Introducción
En el presente trabajo se
hace una descripción del Concepto de
Inteligencia
Emocional (IE), donde se describe cual ha sido el desarrollo del
mismo, su característica y la evaluación
de la IE. Finalmente, se retoma la propuesta de varios autores
para el futuro de la Inteligencia
Emocional.
1. Inteligencia
Emocional
El concepto inteligencia emocional apareció por
primera vez desarrollado en 1990 en un artículo publicado
por Salovey y Mayer. No obstante, quedó relegado al olvido
durante cinco años hasta que Daniel Goleman,
psicólogo y periodista americano con una indudable vista
comercial y gran capacidad de seducción y de sentido
común, convirtió estas dos palabras en un
término de moda al publicar
su libro
Inteligencia emocional en 1995 (Goleman, 2004)). La tesis
primordial de este libro se resume en que necesitamos una nueva
visión del estudio de la inteligencia humana más
allá de los aspectos cognitivos e intelectuales
que resalte la importancia del uso y gestión
del mundo emocional y social para comprender el curso de la vida
de las personas. Goleman (2004) afirmo que existen habilidades
más importantes que la inteligencia académica a la
hora de alcanzar un mayor bienestar laboral, personal,
académico y social. Esta idea tuvo una gran resonancia en
la opinión pública y, a juicio de autores como
Epstein (1998), parte de la aceptación social y de la
popularidad del término.
Sobre los conocimientos actuales que se tiene del tema a
tratar, recientemente se han investigado los efectos que una
adecuada inteligencia emocional ejerce sobre las personas
(Extremera y Fernández-Berrocal, 2004).
Diferentes autores, como Bar-On (1997), Cooper y Sawaf
(1998), Shapiro (1997), Goleman (2004) y Gottman (1997),
publicaron aproximaciones al concepto de lo más diversas,
propusieron sus propios componentes de la Inteligencia emocional
y elaboraron herramientas
para evaluar el concepto. Aunque la mayoría de ellos
discrepa en las habilidades que debe poseer una persona
emocionalmente inteligente, todos están de acuerdo en que
estos componentes, le hacen más fácil y feliz su
vida. Los autores Extremera y Fernández-Berrocal (2004),
enfatizan una definición más concisa, que delimita
a la Inteligencia emocional como: "la habilidad para percibir,
asimilar, comprender y regular las propias emociones y la de
los demás promoviendo un crecimiento emocional e
intelectual" (Mayer y Salovey, 1997, p.10).
Hasta finales de la década pasada y comienzos de
la actual se empezaron a dar los primeros pasos firmes en la
constatación empírica de los efectos que una buena
Inteligencia Emocional puede ejercer sobre las personas. En
general, los primeros trabajos se encaminaron a examinar el
constructo de Inteligencia Emocional, se centraron en el
desarrollo teórico de modelos y la
creación de instrumentos de evaluación rigurosos
(Mayer, Caruso y Salovey, 1999; Salovey, Woolery y Mayer, 2001).
En la actualidad, existe suficiente base teórica y se han
desarrollado las herramientas necesarias para examinar de forma
fiable la relación de este concepto con otras variables
relevantes, tanto en experimentos de
laboratorio
como en estudios de campo. De hecho, la línea de investigación vigente se centra en
establecer la utilidad de este
nuevo constructo en diversas áreas vitales de las
personas, con el objetivo de
demostrar cómo la Inteligencia Emocional determina
nuestros comportamientos y en qué áreas de nuestra
vida influye más significativamente (Extremera y
Fernández-Berrocal, 2004).
Recientemente, la literatura ha mostrado que
las carencias en las habilidades de la Inteligencia Emocional
afectan a los estudiantes dentro y fuera del contexto escolar.
Aunque, la mayoría de los estudios han sido realizados con
muestras de estudiantes universitarios, cada vez más
están aflorando los trabajos empíricos realizados
con adolescentes
(Ciarrochi, Chan y Bajgar, 2001; Fernández-Berrocal,
Extremera y Ramos, 2003a; Liau, Liau, Teoh y Liau, 2003; Trinidad
y Johnson, 2002). En un trabajo realizado por Extremera y
Fernandez-Barrocal (2004), encontraron cuatro áreas
fundamentales en las que una falta de Inteligencia Emocional
provoca o facilita la aparición de problemas
entre los estudiantes. De forma resumida, los problemas del
contexto educativo asociados a bajos niveles de Inteligencia
emocional serían cuatro:
- Déficit en los niveles de bienestar y ajuste
psicológico del alumnado. - Disminución en la cantidad y calidad de
las relaciones
interpersonales. - Descenso del rendimiento
académico. - Aparición de conductas disruptivas y
consumo de
sustancias adictivas.
Las formas más comunes de evaluar la Inteligencia
Emocional son las de autoinformes y las de medidas de habilidad
(Extremera y Fernández-Berrocal, 2003a). Los autoinformes
son cuestionarios que el propio alumno contesta reflejando su
percepción sobre sus propias habilidades.
Uno de los cuestionarios más utilizados en la
investigación ha sido el Trait Meta-Mood Scale (TMMS)
desarrollado por Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai (1995)
y del que existe una versión reducida y adaptada a la
población española, el Trait
Meta-Mood Scale-24 (TMMS-24), (Fernández-Berrocal,
Extremera y Ramos, 2003a), que evalúa los niveles de
inteligencia emocional intrapersonal mediante tres factores:
atención a los sentimientos, claridad
emocional y reparación de los estados de ánimo. Las
medidas de habilidad más utilizadas han sido el
Multifactor Emotional Intelligence Scale (MEIS), (Mayer, Caruso,
y Salovey, 1999;) y el más reciente el Mayer Salovey
Caruso Emotional Intelligence Test (MSCEIT),
(Mayer, Salovey, Caruso, y Sitarenios 2000).
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