Meditación sobre su fracaso
afectivo
"La realidad de otra persona
no está en lo que te
revela,
sino en lo que puede
revelarte.
Por lo tanto, si quieres
entenderla,
no escuches lo que
dice,
sino lo que
calla"
(Gibran Jalil Gibran)
"Qué misterioso es el
país de las lágrimas"
(El Principito)
En el escenario dilatado y desolado del desierto,
vestido de aviador y a través de la magia de un cuento,
Antoine de Saint-Exupéry recurrió a un estratagema
literario para realizar un proceso de
introspección en el mundo de sus recuerdos.
Bajo este aspecto, El Principito requiera una
lectura
diferente a la que puede ser la de un común cuento para
niños.
Así lo encareció su autor quien, en una
ocasión, hizo saber: "Siempre quiero que mis desgracias se
tomen en serio" y en otra, aseguró: "me disgusta que mi
libro sea
leído a la ligera".
El poema, en efecto, es un tejido insospechado del
conflicto de
la vida de su autor. El Principito es la parábola
del fracaso afectivo de Saint-Exupéry. Este es el
verdadero acontecimiento de la obra.
Precisamente un imaginario accidente de avión, su
caída en el desierto y el enigmático encuentro con
un "extraordinario hombrecito" son algunos de los principales
recursos
simbólicos para acceder a su mundo interior. Bajo la
concentrada alegoría de El Principito,
Saint-Exupéry planificó lo que más
pretendía en ese momento: una meditación sobre si
mismo. Este delicado poema suena, en realidad, la hora cero de
Saint-Exupéry.
Sin embargo, leer El Principito de manera
minuciosa y circunspecta como quisiera su autor, nos expone a
realizar análisis sin fin pues en la medida en que
se pasan y repasan las páginas de El Principito,
la lectura
deja entrever nuevos elementos que se vuelven, a su vez, nuevos
jeroglíficos, charadas que parecen espirales de información encubierta como si se tratara
de un criptograma.
La narración cumple con la función de
entretener al lector infantil y burlarse de la exigua
comprensión del lector serio. En todo caso, el "cuento",
el texto como
tal, despista a unos del gran cuento de la vida de
Saint-Exupéry, que es la que permanece cifrada y divierte
a otros que aún siguen siendo niños.
Abordar El Principito con ánimo de
descodificarlo y llegar al verdadero cuento se visualiza entonces
como una tarea ingente y agotadora, porque su autor, jugando
alegóricamente, posibilitó la multiplicación
de las lecturas. Esto nos obliga a poner confines al presente
trabajo,
aunque atenerse a ellos provoque, lamentablemente, una
reducción del análisis de la obra.
Para tener una noción de nuestro procedimiento,
primeramente analizaremos tres elementos claves del cuento como
son la avería del avión, la
caída en el desierto y el imprevisible
encuentro con un pequeño príncipe. Ellos
constituyen un esbozo de lo que era la fase de la vida que
Saint-Exupéry estaba llevando en la época de la
redacción o de la resonancia de sus
contradicciones afectivas en su existencia. Posteriormente,
examinaremos la relación que el pequeño
príncipe y su creador mantienen con el símbolo de
la rosa, que es el mejor reflejo de la
personalidad de Saint-Exupéry.
Veamos, de entrada, que ninguno de los recursos
literarios de que echa mano Saint-Exupéry está
fuera de sitio. Al contrario, ellos cifran bajo el ropaje de la
ficción los dilemas afectivos que lo abruman.
En efecto, la caída del avión no era un
pretexto artificioso inesperado. De hecho, Antoine
Saint-Exupéry contaba ya con más de 6500 horas de
vuelo y cinco accidentes
aéreos, el penúltimo había ocurrido en 1938
y en total llegaría a sumar seis caídas con la que
supuestamente lo escondió para siempre en las aguas del
Mediterráneo, la mañana de 31 julio de
1944.
Pero para fluir hacia sí mismo y encontrarse,
aquél que llevaba una vida bohemia en las ciudades,
escogió un paraje inhabitado, el desierto, el lugar que
había examinado desde lo alto en tantas horas de vuelo y
desde donde sus pensamientos podían desconectarse de su
frecuente y marcada necesidad de huir de su compromiso
matrimonial.
Entretanto, para quien tuvo un origen
aristocrático y una niñez enteramente
risueña, toparse con el "pequeño caballerito" que
sondea ingeniosamente al aviador, corresponderá al
reencuentro con la infancia desde
la cual Saint-Exupéry percibía lo que es esencial
al corazón.
También en el relato del pequeño
príncipe sobre la rosa, advertimos algo que va más
que allá del pesar de Saint-Exupéry por lo que fue
su accidentada relación con su pareja. En realidad, en el
cuento de El Principito no hay nada más personal y por lo
tanto más revelador de la personalidad
de Saint-Exupéry que este diálogo.
El diálogo sobre la rosa nos descubre su particular
dificultad a pertenecer a la mujer que
ama.
El escenario de la caída, del desierto, del
encuentro con el niño y de la variedad de aventuras fue
ideado, o por lo menos desarrollado, en "una casa blanca de tres
plantas, de un
estilo colonial bastante novelesco" donde Saint-Exupéry
continuo y termino de redactar El principito, bajo un
intenso calor de
verano, en la localidad de North Port, a sólo 45 minutos
de tren de Manhattan, donde se encontraba desde 1940, en su
tercera y última estadía en Nueva York. Dentro de
estas cuatro paredes ocurrió pues el imaginario
dañó del avión, la caída en el
desierto, se vio obligado a cumplir un aterrizaje forzoso y
peligroso en su mundo interior y a replantearse el significado y
el valor del
amor (la rosa)
en su vida. Sus recursos literarios revelan la necesidad de un
cambio.
No hay duda de que Saint-Exupéry percibió
que el trabajo que
tenía pendiente en la intimidad de si mismo, como expresa
el aviador del cuento, "era una reparación difícil
…se trataba de una cuestión de vida o muerte".
Pero si así están las cosas, cabe
preguntarse: ¿en qué puede consistir semejante
tarea de "reparación"? ¿qué conflictos
estaba viviendo Saint-Exupéry para decidirse a cumplir un
"descenso" de emergencia?
Con la publicación en el año 2000 de
Memorias de la rosa, los manuscritos de su esposa
salvadoreña, Consuelo Suncin, a veintiún
años de su muerte y en ocasión del centenario del
nacimiento de Saint-Exupéry, se vuelve posible responder a
las preguntas anteriores y examinar, gracias al material que
ofrece, como si se tratara de un palimpsesto, la conflictualidad
afectiva de Saint-Exupéry debajo del cuento de El
Principito. El resultado será una historia menos edificante
pero ciertamente más cercana a la humanidad del escritor,
que tal vez su mejor amigo, León Wert, a quien fue
dedicado El Principito, contribuyó a desfigurar al
describirla en términos legendarios.
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