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Concepciones teórico-epistémicas sobre interdisciplinariedad



Partes: 1, 2

    1. Desarrollo

    2. Conclusiones

    3. Bibliografía

    Enfoques educativos

    Introducción:

    Evidentemente, cuando se procede al estudio de un
    fenómeno de tal complejidad teórica como lo es la
    interdisciplinariedad, se precisa de una
    comprensión lo más exhaustiva posible de su
    génesis, diacronía y proyección, como parte
    de las concepciones, del discurso y de
    la praxis
    profesional de las ciencias
    Pedagógicas y otras ciencias afines. En tal sentido, se
    hace perceptible en el análisis, la necesidad de una
    comprensión primaria del tópico como una
    aserción lógica
    y coherente con el nivel de desarrollo del
    conocimiento
    científico en sus diferentes áreas
    cosmovisivas; y con la demanda de
    completud gnoseológica que tal desarrollo
    implica.

    El propio desarrollo de las Ciencias ha condicionado un
    cambio en sus
    criterios de interpretación y en la lógica
    construccional de sus métodos,
    teorías
    y principales resultados. Si se acomete un recorrido
    panorámico por este devenir será posible advertir
    un redimensionamiento de los criterios epistemológicos que
    sustentan la reflexividad crítica
    de las ciencias, proceso que
    evidencia una tendencia progresiva hacia el establecimiento de
    áreas comunes en las regiones limítrofes del
    conocimiento
    científico y asunciones holísticas que refrendan
    una prospección integradora de la elaboración y la
    investigación científica;
    fenómeno éste que, como es lógico, tiene una
    repercusión directa en la proyección
    académica y didáctica de los conocimientos emanados de
    esta postura cienciológica.

    Desarrollo:

    Desde el punto de vista filosófico, la epistemología de las Ciencias descansa en
    los criterios orientadores e interpretativos que regulan la
    actividad de producción científica en las
    diferentes áreas del saber, donde el pensamiento en
    su devenir se expresa desde posiciones ingenuas en el
    ámbito gnoseológico, hasta proyecciones
    holísticas cuyo perfil cosmovisivo resulta tan amplio como
    la propia amplitud que encierra el desentrañamiento de
    objetos de estudio con cada vez mayor complejidad cognoscitiva y
    práctica.

    En este sentido, las relaciones epistémicas han
    adoptado al menos tres posiciones fundamentales:
    cosmológica, teológica y logológica. En
    primera instancia una postura cosmológica, que se
    caracteriza esencialmente por sostener la realidad existencial,
    sus ecos sígnicos y sus presupuestos
    convencionales, a ciertos elementos de trascendencia material
    sobre los que, presuntamente, se articula el complejo
    multilateral de la existencia y su asunción cosmovisiva;
    trecho sobre el que, pese a los ineludibles aportes de figuras
    como Sócrates,
    Platón
    y Aristóteles, entre otras importantes
    personalidades del pensamiento clásico, se mantuvo la ruta
    del conocimiento hasta producirse el dominio de la
    escolástica en los terrenos teórico y
    doctrinario.

    Ya en el medioevo, creadas las condiciones
    económicas, socioclasistas y culturales para un despegue
    gnoseológico más asociado a la defensa de un ideal
    de fe, que a los conocimientos que pudieran desestabilizarlo,
    emerge la escolástica como expresión intelectual de
    un ámbito dominado por influjos clericales de fuerza
    institucional que, descansando en soportes instrumentales como la
    iglesia y la
    inquisición, impusieron un criterio cognoscitivo
    desafiante de las verdades naturales emergentes de la
    razón científica; y sustentador de su empleo en aras
    de la racionalización de la fe como principio y fin de un
    pensamiento científico tendiente a la servidumbre de
    la ciencia a
    los designios de la Teología. Obras como la de San
    Agustín, Averroes y Santo Tomás de
    Aquino ilustran con creces la racionalidad de este presupuesto
    .

    La postura logológica comienza a apreciarse desde
    los más prístinos intentos de humanización
    vital, existencial y espiritual, acontecidos desde el renacimiento;
    hasta un pensamiento contemporáneo, que en la actualidad
    evidencia la hibridación sempiterna de un decursar que se
    define en la medida en que su propia conciencia
    crítica le advierte la necesidad del concierto
    cienciológico de la pluralidad, donde la hegemonía
    descanse en la interdisciplinariedad como recurso e
    introyección; fenómeno que lejos de estimular
    parcialidad, compulsa al concurso de la construcción recíproca, donde la
    policromía de espacios, contextos y procesos,
    requieren de proyecciones de similar envergadura para su
    desentrañamiento.

    Así movimientos filosóficos como el
    Pragmatismo,
    el Positivismo,
    la Filosofía clásica alemana, el Materialismo
    dialéctico-histórico, el Existencialismo, el Convencionalismo, el
    Intuitivismo, el Neotomismo, el Neopositivismo, la Hermenéutica y el Postmodernismo; son
    expresiones diáfanas de la preocupación
    gnoseológica por la más exhaustiva
    comprensión de la relación y las mediaciones
    presentes entre lo social, lo natural y lo psíquico,
    realidad que por su multilateralidad, en la medida en que
    el
    conocimiento se aboca a su intelección, muestra la
    premisa de una asunción interdisciplinaria como asidero de
    autentificación científica, cognoscitiva y
    práctica.

    Como puede advertirse, el devenir de la Ciencia estuvo
    asociada a un criterio de especialización, tendencia que
    permitió el crecimiento en cantidad y variedad de
    disciplinas científicas que, a lo largo del pasado siglo y
    durante este primer lustro del siglo XXI, coadyuvó a
    elevar la profundidad cosmovisiva del mundo contemporáneo,
    a consolidar la riqueza de métodos y técnicas
    investigativas e interpretativas; y los fabulosos resultados que
    hoy exhibe la sociedad en
    sentido general, traducidos tecnológicamente en recursos para su
    bienestar material y espiritual. No obstante, este potencial de
    las ciencias se convirtió, según algunos autores,
    en un dogma que tendía a una especialización
    parcial excesiva. Esta posición, a juicio de Ortega y
    Gasset (2000), conduce al hecho de conocer "prácticamente
    todo de prácticamente nada" y, por fuera de esto, no sabe
    nada más.

    En este sentido, el problema trajo consigo varios
    factores asociados, entre ellos el desarrollo de la propia
    especialización, echando a un lado las posturas
    integracionistas y desestimando la posibilidad de entrar a
    considerar perspectivas y enfoques de otras disciplinas. La
    intromisión en otras áreas del saber se asume,
    desde esta óptica,
    como un procedimiento de
    escaso rigor, carente de seriedad e ilegitimador de una verdadera
    y sólida ética
    profesional; cuestión que implica que esas otras
    perspectivas son responsabilidad de otros, así se trate de
    un mismo objeto de estudio, que ofrece diversas dimensiones y
    perspectivas de análisis e
    interpretación.

    En todas las épocas, desde Platón
    hasta nuestros días, ha existido preocupación por
    la disgregación del saber, apuntando siempre hacia la
    unificación del conocimiento y pasando por un
    período de especialización en el trabajo;
    pero a pesar de todo este interés
    por la especialización en el saber, la necesidad de lograr
    formar a personas con un potencial que permitiera resolver
    diferentes problemáticas, desde diversas perspectivas, se
    hizo más fuerte; y apareció una nueva forma de
    interés científico, que permitió el estudio
    de las ciencias desde la amplitud interdisciplinaria.

    El Renacimiento y
    proyecciones histórico-culturales posteriores agudizaron
    el proceso de diversificación y multiplicación de
    las ciencias. En el siglo XVII se identificaron las Ciencias
    Naturales, posteriormente la Física, la Química; y las
    Ciencias
    Sociales en el siglo XIX. En el siglo XX, junto al criterio
    diferenciador de las ciencias, surge la tendencia a la
    interrelación y unidad entre ellas, apareciendo así
    la bioquímica, la geoquímica y la
    biogeoquímica, entre otras.

    Desde el siglo XX, la Ciencia muestra puntos de contacto
    que marcan desarrollo, fenómeno al que Engels
    denominó: "Puntos de Crecimiento". Estos elementos se
    constituyen en resultados de las interacciones y van adquiriendo
    un carácter regular en este propio siglo, con
    el movimiento
    integrador de las ciencias; donde se relacionan tanto el desarrollo
    social, como el papel que asume éste en los marcos de
    la Revolución Científico-técnica
    para responder a los problemas
    más complejos de la práctica.

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