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Distancias Mentales Surrealistas de Salvador Dali




Enviado por cristiancamus0



    1- Distancias mentales
    entre "Pertinacia de la Memoria" y "Desintegración de la
    Pertinacia de la Memoria".

    2- La inquietante y
    problemática situación de la cintura en "Carne de
    Gallina Rinocerontica"

    1. Distancias mentales entre "Pertinacia de la Memoria"
      y " Desintegración de la Pertinacia de la Memoria".

    Desintegracón de la perstinacia de
    la memoria

    Persistencia de la memoria

    Trasladarse es convertir el tiempo en un
    carro intangible; vagones de antaño destruidos por el
    óxido; adentro están mal pintados con un
    anticorrosivo marrón, sus butacas de madera y cuero
    son cómodas en los días relajados, por que en los
    otros amoratan las nalgas a causa del peso cerebral, en medio hay
    un pasillo limpio de alfombra carmesí, allende
    rincón te cuida las grandes maletas de múltiples
    colores, donde
    traes las más importantes convicciones, sujetadas por
    correas de plástico
    translúcido. Cuando te quedas inmóvil, los vagones
    miran la velocidad de
    sus ruedas, que pasando de triangulares a la
    representación de tres flechas juntas, incrustan sus
    puntas implacables al girar; como el vagón está
    paralizado sobre la tierra, y
    sus ruedas continúan girando, producen fricción que
    lanza hacia atrás piedras y distancias sin memoria, la
    quietud convierte al vagón en una excavadora; tú
    dentro miras como enjauladas horas son vomitadas en el reloj, que
    sin trayecto desciende produciendo ciénagas obscuras; a
    través de los gruesos cristales, te das cuenta que las
    ruedas del vagón son manillas gigantes, observas tu reloj
    y percibes que su marcha sincroniza perfectamente con las flechas
    que se ven por los otros vidrios, apenas tu segundero marca doce,
    aparecen cuatro varas; en sus puntas tienen restos de piedras y
    elementos indescifrables. Han pasado tres horas, la tierra y
    el agua no
    salen del agujero, por que el vagón declina gracias al
    girar perenne de sus manillas, que no tragan lo excavado, sino
    que lo elevan para seguir la cava, logrando que el caudal
    pantanoso ascienda hasta llegar a la escotilla del tren; desde el
    techo cae sonoramente el barro, de color gris
    cantaba la viscosidad,
    ensuciando la alfombra y manchando las butacas, escurría
    tanto que tres minutos después, las piernas con dificultad
    se movían, pues, el barro las tapaba por completo, la
    única salida es abrir una puerta, dejar que todo se llene
    y nadar a ciegas, pero, es difícil y arriesgado, en el
    agua puedes
    ver, aquí en cambio el
    barro toca tus hombros y con el vigor de tus pulmones alcanzas a
    respirar, quizás cuanta profundidad llevaras, no entiendo
    como en tus últimos minutos de vida, gastes las
    energías, en mantener el brazo levantado y mirar como
    giran las manillas del reloj; ya estas sumergido, el remedio es
    dirigirse a cualquier lugar, pararse del sillón, apagar la
    tele y caminar; el vagón lentamente ascenderá,
    habrán desprendimientos de tierra y
    metálicos chirridos, más tarde el movimiento de
    las ruedas formará surcos, puedes aprovecharlos sembrando
    recuerdos; te levantaras de la butaca, luego, cuidadosamente
    abrirás la última puerta observando el camino
    recorrido; abrirás la parte superior de tu cerebro con la
    mano derecha, asirás un puñado de memorias y las
    tiraras como semillas; luego, se nutrirán con mezcla de
    lagrimas, aliento y palabras, cuando llegues a tu fin y vuelvas,
    no encontraras tus memorias,
    empero, si recoges tierra, piedras o alguna cosa
    vernácula, recordaras haber visto desde afuera, el tren
    alejándose y tu rostro inmutable.

    Hay veces en que los trayectos obligados parecen
    más cortos por efectos de velocidad, tu
    alrededor corre tan rápido hacia el pasado que en una
    curva cerrada, volcaste con todo y vagón, el carro se
    destrozó; partes de acero flotaban
    entre nubes grisáceas, tu cuerpo era juego de
    posiciones imposibles, piernas y manos bailaban al compás
    del subir y pronto descender, bien peinado, tratas de mirar tu
    caída, sin embargo, la fricción del viento contra
    tus ojos no te permiten ver lo cerca del suelo que estas;
    no hay nada que hacer y adviertes la muerte,
    pero, de repente sientes los pies en algo sólido,
    extraviando el destrozo de tu cuerpo, gradualmente despegas las
    pestañas y ves el vagón esparcido a tu derredor; en
    una planicie desértica se exhiben las maletas,
    están rasgadas y entre las llagas vacío está
    el interior, ¿de que valió haberlas traído?,
    miras en dirección a tus zapatos, y te encuentras
    parado sobre un reloj, antes fue una rueda del carro
    metálico; que a su transcurso normal, giraba regularmente
    sin motor, pues,
    mantenía energías de su antiguo andar; se ha
    explayado la noche y no te deja ver las manillas, pues, tienen el
    mismo color,
    análogo al sueño que te puso decúbito. Se
    han cumplido tres días y no puedes bajar del reloj; altura
    no es el problema, estas a veinte centímetros del suelo, te
    preparas a saltar cuando el miedo a que el segundero te degolle
    la espalda, se convierte en lastre para tus suelas; la histeria
    te carcome, a cada intento de salto, debes esperar que el
    segundero este lo más lejos posible, ya lo has visto girar
    tanto que otra vuelta significaría, perder el tiempo que alguna
    vez deseaste ganar. Las posiciones en que te ubica representan un
    número, significa la constante abulia por el encuentro con
    los mismos símbolos dos veces al día; gira y gira,
    aveces piensas haber estado
    ahí antes. No sabes cuanto tiempo a pasado desde ese
    primer día, las noches son igual de obscuras que las
    tardes, la lluvia moja tanto como el sol, tus
    ropajes hoy son harapos y la sensación de mareo fue
    aceptada por tu organismo, el tiempo ganó y entregaste tus
    momentos a la maquina que pisas en este instante, te rendiste a
    esa lucha que no tuvo por duración minutos u horas, no
    existía unidad de medida, pues, la olvidabas mientras
    dormías, en cambio hoy, te
    despiertas con la hora en la cara, trasladándote a
    cualquier lugar por esta maquina, crees dominarla, por que te
    lleva donde tu quieres, pero, estas en un error, pues, el piso es
    el que se mueve, tu cuerpo se queda inerte, mientras bajo tu ser,
    calles, personas y kilómetros se acercan o alejan; cuando
    pases cerca de un roble, cógete a dos brazos por su
    tronco, entenderás que controlas tus movimientos y
    seguirás el camino pensando que tu peso toca el suelo,
    antes mirabas tus pies y veías el mover de las flechas,
    ahora por leer estas palabras ,ciego estas, por más que
    analices tus pasos, no encontrarás más que un
    presuroso y atrasado mover, sólo yo reconozco el mecanismo
    estable bajo tus pies y solo yo puedo estirarte la mano para que
    bajes, apartando el mundano temor, a la espada
    segundera.

    La mano rezuma de sangre, gotas
    estremecidas pintan el suelo emulando una alfombra vetusta,
    retengo una filosa espada que ya corta mis dedos, ¿Has
    tenido confianza en lo que leíste?; si es así,
    aprovecha la sanguaza de mi mano, y bájate sin resbalarte,
    corre hasta no encontrarte con el fin y recién allí
    vivirás libre.

    Con los ojos de mis palabras, observa tus pies mientras
    corres, y veras que tu cansancio es absurdo, pues, de tanto
    sudar, llegaras a tener contacto con el piso y destruirás
    mis palabras sin tiempo.

    2- La
    inquietante y problemática orientación de la
    cintura en "Carne de Gallina Rinocerontica"

    Ese día en la galería no trataba de
    ocultar mi aburrimiento, esas grandes columnas que
    sostenían el techo cansado, observaban mis pasos y la
    expresión de mis ojos; rasgaban la tela de las mediocres
    pinturas románticas, con el movimiento las
    pestañas, de pronto la guía nos indicó una
    copia de una pintura de
    Salvador Dalí, entonces yo corrí entre las estatuas
    y insertándome entre la gente, pude ver dentro de un
    grueso marco dorado, el mar con su orilla tomada lista para
    retirarse, arena colorida por el resplandor del un sol
    cuasinaranjo y la estructura de
    una mujer desnuda,
    que guardaba en su cadera, una posición imposible de
    mantener por treinta años; miré los flejes de su
    cintura y en esas líneas un tanto curvas, pude leer la
    tristeza de un soma usufructuado, no puedo leer la cuita en sus
    ojos, ya que el rostro y extremidades habían sido
    cortadas, para no interponerse al mar y cielo de fondo. Toda la
    gente se fue, yo a minutos que cierren el museo, pienso como
    puedo ayudar a la misérrima dama del cuadro; lentamente
    siento un candente parche sobre mis costillas, junto con la
    despedida obligatoria que me da el guardia del
    recinto.

    En la calle el cielo había guardado su color
    celeste, para que funcionara el alumbrado publico y bajo un foco
    me percaté, de que a cada paso, mis vértebras
    reclamaban por una mala posición; preocupado tomé
    el autobús y llegando a casa, me saqué la camisa
    sin desabrochara, para encontrar en mi cintura dos líneas
    que hablan de un dolor ajeno.

    A veces mi espalda sufre por la oscilación de las
    vértebras; de un lado a otro se deslizan impetuosamente,
    huyen de algo que no ven y yo por más que busco no lo
    hallo; entre masajes y saunas gasto el poco dinero que no
    abulta en mis grandes bolsillos; hoy he tomado la ferviente
    decisión de conversar con ellas y estudiar sus peticiones,
    hablé con mucha gente y todos me dijeron que de loco no me
    faltaba nada, hasta me sobraba; no me importa la opinión
    del vulgo, por que un buen doctor en este momento hará lo
    que le he pedido.

    En una sala blanca llena de instrumentos
    quirúrgicos, un gran foco ilumina mi reverso y destella
    contra el inmaculado piso de baldosas claras, imaginando que sus
    junturas eran calles abultadas de individuos tranquilos,
    mantenían un pausado caminar, y meditaban sobre la cuadra
    póstuma, en eso una cara apocada por la iluminación trasera, los asusta,
    obligándolos a refugiarse en los basureros de la
    habitación, quedando el piso sin divisiones obscuras,
    convirtiéndose en una plancha de cristal entera, que
    analicé muy bien durante las tres horas anestesiadas que
    duró la operación. De tanto concentrarme en sentir
    dolores, cosquillas o algo en la espalda, me cansé y
    derrotado aparecí fuera del quirófano,
    intenté levantarme, nada me atraía a la cama, pero,
    internamente los músculos no respondían al estimulo
    cerebral que ya comenzaba a preocuparme, de repente la puerta
    dejó sonar la voz del doctor; que pasaba a través
    de la apertura continua producida por su mano en la manilla, al
    verme despierto, dijo:

    – La silla de ruedas lo espera para su
    conversación pendiente -, la sombra del profesional cerca
    de un segundo tomó asiento mientras se retiraba, y yo
    asido por dos corpulentos enfermeros, fui llevado hasta un centro
    de conferencias, donde gracias a dios no había
    ningún periodista, sin embargo, lo que me parecía
    insólito, era ver al doctor como único cirujano,
    encontrándome con psicólogos y otros humanistas que
    participaban de mi supuesta recuperación; el chirrido de
    las ruedas de un aparato metálico, distrae mi vista, sin
    percatarme de que traía un extendido gancho bajo su punta;
    una columna vertebral color marfil se meneaba al compás de
    frenadas ruedas, y al momento de ponerse frente a mí, su
    parte inferior golpeo contra la mesa de junto, produciendo una
    desarmonizada sonajera de huesos que
    molestó a todos los presentes; el ruido fue peor
    que una tiza nueva, sobre un pizarrón de claustro,
    súbitamente giré el cuello para esconder mis
    oídos, y la vista cayó por una ventana nocturna
    sobre el patio vacío, entonces, principiaron a decirme que
    fue una difícil operación, y que estuve bajo
    estado de coma
    alrededor de cuatro días, yo seguía embelesado con
    el patio, mientras el sermón continuaba:

    – El producto de
    nuestro sacrificio pende bajo ese gancho metálico -,
    pasmado solo atine a tocarme la espalda y sentí blando, –
    ¡ qué me hicieron!-, un psiquiatra me
    inquirió diciendo, – ¿ esto no era lo que
    deseabas?- ahí está, conviértete en amigo de
    ella y cuando estés plenamente de acuerdo,
    contáctanos y nosotros te la pondremos nuevamente -, la
    idea era mía y de improviso un fuerte apretón de
    manos rubricó el designio por cumplir.

    Después volvimos por otro camino, recorrimos
    largos pasillos que habían extraviado el olor a
    penicilina, lugares con formidables calderas
    rojas, lleno de ímpetu el camillero que me traía,
    empujo una puerta diciendo: – Bienvenido a tu nuevo hogar -,
    inmediatamente llegó la enfermera y los dos me sacaron
    lentamente de la silla, mi espalda se doblaba y sentía que
    me habían talado el tronco. Me acomodaban el cuerpo y las
    almohadas, dejándome en presencia de la
    distracción; se mostraba entre unos bastidores de madera y un
    par de vidrios llenos de polvo, enfrente yacía el viejo
    edificio por el cual había entrado, el gran patio olvidado
    lleno de pastos secos y una gran reja de la que no me
    había fijado;

    – Es hora de dormir – pronunció una gorda
    enfermera de mejillas coloradas, mientras arreglaba las cortinas
    blancas, que de tanta unión, se notaba que fueron
    confeccionadas en sacos de harina; el problema era que
    todavía le quedan retoños de una vida pasada, y con
    el movimiento que le proporcionaba la obesa, el suelo rojo se
    pinta tan blanco como las paredes de mí alrededor;
    encumbro la vista rastreando más colores y el
    techo es tan claro como su reflejo en las sabanas, que de no ser
    por los feos estampados verdes que marcaban el nombre del
    hospital, las hubiera lanzado por la ventana con todo y muros,
    pero, se me olvidó que no puedo moverme; en
    resignación miro cabizbajo y encuentro matices distintos a
    la altura del piso, musgo verde por la humedad de las
    cañerías antiguas, gota a gota recorren lagrimas
    por la superficie del muro; las tribulaciones de los enfermos
    fueron ceñidas a las pobres tuberías, que de tanto
    llorar se les ha carcomido el físico, dejando caer por sus
    llagas la triste presión
    nocturna; la observo desde cerca y encuentro la pupila incolora
    de sus ojos golpeando contra los míos, formando una
    explosión que mojó paredes, colchas, y mejillas;
    sobre los muros escurrían lagrimas en forma vertical, poco
    a poco llenaron el espacio bajo la cama, de repente en la
    superficie del neófito lago artificial, una pélela
    morada salió igual a una embarcación; la orina de
    antaño se meneaba de un lado a otro, mientras el sarro
    firmemente adherido le colocaba matices vivos a mis ojos; luego
    comenzó a rebalsarse por el agua que
    lanzaba la cañería rota, cayendo dentro y
    mezclándose con la orina terminó por hundirse,
    zozobrando gestó un ademán de ausencia con la
    única oreja que tenía.

    El agua ya tocaba
    el colchón, sentía frío en las piernas y en
    los brazos, ahora el resplandor se hallaba encima; cristalizando
    el ambiente al
    duplicarse el tubo fluorescente del techo, en el piso liquido
    cada vez más tocante al cielo, el destello es tan fuerte,
    que me obligó a cerrar los ojos; después de ver la
    unión de mis pestañas, encuentro mis
    párpados rojos, siento una quietud completa, de pronto las
    luces se apagaron; examiné la sala de obscuras, vi
    luminosidad en las faldas de la cortina y tres líneas
    blancas en los contornos de la única puerta, seguramente
    las luces del pasillo no las apagaban de noche, repentinamente el
    agua escurrió por el espacio que le brindaba la puerta,
    gracias al movimiento propiciado por una mujer que gritaba
    efusivamente; el agua se demoro ocho segundos en desalojar mi
    habitación, luego en bajar las escaleras otro tanto, sin
    embargo, el rostro de la obesa enfermera estaba lelo,
    pausadamente coloco un pie delante del otro y comenzó a
    transitar por las baldosas limpiadas con parafina,
    meticulosamente para no resbalar se asía de las manillas
    de las puertas, ya después la perdí de vista, pero,
    el agua debió avisar en el primer piso, que el llanto se
    había estancado por un gran lapso de tiempo, pues el agua
    cesó su fluir, y más tarde oí un chirrido
    lejano, traté de ponerme hacía adelante para
    escuchar mejor, y recordé que ya no tenía huesos en la
    espalda, al mismo tiempo busqué mis vértebras, y no
    encontré nada, súbitamente penetro luz artificial
    desde un gran foco de linterna, escoltado por una sonajera
    familiar, el armatoste se puso frente a la iluminación
    exterior y se convirtió automáticamente en sombra,
    no distinguía formas detalladas, sólo una tosca y
    sinuosa figura colgando de un gancho: – ¡O mi columna!. –
    Por favor, pónganla a este lado. Que feliz me
    sentía, la acaricié durante gran parte de la noche,
    conversamos de la vida, yo le hice una pregunta y ella con el
    movimiento que le produjeron mis manos, respondió en un
    idioma desconocido que sólo yo pude traducir, no nos
    dejaron bailar hasta tarde, ya que sus pasos eran muy bulliciosos
    para los vecinos enfermos, que de tanto gritarme barbaridades, no
    sé en que momento iban a descansar. Acabo de escribir todo
    lo que me ha pasado en este día, este lápiz mina y
    estos papeles me los robe de la sala de conferencias, son
    aproximadamente las dos de la mañana y pusieron mi
    espinazo colgando a un lado, por que ya había molestado
    demasiado, al otro extremo de la cama, está la silla de
    ruedas; ya me siento muy cansado, el sueño ha ganado la
    batalla, pero, no la guerra por que
    mañana escaparé.

    En la fachada de la cama, se muestra la
    planilla medica, publicando el nombre Saturnino Machuca;
    dueño de esta gracia es el hombre que
    descansa bajo las claras frazadas desinfectadas; su anatomía se compone
    de un rostro enjuto y pálido como sus brazos que yacen
    entre las sabanas, mil posiciones para olvidar pesadillas y
    proyectar conversaciones con su espalda. La noche calurosa hace
    que paulatinamente se destape, más tarde un pequeño
    movimiento inquieta sus párpados y deja en forma de
    péndulo la última vértebra de su dorso
    colgante, el meneo horizontal se nutría del temblor que
    empujaba al hueso contra la muralla, produciendo un
    castañeteo en evolución de velocidad y sonido que
    despertó a saturnino; los movimientos tectónicos le
    provocan histeria, su cara declaraba una huida inminente, pero,
    faltaba la columna para que su cuerpo tomara la misma
    decisión, luego el edificio comienza un tambaleo infernal,
    los camilleros abren los box y sacan del brazo a los enfermos que
    se mantienen dentro, se oye gente correr y gritos convulsionados
    de seres sin genero, es un
    terremoto causante de pánico en los miembros del hombre;
    saturnino mientras obligadamente atisba el techo, mueve
    ciegamente sus pies, acercándolos a la orilla de la cama y
    lentamente los deja caer, apoyándolos en la baldosa
    más fría de la habitación, con el dorso
    pegado en la cama busca algo en que apoyar sus brazos, se ase de
    la parte superior del catre, a mera fuerza se pone
    de píe y sin ver se lanza hacía atrás
    cayendo en la silla de ruedas; junto con el rebotar de sus
    nalgas, se veía en su cara una adormecida sensación
    dolorosa; el movimiento telúrico había culminado,
    un ambiente
    silencioso, le ayudo para concentrarse, saturnino tomó
    firmemente el pasamanos de la silla, y poniendo la pelvis
    hacía el frente se levantó con la fuerza de sus
    disciplinados brazos, pero, todavía no soltaba el
    pasamanos, con un impulsó arriesgado, logro enderezarse
    por cinco segundos, antes que una replica estropeara la
    cañería del gas, botando su
    tan preciada columna y lo desestabilizara mandándole la
    cabeza entre sus rodillas; de un ángulo extendido
    pasó a uno de aproximadamente de diez grados, era una v
    invertida, con los brazos y piernas en el suelo, manteniendo a
    sus nalgas en altura, empero, no veía hacía el
    frente, pues, su nuca no tenía ojos y los reales miraban
    hacía donde sempiternamente vio su espalda.

    No encontraba en que apoyarse y a sus ojos no
    había objeto que lo ayudara, sin embargo, recordó
    la caída de su espinazo y extendió ciegamente las
    manos, palpando el suelo húmedo agarro su espinazo como
    bastón, pausadamente se fue levantando y encontrando con
    el aroma mortuorio del gas, no le
    tenía miedo, continuaba enderezándose, de repente
    su bastón se dobló, perdiendo al equilibrio que
    tanto le había costado; sus manos tocaron el piso y luego
    armoniosamente su pecho y cabeza se azotaron contra las baldosas,
    produciendo una respiración agitada que gastaba
    rápidamente las últimas partículas de
    oxigeno. Sus
    ojos extraviados casi tocaban el suelo, encontrando la sombra de
    unos pies que se veían a través de la parte
    inferior de la puerta, que hablaban desde el pasillo:

    • El enfermo todavía no se da cuenta que su
      espalda esta en perfecto estado
    • Si es un loco de remate
    • No lo creo, lo que pasa es que jamás
      confió en ella.
    • Ah, y como explicas el cariño que le
      tomó a una serie de vértebras plásticas
      unidas.
    • ¿Puede que tengas razón?.

    La cara de Saturnino al escuchar la verdad se puso
    inexpresiva por causa del gas que ya inundaba toda la
    habitación, poco a poco se entregaba a la lividez de un
    muerto, sin embargo, algunas energías recorrían su
    cuerpo; la mano se deslizaba hasta la columna plástica,
    tomándola férreamente se levantó con la
    fuerza de la espalda que siempre tuvo, rápidamente
    abrió la puerta, encaró a los médicos con
    garabatos inventados en ese momento, y espontáneamente el
    utensilio sintético del hospital se fue contra la cabeza
    de los profesionales, dejando la pared manchada de sangre y muerte, luego
    trajeron una camisa de fuerza para Saturnino, que no paso de
    moda hasta el
    último día en que permaneció en el
    manicomio.

    Resumen:

    Esta Monografía
    relata el intervalo cerebral; comprendiendo tiempos, espacios y
    nadas, de las pinturas ya nombradas; el primer trabajo se realiza
    en un tren antiguo, hasta el momento en que el hombre
    desciende y se encuentra con la inverosimilitud de los paisajes y
    el asco de comprender el peso del tiempo en algunas
    vidas.

    El segundo trabajo se inmiscuye en la
    problemática de un hombre, que
    siente en su cuerpo la mala posición de la cintura, de
    la mujer que posa
    en la pintura "Carne
    de Gallina Rinocerontica", su malestar se convirtió en un
    viaje por un hospital que termina en un final
    inesperado.

     

     

    Autor:

    Cristian Camus Contreras
    Cuentista y Tallerista Literario

    cristiancamus0[arroba]hotmail.com

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