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Razón y Visiones del Nacionalismo (página )




Enviado por Augusto N. Lapp M.



Partes: 1, 2, 3, 4

A
manera de síntesis:
el análisis del nacionalismo
desde una visión de la totalidad

La totalidad es, pues, el principio
epistemológico fundamental para conocer las distintas
formas de objetividad que asume la historia de los hombres. Y
es más importante, recordémoslo, que el
énfasis en los motivos económicos, por cuanto
metodológicamente es la única forma de averiguar
las relaciones que en cada sociedad se
establecen entre ese estrato primario que son las
manifestaciones económicas y el resto de las
manifestaciones sociales.
Ludovico Silva:
"Importancia y alcance del concepto de
totalidad en el joven George Lukács", en Zona
Tórrida,
Revista de Cultura de
la Universidad
de Carabobo, 1973, p. 10.

Es obvio que este breve recorrido por la literatura del nacionalismo
constituye sólo una muestra de lo
mucho que se ha escrito acerca de este tema, sin embargo, es un
buen ejemplo para ilustrar las posibilidades que brinda a la
investigación cuando diferentes disciplinas
se ocupan de algún tema de interés
común. Desde luego, se debe tener presente que,
comúnmente, la mayoría de estos abordajes se
realizan desde una perspectiva específica, pretendiendo
así analizar realidades que están
geográficas e históricamente determinadas. Esta
situación ciertamente no invalida estos abordajes, pero
sí hace necesario que se adopte una actitud
crítica
frente a cualquier análisis, de manera que se pueda
diferenciar lo falso de lo real universal dentro de cada
visión particular del problema. Al mismo tiempo, y para
no caer en el fatal reduccionismo, debemos tener en cuenta la
advertencia que hacía Lukács en cuanto a que
cualquier explicación de algún hecho
histórico particular reclama que el mismo se haga teniendo
en cuenta el punto de vista de la totalidad, o sea: "el dominio
omnilateral y determinante del todo sobre las partes".
Igualmente, sería conveniente desbrozar de entre toda esa
literatura cuál es la verdadera razón del
nacionalismo, esto es, de acuerdo con la realidad
histórica determinar si el nacionalismo se constituye en
una teoría
para la liberación y la autodeterminación de los
pueblos o si, por el contrario, como algunos autores
señalan, sólo se trata de una ideología que persigue ocultar un
propósito de dominación.

Así advertidos podemos anotar que las diferentes
disciplinas y visiones a las que hemos hecho referencia proponen
una serie de conceptos, razones, características y
supuestos relacionados con las naciones y el nacionalismo, los
cuales muy bien podrían ser considerados como un marco de
referencia teórico para el análisis. Veamos
entonces, de manera resumida, un "inventario" de
algunas de las proposiciones más destacadas y
pertinentes:

  • De acuerdo con algunos filósofos del derecho, como Robert McKim,
    la condición de nación tiene tanto una dimensión
    cultural como una dimensión política. En el
    primer caso, una nación es un grupo
    cultural que comparte unas características como la
    lengua, las
    tradiciones literarias y artísticas, formas de vida y
    costumbres, etc. En el segundo caso, una condición
    suficiente para que un grupo cultural tenga esa
    dimensión política es que posea su propio
    Estado. "Al
    parecer ? dice el autor- si esta dimensión
    política está del todo ausente, no hablamos
    normalmente de que exista una nación" (En: R. McKim y J.
    McMahan, op. cit., Vol. II, p. 102).
  • Igualmente, para Gellner (op. cit.) "la unidad
    política y nacional debería ser congruente", por
    lo que el nacionalismo sería el principio que sostiene
    esa correspondencia. La idea básica de Gellner es que un
    pueblo, previamente definido como una unidad de cultura, lengua
    o religión, debería tener derecho a
    darse a sí mismo su propia forma política, la
    cual consiste fundamentalmente en un Estado nacional que
    proporcione la identidad y
    la homogeneización funcional que es esencial para la
    economía
    moderna.
  • No obstante, para el sociólogo Aníbal
    Quijano (2002), la existencia de un fuerte Estado central no es
    suficiente para producir un proceso de
    relativa homogeneización de una población previamente diversa y
    heterogénea, para producir así una identidad
    común y una fuerte y duradera lealtad a dicha identidad:
    "Toda homogeneización de la población de un
    Estado-nación moderno es, desde luego, parcial y
    temporal y consiste en la común participación
    democrática en el control de
    la generación y de la gestión de las instituciones de autoridad
    pública y de sus específicos mecanismos de
    violencia"
    (p. 227).
  • Pero aún hay más, Brubaker propone que
    el Estado
    nacional moderno, como se entiende actualmente, no es
    simplemente una organización territorial, o sólo
    un fenómeno etnodemográfico, o un conjunto de
    arreglos institucionales, sino también una
    organización de miembros, una asociación de
    ciudadanos. Así: "Todo estado declara ser un estado de,
    y para, una ciudadanía particular y limitada,
    usualmente concebida como una nación. En este sentido,
    el estado nacional moderno es esencialmente nacionalista" (op.
    cit., p. x).
  • Para otros investigadores el nacionalismo
    estaría fuertemente marcado por distintos factores
    culturales y nacionales. Por ejemplo, ubicado dentro de la
    filosofía del derecho, Kymlicka sugiere que el grado en
    el cual el movimiento
    nacionalista resulta liberal depende, en gran medida, de si
    surge o no en el seno de un país con instituciones
    liberales establecidas largo tiempo atrás. "Los
    movimientos nacionalistas, por tanto, tienden a seguir la pauta
    de la cultura política del entorno" (En: R. McKim y J.
    McMahan, op. cit., vol. I, p. 98).
  • En este mismo sentido, destacados e influyentes
    investigadores europeos suelen distinguir entre un supuesto
    nacionalismo occidental "liberal y cívico" y otro
    "iliberal y étnico" como los del oriente de Europa
    (Mayormente en H. Kohn, y con ciertas reservas en E. Hobsbawn,
    entre otros); así como también hay quienes
    establecen diferencias entre un nacionalismo imperial europeo y
    otro poscolonial o del Tercer Mundo (ejem: A. D. Smith, op.
    cit.). Según estos investigadores, sus distintos
    objetivos
    determinarían que unos movimientos nacionalistas sigan
    el modelo de
    nación cívico-territorial y otros el modelo
    étnico-genealógico.
  • Si embargo, no todos los investigadores muestran
    acuerdo con distinciones tan radicales como las arriba
    mencionadas. Por ejemplo, para la socióloga Taras Kunzio
    (op. cit.) todos los estados nacionales están compuestos
    tanto por criterios cívicos como etno-culturales y,
    según el período histórico que atraviese,
    la proporción de ambos componentes será
    diferente. Por lo tanto, "ninguna nación, ni
    ningún nacionalismo, pueden verse como puros, aún
    cuando en ciertos momentos uno u otro de esos elementos
    predomine en el ensamblaje de los componentes de la identidad
    nacional".
  • Por su parte, A. D. Smith destaca en sus investigaciones
    que: "el supuesto básico exclusivamente es que no es
    posible entender las naciones ni el nacionalismo como una
    ideología o una forma de hacer política, sino que
    también hay que considerarlos un fenómeno
    cultural; es decir, hay que conectar estrechamente el
    nacionalismo, la ideología y el movimiento, con
    la identidad nacional, que es un concepto
    multidimensional, y ampliarlo de forma que incluya una lengua,
    unos sentimientos y un simbolismo específicos" (A. D.
    Smith, 1997, en el Prefacio a la edición inglesa).
  • Al mismo tiempo, otros investigadores ubicados en el
    campo de la psicología social,
    como por ejemplo Kelman (op. cit.), igualmente destacan la
    importancia central que tienen las identidades para la
    conformación de una nación, pero advierten que
    más allá está la conciencia
    de esas identidades, pues, "La mera existencia de los elementos
    culturales comunes entre miembros de una colectividad no es
    suficiente para definirlos como nación. También
    deben tener la conciencia de que estos elementos comunes
    representan lazos especiales que los unen uno a otro ?en breve,
    la conciencia de ser una nación" (p. 144).
  • No obstante todo lo arriba señalado, para
    algunas teorías socio-políticas lo fundamental en el
    surgimiento y desarrollo
    de todas las naciones ?así como en la ideología
    que las sustentan- son las condiciones socioeconómicas y
    los intereses de clases. Así, para el pensamiento
    marxista la "cuestión nacional", en las diversas
    épocas, sirve intereses distintos, adquiere matices
    varios, en función
    de la clase que
    los plantea y del momento en que los plantea. De tal manera que
    se puede dar un "relevo" de las clases
    sociales como motores
    posibles y sucesivos del hecho histórico nacional
    (véase Vilar, op. cit.).
  • Siguiendo esta misma perspectiva, el también
    historiador marxista Juan Brom (1975) plantea una pregunta
    interesante que se relaciona estrechamente con este tema: "Se
    afirma mucho, actualmente ?dice este autor-, que la lucha de
    clases ha sido sustituida por la pugna entre las naciones ricas
    y las pobres, las "desarrolladas" y las "atrasadas", las
    "explotadoras" y las "explotadas" ¿Será real esta
    situación, deberá hablarse más bien de una
    identificación de la lucha de clases con la lucha entre
    naciones, o es otro distinto el fenómeno?" A esta
    interrogante Brom responde de la siguiente manera: "A la gran
    variedad de tipos de desarrollo y antecedentes
    históricos corresponden múltiples situaciones
    concretas"?[pero]?"En resumen, puede decirse que lo
    básico son las relaciones y características de
    clase, influidas en mayor o menor escala por
    elementos nacionales, `raciales´, religiosos y otros" (p.
    135-140).

Evidentemente, las formas como se suele definir a una
nación y su proceso de formación han sido siempre
controvertidas. En esta controversia participan de manera
destacada los enfoques estructuralistas, funcionalistas,
normativistas y el histórico-dialéctico; al mismo
tiempo que existe un serio debate entre
los historiadores llamados "modernistas" y los "etnosimbolistas".
No obstante, tal como lo han señalado Mario Sanoja e
Iraida Vargas (op. cit), parece ser un hecho
históricamente demostrado que la nación más
que una estructura es
un proceso de integración, cuyo origen y desarrollo se
gesta a lo largo de la historia de los pueblos, aunque la
concreción de este proceso se da bajo condiciones
históricas y materiales que
son contingentes y originales. Ciertamente, en cada uno de estos
procesos de
construcción de naciones confluyen
múltiples factores tanto objetivos (económicos,
sociales, culturales, históricos, étnicos,
territoriales y lingüísticos) como subjetivos
(identidad, pertenencia, sentimientos y otros), mismos que al
integrarse dan como resultado una entidad
históricamente formada
, pero cuyo grado y
patrón de organización estarán determinados
por el grado de desarrollo de la reproducción social.

Asimismo, existen notables diferencias en cuanto a
cómo los autores definen y aprecian el nacionalismo. Tanto
las diferentes y a veces opuestas teorías de las ciencias
sociales así como las diversas doctrinas de la
geopolítica pueden dar fe de ello. Por
ejemplo, para algunos teóricos el nacionalismo
sería una "ideología específica" de la
época de la modernidad que,
no obstante los matices, básicamente proporcionaría
una justificación para la existencia o creación de
un Estado nación determinado (Gellner, op cit.); Mientras
que otros autores consideran que el nacionalismo no llega a
calzar la categoría de una "ideología total", dado
que aquí sólo se trataría de un conjunto de
creencias y pensamientos sobre las naciones y la nacionalidad
que, a su vez, pueden expresar algún tipo de
ideología, ya sea liberal o socialista (Celis Parra,
2004.). Aunque aquí cabe añadir que estas dos
grandes ideologías igualmente se han diferenciado
internamente en corrientes internacionalistas y
nacionalistas.

También se ha querido confundir este principio
del nacionalismo al asociarlo con simples manifestaciones
psicológicas de tribalismo propias de pueblos primitivos,
o con la autarquía que preconizaban las primeras
teorías del mercantilismo
y el proteccionismo económico del precapitalismo. Si bien
el nacionalismo tiene muchas dimensiones y formas de
manifestarse, nada de esto pereciera ser verdad, pues como bien
asienta Ana Castro: "En los casos concretos del nacionalismo y/o
del comunalismo no se trata, modernamente hablando, de
absolutismos ideológicos sino de una específica
valoración de un espacio territorial delimitado y de sus
poblaciones con sus expresiones culturales e históricas
determinadas (?) que les permite desarrollar su propio proyecto de vida
orientado a satisfacer lo colectivo como único camino al
bienestar de los individuos que pertenecen al grupo".
[21]

Otros autores han establecido ciertas diferencias
conceptuales entre el nacionalismo y el patriotismo: Por ejemplo,
para el psicólogo J. M. Salazar la diferencia
estaría entre una especie de "afectividad pasiva, presente
en el patriotismo y la acción
y la justificación de la acción implícita en
el nacionalismo" (Salazar, J. M., 1980, p. 13). También
están los autores que establecen diferencias temporales en
cuanto a que los sentimiento patrióticos serían
previos a la ideología nacionalista (ejem: E. Hobsbawm,
1991, p. 55 y subs.). Así como otros señalan
diferencias de origen dado que el nacionalismo, al revés
que el patriotismo campesino,
habría comenzado como una doctrina urbana, creación
de maestros de escuela y de
periodistas que lo predicaban en la clase media (G. Lichtheim,
op. cit. p. 102). Por otra parte, hay quienes explican que el
patriotismo comúnmente se usa como un eufemismo del
nacionalismo, debido a las acusaciones de extremismo por parte de
este último. Así, por ejemplo, en ciertos
círculos occidentales el patriotismo tendría una
connotación positiva, mientras el nacionalismo se
utilizaría con un sentido negativo (en http://en.wikipedia.org). Por nuestra parte, a
pesar de todas estas diferenciaciones, aquí asumimos el
criterio de que las condiciones actuales del desarrollo
histórico, cultural y político en el mundo han
eliminado cualquier diferencia de importancia entre un concepto y
otro.

Al mismo tiempo, algunos autores censuran
indiscriminadamente cualquier manifestación de
nacionalismo, ignorando las condiciones históricas, los
intereses de clase y propósitos que las motivan. Por
ejemplo, se oculta que así como el nacionalismo
sirvió a las oligarquías criollas
promonárquicas en la Latinoamérica del siglo XIX para justificar
su regionalismo y la parcelación del hemisferio en
oposición al continentalismo democrático
bolivariano, que por el contrario propugnaba la unión de
hombre y
tierras libres en una gran nación latinoamericana,
así también y durante ese mismo tiempo el
nacionalismo inspiró a los diferentes sectores
republicanos de Europa para enfrentarse al dominio continental de
las oligarquías y el absolutismo
monárquico sustentado por la Santa Alianza. Se oculta,
igualmente, que si bien el nacionalismo ha sido una fuerza
demagógica poderosa para el imperialismo
de todos los tiempos, también ha sido una razón
vigorosa para la lucha de independencia
de los diferentes pueblos coloniales y semicoloniales en todo el
mundo.

Pero, no obstante los criterios preelaborados por cierta
izquierda como por la extrema derecha que descalifican, ahora
, todo tipo de nacionalismo por considerarlo una
ideología excluyente y violenta (ejem: Popper, Vargas
Llosa), existe un gran número de autores que sostienen
criterios, aunque divergentes, menos prejuiciados y
categóricos. Por ejemplo, el conocido intelectual liberal
Isaías Berlín consideraba el nacionalismo como una
fuerza psicológica activa situada sobre un
continuum que parte desde las necesidades de
identificación y pertenencia que tendrían
normalmente las personas hasta un extremo de sentimientos
malsanos de superioridad nacional que sería el fascismo (en R.
McKim y J. McMahan, op. cit.). Mientras que para los marxistas el
nacionalismo se explica como un conjunto de intereses y
reivindicaciones de clases distintas y enfrentadas, entre las que
expresan deseos inicialmente fundacionales pero luego expansivos
y dominantes de la burguesía, por una parte, y los
justificados deseos de independencia y autodeterminación
de los países y clases sociales oprimidas, por la otra
(Lenin, op. cit.).

En cualquier caso, es propio del nacionalismo el
reivindicar por lo menos algunos de los componentes
básicos que normalmente constituyen una nación: la
cultura, el territorio, la economía, la historia, el
idioma, etc. Tal como lo reconocen los propios partidarios
nacionalistas, tanto socialistas como liberales, estos elementos
constitutivos serían además los elementos
fundamentales para la tan necesaria formación de la
identidad nacional y social. Definida la identidad nacional como
el conjunto de significaciones y representaciones relativamente
permanentes que permiten a los individuos reconocerse socialmente
como miembros de un grupo nacional, esta identidad sería
también fundamental para el desarrollo de una conciencia
nacional no alienada (Montero, op. cit.). Al mismo tiempo, la
identidad nacional debe entenderse en términos de
pertenencia a una cultura "societal"; cultura ésta que
debe ser plural y democrática, compatible con los principios de
libertad,
tolerancia,
igualdad y
derechos
individuales. Siendo así, esta identidad sería un
elemento necesario para que un individuo
pueda lograr una vida autónoma y con significado
(Kymlicka, op. cit.).

Por supuesto, la identidad nacional no es la medida de
todos los valores
humanos, pues existen otras identidades, como las de género,
clase, religión, región, etc., que también
participan e influyen en la formación de la conciencia
nacional y social, sin embargo, se considera que la identidad
nacional es tal vez la más aglutinante e influyente de
todas, a tal punto que estudios empíricos (como, por
ejemplo, las investigaciones realizadas por De Castro, 1968;
Salazar, 1970; Santoro, 1975, citados en Montero, op. cit.) han
mostrado la influencia determinante que tienen la identidad y la
conciencia nacional como productoras de una autoimagen nacional
determinada. Asimismo, A. D. Smith defiende la tesis de que
la identidad nacional ejercería actualmente una influencia
más profunda y duradera que otras identidades; y que, por
diversos motivos, es probable que este tipo de identidad
colectiva continúe constituyendo la lealtad fundamental de
la humanidad durante mucho tiempo. Y ello a pesar de que a las
identidades nacionales se puedan sumar otras formas de identidad
colectiva a una escala mayor aunque más laxas (A. D.
Smith, op. cit., p. 159).

Ahora bien, el nacionalismo no sólo reivindica la
importancia de las identidades nacionales independientes como
requisito necesario para el buen desempeño de un país y sus
ciudadanos, sino que también levanta las banderas
inalienables de la soberanía como condición y sustento
fundamental de esa identidad y dignidad
nacionales. Proclamando, por ejemplo, el derecho que tiene cada
nación a tener un Estado propio, a valorar su cultura e
historia nacional, a desarrollar una planificación y un control autónomo
de su gestión política, económica y militar,
así como a disfrutar del uso racional y soberano de su
territorio y sus recursos, para
poder llevar a
cabo el desarrollo nacional de acuerdo con sus propias realidades
y necesidades, situación esta que adquiere mayor
importancia frente la actual e irrefrenable competencia entre
las naciones imperialistas por los ya escasos recursos
energéticos. Sin embargo, esta capacidad soberana
dependerá de la fortaleza que puedan tener los Estados
nacionales y sus instituciones, de la correlación de
fuerzas entre las clases y sectores patrióticos y los
antipatrióticos, o según se trate de una
nación desarrollada y dominante o de un país
atrasado y dominado.

Ciertamente, existen notables diferencias de
características y épocas entre aquellos procesos de
construcción de naciones que se dieron en el occidente de
Europa, o en el oriente del mismo Continente, y los que se
concretaron en las distintas regiones del llamado Tercer Mundo,
lo que reclama que pongamos atención al contexto histórico en
los cuales estos procesos se gestaron y desarrollaron. No hacerlo
así, indudablemente pondría en peligro la
objetividad y pertinencia de nuestros juicios y valoraciones.
Como bien señala Carlos Gutiérrez (2007), cuando el
eminente historiador Pierre Vilar escribía que "la
nación categoría histórica, sólo
puede ser definida históricamente" estaba dando la clave
de lectura de los
procesos de liberación y de nuestra relación con
los clásicos. En atención a esta última
condición, resultan muy interesantes los estudios
aquí citados los cuales ilustran sobre las semejanzas y
diferencias que existen entre los procesos de construcción
de naciones en el mundo "desarrollado" del siglo XIX y el mundo
"dependiente" de la primera mitad del siglo XX. Como ya
leíamos anteriormente, para Hobsbawn resulta evidente que
en el mundo en desarrollo del siglo XIX la construcción de
naciones en las que se combinan el estado nación con la
economía nacional fue un factor central de la
transformación histórica. En cambio, en el
mundo dependiente de la primera mitad del siglo XX fueron los
movimientos nacionales pro liberación e independencia los
principales agentes de la emancipación política de
la mayor parte del globo.

Pero, más allá de las diferencias en los
niveles de desarrollo de las naciones, debemos prestar especial
atención al tipo de relaciones históricas que se
establecieron entre esas dos realidades: el imperialismo
euroamericano y los países colonizados del Tercer Mundo.
No está demás recordar que a lo largo de la
historia de la humanidad tanto los llamados antiguo como el nuevo
imperialismo han desencadenado terribles guerras y
matanzas, han modificado y conformado negativamente diversas
costumbres e identidades nacionales, han sometido a un gran
número de Estados bajo los propósitos e intereses
de las grandes potencias imperiales, así como han
expoliado a los pueblos sus territorios y recursos en todos los
Continentes. Siendo esta situación hoy más
peligrosa que nunca cuando en pleno siglo XXI el poder
hegemónico del imperialismo estadounidense, representado
por sus grandes empresas
transnacionales y su Estado militar y financiero (junto a las
sucursales europeas) se ha "globalizado" de tal manera que no
existe rincón en el mundo que pueda escapar a sus
pretensiones de dominio imperial.

Así, expresada tanto en la permanente pugna por
el control de los mercados
nacionales e internacionales que Eric Hobsbawm (op. cit.) destaca
entre los países desarrollados del Primer Mundo, como en
la lucha histórica entre colonia versus
independencia
que, entre muchos otros, Núñez
Tenorio (1976) reconocía en los países del llamado
Tercer Mundo, la contradicción
nación-imperialismo es, indudablemente, un hecho
histórico-político fundamental, demostrado
reiteradamente cuando ningún proyecto nacional o
socio-económico independiente ha podido tener un éxito
asegurado sin haber superado esta contradicción
fundamental. No obstante, advertimos, hoy y particularmente en
los países del Tercer Mundo, esta lucha nacional no
desvirtúa ni disminuye ni mucho menos descarta para nada
todas las demás contradicciones socio-económicas
originadas por el capitalismo.
Por el contrario, dadas las características
sistémicas del mundo de hoy, es obvio que la
solución efectiva de cualquier contradicción
presupone inevitablemente la solución efectiva de muchas
otras contradicciones: como, por ejemplo, que la solución
del problema de la libertad no tendría posibilidades sin
la solución de los problemas
sociales, y viceversa.

También se ha afirmado que el imperialismo es la
causa fundamental del subdesarrollo,
la dependencia y la pobreza de la
naciones, pero debemos estar claros que estos problemas
originados por el imperialismo comprenden tanto variables
externas como también factores internos que se refieren al
tipo específico de relación entre las clases y
grupos que
implican y facilitan una situación de dominio
(véase al respecto: Montero op. cit.). Además
?destaca Montero-, esta situación de dependencia que
caracteriza a las sociedades
subdesarrolladas debe analizarse no sólo desde el punto de
vista económico, sino también desde la perspectiva
del comportamiento
y la estructuración de los grupos
sociales, pues al igual que hay economías
dependientes, existen también, por consecuencia, una
actitud dependiente que, al mismo tiempo que su producto,
suministra los elementos que la mantienen. Una de esas actitudes es
la de privilegiar e imitar de manera acrítica los estilos
de vida y pensamientos del extranjero, a la par que se desprecian
la cultura y la historia de su propio país. Estos factores
internos, pero mediatizados, normalmente están
representados por clases y sectores sociales estrechamente
vinculados a los grandes intereses del capitalismo internacional:
como las respectivas oligarquías financieras, grandes
comerciantes importadores, los terratenientes, empresarios de las
comunicaciones, así como algunos sectores
de las clases medias y bajas ganadas por la propaganda
antinacional que desarrollan la mayor parte de las empresas
privadas de comunicación
social. De tal manera que a la lucha externa contra el
imperialismo debe sumarse necesariamente la lucha interna contra
las fuerzas antinacionales y serviles al imperialismo, lo que
demuestra la estrecha relación que existe entre la lucha
por la liberación nacional con la lucha de
clases.

Así tenemos que el enfrentamiento contra la
dominación imperialista comporta una lucha tanto a lo
externo como a lo interno de las naciones, una lucha que
originaría además "una ligazón
interrelacionada entre las revoluciones nacionales y la revolución
mundial" (como afirma el MRO del Uruguay). Por
lo tanto, estas luchas no se desarrollan de manera aislada de
otras naciones y sus circunstancias; por el contrario, si de
verdad se quiere triunfar, ellas llevan inevitablemente a
concatenarse en el plano internacional con otros países y
sus procesos socio-transformadores
de similar orientación, en una resistencia y
lucha en todos los frentes contra esa hegemonía del
imperialismo (Rauber, 2006. p. 46). Pero, indudablemente,
sólo naciones fuertes y dignas podrán formar un
bloque de poder verdaderamente libre e independiente capaz de
enfrentar semejante desafío.

Entonces, todo indica que las diferenciaciones que se
puedan establecer respecto del nacionalismo no estarán
limitadas a sólo factores étnico-culturales, o
geo-históricos, como de manera predominante propone la
visión academicista occidental, sino que además
estarían relacionadas con importantes factores
socio-económicos e ideo- políticos, tales como los
contenidos clase que asuman los Proyectos
Nacionales y las formas como se manejen las contradicciones
políticas, sociales y económicas del país
(Ocampo, 2005); como también con las políticas de
relaciones
internacionales que desarrollen los Estados y el tipo de
respuestas que se generen frente a la dominación
imperialista (Petras, 2002). Si se toman en consideración
todos estos factores, entonces se podrían distinguir tres
tipos diferentes de nacionalismos: el conservador, el reformista
y el revolucionario:

El nacionalismo conservador se caracteriza por
ser opresor y expansionista; partidario del status quo y,
por ende, reaccionario frente a toda clase de cambios; no
solidario y protector a ultranza de sus ventajas
económicas; racista y chauvinista frente a las
minorías nacionales y los pueblos menos desarrollados;
siempre asociado a las elites y a los diversos imperialismos. En
el caso de los países dependientes, esta opción
conservadora halla su expresión entre los suplentes
socio-económicos del poderío euroamericano
enfrentados, bajo un manto seudo-nacionalista, a las
políticas antiimperialistas y de solidaridad de
otras naciones diferentes o rivales al bloque imperial. Como
también existen algunas versiones clericales y
folklóricas de este nacionalismo, "donde las antiguas
elites tradicionales se enfrentan con la dominación
imperial para restaurar el poder y la prerrogativas de elites
religiosas y, en algunos casos, terratenientes y comerciales"
(Petras, op. cit., p. 246).

El nacionalismo reformista es aquel que
sólo persigue modificaciones parciales, particularmente
económicas, a las contradicciones fundamentales de la
nación. Su proyecto de nación no deja de ser el
capitalista. Generalmente está conformado por sectores de
las clases medias o pequeña burguesía, como algunos
medianos y pequeños empresarios nacionales, adversamente
afectados por las políticas neoliberales y
hegemónicas del imperialismo euroamericano y, por lo
tanto, muy interesados en medidas proteccionistas por parte del
Estado nacional. "Su respuesta ?dice Petras- es también
típica de grupos profesionales progresistas, dirigentes de
ONG y de otros
interesados en buscar una acomodación con la potencia
imperial: conseguir el mejor trato posible para ellos mismos, la
única "opción práctica"
(Ibídem).

El nacionalismo revolucionario, por el contrario,
es aquel que propone cambios estructurales o radicales a las
situaciones de dependencia, pobreza y
opresión nacional. Este nacionalismo no niega la
universalidad de las contradicciones socio-económicas ni
el carácter internacional de la lucha contra
el imperialismo, como tampoco niega la necesaria solidaridad que
debe existir entre todos los pueblos del mundo, por el contrario,
las tomas muy en cuenta; "Pero ?como señala Luís
Ocampo (op. cit.)- el nacionalismo popular-revolucionario
además de recoger los aspectos de universalidad de las
contradicciones afirma su particularidad, y esto, la
particularidad de las contradicciones es precisamente lo que se
les olvida a los estatalistas-cosmopolitas". El nacionalismo
revolucionario está asociado a diversos movimientos
populares de liberación nacional y de resistencia
antiimperialista, generalmente partidarios de vincular las
reformas radicales con el socialismo.

Entonces, de acuerdo con Luis Ocampo, si observamos
debidamente todos estos factores y características
podremos apreciar que:

?el punto de vista sobre la nación, es
diferente según sea el bloque social que interpreta la
realidad. Los patriotismos, los nacionalismos tienen diferentes
contenidos de clase y en función de ello conlleva
diferentes proyectos sociales. [Luego:] Se puede entender el
nacionalismo como la expresión
ideológico-política de la reivindicación o
defensa de un determinado proyecto o realidad nacional.
(Ibídem)

En conclusión: como ya se habrá
podido observar, en el análisis y explicación de
los procesos históricos de "construcción de
naciones" -así como de su dimensión
ideológica o doctrinaria- no se puede estimar una sola
variable, sea esta cultural, económica, política,
étnica o de cualquier otra índole, sino que,
insistimos, se les debe considerar como un complejo de procesos
integrados por múltiples variables, tanto objetivas como
subjetivas. De ahí la necesidad de un enfoque que tome en
cuenta el sentido totalidad del problema. Además, porque
la concreción de una nación es un hecho
histórico objetivo cuyo
proceso de realización es al mismo tiempo universal,
singular y diverso. Es universal porque desde el siglo XVIII
hasta los actuales momentos prácticamente todos los
pueblos de la Tierra han
perseguido constituirse en nación. De algunas sociedades
desarrolladas se puede decir que han logrado ese objetivo, otras,
como muchas de las del llamado Tercer Mundo, cabalmente no. A
estas últimas sociedades se les ha denominado "naciones
inacabadas" en razón de sus características y
grados singulares de dependencia, atraso y falta de
integración territorial, económica y social.
Aún más, todavía hoy y en varias partes del
mundo existen pueblos tratando de lograr su independencia
política y un estado propio. Frente a esta
situación ¿no será acaso aventurado asegurar
la falta de vigencia del concepto de nación? Muchos
autores consideran que la idea de nación no ha cumplido
aún su trayectoria ni ha agotado su misión
histórica.

Igualmente, estas situaciones permiten entender el alto
grado de complejidad y actualidad, así como la pertinencia
y justificación histórica que tienen estos
movimientos nacionales, algunos de los cuales, ya lo dijimos,
están todavía en pleno desarrollo. Por ello, lucen
desproporcionadas y fuera de toda realidad histórica
aquellas afirmaciones categóricas que hablan de un
"definitivo declive de los Estados nacionales". Como
también parecen ser calificaciones unilaterales e
interesadas del nacionalismo aquellas que meten en un solo saco
todos los casos coleccionados de manera indiscriminada, como por
ejemplo el equiparar complejos procesos históricos
nacionales con ciertas guerras tribales por el control de
algún territorio en particular; o las simples pretensiones
secesionistas por separase de algún Estado
históricamente constituido. Por lo demás, y como ya
se ha hecho evidente en múltiples ocasiones, estas
pretensiones casi siempre están motivadas por particulares
intereses económicos, por exacerbados regionalismos, por
ciertas discriminaciones étnicas o religiosas, y
también por las movidas geopolíticas de alguna
fuerza extranjera. Parece incorrecto, entonces, atribuir estas
pretensiones enteramente al nacionalismo, y menos a un
nacionalismo revolucionario. Por el contrario, tanto por las
ansias de autodeterminación, reconocimiento y bienestar
que siempre muestran los distintos pueblos de mundo, como por la
necesaria resistencia colectiva de éstos frente las
acciones
hegemónicas de la
globalización imperialista, la idea fundamental que
prevalece hoy en el pensamiento nacionalista revolucionario y
contemporáneo no es precisamente la desintegración,
sino la de que se debe establecer una sana relación
integral e integradora al interior de cada sociedad nacional,
como de estas con todos los pueblos del mundo, claro está,
siempre reconociendo y respetando las soberanías, la
independencia y la libre relación de las diversidades
nacionales y culturales dentro de esa gran unidad que es el
género humano.

Anexo:
una nota imprescindible

En razón de la gran lucidez y vigencia que en
este caso tienen sus ideas, nos tomamos la libertad de
transcribir in extenso una nota inserta al final del
libro
"Maquiavelo y
Lenin", escrito por Antonio
Gramsci y publicado por Editorial Diógenes S. A. en
1972. Esta nota en particular la escribió el autor en los
años treinta del siglo pasado con motivo de la ya conocida
disputa que se presentó entre Trosky y Stalin sobre lo que
ellos consideraban debía ser la vía más
conveniente para la revolución
rusa. En esta nota, creemos, se aborda con claridad meridiana
la vieja discusión en las filas de la izquierda en
torno a la
relación dialéctica que existe entre las
perspectivas internacional y nacional, y cuál
debería ser la conducta
política frente a este problema por parte de una fuerza
social que pretenda ser internacional. Entonces, prestemos
atención a lo que escribía Gramsci:

El punto que me parece necesario desarrollar es el
siguiente: cómo según la filosofía de la
praxis (en
su manifestación política), tanto en la
formulación de su fundador como especialmente en las
precisiones aportadas por su teórico más
reciente, la situación internacional debe ser
considerada en su aspecto nacional. En realidad, la
relación "nacional" es el resultado de una
combinación "original" única (en cierto sentido)
que debe ser comprendida y concebida en esta originalidad y
unicidad si se desea dominarla y dirigirla. Es cierto que el
desarrollo se cumple en la dirección del internacionalismo, pero el
punto de partida es "nacional" y es de aquí que es
preciso partir. Pero la perspectiva es internacional y no puede
menos que ser así. Es preciso por ello estudiar con
exactitud la combinación de fuerzas nacionales que la
clase internacional deberá dirigir y desarrollar
según las perspectivas y directivas internacionales. La
clase dirigente merece ese nombre sólo en cuanto
interpreta exactamente esta combinación, de la que ella
misma es un componente, lo que le permite, en cuanto tal, dar
al movimiento una cierta orientación hacia determinadas
perspectivas. Y es aquí donde residen, según mi
opinión, las divergencias fundamentales entre Trosky y
Stalin como intérprete del bolchevismo. Las acusaciones
de nacionalismo son ineptas si se refieren al núcleo del
problema. Si se estudia el esfuerzo realizado desde 1902 hasta
1917 por los bolcheviques, se ve que su originalidad consiste
en depurar el internacionalismo de todo elemento vago y
puramente ideológico (en sentido peyorativo), para darle
un contenido de política realista. El concepto de
hegemonía es aquel donde se anudan las exigencias de
carácter nacional y se comprende por qué
determinadas tendencias no hablan de dicho concepto o apenas lo
rozan. Una clase de carácter internacional, en la medida
en que guía a capas sociales estrictamente nacionales
(intelectuales) y con frecuencia más que
nacionales, particularistas y municipalistas (los campesinos),
debe en cierto sentido "nacionalizarse"; pero este sentido no
es muy estrecho ya que antes de que se formen las condiciones
para una economía según un plan mundial,
es necesario atravesar múltiples fases donde las
combinaciones regionales (de grupo de naciones), pueden ser
variadas. Por otra parte, es preciso no olvidar que el
desarrollo histórico sigue las leyes de la
necesidad hasta tanto la iniciativa no haya pasado netamente
del lado de las fuerzas que tienden a la construcción,
siguiendo un plan de división del trabajo
basado en la paz y la solidaridad. Que los conceptos
no-nacionales (es decir, no referibles a ningún
país en particular), son erróneos, se demuestra
reduciéndolos al absurdo. Ellos condujeron a la
pasividad y a la inercia en dos fases muy importantes: 1) en la
primera fase, ninguno creía que debiera comenzar, o sea,
consideraba que comenzando se habría encontrado aislado;
y en la espera de que todos se moviesen en conjunto, nadie lo
hacía ni organizaba el movimiento; 2) la segunda fase es
quizás peor, ya que se espera una forma de
"napoleonismo" anacrónico y antinatural (puesto que no
todas las fases históricas se repiten de la misma
forma). Las debilidades teóricas de esta forma moderna
del viejo mecanicismo están enmascaradas por la
teoría general de la revolución permanente que no
es más que una previsión genérica
presentada como un dogma y que se destruye a sí misma al
no manifestarse en los hechos (Antonio Gramsci, Maquiavelo y
Lenin
, Editorial Diógenes, S. A., México, 1972, pp. 125-127).

Otras notas:

  1. La forma como se suele definir el concepto de
    nación ha sido siempre controvertida. Por ejemplo, el
    debate que mantienen los historiadores llamados "modernistas" y
    los "etnosimbolistas". De acuerdo con Joan Vergés, una
    nación se compone de un elemento objetivo -esto es lo
    que suelen mantener los etnosimbolistas- y de un elemento
    subjetivo ?que es lo que subrayan los modernistas. El elemento
    objetivo corresponde a aquellas características
    etnoculturales que nos permiten afirmar que un individuo
    determinado es miembro de un grupo etnocultural determinado. Es
    decir, los miembros de una nación se caracterizan
    objetivamente por compartir una lengua, unas costumbres, una
    historia, una relación con el territorio, una
    religión, etc. Pero estos elementos, aunque son
    necesarios, no son condiciones suficientes, porque sólo
    podemos hablar de nación si se da también un
    fenómeno de naturaleza
    subjetiva; es decir, que es preciso que los miembros del grupo
    etnocultural en cuestión crean que forman parte de un
    colectivo con una identidad propia en virtud del hecho de
    compartir ciertas características etnoculturales
    singulares. Así pues, es preciso reconocer que los
    elementos objetivos y subjetivos de las naciones están
    estrechamente unidos. En este debate -según
    Vergés-, E. Gellner, E. Hobsbawm, B. Anderson figuran de
    forma prominente del lado "modernista". Anthony Smith y J.
    Hutchinson, por ejemplo, destacan por el lado de los
    "etnosimbolistas" (Véase Joan Vergés Gifra,
    http://seneca.nab.es/jvergesg/altres%20).
  2. "Indudablemente, la expansión de la producción para el mercado y el
    consiguiente desarrollo de la burguesía crearon las
    condiciones económicas para el surgimiento de las
    naciones en Europa. Sin embargo -destaca G. Lichthein (1972)-,
    no debe obviarse el hecho de que en esta etapa
    histórica, en términos generales, el absolutismo
    también actuó en todas partes como avanzada del
    nacionalismo en cada país y del imperialismo en el
    extranjero: " Aunque dificultada por sus orígenes
    feudales, la monarquía absoluta creó
    gradualmente algo parecido a una conciencia nacional, pues el
    Estado centralista no sólo confirió a sus
    súbditos los beneficios no buscados de los impuestos y la
    recluta forzosa, sino también la conciencia de formar
    una nación separada. Los `cuarenta reyes que en mil
    años hicieron a Francia? no
    eran una mera visión de la imaginación realista.
    Ellos, y sus colegas en otras partes, echaron las bases del
    Estado nacional" (p. 48).
  3. El vocablo francés ethnie es definido
    como un conjunto de individuos que comparten ciertos caracteres
    de civilización, como la lengua o la cultura, y excluye
    la raza, mientras que el término castellano
    más aproximado, "etnia" ,
    alude a una "comunidad
    humana definida por afinidades raciales,
    ligüísticas, culturales, etc." (DRAE, en A. D.
    Smith, op cit., p. 19).
  4. Las dos etapas de los movimientos de
    liberación nacional
    , www.nodo50.org/gpm. En el
    texto en
    referencia sólo se consideran las causas
    económicas, fundamentalmente la acumulación
    capitalista, para el surgimiento de las naciones. En
    consecuencia, allí sólo se señalan dos
    etapas en los movimientos de liberación nacional; Sin
    embargo, aquí consideramos también otras
    causales, por lo que a esas etapas deben sumarse otras
    más en las cuales el mundo pudo presenciar el
    surgimiento de un gran número de nuevas
    naciones.
  5. Taras Kunzio es Investigadora Asociada en el Centro
    de Estadios Internacionales y de Seguridad de
    la Universidad de York, Canadá.
  6. Los subrayados son míos (ANL). Con ello se ha
    querido destacar la gran cantidad de funciones
    atribuidas al nacionalismo por parte del autor en
    referencia.
  7. La Unión
    Europea es una vieja idea que ya bullía en las
    mentes de muchos intelectuales y políticos europeos de
    los siglos XIX y XX. Por ejemplo, esta idea integradora se
    paseó por el optimismo de nacionalistas como G. Manzini,
    V. Hugo, G. Garibaldi, entre otros; luego por el
    análisis pesimista de un internacionalista como Lenin,
    hasta llegar actualmente al ímpetu pragmático de
    los grandes capitalistas europeos. Por ejemplo, ya en el
    año 1915, Lenin consideraba que la idea de los "Estados Unidos
    de Europa" representaba "un acuerdo de los capitalistas
    europeos sobre el modo de aplastar en común el
    socialismo en Europa, y de defender juntos las colonias robadas
    contra el Japón
    y Norteamérica". Por ello: "Desde el punto de vista de
    las condiciones económicas del imperialismo, es decir,
    de la exportaciones de capitales y del reparto del
    mundo por las potencias coloniales "avanzadas" y "civilizadas",
    los Estados Unidos de Europa, bajo el capitalismo, son
    imposible o son reaccionarios" (Lenin, "La Consigna de los
    Estados Unidos de Europa", en Marx, Engels, Marxismo.
    Pekín, 1980, pp. 357-362)
  8. A este respecto Marx
    decía textualmente: "Siendo el Estado una
    institución meramente transitoria, que se utiliza en
    la lucha, en la revolución, para someter por la
    violencia a los adversarios, es puro absurdo hablar de Estado
    popular libre: mientras el proletariado necesite
    todavía del Estado no lo necesitará en
    interés de la libertad, sino para someter a sus
    adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el
    Estado como tal dejará de existir" (Carta a
    Augusto Bebel, 18-28 de Marzo de 1875. En: Critica al
    programa de
    Gotha
    . Pekín, 1979, p. 45).

    Aquí se hace necesario acotar, junto a Rauber
    (2006), que igual situación aconteció en
    algunos movimientos de izquierda del Tercer Mundo,
    particularmente en Latinoamérica en las décadas
    de los 60 y 70, cuando "atender ?por ejemplo- a problemas
    sectoriales, e incluso a cuestionamientos de fondo de las
    relaciones de poder: como la discriminación de las mujeres, de los
    pueblos originarios, de los negros, etc., era subestimado o
    desechado de las actividades revolucionarias por
    considerársele expresión de las
    "contradicciones secundarias". Las propuestas que
    pretendían encontrar alguna solución a tales
    problemas eran consideradas elementos que distraían la
    atención respecto de la "cuestión fundamental":
    la toma del poder. Después de ese momento
    ?continúa la autora-, se suponía que las
    soluciones
    llegarían en cadena, espontánea y
    mecánicamente desde arriba" (ver nota en página
    37).

  9. De acuerdo con Geoff Eley (2003): "Desde que se
    fundó la II Internacional hasta el decenio de 1930, por
    ejemplo, los socialistas y los comunistas tuvieron siempre
    dificultades para ocuparse de una serie de asuntos que quedaban
    más allá de su comprensión fundamental de
    clase sobre el funcionamiento del mundo social y
    político. Entre muchas otras cosas, estaban la
    política agraria y los intereses del campesinado,
    cuestiones relativas a la etnicidad y a la
    identificación nacional; asuntos referentes a la
    sexualidad,
    las relaciones familiares y la vida privada; cuestiones de
    moralidad
    social y creencia religiosa, y todo el campo de las diferencias
    de género en lo social y lo cultural. Según Eley,
    estos defectos y omisiones influyeron profundamente en los
    llamamientos y estrategias de
    carácter político que los socialistas y los
    comunistas pudieron formular, lo cual tuvo consecuencias de
    gran relevancia para las formas de coalición que
    pudieron imaginar o hacer realidad" (p. xi).
  10. Es conveniente destacar que para los clásicos
    marxistas existía una diferencia sustancial entre la
    "cuestión nacional" y el "nacionalismo": En el primer
    caso, se trataba de una cuestión mucho más
    compleja, que abarcaba diversos aspectos referidos al "problema
    de la autodeterminación de las naciones y la actitud de
    los socialistas frente a él", mientras que el
    nacionalismo era esencialmente una reivindicación de la
    burguesía. Por esta razón, el problema nacional
    era indudablemente algo importante pero no esencial para los
    socialistas.
  11. A comienzos de la Revolución Rusa, Lenin
    debió lidiar con dos tendencias que se disputaban el
    liderazgo
    político e ideológico del partido de los
    bolcheviques: Por un lado estaba la propuesta internacionalista
    de la "Revolución permanente", sostenida por Trosky;
    mientras que por otro lado, y opuesta a aquella, se encontraba
    la corriente afín al nacionalismo ruso del "Socialismo
    en un solo país", esgrimida por Stalin. Como es por
    todos sabido, la desafortunada muerte
    temprana de Lenin permitió la imposición del
    estalinismo.
  12. "Si fuese necesario dar una definición lo
    más breve posible del imperialismo ?dice Lenin-,
    debería decirse que el imperialismo es la fase
    monopolista del capitalismo. Una definición tal
    comprendería lo principal, pues, por una parte, el
    capital
    financiero es el capital bancario de algunos grandes bancos
    monopolistas fundido con el capital de los grupos monopolistas
    de industriales y, por otra parte, el reparto del mundo es el
    tránsito de la política colonial, que se expande
    sin obstáculos en las regiones todavía no
    apropiadas por ninguna potencia capitalista, a la
    política colonial de dominación monopolista de
    los territorios del globo, enteramente repartido" (Lenin,
    Pekín, 1984, p. 112).
  13. La frase "Destino Manifiesto" apareció por
    primera vez en Norteamérica en un artículo que
    escribió el periodista John L. O?Sullivan, en 1845, en
    la Revista
    Democratic Review de Nueva York. Como una
    justificación para la expansión hacia los
    territorios del oeste, pero que luego se haría extensivo
    a todos los puntos cardinales del continente, el periodista
    proclamaba que; "El cumplimiento de nuestro destino manifiesto
    es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado
    por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de
    la libertad y autogobierno?Es un derecho como el que tiene un
    árbol de obtener el aire y la
    tierra
    necesarios". En la misma onda del "Destino Manifiesto" andaba
    el senador por Indiana Albert Beveridge ya en 1898 cuando,
    después que los Estados Unidos derrotaron a España
    en Cuba y
    Filipinas, éste sentenció: "Dios hizo a los
    americanos, los directores y organizadores del mundo con la
    finalidad de instituir el Orden allí donde reine el
    Caos". Posteriormente, declaraciones de este mismo tenor han
    sido hechas por casi todos los Presidentes de esa
    nación, hasta la más reciente de G. W. Bush,
    quien al siguiente día del trágico 11 de
    septiembre del 2001 proclamó: "América debe dirigir al
    Mundo".
  14. Eduardo Galeano en Revista Question, Nº
    47, Mayo 2006, p. 2.
  15. Véase
    http://en.wikipedia.org/wiki/Nationalism.
  16. Para comienzos de la década de 1830, bajo la
    influencia de los ideales liberal-nacionalistas y mediante
    revoluciones populares, Grecia,
    Bélgica y la mayoría de las colonias
    españolas del Nuevo Mundo habían alcanzado su
    libertad; aunque en todas ellas terminaron imponiéndose
    los proyectos nacionales de las respectivas clases dominantes.
    Luego, durante los años 1850 y 1860 los movimientos de
    unificación nacional llevaron a la creación de
    dos nuevas naciones-Estados en Europa: Italia y
    Alemania. En
    Italia, los movimientos populares y nacionalistas que se
    iniciaron antes de 1848, liderados primero por Mazzini y luego
    por Cavour y Garibaldi, culminaron finalmente en la
    unión total del país en el año 1861, pero
    no como una república democrática sino bajo una
    monarquía constitucional con Victor Nanuel II como rey.
    Con la unificación de Alemania sucedió algo
    parecido, iniciada por el levantamiento de la clase media
    imbuida del liberalismo
    y el nacionalismo alemán en contra del Imperio
    austriaco, la unión realmente terminó siendo el
    producto final de la acción concertada y desde arriba
    entre la burguesía adinerada y los grandes
    terratenientes alemanes encabezados por el rey de Prusia y su
    canciller Bismark. Más tarde, entre 1871 y 1913
    también los servios, los rumanos, los búlgaros y,
    por último los albanos alcanzaron su independencia del
    Imperio otomano. Sin embargo, debido a la intervención
    de las principales potencias europeas, a ninguno de estos
    estados balcánicos se le permitió realizar lo que
    sus pueblos realmente deseaban, pues entre otras cosas, a casi
    todos ellos también se les impuso el modelo de
    régimen monárquico europeo.
  17. Según Carlos Marx,
    las experiencias de las luchas de clases que se desarrollaron
    entre los años 1848 y 1850 en Francia revelaron las
    contradicciones existentes dentro de ese concepto
    pequeño burgués de pueblo imaginario, y
    "sacaron a la luz del
    día al pueblo real, es decir, a los
    representantes de las diversas clases en que éste se
    subdivide" (Carlos Marx, La lucha de clases en Francia de
    1848 a 1850.
    Pekín, 1980, p.58). Así,
    advierte Lenin: "Al emplear la palabra ?pueblo?, Marx no
    ocultaba bajo esta palabra la diferencia de clases, sino que
    unificaba determinados elementos capaces de llevar a cabo la
    revolución hasta su término".
    ¿Cuáles serían estos elementos?: "Es
    indudable que el proletariado y los campesinos ?señala
    Lenin- son las principales partes integrantes de ese ?pueblo?
    que Marx contraponía en 1848 a la reacción que
    resistía y a la burguesía que traicionaba"
    (Lenin, "Dos tácticas?", en Marx, Engels,
    Marxismo
    . Pekín, 1980, pp.188-189).
  18. Véase Trosky en: "Balance y perspectivas
    1789-1848-1905", en MHTML Documentos,
    Edición digital en Español, Mayo de 2006.
  19. Claudio Katz, El porvenir del socialismo,
    Monte Ávila, Caracas, 2006.
  20. Véase: Victor Serge, "Necesidad de una
    renovación del socialismo". Documento escrito en
    México en 1944, en
    www.fundanin.org/serge2.htm. Julio de
    2007.
  21. Ana Castro,
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Autor:

Augusto N. Lapp M.

anlapp1[arroba]hotmail.com

Lic. Ma. Ed., Venezuela

28/10/2007

Partes: 1, 2, 3, 4
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