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El Principito: la hora cero de Saint-Exupéry




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

    Meditación sobre su fracaso
    afectivo

    "La realidad de otra persona

    no está en lo que te
    revela,

    sino en lo que puede
    revelarte.

    Por lo tanto, si quieres
    entenderla,

    no escuches lo que
    dice,

    sino lo que
    calla"

    (Gibran Jalil Gibran)

    "Qué misterioso es el
    país de las lágrimas"

    (El Principito)

    En el escenario dilatado y desolado del desierto,
    vestido de aviador y a través de la magia de un cuento,
    Antoine de Saint-Exupéry recurrió a un estratagema
    literario para realizar un proceso de
    introspección en el mundo de sus recuerdos.

    Bajo este aspecto, El Principito requiera una
    lectura
    diferente a la que puede ser la de un común cuento para
    niños.
    Así lo encareció su autor quien, en una
    ocasión, hizo saber: "Siempre quiero que mis desgracias se
    tomen en serio" y en otra, aseguró: "me disgusta que mi
    libro sea
    leído a la ligera".

    El poema, en efecto, es un tejido insospechado del
    conflicto de
    la vida de su autor. El Principito es la parábola
    del fracaso afectivo de Saint-Exupéry. Este es el
    verdadero acontecimiento de la obra.

    Precisamente un imaginario accidente de avión, su
    caída en el desierto y el enigmático encuentro con
    un "extraordinario hombrecito" son algunos de los principales
    recursos
    simbólicos para acceder a su mundo interior. Bajo la
    concentrada alegoría de El Principito,
    Saint-Exupéry planificó lo que más
    pretendía en ese momento: una meditación sobre si
    mismo. Este delicado poema suena, en realidad, la hora cero de
    Saint-Exupéry.

    Sin embargo, leer El Principito de manera
    minuciosa y circunspecta como quisiera su autor, nos expone a
    realizar análisis sin fin pues en la medida en que
    se pasan y repasan las páginas de El Principito,
    la lectura
    deja entrever nuevos elementos que se vuelven, a su vez, nuevos
    jeroglíficos, charadas que parecen espirales de información encubierta como si se tratara
    de un criptograma.

    La narración cumple con la función de
    entretener al lector infantil y burlarse de la exigua
    comprensión del lector serio. En todo caso, el "cuento",
    el texto como
    tal, despista a unos del gran cuento de la vida de
    Saint-Exupéry, que es la que permanece cifrada y divierte
    a otros que aún siguen siendo niños.

    Abordar El Principito con ánimo de
    descodificarlo y llegar al verdadero cuento se visualiza entonces
    como una tarea ingente y agotadora, porque su autor, jugando
    alegóricamente, posibilitó la multiplicación
    de las lecturas. Esto nos obliga a poner confines al presente
    trabajo,
    aunque atenerse a ellos provoque, lamentablemente, una
    reducción del análisis de la obra.

    Para tener una noción de nuestro procedimiento,
    primeramente analizaremos tres elementos claves del cuento como
    son la avería del avión, la
    caída en el desierto y el imprevisible
    encuentro con un pequeño príncipe. Ellos
    constituyen un esbozo de lo que era la fase de la vida que
    Saint-Exupéry estaba llevando en la época de la
    redacción o de la resonancia de sus
    contradicciones afectivas en su existencia. Posteriormente,
    examinaremos la relación que el pequeño
    príncipe y su creador mantienen con el símbolo de
    la rosa, que es el mejor reflejo de la
    personalidad de Saint-Exupéry.

    Veamos, de entrada, que ninguno de los recursos
    literarios de que echa mano Saint-Exupéry está
    fuera de sitio. Al contrario, ellos cifran bajo el ropaje de la
    ficción los dilemas afectivos que lo abruman.

    En efecto, la caída del avión no era un
    pretexto artificioso inesperado. De hecho, Antoine
    Saint-Exupéry contaba ya con más de 6500 horas de
    vuelo y cinco accidentes
    aéreos, el penúltimo había ocurrido en 1938
    y en total llegaría a sumar seis caídas con la que
    supuestamente lo escondió para siempre en las aguas del
    Mediterráneo, la mañana de 31 julio de
    1944.

    Pero para fluir hacia sí mismo y encontrarse,
    aquél que llevaba una vida bohemia en las ciudades,
    escogió un paraje inhabitado, el desierto, el lugar que
    había examinado desde lo alto en tantas horas de vuelo y
    desde donde sus pensamientos podían desconectarse de su
    frecuente y marcada necesidad de huir de su compromiso
    matrimonial.

    Entretanto, para quien tuvo un origen
    aristocrático y una niñez enteramente
    risueña, toparse con el "pequeño caballerito" que
    sondea ingeniosamente al aviador, corresponderá al
    reencuentro con la infancia desde
    la cual Saint-Exupéry percibía lo que es esencial
    al corazón.

    También en el relato del pequeño
    príncipe sobre la rosa, advertimos algo que va más
    que allá del pesar de Saint-Exupéry por lo que fue
    su accidentada relación con su pareja. En realidad, en el
    cuento de El Principito no hay nada más personal y por lo
    tanto más revelador de la personalidad
    de Saint-Exupéry que este diálogo.
    El diálogo sobre la rosa nos descubre su particular
    dificultad a pertenecer a la mujer que
    ama.

    El escenario de la caída, del desierto, del
    encuentro con el niño y de la variedad de aventuras fue
    ideado, o por lo menos desarrollado, en "una casa blanca de tres
    plantas, de un
    estilo colonial bastante novelesco" donde Saint-Exupéry
    continuo y termino de redactar El principito, bajo un
    intenso calor de
    verano, en la localidad de North Port, a sólo 45 minutos
    de tren de Manhattan, donde se encontraba desde 1940, en su
    tercera y última estadía en Nueva York. Dentro de
    estas cuatro paredes ocurrió pues el imaginario
    dañó del avión, la caída en el
    desierto, se vio obligado a cumplir un aterrizaje forzoso y
    peligroso en su mundo interior y a replantearse el significado y
    el valor del
    amor (la rosa)
    en su vida. Sus recursos literarios revelan la necesidad de un
    cambio.

    No hay duda de que Saint-Exupéry percibió
    que el trabajo que
    tenía pendiente en la intimidad de si mismo, como expresa
    el aviador del cuento, "era una reparación difícil
    …se trataba de una cuestión de vida o muerte".

    Pero si así están las cosas, cabe
    preguntarse: ¿en qué puede consistir semejante
    tarea de "reparación"? ¿qué conflictos
    estaba viviendo Saint-Exupéry para decidirse a cumplir un
    "descenso" de emergencia?

    Con la publicación en el año 2000 de
    Memorias de la rosa, los manuscritos de su esposa
    salvadoreña, Consuelo Suncin, a veintiún
    años de su muerte y en ocasión del centenario del
    nacimiento de Saint-Exupéry, se vuelve posible responder a
    las preguntas anteriores y examinar, gracias al material que
    ofrece, como si se tratara de un palimpsesto, la conflictualidad
    afectiva de Saint-Exupéry debajo del cuento de El
    Principito
    . El resultado será una historia menos edificante
    pero ciertamente más cercana a la humanidad del escritor,
    que tal vez su mejor amigo, León Wert, a quien fue
    dedicado El Principito, contribuyó a desfigurar al
    describirla en términos legendarios.

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