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Reflexiones cristianas ante las elecciones (página 2)



Partes: 1, 2

Así pues las instituciones
públicas no son ajenas a los propósitos de Dios
para este mundo (Dn 2.21; 4.32) (Pr 8.15a) (Ro 13.1b), y son
imprescindibles para regular y ordenar la vida de los pueblos,
posibilitando una convivencia humana reglada por leyes que
establecen y garantizan los derechos y deberes de los
ciudadanos (Hch 22.25-29; 25.10-12) (Ro 13.6), y crean un
sistema
penalizador que refrena o castiga las conductas incívicas,
derivadas del
pecado, que intentan alterar la normal convivencia ciudadana (1 P
2.14) (Ro 13.4). No son los buenos sino los malos ciudadanos
quienes tienen que temer a la ley y a sus
consecuencias sancionadoras (Ro 13.2-5).

Los ministros del Evangelio deben comunicar "todo el
consejo de Dios" a la grey de Dios (Hch 20.27). Esto incluye el
presentar una visión cristiana de la política, entendida
ésta como todo lo que Dios ha tenido a bien decirnos en su
Palabra con respecto a la naturaleza y
propósito de las "instituciones humanas" que gestionan y
ordenan todo lo concerniente a la convivencia de las personas en
la vida terrena. Esto quiere decir que el tema político
debe formar parte de la enseñanza a transmitir por los pastores
tanto al pueblo de Dios como a la sociedad.
Ésta y sus instituciones no pueden pretender que los
ministros del evangelio permanezcan amordazados en este asunto
pretextando que éste no es tema de su incumbencia.
Elías entendió que tenía que condenar la
infame política religiosa de Acab y Jezabel (1 R 18-19),
Micaías se opuso a la errada política militar
también de Acab (1 R 22), y Juan el Bautista
reprendió la incestuosa relación de Herodes el
tetrarca con la mujer de su
hermano (Lc 3.19-20).

Por lo tanto, la Iglesia, como
colectivo cristiano, y los creyentes, a nivel individual, deben
participar en las instituciones humanas que gestionan lo
público en los países donde convivan con otras
personas. Jesús dijo: "Dad, a César lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22.21). Esto quiere
decir que no es incompatible atender las cosas de Dios y las
cosas terrenas. No es incompatible atender los servicios
eclesiásticos y formar parte de la comunidad de
vecinos o del APA del colegio de nuestros hijos, ni predicar la
Palabra y ser alcalde o votar para que otro lo sea. Sabemos por
la Biblia que los creyentes de la antigüedad no vieron
contradicción en servir a Dios y a su causa (Gn
41.16,28,32) (Dn 1.8; 3.14-18; 9.1-19) (Hch 10.2) y en gestionar
y ordenar la convivencia humana temporal (Gn 39.23; 41.40-43) (Dn
2.48-49) (Hch 10.1).

Si los cristianos no se ocupan de la política
serán administrados inevitablemente por personas no
creyentes que podrían ordenarles hacer cosas contrarias a
su fe (Hch 4.18-19). Si "pasan" de consideraciones políticas
no podrán quejarse de las leyes o medidas que les
perjudiquen como cristianos o como ciudadanos (Hch 22.25-29). Eso
quiere decir que los cristianos deberían procurar formar
parte de las instituciones públicas de las siguientes
formas: 1) mediante acciones
individuales que les permitan ocupar cargos en la
administración de justicia o en
el funcionariado público, y, 2) mediante
participación en partidos
políticos que les permitan acceder a cargos de
gobierno y de
gestión
o administración
pública.

En cuanto a la participación en partidos
políticos, lo ideal sería que los cristianos
formasen partidos propios con políticas que contemplasen
proyectos
económicos y sociales basados en principios
bíblicos de justicia y de equidad. Esto
no significa que de llegar a gobernar o de participar en el
gobierno un partido político cristiano deba formar un
Estado
confesional. Esto no es conveniente para ninguna sociedad civil en
la que siempre los cristianos siempre serán una
minoría y en la que los gobiernos deben gobernar para
todos. Pero cuando un partido cristiano gobierna, produce leyes
justas y ejerce un gobierno honesto en el que promueve el bien
público (Ro 13.4a), la paz social (1 Ti 2.1-2) y el
castigo de los malhechores (1 P 2.14). Y, en el caso de estar en
la oposición, nunca empleará la estrategia del
"todo vale" para desgastar al gobierno y alcanzar el poder. Un
partido cristiano debería oponerse a todo lo que considere
mal hecho, venga de dónde venga, y mostrarse de acuerdo
con todo lo que considere que está bien realizado, proceda
de dónde proceda.

La participación de un cristiano en un partido
político no cristiano o formado por cristianos nominales
no es necesariamente un imposible, pero tiene escollos
difíciles de salvar. De los datos que se
desprenden de la Biblia podemos afirmar que José nunca
tuvo trabas políticas o humanas, en su función
como gobernante de Egipto, de
modo que pudo ser tan justo y honesto como entendió que
debía ser desde su temor de Dios (Gn 42.18b). Sin embargo
en el caso de Daniel su condición de hombre de fe,
honradez e integridad espiritual le creo no pocos problemas
políticos y humanos con sus "colegas" de "partido" y
gobierno (Dn 6.1-5). ¿Qué debería hacer un
cristiano al que se le pide disciplina de
partido a la hora de votar sobre algo en lo que está
convencido que su partido no lleva la razón o que es
injusto y contrario a los intereses generales o a los principios
de Dios? Por lo general, y salvo raras excepciones, los
políticos no cristianos o los cristianos nominales
sólo denuncian los fallos o delitos de sus
correligionarios movidos por rencores o intereses particulares
egoístas, pero un cristiano verdadero debería
denunciar siempre el mal, y no participar de él
sencillamente por el deseo de hacer la voluntad de Dios (Ef
5.11).

Por último la forma más frecuente y
habitual en la que los cristianos pueden y deben participar en
política es ejerciendo su derecho al voto y contribuyendo
con ello a que un partido político determinado llegue al
poder. El principio de reconocimiento de los más capaces y
preparados para liderar y presidir a la comunidad cristiana (Hch
6.1-7) (1 Tes 5.12-13) es igualmente válido y de
aplicación a la elección de aquellos que han de
gestionar y administrar a la comunidad civil. Según este
principio, el cristiano debe elegir con su voto a aquellos que:
1) sean más capaces y estén mejor preparados para
ejercer como gobernantes, y, 2) que tengan unas propuestas
políticas más justas y solidarias que las de sus
oponentes.

Obviamente desde el punto de vista cristiano cuando
hablamos de capacidad y preparación no queremos que esto
se confunda con criterios tecnocráticos. El Estado no
es una empresa que
emplea sus recursos y
esfuerzos sólo para generar beneficios. El Estado es
más semejante a una familia en la que
hay gastos que no son
rentables pero que son necesarios. Cuando hablamos de elegir a
los gobernantes atendiendo a criterios de capacidad y de
preparación, queremos decir lo siguiente: 1) Que los
candidatos al gobierno civil deben cumplir un mínimo de
requisitos morales, al igual que deben hacerlo los candidatos a
liderar la comunidad eclesial (Hch 6.1-7) (1 Ti 3.1-13) (Tit
1.6-8). Esto significa que un candidato a ocupar cualquier cargo
político debe ser una persona integra,
honesta y veraz. Un candidato sorprendido en probadas mentiras,
fraudes, inmoralidad, etc., no puede ser votado por un cristiano.
Otra cosa es que el cristiano no tenga mucho donde escoger y
tenga que elegir al candidato menos malo. 2) Que los candidatos
al gobierno tengan la preparación académica y/o
profesional necesaria para ejercitar el cargo que les corresponda
(1 Ti 3.6). Ambas cosas son importantes, no es suficiente ser
"buena persona", humanamente hablando, para ser un buen
gobernante. El buen gobernante debe ser al mismo tiempo una
"buena persona" y un buen gestor de la parcela social que le toca
administrar. Esto último debe acreditarlo de alguna
manera, no es suficiente la propia declaración de
intenciones.

La manera de determinar cuáles son las propuestas
políticas más justas y solidarias no debe hacerse
atendiendo a criterios trasnochados. Una posición maniquea
errónea sería afirmar que la derecha es mala y la
izquierda buena o que la derecha es buena y la izquierda mala. En
la actualidad la mayor parte de los partidos han dejado de lado
la ideología de sus raíces
políticas, hablan en el fondo y en la forma los que sus
votantes incondicionales quieren oír, y sólo
están preocupados por alcanzar el poder para
después aferrarse a él de una u otra forma. Para
conseguir esto último entran en una desenfrenada carrera
por ofrecer más que sus oponentes, prometiendo en
vísperas de las elecciones todo lo que no fueron capaces
de hacer desde el gobierno o proponer desde la oposición
durante la anterior legislatura.
Por lo tanto, los criterios a tomar en cuenta por los cristianos
deben ser diferentes a los de aquellos que no tienen la luz de la
Biblia.

Veamos algunos criterios que nos ayudan a identificar el
grado de honestidad y de
justicia de los políticos y de sus propuestas de manera
que nosotros podamos cumplir con nuestros deberes cívicos
en la mayor sintonía posible con la voluntad de
Dios:

1) No debemos esperar encontrar propuestas
políticas de orientación cristiana ni propuestas
políticas perfectas en políticos que no son
cristianos.

2) Debemos leer y comparar todas las propuestas de todos
los partidos buscando aquellas que en general propongan mejores
cosas intentando discernir las oportunistas y engañosas de
las sinceras y con viso de ser cumplidas.

2) En las propuestas de un mismo partido debemos valorar
las que suponen beneficios económicos con otras que pueden
recortar libertades o ir en contra de nuestras creencias
fundamentales. ¡Que no nos compren por un plato de
lentejas!

3) Debemos valorar la calidad humana de
los políticos y la gestión de sus partidos en la
anterior legislatura contrastando la información que sobre ellos se ofrece en
los diferentes medios de
comunicación.

4) Debemos distinguir en los medios de
comunicación aquellos espacios que ofrecen
información, sin más, de aquellos otros que son
espacios de opinión. Cuidado con los titulares de los
primeros que pueden condicionar nuestra valoración final
de la información presentada.

5) No debemos dejar que los medios de
comunicación con una marcada tendencia
política nos adoctrinen y nos conviertan en
fanáticos y sectarios adeptos de un determinado partido
político. Un cristiano es alguien que debe "examinarlo
todo" para después "retener lo bueno" (1 Tes 5.21), por lo
que debe contrastar cualquier información antes de tomar
una opinión. Por ejemplo para un mismo asunto de
controversia entre el PP y el PSOE sería conveniente leer
los periódicos el Mundo y el País, oír las
radios la COPE y la SER o ver las cadenas de televisión
de TV3 y TV4.

6) Por honestidad intelectual debemos conversar con
personas que tengan diferentes ideologías políticas
para contrastar opiniones, vigilando el tono y los sentimientos
posteriores a las mismas con esas personas para saber si hemos
realizado este intercambio ideológico
cristianamente.

7) Por último debemos orar a Dios para que nos
ayude a discernir lo mejor y guíe nuestro voto y el del
resto de la nación.
No olvidemos que lo que suceda finalmente será la voluntad
de Dios (Lam 3.37), y que, como cristianos, tendremos que aceptar
y someternos al gobierno entrante aunque no le hayamos votado (Ro
13.1-5).

 

 

 

Autor:

José Luis Fortes
Gutiérrez

Doctor en Teología y Licenciado en
Historia

Partes: 1, 2
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