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Democracia y educación en las concepciones decimonónicas (página 2)




Enviado por polibel



Partes: 1, 2

5. De la Démocratie en
Amérique

La aristocracia y el individualismo, el despotismo y los
intentos de centralización estatal, son las facetas que
observa Tocqueville en 1831, pero lo que más chocó
a su mentalidad de aristócrata europeo, fue la "igualdad de
condiciones", que él atribuye a variadas circunstancias,
entre otras a la legislación que rige las sucesiones, (10:
TOCQUEVILLE, A., 1985, pág. 57/58). que todo lo reduce a
un nivel igualitario, generando un impresionante Estado social:
"Los hombres en América, para alcanzar alguna riqueza
necesitan ejercer una profesión la cual exige siempre un
aprendizaje.
Los americanos, pues, no pueden conceder al cultivo general de la
inteligencia
más que los primeros años de su vida: a los quince
años entran en una carrera, de manera tal que su educación termina en
la misma etapa en que comienza la nuestra. Si la continúan
después de ese plazo, no se dirige más que a una
materia
especial y lucrativa: se estudia una ciencia igual
que se elige un oficio y con ello no se persigue otro fin que las
aplicaciones cuya utilidad presente
está reconocida. […]la mayor parte son gentes ocupadas;
de donde resulta que, cuando podría tenerse afición
al estudio, no se tiene tiempo para
dedicarlo a él y, cuando se ha adquirido el tiempo para
dedicárselo, ya no se tiene afición al
estudio.

No existe pues en América, en absoluto, una clase en que la
inclinación por los placeres intelectuales se transmita
con facilidad, ni ocios hereditarios, ni que tenga como un honor
los trabajos de la inteligencia.

[…] Hay allí, pues, una multitud inmensa de
individuos que poseen el mismo número de nociones poco
más o menos, en materia de
religión,
de historia, de
ciencias, de
economía
política,
de legislación, de gobierno. La
desigualdad intelectual procede directamente de Dios, y el hombre no
podrá impedir que reaparezca siempre. […]

El tiempo, los acontecimientos, las leyes, han
formado allí al elemento democrático, no
sólo como factor preponderante, sino único, por
así decir. […]

América presenta entonces en su estado social,
el más extraño fenómeno. Los hombres se
muestran iguales por su fortuna y por su inteligencia, o, dicho
en otros términos, más igualmente fuertes que lo
son en ningún país del mundo, o que lo haya sido en
ningún siglo de los que la historia conserva
recuerdo."(11: Op.Cit. pág. 37/38).

Hemos querido citar textualmente estos párrafos
extractados de la obra de Tocqueville, porque entendemos que en
ellos se patentiza la idea que, respecto a educación y democracia en
América se formó el autor.

El acento de su análisis lo pone en las formas que
allí asumen la democracia y
la soberanía del pueblo, pero cuando en el
capítulo 4 estudia lo que ocurre en particular en cada
Estado de la Unión, no deja se señalar la
circunstancias que imperceptiblemente nivelan a todos en lo
educativo: no niega la existencia de algunos espítus
selectos y de pensadores originales, pero pareciera que esa
igualdad
democrática que lo entusiasma fuera en buena medida el
resultado paralelo de una educación no diversificada e
igualitaria a la que acceden todos, mientras que en la vieja
Europa existen
otros niveles de excelencia, pero restringidos a unos pocos
privilegiados. El aserto de que "Nada hace tan diferentes a los
hombres como la educación",
preside tácitamente su pensamiento.

Recurrentemente insiste también en la importancia de la
que llama Ley de las
sucesiones y que
refiere a la herencia y por
ende al derecho de propiedad,
hallando que en sus formas americanas, la misma terminó
por romper las influencias locales., en lo cual, tal vez se
equivoca o exagera un poco su importancia, pero objetivamente
considerada, la facilidad del acceso a la propiedad de
la tierra que
caracterizó al Destino Manifiesto de extenderse hasta el
Pacífico, reviste enormes diferencias con lo que
sucedió en nuestro paìs, en el cual, después
de 1879, cuando lleguen las oleadas inmigratorias, "las
extensiones estarán vacías, pero tendrán
dueños".

No es casual que Sarmiento, conocedor de los EE.UU., pensara
en términos de "una educación común para un
paìs de pequeños propietarios campesinos
alfabetizados," (12: WEINBERG, G., 1977, pág. 81/97)
sueño que el latifundismo impidió concretar.

Otro aspecto de la democracia que estudia Tocqueville es el
relacionado con lo electoral. Los colonos habían gozado
desde sus inicios de variados sistemas para
elegir a los miembros de las Asambleas locales, todos eran
más o menos censatarios, pero según
Tocqueville:"¡Cosa singular! El impulso
democrático pudo manifestarse de manera más
irresistible en aquellos Estados en los cuales la aristocracia
tenía más profundas raíces," encontrando que
en ellos fue, paradójicamente, donde con más
rápidez se llegó al sufragio universal. (13:
TOCQUEVILLE, A., 1985, pág. 41/42).

También anota que los EE.UU. poseen una constitución compleja, notablemente
heredera del Common Law y a base de sucesivas enmiendas,
encontrando que políticamente "se trata de dos sociedades
distintas, comprometidas, encajadas la una en la otra; se ven dos
gobiernos completamente separados y casi independientes: uno,
habitual e indefinido, que responde a las necesidades cotidianas
de la sociedad; el
otro, excepcional y circunscripto, que no se aplica más
que a ciertos intereses generales. Son [en 1831] veinticuatro
pequeñas naciones soberanas, cuyo conjunto forma el gran
cuerpo de la Unión". (14: Op.Cit., pág. 43).

Aprecia el autor que el pueblo reina sobre el mundo
político americano como Dios sobre el universo.
Él es la causa y el fin de todas las cosas: todo
emana de él y todo se absorbe en él. Se trata de un
poder
absoluto, dice, Pero no el de uno solo. Ni exactamente el de
todos. Es el del mayor número, el de la mayoría y
agrega: "Fuera de la mayoría, en las democracias no
hay nada que resista". (15: Op.Cit., pág. 107).

Uno de los puntos fundamentales en De la Démocratie, es
el de la centralización, tema que atravieza toda la obra.
Tocqueville, cuya infancia
vivió los últimos años del Primer Imperio,
está -a nuestro juicio- tremendamente sensibilizado
respecto a ese fenómeno político al que rechaza con
horror exclamando: "Todos los genios guerreros aman la
centralización… y todos los genios centralizadores aman
la guerra". (16:
Op.Cit, Cap. 5). Es la imagen rediviva
de Napoleón I, genio de la
organización centralizada… y de la guerra, la
cual, por otra parte, muestra a
través de la historia cómo los grandes guerreros,
lo son, casi sin excepción, por ser grandes
organizadores.

De las asociaciones dice: " Nada hay que la voluntad humana no
pueda alcanzar merced al libre accionar del poder
colectivo de los individuos".(17: Op.Cit., pág. 83).

Concluyendo en que, mientras en Francia a la
cabeza de una empresa nueva
siempre se verá al gobierno y en
Inglaterra a un
magnate, "en los Estados Unidos
encontraremos una asociación". (18: Op.Cit., Cap. 9).

El sentido de la democracia americana influye también
según Tocqueville en las formas del catolicismo
estadounidense, dado que se lo ha colocado bajo una
concepción liberal: "los católicos de los EE.UU.
son a la vez los fieles más sumisos y los ciudadanos
más independientes. Concluyendo en que: A diferencia de
Europa, donde
política y
religión
se imbrican íntimamente, en América, la
religión, independiente de los poderes terrenales, no
resulta nunca herida por los golpes que se dirigen a dichos
poderes". (19: Op.Cit., Cap. 17).

Aunque Tocqueville en sus análisis sólo aborda tangencialmente
lo educativo, sus reflexiones sobre la democracia americana, se
afirman decididamente en el ejercicio descentralizado del poder,
en los ámbitos municipales y de las pequeñas
comunidades. Contemporáneo, como ya se dijo, de la
Francia de la
Restauración borbónica con sus restricciones a la
democracia y de la Monarquía de Julio con su espíritu
clasista, nuestro autor, admirará sin reservas esa
capacidad de los Estados de la Unión de reservarse la
mayor parte de sus facultades locales, delegando -pero nunca
demasiado- las imprescindibles a los poderes centrales, lo cual a
su juicio y a medida que el ejercicio ininterrumpido de esas
formas democráticas se acentuara, libraría a los
norteamericanos de eventuales abusos del poder central,
protegiendo sus libertades individuales. Aunque no lo dice
explícitamente, la lectura de
su obra maestra deja flotando la presunción de que, en
alguna medida, esas estructuras
democráticas que lo entusiasman, tienen origen en las
diferencias localistas de las colonias originales, sobre todo a
partir de sus diversidades religiosas y, a caballo de
éstas, sus distintos fines educativos, unificados al
comienzo únicamente por un republicanismo a ultranza, en
el que la búsqueda de la libertad no se
coloca por encima del deseo de igualdad, por la cual sienten "una
pasión ardiente, insaciable, eterna, invencible: quieren
la igualdad en la libertad, y si
no pueden obtenerla, la quieren también en la esclavitud,[…]
convencidos de que la igualdad social conduce a la igualdad
política: la soberanía de todos, mientras que el poder
absoluto significa el poder de uno solo sobre el conjunto de la
sociedad".
(20: Op.Cit., Cap. 15).

Esta soberanía del pueblo constituye, al decir de
Tocqueville, un verdadero dogma americano: ha adquirido en
los EE.UU. todos los desarrollos prácticos concebibles,
todas las formas: no existe allí ningún
poder exterior al cuerpo social.

Democracy and Education

El 16 de abril de 1859 fallecerá en Cannes Alexis de
Tocqueville. Ese mismo año, en Burlington, Estado de
Vermont, nacerá el filósofo y pedagogo
norteamericano, John Dewey, que tendrá seis años de
edad cuando finalice la Guerra de Secesión y, aun cuando
vivirá más de la mitad de sus años en el
siglo XX, puesto que fallecerá en 1952, es un referente
obligado por lo que se refiere a lo educativo, para la segunda
parte del siglo XIX, no sólo en su paìs sino
también a nivel mundial.

Su tratado sobre Filosofía de la Educación:
Democracy and Education. An Introduction to the Philosophy of
Education, aunque publicado en 1916, constituye un agudo
análisis de las ideas finiseculares vigentes en la
sociedad norteamericana y aplicadas a la educación,
estableciendo los fines constructivos y los métodos
educacionales, desde el punto de vista de la democracia, lo que
por una parte nos permitirá, en la medida de lo posible,
comprobar si las proyecciones de Tocqueville en relación a
la democracia norteamericana descentralizada se cumplieron y con
qué caracteres y por otra parte visualizar, ahora
puntualmente, esa interdependencia de que venimos hablando entre
Democracia y Educación.

Los Estados Unidos
posteriores a la Guerra de Secesión ya no serán los
que visitó Tocqueville en 1831. Por de pronto, el triunfo
de los federales o nordistas, que habían alcanzado un
destacado desarrollo
industrial capitalista, significó la ruina de los
confederados sudistas, cuya economía, basada en
la producción de plantaciones de
algodón, tabaco y otros
cultivos tropicales, funcionaba merced a la utilización de
la mano de obra barata suministrada por el sistema
esclavista. Más de seiscientos mil muertos en cinco
años de guerra mortífera entre los Estados de ambos
bandos, necesariamente debían pesar económica y
socialmente en la fisonomía de la nación:
la aristocracia de plantadores sureños dejaría de
tener vigencia y poderío, frente al ascenso incontenible
del empresariado comercial e industrial del norte.

La década del 70 asistirá al nacimiento de los
primeros monopolios y a la sanción de las primeras
leyes
antitrust, en tanto que en la del 80, completada la Conquista del
Oeste, aniquilados o neutralizados los restos de las tribus
indígenas, unidas por varias líneas ferroviarias
paralelas las ciudades de la costa atlántica con las del
Pacífico, surgirán incontenibles las grandes
concentraciones económicofinancieras de los gigantes del
carbón y del acero y
más tarde del petróleo y
del caucho, así como también las primeras
asociaciones sindicales, con su correlato de luchas por los
derechos
gremiales con sus huelgas masivas. Una docena de grandes ciudades
se poblarán de altísimos rascacielos y, aun cuando
Gran Bretaña continuará siendo todavía la
primera potencia mundial
por sus flotas mercante y de guerra, el gigantismo norteamericano
habrá sobrepasado a Europa en su conjunto en la producción industrial y agrícola. Se
trata, sin ninguna duda de un mundo distinto al de la primera
mitad del siglo y la sociedad norteamericana, incrementada por
elevados volúmenes de inmigrantes de todo origen, entre
los que numéricamente sobresalen irlandeses, judíos
e italianos, registrará sensibles cambios en su estructura con
el surgimiento de magnates multimillonarios, no siempre de
familias tradicionales.

Con todo, los pronósticos del politólogo
francés se cumplieron: la democracia norteamericana se
adaptó con vitalidad a las cambiantes circunstancias por
las que fue atravesando el conjunto de la nación, sin
perder sus caracteres descentralizados, sin abandonar el dogma de
la soberanía del pueblo, ni la pasión por la
igualdad ante la ley, con
oportunidades para todos.

Tratemos de ver ahora cómo evolucionó lo
educativo en esa sociedad democrática
decimonónica.

Según Dewey, la educación es a la vida social,
el equivalente de la nutrición y la
reproducción en la vida fisiológica.
Educar, dice, implica hacer partícipes de nuestras
experiencias a todos los miembros de la sociedad, con el objeto
de que las innovaciones progresistas pasen a ser una
posesión de todos en libertad igualitaria. Ese proceso,
continúa, se lleva a cabo a través del intercambio
en el ambiente
social y por tanto resulta imprescindible crear en las escuelas
ambientes capaces de orientar y canalizar las energías de
los niños y
jóvenes, dado que el resultado inmediato de ese proceso de
intercambio es la capacidad de progreso ulterior.

Dewey criticará tanto las ideas pedagógicas de
Platón,
basadas más sobre las diferencias sociales que sobre los
individuos y también las de la Ilustración dieciochesca, que con su
pretensión utópica de hacer extensiva a toda la
humanidad los avances sociales, pone en riesgo las
posibilidades de progreso al soñar con un retorno a la
vida natural. También el Idealismo
postkantiano merecerá las críticas de Dewey, ya que
le achaca la tendencia de restringir la concepción de lo
social igualitario, al subordinar al individuo al Estado
nacional, que en última instancia no es más que un
intermediario [el Estado]
entre los individuos y la humanidad.

Dewey dedica varios capítulos al análisis de los
problemas
esenciales de la educación desde lo filosófico: la
relación del pensamiento
con la experiencia; la índole del método; el
sentido humano del trabajo; encarando a continuación desde
la Filosofía de la Educación, el problema central
de la obra: los valores y
la distinción entre cultura y
utilidad
práctica, para lo cual comienza por recordar que ese
discernir entre una y otra tuvo su origen en la Hélada,
partiendo de la base de que una vida verdaderamente humana
sólo podía ser alcanzada por unos pocos seres
humanos verdaderamente libres, porque no estaban atados a
trabajar con sus manos, puesto que vivían gracias al
trabajo de los demás integrantes de la polis, dando
así origen a una diferenciación entre pensadores y
trabajadores, dedicados unos a las profesiones liberales y otros
a tareas manuales a las
que permanecían irremisiblemente atados para poder
subsistir.

Proyectada a lo pedagógico esa distinción dio
lugar a la divisón entre educación clásica o
liberal y educación técnica o profesional. Sostiene
Dewey que el maquinismo emancipò al hombre de
muchas fatigas corporales y de muchas horas de trabajo, pero hace
notar que, mientras la educación de los trabajadores se
limite a una escolarización destinada al aprendizaje
rudimentario de leer, escribir y contar, desprovista de toda otra
educación en lo científico, lo literario y lo
histórico, sus mentes quedarán al margen de toda
posibilidad de beneficiarse dedicando sus horas libres al ocio
constructivo de una actividad de orden cultural.

La recomendación de Dewey apunta a que, en una sociedad
verdaderamente democrática, esa dualidad entre
educación liberal y educación técnica debe
desaparecer, superada por un Plan de Estudios
que haga del pensamiento una guía igualitaria para todos
los individuos, propugnando un tipo de educación que, sin
desatender la formación técnico-profresional del
obrero, contemple también su formación espiritual,
con lo cual, sostiene Dewey, se anularían los males del
sistema
económico vigente, al par que, al unificar las
orientaciones, las disposiciones y las tendencias de todos los
miembros de la sociedad, se alcanzaría también una
sociedad homogénea y voluntariamente igualitaria.

Por último, enfoca también el autor el tema, a
veces innecesariamente dicotómico, de hombre y
naturaleza,
dualismo que en educación ha originado otra
división entre Estudios Humanísticos y Estudios en
Ciencias
Exactas, con la tendencia a limitar los primeros a simples
recuerdos del pasado humano en lo histórico-literario y
los segundos a un conocimiento
seudocientífico desprovisto de toda sensibilidad
humana.

Al margen del tema específico de este trabajo
monográfico, pero no por ello menos digno de ser
destacado, señalemos que con una lúcida exposición
de teorías
gnoseológicas y éticas, aplicadas a lo educativo,
Dewey cierra su valioso ensayo
filosófico y pedagógico que, en opinión de
muchos, constituye una de las más importantes obras que
sobre educación se publicaron en el siglo XX.

6. Democracia y Educación: a
manera de
síntesis.

La elaboración de esta ponencia nos ha llevado a
repensar analíticamente la evolución histórica que los
conceptos Educación y Democracia y su puesta en
práctica, registraron desde mediados del siglo XVIII hasta
mediados del siglo XIX, primero en la Francia revolucionaria e
imperial y luego en los nacientes Estados Unidos de
Norteamérica, en una evolución que estimamos haber
reseñado en forma sucinta en las páginas que
preceden.

Intentaremos ahora reflexionar sobre las diferencias
existentes en una y otra realidad histórica, la europea y
la americana, en ese lapso, tratando de visualizar la incidencia
que en cada una de ellas ejerció la estructuración
de lo educativo y las formas de su democracia.

Por de pronto y como ya señaláramos, es evidente
que en Francia los cambios fueron revolucionarios: en lo
político se pasará del autocratismo a la
democracia, cierto que se tratará de una democracia
burguesa, limitada, restringida, censataria a ratos y al
compás de los cambios y momentos registrados por la
revolución, que culminará con la
sólida estructuración del Imperio
Napoleónico, monárquico y rígidamente
centralizado, pero en el cual los méritos personales
posibilitaban un ascenso social.

Paralelamente, el sentido de lo educativo en Francia se
afirmará también de manera centralizada, pero
extendida ideal e igualitariamente a todos los habitantes del
imperio, como contrapartida imprescindible para sostener el nuevo
sistema democrático-burgués. (5: CRONIN, V., 1988,
pág. 63).

Recordemos que los dos grandes fracasos de Napoleón se
dieron en ambos extremos de Europa, en España y
en Rusia, dos países que además de regímenes
absolutistas, tenían en común una población en la cual el analfabetismo
registraba una tasa superior al 75%. Allí, las ideas
revolucionarias no prendieron sino en reducidos círculos
intelectuales y la gran masa de la población cerró filas cerrilmente
para defender los tronos y las estructuras
políticas, sociales y económicas que
las oprimían, lo que no sucedió en Italia, ni en
Prusia, ni en Austria, ni en la Confederación del Rin, ni
en ninguno de los países de Europa Central, porque en
estos las ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad se
difundieron por escrito antes de concretarse en nuevas formas
democratizantes de la organización estatal que, más
allá de las inevitables deficiencias registradas,
favorecieron en general el bienestar de los pueblos, eliminando
barreras y diferencias y unificando regímenes aduaneros e
impositivos, circulación de productos y
también de ideas y proyectos. Es
evidente que la educación, aunque más no fuera a
partir de una alfabetización básica, produjo un
cambio en las
ideas, cambio
inimaginable antes de 1750. El correlato Educación y
Democracia resulta entonces evidente: al extenderse la
práctica de la primera, se posibilitó un creciente
ejercicio de la segunda.

Al otro lado del Atlántico, las colonias angloparlantes
partieron desde muy distintas realidades en relación a la
vieja Europa y también entre ellas. Ya señalamos
las tres coincidencias básicas que acreditaron entre un
sinnúmero de diferencias: 1) Dependencia de la corona
británica de cada una de ellas, pero separadamente de las
restantes. 2) Funcionamiento en todas de alguna forma de Asamblea
comunal, con representantes elegidos por los colonos, que, aunque
con sistemas
operativamente disímiles, les permitieron el ejercicio de
una cierta democracia, larvada, limitada respecto al conjunto de
su población, pero práctica al fin y 3)
Profesión sentida de diferentes formas confesionales, pero
todas englobadas en el espíritu del protestantismo y en la
necesidad de saber leer para tener acceso a la palabra de Dios en
la Biblia.

En los ámbitos angloamericanos, la práctica de
lo referente a la Educación, evolucionó
paralelamente al de la Democracia, con más diferencias que
similitudes entre las trece colonias originales que a partir de
1776 darían comienzo a las luchas por la independencia
frente a Inglaterra (cfr.
TOCQUEVILLE, A., 1985, pág. 7 a 11).

También allí se fortalecerá sin retroceso
el correlato de Educación y Democracia, cierto que de
manera muy distinta que en Europa, merced a la descentralización política que tanto
entusiasmará a Tocqueville; él proviene de un
ámbito donde la concentración del poder en manos de
los gobiernos centrales, aunque igual significara avances
democráticos en relación al absolutismo
unipersonal del antiguo régimen, no dejaba de mostrar
serias limitaciones para los gobiernos y administraciones
locales, comunas, intendencias y departamentos,
centralización estatal que también se daba en la
educativo, precisamente por ese afán de tornar
homogéneo a nivel nacional el ejercicio de la libertad y
la igualdad.

Tocqueville intuye que esa soberanía que se reservaron
los Estados de la Unión frente al gobierno instalado en
Washington, sería el reaseguro para conservar y fortalecer
el ejercicio de la Democracia y pronostica que en el futuro el
verdadero y más profundo modelo
democrático se desarrollará en los ámbitos
municipales, pronóstico que nos parece certero, si tenemos
en cuenta que hoy, la importancia de los municipios viene
acrecentándose año a año en casi todos los
países, en un proceso en el que los gobiernos centrales
terminaron por comprender que la solución de los problemas
locales, los que tienen que ver con el abastecimiento, la
calidad de
vida, la educación, la salubridad pública, etc.
pueden ser encarados con mayores posibilidades de éxito
desde lo comunal que desde lo nacional.

Tampoco se equivocará Tocqueville al analizar las
características que revestía la
Educación en América en comparación con lo
que sucedía en Francia (cfr. Op.Cit., pág. 11/12),
ya que esa especialización práctica que él
señala" no se dirige más que a una materia especial
y lucrativa: se estudia una ciencia, igual
que se elige un oficio y con ello no se persigue otro fin que las
aplicaciones cuya utilidad está reconocida", característica que en lo esencial, sigue
estando en la base de la educación norteamericana,
más centrada en la especialización que en la
amplitud de los conocimientos, lo cual explica la
recomendación que formulará Dewey respecto a los
peligros que, "para una sociedad verdaderamente
democrática [implicaría] la dualidad entre
educación liberal y educación técnica […]
entre los Estudios Humanísticos y los Estudios en Ciencias
Exactas", lo cual, a su juicio conspiraría contra el
objetivo de
alcanzar "una sociedad homogénea y voluntariamente
igualitaria". (Cfr. Op.Cit., pág. 19) No olvidemos que en
el análisis de Tocqueville, la democracia norteamericana
está basada ferreamente en el sentido de igualdad y en el
poder de la mayoría.

7. Conclusiones

Cubrir el lapso que separa a Dewey de Tocqueville
exigiría siquiera reseñar el desarrollo
ulterior que en los EE.UU. registraron la Educación y la
Democracia. Respecto a ésta última, el tema es algo
más conocido.Rememoremos que en De la Démocratie en
Amérique, el francés dedica un breve acápite
al análisis de la "Posición que ocupa la raza negra
en los Estados Unidos, peligros que su presencia hace correr a
los blancos". (21: Op.Cit., pág. 152).

Por entonces, 1831, Gran Bretaña todavía no
había profundizado sus conquistas en África ni su
régimen colonial imperialista; cuando lo acentúe
después de 1838, sus empresas negreras
cambiarán de signo y entonces comenzará la
persecusión de todos los barcos que actúen en la
trata de esclavos, para evitar que le arrancaran los habitantes y
la mano de obra en sus colonias africanas., con lo cual se
resentirán los países cuya economía estaba
basada en regímenes esclavistas: recordemos que el Imperio
del Brasil
será esclavista hasta 1888, Cuba hasta
1898 y en los EE.UU. la abolición de la esclavitud
recién se concretará en 1865, al término de
la Guerra de Secesión que enfrentará a los
abolicionistas norteños contra los esclavistas
sureños.

Hombre de su época, Tocqueville no oculta su
opinión antiesclavista, pero afirma que en los EE.UU. el
problema no se solucionaría sin graves enfrentamientos.
Formado en el pensamiento clásico, tampoco se horroriza
frente a la magnitud de esa aberración inhumana, en un
país cuya población sustenta su sentido de la
democracia en la igualdad a ultranza, pero fino analista como es,
observa que, cualquiera fuera la solución que se buscara
al problema, sus secuelas no serían fáciles de
superar. Pensemos que cien años más tarde, hasta
mediados de la década del sesenta en el si-glo XX, los
problemas raciales continuarían siendo profundos en los
EE.UU. y que aun hoy, en los albores del siglo XXI, la
campaña electoral presidencial está signada por la
Discriminación y la Pena de
Muerte, ya que las estadísticas señalan que, no
obstante constituir sólo el 12,1% de la población
norteamericana, los negros que en el corredor de la muerte
esperan ser ajusticiados, ascienden al 43%. (22: diario RIO
NEGRO, 25-VI-2000, pág. 2). Cabría preguntarse
¿Cuál es la democracia de la que estamos
hablando?

Por lo que hace a la evolución del concepto de
Educación y a su desenvolvimiento en la segunda parte del
siglo XIX, encontramos que en los Estados Unidos constituye una
nueva era, a partir de aportes tales como las contribuciones de
William James y su psicología
holística; las oposiciones al herbartismo; el pensamiento
reflexivo y el método
científico aplicado al aprendizaje; la doctrina
experimentalista de Dewey ya esbozada; todo lo cual
confluirá para conformar en conjunto el denominado
progresismo educativo norteamericano, aspectos todos muy
interesantes pero que excederían los límites de
esta ponencia.

Sí nos parece interesante señalar dos aspectos
de esa educación, uno de los cuales nos toca de cerca: el
primero es el referido al régimen en el que se
orientó la educación
superior, basada sobre el modelo de los
nueve colegios existentes en 1776. Para 1812, Harvard, Georgia y
North Caroline habían sido elevadas al status de universidad, pero
en 1819 se planteó un conflicto
jurídico cuando el Estado de
New Hampshire pretendió poner bajo su control el
College of Dartmouth transformándolo en universidad
estatal. La Corte Suprema dictaminó que esa acción
violaría la constitución, con lo cual preservó
el derecho de las corporaciones privadas para fundar y mantener
instituciones
educativas libres del control estatal,
lo cual significó un notable estímulo para la
erección de colegios y universidades independientes, a tal
punto que, al iniciarse la guerra civil en 1860 había 516
Colegios en dieciseis Estados. (23: Tewkesburu, en BOWEN, J.,
1985, pág. 447).

El segundo nos parece interesante porque tiene que ver con
Horace Mann (1796-1859), abogado y miembro de una familia
calvinista, cuyas ideas sobre lo que él denominaba
educación común inflyueron en Domingo Faustino
Sarmiento. Para Mann, "la Educación, más que
cualquier otro recurso de origen humano, era el gran igualador de
las condiciones del hombre, el volante de la maquinaria social",
(24: Mann, H. En BOWEN, J., 1985, pág. 456). concepto que, en
el pensamiento de la Generación del 80, bien puede haber
presidido la sanción de la Ley 1420 de educación
común en nuestro país. Concordantemente con la
extensión de la educación común, los EE.UU.
asistieron a un movimiento
paralelo referido a la formación de los maestros, bajo la
influencia de las pautas europeas inglesas y prusianas, y las
teorías
pedagógicas de Pestalozzi y de Froebel, que fueron
adoptadas hasta cierto punto y bajo cuya orientación
fueron estableciéndose las primeras escuelas normales para
la formación de los maestros, una de las cuales, a
instancias de Edward Sheldon, superintendente de las escuelas
municipales de Oswego en New York y con
el apoyo de la Asociación Nacional de Maestros de
Filadelfia, fue inaugurada en 1865 precisamente en Oswego,
convirtiéndose pronto en centro de interés
nacional, con la curiosidad, para nosotros de que en ella se
formaron la casi totalidad de las maestras norteamericanas
bilingües que importó Sarmiento en número
cercano al centenar y que dieron impulso a partir de 1870 con la
Escuela Normal de
Paraná, a las escuelas normales argentinas, de las cuales,
según dato de la Revista La
Educación, había ya 34 en 1889 en nuestro
país. (25: CIRIGLIANO, G.F.J., 1996, pág. 42).

Sin ninguna duda, la influencia de esas maestras en nuestra
Educación fue profunda y duradera: sólo una
volvió a su país de origen y casi todas formaron
aquí sus familias y dejaron descendencia. No obstante, esa
influencia no fue suficiente como para modificar la mentalidad
preexistente, por lo que se refiere a cambiar sustancialmente en
nuestro país ni el concepto ni la práctica
cotidiana respecto a la Democracia.

 

 

Autor:

Santiago Polito Belmonte

Partes: 1, 2
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