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Amenaza sobre Londres "La valija" (página 2)



Partes: 1, 2

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Trafalguar Square. El corazón
del mismísimo imperio británico. Cruzaría la
calle. En la esquina opuesta lo estaría esperando el
enlace. Traje negro, enteramente negro. No lo sigas. Él
sabe que hacer con la valija.

Observa a la gente del vagón. Mujeres de
impecable belleza. Buena ropa. Atildados gentleman s;
empleados de oficina, algunos
obreros; niños
sin hambre. Tan cerca pero tan lejos de la gente de su
pueblo.

Ahora es un hombre de
delicados modales que lo mira con la barbilla levantada. Cree
percibir cierta inquietud en aquellos ojos celestes.
¿Será cierto lo que se dice? Uno de cada cuatro
ingleses es gay.
Le parece demasiado. De todos modos, tiene
en claro que no es un pueblo de maricas. Pero que importa eso
ahora. Debe concentrarse.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Una nueva vida. Los indescriptibles placeres.

El conductor ha liberado el freno. Las ruedas comienzan
a girar nuevamente sobre los rieles. Dos estaciones más;
sólo dos estaciones. Tres minutos de tiempo y
entonces habrá comenzado la cuenta regresiva. Adiós
a la pobreza;
adiós al colchón flaco, a la ropa raída y
las comidas salteadas.

Piensa en su madre. Se había prometido tratar de
evita los pensamientos que lo ligan a los afectos. Pero no puede
evitarlo. Varias veces ha tratado de quitar la imagen de ella
parada frente a él, mientras el tren subterráneo
continúa raptando por el túnel. Imposible. El
recuerdo vuelve una y otra vez entronizado en la imagen de ese
cuerpo doblado, de rostro semita y cabellos grises; una imagen
angustiosa que grita en silencio en su interior.

Está enferma. Es su madre. Neumonía. Hay un sólo remedio. Y un
sólo laboratorio
que lo hace. Nombre raro. Paraíso y goce. No, no; no es
momento para pensar en eso. Dios le impone ese recuerdo y Dios
sabe porque lo hace. Doscientos treinta dólares. Una
locura. Su padre no gana ni la cuarta parte en el mes. Y eso debe
repartirse para alimentar 7 bocas. Dos años atrás,
próximos a cumplir los diecinueve. Se organiza una
colecta. La pequeña e ignota comunidad de
456 vecinos se moviliza. Todos ponen lo que pueden, y más
también.

Esa noche, el padre cuenta los billetes arrugados y las
monedas de todo tipo; hacen la conversión: apenas
ciento treinta y un dólares con cincuenta. Su madre se
muere. Necesita la droga para
sobrevivir. Toma una decisión. Ha oído
hablar de Ellos. Sabe que siempre andan buscando
jóvenes como él. Aceptará trabajar para
la
organización. No le interesan los comentarios
maliciosos. Sabe que algunos padres prohíben a sus hijos
acercarse a Ellos. Dicen que andan armados, que roban,
matan y todas esas cosas…

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

No, no; debe terminar con el recuerdo; sabe que lo
fortalecerá en los momentos decisivos que se acercan
vertiginosamente. El tren ha partido hacia la última
estación de su itinerario. Unos minutos más y
estará frente a la parte más difícil del
recorrido.

Se pone de pie. Los doce quilos de la valija ladean
ligeramente su hombro derecho. A través del vidrio oscuro
observa que sus guardaespaldas aparentan mirar
distraídamente. Su madre continúa
reclamándolo a través del recuerdo. Debe acercar su
oído para escucharla. "Ellos no son como nosotros.
Dicen que roban y matan…".
Piensa que su madre no entiende,
no podrá entender jamás porque pertenece a una
generación incorporada al sometimiento. Pero entiende el
acto de preservación de toda madre. Su padre lo bendice.
Lloran en un abrazo interminable.

Hace el juramento de rigor. No le importará
robar; no le importará matar si se lo ordenan. Está
escrito en el libro sagrado
de sus ancestros.

La droga milagrosa llega tres horas
después.

Oye el mecanismo del aire comprimido.
La puerta se abre. Prefiere ascender por la escalera manual. Menos
gente.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Cuenta los escalones. Diecisiete, dieciocho. Es
mejor pensar en cualquier cosa para liberar la tensión que
se torna extrema. Veinticinco, veintiséis. Tiene la
sensación que la valija pesa mucho más de los doce
quilos declarados. Se lo hemos robado a ellos, padre. En el
corazón mismo del imperio. Treinta y cuatro, treinta y
cinco.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

No ve el momento de que se haga realidad el premio
prometido. Sabe que ellos van a cumplir. No tiene
duda.

La niebla londinense se ha metido en el último
tramo de la escalera a cielo abierto. Una llovizna pertinaz ha
mojado los escalones.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Sale a la calle. Después de unos instantes de
confusión, ve a lo lejos la borrosa imagen de la columna y
el tradicional reloj de la torre, que está por marcar las
seis de la tarde. Mira el monumento. Ahora lo ve con claridad. No
es el tradicional duque. Es el manco Nelson, el
tradicional y gran almirante de la flota. El
corazón ha comenzado a latir de manera
incontrolada.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Uno de los tradicionales transportes de dos pisos
detiene su marcha al borde de la calzada. Los
tradicionales pubs están atestados de bebedores de
cerveza. El
reloj, Nelson, Trafalgar Square, el transporte
público, los pubs, todo muy tradicional, a tono con
la tradición del viejo imperio; bien made in england, bien
británico. Enseñanzas del manual.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Cruza la calle. Sus guardaespaldas se confunden con el
resto del pasaje. Por unos momentos lo invade una inesperada
duda. No recuerda si debe caminar hacia la derecha o hacia la
izquierda. Consulta a sus guardaespaldas. Comienzan a
caminar.

De pronto se detiene frente al escaparate de un comercio. El
cristal refleja su imagen y la de sus acompañantes. Cierto
es que las apariencias
engañan. Podrían ser tomados por hombres de
negocios
caminando en medio de la acera atestada de
transeúntes.

Rápidamente, se ha acercado a la columna de
Nelson. Paraíso y goce. Goce y paraíso. Mira hacia
su derecha: nada. Mira hacia su izquierda: el hombre de
negro, guarecido debajo de una ochava. Ve su cara de
póquer. No hay palabras entre ellos. Le entrega la
valija.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Ahora el corazón parece un avestruz dando
potentes patadas. La boca se ha ido resecando lentamente; la
siente como una lija fina. Sigue con la vista al hombre de negro
que se dirige al monumento de uno de los hacedores del imperio.
Ahora lo comprende todo.

Paraíso y goce. Goce y paraíso.

Sabe que en contados segundos, las voces
cesarán; las caricias serán detenidas en el aire, y
que miles de mujeres penetradas no podrán evacuar ni
escuchar el grito liberador del orgasmo. Trafalgar Square;
Piccadilly Circus, todo Londres, será pronto un intenso
sol, cuándo el hombre de
negro accione el percutor de la valija.

 

 

 

Autor:

José Manuel López
Gómez

lopezgomez7[arroba]hotmail.com

Nacionalidad: española

Residencia: Ituzaingó/Pcia de Buenos
Aires/ARGENTINA

Cuento traducido al inglés
por Mercedes Carballo Ortiz, escritora uruguaya.

Partes: 1, 2
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