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Las ordenes mendicantes en la edad media (página 2)




Enviado por miguelobera



Partes: 1, 2

5. El fundador.

Nuestro interés en
clarificar fecha de fundación y la totalidad de la
génesis fundacional arranca de la necesidad de establecer
un marco de referencia para definir el segundo de los
términos: el fundador.

Los autores, que en numerosas ocasiones desconocen otros
datos
complementarios, han usado el término "fundador", con una
escasa claridad y una polisemia manifiesta. "Fundador"
sería aquel de quien parte la voluntad de fundar,
aquél que la plasma en algo tangible, quien pide la
aceptación por la orden, los primeros miembros de la orden
que se hacen presentes en el lugar, quienes impetran la bula
papal o la autorización del poder
jurisdiccional eclesiástico… De hecho, todos ellos son
"fundadores", pero, retomando la definición que de
"inceptio" nos hacía Vicaire, hemos de distinguir entre la
actuación particular y la oficial, por un lado, y entre
las actuaciones externas a la orden, cuando ello nos sea posible,
y las internas a la misma. Por tanto, tendríamos al menos
dos grupos de
"fundadores": fundadores materiales y
fundadores espirituales.

El fundador espiritual es el que dota al convento de las
propiedades necesarias e indispensables para que se desarrolle
una vida religiosa plena, ajena a las preocupaciones materiales,
siendo el fundador material el encargado de solucionarlas. Pero,
antes de ello, se hace precisa una reflexión.

Puede no existir dotación material del instituto,
puesto que, en determinados momentos es el desasosiego, la
búsqueda del estado de
necesidad continuo, lo que determina los movimientos
fundacionales. No se admite dotación material, ya que ello
iría contra los preceptos de las reglas y rompería
el espíritu que anima a la fundación. La pobreza, la
preocupación material, o quizá  la
despreocupación material y la esperanza puesta en la
"Divina Providencia", son las "propiedades necesarias e
indispensables para que se desarrolle una vida religiosa plena".
En tales casos el fundador espiritual es el único
existente.

Cuando la dotación inicial existe, es suficiente y
llevada a cabo por una sola persona, la
situación se nos presenta diáfana y todo coincide
para definir al fundador. Pero lo habitual es que la "inceptio"
suela tener una duración temporal variable y que, en ella,
se sucedan las donaciones y dotaciones de bienes
materiales a lo largo del proceso, no
realizándose la dotación en un sólo acto.
Cuando, incluso así, todas las donaciones correspondan a
una sola persona,
jurídica o física, la claridad
seguir  primando a la hora de determinar al fundador. El
problema arranca cuando, biológica o
económicamente, una persona física se ve
imposibilitada para llevar a término el proceso
dotacional. Entonces la fundación es realizada por
más de una persona.

En otras ocasiones, roto el espíritu de pobreza absoluta
que había dado inicio a la fundación, o bien sobre
una dotación inicial que, por lo exiguo de la misma o la
mala gestión
económica, se muestra como
insuficiente para mantener a la comunidad, se
suceden otras dotaciones, se producen traslaciones, otras
actuaciones fundacionales, pero que, evidentemente, modificando
sustancialmente el desarrollo del
instituto y su vocación, no pueden ser consideradas como
realizadas por el fundador, puesto que no son el resultado de una
voluntad de fundar, sino de transformar o consolidar lo ya
existente. Por tanto, desde el punto de vista material, nos
podemos tropezar con donaciones individuales o colectivas,
encontrándonos con dos tipos de fundadores materiales:
fundadores individuales o fundadores colectivos.

Fundadores individuales.

Es el caso más habitual y el que nos plantea un
menor número de complicaciones. No siempre se trata de un
sólo acto jurídico dotacional, sino que suelen ser
varios pero realizados por la misma persona. Lo que puede ocurrir
es que entre el acto de la dotación y la plasmación
jurídica del mismo, entre la voluntad y su "conscriptio",
exista un periodo de tiempo variable
que haga que aquél de quien parte el deseo, sobre todo en
las épocas más tempranas, no sea quien plasme
documentalmente el mismo. Ello hace que los autores den como
fundador a quien confirma la posesión y no a quien entrega
la misma, como en las fundaciones fernandinas, confirmadas todas
ellas por Alfonso X. Aún en algún caso, con el fin
de realizar presión
sobre las autoridades, provinciales, generales de la orden,
papales, arzobispales… con el fin de conseguir las oportunas
licencias, siendo uno sólo el fundador material, este
busca el refugio o el apoyo de un colectivo más amplio o
de alguna institución que se convierte así,
documentalmente, en la fundadora. En todos estos casos los
fundadores se nos presentan meridianamente claros.

Fundadores colectivos o múltiples.

La convergencia de diversas actuaciones conducentes a la
erección del instituto se produce unida a la
imposibilidad, biológica o económica, del impulsor
de la fundación para llevarla a termino. Todo ello provoca
la existencia de una intrincada red de donaciones que
complican el panorama fundacional y, en último termino,
nos lleva a ver la fundación como múltiple. Pero
las reformas pueden serlo en el tiempo (a lo
largo del proceso fundacional) o realizarse de forma
coetánea, creándose una especie de comisión
gestora de la fundación donde unos aportan recursos y otros
influencias o relaciones.

Fundaciones múltiples temporales.

Las podemos considerar las más cercanas a las
fundaciones individuales, puesto que no es un grupo de
personas el que, desde un principio, desarrollaba actividad
fundacional, sino que se trata de imposibilidad, normalmente
biológica, para culminar aquello que se había
iniciado. Habitualmente, además, el continuador de la
gestión
fundacional obedece a un deseo del fundador inicial y puede
considerarse su heredero, si no en lo material sí, desde
luego, en lo espiritual, pudiendo entonces hablar de un linaje o
grupo familiar
como fundadores, aunque no de fundación simple.

Fundaciones múltiples, coetáneas.

No podemos asignar un único fundador, pues la
participación de diversas personas, la mayoría de
las veces constituidos en "empresas cooperativas"
para realizar la erección, donde unos aportan capital, otros
influencias, otros relaciones, otros mercados, otros
trabajo…, hace que pierda protagonismo la dotación
material (imposible de asignarla a un único individuo) y
prime, por encima de ella, la fundación espiritual.
Normalmente se trata de un director espiritual que aúna
los esfuerzos de diversas personas para llevar a cabo la
erección del instituto, partiendo de dicho individuo la
voluntad fundacional.

Por ello, la mayoría de dichas fundaciones
habría que incluirlas en el segundo de los bloques en los
que hemos parcelado el grupo de fundadores: los fundadores
espirituales.

Fundaciones Mixtas

Donde convergen las actuaciones individuales fundacionales
con las aportaciones múltiples podría incluir
algunos casos. Normalmente la dotación inicial es
suficiente para la erección del convento, pero a ella se
le agregan diversas donaciones que tienden a mejorar la
situación inicial de la comunidad,
responden a un cambio en la
ubicación de la misma, o bien en la orientación
primigenia del instituto, que se ve modificada. Un caso claro de
todo ello serian las fundaciones procedentes de beaterios
can6nicamente establecidos, donde aportaciones posteriores
modifican la orientación.

6. Otras órdenes
mendicantes

La orden de Nuestra señora de monte Carmelo

Carmelitas, nombre popular que reciben los miembros de la
orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Orden religiosa
católica fundada como una comunidad de ermitaños de
Palestina, en el siglo XII, por el ermitaño francés
san Berthold. La regla original, escrita para ellos en 1209 por
el patriarca latino de Jerusalén, Alberto de Vercelli, era
muy severa: les exigía vivir en pobreza, y en
total soledad, absteniéndose de comer carne. Fue aprobada
en 1226 por el papa Honorio III.

Después de las cruzadas, el inglés
san Simon Stock reorganizó a los carmelitas
transformándolos en una orden de frailes mendicantes. Bajo
su dirección se cambiaron las reglas para
facilitar así un apostolado más activo. Las
comunidades se expandieron rápidamente por Chipre,
Messina, Marsella y por algunas regiones de Inglaterra, donde
fueron conocidos como frailes blancos. Durante el siglo XVI
surgieron dos ramas independientes de la orden: los carmelitas
calzados, a quienes se les permitía usar zapatos y
seguían la regla, menos estricta, de san Simon Stock. Y
los carmelitas descalzos, que no usaban zapatos en señal
de austeridad y, además, seguían las reformas del
místico español
san Juan de la Cruz. Esta reforma constituía un esfuerzo
por restaurar el espíritu original de la regla de Alberto
de Vercelli. Los objetivos
principales de la orden eran la contemplación, el trabajo de
misiones y la teología.

Dentro de las muchas órdenes de monjas carmelitas, la
más conocida es la de las carmelitas descalzas, fundada
durante el siglo XVI por esa mística española santa
Teresa de Ávila. La vida de una monja carmelita
está por entero entregada a la contemplación, que
consiste en rezar, cumplir penitencias, trabajos difíciles
y silencio. Las monjas viven en régimen de clausura, nunca
comen carne, y desde la fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz (el 14 de septiembre) hasta Pascua, no les está
permitido comer queso, huevos ni tomar leche los
viernes y tampoco durante la cuaresma, excepto las monjas
enfermas. De la orden han surgido los más grandes
místicos católicos. Hoy las carmelitas descalzas se
han escindido en dos ramas. Ambas apelan al espíritu de
santa Teresa de Jesús para vivir la regla de forma
diferente en hechos no trascendentales.

La orden de los jerónimos:

Jerónimos, orden religiosa que tiene su origen en un
grupo de ermitaños de la región italiana de
Siena, llegó a ser en
el siglo XVI una de las más importantes de España. A
la muerte de
Tomás Succio, su fundador, sus integrantes se
dispersan.

El camarero mayor de Enrique de Trastámara, rey
de Castilla, Pedro Fernández Pecha consigue en 1373 la
aprobación de la orden. En 1415 cuenta con 25 monasterios
y se unifica la orden, al recibir multitud de donaciones y
privilegios regios. Su regla les obliga a permanecer ocho horas
en el coro. Los grandes monasterios de la época, como
Yuste, el Parral, Guadalupe, el Escorial (en cuya construcción participan con intensidad) o
Belén, entre otros, pertenecen a la orden. Sufren grandes
dificultades internas en el siglo XVII, que se traslucen en el
capítulo conocido como 'el litigioso' de 1640. La orden
desaparece en el siglo XIX, pero a mediados del siglo XX, en el
Parral (Segovia, España),
tiene lugar su renacer.

Las Clarisas

El año 1212, cuando se cumplían tres
años desde la aprobación pontificia de la orden de
los hermanos menores, Clara de Favarone daba comienzo, junto con
las hermanas que el Señor le había dado, a la
aventura de la vida según el Evangelio en San
Damián de Asís, bajo la guía de Francisco.
Así nació la que más tarde, por voluntad del
Papa, recibirá el nombre de Orden de Santa Clara; y con
razón ya que, aunque ella se tuvo por simple plantita de
San Francisco, en realidad dio pruebas de
verdadera talla de fundadora, y grande fundadora. Su magisterio
presente en la Regla, en el testamento, en sus cartas, no ha
perdido actualidad con el pasar de los siglos.

San Damián representaba la versión
femenina del ideal franciscano, en su expresión más
radical y totalizante; allí tomaba forma aquel impulso
paradójico del Poverello a la búsqueda del
absoluto, en la contemplación quieta, que él
debía hermanar con el otro impulso, no menos acuciante, a
recorrer los caminos del mundo para llevar a los hombres el
mensaje de la conversión y de la paz.

El ideal de Clara, asimilado en la experiencia fraterna,
a partir de la forma de vida recibida de Francisco, era preciso y
elemental: seguir a Cristo, con fidelidad esponsal, en pobreza y
humildad, en inseguridad
diaria, sin rentas ni posesiones, viviendo del trabajo de
utilidad
común y de la buena voluntad de la gente, recurriendo a la
mesa del Señor. El clima de la vida
fraterna, sencilla y alegre, en absoluta igualdad, sin
distinción de categorías. Clara era una hermana
más; no admitía otro honor que el de ser la
"sierva" de Cristo y de las hermanas pobres.

La clausura, adoptada desde un principio, era la
garantía externa de la misión
central de aquella vida, que era la búsqueda de la
intimidad divina en el ejercicio asiduo de la
contemplación, siendo "colaboradora de Dios y
sostén de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable",
se lo decía a Santa Inés de Praga en una carta. Nada de
evasión cómoda del
compromiso temporal; Clara y su fraternidad se sienten ligadas a
las vicisitudes de la sociedad mediante
la irradiaci6n del misterio de aquel vivir oculto y la eficiencia de la
intercesión, de día y de noche.

La orden de Santa Maria de La Merced:

Es una orden fundad en 1218 en Barcelona, para
la redención de los cautivos en un pais musulmán.
Su fundador fue Pedro Nolasco. Tras haber sido visitado por una
aparición de la Virgen, reunió a un grupo de
laicos, que recibieron la institución canónica del
obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, y la investidura militar
de rey Jaime I. Constituyeron una orden militar, cuyos miembros
se obligaban por un cuarto voto a la redención de los
cautivos. A esta orden se incorporarían más tarde
sacerdotes para el ejercicio de sus deberes clericales. Esta
orden fue ratificada por Gregorio IX en 1235. Su primer nombre
fue orden de Santa Eulalia o de la "limosna de los cautivos":
pero el nombre definitivo hasta ahora acaeció en torno al
1249.

Estos primeros mercedarios tomaron parte activa en la
conquista de Baleares en el 1229 y la de Valencia en el 1238. El
maestro general fue siempre laico hasta 1317 en que fue designado
un clérigo, fray Ramón
Albert, para dicho encargo. Con él comienza el gobierno de los
clérigos y la desaparición paulatina de sus
miembros más militares. Asimismo, las nuevas
constituciones introducidas por Fray Ramón
Albert, inspiradas en las dominicanas, aproximaron la orden
mercedaria al tema propósito de análisis de este trabajo; las
órdenes mendicantes. En 1725 se consuma el acto y ya
podemos tratarlas como mendicantes en si mismas. En su historia constatan
documentalmente 344 redenciones y los cautivos rescatados tornan
los 80.000. En el S. XVII (1603) se desvincularon los mercedarios
descalzos pero estos ya no entran dentro de la temática de
nuestro análisis pues habría que
encuadrarlos dentro de la Edad
Moderna.

Franciscanos Menores

En 1210 adoptan definitivamente el sello peculiar de la
orden como 'frailes menores'. El nombre revela la esencia de su
inspiración. Corresponde puntualmente a la corriente
pauperista, minorita de la época: de los humillados, los
pobres de Lyon, los mínimos…, como a la
recomendación evangélica: "quién se haga
menor entre ustedes ese es el más grande" . "Francisco,
ejemplo de humildad quiso que sus hermanos se llamaran menores
para que con este nombre tuviesen el criterio que habían
venido a la escuela de Cristo
humilde" . Fundadores propiamente dichos son Francisco y sus 12
primeros compañeros, que constituyeron una
generación heroica, pues todos son santos o beatos, a
excepción de uno que apostató como Judas: Juan de
Cappella . Su profunda y sincera vocación de
imitación y de fidelidad evangélica incluye el
reconocimiento del rol dado por Cristo a sus enviados: Papa,
obispos, sacerdotes

Los Agustinos

El 16 de diciembre de 1243, el papa Inocencio IV
emitió la bula Incumbit nobis invitando a varias
comunidades eremíticas de Toscana a que se unieran en una
sola orden religiosa con la Regla y forma de vida de san
Agustín. En marzo de 1244, los ermitaños
tuvieron el capítulo de fundación en Roma bajo la
dirección del cardenal Ricardo degli
Annibaldi y se llevó a cabo la unión. Así
comenzó la historia de la Orden de
San
Agustín.

El Papa ordenó a los ermitaños toscanos
que eligieran un prior general y que formalizaran unas
constituciones. Desde entonces empezaron a ser conocidos como
Ermitaños de la Orden de San Agustín.

La tradición monástica aceptada por los
eremitas en 1244 tiene sus más tempranas raíces
inmediatamente después de la conversión de S.
Agustín en Milán, cuando él y algunos de sus
amigos regresaron a su nativa Tagaste, abandonaron sus posesiones
y comenzaron una vida de oración y estudio como "siervos
de Dios":

"Tú, Señor, conformas a los hombres
mentalmente para vivir en una casa… Juntos estábamos,
y juntos, pensando vivir en santa concordia, buscábamos
un lugar más a propósito para servirte y juntos
regresábamos a África" (Confesiones IX,
8).

Ordenado sacerdote en el 391, Agustín
consiguió un huerto en Hipona donde mandó construir
un monasterio para su comunidad de hermanos. Más tarde
escribió la Regla, inspirada en la comunidad cristiana de
Jerusalén: "Ante todo, vivid en la casa unánimes,
teniendo una sola alma y un solo corazón
orientados hacia Dios" (Regla I, 2).

Cuando le consagraron obispo de Hipona eligió
residir en su casa episcopal, pero continuando la vida
comunitaria con su clero. Más tarde erigieron, dentro de
la ciudad, un monasterio para mujeres, constituyendo así
tres formas de vida religiosa agustiniana: masculina, que abarca
religiosos laicos y clérigos, y la femenina.

El ideal agustiniano se extendió a otras partes
de África. Algunos de los hermanos fueron ordenados
obispos y llevaron su anterior monacato a otras iglesias locales.
En el siglo V había aproximadamente 35 monasterios en
África inspirados en la vida agustiniana.

Entre los años 430 y 570 fue introducido este
estilo de vida en Europa por los
monjes que huían de la persecución de los
vándalos. Hacia el 440 Quodvultdeus de Cartago la
llevó a Italia, cerca de
Nápoles. En el 502 san Fulgencio de Ruspe llegó a
Cerdeña. Donato y otros veinte monjes la introdujeron en
el sur de España por el 570, y es posible que algunos
monjes llegaran a Francia.

La abundancia de antiguos manuscritos de la Regla de san
Agustín muestran un constante interés
por ella durante la edad Media. No
obstante esto, quedó ensombrecida durante más de
tres siglos por otras reglas, particularmente la de san Benito.
La Regla de san Agustín aparece nuevamente puesta en
práctica en el siglo XI en Europa como base
para la reforma de monasterios y capítulos catedralicios.
Fue adoptada por los canónigos regulares de la
abadía de San Víctor de París, los
Premonstratenses y los Canónigos de
Letrán.

Un ulterior desarrollo se
produjo el 9 de abril de 1256 con la bula Licet Ecclesiae
catholicae del papa Alejandro IV. El Papa confirmó la
unión de los Ermitaños del Beato Juan Bueno (Regla
de san Agustín, 1225), los Ermitaños de San
Guillermo (Regla de san Benito), los Ermitaños de Brettino
(Regla de san Agustín, 1228), los Ermitaños del
Monte Favale (Regla de san Benito), y otras congregaciones
más pequeñas con los Ermitaños Toscanos,
dentro de "una profesión y regular observancia de la Orden
de Ermitaños de san Agustín".

La Gran Unión se llevó a cabo en el
convento romano de la fundación toscana de Santa
María del Popolo, nuevamente bajo la dirección del
cardenal Annibaldi, con delegados que vinieron de cada convento.
Lanfranco de Septala, anterior superior de los Ermitaños
de Juan Bueno, fue el primer prior general de la Orden, que
abarcaba 180 casas religiosas en Italia, Austria,
Alemania,
Suiza, Países Bajos, Francia,
España, Portugal, Hungría, Bohemia e Inglaterra. La
Unión de 1256 fue un paso importante en la reforma de la
vida religiosa de la Iglesia. Por
ello el Papa intentó poner fin a la confusión que
se originaba por el excesivo número de pequeños
grupos
religiosos y canalizar sus fuerzas espirituales en un apostolado
de predicación y cuidado pastoral en las ciudades de
Europa. Los Agustinos ocuparon su lugar como frailes mendicantes
junto a los Dominicos, los Franciscanos, y, poco después,
los Carmelitas.

El Movimiento
mendicante del siglo XIII fue una respuesta revolucionaria a una
situación también revolucionaria. La unidad de la
Iglesia estaba
amenazada otra vez por la herejía. Nuevos retos surgieron
por los cambios sociales y económicos en la sociedad. Los
frailes fueron enviados directamente a los centros de desarrollo
comercial para predicar y llevar la espiritualidad
evangélica al pueblo.

De esta manera, la identidad
espiritual de la Orden tuvo dos fundamentos. El primero en la
persona de san Agustín de quien recibió sus ideas
sobre la vida religiosa, especialmente la importancia de la
búsqueda interior de Dios y de la vida común. La
segunda fue el Movimiento
mendicante por el que la Orden de San Agustín llega a ser
una fraternidad apostólica.

7.
Conclusiones

Aunque José María Miura Andrades cntra
toda su tésis en las realaciones de las órdenes
mendicantes con el exterior, si establece algunos parametros
extrapolables al resto de España y de Europa. Si bien es
cierto que en el seno de las mismas la vida se vivía
más o menos de acuerdo a una regla que era universal para
todos los seres humanos que vivían en convento lo que
diferenciaba una comunidad de otra eran sus relaciones con los
demás. De todos es conocida la tensiónes existentes
en ocasiones con el clero seglar o con algunos
concejos.

Mientras que muchos investigadores no terminan de
ponerse de acuerdo a la hora de señalar las diferencias
esenciales entre las órdenes fundadoras (dominicos y
franciscanos) y las órdenes menores (recordar que de los
primitivos franciscanos surgen otras dos) o secundarias; es bien
cierto que tanto unas como otras desempeñaron más o
menos el mismo tipo de labores. Sin embargo resulta
desconcertante ver cómo cada autor las trata de una manera
u otra.

En este trabajo he intentado sintetizar las características comunes ha todas ellas
intentando darles un valor
más o menos universal. Es por ello que quizá
algunas características hayan quedado un poco cojas
de definición histórica. La posibilidad
arrastrarlas de este contexto y ajustarlas a un determinado
espacio geográfico sería el siguiente objetivo de
este trabajo. Sería, quizá, un paso más para
mejorar estas letras, este trabajo que aspira a ser un
tímido acercamiento a la posibilidad del que hacer
mendicante.

Para mí, estas personas en muchos sentidos fueron
revolucionarios en su tiempo. Fueron revolucionarios en la medida
que se puede ser revolucionario dentro del seno de la Iglesia
católica de la baja Edad Media.
Pienso que el modo de vida que proponían chocaba con
cierta fuerza con la
estructura
monástica predominante, frente al recogimiento de estos
surgen los mendicantes con fuerte deseos; primero de acabar con
los movimientos heréticos desde el pensamiento y
en segundo lugar con el deseo de transformar y de mejorar el
mundo donde vivía. Es por esto por lo que las
órdenes mendicantes son importantes. Es por esto por lo
que merece la pena estudiarlas y, es por ello por lo que la
historia sigue demostrando que es absolutamente imprescindible
para esta sociedad contemporánea.

8. Bibliografía
Consultada

"Nueva Enciclopedia Larousse" 1985. Madrid.
He empleado este libro al
principio porque quería establecer una definición
lo más precisa y breve posible sobre las órdenes
mendicantes, con el propósito de centrar una mínima
base sobre la que construir el resto del trabajo.
Margarita Cantera Montenegro "Las órdenes religiosas en la
Iglesia Medieval S.XIII – XIV" Arco Libros. 1998.
Madrid.
Este es un caso de libro que nos
ofrece una buena visión general sobre las órdenes
religiosas pero que al mismo tiempo adolece de análisis
pormenorizados acerca de las órdenes mendicantes y su
difusión europea.
Miguel A. Ladero Quesada "Historia
Universal de la Edad Media" Volumen II.
Madrid.
Me pareció oportuno elegir uno de las manuales de
historia medieval más prestigiosos para ir centrando el
tema en cuestiones generales y desde el punto de vista meramente
medievalista.
"La pobreza en la
España Medieval". Carmen López Alonso. Ministerio
de trabajo y seguridad
Social. Madrid. 1986.
Este ha sido uno de los libros claves
para acercarme al pensamiento y
a la cultura
mendicante.
"Frailes Monjas y Conventos. Las órdenes mendicantes y la
sociedad sevillana bajomedieval". José Miura Andrades.
Diputación de Sevilla.1998.
Sin duda, el libro de referencia que he encontrado a la hora de
realizar este trabajo sobre todo en relación a los
capítulos que hacen referencia a los fundadores o a la
diferencia entre monasterio y convento.
"Espiritualidad Medieval: los mendicantes". José
María Moliner. Editorial: Monte Carmelo. Burgos: 1974.
Este es otro libro de referencia para conocer la creación
y funcionamiento de las órdenes religiosas. Quizá
tiene el inconveniente de centrarse en los acontecimientos
meramente políticos y apostolares. "Carmelitas",
"Jerónimo", Enciclopedia Microsoft®
Encarta® 98 © 1993-1997 Microsoft
Corporation. Reservados todos los
derechos.Fue muy útil para
el
conocimiento escueto y breve sobre sentido de las
órdenes menores.

En último lugar he consultado profundamente la
información sobre órdenes
mendicantes que existe en la red. He de concluir que
apenas hallé nada de rigor relacionado con órdenes
mendicantes. Si bien es cierto que cada congregación tiene
su propia página
web. Pienso que Internet aunque
llegará a ser una herramienta muy útil hoy por hoy
adolece de falta de rigor y de confusión
generalizada.

 

 

Autor:

Miguel Lobera Molina

Partes: 1, 2
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