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Hojas de Otoño




Enviado por Guillermo Contento



Partes: 1, 2

    1. El Viejo
    2. El
      Cambio
    3. La
      Libertad

    El Viejo

    Pedro era un hombre
    común, de mediana edad, había llegado a este
    trabajo de
    joven y hoy sentía que no tenía más futuro.
    Que su techo estaba marcado y que nunca tendría la
    oportunidad de salir de él. Su futuro estaba en la
    oficina.

    En esto estaba pensando camino a su rutina cuando se
    cruzó con un hombre que le llamó la atención. De buena presencia pero no
    lujosa, con cierto aire de
    suficiencia pero de andar y modales simples. Algo mayor que
    él, estaba ofreciendo unos libros de
    aspecto raro, parecían de tipo casero como hechos con
    fotocopia. Pero el título y el contexto llamaba la
    atención lo suficientemente como para tentarse y
    acercarse.

    • Buen día – dijo Pedro al hombre. ¿de
      qué se trata lo que vende?
    • Buen día, le contestó el vendedor de libros.
      Estoy ofreciendo mi experiencia, mis pensamientos, mi manera de
      ver la vida. Todo lo que aprendí en los años que
      llevo transitando la vida está aquí, en estas
      pocas palabras. Pocas no porque sea escaso el contenido, sino
      porque es muy simple. Tan simple que cada día nos lo
      llevamos por delante y no lo vemos.
    • Nombre raro para el título de un libro.
      ¿es una novela? Le
      preguntó Pedro. –No exactamente-, contestó
      el viejo. Se parece más a un amontonamiento de cuentos.
      Pero juntos, vistos desde la distancia que da el tiempo
      quizás sean una novela. La novela de la
      vida.

    Pedro sacó unas monedas de su bolsillo y se las
    entregó al hombre a cambio del
    libro. Y ya con su ejemplar en la mano se dirigió a su
    trabajo. Mientras viajaba comenzó a leer.

    "en un lugar cualquiera, en la tierra de
    todos, un señor era dueño de un tanque con agua. Y todos
    los días alguien se acercaba y tomaba de su tanque
    el agua que
    necesitaba. Día tras día, año tras
    año. El dueño del tanque la entregaba con
    alegría y orgullo. Porque cada noche, permitía que
    el tanque se llenara nuevamente.

    Una noche el tanque no se llenó, y al día
    siguiente no tuvo agua para repartir. Los vecinos acostumbrados
    empezaron a reclamar el agua, y algunos a emitir opiniones que
    fueron haciéndose cada vez más duras: Es un
    egoísta, seguramente querrá cobrarla. No,
    quizás esté enfermo y no pueda abrirnos el paso del
    agua. Es un irresponsable, todos tenemos derecho a recibir el
    agua.

    Nadie miró hacia el tanque. Nadie se dio cuenta que
    el tanque se había vaciado. Y nadie propuso volver a
    llenarlo para que los que no podían encontrar agua
    tuvieran. De a poco se fueron alejando del tanque. Y nadie tuvo
    ya el beneficio del agua
    ."

    " El tanque es nuestra vida. Si entregamos todo lo que
    tenemos sin permitir que se acerquen a darnos, nos secaremos y no
    podremos darle nada a nadie. Si recibimos todo el tiempo y no
    repartimos, el tanque rebalsará pero nadie podrá
    aprovechar el agua. En cambio, si permitimos que alguien nos de
    su agua, podremos repartir la nuestra indefinidamente. Cada
    día recibimos de los que nos rodean cosas buenas que
    llenan nuestro tanque. Compartirlas no cuesta nada, y permite que
    otros también reciban cosas buenas. Y que nosotros podamos
    seguir recibiendo. No es egoísta el que no puede dar, es
    el que teniendo no lo comparte. Muchas veces juzgamos a quienes
    nos acompañan en la vida sin fijarnos cómo
    está su tanque. O si necesita recarga
    ."

    Pedro cerró sus ojos un instante y se vio reflejado en
    las palabras. Muchas veces había juzgado a otros como
    egoístas y ahora se daba cuenta que quizás no
    podían entregarle lo que él necesitaba. Y otras
    veces se había sentido él calificado así sin
    poder mostrar
    cuál era la verdadera razón de sus negativas.
    Sintió un gran alivio en su alma y
    decidió comenzar a mirar las cosas desde ese punto.

    Siguió su camino a la oficina ahora más
    reconfortado pero todavía con esa sensación de
    ahogo, de sentirse agobiado y sin salida.

    Curioso, dio vuelta la página y siguió
    leyendo:

    "Cierra los ojos, le dijo el hombre a su
    compañero. Y llevándolo de la mano lo condujo hasta
    una esquina de la habitación. Al llegar al ángulo
    de la pared le pidió que los abriera. Y le contara
    qué veía.

    – Veo un rincón, dos paredes, nada
    más.

    – está bien, es un rincón, y aparentemente no
    hay salida. Estás contra la pared

    – Sí. Estoy como acorralado, sin alternativa
    más que el ángulo que veo.

    El hombre lo tomó de los hombros y lo hizo girar
    sobre sí mismo, de manera que sus ojos pudieran ver toda
    la habitación. Y le mostró que había dos
    puertas y una ventana. Y le dijo:

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