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La mujer de los jueves no habla



Partes: 1, 2

    No es momento de salir al balcón. A pesar de los 22
    grados centígrados regulados por el calefactor láser,
    presiente el frío externo. Las puertas y las
    ventanas se agitan contra los respectivos marcos en medio de un
    gemido metálico que convoca a la
    melancolía.

    El destemplado día no invita a pasear; menos
    aún, cuando el viento del sudeste amenaza convertirse en
    borrasca y el antiguo medidor de mercurio
    indica cero grado.

    Ve las manchas de óxido extendidas otra vez sobre las
    aristas superiores de la ventana .Sabe que ya resulta
    inútil el uso intenso del hipoclorito de potasio; tiene
    fijado en sus retinas la forma en que el cristal recupera durante
    unas horas la transparencia de su tono ligeramente
    púrpura, para luego -como siempre- cargarse otra vez con
    nuevos bastones del infame óxido que, como una grotesca
    mancha, terminarán adheridos a los invisibles poros del
    cristal.

    Habrá que creerle a Ignacio cuando dice que tanta
    calamidad debe atribuírsele a la acción
    de las malditas lluvias ácidas. Si hasta fijan la
    humedad sobre la piel como una
    pátina invisible, señor.
    Martha, la inefable
    Martha sugiere que hay que dejar que la naturaleza
    escriba sus propias páginas.

    Mira hacia el mar. La mirada se extiende en abanico en
    dirección a los puntos Sudeste y
    Noroeste.

    Con la vista a vuelo de pájaro sobre el
    área del puerto, ve los antiguos brazos de cemento
    semidestruidos y cubiertos por el agua; en la
    escollera Sur, apenas visible sobre las grandes piedras, el
    antiguo monumento a Cristo.

    Voltea los ojos a su izquierda : la lonja gris ha
    vuelto a flotar como un gigantesco animal viscoso a lo
    largo de toda la costa. Tal como lo anunciara ayer su
    comunicadora virtual, la temible materia en
    descomposición se ha deslizado en medio de
    minúsculas explosiones químicas, hacia la zona de
    la antigua Perla, para raptar luego entre las calles que
    desembocan en la plaza de la abandonada catedral.

    Sabe que el que alguna vez fuere el centro comercial,
    religioso y administrativo de la otrora orgullosa Perla del
    Atlántico
    , se ha convertido desde que el mar creciera,
    en una zona en ruinas, habitada sólo por marginales. Sabe
    también que esa mancha lechosa y maloliente suele
    instalarse durante unos días sobre el predio que se
    extiende desde la calle Libertad hasta
    la avenida Independencia,
    y por ésta hasta Alberti; por Alberti bajando hacia
    Lamadrid, y por Lamadrid hacia la costa; todo, en medio de un
    vaho espeso y putrefacto que se enrosca en la mampostería
    de los edificios llenando de cicatrices blancas los troncos y las
    ramas de los desnudos árboles.

    Menos mal que se halla alejado de ese escenario deprimente, en
    los altos de la ciudad. ¡Qué importa que algunos de
    sus amigos hayan bautizado con el nombre de La
    Sojera
    a su imponente mansión! Cierto que la
    casona es el producto de
    las excepcionales exportaciones de
    soja antes del
    desastre general; pero todo ha sido transparente por parte de su
    abuelo. Al menos con los negocios, la
    conciencia esta
    en paz.

    Por entonces – en medio de la crisis
    terminal del Imperio anglosajón-, la Argentina comenzaba a
    agonizar como país. Antes aún que el distante
    pather family – a la sazón Coronel del extinto
    ejército argentino- desapareciera sin dejar rastros
    después de la segunda guerra por la
    recuperación de las islas Malvinas(a
    propósito, su propio hijo-un jefe legionario GOS,- le ha
    dicho que el viejo militar padece amnesia, y que vive o
    vivía en Buenos Aires con
    un tal Jorge Paradela, conspicuo miembro de la guerrilla
    subversiva; ironías que le dicen).

    Mariano de la Fuente Campos. Todo un nombre ligado a la vieja
    oligarquía vacuna. Herencia de
    familia que
    nunca quiso utilizar en provecho propio. Cosa difícil de
    comprender para sus profusa e influyente parentela, la
    mayoría de los cuáles ya se habían
    conchabado con el poder de
    turno.

    Sabía lo que era, claro, sólo que quería
    serlo a su manera.

    Pero mejor no pensar en esto ahora.

    Recorre con la vista en abanico el amplio salón de su
    casona. Una valiosa colección de pinturas del manco
    Cándido López adorna la estancia. Por suerte, a
    cargo de la corrosión generalizada. El calor seco del
    calefactor láser impide que se formen grumos en las
    paredes.

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