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El Rostro de Santiago Apóstol en Cuba




Enviado por José Millet



Partes: 1, 2, 3, 4

    1. De cómo Santiago
      Apóstol puso los pies en la tierra
    2. Santiago
      de Cuba visto por Federico García
      Lorca
    3. Santiago
      Apóstol en las religiones tradicionales del pueblo
      cubano
    4. Santiago
      en la historia, la memoria y la creación
      artística
    5. Emilio
      Bacardí Moreau
    6. Los
      mamarrachos
    7. De
      cómo Santiago Apóstol puso los pies en la
      tierra

    Prólogo, selección
    y notas de José Millet

    Son de Negros en Cuba (Federico
    García Lorca)

    De cómo Santiago Apóstol puso los pies en
    la tierra

    PARTE I

    El sembrador de símbolos Arq. Omar López

    Santiago en la intimidad Dra. Olga
    Portuondo

    Carnaval Lic. Joel James

    Religión Lic. José Millet

    PARTE II

    Santiago en la historia, la memoria y
    la creación artística

    2.1 Carta de Diego
    Velázquez al Rey de España

    2.2 Hernán Cortés a la conquista de un
    imperio

    Fray Bartolomé de las Casas

    Bernal Díaz del Castillo

    2.3 Visión de un creole del Santiago
    colonial (Hippolyte Pirón)

    Ante la tumba del médico de
    Napoleón

    La Catedral

    Las fiestas en Santiago del Prado

    2.4 Santiago visto por un folklorista (Ramón
    Martínez Martínez)

    La Catedral

    Emilio Bacardí

    Las Fiestas

    Los Mamarrachos

    2.5 Visión de un pintor inglés
    (Walter Goodman)

    El Apóstol de alcoba

    La ópera de los mendigos

    2.6 Para una definición de la ciudad (Waldo
    Leyva)

    2.7 En el reino de Santiago (Alejo
    Carpentier)

    Santiago en el camino del palenque

    Santiago en la Ciénaga (Luis Felipe
    Rodríguez)

    2.9 De cómo Santiago Apóstol puso los pies
    en la tierra
    (Raúl Pomares)

    De cómo
    Santiago Apóstol puso los pies en la
    tierra

    Las vidas no siempre fueron ríos que van a dar a
    la mar. Hay caminos que llevan a un destino: al encuentro entre
    los hombres. Este es el de Santiago, que une varias
    civilizaciones, venciendo el tiempo y
    acortando el espacio entre las culturas. Como el que llevó
    al personaje Juan, a través del mapa de aquella Europa salida del
    Medioevo, a unas Indias recién descubiertas que se
    ofrecían -en la visión temeraria del occidental-
    como tierra 4de
    promisión, henchida de riquezas y parpadeante de hechizo.
    Pero otra fue la realidad que encontró este personaje del
    relato "El camino de Santiago", del cubano Alejo Carpentier, a su
    llegada al Nuevo Mundo. Había allí algo más
    que magia: había tierra de naturaleza
    paradisíaca, de verdor hiriente, donde convivían
    indios, negros esclavizados, con amos europeos crueles y
    sanguinarios, frente a los cuales la gente se rebeló y se
    hizo a la vida en libertad en
    asentamientos en ocasiones imbatibles, que aquí llamamos
    palenques

    Hubo un antes en que los invasores europeos debieron
    conocer el medio, dominar sus fuerzas y someter a sus habitantes
    para levantar los elementos materiales que
    se avenían con su civilización. Eso es lo que
    hicieron en Cuba, bajo el signo de la cruz y valiéndose
    también de la espada. Aquellos varones que se aplicaron a
    la conquista eran portadores de un sistema de
    valores
    forjado en el Medioevo y que pugnaba por abrirse paso, hasta
    imponerse, finalmente como lo hizo. De ahí se explica que,
    alimentada por la ambición y la gloria, su conducta haya
    desdicho y quebrado los principios de un
    catolicismo beligerante en nombre del cual surgió España
    encima de la cabeza de los heréticos moros y de todo tipo
    de heterodoxia.

    Esta contradicción e inconsecuencia entre
    religión y
    praxis
    histórica es aplicable a aquellos acontecimientos, en
    medio de los cuales nacía el capitalismo,
    respirando lodo y sangre por los
    poros, según la metáfora de Marx. La vemos en
    la relación Velázquez/Cortés, marcada por el
    engaño y la traición, aunque esto último
    haya parecido exagerado.

    Del puerto bautizado con el nombre del santo
    patrón de España salió el intrépido
    Cortés a conquistar el Imperio azteca, empresa en la que
    otros habían fracasado y en la que halló su
    celebridad. El mismo enclave donde, hace poco más de un
    siglo, con el hundimiento de las naves del Almirante Cervera,
    culminó el dominio español en
    América
    y emergió, después del desembarco de los marines,
    el Imperio norteamericano en un mundo así desequilibrado.
    Seis décadas más tarde, los ojos de esta ciudad
    fueron "fieles" testigos de la entrada triunfal de un
    ejército barbado de campesinos y trabajadores que, en una
    guerra
    irregular y corta, había dado al traste con una
    tiranía apoyada en un descomunal aparato
    burocrático-represivo y en el hombro de este último
    joven imperio, que aún hoy no ha aceptado su
    derrota.

    Desde su fundación, Santiago de Cuba estuvo
    marcada con el signo de la oposición
    opresión/rebeldía; del afán guerrero e
    impositivo del conquistador y de la resistencia del
    oprimido frente a todo tipo de sujeción y vasallaje. Esa
    es la interpretación verídica que nos hace
    el texto
    dramático De cómo Santiago Apóstol puso
    los pies en la tierra,
    del actor Raúl Pomares, quien
    contrapone a los personajes Ño Pompa (el pueblo) y a
    Santiago Apóstol (la cultura del
    amo español) en un proceso
    dialéctico que le permite desmitificar la historia y
    extraer de ella otra "lectura".
    Finalmente, asistimos a la transformación de valores del
    segundo de los personajes: corre el año 1868, "Santiago
    queda solo enfrentado a su imagen. Sube al
    pedestal y toma la espada", del Apóstol ecuestre, se nos
    dice en la acotación escénica. Ese "Adiós,
    Apóstol! Santiago se va, del escueto y punzante final,
    marca su
    incorporación a la insurrección que ese ano los
    cubanos han iniciado contra el dominio de España en la
    Isla.

    El santo patrón convertido en opuesto
    -desalienado- suma su arma característica al cambio radical
    de aquellos a quienes había contribuido a dominar en su
    condición de héroe de lo hispánico y
    símbolo de la fe intransigente, como se autodefine al
    principio de la obra. Una vez más Prometeo (Ogún)
    ha sabido arrancarle el fuego a los dioses y con él se
    lanzará a su siempre renovada empresa libertadora y
    edificadora del hombre
    aspirado que, en nuestro caso, es el etnos nacional. Y este gesto
    de profundo alcance histórico-cultural es el rostro
    definitivo de Santiago que me he propuesto subrayar en esta
    selección de ensayos y
    textos recuperados de nuestra historia: el de una ciudad como
    símbolo de lo cubano y el de un pueblo -el santiaguero-
    como símbolo de rebeldía asentada firmemente en el
    fondo de una espiritualidad tradicional y, al mismo tiempo, tan
    flexible y creativa que le ha permitido siempre integrar dentro
    de sí los elementos de las culturas más distantes y
    disímiles, sin debilitarse ni desdibujarse en sus
    originales esencias.

    Cortés parte de la villa a conquistar un imperio.
    En sus insignias refulge la imagen del Santo Patrón. La
    espada de Santiago se une al machete de Ogún y el
    personaje con el nombre del santo se suma a la comparsa
    carnavalesca que cierra el montaje de la obra teatral. Atención: he dicho el carnaval, que en esta
    ciudad tuvo un nombre distintivo: los mamarrachos. De su
    seno brotó un tipo de representación callejera de
    marcada espontaneidad y alto valor
    comunicativo que hoy conocemos como teatro de relaciones.
    Este formato expresivo es el que ha servido al Cabildo Teatral
    Santiago, grupo de
    actores profesionales, para montar el texto que hemos comentado
    aquí en extenso. Uno de sus asesores principales lo fue
    durante años el historiador y ensayista Joel James, cuyo
    aporte a la presente entrega describe el complejo entretejido
    existente entre las representaciones litúrgicas oficiales,
    durante la colonia, y la conformación de un pensamiento en
    el pueblo, definidamente propio y original, que se ha expresado
    con un alto sentido de independencia.
    Estamos en presencia de un consistente estudio sociológico
    e histórico de las fiestas de Santiago Apóstol de
    la ciudad.

    La historiadora de la ciudad, doctora Olga Portuondo,
    nos presenta en su estudio "Santiago en la intimidad del
    santiaguero" un rostro del santo patrón inusual y raras
    veces visto: el de un foco generador de espíritu que
    distingue al nativo local del resto de los habitantes de la Isla.
    Con un riguroso y exhaustivo empleo de las
    fuentes
    escritas, esta investigadora ha sabido demostrar una vez
    más su cualificada autoridad para
    escribir sobre la historia de esta ciudad de Santiago de Cuba,
    llena de vericuetos, de personajes y héroes de su cultura,
    como el de este Apóstol que le dio nombre, que le cobija
    hasta el presente.

    Para no sobrecargar este prólogo, remito al
    lector a las notas elaboradas por mí para introducir los
    textos aquí incluidos. He querido salvar para la memoria, el
    nombre de ese incansable trabajador de la cultura que fue el
    santiaguero Ramón Martínez Martínez, quien
    supo escudriñar en las expresiones y las tradiciones de su
    ciudad natal aquellos batientes que dibujaron el perfil de una
    espiritualidad definitiva. Siendo un joven con la cabeza
    retumbante de filosofías europeas, a finales de la
    década de los sesenta -recién asentado en Santiago
    de Cuba- me estremecieron los artículos que leí en
    su invaluable Oriente folklórico: en ellos
    aprendí más de cubanía que en los libros que me
    indicaban leer en la universidad, como
    aprendí más historia de Cuba en el Museo Emilio
    Bacardí que en los textos con los que había tenido
    que bregar en los niveles de enseñanza precedentes. Por aquel insigne
    intelectual supe que cubano se le decía durante la
    colonia" y "hasta hace poco" al santiaguero, como siempre se le
    denominó Cuba a esta ciudad de Santiago, que me
    acogió como un hijo y a quien he querido rendir sentido
    homenaje con el presente libro.

    Por ahí comencé a conocer su historia y a
    adentrarme en la cultura local con un maestro indiscutible que
    confieso nunca hallé en el aula: el pueblo, el Ño
    Pompa ingenioso y cálido, franco, espontáneo,
    afable, cariñoso y capacitado para enfrentar las tareas
    más difíciles de la historia: las que impone la
    vida cotidiana, más aun en situaciones extremas de peligro
    y carencias. Ese es el cálido santiaguero, armado de una
    espada-machete de Apóstol-Ogún que se llama
    capacidad de resistencia y espíritu de lucha que
    ¿no es acaso uno de los frutos de ese "sembrador de
    símbolos" bajo cuya advocación surgimos a la
    historia, quiere decir, a la vida? ¿acaso no es ese el
    sentido de la heroicidad entendida como vocación
    inclaudicable por la libertad?

    Este es el destino al que me refería: al
    encuentro de dos ciudades -Compostela y Cuba- y de dos pueblos
    hermanados por ese camino que recorrimos en la meta siempre
    ascendente de una humanidad más solidaria y
    amable.

    Una vez más tengo que agradecer a tantos que este
    empeño haya podido llegar a término y, de modo
    especial, a la amiga Natalia Fernández Segarra, directora
    de la Fundación Eugenio Granell, que acogió la idea
    del libro y nos alentó para que lo concluyéramos
    del mejor modo. Espero que tenga la acogida que un abrazo entre
    hermanos merece.

    Otros destellos del rostro de Santiago podrán ser
    apreciados en las imágenes e
    iconografía que nos comenta en sus palabras el arquitecto
    Omar López, Conservador de la Ciudad. Fueron tomadas por
    el profesor
    Arnoldo Martínez Rojas, el arquitecto Ricardo
    Meriño y el alemán Reinter Peters-Acherman, este
    último bajo nuestras indicaciones. Justamente, éste
    y mi amiga la alemana Natalie Goltenboth, cuya tesis doctoral
    asesoro, le hicieron las últimas fotos a
    oficiantes religiosos raigalmente vinculados al culto a Santiago
    y que fallecieron hace poco: al santero Mayor "Cunino", al akpwon
    Mozo y al espiritista muertero Don Chino, humildes santiagueros a
    quienes tenemos el honor de dedicarles este libro en sentida
    manifestación de cariño y aprecio
    eternos.

    Jose Millet

    Santiago de Cuba, marzo, 1999

    Partes: 1, 2, 3, 4

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