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Los diamantes de Monrovia (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Aquella tarde de mayo, en la cafetería del primer piso,
sentado en una confortable butaca de cuero granate
junto a la ventana que dominaba el acceso al lobby, un
elegante súbdito alemán aguardaba a un nuevo
cliente que
procedía de la
República Africana de Liberia, le acompañaba a
éste, un intermediario turco llamado Kalim, un individuo
sumamente grueso, barrigudo siempre sudoroso que fumaba
incesantemente cigarrillos egipcios ovalados, tocaba su cabeza
con el tradicional fez granate, algo que al germano Carl Bergman
le irritaba sumamente. Carl era un clásico ario de unos 63
años, alto, fornido y enjuto, con una bien disimulada
cicatriz que le cruzaba la mejilla desde el lóbulo de la
oreja izquierda hasta la comisura del labio inferior
dejándole aquella ligeramente hundida. Presumía de
disponer una acreditación del G8 para negociar la venta de
armas a terceros países no productores.

Carl Bergman miraba con cierta frecuencia su ostentoso reloj
de pulsera de oro, fabricado
por una prestigiosa firma Suiza, le molestaba soberanamente que
le hicieran esperar sin previo aviso. Sacó del bolsillo
superior de su impoluta chaqueta gris petróleo un cigarro de fabricación
cubana y de otro de sus bolsillos el cortapuros de plata con
guillotina.

Cogió el cigarro entre sus dedos pulgar e índice
y, haciéndolo girar con una suave presión
con las yemas de ambos dedos, cerca de su oído,
comprobó si el grado de humedad de las hojas que lo
componían estaban en su punto. Podía pasar por ser
un experto en el arte de fumar
cigarros, sin embargo había aprendido este ritual durante
una breve visita efectuada a La Habana años atrás,
en la que tuvo la oportunidad de visitar algunas de las
prestigiosas y antiguas fábricas de cigarros puros,
acompañándose de una jovencita y linda mulata a la
que le había comprado unos vestidos en la tienda del hotel
en que se hospedó. Bergman cuidaba mucho la estética.

Situó la guillotina de su cortapuros en la cabeza del
mismo y, con un movimiento
seco de sus dedos cercenó un pedazo de la punta del
cigarro, quedando un limpio espacio para facilitar el tiraje del
humo cuando este fuese aspirado. Bergman ponía tal
ímpetu i precisión en esa maniobra de corte, que
daba la total impresión de que gozara con ello como si de
cercenar la cabeza de un invisible enemigo se tratase.

Aprovechó el propio envoltorio de cedro con el que iba
protegido el cigarro para prenderle fuego y encender el mismo,
alguien le dijo en La Habana que jamás utilizase una
cerilla para ello, ya que el contenido de azufre de ésta,
podía traspasar un mal sabor al tabaco y no le
permitiría gozar totalmente del placer de saborear un
cigarro elaborado con hojas sumamente selectas y
aromáticas.

Prendió la lámina de cedro con su Dupont de oro,
la acercó al pie del cigarro manteniendo una
pequeña distancia de contacto con la llama, para que este
se calentara y de inmediato puso su boca a la cabeza del cigarro
iniciando la aspiración, o "la calada", como en La Habana
le habían explicado que se estilaba en el argot de los
grandes fumadores.

Aspiró suave y profundamente llenando del todo su boca
del aromático humo, desde su estancia en Cuba no lo
tragaba jamás, el guía cubano le dio una lógica
razón, el sentido del paladar se tiene en la boca, no en
los pulmones, como buen teutón era metódico y
obediente. Mantuvo el humo unos segundos en el interior de su
boca expulsándolo luego con fuerza en
dirección al turco Kalim, de ese modo
trataba de mitigar el apestoso olor que desprendían los
raros cigarrillos que éste fumaba sin cesar.

CAPÍTULO XXIVº

Una hora después de haber sido encerrado en el
container, Carl comenzó a despejarse, abrió los
ojos y solo una especie de borrosa penumbra le envolvía,
poco a poco la visión se hizo más clara y comenzaba
a distinguir los objetos en aquella semi oscuridad.

No comprendía nada, su mente analizaba la
situación presente y el inmediato pasado, pero no daba con
ninguna pista que le orientara. Se levantó de la silla
donde en la que se hallaba sentado, experimentó un ligero
mareo y algunas náuseas, probablemente producto de la
substancia que le habían hecho inhalar, trató
tambaleante de dar algunos pasos, se apoyó en una de las
paredes del lugar donde se hallaba, notó un contacto
ligeramente más fresco respecto a la temperatura
ambiente,
parecía que podía tratarse de una superficie de
naturaleza
metálica lisa, con los nudillos de una de sus manos
golpeó varias veces la pared y el sonido
correspondía a una superficie de metal.

Levantó la mirada en dirección a una tamizada luz que penetraba
en el recinto en el que se encontraba, un pequeño
ventanuco con una reja en forma de cruz simétrica
permitía el acceso a una débil luz de alguna farola
callejera que a su vez, procedía de otra ventana mayor que
daba al exterior.

Carl comprendió que estaba encerrado en el interior de
un recinto metálico y, éste a su vez en el interior
de otro mayor. Por el ruido que
hacían sus zapatos al andar, pudo comprobar que el piso
del lugar era de madera, se
agachó pasó la palma de su mano por el suelo,
notó un pinchazo agudo, se había clavado una
astilla en alguna parte de su mano, trató de sacar el
objeto con la otra mano, no veía bien, recordó que
en uno de sus bolsillos de la chaqueta llevaba un encendedor, lo
sacó y lo prendió, vio la astilla de madera clavada
en uno de sus dedos, apagó el encendedor y con la otra
mano trató de sacar con cuidado ésta,
después de varios intentos obtuvo un buen resultado, le
escocía bastante aquel cuerpo extraño en su dedo,
sangraba ligeramente, se puso el dedo dentro de su boca y
sorbió la sangre
escupiéndola a continuación, sacó de uno de
los bolsillos del pantalón un pañuelo,
envolvió con él el dedo dañado, tomando de
nuevo el encendedor, le prendió para reconocer el lugar en
el que se hallaba.

Estaba ya despejado totalmente, la sensación de
náuseas y el mareo habían casi desaparecido.
Recordó que estaba en el restaurante "L´Etoile de la
Nuit " , se había levantado de la mesa para acudir a la
toilette, que al llegar a ella y cuando abría la puerta de
la misma, algo le abrazó con gran fuerza y le
habían puesto un trapo que le cubrió la boca y la
nariz con un fuerte olor, a partir de aquí ya no era capaz
de recordar nada más.

Por deducción, entendió que le
habían raptado, ¿quién y porqué? se
preguntaba, pensó en Kieh, en Mouwé el
subsecretario, pero no le encontraba lógica.

Centró todos sus sentidos en reconocer el lugar donde
la habían encerrado, no tenía ya la menor duda de
que había sido secuestrado. Guardó de nuevo el
encendedor en el bolsillo y aprovechando la débil luz que
entraba por el ventanuco, fue recorriendo la perimetría de
la estancia palpando las paredes con sus dos manos, la herida de
la astilla que se había clavado la sangre ya coagulada
actuaba de tapón natural y había dejado de salir.
Evidentemente estaba convencido de que se hallaba en el interior
de un contenedor comercial. El reconocimiento resultó
positivo, en una de las paredes que palpó estaba la puerta
de acceso, era una puerta de doble hojas simétricas, lo
que le confirmó nuevamente sus primeras sospechas de que
la estancia era un contenedor, trató de empujarla con uno
de sus hombros para probar si podía abrirla con resultado
negativo, no cedió ni un milímetro.

De pronto se acordó de su compañera Eva,
¿qué habrá sido de ella? se preguntó,
¿habrá sido también raptada?, se
sintió impotente y responsable de haberla metido en alguna
clase de
lío, el la había invitado a viajar a aquel maldito
país. Se sentó por un momento en la única
silla, nervioso se mesó varias veces los cabellos, se
preguntó ¿cómo salir de allí?.

Se levantó de la silla y de nuevo se puso a reconocer
el recinto, en ésta ocasión se trataba de ver los
posibles objetos que pudiera hallar en su interior. Poca cosa
pudo ver, una pequeña mesita cerca de la silla, sobre
ella, algunas latas de alimentos en
conserva de apertura fácil, botellas de agua mineral y
unos rollos de papel higiénico, -Han pensado en todo-, se
dijo para si Carl. En una de las esquinas vio algunos objetos,
parecía basura
arrinconada, se acercó allí y apartó algunos
grasientos papeles de periódico
arrugados, polvo amontonado, cáscaras de algunas frutas,
un pedazo de lo que había sido una gruesa cuerda de
algodón, un alambre arrugado y una escoba,
era todo lo que allí había.

Pensó si gritando con fuerza podría atraer a
alguien que estuviera cerca del lugar o que transitara en aquel
momento por allí, desechó la idea, había
consultado su reloj y eran casi las tres de la madrugada,
aquellas horas la gente dormía y si alguien llegaba a
oír sus gritos, podía pensar que se trataba de
algún borracho irascible, abandonó esta
intención, recordó que llevaba un teléfono celular en el bolsillo, pero
comprobó que le habían quitado la batería.
Cogió una de las botellas de agua y la abrió,
echó un buen trago, la substancia que habían
utilizado para dormirle le producía sequedad en la boca y
garganta, intentó vanamente dormir tumbándose en el
suelo, pero el pensamiento de
lo que le hubiera podido ocurrir a Eva no se lo
permitía.

Alrededor de la seis de la mañana se apagó la
débil luz de la farola exterior, quedándose en la
más completa obscuridad, una hora después la luz
diurna comenzó a penetrar en el ambiente y pudo ver algo
mejor el lugar en el que se hallaba. Lanzó unos cuantos
gritos de :.

-¡¡HELP!!, ¡¡HELP!!,-

Infructuosamente, aguardó unos instantes para ver si
alguien acudía en su ayuda, nada ni nadie acudió.
La preocupación iba en aumento. Luego más tarde
comenzó a impacientarse, caminaba de un extremo al otro
del lugar dónde se hallaba, en una de las ocasiones
lanzó un fuerte puntapié a la puerta, oyó un
ruido metálico exterior, la esperanza acudió a su
mente, ¿qué habría producido aquel ruido?,
volvió a patear varias veces la puerta con todas sus
fuerzas, sin resultado alguno, se quedó de pié
pensativo mesándose la barbilla en medio del
pequeño recinto, cogió la silla y la acercó
al ventanuco de la parte superior de una de las hojas de la
puerta, se subió en ella e intentó ver el exterior,
le pareció ver la leva del cierre de la puerta algo
desprendida del lugar en el que debía alojarse cuando
ésta se halla en la posición de cerrada, no estaba
muy seguro de ello,
pues la estrechez de aquella pequeña ventana y la
posición en que se hallaba situada, no permitía ver
con ningún tipo de comodidad.

Pensó en ¿cómo poder terminar
de girar la leva del cierre que le permitiera abrir una de las
puertas?, no disponía de ningún tipo de
herramienta. Súbitamente se acordó de la escoba que
estaba tirada en un rincón del lugar, fue a por ella, de
nuevo subió a la silla, sacó con sumo cuidado, la
escoba por el ventanuco, sujetó el palo de la misma por
uno de sus extremos y pasó también al exterior el
brazo con la que la sostenía, comenzó a balancearla
para ver si atinaba a dar al objetivo para
que terminara de hacer el resto de recorrido de apertura que
precisaba, negativo, comprobó que no alcanzaba hasta el
punto de encuentro, masculló una serie de maldiciones,
retiró el brazo hacia el interior, pero al llegar la mano
a la altura del ventanuco se le escapó de la mano la
escoba, cayendo ésta al suelo del exterior. Una fuerte
rabieta se apoderó de él, se sentía un
inútil.

El día iba despertando y comenzaban a ser oídos
algunos ruidos procedentes de la cercana zona portuaria,
grúas levantando pesadas cargas, las carretillas
eléctricas transportando mercancías a los

camiones y demás, se oían muy atenuados desde el
interior de donde se hallaba Carl, pero algo le descubrió
a éste el lugar en el que le habían confinado; fue
el fuerte pitido de un carguero que anunciaba su partida del
puerto. Carl tan pronto oyó éste, supo que no se
hallaba lejos del restaurante dónde le habían
raptado. De nuevo volvió a gritar con toda la fuerza de
sus pulmones :

-¡¡HELP ME!!, ¡¡HELP ME!!-.

De nuevo infructuosamente, ninguna reacción desde el
exterior que tuviera indicios de haber sido escuchado.
Aguardó unos minutos y de nuevo repitió sus gritos
de socorro. No hubo reacción positiva desde el exterior.
Abandonó momentáneamente la solicitud de ayuda
externa mediante gritos.

Recordó la gruesa cuerda que había visto entre
el amasijo de escombros, fue a por ella, pero quedó
decepcionado cuando comprobó que no medía
más allá de un metro de longitud, recordó
que una gruesa cuerda, está formada por la unión de
varias de menor diámetro retorcidas formando una sola.
Intentó con las manos deshacerla, pero costaba
muchísimo, sus dedos, a pesar de poseer notable fuerza, no
podía deshilvanar aquel retorcido grupo de
cuerdas, ésta medía casi media pulgada de grosor,
se le ocurrió que mojándola quizás
ablandaría las hebras y le facilitaría poder
desenredarla, cogió la botella de agua que había
abierto para beber y roció uno de los extremos de la
cuerda, dejó unos minutos para que el algodón con
que estaba fabricada la cuerda, se embebiera y así se
ablandara, mientras el día iba aumentando en luz solar y
su visión habituada al ambiente lumínico de donde
estaba confinado, podía ver con mayor precisión el
interior del habitáculo.

Pasados unos cinco minutos volvió a intentar desmadejar
la cuerda, en esta ocasión tuvo algo más de suerte,
las primera hebras se habían ablandado lo suficiente como
para poder iniciar la operación que trataba efectuar, una
hora después había podido deshilacharla lo
suficiente y anudando un tramo con otro logró una cuerda
de unos tres metros de longitud, recordó que
también había un alambre, fue a por él y
fabricó una especie de anzuelo, fijando un extremo del
mismo en una de las puntas de la cuerda, Luego se subió
nuevamente en la silla, sacó la cuerda al exterior por el
ventanuco, pero en esta ocasión fue más cauto,
ató el extremo opuesto de la cuerda en la reja de forma de
cruz que el ventanuco tenía soldada en el marco de la
misma, quería evitar perder también la cuerda.

Sacó el brazo al exterior asiendo la cuerda e hizo que
ésta se balanceara suavemente de un lado para el otro
intentando "pescar" la leva del cierre del contenedor, en
infinidad de ocasiones el "anzuelo" de la cuerda rebotó
con su objetivo sin quedarse fijado, el brazo de Carl, estaba
fatigado y adormilado, ya que su axila se apoyaba en uno de los
quicios del ventanuco y le impedía la libre
circulación sanguínea del brazo. Desistió
por unos momentos del empeño y se sentó para
descansar en la silla algo desolado, no podía quitarse de
la mente a Eva.

Volvió a subirse a la silla para intentar de nuevo
alcanzar la maldita leva, otra vez pasó su brazo por la
abertura e inició el balanceo de la cuerda, en una de las
ocasiones le pareció que la cuerda o el anzuelo quedaban
trabados, dejaban de balancearse, intentó ver a
través del ventanuco si había tenido éxito,
el brazo le impedía ver con la suficiente claridad el
objetivo, le pareció que en esta ocasión
había tenido éxito, tiró suavemente pero con
firmeza de la cuerda, se oyó un pequeño chirrido,
como el que produce un cuerpo oxidado que inicie un movimiento, el
corazón
le dio un gran vuelco, al parecer el "anzuelo" se había
anclado en la dichosa leva y esta se había movido,
tiró un poco más y el chirrido fue ahora algo
más agudo, siguió tirando hasta que dejó de
oír el bendito chirrido.

CAPÍTULO XXVº

Sobre las ocho de la mañana, una furgoneta pintada de
color
marrón con letras doradas, paraba en la puerta del
hotel, el conductor bajó
llevando en la mano un sobre de plástico
blanco con las letras impresas de UPS.

-Traigo un paquete a nombre del señor Carl Bergman-,
dijo el hombre al
recepcionista.

-Un momento, por favor, voy a llamarle-, el recepcionista
llamó por teléfono a la habitación de Carl,
no obtuvo respuesta, insistió de nuevo sin
éxito.

-No está en su habitación, probaré con la
de su secretaria-.

-Señorita Rijens, hay un mensajero de UPS con un sobre
para el señor Bergman-.

-Ahora bajo a buscarle, un momento por favor-, dijo Eva.

Salió de la habitación sin apenas hacer ruido,
no quería que el serbio supiera de la llegada de aquel
sobre, ella sabía que se trataba de los documentos que
Carl esperaba de Berlín.

Bajó rápidamente por la escalera para no hacer
ruido con las puertas del ascensor, al llegar a recepción
el mensajero le pidió el número del pasaporte, al
no llevarle, tuvo que regresar de nuevo a su habitación y
cogerlo, regresó con todo el sigilo que pudo, le
mostró el pasaporte al empleado de la agencia, este
registró el número del mismo e hizo que Eva firmara
al pie del documento de entrega.

-Gracias señorita- dijo este entregándole el
sobre y marchándose.

Eva se puso el sobre bajo el brazo y subió
rápidamente a su habitación, lo abrió y
comprobó que otro sobre de color beige claro estaba
dentro, le sacó y rompió el precinto de lacre rojo
que Dieter había puesto en la solapa del mismo,
sacó algunos de los folios que contenía, los ojeo
para comprobar si se trataba de los documentos que Carl
aguardaba, efectivamente se trataba de ellos, los volvió a
introducir en el sobre y este en el de UPS, guardó el
mismo dentro del maletín de portafolios que Carl
había dejado a su cargo.

Alrededor de las diez, llamaron a la puerta, la abrió y
vio a aquel hombre que
casi la cubría, éste entró sin aguardar que
Eva le invitara hacerlo, se sentó en una silla cerca del
teléfono e invitó con un gesto a ésta a que
efectuara la llamada anunciada. Eva tomó una hoja de papel
del bolsillo de su chaqueta en el que habían anotados
algunos números de teléfonos y direcciones de
Internet.

Cogió el teléfono y marcó un
número local:.

-¿El señor Kieh?-, preguntó.

-¿Quién le llama?- dijo una voz femenina en un
irregular inglés.

-Dígale que le llama la secretaria del señor
Carl Bergman-.

Karoli asintió con la cabeza.

-Buenos días, ¿es usted la señorita Eva?-
preguntaron desde el otro lado del hilo. Era la voz de Kieh.

-Si señor Kieh, le llamo para informarle que mi jefe el
señor Bergman, tuvo que ausentarse ayer con urgencia, su
socio el señor Dieter, llegó ayer en el
último vuelo de París portando los documentos
que

ustedes están esperando, me pregunta si sería
hoy posible hacerles entrega de ellos para firmarlos y
registrarlos notarialmente, ya que debe regresar a Alemania con
cierta urgencia-.

-No se, debo preguntar en la notaría, pero pienso que
será factible, no obstante en una hora la llamo para
confirmarle, hasta luego-.

-Hasta luego-.

Karoli estuvo todo el tiempo
escuchando la conversación que mantuvo Eva con el
liberiano, había levantado el teléfono supletorio
que estaba en la mesita de noche de la habitación.

-Perfecto, dijo este, ahora solo es cuestión de
aguardar la llamada de esta gente. Voy a buscar el sobre que
contienen los documentos, los podremos dentro del maletín
de Bergman, para dar mayor viso de realidad-.

El serbio salió de la habitación y fue a buscar
el sobre. Eva estuvo tentada de llamar a Kieh y ponerle en sobre
aviso de los que estaba ocurriendo, pero no tenía tiempo
debería dar muchas explicaciones y el serbio podía
regresar en cualquier momento. Fue a por el maletín de
Carl, sacó el sobre, escondió en el un cajón
del armario el de plástico de UPS y a continuación
metió el sobre con los documentos en el fondo del
portafolios que tenía una tapadera que ocultaba lo que
había debajo de ella, confiaba poder efectuar un cambio de
documentos y entregar los de Carl sin que Karoli se
apercibiera.

Un par de minutos después regresó el serbio, Eva
temblaba. –Tenga- dijo este, -ponga el sobre en el
portafolios-. En este punto el corazón de la muchacha se
puso a latir con tal fuerza que parecía que fuera a
salirse del cuerpo.

Eva cogió el sobre que le tendía aquel horrible
sujeto, fue hasta donde estaba el portafolios le abrió y
lo puso dentro, cerrándolo a continuación con llave
que luego metió en uno de los compartimientos de su bolso,
intentó en todo momento ser lo más natural posible.
Karoli no observó nada de particular.

El serbio se marchó a su habitación diciendo
:-Señorita, en cuanto le llame el tal Kieh avíseme,
estaré en mi habitación todo el tiempo-.

-Le avisaré- respondió Eva.

Tan pronto se hubo marchado Karoli, Eva aseguró con
llave la puerta yendo luego directamente al portafolios, se le
había ocurrido una idea, aunque arriesgada podía
ser muy válida, se quedó un ratito
meditándola y valorando el riesgo que
corrían Carl y ella, pero al fin tomó una
decisión; volvió abrir el portafolios, sacó
los dos sobres, e intercruzó los documentos, en el sobre
de la AMR Co., , puso los documentos que el socio de Bergman
había enviado desde Berlín por courrier y, en el
otro, los documentos que había traido Karoli en mano de la
AMR, este último lo guardó debajo del
colchón de su cama. A Kieh, le serían entregados
los documentos de Bergam, el riesgo estaba en que el serbio no se
diera cuenta en ningún momento de la manipulación
que Eva había efectuado. Aunque no era creyente,
rogó a Dios para que no se diera cuenta del cruce. Luego
tomó su pequeño bloc de notas y de puño y
letra escribió : "No diga nada ahora, le llamaré
más tarde", doblo con sumo cuidado el papelito y lo
colocó en el interior del sujetador que llevaba
puesto.

CAPITULO XXVIº

Carl recogió la cuerda y empujó con un hombro la
puerta del contenedor, ésta cedió a la presión
que éste ejercía abriéndose unos cincuenta
centímetros con un sonoro chirriar, se situó de
perfil y salió al exterior, sentía una gran
sensación de libertad, no
obstante le quedaba el segundo escollo que vencer, el gran
portalón del local, se acercó a el con sumo
cuidado, no sabía si alguien de los que le habían
raptado estaba allí dentro, había suficiente luz
diurna ambiental para ver con cierta nitidez lo que le
rodeaba.

El portalón estaba cerrado con llave, trató de
empujar, no cedió ni un milímetro, con los nudillos
de uno de sus puños pegó contra la madera y
comprobó que estaba construido con tablas de considerable
grosor, no había rendijas el las que pudiera practicar
fuerza con alguna palanca para tratar de abrir una brecha,
retrocedió unos pasos y tomando impulso pateó la
puerta, pero fue inútil, era sólida como una roca
de granito.

Se dio la vuelta y pudo ver por donde penetraba la luz solar,
vio unos ventanucos en el fondo del local que asomaban por encima
del contenedor donde había estado
recluido, estas dos ventanas eran lo suficiente grandes como para
que un cuerpo humano
pudiera pasar a través de ellas, intentó subir
sobre el techo del contenedor, pero no alcanzaba a agarrarse en
uno de sus bordes para subir a pulso, recordó la silla del
interior en la que estuvo sentado, fue a por ella, la
acercó a uno de los laterales del contenedor y se
subió, agarrándose con ambas manos al borde de la
techumbre y con un fuerte impulso de sus piernas y brazos, se
plantó sobre éste.

Ambas ventanas tenían rejas metálicas de malla,
Carl se apoyó en una de ellas para comprobar la solidez y
la fijación al marco, éste era de madera y la malla
de la reja estaba sujeta al mismo con unos gruesos clavos curvos.
Bergman asió con ambas manos la malla y tiró hacia
si con fuerza y acto seguido la empujó, intentaba con este
brusco movimiento, comprobar si era factible arrancarla con sus
propios medios .

A través de las ventanas vio un sucio y solitario
callejón que transcurría perpendicular a la
posición que ocupaba el local donde se hallaba, justo en
aquellos momentos fue a pasar por allí una mujer con
atavío nativo, que llevaba un cesto en la cabeza, Carl
pensó que podía ser su salvación,
trató de llamar su atención con un fuerte grito de socorro
"Help me, please", la mujer
oyó el grito se dio la vuelta para mirar de donde
procedía pero al no ver nada siguió su camino,
posiblemente no hablaba inglés y no pudo entender el
significado del grito, Bergman repitió algunas veces
más éste, pero la mujer se dio la vuelta y se
marchó, la desolación cayó sobre el.
Temía que regresaran sus raptores y pudieran hacerle
algún daño.
Debía salir de allí como fuera. Pasada una media
hora Eva recibió la llamada de Kieh.
–Señorita, en unos treinta minutos les vendrá
a buscar un auto oficial, en el despacho del señor
subsecretario tendremos al notario para autentificar los
documentos-.

-Bien, gracias, les estaremos aguardando en la puerta del
hotel-.

Eva llamó a Karoli por teléfono
–Señor Karoli, en unos treinta minutos nos
pasarán a recoger-.

-¿Le han dado la dirección de dónde vamos
a ir?-, preguntó este.

-Si, vamos a ir a la oficina del
subsecretario Mouwé en el Ministerio, me han dicho que
allá tendrán un notario para autentificar la
documentación-.

-Perfecto, vamos allá-, dijo Karoli mientras colgaba el
teléfono.

Eva se puso un traje sastre color azul marino con
pantalón, acompañándolo con una blusa
camisera blanca, recogió su rubia cabellera en un
moño que hizo con mucha habilidad, era un estilo de
peinado muy clásico, en las peluquerías europeas le
solían conocer como: estilo Grace Nelly. Se miró en
el espejo para comprobar su estado, súbitamente le vino a
la mente la situación de Carl, se reprochó todo
cuanto estaba haciendo, le entraron ganas de ir al aeropuerto,
tomar el primer avión y desaparecer de allí, pero
el afecto que comenzaba a sentir por Carl le impedía
hacerlo y dejarle al albor de las circunstancias.

Hizo de tripas corazón, cogió el portafolios por
el asa y salió decidida de su habitación.

Al salir y mientras cerraba la puerta con llave, una
férrea mano la cogió por uno de sus brazos, se
giró sobresaltada y vio a Karoli sonriendo, -¿no la
habré asustado verdad?- dijo este con cierta sorna.

-Pues si, me ha asustado usted-, se atrevió a
decir.

-No era mi intención, solo pretendía ser
amable-.

Eva estaba decidida a vencer el miedo que le infundía
aquel individuo.
–Pues no se que debe hacer usted cuando intenta ser
desagradable con alguien- osó decirle.

Bajaron por la escalera, al final de ella Karoli le dijo
–señorita, ¿ha comprobado usted si lleva
consigo los documentos?.

A Eva el corazón le dio un vuelco, pero pensó
que había decidido vencer el pánico,
se detuvo un momento abrió al portafolios y mostró
el sobre a Karoli. Este sonrió e hizo con la mano un
ademán como queriendo decir "no es necesario".

Aguardaron un par de minutos en la puerta del hotel hasta que
llegó un automóvil Mercedes Benz, negro, con el
banderín de distintivo oficial plegado sobre uno de los
guardabarros delanteros, el conductor bajó del auto para
abrirles las puertas.

En un corto recorrido de poco más de diez minutos
llegaron a la puerta del Ministerio, el chófer les
abrió de nuevo las puertas y les acompañó
hasta cruzar la puerta de entrada, allá les aguardaba una
linda secretaria que con gran amabilidad les condujo hasta la
antesala del despacho del subscretario. Aguardaron en ésta
unos minutos hasta que llegó Samuel Kieh, éste les
invitó a entrar en la oficina del subsecretario.

Entró Kieh en primer lugar seguido de Eva y Karoli, el
subsecretario se levantó y acudió a ellos para
saludarles, -Señorita Rijens, gusto en verla de
nuevo-.

_¿Cómo está usted?, le presento al
señor Dieter socio del señor Carl Bergman que ya
usted conoce-, dijo con voz algo trémula.

Este estrechó la mano de Karoli diciéndole:.
–Sea usted bienvenido, lamento que el señor Bergman
haya tenido que ausentarse tan precipitadamente-.

Karoli, le dio la mano y se excusó en nombre de su
"socio", -Tuvo que marchar urgentemente para atender un negocio
que merecía indispensablemente su presencia, espero que mi
presencia no turbe en absoluto el acto-.

-En absoluto, ya que solo se precisa de la intervención
del notario de nuestro país para refrendar y registrar lo
que ustedes ya hicieron-, añadió el
subsecretario.

Eva aprovechó este momento de distracción para
sacar la nota que había escrito, se acercó a Kieh y
se la puso en la mano diciéndole: -No la lea ahora,
hágalo luego, cuando nos vayamos-. El corazón le
latía a mil por hora, por fortuna Karoli no
apercibió este movimiento.

-¿Traen ustedes los documentos consigo?,
preguntó Mouwé.

-Si, aquí están-, dijo Eva sacando el sobre del
portafolios y entregándolo al subsecretario, éste
lo pasó al notario que estaba sentado en una mesita
adjunta a la del político. Mientras el notario efectuaba
su trabajo, Kieh,
Eva y Karoli hablaban sobre algunas de las particularidades del
país.

El notario autentificó los documentos, acto seguido los
guardó en su maletín y levantándose se
dirigió al subsecretario diciéndole : –
Señor Mouwé, me llevo los documentos para
asentarlos en el registro y se los
devolveré en unos días, sepan que a partir de este
momento tienen total vigencia y pueden ser operativos dentro de
la más estricta legalidad-.
Frase que satisfizo a Karoli.

Mouwé ordenó que trajeran a su despacho unos
refrescos para obsequiar a los visitantes, a Karoli parecieron
entrarle las prisas, sin venir a cuento, se
dirigió a Eva diciéndole : -Señorita Eva,
lamentablemente y sintiéndolo en el alma, debemos
despedirnos de estos señores ya que tengo un vuelo para
dentro de un par de horas, debo despedir el hotel, hacer el
equipaje y trasladarme al aeropuerto y, como usted sabe no puedo
perderlo bajo ningún concepto-.

El subsecretario y Samuel Kieh se quedaron algo sorprendidos
por la salida inesperada del serbio, no obstante disimularon su
sorpresa y levantaron la reunión, el mismo
automóvil que les fue a buscar les retornó al
Hotel.

Ya en el lobby, Eva le
pidió la llave y la dirección de donde Karoli
había encerrado a Carl, éste con cierto aire de aspereza
le contestó: -Luego, cuando me marche al aeropuerto le voy
a dar lo que le prometí a usted-.

Eva insistió contestándole que había
hecho cuanto le ordenó, pero Karoli, se dio la vuelta y
subió escaleras arriba sin darle ningún tipo de
explicación.

La muchacha se quedó sorprendida e intranquila, al
mismo tiempo que sentía un odio irrefrenable hacia aquel
individuo, de tener en aquel momento un arma, probablemente la
hubiese utilizado contra aquel.

Subió en el ascensor y entró en su
habitación rebosante de ira, cerró con llave, y fue
directamente al teléfono, llamó al número de
Kieh, en aquel momento estaba ocupado, aguardó un par de
minutos, en ésta ocasión tuvo mayor fortuna.

-Diga-, oyó.

-Señor Kieh, soy Eva Rijens-.

-Dígame señorita, me ha sorprendido un poco su
misteriosa nota y esperaba intrigado su llamada-.

-Verá, no se como empezar a explicarle, pero necesito
urgente de su ayuda-. –El hombre que ha venido conmigo al
ministerio, no es quien ustedes creían que era. Este
individuo ha raptado al señor Bergman suplantándolo
bajo amenazas y, lo ha encerrado en algún lugar de la
ciudad de Monrovia, el traía unos documentos
idénticos a los que ustedes tienen ahora en su poder, la
única diferencia con los que el llevaba, eran el nombre de
la sociedad, del
gerente y los
socios de la misma, en una palabra, se trataba de efectuar una
suplantación documental, no me pregunte los medios y los
motivos por los que los obtuvieron, es muy largo de explicar, yo
he tenido la oportunidad de cambiarlos por los auténticos
del señor Bergman y son los que les he entregado, temo
seriamente por la vida del señor Bergman, señor
Kieh estoy rogándole su ayuda, usted es un hombre
importante en el país, tiene poder para ello-.

-No se preocupe-, respondió Kieh sorprendido,
-¿Está este hombre en el hotel
todavía?-.

-No se, es posible que todavía esté, el me dijo
que si cumplía todo cuanto me dijo, me entregaría
la llave y la dirección de donde encerró al
señor Bergman y, en cuanto se la he pedido, no ha querido
hacerlo, lo cual me hace pensar en lo peor-.

-¿Cómo se llama el individuo?-

-Creo que Karoli, pero no se más de él-.

-Bien no se preocupe, quédese en la habitación
del hotel a la espera de mis noticias, voy
a bloquear todas las salidas de la ciudad y controlaremos todos
los pasajeros del aeropuerto, no debe preocuparse, encontraremos
al señor Bergman, ahora voy a colgar, si el individuo
aparece por su habitación salga de ella y trate de
llevarle al lobby, ahora mismo le enviaré dos
policías de paisano para que la protejan, hasta luego-,
dijo colgando.

Eva se sentó agotada en una silla, era un agotamiento
psíquico provocado por la gran tensión que estaba
soportando.

Algunos minutos después sintió un ruido que le
pareció próximo a su puerta, se acercó a
ella y la abrió lentamente, nadie en el pasillo, al volver
a cerrarla vio en el suelo un objeto, abrió de nuevo y se
agachó para cogerlo, era una llave de dimensiones
considerable envuelta con un pedazo de papel manuscrito, este
decía, ¡¡aquí tiene la llave prometida,
búsquelo!!. Nada decía del lugar de donde
podía hallar a Carl.

Cogió el teléfono y llamó de nuevo a
Kieh, llamaron a la puerta, sintió un sobresalto,
pensó que no fuera Karoli, colgó de nuevo el
auricular y fue a atender la puerta, al abrirla se
encontró con dos hombres de negros y fornidos, uno de
ellos preguntó:. -¿Es usted la señorita
Rijens?-.

-Si, soy yo-.

-No debe preocuparse por su seguridad
señorita, nos envía el señor Kieh,
pertenecemos al cuerpo de policía estatal, estaremos
permanentemente controlando a quien se pueda acercar a su puerta
o a usted, abajo en el Lobby estará mi compañero
supervisando a la gente que entre y salga del hotel, ya hemos
advertido al personal de
recepción que nos avisen discretamente si aparece el
individuo, ¿Puede usted describirlo?-.

-Pasen por favor, ahora mismo iba a llamar al señor
Kieh, el individuo me dejó una llave con una nota e iba
comunicárselo-.

-Permítanos ver esa llave y la nota- dijo uno de los
agentes.

-Eva les entregó ambos objetos-.

-Mientras lo inspeccionamos puede usted llamar al señor
Kieh, dígale que ya estamos con usted-.

Eva cogió el teléfono e informó a Kieh,
aprovechó para darle las gracias. –No debe
dármelas, ha sido usted muy valiente y no dude que
encontraremos al señor Bergman-.

-Gracias una vez más-.

-Señorita, hemos inspeccionado la llave-, dijo uno de
los agentes, -se trata de una cerradura bastante antigua, el tipo
y dimensión de ésta así lo indica
claramente. Quiere ello decir que la búsqueda del
señor Bergman deberá efectuarse en la zona antigua
de la ciudad-.

-Dios les oiga, encuentren al señor Bergman los
más rápidamente posible, no se en que condiciones
lo haya podido dejar éste desalmado-. –Respecto al
individuo, solo se que se llama Karoli, por su apariencia
física
debe ser centroeuropeo, es muy alto, quizás sobrepase un
metro noventa de altura, fornido, pelo de color castaño
cortado muy corto, al cepillo, viste hoy un pantalón
oscuro y camisa de manga corta blanca, lleva encima una chaqueta
deportiva de color azul claro, aparenta unos cuarenta y cinco
años habla un inglés aceptable con un fuerte acento
centroeuropeo, como si fuera de origen, yugoslavo o checoslovaco,
y puede que vaya armado-.

-Lo tendremos en cuenta, gracias-. –Mi compañero
ahora registrará la habitación que este individuo
ocupó-.

CAPÍTULO XXVIIº

Carl bajó del techo del contenedor y de nuevo
intentó encontrar algo en el local que pudiera forzar el
portalón o la reja que daba al callejón posterior.
Se fijó en que del techo del local pendían algunas
bombillas, luego descubrió un interruptor de luz junto al
marco de madera del portalón. Hizo girar el mismo y las
lámparas se encendieron, ahora tendría una mejor
visión de todo el interior.

Se le ocurrió registrar sus pertenencias personales, no
le faltaba nada, ni tan siquiera su valioso reloj y encendedor de
oro, eso le
hizo descartar que el rapto hubiese sido por motivo de robo,
luego pensó en la posibilidad de que el rapto tuviese
relación con el negocio que estaba tratando con Kieh y el
subsecretario, también le pasó por la mente si
fueron éstos los que le hubiesen hecho raptar, pero se
preguntó ¿por qué?, no veía la
finalidad. Pero ahora necesitaba salir de allí, encontrar
a Eva y esclarecer lo ocurrido, pero desde luego desde
allí dentro nada podría hacer.

Ahora con mejores condiciones de luz, volvió a
registrar el local, en un rincón distinguió un
montón de hilachos grasientos, de los que los
mecánicos suelen utilizar para limpiarse las manos y las
piezas que sacan de algún motor aceitoso,
el local posiblemente fuera un ocasional taller de
reparación mecánica, fue apartando del montón
aquellos sucios hilachos, confiaba poder encontrar alguna
herramienta olvidada, tocó algo metálico y pesado
enredado con los grasientos hilachos, apartó estos y
encontró un pequeño y viejo y herrumbroso gato
hidráulico, que habría sido utilizado probablemente
en sus tiempos, para levantar algún automóvil
cuando necesitaría sustituir alguna de sus ruedas
averiada.

Se quedó mirando aquella herramienta unos instantes, se
preguntó si todavía estaba en condiciones de uso,
quizás fuera su salvación, comenzó a
estudiarla, la válvula de accionamiento manual que
cerraba el circuito hidráulico, milagrosamente
todavía actuaba. Se le presentó otro problema,
necesitaría de una palanca para activarlo, no muy larga
para que pudiera accionar la bomba de presión del circuito
interior, y éste presionara el eje o pistón de la
herramienta. Dejó a un lado el gato y se puso a buscar
algún objeto rígido con que pudiera hacer actuar
aquella herramienta.

No halló nada con que poder hacer trabajar aquella
pequeña y sencilla herramienta. Se le ocurrió
probar fortuna desmontando una de las barritas de madera que
tenía el respaldo de la silla que sus raptores le
habían dejado para que pudiera sentarse, afín de
utilizarla como palanca que accionara el gato. Afortunadamente la
silla no era excesivamente resistente y pudo desencajar una de
ellas, la insertó en el alojamiento que la bomba
tenía a propósito, cerró la válvula
de descarga e inició el movimiento de arriba a bajo,
surtió efecto, aquel ingenio a pesar de los años
que tenía, todavía funcionaba, detuvo el bombeo y
se subió de nuevo al techo del contenedor llevando el gato
consigo.

Aplicó un extremo de la herramienta al quicio de la
ventana y el otro a la reja, comenzó a mover la palanca
arriba y abajo para que la bomba comenzase a ejercer
presión sobre el émbolo y éste a su vez
empujase el pistón hacia el exterior. Efectuaba estos
movimientos de balanceo de la palanca, con lentitud y con sumo
cuidado, no podía permitir que se le partiera la palanca
de madera y con ello dejar de poder actuar la bomba. Por unos
minutos el eje fue saliendo del interior de la herramienta, hasta
llegar a la reja, en éste punto, tuvo que triplicar la
fuerza que ejercía sobre la palanca, era un momento
crítico, pues no sabía si la madera de la palanca
resistiría aquel sobreesfuerzo. Bombeó ahora con
mayor lentitud y cuidado, la reja comenzó a producir
algunos leves crujidos, por fortuna para Carl, la agobiante
humedad del país, había actuado en su favor, los
materiales
utilizados para la construcción y en este caso para la
fijación de la reja, a través de los años y
debido al clima,
habían hecho perder dureza y cohesión en las
argamasas o cementos utilizados, quedando estos en un estado de
casi descomposición.

Uno de los puntos de fijación de la reja con la ventana
cedió, entonces Carl paró de accionar la bomba
asiendo con ambas manos la parte de la reja que se había
soltado de la pared. Tiró con todas sus fuerzas, la reja
cedió en otro de sus puntos de fijación, pero
insuficiente para que el cuerpo de Bergman pudiera pasar.
Siguió tirando con todas sus fuerzas, sabía que si
lograba arrancarla sería su salvación, al fin se
soltaron el resto de fijaciones y toda la reja se le vino encima,
no estaba preparado para esta eventualidad y embestida, debido a
ello, dio unos pasos atrás algo desequilibrado, con tan
mala fortuna que se cayó de lo alto del contenedor al
suelo, desgraciadamente se torció uno de sus tobillos, se
levantó cojeando y aplicó todos sus esfuerzos en
volver a subir de nuevo al techo del contenedor para poder salir
al callejón por la ventana.

Después de varios intentos, a pesar del dolor que
sentía en su tobillo, logró de nuevo auparse hasta
el techo, se asomó por la ventana y pudo ver con toda
claridad el callejón, oyó algunos de los ruidos
propios del puerto, esto le animó, trató de
descolgarse de la ventana al callejón, le costó
mucho poder hacerlo, estaba mermado de fuerzas y su tobillo
dañado ahora se le estaba hinchando y le dolía
mucho más que al principio, finalmente se descolgó
y se dejó caer, la altura era muy poca algo más de
un metro y cincuenta centímetros, que en circunstancias
normales no era nada, pero en su estado le pareció que era
un abismo. Procuró que el impacto con el suelo lo
soportara su tobillo bueno, pero a pesar de todo el dañado
también impactó levemente haciéndole que
casi aullara de dolor.

Se levantó apoyándose en una de las paredes de
la callejuela e inició a andar lentamente intentando no
apoyarse con el pie dañado, caminar hasta la esquina
más cercana le costó algo más de cinco
minutos, el tobillo se le iba inflamando por momentos y el pie
casi no le cabía dentro del zapato. La esquina de la
callejuela desembocaba a otra calle más ancha y transitada
que llevaba directamente al puerto. Carl se sentó en el
suelo, estaba agotado, especialmente debido a que solo
podía andar utilizando una sola pierna , se
sobre-esforzaba para desplazar los ochenta kilos de peso de su
cuerpo.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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