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Génesis, apogeo y disolución del Partido Laborista (página 2)




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6- La
organización del Partido Laborista

Luego de la imponente marcha del 17 de octubre Perón
tenía asegurado el apoyo de la clase obrera en su
conjunto. Sin embargo con eso sólo no bastaba.
Debía trabajarse, y con muy poco tiempo, en la
organización y canalización de las
fuerzas obreras para que éstas pudieran ejercer un
sólido peso político. Los sindicalistas
comprendieron esto y se lanzaron a la concreción del
partido que les posibilitaría encauzar el movimiento.

Las reuniones en donde se gestó el Partido Laborista
se realizaron en el Estudio de Arte del profesor
Julio Horacio Rabufetti, en la calle Seaver 1634, en pleno Barrio
Norte. Allí se dieron cita los principales representantes
gremiales de los más importantes sindicatos de
la Capital y el
Interior del país y decidieron fundar la
organización partidaria. El cónclave estuvo
conformado por una heterogénea masa de dirigentes
sindicales, entre los que se contaban socialistas, sindicalistas,
radicales, miembros de la CGT, de la USA y autónomos.
Luego de arduas deliberaciones, el 24 de octubre quedó
fundado el Partido Laborista. En ese mismo día se
designó una mesa directiva provisional13, que
el 10 de noviembre dejaría paso al Comité
Directivo, integrado por militantes de 15 a 20 años de
antigüedad14, lo que muestra el grado
de penetración que la vieja guardia sindical había
tenido en la formación del partido. También se
constituyeron tres comisiones: una, para confeccionar la Carta
Orgánica; otra para redactar la Declaración de
Principios; y
la tercera, para elaborar el Programa del
partido (ver anexo).

Analizaremos brevemente estos tres documentos que
expresan la orientación que el Partido Laborista
pretendía llevar adelante.

La Carta
Orgánica establecía que el partido se
regiría por Los Congresos ("autoridad
soberana del partido"), La Junta Confederal Nacional
("órgano deliberativo permanente") y el Comité
Directivo Central (órgano ejecutivo nacional, elegido por
la Junta Confederal Nacional). Los miembros de este último
no podían a la vez ocupar cargos políticos. Esta
separación de esferas de influencia también se
delineará entre el sindicato y el
partido, y quedará claramente establecida a través
del artículo 41° que sostenía: "El Partido
Laborista no tendrá injerencia en los asuntos no
políticos de los sindicatos
incorporados a su seno". Esto también quedaba reflejado en
el artículo 2 a), que prescribía que los asociados
a un sindicato que
integrase el partido automáticamente pasarían a ser
afiliados a él, a excepción que cada persona
manifestase su voluntad de no pertenecer a la entidad política, con lo que
inmediatamente adquiría su libertad de
actuar políticamente.

En el estatuto también se hacía referencia a
la forma de financiación del partido, estableciendo que no
serían aceptadas contribuciones de gobiernos de cualquier
naturaleza,
"ni de empresas que
puedan tener interés en
la sanción de leyes u
ordenanzas que la favorezcan". Asimismo el partido podía
establecer pactos con otras agrupaciones políticas,
previa aceptación de tal alianza por un Congreso. Y
también dejaba bien en claro quiénes no
podían formar parte del laborismo: "En ningún caso
se aceptará el ingreso como afiliados al Partido, de
personas de ideas reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes
de la oligarquía."

Lo importante de este documento partidario era que en
él se instaba a construir una base interna ampliamente
democrática, respetando la representatividad de cada
sindicato en los congresos congregados. Y que mantenía la
absoluta independencia
del movimiento
gremial; en palabras del presidente del Partido Laborista, Luis
Gay: "La independencia
o autonomía se entendía así: el movimiento
gremial podía adherirse al Partido Laborista si la
mayoría del sindicato así lo requería, pero
el partido desempeñaba su función
política y
el sindicato su función gremial (…)15"
Asimismo cada decisión debía ser avalada por su
correspondiente discusión y aprobación. Para Juan
Carlos Torre este resguardo sobre los mecanismos institucionales
del propio partido pone de relieve que
"(…) para la mayoría del grupo
organizador, la nueva entidad no era un fenómeno
transitorio destinado meramente a afrontar las inminentes
elecciones"16.

La Declaración de Principios
señalaba que la situación económica del
momento acentuaba la desigualdad e injusticia para la
mayoría del pueblo argentino. Su letra separaba en dos a
la sociedad Argentina: por un
lado una mayoría compuesta por obreros, empleados,
campesinos, profesionales, artistas, intelectuales asalariados,
pequeños comerciantes, industriales y agricultores (el
"pueblo", en los discursos
políticos). Esto mostraba que aunque el partido
tendría una base sindical, estaría abierto a la
contribución de otros sectores sociales. Todos ellos
formarían parte de la clase laboriosa que
engrosaría las bases partidarias. Por otro lado se
encontraba una minoría constituida por latifundistas,
hacendados, banqueros rentistas y todas las variedades del gran
capitalismo
nacional o extranjero quienes no buscaban el bien general, sino
sólo el individual ("la oligarquía"). Esta
dicotomía pone de relieve que lo
que se ponía en juego en las
próximas elecciones eran dos tipos de concepción
radicalmente diferente de la Argentina. Y que
esta polarización se había acrecentado de manera
tal que ya había madurado lo suficiente como para hacerse
explícita en el año 1945.

El documento que más acabadamente expresa las
intenciones laboristas es el Programa
Político lanzado en vista de las elecciones del 24 de
febrero de 1946. En él se tocan temas esenciales para la
salud del
país como ser Política, Economía,
Legislación Obrera, Finanzas y
Cultura y
Asistencia social.

En la parte política se mantiene la necesidad de
realizar la democracia
política a expensas de la realización de la
democracia
económica. De esta manera se intenta darle un status
más elevado a la justicia
social, como eje principal por donde pasaría la
consecución de un país cada vez más
democrático. En conexión con estos ideales se
propone expandir los derechos políticos a
la mujer.

Para la economía se
tenía preparado un plan en el que
sobresalían ciertos puntos, como ser la
nacionalización de los servicios
públicos y la promoción de créditos y ayudas a sectores de la industria
nacional (una de ellas sería la exención impositiva
a la industria).
Con esto se intentaba fortalecer la independencia del país
con respecto a los países que manejaban el monopolio del
comercio
internacional. En el sector agrario iban a introducirse una
serie de medidas tendientes a favorecer a los pequeños
agricultores, en desmedro de los latifundistas que monopolizaban
el ámbito rural. Asimismo se impulsaría un impuesto sobre
aquellos propietarios que no transformasen a la tierra en
un bien de producción.

Por supuesto, el tramo que mayor importancia tenía
era el de la legislación obrera. Allí se llama a
extender a todos los trabajadores del país el
régimen de previsión social y jubilaciones, y avala
el derecho del obrero a tener participación en las
ganancias. También se les daría el carácter
de ley a todas las
medidas dictadas desde el régimen militar desde el 4 de
junio, lo que muestra
cuánta importancia tuvo para el sindicalismo
haberse encontrado con un gobierno que
canalizara sus reivindicaciones de tantos años. Por otra
parte se llamaba a la instauración del salario
mínimo para toda la clase obrera y a la construcción de viviendas.

Con este conglomerado de proposiciones, el Partido
Laborista venía a reivindicar a los hombres y mujeres que
constituían la clase menos pudiente del país, que
había sufrido bajo las hostilidades del régimen
conservador vigente en la década del 30’ y en los
primeros años del 40’.

Luego de creado el partido, la nueva meta se
estableció en ganar las elecciones del próximo
año. Para esto era necesario sumar fuerzas para
contrarrestar la fuerte oposición que se estaba gestando
alrededor de la Unión Democrática. Por eso es que
el Partido Laborista se alió con el Partido Unión
Cívica Junta Renovadora presidido por Hortensio Quijano,
el cual era una escisión de la UCR del Pueblo, y con un
partido llamado Independiente que encabezaba el general Filomeno
Velazco. Para poder integrar
esta alianza se creó una Junta Nacional de Coordinación Política, encabezada
por Bramuglia, a fin de solucionar todos los problemas
referidos a las candidaturas. Allí se acordó que
cada uno de los partidos elegiría a sus candidatos y que
el 50% de los cargos debían pertenecer a los laboristas y
el 50% restante a los renovadores e independientes. Por lo tanto
allí donde el candidato a gobernador provincial fuera
laborista, el vice debía ser renovador o independiente y
viceversa. En el caso de que no hubiera acuerdo se presentaban
listas separadas.

El proceso en el
que se designaron los respectivos candidatos fue una experiencia
caótica y en varias ocasiones dirimidas a los tiros
(más precisamente en los congresos de los renovadores).
Pero el punto de mayor desacuerdo entre laboristas y renovadores
fue el referido a la designación de candidato a
vicepresidente. Con respecto a la candidatura a presidente no
había ninguna duda: Perón era
la cabeza saliente del movimiento y gran parte del posible
triunfo eleccionario recaía sobré él. El 15
de enero se reunió el congreso del Partido Laborista en un
salón ubicado en Cangallo al 1700 y designó al
binomio Perón-Mercante como su mejor opción para
pelear en las urnas. Mercante era secretario de Trabajo y
Previsión del gobierno en
retirada de Farrel, puesto que había conseguido gracias al
expreso pedido que había realizado Perón luego del
17 de octubre. Desde allí había trabajado en
conexión con los sindicalistas laboristas para tratar de
darle organización y cohesión al partido.
Por eso es que estaba en estrecha relación con
éstos y aprovechó esos vínculos para
proponerse él mismo como candidato a vicepresidente. De
esa manera desairó a Gay y Reyes, nombres que sonaban con
fuerza para
ocupar el puesto.

Al otro día el congreso de los renovadores
decidió que su pareja electoral sería la de
Perón-Quijano. Esto planteó el problema que
sólo pudo ser superado por la aceptación de los
laboristas de esta última opción. Por supuesto que
la aquiescencia dada no satisfizo a las huestes laboristas, pero
pesó más el temor de estar muy cerca de la
elección y no tener un candidato a vicepresidente, con la
consabida muestra de fragmentación que esto daba.

Lo que ocurría con esta discusión era
sólo la muestra más vistosa del choque al que
tendían inevitablemente las dos fuerzas. Su mayor punto en
común era Perón, todo lo demás era tema de
debate. Lo que
ocurría, como bien señala Félix
Luna17, es que los dos partidos provenían de
historias diferentes. Los renovadores tenían un estilo
arraigado por su pertenencia a la tradición del partido
radical, por lo cual se remontaban en sus ideales a formas del
pasado político (relacionadas con la figura de Hirigoyen,
aunque Quijano había sido un conspicuo alvearista). En
cambio los
laboristas eran un fenómeno nuevo, protagonizado por
sindicalistas curtidos por la lucha gremial que no tenían
ligazones políticas
con el pasado, sino un ímpetu renovador y
revolucionario.

Por lo tanto las confrontaciones estaban a la orden del
día. Así ocurrió con las importantes
candidaturas de la provincia de Buenos Aires.
Tanto para diputados como para vicegobernador y gobernador. En el
primer caso el laborismo fue con los independientes en una lista
separada de los renovadores. Para los principales mandatos
provinciales la contienda fue más compleja. En un primer
momento la Convención Provincial del Partido Laborista
aprobó la fórmula Bramuglia-Leloir, el primero por
el Partido Laborista y el segundo por los renovadores. Pero
éstos sostuvieron que en primer término
debía ir el candidato radical renovador. Al no llegar a un
acuerdo, el laborismo decidió proclamar sus candidatos
para gobernador y vicegobernador. Pero al reunirse la
Convención Provincial para la proclamación
Bramuglia no apareció, por lo tanto la Convención
Provincial del Partido aprobó la fórmula
Mercante-Machado. En este punto hizo su intervención
Perón solicitando que la fórmula proclamada sea la
de Leloir-Bramuglia, en vista de los acuerdos acordados con la
Junta Renovadora. Sin embargo las autoridades del partido
sostuvieron la decisión de la Convención Provincial
arguyendo que la vida democrática del partido no aceptaba
la sustitución de candidatos. Más allá de
resaltar lo complicado del proceso de
integración del apoyo a Perón, este
hecho señala la decisión del Partido Laborista de
mantener su autonomía exenta a las intervenciones del
líder.

Para abonar este último argumento diremos que, si
bien Perón creó con su acción desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión las condiciones
para que el Partido Laborista tenga una razón de ser,
fueron muy claros los límites
que sus dirigentes pusieron a la acción del candidato a
presidente. El hecho de que Perón fuera el primer afiliado
al Partido Laborista era algo que honraba su importancia, pero
como señala Juan Carlos Torre "(…) un primer afiliado no
es lo mismo que un jefe de partido, y esa cuidadosa
elección de honores ponía a salvo la integridad de
la fuerza
política recién creada"18. A su vez,
según lo declarado por algunos militantes laboristas,
Perón no tuvo mucha trascendencia en la creación
del partido; y si la tuvo fue a través de terceros; hecho
que los partidarios desconocían.19 Estas
concepciones laboristas serían registradas en la mente
táctica de Perón, quien sabía que en
momentos pre-eleccionarios no convenía crear grandes
enfrentamientos. Por eso será después de ganado el
escrutinio que arremeterá contra los principales
dirigentes del laborismo, para diluir cualquier
intromisión perniciosa para sus planes de
gobierno.

Pese a que Perón no gozaba todavía del culto
a la
personalidad que lo caracterizaría años
más tarde, en la campaña electoral comenzaron a
esbozarse los senderos que lo conducirían a esa
entronización. En sus salidas en campaña por el
interior del país, el tren que lo conducía, cuya
locomotora había sido bautizada como "La Descamisada", era
preso del furor de miles de fanáticos. Por lo general
realizaba fatigosos itinerarios por diferentes ciudades y
pueblos, donde daba un discurso,
satisfacía los ruegos de la muchedumbre por verlo, y
seguía viaje. También supo reunir a grandes
cantidades de público en sus actos electorales. Los
más importantes, realizados en La Plaza de la
República en pleno centro capitalino (en donde estaba la
sede central del Partido Laborista, en Cerrito al 300), tuvieron
una enorme convocatoria y fueron palabras que quedaron grabadas
en la mente de sus concurrentes de forma indeleble. Para graficar
el momento que vivía la política Argentina, haremos
mención al discurso dado
por Perón el 12 de febrero de 1946, en ocasión de
la proclamación oficial de la dupla Perón-Quijano.
El dato que revela lo acontecido en ese día es,
nuevamente, en qué grado los asuntos argentinos estaban
imbuidos de la política exterior.

El día del discurso se conoció la noticia de
que el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos
había difundido entre diplomáticos latinoamericanos
una publicación denominada el "Libro Azul".
En ella se hacía referencia a la supuesta conexión
que Perón y el gobierno argentino habían tenido con
la Alemania
hitlerista y a la contribución de éstos en el
derrocamiento de democracias latinoamericanas Detrás de
esto se olía la mano del enemigo público
número uno de Perón: Braden. Haciendo gala de su
cintura política, el candidato laborista no se
amilanó ante las acusaciones norteamericanas y
convirtió una circunstancia adversa en un arma dentro de
su batalla por la presidencia. Ya casi al final de su exposición
ante la gente congregada en el obelisco sentenció:

"Sepan quienes votan el 24 por la fórmula del
contubernio oligárquico comunista, que con este acto
entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva en esta
hora trascendental es ésta: ¡Braden o
Perón!"20.

De esta forma Perón deslizó su
confrontación con la Unión Democrática hacia
una figura exterior, mostrando cómo las propuestas de la
oposición eran extraídas de los problemas
europeos y norteamericanos más que de las cuestiones
propias del país. Cabe recordar que la Unión
Democrática, cuya fórmula presidencial era
José P.Tamborini-Enrique Mosca, construyó su
plataforma política sobre la vuelta a la democracia, el
respeto a la
constitución y la lucha contra el elemento
fascista, argumentos que estaban en consonancia con las
principales voces del mundo occidental de posguerra.

La campaña que culminaba en los días de febrero
había sido una encarnizada lucha entre partidos que
representaban y querían introducir formas de
gobierno separadas entre sí por un espacio abismal.
Ataques verbales, violencia
callejera y odios recíprocos entre sus integrantes y sus
seguidores era la demostración más diáfana
de que las elecciones serían el punto culminante de un
enfrentamiento social mucho más vasto. El triunfo de uno
suponía la exclusión del otro. Por eso la afrenta
se enseñoreó en la campaña y no dejó
paso a una acabada discusión del proyecto de
país que desde los dos rincones del espectro
político se pensaba llevar adelante. Siguiendo el análisis de Félix Luna21,
una Argentina que se ubicaba en el mundo de la posguerra con
buenas expectativas gracias a las divisas y las reservas de oro
acumuladas durante la conflagración, con una incipiente
estructura
industrial asentada desde los años 30’ que
había traído a la ciudad ingentes cantidades de
hombres que se debatían por su inserción en los
marcos ciudadanos, planteaba interrogantes que no fueron
elucidados en los tiempos anteriores a la elección de
febrero. La Unión Democrática siguió
pidiendo por el restablecimiento de las garantías
democráticas, mientras que Perón insistió en
los logros que había conseguido gracias a la
política de justicia
social.

Así se llegó a la elección del 24 de
febrero de 1946. Para la Unión Democrática no
había dudas de que sería la ganadora absoluta. Sin
embargo sus adeptos tuvieron que sobrellevar la fulminante
noticia de que el candidato postulado por el Partido Laborista,
el Partido Unión Cívica Junta Renovadora y el
Partido Independiente, Juan Domingo Perón, había
triunfado por un margen del 10%. Exactamente el martes 8 de abril
se supo definitivamente el resultado del escrutinio, aunque la
tendencia ya lo había hecho irreversible: Perón
había sido votado por 1.478.500 ciudadanos; Tamborini por
1.212.300. El 55% contra el 45% del electorado. La diferencia
mostraba cuán reñida había sido la
campaña.

Perón había triunfado pero la escasa diferencia
que había logrado por sobre sus adversarios suponía
un intenso trabajo para ampliar la red de apoyo en su futura
gestión. Para esto iba a valerse de todo su
bagaje estratégico para que las fuerzas que antiguamente
lo apoyasen se alinearan tras su figura. Algunas aceptarán
este mandato que buscaba dotar al flamante presidente de
atribuciones extraordinarias. Sin embargo será el Partido
Laborista, que en una nueva muestra de autonomía y
temperamento tratará de quedar incólume ante la
artillería del líder,
oponiendo resistencia para
resguardar la organización que con tanto ahínco se
había gestado desde el movimiento obrero. La historia dirá que el
esfuerzo no dio sus frutos, pero que no por ello fue en vano.

7- 1946.
Inmejorables condiciones y disolución del Partido
Laborista

El panorama político económico con que se
topó el primer gobierno de Perón puede caratularse
de muy beneficioso si se tienen en cuenta las duras jornadas en
las que se asfixiaba el viejo continente. Era un año de
plena reconstrucción, reconstrucción que no
podía llevarse a cabo por ninguno de los países
beligerantes europeos. Por esos pagos había hambruna, lo
que dificultaba aún mas tomar acertadas decisiones para
marcar el camino correcto en un futuro inmediato. El gobierno
argentino estaba al tanto de los acontecimientos y contaba con
las herramientas
necesarias para manejarse con serenidad y sacarle el mayor jugo a
la situación. El trigo y la carne argentina
servirían para saciar los estómagos vacíos
de las naciones europeas, que acababan de ser testigo de la
más cruda y terrible experiencia en la historia de la humanidad
producto de la
ceguera incondicional de la raza humana.

Va a ser en éste ámbito de posibilidades y de
jolgorio, el cual Félix Luna destaca como un clima "de
fiesta"22 donde Perón tirará por la
borda aquel entusiasmo y dedicación que los dirigentes
sindicales habían abordado en una causa que sentían
por primera vez en su vida los abrigaba a todos: un partido
político autónomo que respondiese a los intereses
de los mismos trabajadores. El 23 de mayo Perón
dictó un ukase que fue trasmitido por todas las cadenas de
radio del
país: se disolvía por su propia autoridad el
Partido Laborista, la UCR Junta Renovadora y los Centros
Cívicos Independientes a la espera de la formación
de un partido que necesitaba el gobierno y cuya titularidad
asumiría días después. Hubo dos respuestas a
la declaración del líder, la de los renovadores que
carecían de una figura carismática y de suficiente
peso, (porque Quijano no era, ni estaba dispuesto a llevar a cabo
esta tarea contra su compañero de fórmula) quienes
eran desertores del viejo tronco radical y que los
llevaría irremediablemente a alistarse bajo las filas
peronistas y la de los laboristas muy distinta a la de los
primeros.

Enamorados los laboristas de lo que fue su propia
creación, enorgullecidos con la obra terminada luego de
años de batallas, se sintieron vejados en lo mas profundo
con el escalofriante anuncio del presidente. Aquí unas
palabras que explican los sentimientos de sus integrantes a
través de Luis Monsalvo, ferroviario: "En solo siete
días de trabajo, desde el 17 al 23 de octubre,
habíamos constituido el Partido Laborista y el día
27 ya teníamos 85 centros laboristas constituidos en el
interior del país. Así, en un período de
diez días el líder ya tenía un partido
constituido que aseguraría, el día de las
elecciones, la existencia de las boletas de votos hasta en el
más apartado lugar del país."23

Luego de las elecciones de febrero se lleva a cabo por el
gobierno de Perón una campaña difamatoria contra
los principales dirigentes del Partido Laborista que enjuiciaba
el accionar de los mismos así como el de su máximo
representante Luis Gay. La campaña, que tenía como
objeto el desgaste del partido por su posición
incómoda a aceptar
la unidad propuesta por el líder populista alzó las
voces desde todos los rincones del joven partido. A las
reiteradas disidencias protagonizadas entre el Partido Laborista
y la Junta Renovadora que se habían transformado en
cotidianas en épocas de elecciones con respecto a las
candidaturas se le adosaron problemas en torno a la
propuesta de unificación de fuerzas, evidencias que
apuntaban a que sus diferencias eran mas profundas, es decir
ideológicas y políticas. En distintas publicaciones
los dirigentes laboristas se encargaron de explicar el por
qué de la desaparición " La acción
confusionista y de disolución, de que es víctima el
Partido Laborista, no es otra cosa que la ofensiva del capital
nacional monopolista, contra los intereses de la Nación.(…) El Partido Radical Junta
Renovadora está en contra de los intereses del pueblo; su
falta de fuerza numérica y doctrinaria, su ausencia total
de ética
política lo hace peligroso."24

Como se puede observar las incomodidades entre ambas fuerzas
políticas eran lo suficientemente marcadas como para
poder seguir
conviviendo en un mismo ambiente.
Aquella hazaña de Perón y los suyos en tiempos de
campaña, donde lo que se necesitaba era la imperiosa
necesidad de amuchar gente en una sola vereda y diferenciarse por
sobre todo, con los que en contra de los intereses de la revolución
decidían alistarse en la vereda de enfrente (así lo
enunciaba el mismo líder), demuestra que la débil
alianza iba a culminar en algún momento ante cualquier
desajuste desde arriba. Los laboristas entendidos como
nacionales, antiliberales y contrarios a la entrada al capital
extranjero contrastaban con la identificación de los de la
Junta Renovadora como una organización liberal y
antinacional al promover la entrada del capital internacional.
Pero también es cierto que los mismos laboristas no se
oponían a la unidad siempre y cuando se respete la
cesión de un congreso partidario que respondiese a los
intereses de una voluntad entendida como mayoritaria.

El compromiso con la causa laborista no se hacía ver
solamente en sus dirigentes sino también en las bases del
partido, representados en distintos Centros Laboristas a lo largo
y ancho del país. Estos, solidarizados con las autoridades
del partido propugnaban el mantenimiento
de la total autonomía del mismo. Reconocían como
únicas autoridades a la Junta Nacional presidida por Luis
Gay y a la Junta Provincial, cuya presidencia estaba a cargo del
diputado nacional Cipriano Reyes. Lo importante es
desentrañar que si bien en los aspectos declarativos, a lo
que se oponían los laboristas no era a Perón sino a
que se mutilen las prácticas democráticas y
autónomas del partido, el grado de enfrentamiento no
hacía más que mostrar que la incomodidad se
suscitaba por el estilo de conducción que el nuevo
mandatario había ideado para comandar el gobierno.

El 29 y 30 de mayo el Partido Laborista convoca su Cuarta
Conferencia
Nacional. Luego de arduos debates presentaron la renuncia del
Comité Directivo Central los señores Luis Gay, Luis
Gonzalez, Pedro Otero, entre otros, con el fin de transportar la
defensa del movimiento que auspiciaban a la consideración
de un Congreso Nacional que decidiría la suerte final del
partido. En las mismas reuniones aceptaron la decisión de
unificación con las demás agrupaciones que meses
antes había agrupado Perón con la condición
de respetarse una representación acorde a su importancia
política y numérica. Se delegaba a los legisladores
nacionales la dirección del partido. Sin embargo el rumbo
de los acontecimientos mostraron lo contrario y fue el 17 de
junio del mismo año donde Perón anuncia en un
comunicado de prensa que
serían cerradas las puertas del partido, claudicando toda
función del Comité Directivo Central del mismo, lo
que significaba la disolución definitiva.

Creemos importante destacar que, en relación directa
con la característica que venimos barajando desde
el comienzo de nuestro trabajo, o sea que el Partido Laborista
constituyó una organización política
autónoma del movimiento sindical argentino, esta idea de
autonomía fue muy defendida y respetada por su dirigencia
en épocas de gestación y organización pero a
la vez mucho menos convincente en días en lo que se
avecinaba era su extinción. Los jóvenes dirigentes
no encontraron en esos tiempos la fuerza necesaria para oponerse
a las medidas del líder populista. El partido que poco a
poco fue construyendo los cimientos de su castillo con el
temperamento de sus batalladores dirigentes se resquebrajó
ante su falta de años en experiencias políticas, no
atinando (pese a que hubo algún que otro dirigente que se
creyó con las agallas necesarias) a desobedecer en lo
más mínimo las resoluciones emanadas de su
líder. Los motivos que hubiesen llevado a Perón a
dictaminar la disolución del partido no difieren en gran
volumen en lo
que hace a las opiniones de los autores que en el desarrollo del
trabajo venimos trabajando. Es interesante la opinión de
Susana Ponts al respecto: "Las razones las encontramos en las
consecuencias que la autonomía representada por el
laborismo podría tener para el desarrollo del
populismo
argentino. Es decir, que el partido significaría apoyo al
régimen pero también control sobre el
cumplimiento del programa político"25. Resulta
a la vista que el peronismo no
pretendía tener ni siquiera cerca ninguna fuerza
política con peso propio que se pudiera llegar a convertir
en un contrapoder. En resumidas cuentas, la
presión
en pro del cumplimiento democrático de la política
a llevar por Perón que seguramente iba a ejercer el
laborismo cercaría el estilo personalista que el mismo
presidente tenía en mente desenvolver.

Tampoco resulta acertada la hipótesis de desvalorizar el poder que en
sus primeros meses de nacimiento había sostenido el
Partido Laborista. Al contrario, fue su inminente amenaza por la
que Perón no dejó pasar mucho tiempo para
ordenar la caducidad del novato partido que le había
abierto la llave para ganar el poder meses antes. Mientras que a
la vez no debemos olvidar que el proyecto de la
constitución de un partido cuyos miembros
provengan de las raíces sindicalistas fue promovido por la
acaparante Secretaria de Trabajo y Previsión, quien con el
anuncio de la disolución del partido dejaba bien en claro
su idea de alistar a todos los gremios sindicalistas bajo su
control, bajo el
poder del Estado. Por
esta razón no debe sorprender que el grueso de los
dirigentes laboristas agachara la cabeza y siguiera para
adelante, entendiendo que al fin y al cabo los beneficios para
esta clase tan maltratada en años anteriores
seguirían intactos y que no cambiarían en absoluto
las comodidades económicas y sociales con que estos
últimos dos años los habían acostumbrado.
Sin embargo habría alguien que sí iba a oponer una
férrea batalla a las aspiraciones de Perón.

8- Cipriano Reyes: El
coraje de Reyes frente al poder de Perón

En medio de estos días agitados y difíciles que
les tocaba vivir a los dirigentes laboristas, va a ser Cipriano
Reyes, uno de las máximas figuras del movimiento y
perteneciente al gremio de la carne, el que va a formar parte de
lo que Walter Litlle engloba en su trabajo bajo el nombre de
"peronismo
independiente"26. Los trabajadores de la carne eran
uno de los gremios nuevos, entendidos como alternativos, y
fomentados por Perón a partir de 1943. Reyes creía
seriamente en su poder y, en su lucha por no bajarse del
título de laborista independiente, le desató una
disputa al propio Perón apostando a que las reacciones de
los distintos afiliados sean ambivalentes. Sin embargo sus
ilusiones de movilizar a los dirigentes sindicales detrás
de su figura fracasaron, lo que llevó a su debilitamiento
en el transcurso del año 1946 y a su tácita derrota
en 1947.

Reyes, obrero de Zárate y Berizzo, luego de pasar por
varios oficios, había enfrentado a los comunistas de Peter
conquistando su conducción a balazo limpio. Muertos sus
dos hermanos en un tiroteo en septiembre de 1945 en la localidad
de Berizzo, Cipriano había tenido un papel
innegable en la manifestación del 17 de Octubre.
Mencionado como candidato a diputado nacional del Partido
Laborista, el hombre de
la carne se manejó entre su guapeza y su ingenuidad en la
disputa que a la forma de un atrevido le planteó a
Perón.

Los problemas entre el coronel y el sindicalista provienen del
verano de 1946, en este caso lo que no conformaba a Reyes eran
las designaciones de las candidaturas bonaerenses. Empeoraron
aún más con el anuncio del mismo Perón que
su segundo Domingo Mercante se haría cargo de la
gobernación de Buenos Aires.
Este mismo día el gremialista de la carne fue agasajado
por una tumultuosa manifestación laborista, mientras que
Mercante no tuvo mas remedio que sentarlo al lado suyo en
momentos de los discursos.
Pero el acontecer de los sucesos no daba tregua para quedarse
reflexionando demasiado sobre cada una de las figuras
políticas de entonces, ya que al dictar Perón la
disolución el 23 de mayo, Reyes intentó hacerse
fuerte en la conducción partidaria de Capital y Buenos
Aires, invadiendo por la fuerza el local laborista de la calle
Bartolomé Mitre. En esa ocasión ni el propio
Perón encontró los medios para
sacarlo de allí de la forma más pacífica
posible. El primer mandatario le habría ofrecido el cargo
de presidente de la Cámara de Diputados no teniendo la
suerte necesaria para seducir al flaco y enérgico
sindicalista quien con una humorada parece haberle contestado
"que él no servía para tocar la campanilla".

Al promediar el año 1946 la tensión entre estas
dos figuras se encontraba relativamente estable en
relación a los primeros meses del año en donde las
asperezas eran difíciles de ocultar. Ya en el mes de
septiembre del mismo se comenzaba a hablar del "Partido
Único de la Revolución
Nacional", designación poco feliz que no habría de
prevalecer. Pero Reyes seguía en su tesitura, no atacaba
directamente a Perón pero su oposición se iba
transformando en incómoda para el
gobierno. Al mes siguiente el tenso clima
político se vio a flor de piel en
conmemoración del primer aniversario de la
movilización de octubre del año anterior. Pues
mientras que las filas oficialistas se encargaban de festejar el
"Día de la Lealtad" con su habitual clima de
exaltación paralelamente el Partido Laborista se
rendía en su fiesta por el "Día del Pueblo" con sus
respectivas manifestaciones en La Plata y otra frente al Palacio
del Congreso. Perón y los suyos, cuyo acto se
celebró en la Plaza de Mayo, se enfrentaban a una multitud
haciendo referencias al movimiento de octubre de 1945 y al baile
programado en la avenida 9 de Julio una vez culminadas sus
palabras. "Pues soy un hombre de
pueblo y quiero divertirme con el pueblo"27. A veinte
cuadras de allí el diputado rebelde increpaba a los que
festejaban el 17 de octubre con acento oficialista "Aspiramos a
una democracia integral, sin amos ni caudillejos"28.
Pero toda esa polenta que Reyes tenía en sus discursos no
se amoldaba al apoyo cada vez más insignificante de lo que
iban a ser sus supuestos seguidores. Solo un puñado de
diputados lo acompañaba, se encontraba carente de medios de
expresión importantes que le posibilitasen peligrar aunque
sea un poco la conducción de Perón.

En enero de 1947 se decide poner el definitivo nombre al
partido, se llamaría como auguraban sus partidarios
"Partido Peronista". Marginado totalmente del proceso de
unificación, Reyes estaba condenado a su agonía en
materia
política. El 4 de Julio del mismo, Reyes
protagonizó un suceso que alarmó al país y
puso al dirigente en primer plano. Cuando el mismo se
dirigía a la estación de la Plata fue interceptado
por un automóvil negro donde desde su interior lo
intentaron ametrallar, pudiendo salvarse casi de milagro. El
suceso suscitó reiteradas controversias en la
Cámara de Diputados entre los que el mismo Reyes se
encargó de decir lo suyo con severas acusaciones al
gobierno, caratulándolos como los bárbaros del
siglo. Luego de un comienzo tentador en las investigaciones,
los estudios correspondientes quedaron cada vez más
olvidados. De todas formas el mandato de Reyes concluía en
abril de 1948, pero como era de preveer la rebeldía de
Reyes debía ser ajusticiada de alguna forma. Cada vez mas
debilitado Cipriano en el gremio de la carne debido a infinidades
de amenazas y presiones y al llamado de lealtad a Perón,
la represalia de este último no dejó de ser
considerada como exagerada.

El 24 y 25 de septiembre de 1948, los cuales iban a ser
feriados amanecieron con una reveladora noticia. Se delataba que
un grupo
comandado por el mismo Reyes había planeado asesinar a
Perón y a su esposa el día 12 de octubre, a la
salida del teatro Colon. En
la investigación se habían secuestrado
una serie de armas y
municiones que tendrían que ver con las acusaciones al
dirigente sindical. Perón dispuso un discurso por lo
acontecido que no tuvo grandes diferencias de aquellos que
entonó en 1946 en la campaña presidencial. Fue un
típico discurso de "Braden o Perón", haciendo
mención que las causas de estos sucesos de impunidad
defendían los intereses extranjeros y antinacionales.

El final de Reyes fue de lo peor que le puede esperar a un
hombre.
Versiones dicen que fue picaneado y hasta quisieron castrarlo. Su
condena fue hasta el mismo año en que su verdugo populista
iba a ser derrocado por los militares con la Revolución
Libertadora comandada por Aramburu en 1955. Lo demás es
anecdótico y solo hace reflejar el grado de convencimiento
que tenía el mismo Perón contra cualquier intruso
que se dispusiera a hacerlo al menos tambalear en el poder. Lo
relatado en torno a esta
especie de batalla que se produjo entre Reyes y Perón
indica que las raíces del Partido Laborista fueron
plantadas con el objeto de llevarlas adelante hasta su punto de
mayor maduración; la mayoría quedó en el
camino por no sentirse, no solamente con el coraje si no
también con las pulsaciones tan a mil como para
tirársele en contra a quien le había dado tantos
beneficios como ninguna otra persona
anteriormente. Reyes las tuvo y de más está decir
que la elección no fue acertada debido a la falta de apoyo
de sus propios compañeros.

9- Conclusiones

A forma de conclusión haremos mención a los
hechos que entendemos deben quedar bien en claro. Por un lado que
el movimiento obrero se encontró con la posibilidad de
conformar un partido político propio gracias al viraje que
el gobierno militar que asumió el 4 de junio de 1943
decidió realizar. En él estuvieron contenidas una
serie de medidas que vinieron a recompensar al sector obrero una
década de pesares y olvidos.

Gracias a esta política los principales miembros de la
vieja guardia sindical vieron fortalecida su posición en
la sociedad, de
ahí que pudieran armarse del valor
necesario para afrontar las complejas luchas en pos del
movimiento.

El 17 de octubre terminó de decidir su ventura y la del
mismo Perón. A partir de esa jornada quedaba en claro que
la acción política directa era la única
forma de defender sus intereses. Por esto nació el Partido
Laborista, que iba a contar en sus filas con las clases
más bajas del espectro social argentino, como así
también estaría abierta a otros sectores; de
ninguna manera iba a abrigar al llamado "oligárquico".

En la idea de sus precursores estaba realizar una
acción partidaria autónoma tanto con respecto a la
figura de su candidato a presidente, como a la de las
demás fuerzas políticas que circunstancialmente se
habían aliado con él. Asimismo preveía un
mecanismo democrático y justo para aquellos sindicatos que
engrosaran sus filas, dejando al libre arbitrio de sus afiliados
la condición política que decidieran profesar. Esta
idea de autonomía, resguardada hasta sus últimas
consecuencias por los líderes laboristas, entraría
en conflicto con
el estilo personalista que luego de las elecciones del 24 de
febrero comenzaría a pergeñar Perón. Sus
intereses políticos no podrían llevarse a cabo con
una fuerza que controlase su autoridad y el rumbo a seguir.

Por lo tanto, la idea de Perón de alistar a todas las
fuerzas sindicales bajo su égida y la del propio Estado, iba en
contra de este sentimiento democrático y autónomo
que el Partido Laborista pretendía plasmar en el mundo
político argentino. Siguiendo lo dicho, la decisión
prematura de parte del líder populista de disolver la
entidad política que meses atrás lo había
llevado al poder, no suena para nada disparatada si se tiene en
cuenta que con ello daba un paso esencial en la
consecución de una sociedad cada vez más
subordinada a su figura.

El caso de Cipriano Reyes grafica de qué manera la
causa laborista había sido de suma importancia para el
movimiento sindical. Y a su vez, la reacción persecutoria
de Perón y la pasividad del resto de la dirigencia
laborista ante ésta, muestra cómo el líder
supo captar y maniobrar las conciencias de los hombres que,
hacía muy poco tiempo, se habían mostrado reacios
frente a sus intromisiones. Mucho de la impunidad de que
gozó el ahora presidente estuvo sostenida en la
incondicionalidad del pueblo, que veía en él al
principal benefactor de sus vidas ciudadanas.

Trabajo realizado y enviado por:
Gastón Raggio, 23 años, cursando 5° año
de la carrera de Ciencias de la
Comunicación
Marcelo Borrelli, 24 años, cursando 5° año de
la carrera de Ciencias de
la
Comunicación.
Materia
Historia II, cátedra Vazeilles, en agosto de 1999.
marcebor[arroba]cvtci.com.ar

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