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El acto y la acción de comer: Un drama en tres actos




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

     

    Hace algún tiempo que
    durante la Semana Santa, hago reflexiones filosóficas de
    mi propia existencia y de quienes me circundan. El año
    pasado fue mi artículo titulado: La Teología de la
    Relatividad. Este año escribo algo más
    acerca del tema de todos favorito, por una diversidad de razones.
    Las mías no pertenecen al acto de ingerir comida, sino a
    sus desvaríos.

    Comencemos con las definiciones de dos palabras, tomando
    como pautas las que nos ofrece el Diccionario de
    la Real Academia de la Lengua
    Española:

    • hambre.
      1. (Del lat. vulg. * famen, -inis. ) f.
      Gana y necesidad de comer.
    • II. apetito.
      1. (Del lat. appetitus.) m. Impulso instintivo que nos
      lleva a satisfacer deseos o necesidades.

      2. Gana de comer.

    Primer
    acto

    El hambre es un módulo nato cuyo centro de
    control se
    sitúa en el hipotálamo cerebral desde donde emanan
    los impulsos que indican al individuo que
    debe de ser satisfecho.

    Cuando el hambre se aproxima, neurotransmisores actuando
    en conjunto con nuestros centros cerebrales y bajo dominio cognitivo
    y voluntario, nos incitan a posponer toda otra acción
    de naturaleza
    no-urgente para procurar comida tan pronto como nos sea
    posible.

    Si en la búsqueda por alimento nuestros esfuerzos
    nos fallan, el hambre se intensifica y el sentido de urgencia se
    vuelve central. A medida que la escasez se
    acentúa, las reservas grasa se utilizan y el desgaste de
    la desnutrición aparece, funciones vitales
    se apagan o entran en estado de
    suspenso, para economizar energía.

    Paulatinamente, en caso de no aparecer comida, la muerte
    llega en unos cuarenta días; la que en cinco días
    debió haber llegado si era por no beber agua
    alguna.

    Los efectos desastrosos de otras funciones
    hipotalámicas frustradas, como es el dormir, se han
    estudiado en otras lecciones. Vale aquí repetir que esas
    delicadas funciones son reguladas de manera muy precisa por el
    hipotálamo para preservar nuestras vidas.

    En nuestra especie, el plan de alimentación es la de
    un animal omnívoro. Comemos de todo, necesitando de
    todo
    en nuestra dieta para que sea balanceada y
    saludable.

    Muchos animales poseen
    la facultad de poder acumular
    libras en exceso, lo que hacen solamente cuando la comida es
    abundante y sólo por breves períodos de tiempo para
    confrontar ciclos recurrentes y esperables de escasez, como
    solía ser en nuestro estado natural.

    Entonces, este es el axioma: podemos ganar de peso
    (evito decir "engordar") para perderlo de nuevo en el transcurso
    de nuestras existencias.

    Pero, sabemos algo más: que el estado de
    estar ligeramente por debajo del peso "deseado" garantiza la
    longevidad. Es como si la misma Naturaleza nos imparte el mensaje
    juicioso que, ambas actividades y sus consecuencias: comer en
    exceso y tener sobrepeso representan un fallo adaptante
    enorme.

    El apetito

    Éste consiste en el deseo o gana de comer
    algo en particular, que no sea necesariamente para el fin
    de alimentarnos o para la supervivencia. El apetito es meramente
    un antojo o un capricho y nada más.

    Cuando comíamos por necesidad, lo hacíamos
    ingiriendo de aquellas cosas que más abundaban en el
    entorno. El ritmo siendo simple: vegetales, frutas, animales
    pequeños e insectos, animales acuáticos, aves y
    finalmente animales grandes, que consiguiéramos como
    carroña dejada por animales mejor equipados para la caza,
    de lo que fuéramos nosotros. Siguiendo este plan, la
    economía
    natural era preservada, ya que usábamos principalmente lo
    que abundaba y lo que era fácil de reponer.

    El plan era asimismo sensible, porque no se comía
    en exceso, a menos que la escasez nos acechara, dejando intacto
    en los campos, en el entorno y en las aguas lo que no
    precisáramos consumir para vivir.

    La historia
    continúa

    Más adelante, descubrimos el fuego, la
    domesticación de animales, la rueda, el uso de las
    especias para disimular lo podrido, y (en casos
    específicos) aprendimos aún, a gozar el olor de lo
    podrido. Más tarde extrajimos el sabor azucarado de
    ciertas frutas y domesticamos las abejas, graduándonos con
    honores: de comer para sobrevivir a comer por placer.
    ¡Proeza inmortal!

     

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