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La mentira y la Neurociencia Aplicada (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

Un aspecto único de este cuadro
sintomático es el vorbeireden, o respuestas
aproximadas en el cual el paciente suministra información absurda en respuesta a
preguntas simples.

  • Trastorno Facticio

En esta categoría, la producción intencional de los
síntomas, físicos o psicológicos, a menudo
por medio de elaboraciones falsas, es simplemente para lograr
asumir la identidad de
una persona enferma.
El mentiroso patológico no desea aparecer enfermo.
DSM-IV-TR reconoce la pseudología fantástica como
un rasgo común en el Trastorno Facticio — que no es
esencial para establecer el diagnóstico. Aunque el Síndrome de
Münchausen cae dentro de esta categoría
diagnóstica, las historias fabulosas del famoso
Barón Von Münchausen (1720-1791), por quien el
síndrome se llamara, serían muy fantásticas
y dramáticas pero no fueron urdidas para asumir la
personalidad de un enfermo, elemento crucial en el Desorden
Facticio. (Véase mi ponencia:
El juego brusco
con los niños
en monografías.com).

  • Trastorno de Personalidad
    Limítrofe

La mentira patológica no es poco común
en pacientes con trastornos de personalidad limítrofe. De
hecho, la base para este trastorno es el mimetismo típico
que lo distingue. Careciendo de identidad propia estable,
éstos pacientes mantienen conceptos contradictorios acerca
de sí mismos que alternan entre ellos con frecuencia. Son
predispuestos a los sentimientos confusos y pueden sufrir de
pérdidas transitorias del sentido de la Realidad. Sus
impulsos primitivos y la
organización muy sugestionable de una personalidad
indefinida hacen de ellos suelo
fértil para el uso de la mentira patológica.
(Véase mi artículo:
La personalidad as
if… La Personalidad Mimética, un concepto, a
menudo ignorado, en la psiquiatría
. Publicado
en monografías.com y
Psikis).

Mimetismo…

  • Trastorno Antisocial de la Personalidad

Los síntomas de este desorden incluyen
decepción y mentira por placer y beneficio. Aunque
permanece debatible que los individuos con el Trastorno
Antisocial de la Personalidad mienten repetidamente y
consistentemente por satisfacción personal
simplemente. Por virtud de la predominancia en ellos de esta
tendencia, la evidencia sugiere que lo hacen por fruición.
El egocentrismo patológico que caracteriza esta
condición puede que suministre una clave al entendimiento
del desarrollo de
la tendencia a la mentira patológica que se asocia con
este trastorno. (Véase mi ponencia: ¿Qué
son los psicópatas?
).

  • Los Trastornos de la Personalidad
    Histriónica y Narcisista

El Trastorno Histriónico de la Personalidad
se caracteriza por comportamiento
dramático y procurador de atención. Estas personas mienten con
frecuencia para atraer la atención y, en casos severos,
las mentiras son tan frecuentes como para semejar la
pseudología fantástica. Su carácter dramático, vano y
superficial acoplado con su ansiedad por atraer toda la
atención apuntan en la dirección del diagnóstico de
Trastorno Histriónico de la Personalidad.

Los individuos con Trastorno Narcisista de la
Personalidad pueden contar historias exageradas para realzar su
ego y para obtener aprobación constante de los
demás. En esta condición, las mentiras se dicen
principalmente por razones de auto engrandecimiento, que a menudo
es obvio a quienes los observan.

Delusiones

Éstas son creencias falsas que son mantenidas
firmemente a pesar de evidencias
incontrovertibles de lo contrario y que otros no reconocen en el
contexto cultural del individuo que
las posee. Contrario a la persona con delusiones, el mentiroso
patológico, cuando es confrontado con la falsedad de sus
historias puede reconocer su mentira y las cambia. A pesar de que
sea una noción controversial, muchos creen que los
mentirosos, a medida que el tiempo pasa,
llegan a creer en la veracidad de sus mentiras.

La verdad…

Todos, en mayor o menor medida, por acción
o por omisión, mentimos. Lo hacemos en la mesura que no
decimos lo que pensamos, o que decimos lo que no pensamos, y no
sabemos, o incluso lo que sabemos inciertamente, para salir del
paso.

Hay mentiras socialmente más positivas que
ciertas verdades incontestables. Son muchas las situaciones en
que una mentira doctamente trasmitida genera un efecto
beneficioso — o cuando menos, paliativa.

La intención
cuenta… y mucho

Según el diccionario,
mentir es "decir algo que no es verdad con intención de
engañar". Pero, si buscamos una definición
más académica, nos topamos con "expresión o
manifestación contraria a lo que se sabe, cree o
piensa".

Así que quien engaña o confunde sin ser
consciente de hacerlo, no miente: simplemente trasmite a los
demás su propia equivocación.

Lo que, a veces, es otra forma de mentir.

La relación que cada persona mantiene con la
mentira — además de decir mucho de ella — es bien
distinta a la de los demás. Hay quienes sólo
recurren a la mentira cuando es compasiva, o cuando les
proporciona resultados positivos, sin generar engaño
importante o si se trata de un asunto banal.

Como también los hay quienes mienten a menudo,
casi por costumbre, y sólo en temas poco
relevantes.

Pero no podemos olvidar a quienes mienten
esporádicamente pero a conciencia,
generando daño a
los demás o persiguiendo beneficios personales.

También los hay que mienten, o callan verdades
necesarias, por timidez, por vergüenza o por falta de
carácter. (Véase mi ponencia: Los chismes y las
personas chismosas
en monografías.com).

Por último, citemos a los mentirosos
patológicos, que mienten con una facilidad pasmosa, ya sea
por conveniencia ya por una absoluta y cínica falta de
respeto a la
verdad — ahí se encuentran los economistas de
cartón, los banqueros fraudulentos, algunos abogados y los
políticos de nuestro pobre país.

Sin embargo, existe una profesión en la que el
uso y el entendimiento de la mentira en todas sus acepciones son
de gran interés.

Esa profesión es el derecho. Aunque otras
existen, en las cuales su presencia aparece, como elemento
inextricable.

Leamos las noticias en
California

"Agosto 23 del 2001, la Comisión del Estado de
California en el Desempeño Judicial, ordenó la
remoción de su oficina al
Magistrado Patrick Couwenberg por hacer representaciones falsas
para obtener su posición como juez, por continuar
suministrando deliberadamente informaciones falsas acerca de su
magistratura, y por proveer material falsificado a la
Comisión que lo investigara.

"El juez había mentido repetidamente a otros
jueces, abogados, reporteros de los medios, y a la
misma Comisión. Por ejemplo, bajo juramento, afirmó
que había participado en operaciones
secretas de la CIA y que poseía una maestría en
psicología. Cuando, en realidad nunca
había estado asociado con la CIA o nunca había
tomado cursos en psicología.

"Mintió acerca haber estado en la guerra de Vietnam
y de haber sido condecorado en acción por comportamiento
heroico. Cuando, en verdad, nunca había obtenido su
tarjeta básica para inducción militar".

Un psiquiatra, fungiendo como Testigo Experto,
afirmó que el Juez Couwenberg sufría de la
pseudología fantástica y que debería
continuar en su posición, siempre, asistido por un
terapeuta.

Las bases para las conclusiones llegadas por el
psiquiatra no fueron hechas públicas, por lo que las
desconocemos.

Casos similares al del juez Couwenberg continúan
haciendo su aparición con regularidad
sorprendente.

Recientemente los siguientes artículos han sido
encontrados en los medios de noticias.

Hombres prominentes como Joseph J. Ellis, galardonado
con el Premio Pulitzer y Profesor de
Historia en
Mount Holyoke College. Jeffery Archer, miembro de la Alta
Cámara Legislativa Inglesa (House of Lords); y Sir
Laurens Van der Post, quien fuera consejero espiritual del
Príncipe Charles y padrino del Príncipe William,
todos fueron descubierto en el acto de mentir
públicamente. (Véase: Pathological Lying
Revisited
por C. Dike).

Más cerca para nosotros, aunque distante en
cierto modo, fueron los maratones de falsedades que
caracterizaron las personas de Richard M. Nixon y Bill Clinton
— sin mencionar al Bush.

Se puede decir aquí que el concepto de la mentira
patológica en el cual el individuo repetida y
compulsivamente miente y dice historias fantaseadas, no es algo
nuevo para la psiquiatría.

Lo que es nuevo es la abulia aparente de nuestra
disciplina
para explicarlo o, para rubricar muchos de estos casos como casos
de "personalidades múltiples". (Véase mi aporte:
Bulimia, Trastornos de Regulación Cerebral y la
Personalidad Múltiple’).

¿Por qué
mentimos?

Algunas personas casi nunca mienten por razones bien
distintas a la ética o la
conveniencia. Por miedo a ser descubiertos; por pereza — no hay
que recordar los detalles de la mentira en el futuro — por
orgullo, "¿cómo voy a caer yo tan bajo?" — o
porque sufren del síndrome de Asperger — Pero, si lo
pensamos bien, razones bien similares son las que pueden
impulsarnos a mentir u omitir, en determinadas circunstancias, lo
que pensamos o sabemos que es la verdad.

Tan importante como el hecho de mentir o decir la verdad
es la intención con que se hace una u otra cosa, y he
ahí donde reside el verdadero dilema moral. Una
mentira que a nadie daña, o incluso reporta beneficio a su
destinatario, puede ser más defendible que una verdad que
causa dolor innecesariamente.

"Tú eres gorda: ¿por qué crees que
debes ser concursante de belleza?"

Mentimos por muchas razones: por conveniencia, odio,
compasión, envidia, egoísmo, por necesidad, o como
defensa ante una agresión… pero dejando al margen su
origen o motivación, no todas las mentiras son
iguales. Las menos convenientes para nuestra psique son las
mentiras en que incurrimos para no responsabilizarnos de las
consecuencias de nuestros actos. Pero, las menos admisibles son
las que hacen daño, las que equivocan y las que pueden
conducir a que el receptor adopte decisiones que le
perjudiquen.

Concluyamos, por tanto, que los dos parámetros
esenciales para medir la gravedad de la mentira son la
intención que la impulsa y el efecto que ésta
causa. En lo que se parecen al chisme o a su hermanastra cercana,
el rumor.

Ocultar y
falsear

Quien oculta la verdad retiene parte de una
información que para el interlocutor puede ser interesante
aunque, en sentido estricto, no falta a la verdad. Sin embargo,
quien falsea la realidad da un paso más, al emitir una
información espuria con etiqueta de real. Resulta
más fácil mentir por omisión, a pesar de que
puede resultar tanto, o más dañino e inmoral, que
la mentira activa.

Se recurre asimismo al falseamiento cuando se ocultan
emociones o
sentimientos que aportan información relevante al
interlocutor, en la medida que pueden inducirle a error de
interpretación o a iniciar acciones
inadecuadas.

En el amor, esto
todos lo hacen…

También podemos mentirnos a nosotros mismos, para
evitar asumir alguna responsabilidad, o por temor a encarar una
situación problemática, o por la dificultad que nos
supone reconocer un sentimiento o emoción.
Invariablemente, antes o después, este autoengaño
nos lleva a mentir a los demás.

Otras formas de mentir son las "verdades a medias" —
el mentiroso niega parte de la verdad o sólo comparte una
fracción de ella — y las "versiones oficiales", en las
que se dice la verdad pero de un modo tan exagerado o
irónico que el interlocutor, casi ridiculizado, la toma
por no cierta. (Véase mi ponencia: La Versión
Oficial
).

La mentira tiene sus
variedades

La mentira razonada persigue un interés concreto, es
malévola y se emite con la intención de perjudicar
o engañar. Ésta es la mentira que define al
psicópata. En la mentira sentimental, lo que se dice o se
hace no concuerda con la situación emocional de la persona
— la mentira del amor. Mientras
que en la mentira compensatoria, común en los niños,
hacemos creer que somos lo que no somos: más
jóvenes, mejor informados, menos anticuados… Pero
existen también otras clases de mentiras: chismes, rumores
y las mentiras piadosas.

El mentiroso no tiene edad y la mentira puede darse en
todo el ciclo de
vida.

El niño es mentiroso en la medida en que sus
fantasías se hacen presentes para confundirlas con
realidades. El adolescente lo es cuando su encuentro con el mundo
real le causa frustraciones y las quiere evitar. El joven miente
porque no se ve capaz de afrontar las verdades que le
contrarían. El adulto es mentiroso cuando no ha superado
los obstáculos que le ha puesto la vida, y engaña
para sentirse el triunfador que nunca ha sido. Mientras que el
anciano miente cuando no justifica, por vergüenza, los
errores que ha cometido a lo largo de su existencia.

Todos mentimos para reparar la autoestima, lo
que nos hace pensar que la mentira y el instinto del lenguaje
están localizados en áreas vecinas del cerebro como nos
lo enseñara Paul McLean. (Véase: The Triune
Brain
por P. McLean).

Para no ir muy lejos en esta conjetura hipotética
que ofrezco, sugiero consultar mis varias ponencias en la
neurociencia y la psiquiatría y mi artículo:
Historia clínica: El caso de P. P. Gage en
monografías.com.

Nuestra relación con la mentira — con
qué frecuencia mentimos y qué gravedad tienen esas
mentiras — la podemos ver como un índice que mide
nuestro grado de responsabilidad y madurez; de cómo
afrontamos las frustraciones, y si mostramos una coherencia en
las actitudes y
comportamientos en nuestra vida.

Mentira y
confianza

El cimiento sobre el cual se edifican las relaciones
humanas es la confianza o la fe. La relación entre los
seres humanos no precisaría de la confianza si
fuéramos transparentes — pero no lo somos. El
descubrimiento absoluto de nuestra intimidad, al contener
propósitos e intenciones que podrían estropear el
diálogo,
frenaría la relación social. Recurrimos, todos, a
un protocolo de
comunicación, y el fingimiento, el disimulo
y la mentira son — aunque cueste reconocerlo — componentes
esenciales de ese arreglo.

No somos igual de sinceros ante unos que ante otros,
esto es obvio. Todos mostramos un cierto grado de opacidad ante
los demás; ya que no siempre más sinceridad genera
una mayor confianza. La información es poder. Saberlo
todo sobre alguien, equivale a una forma de posesión. En
cierto sentido, la hondura de la amistad o del
amor se mide por el grado de conocimiento
recíproco de la intimidad, y por la confianza existente
entre los interlocutores.

La confianza es una actitud
básica, porque rige la totalidad de las interacciones. La
necesitamos, pero la usamos en las dosis que, según
nuestro criterio, cada caso precisa. En el momento que surge
la
comunicación con otra persona hemos de depositar en
ella cierto grado de confianza, que es el termómetro de la importancia y
vinculación que mantenemos con ella.

Apostar por la confianza del otro es considerarle de
fiar.

Fiarse de alguien significa creer que las probabilidades
de ser engañado son muy escasas o inexistentes. Si
queremos ser creíbles, gozar de la confianza ajena,
tendremos que olvidar el engaño, la mentira. El crédito
que tenemos ante los demás es un tesoro frágil y no
perenne, ya que se actualiza y revisa en cada acción, en
cada diálogo, que acaban convirtiéndose en una
constante prueba de certidumbre. Es responsabilidad de cada uno
de nosotros relacionarnos desde la verdad, lo que no implica el
ofrecimiento de toda la intimidad. Cada cual y en cada momento ha
de valorar qué y cuánto de su intimidad quiere
participar al otro.

La mentira puede hacer daño al destinatario pero
en última instancia a quien más perjudica es al
mentiroso, ya que le convierte en una persona poco
íntegra, indigna de confianza y carente de crédito.
Lo dice el refrán: "En la persona mentirosa, la verdad se
vuelve dudosa".

Verdades acerca de la mentira

  • Hay muchas clases de mentiras: algunas pueden
    ser convenientes, pero lo más correcto es
    recurrir al engaño lo menos posible.
  • Sin intención de engañar, no
    hay mentira.
  • La intención que la motiva y los
    efectos que causa definen la gravedad de una
    mentira.
  • La mentira es tan dañina para quien la
    recibe como para quien recurre a ella.
  • Una nos lleva a la otra, y puede marcar,
    siempre negativamente, nuestra manera de relacionarnos
    con los demás.
  • El mentiroso es un ser inseguro,
    egoísta, irresponsable, o inmaduro. O todo ello
    a la vez.
  • Una de las más perniciosas clases de
    mentira es el autoengaño. Si nos creemos y
    mostramos como no somos, nunca sabremos si nos quieren
    o desprecian a nosotros, o a la imagen fraudulenta que nos hemos
    fabricado.

En resumen

La mentira es fenómeno defensivo y natural y,
aunque parezca extraño está ligada a la capacidad
intelectual del individuo, a su desarrollo psicosexual y a su
equilibrio
emocional.

Para la terapia, el entendimiento de las mentiras de
nuestros pacientes es vital, ya que nos revela, de modo
elocuente, sus conflictos y
dilemas más preocupantes y, a menudo, para ellos mismos,
más inaccesibles.

Pero, todo siendo igual, es mejor vivir con verdades que
sean amargas que con mentiras que sean piadosas… es la
verdad…

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Dr. Félix E. F. Larocca

 

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