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El pensamiento económico de Enrique José Varona (página 2)



Partes: 1, 2

Estos ejemplos bastan, a nuestro juicio, para mostrar
por qué en otra ocasión pudo decir que los
combustibles para el incendio ya estaban acumulados y que
sólo faltaba la chispa que los pusiera en ignición
(9); una chispa con la que se incendiaron aquellos
materiales el
24 de febrero de 1895.

Por razones económicas pronosticó
también el carácter inevitable de la derrota
española. En uno de sus artículos, explicaba que
estando Cuba en
guerra y, por
ende, "(…) paralizada la función
industrial, la primordial en los organismos sociales", no
podría solventar los gastos generados
por el curso de la misma, mientras España,
dado los gastos en que debía incurrir para sufragarla,
tampoco estaba en condiciones de hacerlo. Entonces intentó
estimular la previsión española,
advirtiéndole a nuestra Metrópoli que sólo
podría aspirar a prolongar el conflicto, sin
posibilidades reales de victoria y a costa de su propia ruina:
"¡Cuánto más humano para ella misma
sería reconocer lo inevitable y dejar a Cuba entregada en
paz y abrirse paso a un mejor porvenir¡".
(10)

Creemos suficiente lo apuntado para ilustrar la
importancia fundamentental que Varona atribuyó a los
factores económicos en la creación de las
condiciones objetivas indispensables para el proceso
nacional liberador, reiniciado en 1895. Más,
también tuvo en cuenta la importancia de ese factor en las
relaciones Cuba-EE.UU. En 1896, en uno de sus artículos
acotó: "Cuba forma parte del sistema
económico de los EE.UU. y del sistema
político de España". (11). En su
apreciación, en la complejidad de esa situación
ponía de manifiesto la gravedad de la misma, puesto que
había llegado a su momento álgido en esos precisos
momentos. Esa situación comportaba el peligro indudable de
una posible intervención norteña en el conflicto
cubano-español.

En virtud de esto tomó nota de la pugna existente
entre el Ejecutivo –que pretendía tener manos libres
en la cuestión relativa a Cuba- y el Congreso –que
de algún modo se hacía eco de las simpatías
del pueblo estadounidense hacia la causa de la liberación
del nuestro. Pronosticó entonces que el Ejecutivo
terminaría por imponer sus miras egoístas
particulares y aconsejó qué hacer si llegara el
momento de la intervención de la Unión Federal en
nuestro conflicto con España: mantener la fuerza
efectiva del Ejército mambí, considerando que
mientras existiese un ejército de cuarenta o cincuenta mil
soldados sobre las armas dispuesto a
la lucha en nuestros campos, los EE.UU. estarían obligados
a tener en cuenta ese factor importantísimo, entre otras
razones para proteger su imagen y sus
relaciones con Hispanoamérica, la cual era objeto de su
interés
para su expansión económica futura.
(12)

Un año más tarde, en 1897, ofreció
una conferencia
titulada La política cubana
de EE.UU. en la que expuso pormenorizadamente, la
política seguida por aquellos desde tiempos atrás.
Expone que apenas llegados a la boca del Mississippi, nuestro
país adquirió singular importancia en la
política del mundo y nuestra historia se modificó
profundamente. Desde ese momento Cuba se había convertido
en una obsesión para los estadistas estadounidenses, como
antes lo había sido New Orleans, como después lo
fueron Texas y Oregón. (13) Se refiere a las
tempranas pretensiones de Jefferson, a quien consideraba entre
los más moderados, para el que Cuba representaba "(…) la
adquisición más importante que pudiera hacerse
nunca a nuestro sistema de Estados". (14) Años
más tarde, ya consumada la intervención, Leonard
Wood, quien sustituyó a John Brooke como Gobernador
durante la ocupación militar estadounidense de nuestro
país, formuló una idea semejante, imbuido por el
mismo espíritu anexionista.

Creyó oportuno referirse en esta conferencia a la
Doctrina
Monroe, con la que, según estimó, los EE.UU.
hicieron sentir por primera vez su peso de manera decisiva en la
balanza de las relaciones
internacionales. Hace mención a la "neutralidad"
proclamada cuando estalló el movimiento
nacional liberador en la América
continental española; pero tal neutralidad, no fue
rigurosamente observada, como lo demuestra el apoyo recibido por
la expedición organizada por Miranda. En la
apreciación de Varona, esto se debía a que desde
que "(…) se inició la lucha entre las colonias y
España, los estadistas de la Federación vieron
claramente la ilimitada esfera de influencia que su
emancipación prometía". (15)

En el caso de Cuba, por el contrario, la posición
de ese Estado
había sido muy distinta. De hecho, optó por servir
de garantes de la soberanía española sobre la isla. No
precisamente porque aspirasen a la permanencia definitiva de Cuba
como colonia española, sino porque la querían para
sí y temían a Inglaterra y
Francia,
más que a España, para intentar otra cosa por el
momento. De tal modo denotaban su preferencia porque nuestro
país permaneciera en las manos más débiles,
de las cuales sería más fácil arrebatarlo,
una vez llegado el momento y la situación
oportunos.

Mientras, formularon la política de la espera
paciente o de la fruta madura, con el propósito de lograr
finalmente sus objetivos. En
esa conferencia hace mención del proyecto
bolivariano de liberar a Cuba. Pero toma nota de que el plan de Bolívar
contemplaba la abolición de la esclavitud y de
que esto suscitó la oposición de los Estados del
Sur, mayoritarios en el Congreso, en virtud de lo cual la
Unión llegó a amenazar hasta con el uso de la
fuerza, dando como resultado la frustración del proyecto
bolivariano. Desde entonces, infiere Varona, España supo
que mantener la esclavitud africana era la mejor garantía
para mantener su infame soberanía sobre Cuba, mientras
que, por su parte, los patriotas cubanos habían aprendido
su lección: "Los árbitros de la suerte de su patria
no estaban en Madrid, sino
en Washington". (16) Al finalizar su conferencia destaca
que "(…) para los hombres de gobierno de los
EE.UU. la suerte de Cuba es de vital importancia, casi tanto como
la de cualquier Estado de la Unión", (17)
razón en la que se funda para afirmar que Cleveland,
entonces Presidente de los EE.UU., lo único que
quería sacar a salvo era el derecho de su país a
intervenir en el conflicto que sostenían Cuba heroica y
España furiosa.

Todo lo cual muestra que no
les fueron desconocidos los móviles de la
intervención norteña que veía venir, ni los
reales peligros que esta entrañaba para el destino de
nuestro país. De ahí que no podamos compartir la
apreciación de Carlos Rafael Rodríguez -una
personalidad
de reconocida sagacidad intelectual y de indiscutible prestigio
político, en la cual afirmó que Varona no se
percató tan tempranamente como Martí y
Maceo de los peligros que entrañaba la acción
concreta del imperialismo
para nuestro pueblo.

El análisis de este asunto no resulta
fácil; pero, a nuestro juicio, lo que desconcierta a
Carlos Rafael es que Varona, una vez en marcha la primera
intervención estadounidense en nuestro suelo,
decidió participar en el Gabinete del Gobierno Interventor
bajo la ocupación militar extranjera. Vale la
aclaración, sin embargo, que en la apreciación de
Carlos Rafael, Varona fue un hombre al que
de veras le dolía Cuba y que en modo alguno lo
situó entre los servidores
interesados de los usurpadores. Por el contrario, si bien no
aprueba su conducta,
reconoce que su gestión
ministerial estaba encaminada a proteger nuestra economía indefensa y nuestra nacionalidad
precaria. Al parecer, su reproche fundamental radica en el hecho
de no haber adoptado una posición intransigente, como la
que caracterizó a Salvador Cisneros Betancourt y a Juan
Gualberto Gómez.

Al analizar estos hechos no podemos pasar por alto que
la intervención se había producido en nombre de la
Resolución Conjunta, en unos términos que no eran
los preferidos por el Ejecutivo de aquella nación.
Es de pensar que Varona no haya tenido en su vida mejor
oportunidad de sentir satisfacción por una
equivocación en uno de sus pronósticos, como aquel en que había
creído más probable que el Ejecutivo saliera
triunfante y terminaría por imponer sus miras expansivas
en el Congreso en la cuestión relativa a Cuba. Este
último, canalizando las simpatías del pueblo
norteño, había impuesto al
Ejecutivo, los términos de aquel documento, en nombre del
cual se había producido la intervención. En
él se reconocía que Cuba es y de derecho debe ser
libre e independiente, así como que el Gobierno del
país interventor se comprometía, una vez pacificada
la Isla, a dejar la constitución del gobierno a su propio
pueblo. A lo más que habían podido llegar las
fuerzas encubiertas partidarias de la expansión,
representadas por el Ejecutivo, fue a evitar el reconocimiento
del Gobierno de la
República en Armas como legítimo representante
del pueblo cubano. Lo estipulado en esta Resolución, desde
luego, no representaba poco. Pero, por lo pronto, dicha
Resolución ponía límites a
las fuerzas expansionistas del naciente imperio, al menos para un
futuro inmediato.

Existe otro hecho que contribuye a explicar la actitud
adoptada por Varona: el Gobierno de la República en Armas,
el que tal vez imprevisoramente, sin haber obtenido el
reconocimiento oficial como representante legítimo del
pueblo cubano ordenó la colaboración del
Ejército mambí con las fuerzas interventoras, se
sintió con derecho a solicitar y obtener del Gobierno que
las representaba tras la ocupación militar, la
participación de independentistas cubanos en las
instancias de dirección municipal, provincial y nacional
del país. Dicho Gobierno había accedido,
obedeciendo a su propio interés de lograr la
pacificación y la estabilidad del país. En el
Gobierno que representaba a las fuerzas independentistas obraba
el interés de cerrar las puertas de entrada a esos puestos
de sectores capaces de fungir como aliados incondicionales de los
usurpadores y que de un modo u otro pudieran constituir un
obstáculo adicional para el nacimiento de Cuba como Estado
independiente.

Hubo otro elemento que Varona se encargó de
aclarar posteriormente: Nuestro país arribaba al momento
de obtener su independencia
en condiciones muy distintas a como esto había sucedido en
las Repúblicas americanas de nuestra misma cepa. Entonces
los EE.UU. se ocupaban preferentemente de sus asuntos internos y
apenas proclamaban su papel preponderante en el Nuevo Mundo. A
fines de ese siglo ya la situación era muy distinta. En
aquel país se gestaba su fase imperialista, unido a
cambios muy sustanciales en su política exterior. Estaba a
la vista, en virtud de ese mismo hecho, un proceso de reparto
territorial del mundo, en el cual participaba junto a las
principales potencias europeas, con las cuales, a su decir,
realizaba la función de policías internacionales,
reservándosele buena parte de América como su zona
de influencia. (18). En buena medida esto debió
significar el fin de la pugna con Inglaterra y Francia por el
dominio de
Cuba, de lo cual resultaba que si nuestro país fuese
anexado por la potencia
americana, Europa
reconocería plenamente el hecho.

Previó entonces que los EE.UU. no se
retirarían de Cuba sin ninguna recompensa, máxime
si contaba con el visto bueno de Europa y era la única
potencia americana que, en verdad, contaba en el mundo. Por eso,
cuando llegó el momento, se sintió obligado a
transigir con la imposición de la Enmienda Platt. Estimaba
que nuestro país, exhausto después de tres
años de guerra y de la Reconcentración de Weyler,
no debía ser lanzado a una confrontación directa
con la potencia ocupante. En aquellas condiciones esto
podría representar un suicidio y la
desaparición de nuestro pueblo. Aceptó la
imposición de la Enmienda Platt, no como un bien deseable,
sino como un mal inevitable y, en fin, entendiendo que
constituía el menor de los males posibles.

Aquí resulta oportuno aclarar que no había
logrado una clara distinción entre la modalidad moderna y
clásica del imperialismo. Entendió que sólo
era posible esperar un intento de anexión directa, pues la
experiencia histórica hasta el momento no indicaba lo
contrario. Temía sobre todo a la presencia de un
ejército de ocupación en nuestro suelo, bajo la
amenaza expresa de no ser retirado sin compensación
alguna. Esto le aconsejó transigir en asuntos de no poca
monta. Prefirió atenerse a lo que la ominosa Enmienda como
sustitutivo de la anexión dejaba en pie de la
Resolución Conjunta y procurar la más pronta
retirada de ese Ejército de ocupación, por las
razones ya apuntadas.

Esto no equivale, necesariamente, a justificar esa
actitud a toda costa. No obstante, creemos posible afirmar que,
si bien difiriendo de los patriotas más intransigentes,
tanto en los medios a
emplear, como en los plazos indiscutiblemente más
prolongados para lograr sus objetivos, estos no diferían
esencialmente de los que se planteaban aquellos. Para nosotros es
indudable que Varona fue un patriota que anhelaba la plena
independencia de su patria.

No dejó de obrar en esa dirección desde el
Gabinete del Gobierno Interventor como Secretario de Hacienda y,
sobre todo, como Secretario de Instrucción Pública.
Al frente de esta última Secretaría promulgó
la Reforma de la Enseñanza, cuyos objetivos, al parecer, no
son plenamente por todos conocidos. Varona creó las
carreras idóneas, en la medida que le fue posible, desde
el punto de vista de formar los especialistas indispensables para
emprender un moderno desarrollo
económico del país en su tiempo, que
pudiera ser independiente. Creó las carreras
indispensables para el logro de ese fin y concibió que la
enseñanza debía dejar de ser memorística y
retórica, para ser práctica y experimental. Esta
Reforma constituyó un antecedente de la preconizada en la
ciudad argentina de Córdova, la cual desató un
movimiento que llegó a Cuba en 1923, calorizada por Julio
Antonio Mella. Según Raúl Roa, no fue casual que en
el acto inaugural Mella se hiciese acompañar por el ya
viejo Maestro, dirigiéndole palabras de reconocimiento y
respeto. En
líneas generales era la misma que este había
intentado en Cuba antes de nacer como República
formalmente independiente. (19)

Algunos han considerado que la fuente principal de
aquella Reforma estuvo constituida por la filosofía positivista, supuestamente
abrazada incondicionalmente por el autor de la misma. Más,
en realidad estuvo atemperada a las necesidades materiales
más perentorias del país, y a la vez, inspirada en
los más altos principios
éticos y patrióticos. Carlos Rafael
Rodríguez y Raúl Roa (20) concuerdan en que
Varona se atuvo a estas realidades, para cuya
transformación era indispensable, no la única y
simple instrucción como instrumento para el dominio de la
naturaleza,
sino también para la formación de nuestros
estudiantes en el amor al
país y en la defensa de sus intereses, concebido esto como
la cuota individual que los pueblos debían tributar al
mejoramiento de la humanidad. En medio de una ocupación
militar extranjera, perseguía, según
expresó, la legítima defensa del grupo
étnico cubano, fortaleciendo su sentimiento de identidad
nacional, puesto que lo veía entonces en peligro.
(21)

En realidad, esta Reforma era consustancial al plan de
acción que desde septiembre de 1898 había esbozado;
esto es, fundar en la independencia económica de la
nación
su plena independencia
política, para lo cual resultaba indispensable el
fortalecimiento del sentimiento de identidad
nacional de nuestro pueblo. De ese modo, aspiraba a dejar
saldadas las cuentas que la
Enmienda Platt había dejado pendientes.

Era su consideración que esta Enmienda dejaba
cierta libertad para
el manejo de nuestros asuntos internos, la cual debía ser
aprovechada para recuperar la riqueza que ya había
caído en manos extrañas y evitar, que esto
continuara sucediendo en el futuro. Se había propuesto,
además, eliminar la deformación estructural de
nuestra economía (la monoproducción azucarera, el
latifundio, la dependencia del mercado exterior
y de un solo mercado), así como el fomento de la ciencia y
la cultura. Poca
política y mucho trabajo, mucha
cultura y mucha ciencia era el
programa que,
en síntesis,
proponía para el futuro inmediato del país.
(22). Para ello estimaba indispensable la tolerancia y la
concordia entre los cubanos, como medio para mantener la paz
interior y hacer factible la realización de sus
propósitos en el menor plazo posible.

En lo referente a la deformación estructural de
nuestra economía se ha de tener presente que desde 1885,
interviniendo en la pugna sostenida entre quienes preconizaban,
ante todo el monocultivo y la monoproducción y, en fin, el
desarrollo de
la producción azucarera, y los que
sostenían la diversificación productiva, se
pronunció resueltamente por esta última
opción. Su aspiración era la creación de un
fuerte mercado interior, que disminuyera la dependencia del
mercado externo, que ya para esa fecha era preponderantemente el
norteamericano. Se había percatado de que la dependencia
económica del país respecto a un solo producto y de
un solo mercado, de los cuales dependieran todos nuestros
insumos, tanto personales como productivos, ponía al
país a expensas de las oscilaciones de uno y otro,
asegurándole un destino que no podía ser sino
incierto y precario. Pedro Pablo Rodríguez
consideró que estas posiciones iniciales habrían de
conducirlo a un enfrentamiento al imperialismo y sus aliados
nacionales, ya en la etapa neocolonial de nuestra
República. (23)

Puesto que tratamos de las ideas económicas de
Varona, no es posible obviar su estudio sobre el imperialismo,
dado a conocer en su conferencia titulada El
imperialismo a la luz de
Sociología
, dictada en marzo de 1905. De paso, tenemos
a bien apuntar que según el autor antes mencionado, fue
Varona el primero entre los cubanos que se dedicó a la
aprehensión teórica de este fenómeno como
fenómeno histórico universal y no sólo
teniendo en cuenta meras contingencias antillanas.
(24)

No se nos oculta que en el enfoque sobre el imperialismo
se valió, en buena medida, de la teoría
orgánica de la sociedad, la
que tuvo en el filósofo positivista inglés
Herbert Spencer a uno de sus más altos y representativos
exponentes. Había sido creada bajo la influencia de las
ciencias
biológicas, estableciendo una cierta similitud entre la
sociedad y los seres vivos. Considerando a la sociedad como un
organismo, le atribuía determinados órganos
relacionados entre sí, cumpliendo funciones
específicas dentro de un sistema íntegro. A este,
en su conjunto, le era inherente entre otros atributos, la
tendencia hacia una mayor complejidad, así como el paso de
lo homogéneo e indefinido a lo heterogéneo y
definido, en la misma medida en que ocurriera el crecimiento y la
expansión de una sociedad dada.

Según apreciaba Varona "(…) en el
crecimiento de un grupo humano, no vemos leyes distintas a
las que presiden el desarrollo de un organismo individual; lo que
cambia es la esfera de acción, más amplia, y los
resultados infinitamente superiores". (25)

Baste lo anterior para indicar su adhesión, al
menos parcial, a la mencionada teoría. En virtud de ella
explica la tendencia hacia el crecimiento de un determinado grupo
humano, así como a lograr su expansión ocupando un
mayor espacio territorial. Pero en su explicación del
fenómeno imperialista, considera que una vez lograda la
integración de las unidades dispersas,
ahora congregadas, formando una gran unidad política,
tiende a crecer por la asimilación de nuevos elementos.
Así es como llega a definir el imperialismo como un
fenómeno viejo al que se le daba un nombre nuevo, en fin,
como "(…) la forma de integración o crecimiento de un
grupo humano cuando llega a tener la forma de dominación
política sobre grupos diversos
de distinto origen, próximos o distantes del grupo
principal". (26).

Aquí es posible observar claramente que se
refería al imperialismo en su modalidad clásica,
para la cual es característica la dominación
política directa de otros pueblos de distinto origen. En
realidad, hasta ese momento y mucho más adelante no pudo
hacer una distinción precisa entre el imperialismo
clásico y el moderno y, en consecuencia, entre el
colonialismo a que tendía aquel y el neocolonialismo
característico de este. Ya hemos apuntado que esto tuvo un
indiscutible eco en sus posiciones políticas
concretas en medio de la primera intervención
estadounidense. En consonancia con sus ideas, temió sobre
todo a la anexión política directa, según ya
hemos apuntado.

Oponiéndose al error, que estimaba común,
de intentar la explicación de los fenómenos por lo
que nos viene del pasado cuando, según él, sucede
lo contrario, pues el pasado debe ser explicado por la luz que
sobre él proyectan las tendencias que lo han conducido
hasta el presente, no toma a Roma, sino a
Inglaterra como modelo para
sus explicaciones. Roma estaba muy alejada en el tiempo y en
espacio; A Inglaterra la teníamos ahí, en el
presente, y casi al alcance de la mano.

Además de constituir unidad política, para
que una sociedad entre en su fase imperialista, son
indispensables tres condiciones: Crecimiento, aumento y
reconcentración de la población; un desarrollo económico
que permita la acumulación de capitales y su empleo en las
empresas de
colonización. Por último, una gran cultura superior
mental.

En la cuestión relativa a la población,
observaba que Inglaterra contaba entonces con unos 42 millones de
habitantes; pero con la particularidad de que en números
redondos entre el 60 y el 77% de la población estaba
concentrada en las ciudades, unas 85 en total si se consideraban
las de Irlanda, de las cuales 76 eran propiamente inglesas. De
ahí lo que consideraba la primera condición para la
expansión imperialista de un país: población
numerosa y concentrada.

En lo referente al desarrollo económico,
hacía notar que la tierra de
la Revolución
Industrial se había convertido en el taller de mundo,
pagando con productos
fabriles sus insumos de materias primas y de productos
agrícolas. Por eso había sobrepasado el
período industrial, situándose ya en el comercial.
Ninguna otra nación podía contar con la enorme
plétora de capitales circulantes con que contaba
Inglaterra. Sobre esa base, apuntó: "¿Quién
ignora que es Inglaterra el gran mercado de dinero del
mundo, la reguladora de todas las transacciones comerciales?
(27)

A pesar de las condiciones que Inglaterra presentaba, ya
Europa se había cerrado al influjo exclusivo de su fuerza
económica, razón por la que se le hacía
necesaria la búsqueda de otros puntos del planeta que
constituyesen una línea de menor resistencia para
la introducción de sus capitales. De tal modo,
la expansión de este país hacia otros territorios
obedece a causas "(…) de orden profundamente social, porque son
de orden económico". (28) En fin "(…) ha sido
necesario buscar desaguadero a su inmensa producción,
buscar dónde emplear un capital
ocioso, procurar que los múltiples productos de su
industria
metalúrgica… no se estancaran sin salida". (29)
Los países tropicales le ofrecían esa posibilidad,
ilustrando Varona su afirmación con cifras tan reveladoras
como estas: en el período de sólo dieciséis
años Inglaterra había extendido su dominio a 3,
711,000 millas cuadradas, para elevar a un total de 11, 700,000
todo su imperio: unas tres veces largas la superficie de toda
Europa, con una población casi equivalente a la de todo
este continente en su conjunto. (30)

Para la realización de esa ingente misión
colonial, se había hecho indispensable la puesta en
acción una cultura mental superior de aquel pueblo. No se
le escapó a Varona el cambio que
esta situación había provocado en la mentalidad
inglesa, sobre todo en quienes fungían como agentes
protagónicos de la acción imperialista llevada a
cabo por aquel país. Había observado que "(…)
nada es más interesante de notar que la facilidad con que
los hombres disciernen teorías
que vengan a darle forma de imperativo mental a las necesidades
de la práctica". (31) De tal modo, en la tierra del
librecambio se tendía ahora a un mal disfrazado
proteccionismo y, según dijo, allí donde se
había producido lo que Lecky había llamado "una de
las tres o cuatro acciones
completamente morales en el transcurso de la historia" –la
campaña abolicionista- era ahora el escenario desde donde
se proclamaba el trabajo
obligatorio en sus colonias africanas.

Pero no redujo las fuentes del
hecho sólo a quienes tenían en sus manos más
directamente responsabilidad mayor en el plano exclusivamente
económico y político. Incluyó dentro del
conjunto de la acción imperialista, a quienes de
algún modo eran exponentes, conscientes o no, de una
cierta penetración cultural que justificara esa
acción colonizadora, teniendo en cuenta a sabios como
Darwin o a
novelistas como Rudyard Kipling. De ahí su
afirmación de que "(…) a la par que van sus
ejércitos y sus comerciantes extendiendo su imperio, el
pueblo de la metrópoli encuentra en sus sabios, en sus
filósofos, en sus literatos, en sus
políticos, a los amantadores de las ideas que han de poner
sus ideas y su actividad en correspondencia con sus necesidades y
sus aspiraciones". (32)

Lo que apunta Varona sobre Inglaterra tiene como fin
advertir a los cubanos sobre los peligros que se nos vienen
encima, no ya provenientes de esta, sino de los emergentes EE.UU.
Estos, después de la expansión territorial a costa
de la población autóctona, de México y
España y hasta de la Francia de Napoleón, anidaban en su seno fuerzas que
apuntaban hacia la expansión territorial más
allá de su territorio continental. Una expansión
que había adoptado nuevas formas y que en cierto modo se
ha detenido "(…) porque no tiene el aspecto de la
dominación política", (33) – directa vale
aclarar.

Al parecer, tiene en cuenta el caso de Cuba, en el que
los EE. UU., se han limitado a la imposición de la
Enmienda Platt como sustitutivo de la anexión
política directa.. Precisamente a eso se debe que haya
podido decir, en este mismo trabajo, que la intervención
había tenido para Cuba una forma muy favorable. No existen
razones que resulten válidas, dado el contexto en que
aparece esta frase, para dudar sobre cuál es el sentido
general de este trabajo e insinuar que Varona aceptó
complacido la intervención estadounidense en Cuba como si
hubiera sido un simple aliado del imperialismo.

Más adelante nos dice que no se podía
dejar de ver "(…) teniendo en cuenta el desenvolvimiento actual
de la Doctrina Monroe, que los EE..UU. han trazado una inmensa
zona de influencia en torno suyo, en
que están comprendidos todos los países tropicales
de América". (34) Entre ellos, naturalmente, estaba
Cuba. Lo peor es "(…) que Europa reconoce plenamente el hecho".
(35). Esto que escribe en 1905, de algún modo
estuvo presente en su carta al Sr.
General Ramos, escrita en 1900, mediante la cual no acepta
participar en la Asamblea Constituyente. Para Varona, el hecho
fundamental es que si bien el neo-imperialismo estadounidense no
había tenido todas las características del
imperialismo inglés "(…) para los vecinos de la
Unión Americana tiene importancia extrema conocer el
fenómeno y darse cuenta de su magnitud". (36) Para
Cuba, en particular, era de importancia vital.

Estimaba que el éxito
posible en un enfrentamiento a ese peligro dependía, en
muy buena parte, de los propios cubanos, dado que "(…) los
pueblos que tienen conciencia de su
valor moral
están obligados a hacer frente a todos los peligros que
provengan, lo mismo de la acción desencadenada de los
elementos, que de la misteriosa trama de las leyes sociales"
(37) Por eso afirmó que son los pueblos mismos los
que labran su propio destino, orientando al nuestro hacia su
independencia.

Para hacer frente a los peligros provenientes del
imperialismo estimaba indispensable, en primer lugar, promover y
conservar la unidad política y étnica de nuestro
pueblo, a fin de lograr la estabilidad interna para constituir la
unidad nacional en valladar infranqueable para la
penetración desde el exterior. También consideraba
necesario el crecimiento de la población y, para hacer
esto posible, una política
fiscal adecuada, dado que hasta el presente la existente
gravaba sensiblemente los productos de primera necesidad, con lo
cual se encarecía la vida de los trabajadores; y mientras
sea más cara la vida del obrero, estimaba absurdo
pretender que para los inmigrantes resultase atractivo el
establecimiento definitivo en el país y aún aspirar
al crecimiento espontáneo de la población
nativa.

A lo anterior agregaba que nuestra organización económica no era nada
buena, pese a las alucinaciones que pudiera producir una
ráfaga de prosperidad fugaz. No era buena, dado nuestro
carácter de país monoproductor, obligado a importar
todos los insumos, de lo que resultaba un importante papel para
los comerciantes, lo cual no resultaba de su agrado porque no
eran nativos, viendo en ello un serio peligro para
nosotros.

Por último, creía necesario lograr una
cultura superior, no reducida a la mera instrucción, para
facilitar el dominio de las fuerzas naturales. Como para
contradecir a quienes han negado que su Reforma no estuvo
inspirada en altos valores
éticos. No reducía la educación a la
mera ilustración, que ya era bastante, sino que
entendía la cultura superior.

Hemos notado que todos los autores marxistas que se han
referido a esta conferencia han hecho notar sus limitaciones
conceptuales, tomando como punto de referencia a la teoría
leninista del imperialismo. No han mostrado, sin embargo, el
mismo énfasis en aclarar que Varona fue, ante todo, un
producto del siglo XIX cubano y que en los albores del siglo XX
siguió pensando y obrando en correspondencia con la
formación que había tenido en el siglo anterior. La
única excepción que hemos encontrado en este
sentido está representada por Pedro P. Rodríguez.
En realidad, necesitó de tiempo, el necesario para ver
agotadas las posibilidades de realización de los ideales
que había abrazado y, con ello, la bancarrota de su propia
ideología, para que en él fuese
posible un cambio fundamental de sus ideas Sólo entonces
pudo de algún modo ponerse en consonancia con las
perspectivas que abría una nueva época en los
destinos del país, pero sin tiempo ya para adherirse
plenamente a las nuevas ideas.

No es posible establecer un signo de igualdad entre
el tiempo cronológicamente considerado y el tiempo medido
en términos históricos Si esta noción se
nutre del flujo real de los procesos
sociales, de su duración y de los cambios que en ellos se
producen, no es posible identificar procesos sociales que ocurran
en lugares distintos y que han tenido un flujo diferente de los
acontecimientos, aún cuando su medición cronológica parezca indicar
lo contrario. El tiempo histórico se mide por
épocas y las épocas históricas no son las
mismas para Europa y para Cuba a la altura de 1905. De esas
diferencias de época dimanan distintas demandas sociales a
solventar en estos diferentes lugares y, consecuentemente,
también los objetivos que los hombres se plantean
aquí o allá, así como los medios de que
disponen para llevarlos a vías de
realización.

Lenin, enfilado hacia la realización de la
revolución
socialista, en correspondencia con la época que
vivía Europa, pudo contar con el marxismo como
instrumento metodológico para sus análisis,
factores que le hicieron posible definiciones más cabales.
Varona no estuvo en ese mismo caso. Por eso, sus limitaciones
desde el punto de vista teórico, como suele suceder en
muchos casos, en gran medida estuvieron condicionadas por
limitaciones de carácter histórico. A esto se puede
añadir que entre la obra fundamental de uno y otros median
unos once años; años decisivos para la
definición del fenómeno considerado en sí
mismo y en desarrollo y, por ende, para su acertada
intelección. El mismo Lenin no pudo hacer en 1905 lo que
sólo años más tarde le fue posible
realizar.

A la luz de lo anterior, no cabe establecer una justa
comparación entre uno y otro y menos aún
algún tipo de contraposición. Fueron ambos
antiimperialistas en escenarios distintos y aunque fueran
aproximadamente contemporáneos desde el punto de vista
cronológico, su obra responde a épocas distintas en
diferentes regiones. En nuestra consideración, en el caso
de Varona, más que resaltar su insuficiente
distinción entre el imperialismo clásico y el
moderno, se le debe reconocer el mérito indiscutible
implicado en su temprana voz de alerta a la conciencia nacional
sobre el peligro que se cernía sobre ella.

Resulta oportuno analizar por qué la
teoría orgánica de la sociedad, a la cual
están adheridos determinados elementos negativos, fue la
opción elegida por Varona. Por ahora nos limitamos a
exponer que, en nuestra consideración, desde cierto
ángulo y teniendo en cuenta las otras opciones existentes,
fue la mejor entre las elecciones posibles.

Lo más importante en esos cambios está
dado por el énfasis que pone en la importancia del factor
económico dentro de la vida social. Carlos Rafael
Rodríguez se hizo cargo de la importancia del hecho y
llegó a decir que en esta conferencia "(…) como en todas
sus indagaciones anteriores, el aspecto económico del
problema recibe la atención adecuada, porque Varona, superando
una vez más al positivismo,
siempre atendió al sustrato económico de la
historia". De ahí que, según este mismo autor,
pudiera "… comprender las causas del fracaso español en
sus colonias y las del alzamiento cubano del 68 como ninguno otro
de sus contemporáneos". (38)

En esa misma dirección Raúl Cepero Bonilla
consideró que Varona es uno de los fundadores de la
historiografía científica en Cuba, puesto que
asentó sus explicaciones históricas sobre la base
de un fundamento económico. (39) De hecho, sin
pretenderlo, se había situado en la antesala de la
concepción materialista de la historia. Así, al
parecer, lo consideraba José A. Fernández de
Castro. Este, valorando en particular Los cubanos en Cuba,
conferencia de Varona que data de 1888, nos dice que "… no hay
mejor síntesis histórica de mi patria hasta la
fecha, que la compendiada en este trabajo magistral. Por el
amplio y certero criterio que la informa, parece producida por un
escritor de la escuela
histórico-materialista". (40)

Si se considera que en alguna medida se percató
del papel que desempeñan las relaciones económicas
en las ideas políticas, lo cual le sirvió de
orientación en su conducta, es posible admitir que
llegó muy lejos, tanto como quizás ninguno otro de
sus contemporáneos. Para un análisis breve del
asunto, vale la pena detenerse, en particular, en su
concepción acerca de la democracia

En 1900 expresó que Cuba aspiraba a la democracia,
pero a distancia considerable de ser un país
democrático: "Baso esa opinión mía en
factores de carácter económico. Una sociedad
vaciada en los moldes de una economía de plantaciones, no
se transforma de la noche a la mañana en una verdadera
democracia. Los que desean que Cuba emplee lo más de su
capacidad productiva en el cultivo de la caña y la
elaboración del azúcar,
conspiran a mantener aquí… ese tipo de sociedad, que no
se corresponde de ningún modo con su ideal
político" (41) No es de suponer que estos sectores
tuviesen verdaderamente un ideal político
democrático ni que realmente Varona lo ignorara
completamente. A los más interesados en mantener el
latifundio azucarero, y a los sectores que fundían sus
intereses con ellos, aun a sabiendas de que esto traía
aparejado una alta dosis de injusticia social, poco podría
importarles que existiera en Cuba una sociedad realmente
democrática.

Más, queda claro que el prototipo de sociedad a
que aspiraba, no era el entonces existente en Cuba. Por el
contrario, lo que expresa muestra que entendía necesario
eliminar lo que estimaba una deformación estructural de
nuestra economía, la que lastraba el conjunto de la vida
social cubana.

Fue por eso que, a su entender, el gobierno que se
constituyera en la Cuba del futuro no debía encerrarse en
los cómodos límites de laisser faire (del dejar
hacer), como es típico del liberalismo
sin fronteras. En primer lugar, el Estado
debía procurar una más adecuada política
financiera para que el pueblo, pero todo el pueblo
–recalcó- pudiera vivir material y moralmente mejor.
Su fin, aún entonces, era "… armonizar los intereses de
clases, aparentemente encontrados" (42) para hacer de Cuba
una morada decorosa y digna para todos sus hijos. El pasado
inmediato, en el que fue indispensable la unidad de todos los
cubanos, para confluir en un ideal patriótico
común, le hacía soñar –sueño
compartido con Martí
con una República con todos y para el bien de todos. Desde
hacía tiempo había forjado ese ideal y ahora
creía llegado el momento de verlo realizado en todo cuanto
fuera posible en las prácticas de la vida.

Creemos que Varona fue liberal, como no podía
dejar de serlo un patriota cubano del siglo XIX, enfrentado al
dominio colonial, representado por un Capitán General
dotado de poderes omnímodos. Admitimos que nunca
dejó de serlo; pero no fue nunca un liberal a secas, que
dejara libre curso a los mecanismos espontáneos del
mercado, prescindiendo por completo de la intervención del
Estado. En realidad, esto no han podido hacerlo quienes en alguna
medida se han preocupado por el destino de los desheredados y por
lograr una mayor equidad y
justicia en
cualquier país. El suyo fue un liberalismo limitado por su
misma concepción de la democracia, a la que no le era
ajena la idea de justicia social. De sus propias expresiones se
deduce que no sólo no era Cuba un país
democrático, sino que tampoco lo sería mientras no
fuera eliminada la deformación estructural de nuestra
economía y no existiera una mayor equidad en la distribución de la propiedad y la
riqueza entre todos los sectores integrantes de la
nación.

Para Varona la democracia no era simplemente un
determinado régimen político, susceptible de ser
implantado en cualquier país con independencia de la
situación socio-económica y el nivel de cultura
reinante en él. En el caso de Cuba, lastrada por una
economía de plantaciones, heredada del dominio colonial,
una sociedad democrática sólo podía ser una
aspiración, una meta a alcanzar, en la medida en que se
realizaran determinadas transformaciones que hicieran posible un
mínimo de bienestar y dignidad para
todos los cubanos. No era una realidad, ni lo sería
mientras no constituyera un estado real en nuestra vida social,
en el que en el concepto de
democracia involucrara el factor socio-económico y el
desarrollo cultural de nuestro pueblo. Sólo así
podría alcanzar su verdadera significación literal
este concepto.

Pero no se limitó a incluir la dimensión
económica dentro del concepto de democracia, sino que
llegó tan lejos como a establecer una determinada
relación entre nuestra situación económica y
la inestabilidad política, característica de la
vida republicana. Había entendido que nuestro país
debía comenzar por una fuerte centralización. Pero constató que
esta había comenzado por el caciquismo; ese que
consideraba a Cuba como una propiedad o una cosa, cuyos intereses
generales como nación para nada interesaba.

Fue por eso que atribuyó la Guerrita de
Agosto
de 1906, que dio lugar a la segunda
intervención estadounidense, a la pugna existente entre
los pequeños y grandes caciques de las provincias y entre
los grandes patrones de la capital y grandes ciudades del
país. (43).

Observaba entonces que el caciquismo "… descansa
aquí y dondequiera que existe en una población
pobre e ignorante, que busca protección en individuos
más favorecidos, unas veces por simpatías y otras
por miedo" (44) De tal modo, su ideal de sociedad, iba
quedando sin realización. Por su parte, había
creído "(…) necesario mejorar las condiciones de vida
del pueblo, sumido en la pobreza casi
absoluta y en la ignorancia completa, para convertirlo cada vez
más en el principal instrumento de nuestra
regeneración; pero en vez de abaratarle la vida, se la han
encarecido; y en vez de hacer de él, por medio de la
cultura y el bienestar, el sostén del orden y las instituciones,
se le ha utilizado para su propia desmoralización…"
(45) De paso, sería oportuno tomar nota de a
quiénes Varona denominaba pueblo, al que atribuía
un papel determinante en la historia y por qué, en cierta
ocasión, llegó a impugnar a la burguesía el
intento de erigirse en representante único de toda la
nación. (46)

A propósito de que más arriba hemos hecho
mención de la llamada Guerrita de Agosto, la
cual trajo aparejada la segunda intervención
norteña, apuntemos que según Varona, la misma
había puesto de manifiesto dónde radicaba El
Talón de
Aquiles de la sociedad cubana.
Así tituló uno de sus artículos de
Mirando en torno. El hecho de que la
intervención se había producido en favor de los
sublevados contra un gobierno legalmente reconocido por el
gobierno interventor, ponía a la vista de todos
dónde radicaba ese Talón, puesto que su
móvil fundamental fue salvar la riqueza amenazada. Eran
precisamente los sublevados, esparcidos por nuestros campos
quienes en verdad ponían en peligro las propiedades
extranjeras. Por eso, estimó demasiado oportunistas los
procedimientos
utilizados por nuestros supuestos bienhechores quienes,
además, legitimaban así el derecho a la
rebelión, que decían condenar, creando un nefasto
precedente para la estabilidad política futura de la
nación.

Teniendo a la vista todo esto, afirmó: "Cuba no
es ya una colonia, pero sigue siendo una tierra de
explotación. Fue hasta ayer una factoría gobernada
y explotada por España; es hoy una factoría
gobernada por cubanos y explotada por extranjeros". (47)
Por eso, refiriéndose a los interventores, afirmó:
"(…) han venido a salvar la riqueza amenazada".
(48)

La desposeción de la tierra, fue un tema
recurrente para él. Años después, fue
partidario de instituir una ley que
prohibiera la venta de la
tierra a los extranjeros. Sentía el temor, según
expresó, que a fuerza de írsenos de las manos,
terminara por írsenos de los pies.

Había llegado a la convicción de que el
problema cubano a partir de la primera intervención, no
era exclusiva ni fundamentalmente político. Habiendo
aquilatado la importancia del factor económico en la vida
social de un país, estimó que la plena
independencia política de la nación sólo
podía estar fundada en su independencia económica.
De ahí su afirmación de que el problema cubano
desde 1899 era muy secundariamente político. Tomando como
cierta una versión deformada del marxismo, lo
sometió a crítica
en estos términos: "La teoría marxista, que hace
depender toda la evolución social del factor
económico, no es sino la exageración de un hecho
cierto. Las necesidades económicas y las actividades que
estas ponen en juego, no
constituyen el único motor que
presenta una sociedad humana; pero sí están en la
base de los más aparentes y decisivos".
(49)

En verdad, el marxismo nunca ha sostenido algo distinto
de lo que afirmó Varona. De cualquier modo, la importancia
que atribuyó a los factores económicos le
sirvió para apreciar que la inestabilidad política
del país se explicaba por su estructura
económica; por los cambios que en ella habían
ocurrido y por la repercusión que estos habían
tenido en nuestra vida colectiva.

En una ojeada panorámica a nuestra historia a
partir de 1868, hizo notar que entonces los cubanos tenían
la tierra y la riqueza agrícola; que como consecuencia de
la guerra, habían perdido el poder
económico, sin lograr la posesión del poder
político. Al término de la guerra iniciada en 1895,
habían alcanzado la independencia de España; pero
sin recuperar el poder económico. Y en el breve
período de vida republicana, por la imprevisión y
la ausencia de una política adecuada a nuestros intereses,
la situación lejos de mejorar, continuaba
empeorándose. Por su parte, propugnaba un cambio en la
distribución de la propiedad a favor de los nacionales,
preferentemente, de los pequeños productores, en favor de
quienes pensaba obraba.

No obstante, perseveraba en que la paz era indispensable
para el bien de Cuba. En ese mismo año de 1906
advirtió: "Todo lo que haga mermar nuestro concepto de
hombres laboriosos, previsores y capaces de regirnos con cordura,
nos impulsa por una pendiente irresistible a la absorción
en el seno de la gigantesca, Federación Americana".
Terminaba enfatizando: "A la absorción y a la
desaparición". (50)

No era sino un alerta vibrante, en defensa de nuestra
identidad como nación, o con el fin evidente de evitar
nuevas intervenciones, en el que estaba implicada una
conceptualización del imperialismo en su modalidad
clásica, para el que la anexión directa era su
tendencia natural. Tenía presente que la división
de las fuerzas nacionales por las luchas entre caciques y su
lógica
consecuencia, la inestabilidad política, sería como
pretexto para nuevas intervenciones, cada vez más
peligrosa, sin ofrecer alguna perspectiva alentadora para nuestro
pueblo.

Ya en 1911 se perfila cuál habría de ser
la postura de Varona en lo adelante. Insistía entonces en
que "(…) las tierras verdaderamente productivas, las que menos
han sufrido de nuestra manera imprevisora de cultivarlas,
están en manos extranjeras" (51) Más tarde
observaba cómo en las rechinantes mazas de los trapiches
de acero de los
centrales se estaba triturando la
personalidad cubana. Pero, confiando en que nuestro pueblo no
se resignaría pasivamente a tener amo en su propia tierra,
pronosticó: "Después de medio siglo de luchas
tenaces, un nuevo período de pugna se aproxima, no menor
en intensidad que aquella con que se conquistó la
independencia" (52) Anclado en una realidad que la
hacía necesaria, vislumbraba en el futuro una lucha
resuelta por nuestra segunda independencia.

En 1907 decidió jugar un papel protagónico
en la vida política activa, fundando el Partido
Conservador, del cual fue elegido Presidente. Dotó aquel
partido con una plataforma programática concebida con las
mismas ideas que hasta entonces había expresado. En 1912
fue elegido Vice-presidente, acompañando a Mario
García Menocal como Presidente. Más, al primer
año de gobierno, observando en su partido los mismos
vicios que había combatido en la Colonia, renunció
a la presidencia del partido. No renunció a su cargo,
porque no quería ser él mismo causa de
inestabilidad pública. Pero según confesó,
en más de una ocasión se había dirigido al
Presidente, exponiéndole su inconformidad con la
gestión del gobierno que presidía. Esto sólo
le valió para ser inhabilitado para presidir el Congreso,
como por su cargo le correspondía. En consecuencia, se
apartó, no ya de su partido y su gobierno, sino de toda la
política al uso en nuestro país.

No quiere esto decir que hiciera dejación de su
sensibilidad patriótica en lo adelante. En 1915,
todavía formalmente en su cargo de Vice-presidente,
pronunció un discurso en la
Academia Nacional de Artes y Letras, en el cual dijo que las
generaciones precedentes podrían mirarnos con asombro y
lástima y preguntarse estupefactas si esa era la obra por
la que habían ofrendado su sangre y su vida.
"El monstruo de la fábula, que parecía haber
domeñado, resucita. La sierpe de la fábula vuelve a
reunir los fragmentos monstruosos que los tajos del héroe
habían separado. Cuba republicana parece hermana gemela de
Cuba colonial". (53).

En esa misma ocasión, mirando hacia delante,
añadió: "Cualesquiera que sean nuestras opiniones
acerca de la solución mejor para las reivindicaciones
socialistas, hay que buscarla, desechando todo rezago de las
organizaciones
pasadas, mejorando los ensayos
plausibles que se han aplicado, legislando, sobre todo, como
quien trabaja para mejorar la necesaria labor de mañana, y
no para sostener la ya hoy inútil labor de lo que dejamos
a la espalda". (54)

En verdad, ya desde 1879 había fijado su
atención en el movimiento socialista europeo, previendo la
posibilidad de una revolución obrera en algunos
países, entre los cuales incluía a Rusia.
Presentía que en algún momento este sería un
problema de actualidad para Cuba. Más adelante, ya en
1930, llegó a reconocer que el socialismo,
articulado a las condiciones específicas de cada pueblo
"(…) sustituirá al sistema capitalista en un futuro
inmediato". De ahí su convicción de que: "Vamos,
sin querer o queriéndolo, hacia el socialismo"
(55).

Ya para entonces creía ver el inicio de la pugna
que había previsto en 1911. Estimaba que el pueblo cubano
había despertado después de un prolongado letargo,
pues se había tanteado el cuerpo gigantesco y se
había dado cuenta de su verdadera fuerza; percibió
que el mundo occidental estaba en período de
gestación, pronosticando que la dictadura
pasará, que el fascismo
pasará, que el imperialismo americano había llegado
a la cúspide; pero que en las cúspides no es dable
permanecer. Al finalizar su carta a Mañach (en la que
había accedido a dejar por escrito lo que antes
había conversado verbalmente con este), dijo: "A mi vez,
les hago coro, Dr. Mañach, y digo a los nuestros: el mundo
se transforma; hagámonos dignos de los tiempos que
alborean". (56)

No significa esto que haya abrazado plenamente el ideal
socialista. Pero de cualquier manera empalmó el ideal
patriótico decimonónico con el correspondiente a
una nueva época histórica que ya vivía el
país y lejos de oponerse a las nuevas fuerzas,
alentó a la juventud hacia
la conquista del
futuro. Por eso pudo ser reconocido como el Maestro de la
juventud revolucionaria de los años 30, no sólo
cubana, sino también latinoamericana, como fue reconocido
en un Congreso de la juventud iberoamericana celebrado en
México en 1931. (57)

La apreciación de Carlos Rafael Rodríguez,
según la cual fue Varona un puente entre nuestro pasado y
nuestro presente, tiene para nosotros un significado muy profundo
y nos ha servido, a la vez, para develar su real
significación histórica.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

(1). Ibarra, Jorge. "La guerra del 95. ¿La guerra
de la voluntad y el ideal o de la necesidad y la pobreza?".
Programa de Estudios Martianos. Centro de investigación Juan Marinello. La Habana,
2003, p. 35.

(2). Ibidem, p 44.

(3). Ibidem, p. 47.

(4). Varona, Enrique J. Con el eslabón. Editorial
El Arte. Manzanillo
1927, p. 61

(5)._______________.Varona. Prólogo de
José A. Fernández de Castro. Secretaría de
Educación
Publica, México, 1943, p.35.

(6)._______________. "Cuba contra España". De
la Colonia a la República
. Edit. Cuba
Contemporánea. La Habana, 1919, p 43.

(7). Ibidem, p.50

(8). Ibidem, p53.

(9). _______________. "Cuba después de un
año de guerra". De la Colonia a la
República. Edic. Citada, p. 77

(10). Ibidem, p 81.

(11). Ibidem, p.73.

(12). _______________. "Selfhelp". Patria, 10 de
junio de 1896.

(13). ______________. "La política cubana del
gobierno de EE.UU." De la Colonia a la
República
. Edic. , p 139.

(14). Ibidem, pp. 140-141.

(15). Idem.

(16). Ibidem, p 145.

(17). Ibidem, p 156.

18 _______________. "En estudio". De la Colonia a la
República
. Edic. p. 226.

(19). Roa, Raúl. "Homenaje a Enrique José
Varona". Letras. Cultura en Cuba, 6. Editorial Pueblo y
Educación. La Habana, 1989, p 140.

(20). _________. "Adiós al Maestro".
Universidad Central de Las Villas. 1964, p.75.

(21). Varona, Enrique J. "Carta al Sr. Luis
Montané". A.N.C. Fondo de donativos y
Revisiones, caja 452. N. 8

(22). __________. "En estudio". De la Colonia a la
República
. Edic. , p. 227.

(23). Rodríguez, Pedro P. La ideología
económica de Enrique J. Varona
. Revista
Santiago # 58, junio de 1985, p. 142.

(24). Ídem.

(25). Varona, Enrique J. "El imperialismo a la luz de la
Sociología" En Varona.
Prólogo de José A. Fernández de Castro.
Edic. , p. 104.

(26). Idem.

(27).Ibidem, p 111.

(28). Idem.

(29). Ibidem, p 115.

(30). Ibidem. Pp113-114.

(31). Ibidem. P116.

(32). Ibidem, p 117.

(33). Ibidem, pp. 118-119.

(34). Ibidem, p 118.

(35). Ibidem, p. 119.

(36).Ibidem. p. 120

(37) Ibidem. 122.

(38). Rodríguez, Carlos R. "Varona y la
trayectoria del pensamiento
cubano". Letra con filo. T. III. Edic.
Unión. La Habana, 1987, p.131.

(39). Cepero Bonilla, R. "Varona y la interpretación económica de la
historia". Escritos económicos. Editorial Ciencias
Sociales. La Habana, 1986, pp.111-119.

(40). Fernández de Castro. José A.
Varona. Edic. , p. XXVIII.

(41) Varona, Enrique J. "Habla el Sr. Varona". Periódico
La Lucha,15 de enero de 1900.

(42). _____________. "La tregua política". De
la Colonia a la República
. Edic. p. 232.

(43). Ibidem, p 231.

(44). Ídem.

(45). ________________. "El imperialismo yanqui en
Cuba". El Repertorio Americano n. 23., 30 de enero de
1922.

(46). Meza, Josefina. Rodríguez. P. Pablo.
"Enrique J. Varona: Política y Sociedad. Editorial
Ciencias Sociales. La Habana, 1999, p. 267.

(47). __________________. "El Talón de
Aquiles". De la Colonia a la República. Edic. cit.
p. 224.

(48). Ídem.

(49). __________________. "¿Abriremos los ojos?".
De la Colonia a la República. Edic. p.
228.

(50). __________________. "El Protectorado". De la
Colonia a la República
. Edi. Cit. p. 235.

(51). __________________. "Discurso sobre el capital
extranjero". De la Colonia a la República.
Edi. Cit. p. 264.

(52) Ídem.

(53). __________________. "Recepción en la
Academia Nacional de Artes y Letras". Enero de 1915. En
Documentos para la historia de Cuba. T III. Editorial
Ciencias Sociales. La Habana, 1973. p. 383.

(54). Ibidem p. 384.

(55). _______________ "Entrevista con
el Director de El País". Agosto de 1930. Documentos
para la Historia de Cuba.
T. III. Edic. p. 445.

(56). _______________."Palabras de Varona". Ibidem. pp.
439-44057.

(57). Elías Entralgo, poniendo como ejemplo a
figuras latinoamericanas representativas, tales como César
Zumeta, Carlos Baire, José Enrique Rodó, Antonio
Gómez Restrepo, Rafael Pombo, Ventura García
Calderón, Baldomero Sanín Cano, Alfonso Reyes,
Alejandro Andrade de Coello, José María
Chacón y Calvo, Gabriela Mistral y Justino Blanco Fombona,
quienes personalmente habían manifestado su
estimación por Varona (podría haber citado a muchos
más que han escrito admirando la profundidad de su obra),
nos dice que: "El primer Congreso Iberoamericano de estudiantes,
celebrado en Ciudad México en enero de 1931, se la
consagraba al proclamarlo Maestro de la juventud iberoamericana,
conjuntamente con Ramón
Vasconcelos, Miguel de Unamuno, Alfredo Palacios y José
Martí". Algunas facetas de Varona. Comisión
Nacional Cubana de la UNESCO, 1965, p. 209).

 

 

 

Autor:

Dr. Edel Luis Tussel Oropesa

Profesor Auxiliar Manuel García
Vásquez

República de Cuba

Universidad Máximo Gómez
Báez

Facultad de Ciencias Sociales y
Humanísticas.

Partes: 1, 2
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