, R.: "Para acabar con la Edad Media". Ed.
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  • Ruiz de la Peña, J.I.: "Introducción al
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  • Sanmartín Bastida, R.: "De Edad Media y
    medievalismo. Propuestas y perspectivas", en "DICENDA.
    Cuadernos de Filología Hispánica". Nº22,
    2004. pp. 229-247.
  • Sanmartín Bastida, R.: "Del Romanticismo al
    Modernismo:
    análisis del medievalismo en la prensa ilustrada de las
    décadas realistas", en "DICENDA. Cuadernos de
    Filología Hispánica". Nº18, 2000. pp.
    331-352.
  • Sergi, G.: "La idea de Edad Media". Ed.
    Crítica, 2000.

Información sobre el autor: Miguel
Menéndez Méndez, natural de Gijón (Asturias,
España). Estudiante de Historia en la Universidad
Nacional de Educación a
Distancia. Esta monografía fue presentada, con algunas
modificaciones no incluidas (principalmente cuestiones de
estructura) como trabajo de curso en la asignatura "Historia
Medieval Universal", obteniendo la máxima
calificación.

Lugar y Fecha de realización: Gijón
(Asturias, España), marzo-mayo de 2007.

 

Miguel Menéndez Méndez

Partes: 1, 2
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