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Infancia abandonada (página 2)




Enviado por Karen Soler Veloz



Partes: 1, 2

Esta última función
afectiva, resulta importante por el valor que
posee dentro de la escala de
jerarquías de necesidades del sujeto, en tanto la esfera
emocional constituye el cimiento esencial en el desarrollo del
psiquismo humano. Mediante la satisfacción de sus
necesidades emocionales fundamentales como el afecto, la seguridad, la
aceptación de su individualidad, los niños
pueden aprender, educarse y desarrollar sentimientos superiores y
valores
humanos.

Es la familia el
grupo en el
que han de tener lugar las condiciones para que el afecto se
manifieste en toda su intensidad, en tanto la convivencia
favorece las relaciones
interpersonales. Sin embargo, las interrelaciones suscitadas
actuarán en algunos casos como elementos enriquecedores y
catalizadores de un desarrollo personológico saludable, y
en otros lo dificultarán y entorpecerán, puesto que
la incidencia de la familia en el
desarrollo del niño, dependerá de su funcionalidad,
estructura, y
dinámica.

Si la familia como institución dificulta la
realización de esta función, se verán
afectados tanto los adultos como el menor, convirtiéndose
en principal fuente de trastornos emocionales. "… Todos los
niños, puede afirmarse, viven de amor. Sienten
el amor de la madre como una irradiación(…) la
alegría, la sonrisa y las primeras caricias son para el
muy pequeño los elementos esenciales de este amor, de esta
irradiación reconfortante".

En el ciclo vital de la familia pueden tener lugar
situaciones o eventos no
previsibles o normados, también llamadas situaciones
límites, no cotidianas de la vida de un ser
humano, que pudieran resultar riesgosas para el normal desarrollo
de un niño, tomando en consideración que la
personalidad en edades tempranas del desarrollo se encuentra
en formación y es muy vulnerable a las exigencias del
medio.

Estos hechos, que ocurren ajenos a la voluntad de las
personas implicadas en los mismos y que ponen a prueba, de modo
especial los recursos
adaptativos del niño y el manejo de los adultos, tales
como: la muerte de
un ser querido; la privación familiar en la que el
niño pierde las principales fuentes de
seguridad de manera abrupta, las separaciones temporales de
figuras importantes a causa de enfermedades
psiquiátricas, reclusión de los padres, maltrato
infantil en todas sus variantes, incapacidad física y social para
atenderlos; pueden conllevar a la institucionalización del
menor marcando indeleblemente su subjetividad.

Al respecto Arés (1999) considera que la
incidencia de estos sucesos en la subjetividad y la magnitud de
la huella, dependerán entre otras de la edad del menor y
las características de su personalidad
incipiente, de la dimensión de la pérdida, de lo
inevitable o no que haya sido el hecho, y de la duración
en que el agente traumático este presente.

Atendiendo a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos
adoptada por la Asamblea General de la
Organización de Naciones Unidas (ONU) en 1948,
donde se reconoce que los niños deben ser objetos de
cuidados y atenciones especiales, nuestro país en el
Decreto Ley No. 76 de
1984 dispone la creación de una red nacional de centros
de asistencia social, donde alojar y atender menores de edad,
carentes de amparo familiar,
proporcionándoles condiciones de vida que se asemejen a
las de un hogar.

Según este decreto, los niños desamparados
pueden clasificarse en: huérfanos y en abandonados. En la
categoría de huérfanos quedarán incluidos
los menores cuyos padres hayan fallecido, y en la
categoría de abandonados, aquellos cuyos padres hayan sido
privados de la patria
potestad, o hayan salido definitivamente del territorio
nacional; a los menores dejados en instituciones
hospitalarias o en cualquier otro lugar cuando los padres o
tutores no tienen un plan aparente
para reanudar su cuidado; y a los menores cuyos padres no se
ocupan de su educación, cuidado y
alimentación
(desatención).

Sin embargo, en los Trabajos de Diploma que han sido
desarrollados recientemente en los Hogares de Niños sin
Amparo Filial, ha aflorado como un dato relevante el hecho de que
las muestras que fueron seleccionadas para la realización
de los estudios, así como la mayoría de
niños que actualmente conviven en el hogar, constituyen
casos de abandono, siendo ínfimo el por ciento de
niños en los que el desamparo es resultado de los eventos
o situaciones límites antes referidas que toman lugar
durante algunas de las fases que comprende el ciclo
familiar.

En este sentido se consideró necesario realizar
una precisión en la categoría de abandonados. De
esta manera, cuando el abandono ocurre debido a la
desatención del menor por sus padres o personas encargadas
de su tutela, esta
última puede adoptar dos variantes esenciales, es decir,
tratarse de una desatención física: en el caso de
que sea insuficiente la provisión al niño de
alimentos
adecuados, ropas, resguardo y cuidados físicos de rutina;
o de una desatención desde el punto de vista emocional:
cuando la insuficiencia se sitúa en el soporte paternal
primario y en la transmisión de seguridad emocional sobre
la base de afectos. En el primero de los casos quedará
anulada la función de la familia de satisfacción de
las necesidades físicas de sus miembros, y en el segundo
la de satisfacción de las necesidades afectivas,
según Cristóbal Martínez (2001).

Evidentemente, estos niños, víctimas del
desamparo desde esta dimensión, han vivenciado la
negligencia familiar que actúa como elemento negativo
hacia al desarrollo de su personalidad.

Por consiguiente, es importante hacer mención a
algunos elementos que se encuentran en la etiología del
fenómeno y que nos permiten una mejor comprensión
de sus particularidades: la conducta
intencional adoptada por los padres como indicador de rechazo
explícito (manifiesto) hacia sus hijos debido a la
presencia en ellos de posibles discapacidades o limitaciones; o
por el contrario estas discapacidades pudieran evidenciarse en
los padres, dígase la presencia de alguna enfermedad
mental o impedimento físico o desde el punto de vista
social (problemas en
la vivienda, pobre o ninguna solvencia económica) que le
imposibilite su cuidado y atención.

Las instituciones destinadas a la atención de
niños que no cuentan con el amparo familiar remontan su
existencia al período Neocolonial con las nombradas Casas
de Beneficencia, luego llamadas Casas Cunas o de Maternidad,
Centros Asistenciales, Instituciones Infantiles hasta el
término que se utiliza en la actualidad: Hogares para
Niños sin Amparo Filial. En Cuba existen
hoy 42 hogares de este tipo, de los que 13 atienden a
niños menores de 6 años (Círculos Infantiles
Mixtos) y el resto a pre y escolares, adolescentes y
jóvenes.

Si estos Centros se caracterizaban en su surgimiento por
la hipoestimulación de las capacidades intelectuales
y emocionales del niño, en la actualidad se les garantiza
una atención integral: pedagógica,
psicológica, física y médica, vivienda y
todo lo indispensable para vivir a quienes alcanzan la
mayoría de edad, un presupuesto
estatal que sustenta su funcionamiento y un personal
asistencial para el cuidado y vínculo afectivo con los
menores.

En cambio, a
pesar de que el funcionamiento de estas instituciones ha variado
en el decursar histórico, la repercusión del
fenómeno del institucionalismo resulta indudable en el
desarrollo psicológico. Para B. Kart (1996), la seguridad
y el valor que otorga la familia, el cuidado de unos a otros y
los nexos emocionales existentes no pueden ser sustituidos por
ninguna otra institución social por bien organizada que
esté.

Cuando la familia es sustituida por una
institución de esta índole, la misma deberá
garantizar que la vida del niño desamparado transcurra lo
más homogéneamente posible a las condiciones de
existencia esperadas desde su nacimiento. De esta forma
tendrá que asumir funciones que
satisfagan más que necesidades físicas; necesidades
de comunicación, de estimulación y
afecto, vitales en las primeras edades y cuyo medio esencial de
canalización le es asignado, por excelencia, al
vínculo primario y enriquecedor madre-hijo.

Dadas las características propias de estos
centros es conocido por disímiles investigaciones
que no siempre el cariño es diferenciado sino que es
trasmitido de forma general y uniforme. Por otro lado, el
personal asistencial tiene ante sí un sinnúmero de
obligaciones a
desempeñar en cuanto al cumplimiento del horario de vida,
formación de hábitos, adquisición de
validismo en los niños, realización de las tareas
del hogar, etc.; que limitan el tiempo que
puedan destinarle a cada uno por separado. Lo anterior significa
que el trabajo en
estos hogares responde más bien a reglamentos que pautan
el funcionamiento institucional. Es decir, posee un carácter más formal y
dirigido.

Entre los estudios realizados sobre los
efectos de las condiciones deficitarias de vida, incluido
en ello la repercusión en la personalidad infantil de la
crianza en ambientes cerrados y privados de la presencia materna,
se encuentran los efectuados por el psicoanalista R. Spitz
(1945). En sus trabajos se describen las consecuencias de las
enfermedades que nombró defectivas emocionales, en
niños del primer año de vida sometidos a
condiciones de privación total o parcial de afecto y
estimulación en su permanencia en instituciones
asistenciales.

Afirma que la etiología de estas enfermedades se
deriva, por lo general, de la ausencia física materna y
que el sustituto de la madre es inadecuado, prácticamente
no existe. Considera como aspecto esencial "la no
relación" con la madre y le da un "papel secundario" a la
personalidad individual de la misma. El daño
sufrido por el niño debido a la falta de su madre
será proporcional al período en que transcurre esta
privación afectiva o depresión
anaclítica y la privación afectiva total que la
denomina hospitalismo o institucionalismo.

Spitz señala que no debe hacerse una
división entre estos dos síndromes resultantes y
que se da un tránsito de uno a otro, con un
carácter progresivo, atravesando fases de severidad
crecientes. Los síntomas se van haciendo más agudos
en dependencia del aumento del período de
separación, llegando al hospitalismo, fase más
aguda en la que se produce un empeoramiento progresivo de la
salud del
niño y aumenta la propensión a las infecciones, que
lo puede llevar al marasmo y a la muerte.

En los trabajos de R. Spitz se centra la atención
en el aspecto biológico de la relación
"madre-hijo", sin destacar el contenido social de esta
relación. Los niños estudiados habían sido
separados de las madres e internados en centros con
características hospitalarias, se constató que
ellos mismos empeoraban en la medida que aumentaba el tiempo de
estancia, y que después de un período de
separación de cinco meses el proceso de la
enfermedad se hacía irreversible.

En este sentido sustenta su afirmación de que "el
niño recogido en los institutos antes de los tres
años es un candidato a la anormalidad, a la frenastenia, a
la delincuencia,
por los daños irreparables e irreversibles que el
desarrollo de la personalidad recibe por el hecho de la
internación".

Se considera excesivo atribuirle a estas instituciones
un resultado tan desfavorable y más aún cuando se
puede valorar la reversibilidad de los efectos de la
internación. Esto puede lograrse maximizando la calidad del
personal asistencial, elemento que Spitz considera relevante, o
bien mediante el restablecimiento de los vínculos con la
familia biológica o la adopción
por las familias sustitutas. Tampoco se pueden obviar las
particularidades de estos institutos (centros con
características hospitalarias) en el marco
histórico en que se efectuaron las investigaciones, pero
sí se comparte el criterio de que la posición del
autor antes mencionado es en extremo pesimista.

Retomando el análisis que realiza este autor acerca de
la importancia del vínculo materno vale recalcar que
según Levi (1958), la importancia de la familia se
articula sobre sus dos goznes: la presencia de la madre y del
padre; quedando de esta forma evidente la presencia del padre
como otra figura significativa en el desarrollo saludable del
niño durante sus primeros años de vida.

Sin lugar a dudas, la necesidad de la figura materna es
inmediata, porque la madre constituye para el niño, desde
su nacimiento, una incesante e indispensable fuente de
experiencias psicosensoriales, psicointelectivas, psicoemotivas.
Es la presencia materna la que transmite al niño ese
sentido de seguridad del cual la vida infantil no puede ser
privada sin daño, como planteaba Bowlby (1969), y que la
considera tan esencial para la satisfacción de las
necesidades infantiles que prefiere la crianza en un mal ambiente
familiar a la de una buena institución.

Otros autores representantes de la teoría
psicoanalítica también corroboran la importancia
del esencial vínculo primario madre-hijo. Erik Erikson
aseveraba que la relación adecuada y empática entre
ambos, da lugar en el infante a un sentimiento de confianza
básica, que repercute de manera decisiva en la salud
psíquica del mismo así como en las relaciones
positivas e íntimas que llegase a establecer durante la
adultez.

Por otro lado, Sigmund Freud a
partir del reconocimiento de esta relación primitiva,
simbiótica e intensa entre el niño y su madre,
desarrolla las concepciones acerca de la manifestación de
los denominados Complejos de Edipo y de Electra (término
que introduce Carl G. Jung para definir el Complejo de Edipo
femenino) considerando como preedípico el período
caracterizado por el referido vínculo.

Lo cierto es que una sólida y saludable
relación vincular con la madre o cuidador primario genera
la probabilidad de
establecer relaciones saludables con los otros, en tanto cuando
tienen lugar limitaciones en el establecimiento de esta
"adhesión emocional" puede existir la tendencia a que el
individuo en
su desarrollo ulterior manifieste problemas emocionales o
conductuales.

En la actualidad está cobrando importancia el
vínculo de apego del niño con el padre como figura
de gran importancia para el normal desarrollo evolutivo de todo
individuo. Y es que todo el complejo proceso de adaptación
del niño en el mundo objetal, luego de su ingreso, lo
cumple principalmente a través de la intervención
del padre, a pesar de que se manifieste tardíamente, ya
sea mediante la imitación o por imposición. Esto se
verifica en que si son tomados en cuenta los roles que les son
destinados a este en el proceso educativo de los hijos, desde el
legado Patriarcal, es claramente visible que su figura se
sustenta en constituir el máximo exponente de la disciplina y
protección del menor.

También en su teoría del apego Bowlby
(1969) augura la posibilidad de que el principal transmisor de
afectividad del niño pueda ser alguien que
desempeñe un papel rector en su atención y no
necesariamente sus padres. En el caso de los niños
desamparados y que conviven en alguna institución
educativa, pudieran cumplimentar este rol quienes fungen como
tutores principales del niño, espacio reservado para las
asistentes que en ellas laboran y que tienen ante sí el
gran reto de "suplir" a la figura materna y desempeñar las
funciones correspondientes al marco familiar, en calidad de
figura de apego subordinada o sustituta.

Atendiendo a la reversibilidad o no de las dificultades
que acarrearía el fenómeno del desamparo, en
dependencia a la edad en que este ocurra, Bakwin, Spitz y Wolf
plantean que la recuperación de contactos normales con la
madre, cuando el período de separación no ha sido
demasiado largo; provoca una solícita remisión de
los síntomas, por el contrario, tanto más
comprometida y mayor tiempo persista la situación
traumatizante, la cura completa es muy rara. En este sentido
coinciden en un período de tiempo posterior a los tres
meses de separación.

Por su parte, Aubry concluye que la falta de cuidados
maternos resulta tanto más grave cuanto menor es la edad
del niño y cuanto menor es su autonomía. Cuando
esta falta se verifica dentro del primer año de vida los
daños psíquicos son profundos e irreversibles,
hasta los cuatro años son posibles daños graves,
más allá de este límite se pueden verificar
aún trastornos del desarrollo afectivo porque estos
niños ya valoran y sienten intensamente las relaciones en
la familia pero no en el desarrollo intelectivo.

Es evidente que ninguna separación definitiva es
aceptada sin daño aunque sea en su edad más
avanzada. También es natural que exista una diferencia en
el desarrollo psicológico general de los niños sin
familia internados o no directamente desde el nacimiento, con
respecto a los coetáneos educados en su propia familia.
Esto tiene lugar, debido a que al estar ausente la
estimulación social o verse limitada, se harán
explícitas las repercusiones en las esferas cognitiva,
afectiva y conativa del sujeto.

Ello resulta comprensible si se tienen en cuenta para su
análisis las concepciones aportadas por investigadores
como Erick Erikson y L.S. Vigotsky
acerca del desarrollo psicológico. Erikson lo considera
como un proceso psicosocial y Vigotsky como un producto del
aprendizaje
social, haciendo énfasis en el papel rector que
desempeñan "los otros" como mediadores.

Estas repercusiones, que toman lugar en las distintas
esferas de la personalidad del individuo, han sido abordadas a
través de diferentes estudios. Bakwin, por ejemplo
centró su atención en niños lactantes en
edad inferior a los seis meses internados en Institutos,
destacando entre sus manifestaciones frecuentes: la
apatía, inmovilidad relativa, pobreza de
iniciativa y de reacciones a los estímulos, anorexia,
trastorno del sueño, etc. Wolf, Spitz, Roudinesco y Appel
muestran que mientras más larga es la privación de
la madre, más decrece el coeficiente de desarrollo para
estas edades.

Barth y Berry (1989) estudiaron a niños que
habían estado
institucionalizados y que tenían más de tres
años al comienzo de su acogimiento por familias adoptivas.
Señalaron que durante el período de
institucionalización, algunos niños habían
presentado ciertos problemas de conducta y emocionales como:
dificultades del sueño, insuficiente control de
esfínteres, rabietas y llorar incontrolables, agresividad,
dificultades para cumplir las normas sociales,
nerviosismo e inquietud motora. Al respecto añaden la
existencia de conductas regresivas tales como la enuresis,
inapetencia y succión de los dedos.

Estos autores concluyen que en estos menores se
apreciaron además importantes deficiencias cognitivas y
físicas. Desde el punto de vista cognitivo se refieren
retraso escolar de uno o dos cursos, dificultades en el lenguaje
(vocabulario pobre), en la retención de la información, en la concentración de
la atención, razonamiento pobre. En la esfera afectiva se
aprecian problemas en la expresión de afectos, labilidad,
dependencia afectiva hacia personas extrañas, demanda de
afecto, idealizan figuras de apego de su vida pasada. Se
observaron también problemas en la expresión de su
identidad
personal y sexual. Los niños con mayores problemas
resultaron ser los que tuvieron un período de tiempo mayor
de internamiento.

Entre los trastornos de aprendizaje se acentúan
los relacionados a la escritura,
cálculo, lectura,
memorización. Como síntomas frecuentes afloran
además los tics nerviosos, las pesadillas y miedos
nocturnos. Entre las conductas defensivas utilizadas figuran la
negación, la racionalización, proyección,
represión, y otras.

En Trabajos de Diploma recientes (Soler y Castillo,
2005
), que abordan la problemática del desamparo y que
han sido desarrollados en los Hogares de Niños sin Amparo
Filial de algunas provincias orientales, se han obtenido
resultados similares a los anteriormente expuestos.
También se ha enfatizado en las habilidades sociales de
estos niños, en las particularidades que adopta su
personalidad, específicamente en sus formaciones
motivacionales complejas tales como la autoestima y
el autoconcepto.

Relativo a estos últimos aspectos, se concluye
que presentan una pobre valoración de sí, poca
habilidad y entrenamiento
social, lo que va a provocar que se manifiesten desconfiados e
inseguros, mostrándose preparados para cualquier "ataque"
hacia su persona
protegiendo de esta forma su estima. No tienen un conocimiento
sobre sí, existiendo dificultades para argumentar sus
cualidades y habilidades, y cuando lo hacen se centran
únicamente en sus características físicas
como elemento esencial.

Conclusiones

Son evidentes las secuelas dejadas por el
fenómeno del desamparo en la formación y desarrollo
de la personalidad del menor.

Se hace indispensable prestar atención a la
preparación del personal asistencial que labora en los
Hogares para Niños sin Amparo Filial y otras instituciones
que le brindan amparo legal como los Círculos Infantiles
Mixtos y Hogares de jóvenes.

Estos niños que se encuentran en situación
de desventaja social, requieran una atención
individualizada, en su generalidad relacionada con la
formación de hábitos, desarrollo de habilidades y
modificación de conductas.

Se requiere que el personal sea capaz de brindar a los
niños vivacidad y riqueza de experiencias, formarles no
sólo en cuanto a hábitos higiénicos y de
organización sino proporcionarles amor y
ternura para educar sus sentimientos. Debe ser un personal
evaluado, con conocimientos generales sobre el desarrollo
psicológico, conocer las particularidades de la infancia
abandonada. La institución debe ser capaz de ir
conformando la conducta de los niños mediante los roces
diarios y cálidos con los adultos que los rodean,
enseñándoles el sentido de cooperación y
armonía colectiva.

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    Diploma] . Santiago de Cuba:
    Universidad de Oriente; 2005.

Lic. Karen Soler Veloz

Profesora del

Departamento de Psicología. Universidad de
Oriente.

Santiago de Cuba. Cuba.

Partes: 1, 2
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