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El Nacionalismo palestino frente al Estado de Israel ? El sufrimiento como identidad




Enviado por Andrés Criscaut



Partes: 1, 2

    1. Política de la
      negación
    2. Un
      pueblo sin líderes
    3. La
      construcción de la unida

    EL SUFRIMIENTO COMO
    IDENTIDAD

    A sesenta años del nacimiento del Estado de
    Israel, el
    sionismo ha sido bien estudiado. No es el caso de la identidad
    palestina, construida, a pesar de otros nacionalismos
    árabes, en base a sucesivos fracasos. El éxito
    de Israel contrasta con la irresolución de la
    "cuestión palestina", sometida a los avatares de la
    descolonización del siglo
    XX.
     

    En términos generales, los nacionalismos
    israelí y palestino tienen varias similitudes: fueron
    ideados por elites alejadas de la zona anhelada; se formaron en
    un contexto colonial; cristalizaron en ausencia de una estructura
    estatal y vieron como potenciales ciudadanos a poblaciones
    diseminadas en diásporas y muy disímiles entre
    sí. En su gran mayoría, israelíes y
    palestinos fueron –y son– refugiados, desplazados,
    migrantes y/o sobrevivientes; personas que han padecido o
    ejercido de alguna manera la violencia o la
    discriminación a la largo de sus
    vidas.

    El sionismo, una de las variantes del nacionalismo
    judío que homologó a las diversas judeidades en la
    idea de un ser israelí, es un caso bien estudiado. Pero
    recién ahora se está comenzando a investigar y a
    entender desde un punto de vista académico la otra cara de
    la misma moneda: ¿quiénes son, qué creen
    ser, y cómo son vistas esas personas que se denominan
    "palestinos"? Este retraso se debió en primer lugar a la
    dificultad de Occidente por entender las múltiples
    identidades y superposiciones de lealtades que se presentan en
    casi todos los nacionalismos de los países árabes.
    Para los ciudadanos occidentales, con una larga tradición
    de sistemas
    estatales que fomentan y sostiene identidades (escuelas, museos,
    fechas patrias, etc.) es difícil entender que para un
    palestino su identidad es mucho más compleja, móvil
    y simultánea (árabe en algún contexto,
    musulmán o cristiano en otro, de Naplús o de Jaffa,
    y finalmente palestina).

    A su vez, hasta fines de los años ’60,
    cuando se diluyó la idea del pan-arabismo, el concepto de un
    Estado-Nación
    en el mundo árabe también había sido visto
    con temor y sospecha, como una más de las imposiciones del
    colonialismo europeo. El auge relativamente reciente de un nuevo
    pan-islamismo (otra fuente poderosa de representación),
    mucho más radical y anti-occidental, aún se
    encuentra en plena evolución en el mundo
    árabe.

    Otro factor importante es haber entendido la historia del nacionalismo
    palestino como un subproducto o una simple reacción
    –y por lo tanto, menos legítima– de una de las
    más poderosas y efectivas narrativas nacionales: el
    sionismo-israelismo. La primera ministra israelí, Golda
    Meir, supo decir: "no hay nada que pueda entenderse como
    palestinos… ellos nunca han existido".

    Por ejemplo, en un kibutz del norte de Israel,
    adolescentes
    judíos
    de todo el mundo juegan a ver quién sabe más de
    "israelidad". Cuál es el nombre del nuevo ministro de
    Defensa, cuántos escaños tiene la Knesset,
    qué equipo de Tel Aviv ganó la última final
    de básquet, y cuántos y cuáles son los
    países que limitan con Israel. Alguien responde "cuatro:
    Líbano, Siria, Jordania y Egipto", y
    todos aplauden esta respuesta. Pero otros no, y menos aun los
    palestinos, quienes han padecido una de las mayores políticas
    de "no existencia" o de "obliteración" de la
    historia.

    Lo fascinante de la narrativa palestina fue que
    logró afianzarse casi exclusivamente en hacer del fracaso
    una fuente constante de identidad, haciendo de la derrota una
    victoria. En ese sentido, el nacionalismo palestino no es menos
    real o más ficticio que cualquier otro tipo de
    nacionalismo, pero sí podría decirse que pudo
    desarrollarse "a pesar" de los otros nacionalismos de la
    región, especialmente del israelí y del
    jordano. 

    Política
    de la negación

    Al igual que todos los nacionalismos que se generaron en
    Medio Oriente durante el siglo XX, el palestino fue un producto de la
    injerencia extranjera. Paradójicamente, casi todos los
    procesos de
    descolonización estuvieron basados en las ideas de
    independencia,
    libertad y
    autodeterminación, influidas por el proceso de
    modernización al que se vieron arrastrados los pueblos
    colonizados. Así, el Mandato británico
    sobre Palestina significó un arma de doble filo, ya que a
    la par del control y la
    explotación, también representó una
    unificación política y
    administrativa sin precedentes.

    El sistema secular y
    centralizado del Mandato desarticuló ciertas lealtades
    religiosas y sectarias tradicionales, modelando y asentando las
    bases para el posterior desarrollo de
    un pensamiento
    nacional moderno. Al mismo tiempo que los
    británicos acentuaban y perpetuaban el antiguo sistema de
    patronazgo, clientelismo y favoritismo entre los árabes,
    la
    administración moderna generaba nuevos actores,
    necesidades y marginalidades que constituían un
    desafío para las nuevas elites
    palestinas. 

    Como todas las sociedades de
    estructura tradicional de Medio Oriente, los árabes de
    Palestina se vieron sumergidos en el gran vendaval de cambios que
    produjeron las fuerzas políticas y económicas de la
    modernidad de
    principios del
    siglo XIX, y la consolidación del mercado mundial y
    del capitalismo.
    Los profundos procesos de politización y control
    administrativo articularon una suerte de islam
    secularizado, que también involucraba en forma muy activa
    a los árabes cristianos, los primeros en entrar en
    contacto con las nociones europeas de nacionalismo y patriotismo
    en las escuelas misioneras o a través de otros contactos
    con europeos (1). Esto comenzó bajo el Imperio Otomano y
    se profundizó con las administraciones de Inglaterra y
    Francia en la
    zona.

    Pero al caso palestino se le sumó un factor
    ausente en todos los otros procesos de construcción nacional del mundo
    árabe: una doble amenaza. El proceso "natural" de
    explotación, saqueo y dominio imperial
    se vio acompañado por una colonización
    judía, altamente modernizada en los cánones
    europeos, que competía por el mismo espacio
    geográfico y por los mismos factores de producción.

    El nacionalismo palestino no es una simple
    reacción al proceso de construcción sionista de un
    Estado judío, pero sin él su evolución
    hubiera sido sumamente diferente. Los sionistas hicieron de la
    política de negación de la población autóctona uno de sus
    lineamientos ideológicos. La consigna "un pueblo sin
    tierra para
    una tierra sin pueblo", así como una política
    económica que excluía la mano de obra
    árabe a favor de un "trabajo
    judío" redentor, son tan sólo algunos
    ejemplos.

    Por otro lado, Inglaterra mantuvo durante todo su
    mandato sobre Palestina una evidente política de
    favoritismo hacia los judíos, ya que dentro de la lógica
    de "civilización o barbarie" que guiaba al Imperio no
    había dudas cuál de estas dos comunidades
    debía ser civilizada y cual no. Un claro ejemplo de esto
    fue cuando Inglaterra tomó posesión del Mandato
    sobre Palestina tras el desmembramiento del Imperio Otomano,
    luego de la Primera Guerra
    Mundial. Una modificación de su Estatuto
    incluyó la aprobación de permitir un asentamiento
    judío en la zona (declaración de Balfour), pero
    aclarando que esto no debía perjudicar a las otras
    poblaciones "no judías". La población
    autóctona era definida por la negativa, pese a que los
    árabes representaban casi el 90% de la población
    del Mandato.

    El historiador israelí Ilan Pappé explica
    así esta falsa paridad: "Si los británicos hubieran
    llevado a cabo elecciones democráticas para representantes
    y autoridades locales, como hicieron en Egipto o en Irak, el
    carácter árabe de Palestina
    jamás hubiese sido puesto en duda" (2).

    Durante ese período, la idea de una identidad
    particular palestina era compartida por una elite muy reducida de
    profesionales árabes urbanos, muchos de ellos cristianos,
    educados en escuelas de carácter europeo, y favorecidos
    por la prosperidad del dominio del Mandato. Pero la gran
    mayoría de la población palestina se encontraba en
    el macizo central montañoso, conocido hoy como
    Cisjordania, y veía su tradicional vida campesina de
    fellaheen cada día más complicada por la
    colonización judía.

    Esta pauperización persistente del interior
    montañoso del país contrastaba con el auge de la
    planicie costera, cuya pujante economía se orientaba al voraz mercado
    europeo, y donde comenzaba a delinearse asimismo una clase social
    de jóvenes trabajadores árabes marginados,
    desclasados y desempleados, los shabab. El conflicto
    comenzaba a perfilarse en sus múltiples facetas:
    autóctonos contra foráneos, ricos contra pobres,
    campo y ciudad, modernidad versus tradición…
    árabes contra árabes.

    Esta segmentación dentro de la misma sociedad
    palestina era fomentada por los británicos en su
    política de "divide y reinarás" favoreciendo y
    potenciando las lealtades locales de los pueblos y de los clanes
    en detrimento de un incipiente sentimiento nacional
    palestino.

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