- Breve resumen del
texto - La
Tierra como corazón de todo - De
nombres y de aparecidas - El
programa de vida del sexto día era
comunista - Las
penas del inicio - Abraham, la
impunidad y la reincidencia - Sobre
valores - El
dueño del mundo - El
«Yo no fui» - Citas
¡Ah, Usted ya lo
sabía!
Esto fue reconocido oficialmente por el
papa Juan Pablo II en 1992.
Antes, esta afirmación
podía significar, y de hecho significó, la condena
a muerte en la
hoguera
por blasfemia contra la fe y la palabra
de Dios
Breve
resumen del texto
El trabajo es básicamente un examen de
algunos hechos expuestos en el primer libro de la
Biblia, Génesis.
Se afirma que la fe confesada de los
que creen que la Biblia es la palabra de Dios, resulta más
de un proceso social
de indoctrinamiento, y no de una creencia construida desde la
misma persona; y se
intenta demostrar eso que se anuncia como
realidad.
También se sostiene que no
todo lo que está en la Biblia es verdad, contrario a lo
que es común decir. Se utiliza el ejemplo de la teoría
geocéntrica tenida, hasta hace poco, como doctrina por la
Iglesia, que
costó vidas a quienes propusieron lo contrario, y que
recientemente, en 1992, de manera oficial la
Iglesia reconoció que la Tierra no
es estacionaria.
El esfuerzo examina el papel asignado
a la mujer, en
Génesis, y mira lo que ve como el programa de vida,
según fue postulado en el sexto día de la
creación; los primeros castigos, algunas conductas de
Abraham, los valores
primeros y la manera como se presenta a Dios en ese
libro.
Introducción
a) ¿Cuántos han
leído la Biblia?
Cuántos de los que responden «Creo»,
han leído la Biblia; el número sería
pequeño. Cuántos de los que responden
«Creo» y han leído la Biblia, alguna parte de
ella, han estudiado lo que han leído; el número
sería todavía menor.
b) Fuente de la fe para las
mayorías
Pensándolo bien, no debe sorprender el modo
adhesivo en que muchísima gente ha adoptado la Biblia como
"La Palabra" y "La Verdad", de la misma manera como se adhiere a
los contratos de
suministro de servicios
públicos o de compra de muebles, sin leerlos, para que
cuando esté obligada a sustentar sus derechos se percate con
asombro que el documento no dice exactamente lo que la propaganda ni
lo que el vendedor dijo que decía, o que se omitió
comunicar un asunto que debiera saberse, y que se sabría
de haberse cumplido mínimamente con la parte que
corresponde: leer el texto.
La fe en el texto de la Biblia es una
convicción, para la gran mayoría, originada y
sostenida mayormente, cuando no únicamente, en la enorme
fuerza de la
tradición, y muy especialmente en la manera como se han
venido relatando los supuestos de ese documento.
Cuando era niño, adopté
a Dios, ejemplo en la misma vía, porque eso me lo
inculcó mi madre, y ella no mentía, jamás;
también, por lo menos, le debía obediencia. Por
otro lado, creer, tal cual me lo decía ella, no resultaba
una carga, ni era una rareza estrafalaria: todos en mi contorno,
cuando era pertinente, profesaban su adhesión al Creador.
Mi abuelo era un devoto de altar, imágenes,
velas y culto a domicilio, y yo no solamente adoraba a mi abuelo,
creía en él ciegamente, porque él era la
persona más sabia de todo el mundo: «Abuelito,
¿qué es eso?», y zas, la respuesta; él
contestaba, sin que le temblara la voz e inmediatamente, a todos
mis qués, quiénes, cómos, porqués,
dóndes, y cuándos; y si él creía en
Dios y que la Biblia era La Luz y La Verdad,
debía ser así.
En ese entonces, si alguien me
hubiera preguntado, y no recuerdo que se me hubiese hecho tal
prueba, habría respondido «Creo», «Creo
en Dios» o «Creo en la Biblia» o «Creo
que la Biblia es La Verdad». ¿Cuál
habría sido, con esa sazón, el fundamento de esa
seguramente aplaudida respuesta mía? Evidentemente no
habría sido mi profundo conocimiento o
lectura de
nada, sino la inducción de mis mayores y la
emulación de mis pares.
Las personas, la mayor parte de
ellas, cree porque así se les educó socialmente; no
porque hayan accedido a la fe por sus propios pies, con lecturas
serias de los textos bíblicos y menos por experiencias de
iluminación. Esto es particularmente cierto
entre grupos de
practicantes religiosos de distintas confesiones; en unos
más que en otros: saben de Dios y de la Biblia lo que
otros les han contado.
c) No todo es verdad
Como la mayor parte de los que han leído algo de
la Biblia, he leído secciones de ese texto.
Génesis, por ejemplo, el primer libro del Pentateuco, lo
he leído todo, por lo menos, dos veces, muy detenidamente,
la segunda con muchísimos más elementos de juicio,
más experiencia y más lectura, y ya no creo que
todo lo que allí se dice sea "La Verdad". No es cierto,
por ejemplo, que la Tierra fuese
primero y el Sol
después.
He advertido que en el texto
bíblico hay relatos que tienen implicaciones que los
apologistas han pasado por alto o han tratado con excesiva
ligereza, demasiada, y han acomodado interpretaciones que limitan
las potencialidades del mismo escrito, como el caso de la
propiedad
colectiva, según se organizó el día seis de
la creación. Y, por otra parte, he observado la
consagración de personajes cuyo único mérito
fue la fe, pero que con sus semejantes fueron inequívocos
delincuentes.
Tampoco creo que por la Biblia se
llegue a Dios, necesariamente. Es un hecho reconocido que la
inmensa mayoría de los que dicen «Creo en
Dios», no han leído la Biblia. También es
otro hecho incuestionable que Moisés, y Abraham, Isaac y
Jacob, antes que él, no tuvieron una Biblia por la que
supieron y luego adoptaron a Jehová como su Dios.
Así, pues, no es la Biblia el trámite necesario
hacia Dios.
Si la Biblia fuese el único
instrumento para llegar a Dios y para creer en él, siento
que hoy ese texto sería, muy probablemente, un deficiente
propagandista del Hacedor. Repito: estoy convencido que no todo
lo que está dicho en la Biblia sea la verdad, y ni con
toda la fe del mundo se puede lograr que sea verdad lo que no es,
nunca lo fue y no lo puede ser, por más esfuerzo genuino
que hagamos por sacar el mensaje de Dios, que se esconde
detrás de ese revestimiento literario, como se nos dice,
aunque de ello dependiera nuestra salvación.
Veamos, ¡le
parece!
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