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Pierre Teilhard de Chardin (página 2)




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3.0 Principales obras

El fenómeno Humano: Escrita en 1950 y
publicada hasta después de su muerte. Obra
donde se narra su pensamiento
filosófico acerca del origen del
hombre

Otras obras expuestas por el Sacerdote Jesuita
Chardin son las siguientes:

  • La Aparición del Hombre
    (1956)
  • Cartas de un viajero (1956)
  • El grupo
    zoológico humano (1956)
  • La Visión del Pasado (1957)
  • El Medio Divino (1957)
  • El Futuro del Hombre (1959)
  • La Energía Humana (1962)
  • La Activación de la Energía
    (1963)
  • El Lugar del Hombre en la Naturaleza
    (1965)
  • Ciencia y Cristo (1965)
  • Cómo creo (1969)
  • Las Direcciones del Futuro (1973)
  • Escritos del Tiempo de la
    Guerra
    (1975)
  • El Corazón
    de la Materia
    (1976)

Obtenido de
"http://es.wikipedia.org/wiki/Pierre_Teilhard_de_Chardin"

4.0
Conciliación de la teoría
creacionista con la teoría evolucionista.

Según Chardin El punto Alfa es el inicio de la
evolución.

La evolución es la manera de crear de Dios, que
tiene una finalidad, y que todo tiene una conciencia o
interioridad que se incrementa exponencialmente y apunta hacia la
conciencia suprema, el Punto Omega, Dios.

El filósofo Teilhard de Chardin en su
teoría evolutiva dice que la próxima etapa
evolutiva del hombre será, cuando el hombre
llegue desde el Alfa hasta el Omega (su
cristificación).

La teoría de Teilhard de Chardin sobre la
cosmogénesis está basada en la filosofía
vitalista de Henri Bergson, particularmente en su libro "La
Evolución Creadora".
La visión de Teilhard combina teología y ciencia en una
perspectiva unificadora y coherente que sintetiza la Fe Cristiana
y la Teoría de la Evolución.
Para Teilhard la evolución es un proceso
dirigido e iniciado por el espíritu de Dios en el Universo, una
Creación continua y permanente, que comienza incluso desde
el nivel de las partículas subatómicas, ascendiendo
a niveles cada vez más altos de complejidad, y
paralelamente, desarrollando espacios más profundos de
consciencia.
Según esa Ley de
Complejidad-Consciencia, las formas de vida emergen como
resultado de la asociación de distintos procesos
químicos armonizados, los cuales representan a su vez un
proceso de cognición o aprendizaje, de
acumulación de información adaptativa. Esto forma parte de
un esbozo teórico que Teilhard llamó
"Hiperfísica", que estudiaría la energía
vital o espiritual en acción
dentro de la materia.
La figura de Cristo, la encarnación de Dios en la materia
del cuerpo humano,
es el símbolo que Teilhard usa para designar el proceso en
el que la inteligencia
suprema se desarrolla poco a poco en el seno de la materia, en
dirección a la completación suprema,
el Punto Omega, donde materia y espíritu serán una
sola cosa, presente y visible en el mundo

Teilhard de Chardin acepta como validas las dos
teorías: Creacionista y Evolucionista, a
pesar que era un sacerdote jesuita (que por defecto debe creer en
la teoría creacionista) no quiso aceptar que el hombre
surgía solo de la teoría creacionista, entonces
hizo su investigación para conciliarlas y tomar las
dos teorías como ciertas

La conciliación de la teoría
creacionista con la teoría evolucionista es la
siguiente:

*Dios es el Alfa (es decir el principio de
todo)

*Dios procedió a crear la materia

*Esta materia evoluciona (se transforma)

*Nuevamente Dios vuelve a intervenir, y le da a la
materia un alma, entonces
con esta alma surge el hombre (surge la vida)

*Después de surgir el hombre, este debe irse
perfeccionando poco a poco; y es el punto en el cual converge
toda la humanidad en la actualidad

*Cuando este alcance su máximo perfeccionamiento
este culminará en el punto máximo de
perfeccionamiento (perfeccionamiento de los cosmos) y llegara al
final de su perfeccionamiento; es decir el punto Omega que
significa el punto final y máximo de
perfeccionamiento.

En el siguiente esquema se explica en resumen lo
expuesto anteriormente:

Dios interviene tres veces durante el proceso del
surgimiento del hombre:

-La primera vez, fue cuando creo la materia

-La segunda vez, fue cuando a la materia le dio un alma,
que posteriormente surge la vida (el hombre)

-La tercera vez, será cuando el hombre haiga
alcanzado su máxima perfección

El proceso evolutivo actúa dos veces durante
el surgimiento del hombre:

-La primera fue cuando una vez creada la materia esta
evoluciona

-La segunda es que luego que fue creado el hombre a
través de una alma (dada por dios), el hombre
continúa evolucionando hasta converger en el punto
máximo de perfección (punto de Omega)

5.0 Apéndice: "El fenómeno
humano"

La esencia del fenómeno humano

      Desde la
época en que este libro fue compuesto no varió en
mí la intuición que intento expresar. En conjunto,
continúo viendo al Hombre de la misma manera que cuando
escribía estas páginas por primera vez. Y, no
obstante, esta visión de fondo no ha quedado, no
podía quedar inmóvil. Como consecuencia de la
profundización irresistible de la reflexión, de la
decantación y ordenación automática de las
ideas asociadas, del acceso a hechos nuevos, de la necesidad
continua, también, de ser mejor comprendido, algunas
formulaciones y articulaciones
nuevas se me han aparecido de una manera gradual desde hace ya
diez años, y ellas tienden a despejar y a simplificar, a
la vez, las líneas maestras de mi antigua redacción.

      Es esta esencia no
cambiada, pero repensada, del Fenómeno humano, la
que creo útil, a la manera de un resumen o
conclusión, presentar aquí bajo la forma de tres
proposiciones encadenadas, tal como siguen: 

A) Un mundo que se enrolla o la ley cósmica de
complejidad-Conciencia

 Últimamente nos hemos familiarizado, de
acuerdo con las escuelas astronómicas, con la idea de un
Universo que,
desde hace varios miles de millones de años
(¡solamente!), se iría expansionando en galaxias a
partir de una especie de átomo
primordial (1). Esta perspectiva del Mundo en estado de
explosión se discute todavía; sin embargo, a
ningún físico se le ocurriría la idea de
refutarla por estar entreverada de filosofía o de
finalismo. No es desdeñable el tener este ejemplo ante los
ojos para comprender, a la vez, la envergadura los límites y
la perfecta legitimidad científica de los puntos de vista
que propongo aquí. En efecto, reducida a su meollo
Más puro, la sustancia de las largas páginas que
preceden, conduce por completo a la afirmación de que, si
el Universo se nos aparece desde el punto de vista sideral como
en vías de expansión espacial (del Ínfimo a
lo Inmenso), de la misma manera, y aun de forma más clara,
se presenta ante nosotros, desde el punto de vista
físico-químico, como en vías de
enrollamiento, orgánico sobre sí mismo (del
más simple al más extremadamente complicado), y
este enrollamiento particular de «complejidad» se
halla ligado experimentalmente a un aumento correlativo de
interiorización, es decir, de psyché o
consciencia.

      La relación
estructural que aquí destacamos entre complejidad y
consciencia resulta ser experimentalmente irrefutable y conocida
desde siempre dentro del estrecho dominio de
nuestro planeta (el único en el cual podemos aún
hacer Biología). Lo que confiere originalidad a
la posición adoptada en este libro que presento es la de
situar en el punto de partida la idea de que esta propiedad
particular que poseen las sustancias terrestres de vitalizarse
más y más por medio de una complicación
progresiva no es más que la expresión local de una
deriva tan universal (y sin lugar a dudas, todavía
más significativa) como aquellas otras, ya identificadas
por la Ciencia,
que arrastran a las capas cósmicas no sólo a
disponerse explosivamente como una onda, sino también a
condensarse corpuscularmente bajo las fuerzas
electromagnéticas y de gravedad, o aun a desmaterializarse
por radiación,
estando estas diversas derivas, de manera muy probable (un
día llegaremos a reconocerlo), conjugadas estrictamente
entre sí.

      Si ello es
así, ya se ve que la consciencia, definida
experimentalmente como el efecto específico de la
complejidad organizada, desborda con mucho el intervalo
ridículamente pequeño dentro del cual llegan a
poder
discernir nuestros ojos. 

        Por una
parte, en efecto, incluso allí en donde los valores de
complejidad muy pequeños o incluso medianos nos la hacen
imperceptible (quiero decir a partir y por debajo de las mega
moléculas), estamos llevados de manera lógica
a conjeturar la existencia rudimentaria en el seno de cualquier
corpúsculo (al estado infinitamente pequeño, es
decir, infinitamente difuso) de una cierta psyché,
de la misma manera, exactamente, como el físico admite y
aun podría calcular los cambios de masa (completamente
inalcanzables por medio de la experiencia directa) que se
producen en el caso de movimientos lentos.

      Por otra parte,
allí precisamente, dentro del seno del Mundo en donde, por
causa de circunstancias físicas diversas (temperatura,
gravedad), la complejidad no llega a alcanzar aquellos valores de
acuerdo con los cuales una radiación de consciencia no
podría afectar a nuestros ojos, nos haría pensar
que las condiciones, al convertirse en favorables, darían
lugar a que el enrollamiento, detenido de manera
momentánea, reemprendiera inmediatamente su marcha hacia
adelante.

      El Universo,
observado en la dirección de su eje de Complejidades, digo
bien, se halla en su conjunto y en cada uno de sus puntos, en una
continua tensión de repliegue orgánico sobre
sí mismo, y, por tanto, de interiorización. Lo que
equivale a decir que, según la Ciencia, la Vida se halla
desde siempre en estado de presión
por todas partes, y que allí en donde alcanzó a
germinar de manera apreciable, nada pudo impedirle el extremar
hasta el máximo aquel proceso del cual ella misma
había salido.

      Así es, pues,
dentro de este medio cósmico activamente convergente,
donde hay que situarse, según mi modo de ver, si se quiere
hacer resaltar con todo su relieve y
explicar de una manera plenamente coherente el Fenómeno
humano

B) La primera aparición del hombre o el paso
individual de la reflexión

  El Universo en vías de enrollamiento,
considerado en sus zonas pre reflexivas (2), con el objeto de
superar la improbabilidad de las ordenaciones que conducen a
unidades de tipos cada vez más complejos, progresa paso a
paso a fuerza de
millares y millares de ensayos. Es
este procedimiento de
tanteos, combinado con el doble mecanismo de reproducción y de herencia (que
permiten almacenar y mejorar aditivamente, sin disminución
o incluso con acrecentamiento del número de individuos
comprometidos, las combinaciones favorables una vez obtenidas),
el que da lugar al extraordinario conjunto de líneas
vivientes que forman lo que yo llamé más arriba el
«Árbol de la Vida», pero que podría
también ser comparado perfectamente a un espectro de
dispersión, en el que cada longitud de onda
correspondería a un matiz particular de consciencia o
instinto.

      Observados desde un
ángulo determinado, los diversos radios de este abanico
psíquico pueden parecer, y de hecho así son
considerados todavía por la Ciencia, como equivalentes
desde el punto de vista vital; es decir, tantos instintos, tantas
soluciones
igualmente valederas y no comparables entre sí de un mismo
problema. Una segunda originalidad de mi posición en el
Fenómeno humano, después de aquella que
consistía en dar a la Vida un valor de
función
universal de orden cósmico, es la de atribuir, por el
contrario, valor de «Umbral» o de cambio de
estado a la aparición, dentro de la línea humana,
del poder de reflexión. Afirmación ésta de
ningún modo gratuita (que se tenga muy en cuenta), ni
basada inicialmente en ninguna metafísica
del Pensamiento. Por el contrario, opción
experimentalmente apoyada sobre el hecho, curiosamente
infravalorado, de que, a partir del «paso de la
Reflexión», accedemos verdaderamente a una nueva
forma de Biología (3), caracterizada entre otras
singularidades por las propiedades siguientes: 
 2)  A partir de la Reflexión, el
juego de las
combinaciones «planeadas» o
«inventadas» viene a añadirse y hasta cierto
punto, a sustituirse al de las combinaciones
«halladas» (ver más adelante).

3)  Exactamente de la misma manera que cambia la
Física
(por aparición y dominancia de ciertos términos
nuevos) cuando de lo mediano se pasa a lo Inmenso,
o por el contrario, hacia lo Extremadamente
Pequeño. Se olvida demasiado que debe existir y
existe una Biología especial de los «infinitamente
complejos».

     a) Emergencia decisiva en la
vida individual de los factores de ordenación internos
(invención) por encima de los factores de
ordenación externos (utilización de los juegos del
azar). 

      b) Aparición,
por igual decisiva, entre otros elementos, de verdaderas fuerzas
de acercamiento o de alejamiento (simpatía y
antipatía), relevando a las pseudo -atracciones y
pseudo-repulsiones de la Pre vida, o incluso de la Vida inferior,
referibles, según parece, unas y otras, a simples
reacciones en la curvatura del Espacio-Tiempo y de la Biosfera,
respectivamente. 

      c) Despertar,
finalmente, de la conciencia de cada elemento en particular (por
causa de su aptitud nueva y revolucionaria de prever el Futuro),
de una exigencia de «sobrevida ilimitada». Es decir,
paso, en lo que concierne a la Vida, de un estado de
irreversibilidad relativa (imposibilidad física para el
enrollamiento cósmico de detenerse una vez iniciado) al
estado de irreversibilidad absoluta (incompatibilidad dinámica radical de una perspectiva
asegurada de Muerte Total con la continuidad de una
Evolución hecha reflexiva).

      Estas diversas
propiedades son las que confieren al grupo zoológico que
las posee una superioridad no sólo cuantitativa y
numérica, sino funcional y vital, indiscutibles;
indiscutibles, digo bien, a condición, no obstante, de que
se decida aplicar hasta el fin, sin quebrarla, la ley
experimental de Complejidad-Consciencia a la evolución
global del grupo entero. 

 C) El fenómeno social o la
ascensión hacia un paso, colectivo de la
reflexión

Desde el punto de Vista estrictamente descriptivo, el
Hombre no representa en su origen más que una de las
innumerables nervaturas que constituyen el abanico, a la vez,
anatómico y psíquico, de la Vida. Mas, debido a que
esa nervatura, o si se prefiere, ese radio, es el
único que ha conseguido, gracias a una posición o a
una estructura
privilegiada, emerger fuera del Instinto en el Pensamiento, se
muestra capaz,
en el interior de ese campo todavía completamente libre
del Mundo, de manifestarse a su vez, de tal forma que llegue a
engendrar un espectro de segundo orden: la inmensa variedad de
los tipos antropológicos que conocemos. Examinemos este
segundo abanico. En virtud de la forma particular de
Cosmogénesis que hemos adoptado, en estas páginas,
el problema que plantea a nuestra Ciencia nuestra misma
existencia es, evidentemente, éste: «¿En
qué medida y eventualmente bajo qué forma obedece
todavía (o se sustrae) la capa humana a las fuerzas de
enrollamiento, cósmico que le han dado
origen?»

      La respuesta a esta
pregunta, vital para nuestra conducta, depende
enteramente de la idea que nos hagamos (o, más
exactamente, de la idea que debemos hacernos) de la naturaleza
del Fenómeno social tal como se despliega en pleno
desarrollo a
nuestro alrededor.

      Por rutina
intelectual (y debido también a que nos es positivamente
difícil dominar un proceso en cuyo seno nos encontramos
inmersos), la auto-organización, siempre ascendente, de la
Miríada humana sobre sí misma, sigue
considerándose (con excesiva frecuencia) como un proceso
jurídico y accidental, que no presenta más que una
analogía superficial, «extrínseca», con
las construcciones de la Biología. Desde el momento de su
aparición, se admite tácitamente, la Humanidad
sigue multiplicándose; esto la fuerza naturalmente a
buscar acomodaciones cada vez más complicadas para sus
miembros. Pero no confundamos estos modus vivendi con un
auténtico progreso ontológico. Desde hace mucho
tiempo, el Hombre no se mueve evolutivamente, si es ,que alguna
vez se ha movido…

      Pues bien,
aquí es donde, en cuanto hombre de ciencia, me veo
obligado a hacer acto de oposición y también de
protesta.

      En nosotros, Hombres
-sostiene aún una cierta forma de sentido común
(4)-, se completa la evolución biológica.
Reflejándose sobre sí misma, la Vida se
habría hecho inmóvil.   

4)  El mismo «sentido común»,
observémoslo, que el que acaba de ser rectificado en
tantos puntos, sin apelación posible, por la
física.

  Pero ¿no habría que decir, por
el contrario, que rebota hacia adelante? Observad más bien
la forma en que, ,cuanto más ordena la Humanidad su
multitud, más ascienden en ella, pari passu, la
tensión síquica, la consciencia del Tiempo y del
Espacio, el gusto y el poder del Descubrimiento. Creemos que este
acontecimiento carece de misterio. Y, sin embargo,
¿cómo no reconocer, en esta asociación
reveladora de la Ordenación técnica y de la
Centración psíquica, que la gran fuerza de siempre
-esa misma fuerza que nos ha hecho- sigue laborando (aun cuando
en unas proporciones y a una profundidad todavía no
alcanzadas nunca)? ¿Cómo no ver que, tras habernos
enrollado individualmente a cada uno de nosotros- a ustedes y a
mí-, sobre nosotros mismos, es Siempre el mismo
ciclón (pero esta vez a escala social) el
que continúa (su marcha por encima de nuestras cabezas,
-estrechándonos a todos conjuntamente en un abrazo que
tiende a perfeccionarnos a cada uno de nosotros ligándonos
orgánicamente a todos los demás a la vez

      «Mediante la
socialización humana, cuyo efecto
específico es hacer que se repliegue sobre sí mismo
todo el haz de las escamas y de las fibras reflexivas de la Tierra, el
eje mismo del vórtice cósmico de
interiorización prosigue su curso», relevando y
prolongando los dos postulados preliminares destacados
anteriormente (relativo el uno a la primacía de la Vida en
el Universo y a la primacía de la Reflexión en la
Vida el otro), ésta es la tercera opción, la
más decisiva de todas, que termina por definir y aclarar
mi posición científica frente al Fenómeno
humano

      No es éste el
lugar apropiado para exponer con detalle con qué facilidad
y con qué coherencia explica (o al menos, de acuerdo con
determinadas direcciones, permite prever) esta interpretación organicista del hecho social
la marcha de la Historia. Advirtamos
únicamente que si por encima de la hominización
elemental que culmina en cada individuo se
desarrolla realmente otra hominización por encima de
nosotros, una hominización colectiva esta vez y de la
especie, en este caso es muy natural comprobar que, paralelamente
a la socialización de la Humanidad, se exaltan sobre la
Tierra las
mismas tres propiedades psicobiológicas que el paso
individual de la Reflexión había despejado
inicialmente.

      a) Poder de
invención, en primer lugar, tan rápidamente
intensificado en nuestros días por el apuntalamiento
racionalizado de todas las fuerzas de investigación, que
desde, ahora resulta ya posible hablar (como decía hace
unos momentos) de un rebote humano de la
Evolución.

      b) Capacidad
de atracciones (o de aversiones), seguidamente, que actúan
todavía de manera caótica a través del
Mundo, pero tan rápidamente ascendentes a nuestro
alrededor, que lo económico (dígase lo que se diga)
corre el riesgo de
significar muy poco el día de mañana frente a lo,
ideológico y a lo pasional en la ordenación de la
Tierra.

      c) Finalmente, y
sobre todo, exigencia de irreversible, proveniente de la zona un
tanto indecisa de las aspiraciones individuales para afirmarse
categóricamente en la consciencia y a través de la
Especie. Categóricamente, repito: en el sentido de que si
un hombre aislado puede llegar a imaginarse que le es posible
físicamente, o incluso moralmente, vislumbrar una completa
supresión de sí mismo, frente a una total
aniquilación (o incluso simplemente a una insuficiente
preservación), reservada al fruto de su obra evolutiva, la
Humanidad, por su parte, comienza a darse cuenta en serio de que
no le quedaría otra solución que declararse en
huelga: el
esfuerzo para empujar a la Tierra hacia adelante se hace
demasiado pesado y amenaza con durar demasiado tiempo para que
continuemos aceptándole si no es porque trabajamos en lo
incorruptible.

      Reunidos entre
sí y con otros muchos, estos diversos indicios me parece
constituyen una prueba científica seria de que el grupo
zoológico humano (en conformidad con la ley universal de
centro -complejidad), lejos de derivar biológicamente, a
través de una individualización desencadenada,
hacia un estado de granulación creciente, o tal vez de
orientarse (por medio de la astronáutica) hacia un
sustraerse a la muerte
mediante una expansión sideral, o sencillamente de
declinar hacia una catástrofe o hacia la senescencia, se
dirige en realidad, mediante la ordenación y convergencia
planetarias de todas las reflexiones elementales terrestres,
hacia un segundo punto crítico de Reflexión,
colectivo y superior: un punto más allá del cual
(precisamente porque es crítico) no podemos ver nada de
manera directa; pero también un punto a través del
cual podemos pronosticar (conforme he explicado) el contacto
entre el Pensamiento, nacido de la involución sobre
sí de la trama de las cosas, y un foco trascendente
«Omega», principio a la vez irreversibilizante,
motor y colector
de esta involución.

      Para terminar, ya no
me queda más que precisar mi pensamiento en torno a tres
cuestiones que suelen plantear dificultades a quienes me leen;
concretamente: a), ¿qué lugar se asigna a la
libertad (y,
por tanto, a la posibilidad de un fracaso del Mundo)?; b),
¿qué valor se concede al Espíritu (con
relación a la Materia)?, y c), ¿qué
distinción subsiste entre Dios y el Mundo en la
teoría del Enrollamiento cósmico? 

      a) Por lo que se
refiere a las probabilidades de éxito
de la Cosmogénesis, de la posición aquí
adoptada no se sigue en modo alguno, opino yo, que el logro final
de la hominización sea necesario, fatal, seguro. Es
indudable que las fuerzas «noogénicas» de la
compresión, organización e interiorización
bajo cuya acción se opera la síntesis
biológica de la Reflexión no disminuyen en momento
alguno su presión sobre la trama humana; de ahí la
posibilidad, ya señalada anteriormente, de prever con
certeza -si toda va bien- determinadas direcciones precisas del
porvenir (5). Mas, en virtud de su misma naturaleza, no lo
olvidemos, la ordenación de los grandes complejos (es
decir, de estados cada vez más improbables, aun cuando
encadenados entre sí) no se realiza en el Universo (y
más especialmente en el caso del Hombre) si no es mediante
la combinación de dos métodos:
l), utilización tanteadora de los casos favorables
(provocados en su aparición por el juego de los grandes
números), y 2), en una segunda fase, invención
reflexiva. ¿Qué quiere decir esto, sino que, por
persistente, por imperiosa que sea en su acción la
energía cósmica de Enrollamiento, se encuentra
intrínsecamente afectada, en sus efectos, por dos
incertidumbres ligadas al doble juego: por debajo, de las
probabilidades, y por arriba, de las libertades? Advirtamos, sin
embargo, que, en el caso de conjuntos muy
grandes (tales como, precisamente, el representado por la masa
humana), el proceso tiende a «infalibilizarse», las
probabilidades de éxito crecen por el lado del azar y las
probabilidades de repulsa y de error disminuyen por el lado de
las libertades con la multiplicación de los elementos
comprometidos (6). 

      b) Por lo que se
refiere al valor del Espíritu, observo que, desde el punto
de vista fenoménico, en el que sistemáticamente me
encierro, Materia y Espíritu no se presentan como
«cosas», como «naturalezas», sino como
simples variables
conjugadas, de las que se trata de determinar, no la esencia
secreta, sino la curva en función del Espacio y del
Tiempo. Y recuerdo que, en ese nivel de reflexión, la
«consciencia» se presenta, y así pide que se
la trate, no como una especie de entidad particular y
subsistente, sino como un «efecto», como el
«efecto específico» de la
Complejidad.

      Ahora bien: dentro
de estos mismos límites, por modestos que sean, me parece
que la experiencia proporciona algo muy importante en favor de
las especulaciones de la metafísica.

      Por una parte, en
efecto, una vez admitida la transposición anteriormente
señalada de la noción de Consciencia, nada nos
impide ya (al contrario)-lo hemos visto-prolongar hacia abajo, en
la dirección de las complejidades débiles, de forma
invisible, el espectro del «interior de las cosas»,
lo que quiere decir que el «psiquismo» se manifiesta
como subtendiendo, en diversos grados de concentración, la
totalidad del Fenómeno.   
 5) Como, por ejemplo, las de que nada podría
detener al Hombre en su marcha hacia la unificación
social, hacia el desarrollo (liberador para el espíritu)
de la máquina y de los automatismo, hacia el
«ensayarlo todo» y «pensarlo todo» hasta
el final.

6) Para un creyente cristiano es interesante
advertir que el éxito final de la Hominización (y
consiguientemente del Enrollamiento cósmico) está
positivamente garantizado por la «virtud
resucitadora» del Dios encarnado en su creación.
Pero aquí nos hemos salido ya del plano del
fenómeno. 
 Y por otra parte, seguido hacia lo alto, en la
dirección de los complejos muy grandes, ese mismo
«psiquismo» manifiesta, a partir del momento en que
se nos hace perceptible en los seres y en relación a su
matriz de
«Complejidad», una tendencia creciente al predominio
y a la autonomía. Se diría que, en los
orígenes de la Vida, es el foco de ordenación el
que, en cada elemento individual, engendra y controla su foco
conjugado de consciencia Pero más arriba tenemos que el
equilibrio se
deshace. En primer lugar, a partir del «paso individual de
la reflexión» (¡si no ya antes!), comienza
claramente a apropiarse (por «invención») los
progresos y después, más arriba todavía, es
decir, en las proximidades (supuestas) de la Reflexión
colectiva, que aquí parece disociarse de su cuadro
temporo-espacial, para combinarse con el foco universal y supremo
Omega. ¡Tras la emergencia, la emersión! Dentro de
las perspectivas del Enrollamiento cósmico no sólo
sucede que la Consciencia se hace coextensiva al Universo, sino
que el Universo se equilibra y adquiere consistencia, en forma de
Pensamiento, sobre un polo de interiorización
suprema.

      ¿Qué
mejor soporte experimental que éste para funda., mentar
metafísicamente la primacía del
Espíritu? 

      c) Y, finalmente,
para terminar, para terminar de una vez, con los temores de
«panteísmo» continuamente puestos en juego por
algunos mantenedores del espiritualismo tradicional frente a la
Evolución, ¿cómo no ver que, en el caso del
Universo convergente, tal como yo le he presentado, lejos
de nacer de la fusión y
de la confusión de los centros elementales que acumula, el
Centro Universal de unificación (precisamente para cumplir
con su función motora, colectiva y estabilizante) debe
concebirse como preexistente y trascendente?
«Panteísmo» muy real, si se quiere (en el
sentido etimológico de la palabra), pero panteísmo
absolutamente legítimo, puesto que si, en fin de cuentas, los
centros reflexivos del Mundo no constituyen realmente más
que una «unidad con Dios», este estado se consigue,
no por identificación (Dios convirtiéndose en
todo), sino por acción diferenciante y comunicante del
amor (Dios
todo en todos), lo cual es esencialmente ortodoxo y
cristiano.

Algunas consideraciones acerca del lugar y la parte
que corresponde al mal en un mundo

En el curso de los largos desarrollos que preceden es
posible que una determinada particularidad haya intrigado o
incluso haya escandalizado al lector. En ningún lugar, si
no me equivoco, la palabra «dolor» o la de
«pecado» fue pronunciada. Así, pues, desde el
ángulo en que me he situado, el Mal y su problema,
¿se evaporarían o no contarían ya en la
estructura del Mundo? Y si ello es así, ¿no se nos
habrá presentado un cuadro simplificado o incluso trucado
del Universo?

      Mi respuesta a este
reproche, tan a menudo expresado, de optimismo ingenuo o
exagerado (o si se quiere, mi excusa) es la de que, dedicado en
esta obra al solo designio de destacar la esencia positiva
del proceso biológico de hominización, no he
creído necesario (por razones de claridad y de
simplicidad) presentar el negativo de la imagen que estaba
proyectando. ¿De qué me hubiera servido llamar la
atención sobre las sombras del paisaje o
insistir respecto de la profundidad de los abismos que se abren
entre las cimas? Estos y aquéllos, ¿no eran ya
bastante evidentes? Sin embargo, lo que no, llegué A
decir, consideré que se veía ya. Y ello por el
hecho de que nada hubiera sido comprendido en relación con
la visión aquí propuesta si sólo se hubiera
buscado en ella una especie de idilio humano en lugar del drama,
cósmico que he querido evocar.

      Sin embargo,
objetáis, el Mal, por así decir, no ha sido citado
en mi libro. De una manera explícita, quizá sea
verdad. Pero, en cambio, este mismo Mal precisamente, ¿no
viene a salir, de manera inevitable, por todos los poros, por
todas las junturas, por todas las articulaciones del sistema en el que
me he colocado?

      Mal de desorden y
de fracaso,
en primer lugar. Hasta en sus zonas reflexivas,
ya lo hemos visto, el Mundo procede a golpe de probabilidades,
por tanteo. Ahora bien: por este mismo hecho, incluso dentro del
dominio humano (en el cual, no obstante, el azar está
mejor controlado), cuántos fallos para un éxito,
cuántas miserias para una alegría, cuántos
pecados para un solo santo… Simple ordenación interior o
desarreglo físico, en primer lugar, al nivel de la
Materia; pero inmediatamente, dolor incrustado dentro de la Carne
sensible, y más arriba aún, maldad o tortura del
Espíritu que analiza y escoge; estadísticamente, en
todos los grados de la Evolución, siempre y por todo
lugar, el Mal se forma y se vuelve a formar, implacablemente, en
nosotros y a nuestro alrededor. Necessarium est ut
scandala eveniant. Así lo exige, sin
apelación posible, el juego de los grandes números
en el seno de una Multitud en vías de
organización.

      Mal de
descomposición, después: simple forma del
precedente, en el sentido de que enfermedad y corrupción
siempre proceden de un azar desgraciado; sin embargo, forma
agravada y doblemente fatal, nos es necesario añadir, en
la medida que, para el viviente, el hecho de morir se ha
convertido en la condición regular, indispensable, del
reemplazo de los individuos, unos por otros, siguiendo el mismo
phylum: la muerte, engranaje esencial del mecanismo y de la
ascensión de la Vida.

      Mal de soledad y
de angustia,
también: la gran ansiedad (muy propia del
Hombre) de una conciencia que se despierta a la reflexión
en un Universo oscuro, en el que la luz necesita
siglos y siglos para llegarle, un Universo que todavía no
alcanzamos a comprender, ni a saber qué es lo que nos
pide…

      Y, finalmente,
quizá lo menos trágico (dado que sirve para
exaltarnos), aunque no lo menos real: Mal de Crecimiento,
por medio del cual se expresa en nosotros, con las angustias de
un parto, la ley
misteriosa que, desde el más humilde quimismo hasta las
más altas síntesis del espíritu, se hace
traducir, en términos de trabajo) y de
esfuerzo, cualquier progreso en la dirección de una mayor
unidad.

      De verdad, si se
observa la marcha del Mundo desde este sesgo que es, no ya el de
sus riesgos, sino
el de sus riesgos y esfuerzo que exige, uno se da cuenta en
seguida de que, bajo el velo de seguridad y de
armonía con el cual se cubre, vista desde muy arriba, la
Ascensión humana, existe un tipo particular de Cosmos en
el cual se descubre que el Mal (no ya por accidente -lo que
sería peor-, sino por la estructura misma del sistema)
aparece, necesariamente y en cantidad y peso tan grandes como se
quiera, en el edificio de la Evolución. Universo que se
enrolla -decía yo-, Universo que se interioriza, pero
también, y a consecuencia del mismo) movimiento,
Universo que pena, Universo que poca, Universo que sufre…
Ordenación y Centración: doble operación
conjugada. que, semejante a la ascensión de un pico o a la
conquista del aire, no puede
efectuarse de manera objetiva más que si se paga
rigurosamente, por causa de unas razones y de unas tasas tales
que, sí fuéramos aptos para conocerlos,
habríamos con ello penetrado en el secreto del mundo en
que vivimos.

      Dolores y faltas,
lágrimas y sangre: tantos subproductos (a menudo
preciosos, por otra parte, y aun reutilizables) engendrados en
ruta por la Noogénesis. He aquí, pues, en fin de
cuentas, aquello que en un primer tiempo de observación y de reflexión nos
revela el espectáculo del Mundo en movimiento. Pero esto,
¿es ya verdaderamente todo, y no existirá
todavía algo por ver? Es decir, ¿-será
absolutamente cierto, que, a una mirada advertida y sensibilizada
por otra luz que no sea la de la pura ciencia, la cantidad y la
malicia del Mal hic et nunc extendido por el Mundo refleje
un cierto exceso, inexplicable por nuestra razón, a no ser
que al efecto, normal de Evolución se aliada el efecto
extraordinario de
alguna catástrofe o
desviación primordial?…

      En este terreno debo
decir lealmente que no me hallo, capacitado, y, por otra parte,
tampoco es éste el lugar, para tomar un partido. Existe
algo, sin embargo, que me parece claro, una cosa suficiente de
manera provisional para aconsejar a todos los espíritus: y
es la de observar que, en este caso (exactamente como el de la
«creación» del alma humana, véase
pág. 205 del libro, nota 3), cualquier libertad
está ya no sólo permitida, sino ofrecida por el
Fenómeno a la Teología, por lo que se refiere a
precisar y a completar en profundidad (si a ella se cree
conducida) los datos y
sugerencias-siempre ambiguos más allá de un cierto
punto-proporcionados por la experiencia.

      De cualquier manera
que sea, queda el hecho de que, incluso a la mirada de un simple
biólogo, nada se parece tanto a un camino de la Cruz como
la epopeya humana. 

Roma, 28 de
octubre de 1948.
 

Pierre Teilhard de Chardin

6.0
Conclusiones

Se concluye que la visión de su pensamiento
filosófico fue muy acertado ya que a pesar de que tuvo
muchos problemas con
sus superiores, Teilhard, hizo una gran contribución con
la filosofía ya que muchos filósofos aceptaron como valida su
teoría e incluso muchos sacerdotes han aceptado la
teoría de Teilhard de Chardin como valida, lo que
contribuyo a despejar muchas dudas acerca de que si el hombre
procede de la evolución o de la creación

 

Elaborado por:

Mario E. Navas

Partes: 1, 2
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