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Hojas de Otoño (página 2)




Enviado por Guillermo Contento



Partes: 1, 2

Siempre hay una salida. Solamente hay que cambiar el punto
de vista. Animarse a mirar alrededor, buscar la alternativa. Nada
había cambiado más que su posición respecto
del lugar al girar. Pero eso bastó para que pudiera ver
las salidas. Cuál elegiría era cosa suya, pero
había opciones
."

"Siempre la vida nos presenta la posibilidad de encontrar
salidas. Somos nosotros los que no las vemos. Y muchas veces no
aceptamos que alguien nos tome de los hombros y nos haga girar.
Creemos que lo que vemos es todo lo que hay y nada más.
Pero nunca es así. Siempre hay otra salida
."

Pedro se quedó de una pieza. Como si le hubieran
leído el pensamiento,
como si el libro fuese capaz de ver su corazón.
Lo que acababa de leer era justamente lo que sentía, lo
que le estaba pasando. Otra vez cerró sus ojos y se
imaginó en un rincón. Y buscó girar.
Allí encontró que había oportunidades que se
le estaban presentando y no veía, o se negaba a verlas.
Recordó sus deseos juveniles, las ganas que tenía
de hacer mil cosas. Y sus proyectos para el
futuro. Y se dio cuenta que esas eran las puertas y las ventanas
que le señalaba el libro. Que cada uno tiene las salidas y
es sólo cuestión de girar y ver. Y decidir
cuál elegir.

Estaba maravillado. En pocas palabras, con unas monedas
acababa de encontrar casi todas las respuestas que tanto tiempo
hacía que buscaba. Su ánimo se iluminó y la
sensación de agobio comenzó a borrarse. En su
interior había una luz de esperanza
y entusiasmo que empezaba a iluminar su alma. Y
sintió que renacía, que no todo estaba perdido, que
su vida podía tomar otro rumbo y la felicidad que
imaginaba no era una utopía.

Ahora no podía dejar de leer. Estaba atrapado por esas
páginas caseras. Y quería más.

Abrió nuevamente el libro y
siguió leyendo: " no me entienden, le dijo Carlos a su
acompañante. Todos están en mi contra. Lo que digo
es siempre distinto de lo que los otros piensan. Siempre estoy
equivocado. Me parece que todos se ponen de acuerdo para llevarme
la contra. Es eso. Es una confabulación. Cuando digo algo
cualquiera me dice lo contrario. Para hacerme rabiar. Para que me
haga mala sangre y nada
más. Porque les gusta verme enojado.

Y mientras seguía protestando y contando su
sensación de persistente desacuerdo, Ricardo, su
acompañante tomó una pequeña revista
publicitaria y serenándolo, la puso frente a sus ojos
cubriendo su cara. Y le pidió a Carlos que relatara lo que
veía.

– Veo una hoja con una foto y un título, con
recuadros publicitarios.

– No, le dijo Ricardo. Lo que ves es una hoja lisa,
color lila con
una palabra grande en el medio.

– No. Lo que veo es una foto y un título y recuadros
publicitarios. Vos también me llevás la
contra.

– Si te digo que veo una hoja lisa y vos me decís
otra cosa debo pensar que me estás mintiendo. ¿Es
así?

– No, no miento. Pero vos sí, para hacerme enojar y
para hacerme pasar por mentiroso, ves que al final sos como
todos.

Ricardo entonces, tomo la revista y la hizo girar dejando
frente a los ojos de Carlos la parte que él veía.
Oh! Exclamó Carlos. Es una hoja lisa, color lila.

– ¿ves que no siempre lo que los demás dicen
es mentira, que
muchas veces es lo que ven, y es distinto a lo que ves
vos?

Cada uno ve una parte de la realidad y si no nos molestamos
en tratar de ver lo que ve el otro, o no nos importa explicar lo
que vemos, nunca podremos sentir que acordamos. Siempre vamos a
sentirnos en pugna, agredidos, negados. El punto es ver lo que el
otro nos quiere mostrar y compartir la visión que nosotros
tenemos de las cosas. La realidad se construye con las partes de
cada uno.
"

Otra vez Pedro sintió una sensación fría
por su espalda. Cuántas veces había discutido sin
llegar a ningún resultado y pensando que lo estaban
maltratando, o con mala intención le negaban las cosas.
Cuántas veces había sentido esa sensación de
no ser comprendido. Cada día la vida le oponía
situaciones similares. Y ahora comprendió que debía
mirar el otro lado, entender la visión del otro para
poder explicar
la suya.

Se dio vuelta, y miró buscando a al viejo. Pero se dio
cuenta que su tren hacía largo rato que había
dejado la estación en donde compró el libro.
Trató de recordar el rostro, los ojos de ese hombre, pero
solamente pudo evocar su voz. Y lo imaginó escribiendo, y
contando las cosas que ahora leía. Y le hizo bien.

Al dar vuelta la hoja encontró un dibujo. Muy
simple, casi infantil. Era la representación de un tren de
dos vagones visto de perfil, en plano. El primero, con su
chimenea, describía una locomotora. Y el segundo, unido al
primero por una cadena, era un vagón de carga.

En cada uno había un cartel. El primero decía
INTENTAR, el segundo decía NO PUEDO.

Abajo un texto corto:
"Intentar siempre va acompañado de No Puedo. Es un tren
de dos vagones inseparables. Cada vez que llega Intentar, llega
No Puedo. Porque Intentar es como un escudo para la conciencia.
Cuando no queremos o no nos animamos a hacer algo, a cambiar, a
empezar, a decidir, a sentir, siempre nos decimos que intentamos.
Pero inmediatamente llega el no pude. Intento pero no puedo. Y la
vida se nos va mientras nos engañamos creyendo que eso es
lo máximo que se puede hacer. ¿Cómo eliminar
el No Puedo? Hay una sola forma. Cambiar INTENTAR por HACER.
Cuando aparece HACER, desaparece NO PUEDO. Dejemos de intentar.
Hagamos."

Un ruido de
metales
raspándose sacó a Pedro de la lectura. Su
viaje terminaba y debía empezar el día de trabajo.
Guardó el libro con mucho cuidado y se encaminó a
la oficina. Con una
sonrisa en la boca y mascullando: Hacer elimina No Puedo.

El Cambio

El edificio de las oficinas donde trabajaba estaba delante de
sus ojos. Llegó casi sin darse cuenta, como en una nube
suave con pasos automáticos pero firmes. Al ver la entrada
la notó extraña. Le impresionó como
más brillante, como si hubiesen pintado el frente. Pero
no, era el mismo. Fue solamente una impresión.
Abrió la puerta y entró. Una luz brillante
iluminaba todo el espacio y le llamó la atención. Sintió que volvía
al primer día. Cuando por primera vez entró en ese
lugar. Las luces brillaban igual. Miró a su alrededor y
fue descubriendo de a poco los rostros conocidos. Lo miraban como
a un extraño. Como si no lo reconocieran. Al pasar frente
al espejo de la recepción miró de reojo para tratar
de distinguir algún detalle incorrecto en su ropa o en su
andar. No vio nada diferente. Solamente notó que su rostro
tenía una sonrisa que desde mucho tiempo atrás no
veía. Saludó uno a uno a
sus compañeros de tareas y se acercó a su
escritorio. Y hoy también lo sintió distinto. No se
sintió atrapado por el agobio. Al contrario se
sentó y tuvo placer al ver sus papeles y la tarea
pendiente. Cerró sus ojos un instante y vió una
imagen
especial, el campo que tanto le gusta, cerca del río.
Creyó sentir el calor del sol
en su rostro y el cuerpo se aflojó. Se sentía
feliz. Y esperaba con ansias el intermedio para el almuerzo para
seguir leyendo su libro.

El saludo de sus compañeros le dejó el sabor de
algo distinto. Todos le dijeron que lo veían muy bien, le
hicieron bromas con referencia a la noche pasada, y otras
similares. Raro. No se molestó. Le agradaron las risas y
las palabras. Le agradó compartir el tiempo con esas
personas. Sintió que no era una condena sino un momento
agradable. Y que podría dejar de estar allí cuando
quisiera. Eso lo hizo feliz. Ya no era esclavo.

Justo antes del almuerzo una discusión por temas ajenos
a su tarea lo trastornó. Lo sacó a empujones de su
campo y de su río y lo enfrentó con la vida de los
otros, con la rutina que quería olvidar. Sintió
otra vez impotencia. Se vio involucrado en sentimientos que no
quería tener, en asuntos que no le correspondían,
pero no podía dejar de involucrarse. Y así, con el
ceño otra vez arrugado y el andar molesto, mirando hacia
el piso, salió de la habitación y se dirigió
al lugar de costumbre, el bar de la esquina. A pasar el rato y
despejarse, a tomar un almuerzo escaso y rutinario.

Se sentó en la mesa de siempre y pidió lo de
siempre. Mientras esperaba tomó el libro y siguió
su lectura:
"No, Ricardo, te digo que no. El me presiona y me hace hacer
cosas que no quiero y no se cómo salir del tema. Me amarga
la vida. Todo el tiempo está sobre mí, buscando mis
errores, o inventando los que no hay.

– Mientras lo tomaba del brazo para ayudarse a cruzar,
Ricardo le preguntó ¿puede cambiarse la
situación? Carlos dijo que no. Que eso era así y
que seguiría así. Pero a él lo amargaba
mucho.

– Bien, Carlos. Imaginemos que ahora mismo se larga a
llover. Que la lluvia cae y cae. ¿Si nos enojamos con el
Cielo la lluvia dejará de caer?. No. Entonces lo mejor es
pensar en otra alternativa. Podemos repararnos bajo el toldo de
un comercio, o
entrar a un barcito y disfrutar la lluvia mirando desde
atrás de la ventana, o podemos caminar bajo el agua y
disfrutar mojarnos. Cualquiera de las alternativas es
válida. Pero la lluvia seguirá cayendo, porque no
está en nuestras manos hacer que pare.

-¿qué tiene que ver con lo que te contaba? Le
preguntó Carlos algo molesto.

– Si una situación no se puede modificar, entonces
busquemos alternativas que no nos dañen. Cumplí con
tus obligaciones y
disfrutá con eso. No importa lo que los otros te digan, no
le prestes atención. O dejá el lugar que te resulta
molesto. O quizás reíte de cómo antes de
molestaba la presión.
Porque no importa lo que hagas, la lluvia sigue cayendo. Lo
más sano es no amargarse.
"

"Siempre hay situaciones que nos son molestas y no podemos
modificar. Pero lo que sí se puede cambiar es el modo de
percibirlas, el modo de enfrentarlas, la manera de ver lo que
pasa. Y como te conté antes, es siempre el mismo juego. Darse
vuelta y encontrar las salidas. Dejá que la lluvia caiga y
disfrutala. Te vas a sentir mejor. Amargándote no vas a
conseguir que cese ni que cambien las situaciones
incómodas
."

Pedro estaba tan concentrado en la lectura que no
escuchó a la camarera cuando le dejó su pedido
sobre la mesa. Recién reaccionó cuando el olor
agradable de su almuerzo se hizo conciente. Y miró
alrededor, vio las caras contraídas. Miró hacia
fuera, y se imaginó la lluvia más linda que
jamás hubiera visto.

Compartir

La sensación de placer y de renacimiento lo
colmaba. Sonreía y saludaba a cada uno en su paso. Y la
gente lo miraba como a un objeto extraño. Y la costumbre
lo llevó solito hasta la oficina. La puerta seguía
siendo brillante y nueva, y el interior luminoso.
Comprendió que algo estaba cambiando en él. Y su
tarde transcurrió apacible y feliz. Como años
hacía que no ocurría.

El regreso a casa fue parecido al de siempre, con transportes
llenos de gente, apretado entre cuerpos desconocidos, entrando y
saliendo de trenes y ómnibus llevado por la marea humana.
El regreso se parecía a cualquier cosa menos a la
sensación de paz que debía encontrar quien ha
pasado todo el día fuera de casa cumpliendo con sus
tareas. Pero era su realidad. La diferencia de hoy fue que no le
molestaron los apretujones ni los traqueteos de los
vehículos. Hoy se sentía en paz y lleno de vida.
Deseaba llegar a casa para contarle a Bety lo que había
leído y sentido y para seguir leyendo. Y especialmente
deseaba leerlo con ella. Como si de pronto hubiera brotado verde
un nuevo retoño en sus sentimientos hacia ella, en la
rutina de cada día.

Antes de llegar compró flores y helado. Como cuando
eran novios. Como cuando la visitaba en la casa de sus padres. Y
se sintió joven y vigoroso.

El abrazo de bienvenida los transportó a la adolescencia,
a esos rincones oscuros en los paseos de los domingos. Y ella
sintió mil cosquillas y deseos de besarlo como antes. Se
tomaron de la mano sin decir nada y entraron en la casa,
sonriendo, sorprendidos, emocionados, con mil preguntas y ninguna
palabra que las expresara.

Cuando pasó la sorpresa, Pedro abrazó otra vez a
Bety y le contó al oído lo
que sentía, y lo que tantas veces deseó volver a
decirle. Y le contó del libro.

La cena fue toda una fiesta de caricias y palabras dulces.
Después de mucho tiempo la tele estaba apagada y el
sonido que se
escuchaba era el de las palabras y las risas. Ella le
contó las peripecias del día y él con gran
entusiasmo repetía las palabras del libro. Le contaba una
y otra vez cómo lo había conseguido, y trataba de
recordar el rostro del vendedor para describirlo. Pero solamente
tenía muy vivo el recuerdo de su voz.

Al terminar la cena se sentaron juntos a leer. "no son las
oportunidades que te llegan tarde sino la manera en que las ves,
la forma en que caminas la vida. Ricardo le explicaba una y otra
vez y Carlos parecía no entender. Entonces le
preguntó: ¿sabés andar en bicicleta? –
por supuesto, le dijo Carlos, que otra vez no entendía la
relación entre lo que hablaban y la pregunta de su amigo.
Hasta pensó que estaba medio ido porque le preguntaba
cosas totalmente descolgadas. Ricardo insistió: ¿y
cuando andás en bicicleta manejás mirando para
adelante o para atrás? – Para adelante, con testó
Carlos ya algo molesto. Bueno, dijo Ricardo. Imaginá que
vas por un camino cualquiera, con los obstáculos y las
maravillas que tiene cualquier paisaje. Pero imaginá que
manejás mirando para atrás. Seguramente en
algún momento te llevarás algo por delante, o no
verás una piedra, o un pozo. Y tu viaje será
intranquilo e inseguro. Pero además, todas las cosas
lindas que tenga el paisaje las vas a ver después que
pasaron, nunca cuando se están acercando. Siempre
verás las cosas sin poder disfrutarlas porque cuando las
descubras ya habrán pasado. Eso es lo que pasa cuando
vamos por la vida mirando solamente el pasado,
lamentándonos de lo que no hicimos o no fuimos. Cada cosa
nueva que suceda pasará y no vamos a poder disfrutarla. Y
además es posible que las dificultades que se presenten no
las podamos esquivar por estar mirando hacia atrás. Y
tendremos la sensación que la vida es dura, difícil
y triste. Pero si te das vuelta, mirás para el futuro,
hacia donde quieres ir o pensando en lo que viene vas a poder
disfrutar totalmente de ella. Darse vuelta es dejar el pasado
atrás, aceptar que lo que fue ya no es importante, y lo
que sí importa es lo que hoy tenés y lo que
viene.

Carlos cerró su boca que había quedado
abierta y no dijo ni una palabra. Otra vez Ricardo le estaba
mostrando con ejemplos sencillos cómo cambiar su vida. Y
sintió que tenía razón
."

Bety sintió frío en la espalda, como si una
ráfaga de viento helado la sorprendiera en pleno verano.
No podía creer lo que había leído. Se
ajustaba exactamente a su manera de tomar la vida. Ella
vivía pensando en el pasado, amargándose por las
cosas que había perdido o no pudo hacer. Hasta este
momento no había entendido los reclamos de Pedro, cuando
le decía que disfrutara lo que tenían, que se
alegrara al pensar las cosas lindas que harían si tal o
cual negocio salía. Ella siempre estaba pensando en lo que
no había conseguido. Y ahora se daba cuenta que estaba
manejando la bicicleta mirando para atrás. Suspiró
profundo, rodeó el cuerpo de Pedro con sus brazos y
buscó su rostro para perderse en un beso tan dulce como
siempre se había imaginado recibir. Pero lo estaba
dando.

Ya era tarde y mañana el día empezaría
otra vez temprano. Dejaron la lectura y fueron a acostarse. Y se
sintieron muy bien. Se acostaron al mismo tiempo. Hoy no hubo
platos que lavar ni partido para ver. Deseaban estar juntos y no
tuvieron necesidad de decírselo al otro. Surgió
solo. Se acostaron y ella apoyó su cabeza en el pecho de
Pedro que la rodeaba con sus brazos. El ritmo de la respiración de ambos se acompasó y
sus cuerpos se relajaron.

Conversaron y se rieron. Se sentían felices. Y vieron
juntos una luz que se encendió en sus vidas. Como si fuera
una nueva guía para el futuro.

Pedro le dijo antes de dormirse que la quería mucho (ya
no recordaba la última vez que lo había dicho) y al
decirlo recordó una parte del libro, y le contó :
Leí que muchas veces no nos damos cuenta que circulamos
por una ruta rugosa y llena de escollos sin advertir que a pocos
metros existe una totalmente asfaltada y lisa, más
rápida y cómoda, más
confortable. Y seguimos sufriendo por el camino desagradable. Y
no aceptamos que alguien nos muestre la otra ruta. Quizás
es más sano aceptar conocer las opciones y elegir la que
más nos guste. No importa si nos gusta caminar por rutas
de tierra, como
los que hacen carreras de Rally. Lo que vale es saber que existe
otra ruta, y que el día que no queremos más la de
tierra podemos tomar la otra. Eso nos permite encontrar el camino
que más nos conviene y más se acerca a hacernos
felices. La vida siempre tiene más de una ruta.
Está en quien la recorre elegir.

Bety lo besó y le dijo que quería que buscaran
juntos la ruta de asfalto. Y el sueño los encontró
abrazados como la primera vez.

La Libertad

Laura se acercó con una sonrisa, y como secretaria
curiosa, miró rápidamente las cosas que
tenía sobre el escritorio. Trabajaba en la empresa desde
hace algunos años y prácticamente la fuimos
formando en las tareas diarias los que ya teníamos tiempo
haciendo el trabajo. Y
siempre lo recordaba y reconocía. Pero desde un tiempo a
esta parte noté que se acercaba con más frecuencia
y con cualquier excusa a mi escritorio y buscaba hablar de temas
personales. Le gustaba cómo encaraba los problemas y
muchas veces me dijo que le resultaron muy prácticos mis
consejos (que en realidad eran ideas que surgieron en mí
después de leer el libro del viejo).

Estaba en eso de mirar cuando se detuvo en un cubo que
tenía apoyado a mi derecha. Un cubo de cartón, con
caras de diferentes colores. –
¿qué es esto? Me preguntó.

– Es la verdad – le dije.

– ¿la verdad, cómo es eso?-

Le conté brevemente que la idea del cubo la
encontré en un libro y como me gustó la puse en
práctica. Levanté el cubo y se lo puse frente a sus
ojos. ¿Qué color tiene? – rojo- me dijo-

Lo hice girar y le pregunté otra vez. – Verde
– me dijo. Otra vez lo giré y volví a
preguntar. Ya algo fastidiada pero sin dejar de estar interesada
me dijo – amarillo –

Bien, si sigo girando, cada cara tiene un color distinto, pero
sigue siendo el mismo cubo. La verdad es igual. Es una sola, pero
muchas veces la posición que tomamos frente a ella nos
hace verla diferente, o diferente a cómo la ven los
demás. Cuando creemos que somos dueños de la verdad
porque vemos un lado del cubo estamos olvidando el resto. La
única manera de que la verdad se vea completa es
contemplarla desde todos los ángulos, escuchando cada uno
de las visiones que tienen quienes nos acompañan.

Laura tomó el cubo entre sus manos, lo hizo girar, y
mientras pensaba lo que había escuchado se sonrió
con la sonrisa más sincera que uno imagine. Y sentí
que cada cara que veía le recordaba algún episodio
importante en su vida.

Dejó el cubo sobre el escritorio, y se inclinó
apenas para dejarme un beso en la mejilla. No era común
que hiciera eso, pero esta vez sentí que lo entregaba con
mucho cariño y me llenó de alegría.

Al irse me miró y volvió a sonreír. Se
sintió tocada por el relato del cubo y la vi dirigirse con
serenidad a su lugar de trabajo.

La misma sensación tuve la primera vez que leí
el texto. Y me sirvió para que cada vez que me daba cuenta
que mi punto de vista no coincidía con el de otros pensara
en las caras del cubo y tratara de entender las diferencias y
acercarlas.

Casi no podía creerlo. Era mi última tarde en
esa oficina. A partir de la siguiente semana iniciaría el
camino que el futuro me guardaba, el futuro que comencé a
preparar el día que compré aquel librito y
comprendí que podía cambiar, que había
salidas y que era capaz de encontrarlas.

Me dirigía a la oficina del gerente
mientras pensaba en la felicidad que a Bety y a mí nos
produjo tomar la decisión de cambiar y comenzar de nuevo,
con la fuerza e
ilusiones de cuando iniciamos nuestro camino juntos.

– Adelante Pedro – dijo el Sr. Gómez. Y con
tranquilidad pasé a su despacho y me acomodé junto
a un sillón. Me senté cuando me invitó a
hacerlo y esperé sus palabras.

Y lo que dijo era lo esperado. Que le extrañaba mi
decisión, que un empleado como yo no era fácil de
reemplazar y que estaba dispuesto a pensar en alguna mejora
personal con
tal de conservarme en la empresa, que una
cosa y la otra.

En ese momento recordé las palabras de Ricardo a Carlos
en el libro del viejo: "imaginate que desde un monte ves 2
habitaciones iguales. Desde arriba ves que hay un hombre leyendo
en cada una. Al cabo de un rato vez que se acerca alguien y en
una de las habitaciones coloca una llave en la puerta, abre y
deja una bandeja. En la otra golpea la puerta y cuando le abren
deja una bandeja similar. Desde arriba parecen las dos
situaciones iguales. ¿Cuál es la diferencia? En una
habitación la persona no tiene
la llave. Abrir o cerrar la puerta depende de quién la
tiene. En la otra la llave la tiene la persona. Abrir o cerrar la
puerta depende exclusivamente de ella. Las dos leen, las dos
reciben bandejas. Pero una la recibe porque quiere, la otra
porque se la dejan. En nuestra vida diaria lo importante es tener
la llave no la habitación en que te encuentras. Y la llave
de nuestra vida es la confianza que tenemos en nosotros mismos,
en lo que somos y creemos, en lo que sabemos que somos capaces. Y
tener la llave nos permite elegir. Y elegir es ser libre.

Carlos volvió a quedar mudo. Siempre las palabras de
Ricardo lo dejaban así, como en el aire, sin saber
bien qué contestar. Y estaba en eso cuando Ricardo
volvió a hablar. Ahora pensá en dos personas en
situaciones diferentes. Una está en una celda. A las 8 la
despiertan, a las 10 paseo, luego almuerzo, siesta y tiempo
libre, para luego baño y cena. Todo pautado, hora por
hora. Cada día. La otra, está en un campo, sin
fronteras, sin horarios, sin ninguna referencia de límites.
¿Cuál es más libre?

Carlos lo miró y le dijo: el que está en el
campo, por supuesto. – error – le dijo Ricardo
– El que está en el campo no tiene ninguna
referencia, no sabe si va a comer o va a dormir cobijado, no sabe
si va a ser atacado por un animal o la sed se le tornará
inaguantable. El que está en la celda tiene pautas, pero
puede hacer lo que desea dentro de esas pautas, en su tiempo
libre. Sabe cuándo comerá y cuándo
descansará. Es cierto que su espacio físico
está limitado, pero no está atrapado por la
incertidumbre. El del campo no tiene referencias, aunque dispone
de todo el espacio físico. Y eso lo hace esclavo de la
incertidumbre. La libertad tiene
que ver con los límites. Aunque pareciera lo contrario. Si
conocemos nuestros límites podemos movernos libremente
dentro de ellos. Por supuesto que si al del campo le damos
horarios de comida, fronteras y cobijo su posibilidad aumenta
enormemente respecto del otro. Nuestra vida muchas veces se nos
escapa en los reclamos de libertad sin darnos cuenta que en los
mismos límites está. Que se es más libre
cuanto mejor aprovechamos nuestras limitaciones."

-Pedro – le dijo el Sr. Gómez – ¿me
está escuchando? – Si, disculpe, me distraje pensando lo
que me decía (mintió Pedro). – ¿y que
responde?

– Le agradezco enormemente su oferta pero he
decidido elegir mi camino en forma distinta, y aceptar las
limitaciones que la libertad me imponga.

Gómez lo miró con ojos de asombro, sin entender
muy bien lo que Pedro decía, dijo algunas cosas más
por compromiso que por sentimiento y le deseó un futuro
promisorio. Se despidieron cordialmente y en el último
apretón de manos Pedro sintió que en su palma
quedaba la llave, que esta vez no se la llevarían.

Salió del despacho con la tranquilidad de quien ha
tomado la decisión más sana y con la felicidad de
haber cumplido un sueño. Hace meses el agobio lo ahogaba y
hoy estaba pleno, libre, feliz. Recordó el encuentro con
el viejo, las primeras lecturas, y se asombró que unas
pocas letras le hubieran permitido cambiar tanto su vida. Y
sintió en el medio del pecho una cosquilla especial que
era el recuerdo de Bety, con quien pensó que ya no
tenía posibilidades y hoy estaban espléndidamente
juntos.

Por detrás quedaba la puerta y el edificio, los
años de tristeza y desazón, de descontento y
sentimiento de impotencia por no poder salir de esa
situación.

Caminó hacia la plaza y el sol le
acarició la cara. Y recordó una de las
últimas frases del libro:" Ricardo, deberías
escribir todas estas cosas y hacer un libro. Te harías
millonario, le dijo Carlos mientras comían sentados en el
parque. En un rato conseguiste que repensara mi vida, que viera
cosas que nunca había ni pensado y que sintiera una paz
interior que hasta ahora jamás había sentido.
Deberías escribir.

Ricardo lo miró y le dijo: ¡buena idea!
¿Y qué título le pondríamos? –
Hojas de Otoño- dijo Carlos. Porque serían las
hojas escritas con la experiencia que dan tus
años.

– Buen título- dijo Ricardo. Quizás
algún día…"

Partes: 1, 2
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