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Cómo concibo un taller literario (Balance de una experiencia) (página 2)



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Otra premisa que debía poseer el programa
didáctico es que para escribir literatura solamente se
precisan dos cosas: leer y escribir; leer y escribir. Pero leer
no solamente textos, sino también contextos, es decir,
aprender a leer en el libro de la
vida y de la historia para aprehender lo
auténtico. Y escribir como una práctica y un oficio
donde la maestría se alcanza solamente con paciencia e
infinitas horas de vuelo. Pero sin precipitarnos. La
máxima en este apartado es la que nos dejó Goethe:
"sin prisa y sin pausa". Porque la inspiración no existe,
y si existe, como decía el maestro Picasso, que
nos encuentre trabajando.

Y por último lo fundamental: el mejor taller
literario es el que realiza el escritor consigo mismo, con su
propio trabajo. En
otras palabras, la autocrítica y la autoevaluación
profunda son el mejor taller literario al cual uno puede
asistir.

Para ello se precisa de un prolongado esfuerzo
autoconsciente, de tal manera que podamos despojarnos de nuestro
ego, es decir, aprender a distanciarnos para leernos como si
fuésemos otro: desdoblarnos para convertirnos en el
crítico más despiadado que pueda examinar nuestro
propio trabajo. Pero sin desdeñar la lectura y
las sugerencias de otras personas porque, muchas veces, una
mirada externa detecta errores que hemos dejado pasar,
posiblemente por nuestra propia indolencia crítica.

Uno de los elementos capitales del proceso
debía ser la visita de escritores, vivos o muertos, al
taller. Me interesaba el (re)conocimiento
de la culinaria de los escritores (en ese momento
latinoamericanos) más representativos, para abordar su
obra desde la misma producción literaria, es decir, desde sus
búsquedas y aciertos más notables, tomando en
cuenta sus consejos más precisos. Igualmente debía
insistir en la presencia de escritores nacionales, y en lo
posible, extranjeros, que pudiesen compartir su experiencia
productiva. Esta dinámica permitiría, además,
que se comprendiera que el escritor no es un elegido, un ser
olímpico alejado de la tierra,
sino una persona de carne
y hueso que realiza su oficio como cualquier otro en una sociedad donde
la poesía,
amargamente, es marginal.

Por fortuna encontré un talento extraordinario en
la mayoría de los participantes. Tanto que, al final del
curso, y tras la publicación de una breve
antología, propuse a los más interesados que
podríamos continuar el taller los fines de semana en mi
casa. Para tal efecto debía variar la metodología y la bibliografía, sin perder
las premisas originarias, de tal manera que los participantes se
zambulleran más en su propio trabajo. El elemento capital de la
nueva etapa debía ser la amistad. Es
decir, sin establecer lazos de camaradería y
empatía entre el coordinador del taller y los
participantes, es imposible desarrollar un taller literario tal y
como lo planteé en esta segunda etapa.

La experiencia ahora estaba más cerca de la
conformación de un grupo, para
ello se debía reafirmar su práctica de trabajo
colectivo. El coordinador se convertía en un participante
más y debía compartir también su trabajo
creativo. Y así sucedió: el taller cedió
paso a la conformación de un grupo literario que ingresaba
a la necesaria fase de confrontación con el
público. Se organizaron lecturas, giras, encuentros con
otros grupos y
talleres, y se intentó la elaboración de una
revista. Se
experimentó con la escenificación poética y
el entrenamiento
actoral (otra vez la experiencia de las artes escénicas)
para fortalecer los vínculos interpersonales, que,
además, se profundizaban con dinámicas interactivas
y con actividades cotidianas y de esparcimiento.

Surgieron entonces las individualidades y se
manifestaron incipientes liderazgos y espectativas. Algunos, con
justicia,
aspiraban a publicar, e incluso fantaseaban con premios y
reconocimientos. Se coqueteaba con la celebridad en el
síntoma que he denominado "la enfermedad infantil del
vedetismo en la poesía". Era hora de abandonar el taller y
dejar que sus miembros siguieran su propio camino. Porque otro
elemento importante de un taller literario es que cada
participante posee su propio ritmo y sus intrínsecas
necesidades. Por eso, la permanencia en un taller, o en un grupo,
difiere en cuanto a las inquietudes y condiciones de cada novel
escritor. Eso sí, lo recomendable es que no sea
permanente, es decir, para siempre. Llega el momento en que uno,
como escritor, debe encarar su propia soledad en términos
de producción artística.

A lo largo de muchos años he entregado y
compartido la metodología y la didáctica con numerosos grupos y
jóvenes creadores. Todo en el marco de la gratuidad y de
la camaradería, quiero decir, al tenor de la promoción literaria desinteresada y sin
fines de lucro. Porque en el arte y la
literatura, lo que se convierte en lucro se pervierte. Una cosa
es percibir los honorarios justos y necesarios por la labor
docente o de producción literaria, como lo hace cualquier
profesional, y otra muy diferente es convertir esa actividad en
un medio para capitalizar. La poesía y la literatura,
así como no sirven a intereses espúreos y extra
artísticos, tampoco se venden, ni se alquilan. No son
medios para
enriquecerse.

Debo decir que de esa experiencia, a pesar de ciertos
sinsabores y desaires, yo he sido el más beneficiado y el
más agradecido, porque me he visto obligado a investigar y
a aprender abundantemente de la diversidad de personalidades y
caracteres.

Cuando se comparte con sangre joven uno
se revitaliza. Y lo mejor: se profundiza el autoaprendizaje a la
vez que se ejercita la tolerancia en la
pluralidad antropológica y en la valoración de las
diferencias en cuanto a la complejidad humana se refiere. Porque
se adquiere paciencia, humildad y capacidad de escucha en la
multiplicidad del proceso de enseñanzaaprendizaje.

Por esas y muchas otras razones, al evaluar un largo
período de una experiencia literaria en términos
didácticos o pedagógicos, lo que finalmente
recomiendo a los "alumnos" es que no se aspira, o no se debe
aspirar, a ser buenos poetas o escritores, porque es
inútil. Mucho menos al éxito o
a la celebridad. Se trata más bien del intento de
convertirnos en buenas personas. Así de sencillo:
buenas personas.

Dicho de otra manera, aspiramos a ser cada vez
más humanos, más solidarios, más
identificados y comprometidos con nuestro entorno y con nuestra
propia naturaleza;
así como a emprender la aventura de la escritura
creativa no como un pasatiempo, sino como un oficio, como una
profesión. Y a reconocernos como lo que somos, sin
decorados y sin trampas. Lo demás vendrá por
añadidura.

Escritor costarricense.

 

 

 

Autor:

Adriano Corrales Arias

Partes: 1, 2
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