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China: El dragón despierto (página 3)




Enviado por Roberto Yrago



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Como resultado de estas campañas, el Partido
Comunista extendería su control sobre los
medios
productivos y, de manera mucho más significativa, sobre la
propia población, que había visto la
contundencia de las acciones
contra aquéllos que eran calificados de enemigos del
pueblo. Estos métodos de
propaganda y
adoctrinamiento ideológico volverían a ser
utilizados en otras campañas.

El Primer Plan
Quinquenal

Tras el final de la Guerra de
Corea, la colaboración con la Unión
Soviética se vio muy reforzada, y los dirigentes de
la
República Popular China
decidieron apostar por el modelo
soviético de desarrollo.

Este modelo se basaba en la economía planificada, centrada en la
industria
pesada y en la producción agrícola. Como en la
Unión Soviética, se decidió aplicar un plan
quinquenal que establecía objetivos de
crecimiento en la producción agrícola e industrial
para los cinco años siguientes.

Aunque el periodo abarcado por el plan comprendía
los años entre 1953 y 1957, la inexperiencia y la falta de
conocimientos técnicos de los altos cargos de gobierno chinos y
de los cuadros del Partido retrasarían el inicio del mismo
hasta febrero de 1955.

A pesar de todas las dificultades, la
colaboración soviética y la estabilidad política permitieron
a China lograr un alto crecimiento económico durante estos
años. Esto no detuvo, sin embargo, las convulsiones
políticas propias de la época
maoísta, que se sucederían sin pausa durante este
periodo. Así, en 1954, se producía la primera purga
en el seno del propio Partido.

Los hasta entonces poderosos militares Gao Gang,
responsable de la región militar de Manchuria, y Rao
Shushi, primer secretario del Partido en la región de
China Oriental, eran apartados de sus cargos tras haber criticado
las políticas de Zhou Enlai y Liu Shaoqi, quienes llevaban
el día a día de las tareas de gobierno. Esta
primera lucha por el poder
acabaría con el suicidio de
Gao Gang y el encarcelamiento de Rao Shushi. Además, la
crisis
hacía ver cómo los amplios poderes de los
dirigentes de las regiones militares, como Gao y Rao,
podían suponer una amenaza para la autoridad del
poder central. Por ello, con el fin de reforzar la autoridad
central, ese mismo año se abolían las seis regiones
militares, y se reestructuraba la división administrativa
del país.

Bajo el mando del poder central, China quedaba
dividida en 22 provincias (23 con Taiwán), cinco regiones
autónomas vinculadas a minorías étnicas, y
dos municipalidades, Pekín y Shanghai, administradas
directamente por el Gobierno central, división que se ha
mantenido hasta la actualidad con ligeras
variaciones.

Durante el Primer Plan Quinquenal, se introdujo
también el sistema de
cooperativas
en el mundo rural, mediante el cual extensiones de cultivos hasta
entonces divididas en pequeñas parcelas privadas pasaban a
estar agrupadas para compartir recursos. Las
cooperativas tuvieron también un éxito
significativo. Sin embargo, el sistema despertaría la
inquietud del Gobierno central, ya que permitía a los
campesinos mantener la propiedad
privada de sus parcelas e incluso disponer de una pequeña
parte de la producción. El recelo ante la difusión
de prácticas capitalistas que, de acuerdo con la ideología oficial, debían ser
erradicadas, daría lugar a formas mucho más
radicales de colectivización agraria en los años
siguientes.

En 1956, durante el XX Congreso del Partido Comunista de
la Unión Soviética en Moscú, al que
asistieron el secretario general del partido Deng Xiaoping y el
miembro del Comité Permanente del Buró
Político Zhu De, el nuevo líder
soviético Nikita Jrushchov atacó las
políticas del ya fallecido Stalin y anunció la
introducción de cambios en la manera de
gobernar la Unión Soviética. Los ataques a la memoria de
Stalin y el cambio de
rumbo anunciado en la política soviética sembraron
el desconcierto entre los dirigentes comunistas chinos, que se
debatían en dudas respecto al camino que debía
seguir el régimen chino.

Las "Cien Flores" y el Movimiento
Antiderechista

Tras siete años de régimen
comunista, comenzaban a producirse desavenencias entre los
dirigentes del Partido y, de manera discreta, se empezaban a
oír voces
discordantes con la línea de actuación del Partido
Comunista.

El primer ministro Zhou Enlai se mostró
partidario de permitir una mayor libertad de
expresión a los intelectuales
para que se pudieran formular críticas constructivas a la
gestión
del Partido, las cuales permitirían conocer mejor las
inquietudes y los deseos del conjunto de la sociedad.

Sería el propio Mao Zedong el que
impulsaría un breve periodo de mayor libertad de
expresión que se conoció con el nombre de
Movimiento de las Cien Flores.

El 2 de mayo de 1956, en un discurso
privado ante militantes del partido, Mao citó el famoso
poema "que cien flores florezcan; que cien escuelas de pensamiento
pugnen entre sí" que daría nombre al movimiento. De
esta manera, Mao invitaba a los intelectuales del país a
que expresaran libremente sus opiniones. Aunque algunos
historiadores, especialmente en Occidente, han querido ver una
intención maliciosa en el movimiento, que habría
sido una maniobra para desenmascarar a quienes tenían
opiniones críticas, lo más probable es que la
intención fuera efectivamente aprovechar las
críticas constructivas de los intelectuales para adaptar
la estrategia de
gobierno a las necesidades de la sociedad.

Sin embargo, el Movimiento de las Cien Flores
sería muy breve.

En contra de lo que esperaban Mao y los demás
dirigentes del Partido, confiados en que la estabilidad y los
logros económicos y sociales en los primeros años
del régimen hacían a éste realmente popular,
las críticas fueron subiendo de tono y se llegaron incluso
a pronunciar declaraciones abiertamente
anticomunistas.

Viendo que la situación había desembocado
en críticas al Partido e incluso a su persona, Mao dio
un giro de política y lanzó el Movimiento
Antiderechista, una de las más violentas campañas
maoístas, durante la cual numerosos críticos del
régimen, que se habían atrevido a criticar al
partido y a Mao, fueron torturados y ejecutados. De esa forma
trágica, terminaba el corto experimento con la libertad de
expresión y se endurecía la censura y el control de
la información.

Junto a estos profundos cambios sociales y culturales
que vivía el país en los años 1950, la
economía continuaba creciendo. El éxito del Primer
Plan Quinquenal llevó al Gobierno a diseñar un
segundo plan quinquenal mucho más ambicioso para el
periodo comprendido entre los años 1958 y 1962. Sin
embargo, Mao Zedong pensaba que se podía ir aun más
lejos en los objetivos, e hizo un llamamiento a la
movilización total de la población con el fin de
aumentar la producción industrial. Esta nueva
campaña, conocida como el Gran Salto Adelante,
sería el mayor fracaso económico de la época
maoísta.

El Gran Salto Adelante

A pesar del destacado crecimiento económico
logrado durante el transcurso del Primer Plan Quinquenal, en 1957
se empezaban a percibir problemas en
el modelo soviético de desarrollo.

Por un lado, las fuertes inversiones en
tecnología
para desarrollar la industria pesada habían requerido
cuantiosos préstamos de la Unión Soviética
que China tenía que devolver con intereses. Esto
suponía un endeudamiento creciente para las arcas del
Estado, al
servicio de la
Unión Soviética, que proporcionaba asistencia
técnica en forma de maquinaria y de expertos
técnicos establecidos en China a un precio que los
dirigentes chinos consideraban demasiado alto.

En este sentido, las difíciles relaciones
entre el comunismo chino y
el soviético comenzaban ya a mostrar fisuras cada vez
mayores, que culminarían años más tarde en
un conflicto
abierto.

Además, el aumento de la producción
industrial se había conseguido también gracias a la
reconversión de muchos campesinos como obreros en las
nuevas fábricas. La consiguiente disminución de la
población dedicada a la agricultura
amenazaba con provocar un descenso de la producción
agrícola.

Seguir impulsando el desarrollo industrial a la
vez que se aseguraba el suministro de alimentos para la
población era la estrategia a seguir.

Mao pensaba que la solución a estos
problemas se encontraba en el espíritu revolucionario, que
hacía posible que las masas aunaran esfuerzos al servicio
de los objetivos marcados por el Partido.

En esta visión de Mao se reflejaba una vez
más su ideología personal, que
defendía la "revolución
continua" como herramienta de progreso y de transformación
social.

Según Mao, nunca se debía permitir
que flaqueara el espíritu revolucionario. Eran
precisamente los momentos de debilidad o de autocomplacencia los
que permitían que reaparecieran los fantasmas del
capitalismo.
Frente a cualquier desviación de la ortodoxia
ideológica, el Partido y las masas debían estar
siempre alertas y mantener las movilizaciones y el fervor
revolucionario que permitían poner el capital humano
del país al servicio del bien común para avanzar
hacia el ideal del comunismo.

Esta visión de las masas como motor del
desarrollo fue expresada por Mao en un documento interno que
circuló entre los líderes del Partido Comunista a
principios de
1958. En dicho documento, Mao afirmaba que tras las diversas
revoluciones sociales y económicas que se habían
desarrollado desde la fundación de la República
Popular, llegaba ahora el turno de una gran revolución
tecnológica, en la que el esfuerzo de la población
debía dedicarse al incremento de la producción
agrícola e industrial. De esta manera, China podría
incluso superar las cifras de producción industrial del
Reino Unido en unos quince años.

Así, durante el año 1958 se
movilizó a la población china para acometer los
gigantescos retos de desarrollo industrial señalados por
Mao. A esta nueva campaña de masas, de alcance mucho
más amplio que las anteriores, se la llamó "el Gran
Salto Adelante".

Dado que muchos hombres del medio rural tuvieron
que abandonar sus labores en el campo, el crecimiento de la
producción agrícola debía basarse en un
mejor aprovechamiento de los recursos existentes. La manera de
conseguir esto fue la creación del sistema de "comunas
populares", que reemplazaron a las cooperativas creadas unos
años antes.

Las 740.000 cooperativas existentes en el campo
chino se convirtieron en tan solo 26.000 comunas, mediante la
fusión
de decenas de cooperativas.

Uno de los objetivos de la creación de las
comunas era la incorporación de la mujer al
trabajo
intensivo en el campo, para reemplazar a los hombres que
habían sido enviados a trabajar en fábricas y en
proyectos de
infraestructuras. Las comunas proporcionaban servicios de
guardería para cuidar a los niños,
así como enormes comedores populares, que liberaban a las
mujeres de las tareas domésticas para que se pudieran
dedicar al trabajo en el campo.

El Gran Salto Adelante tendría así
profundos efectos sociales, al separar a numerosas familias,
alterando el modo de vida tradicional del medio
rural.

Las consecuencias de este ambicioso proyecto fueron
nefastas. Las expectativas de crecimiento irreales hacían
que los cuadros del Partido tuvieran que falsear las cifras
oficiales para no perder sus puestos. Además, el
empeño en aumentar la producción de acero como
símbolo del desarrollo llevó a una disparatada
exigencia de que las propias familias fundieran sus objetos y
utensilios domésticos para producir más acero. El
acero producido era en muchos casos de ínfima calidad e
imposible de utilizar con fines industriales. Todo esto
ocurría en el marco de una ausencia de política
económica que evaluara cuáles eran realmente
las posibilidades de utilizar o de vender ese acero.

Así, en contra de los principios más
básicos de la economía, la producción se
había convertido en un fin en sí misma, disociada
de las necesidades del mercado.

Al desastre económico en la política
industrial se unió el fracaso del proyecto de las comunas
para el mundo rural.

El enorme tamaño de las comunas, en las que
no se permitía ningún tipo de explotación
privada, diluía las responsabilidades y eliminaba la
motivación de los hombres y mujeres que quedaban en el
campo. A los propios defectos del sistema se sumó la mala
fortuna de los desastres
naturales, sequía e inundaciones, que afectaron a
China en aquel año.

Aunque a finales de 1958 ya algunos dirigentes
habían visto el fracaso del proyecto y se desmantelaron
muchas de las comunas, volviéndose en muchos lugares al
modelo anterior de cooperativas, el daño ya
estaba hecho. La marcha atrás emprendida por el gobierno
no pudo evitar que la interrupción de los modos de vida y
de trabajo tradicionales en el campo se tradujeran en un descenso
de la producción agrícola entre 1958 y 1962, que
provocó situaciones de hambruna en numerosos lugares de
China. A pesar de las discrepancias, debido a la poca fiabilidad
de los datos de
nacimientos y defunciones de la época, se suelen estimar
en alrededor de 30 millones las muertes debidas a la
hambruna.

El efecto del Gran Salto Adelante fue el descontento de
la mayor parte de dirigentes del Partido con las políticas
radicales de Mao. La cancelación del Gran Salto se
decidió en la reunión del Comité Permanente
del Buró político celebrada en Wuhan en diciembre
de 1958. En aquella reunión, Mao abandonó la
jefatura del Estado, que pasó a Liu Shaoqi, nombrado
Presidente de la República Popular. Mao, sin embargo,
conservaba su puesto de presidente del Partido y, como referente
ideológico máximo, apenas fue objeto de
críticas.

Uno de los pocos dirigentes que se atrevió a
criticar a Mao fue el ministro de defensa Peng Dehuai, el
héroe de la Guerra de Corea, quien, amparado en su enorme
influencia y prestigio, no tuvo ningún reparo en atacar
abiertamente las políticas de Mao. Sin embargo, estas
críticas de Peng Dehuai a la gestión de Mao,
formuladas en julio de 1959 en el transcurso de una
reunión de dirigentes del Partido en Lushan, en la
provincia de Jiangxi, motivaron una furiosa respuesta de Mao, que
acusó a Peng Dehuai de oportunista y de servir a los
intereses de la Unión Soviética. Peng Dehuai fue
destituido de sus cargos y Mao, aunque apartado de la
gestión del Gobierno, demostraba una vez más su
autoridad total en el seno del Partido.

Las críticas de Mao a Peng Dehuai como esbirro de
los intereses soviéticos ponían a su vez de
relieve el
deterioro de las relaciones entre los dos países. El
líder soviético Kruschev se había mostrado
crítico con el Gran Salto Adelante y con las operaciones
militares de la República Popular, que había
sometido a bombardeos las islas de Matsu y Quemoy, controladas
por el régimen del Kuomintang en Taiwán.

La tensión entre los dos grandes regímenes
comunistas no paraba de crecer y desembocaría en un
conflicto abierto durante los años 1960.

La Ruptura
Sino-Soviética

El deterioro de las relaciones entre la República
Popular y la Unión Soviética se haría mucho
más intenso tras el fracaso del Gran Salto Adelante. En
1960, la Unión Soviética retiraba a todo su
personal técnico establecido en China, y cancelaba los
proyectos de cooperación entre los dos
países.

A partir de ese momento, la República Popular se
quedaba aun más aislada, sin apoyos en Occidente ni
tampoco en el bloque soviético. Albania, el pequeño
país europeo que había abandonado el modelo
soviético, se convertía en su único
aliado.

Al enfrentamiento ideológico entre los dos
regímenes comunistas habría que añadir
durante toda la década de los años 1960 las
disputas territoriales, que llegarían a desembocar en un
incidente armado en la frontera de
Manchuria en 1969, cuando tropas chinas lanzaron un ataque contra
las tropas rusas estacionadas en el islote de Zhenbao (Damanski
en ruso), en el río Ussuri, el momento más
crítico de las relaciones entre los dos
países.

El final del Gran Salto Adelante sería uno de los
momentos más difíciles de la joven República
Popular.

A la hambruna y al creciente aislamiento internacional
se les sumaron otros conflictos en
los que se vio involucrada, como la guerra fronteriza con
India en 1959,
en la que los soviéticos apoyaron a India, y la
insurrección armada en el Tíbet, que hizo
intervenir al Ejército Popular de Liberación en una
acción
que provocaría numerosos muertos y la huida a India del
Dalai Lama, líder espiritual tibetano.

Frente a todos estos problemas, los hombres que llevaban
las riendas de la política del Estado, en especial Liu
Shaoqi y Deng Xiaoping, intentaban reactivar el crecimiento
económico. Mao Zedong, sin embargo, no parecía
contento con el papel marginal al que había sido relegado
y, apoyado en su fiel seguidor Lin Biao, lanzó una nueva
campaña de movilización ideológica con el
fin de recuperar el poder: La Gran Revolución Cultural
Proletaria.

La Revolución
Cultural

Tras el fracaso del Gran Salto Adelante, eran Liu
Shaoqi y Deng Xiaoping quienes se ocupaban del día a
día de las tareas de Gobierno, mientras que Mao, apartado
del poder político, había asumido un papel de mero
referente ideológico. Sin embargo, Mao no parecía
haber aceptado de buen grado su paso a una posición
simbólica, y ambicionaba retomar el poder
político.

Este deseo de recuperar un papel central en el gobierno
del país llegaría a hacerse realidad gracias sobre
todo al apoyo de dos grupos de
dirigentes con ambiciones propias. Por un lado se encontraba el
Ejército Popular de Liberación, que tras la
destitución de Peng Dehuai había pasado a estar
dirigido por el militar Lin Biao, leal seguidor de Mao. Por otro
lado, la propia esposa de Mao Jiang Qing, que había sido
actriz de renombre en su juventud,
ejercía una gran influencia sobre la vida cultural de la
República Popular, y contaba con aliados en los
círculos artísticos y
periodísticos.

Las actividades de Lin Biao y de Jiang Qing
serían decisivas para lograr el retorno al poder absoluto
de Mao en el marco de una intensa campaña de masas que
recibió el nombre de Gran Revolución Cultural
Proletaria. La gestación de esta campaña tiene su
origen en el culto a la
personalidad en torno a la figura
de Mao Zedong, promovido de manera fundamental por Lin
Biao.

El propio Lin se encargaría de recopilar los
discursos
más importantes de Mao en un libro, las
Citas del Presidente Mao, que se convertiría en obra de
referencia y de lectura
obligada para la población en general y, muy en especial,
para el Ejército.

Además, en el año 1966 los colaboradores
de Jiang Qing en Shanghai comenzaban una serie de críticas
a miembros del Partido leales a Liu Shaoqi y Deng Xiaoping. Estas
críticas acabarían socavando la base de apoyos de
éstos hasta forzar su salida del poder.

La victoria de los maoístas en esta lucha
por el poder estuvo acompañada por una intensa actividad
de reafirmación ideológica en la que se
acusó a numerosos dirigentes del Partido de actividades
contrarrevolucionarias y de tendencias procapitalistas o
prosoviéticas.

Las purgas en el poder llevaron a la
marginación de unos tres millones de miembros del Partido
Comunista, destruyendo el entramado organizativo del Partido y
del Estado.

Junto a los dirigentes afines a la línea de
Liu Shaoqi, los intelectuales fueron también
víctimas de las purgas de la Revolución Cultural,
que condenaron al ostracismo a la mayor parte de los escritores y
artistas.

Estas purgas serían llevadas a cabo por
comités revolucionarios repartidos por todo el país
que sustituyeron a las estructuras de
poder convencionales del Partido, junto a los guardias rojos,
grupos organizados de jóvenes al servicio de la
Revolución que se encargaban de velar por la ortodoxia
ideológica. Precisamente los guardias rojos serían
responsables de los peores excesos de la Revolución
Cultural, en forma de actos violentos y de campañas de
destrucción de numerosas obras de arte antiguas
consideradas vestigios de la sociedad feudal anterior a la
liberación socialista.

La situación de caos generada por los guardias
rojos fue mucho más allá de lo que los dirigentes
del Partido, con Mao a la cabeza, habían llegado a prever
y, en enero de 1967, éste tuvo que ordenar al
Ejército que detuviera los desmanes de los guardias rojos.
La intervención del Ejército permitió a Lin
Biao hacerse con el control del Partido y convertirse en el
sucesor de Mao.

Sin embargo, la aparente victoria de Lin Biao
sería muy breve. A pesar de que el IX Congreso del Partido
confirmó el liderazgo
absoluto de Mao y la condición de sucesor de Lin, la
adulación extrema de este último provocó el
recelo de Mao, que veía en la actitud de Lin
un simple interés
por hacerse con el poder. Aunque públicamente ambos eran
reconocidos como los triunfadores de la Revolución
Cultural, en el ámbito privado Mao había retirado
ya su confianza a Lin Biao, y éste llegaría a
promover dos golpes de Estado.

Tras ser descubierto el segundo intento golpista, Lin
Biao intentó huir a Moscú en un avión que
acabaría estrellándose cuando sobrevolaba
Mongolia, según la versión
oficial, sobre cuya veracidad aún existen
dudas.

Si bien el IX Congreso había declarado el
final de la Revolución Cultural, Mao afirmaba que la
revolución debía ser algo permanente, necesario
para mantener la pureza ideológica a salvo de desviaciones
capitalistas o revisionistas. De hecho, la radicalización
de la vida política china y las luchas por el poder
continuarían hasta después de la muerte de
Mao.

Así, la desaparición de Lin Biao
alimentó las ambiciones de poder de la facción
encabezada por Jiang Qing, años más tarde conocida
como la Banda de los Cuatro, que ocupaba destacadas posiciones en
el Gobierno y en el Buró Político.

Mientras tanto, la figura más importante del
aparato del Estado era el primer ministro Zhou Enlai, que en los
últimos años de su vida dirigiría el
acercamiento de la República Popular China a los
países occidentales y, muy en especial, a los Estados Unidos.
De esta manera, a principios de los años 1970, al tiempo que se
sucedían los conflictos internos en la lucha por suceder a
Mao, China ponía fin a su política de aislamiento e
iniciaba una etapa de relaciones diplomáticas y
económicas con el Occidente capitalista.

La apertura al exterior

Mientras que la primera década de la
República Popular había estado marcada por la
estrecha colaboración con la Unión
Soviética, la segunda década se caracterizó
por el aislamiento internacional del régimen comunista
chino, enfrentado tanto al bloque soviético como a los
países occidentales, los cuales, en la mayoría de
los casos, continuaban reconociendo al régimen de
Taiwán como gobierno legítimo de
China.

Sin embargo, a lo largo de los años 1970, se
produjo un acercamiento entre la República Popular China y
el conjunto de los países occidentales y Japón.

Las razones de este acercamiento fueron principalmente
dos. Por un lado, la República Popular China había
llevado a cabo pruebas
nucleares con éxito en 1964, y el nuevo status de China
como potencia nuclear
hacía imposible la vieja aspiración del Gobierno
nacionalista de Chiang Kai-shek en Taiwán de reconquistar
el continente chino.

Esto llevó a los países occidentales que
aún no reconocían a las autoridades de Pekín
a iniciar contactos para entablar relaciones diplomáticas
con el régimen comunista. Por otro lado, la intensidad del
enfrentamiento entre China y la Unión Soviética,
que llegó a amenazar con derivar en una guerra abierta
entre ambos, hizo que los países occidentales dejaran de
ver a China y a la Unión Soviética como un
único bloque monolítico.

En el contexto de la Guerra
Fría, China había dejado de ser un enemigo para
Occidente, y ambos compartían la visión de la
Unión Soviética como adversario
ideológico.

Además, la República Popular China
necesitaba abandonar su aislacionismo y, enfrentada al bloque
soviético, la mejora de relaciones con Occidente e incluso
con Japón se convirtió en una prioridad.

El primer ministro Zhou Enlai sería el
responsable hasta su muerte en 1976
de esta nueva política exterior aperturista. Esto
ocurría al mismo tiempo que se sucedían las luchas
por el poder en el seno del Partido y del Estado.

Particularmente compleja fue la negociación entre la República
Popular y Estados Unidos para el establecimiento de relaciones
diplomáticas entre ambos. Ya en los años 1960,
Estados Unidos había asumido que, tarde o temprano,
acabaría reconociendo al Gobierno de Pekín en
detrimento de las autoridades de Taiwán.

En 1971, Estados Unidos levantó su veto a la
admisión de la República Popular como miembro de
la
Organización de las Naciones Unidas,
lo cual permitió la entrada de la República Popular
a la organización, donde ocupó el asiento
correspondiente a China el 25 de octubre de ese año,
gracias a la resolución 2758, que transfería el
reconocimiento como Gobierno legítimo de toda China a la
República Popular. Hasta ese día, el asiento de
China, así como la condición de miembro permanente
del Consejo de Seguridad,
había correspondido a la República de China, el
régimen refugiado en Taiwán, que se vio entonces
obligado a abandonar la organización.

Ese mismo año de 1971, el asesor de seguridad
nacional de los Estados Unidos Henry Kissinger viajaba en secreto
a Pekín, donde se reunía con Mao Zedong y Zhou
Enlai para discutir el reconocimiento diplomático
estadounidense y la futura visita a Pekín del presidente
Richard Nixon, acontecimiento histórico que se
produciría dos años después, en 1973. Los
problemas de política interior estadounidense, como el
Watergate, y la dificultad de encontrar una solución que
permitiera a Estados Unidos mantener sus relaciones privilegiadas
con Taiwán, retrasaría el establecimiento de
relaciones diplomáticas entre los dos países hasta
el 1 de enero de 1979, bajo la presidencia de Jimmy
Carter.

La etapa de transición tras la muerte de
Mao

La muerte de Mao Zedong el 9 de septiembre de 1976
marcaba el final de una época y abría una incierta
lucha por el poder. Otros dos de los principales dirigentes del
Partido Comunista, Zhou Enlai y Zhu De, morían
también en 1976. El traspaso de poder a una nueva
generación de líderes vendría
acompañado de intensos conflictos políticos y
sociales a lo largo de todo el año. La muerte de Zhou
Enlai, acaecida en enero, había provocado actos de duelo
que culminarían en la protesta popular del 5 de abril,
conocida como el Incidente de Tian'anmen de 1976.

Con motivo de la festividad tradicional de Qingming,
fiesta de los difuntos, miles de personas se habían estado
congregando diariamente en la Plaza de Tian'anmen para rendir
homenaje al fallecido primer ministro, dedicándole
poemas y
depositando coronas de flores junto al Monumento a los
Mártires de la Revolución, en el centro de la
emblemática plaza pekinesa. El creciente número de
ciudadanos que participaba en estos actos de duelo, que muchos
veían como una muestra de apoyo
a Deng Xiaoping, llevaría finalmente a la policía a
acordonar la plaza y retirar las coronas.

La intervención policial provocaría una
protesta masiva el 5 de abril de 1976, cuando unas cien mil
personas se manifestaron en la plaza, coreando slogans en
recuerdo de Zhou y en apoyo de Deng Xiaoping, que sería de
nuevo apartado del poder a raíz del incidente.

Estas protestas habrían sido una muestra del
apoyo popular real que tenía la facción de Deng
Xiaoping, a quien Zhou Enlai había rehabilitado y
parecía favorecer como sucesor.

Sin embargo, Mao Zedong dependía del apoyo de los
que años después serían conocidos
despectivamente como la Banda de los Cuatro, la facción
liderada por su mujer Jiang Qing
y enfrentada a Deng Xiaoping, a quien ya habían conseguido
apartar del poder durante la Revolución
Cultural.

La Banda de los Cuatro, sin embargo, despertaba
muchísimos recelos entre los altos mandos del
Ejército, y estas rivalidades llevarían a Mao a
designar a un miembro del Partido poco conocido, Hua Guofeng,
como su sucesor. Precisamente tras el incidente del 5 de abril,
Hua fue nombrado primer ministro y vicepresidente del Partido, y
el 8 de abril, los líderes del Partido organizaban en la
Plaza de Tian'anmen una manifestación de apoyo a Mao y a
Hua, como respuesta a la protesta anterior de los partidarios de
Zhou Enlai y Deng Xiaoping.

Mao estaba ya muy enfermo cuando nombró
sucesor a Hua Guofeng, a quien dejó un mensaje por
escrito, en el que le instaba a desempeñar el trabajo con
calma y según los principios establecidos en los
años precedentes. El mensaje manuscrito de Mao
añadía una tercera frase: "Contigo al mando, me
quedo tranquilo". Esta frase sería la clave de la
legitimidad del ascenso al poder de Hua Guofeng. Ante la
impotencia de la Banda de los Cuatro, Hua se veía avalado
como sucesor de Mao Zedong.

Tras la muerte de Mao el 9 de septiembre, la ausencia de
mecanismos formales para la sucesión abría una
lucha por el poder entre Hua Guofeng y la Banda de los Cuatro.
Hua sabía que Jiang Qing y el resto de los Cuatro
querían relegarlo y hacerse con el poder. Para ello,
contaban con el control de los medios de
comunicación. Sin embargo, Hua sabía que el
Ejército y amplios sectores del Partido y la sociedad
desconfiaban de Jiang y de sus tres colaboradores, y lanzó
el ataque para consolidar su poder. En la medianoche del 6 de
octubre de 1976, los Cuatro fueron convocados a una
reunión en la sede del Buró Político del
Partido. La reunión era en realidad una trampa para
detenerlos. Wang Hongwen se resistió y en el forcejeo
mató a dos guardias de seguridad, pero finalmente fue
reducido. Después de Wang, llegaron Zhang Chunqiao y Yao
Wenyuan, que fueron detenidos de inmediato. Jiang Qing, por su
parte, fue arrestada en su propio dormitorio. De esta manera, el
6 de octubre de 1976, con los Cuatro encarcelados, Hua Guofeng
consolidaba su poder.

Sin embargo, la situación de Hua era
bastante precaria. Su legitimidad se basaba en su
condición de sucesor de Mao, pero éste había
recuperado el poder durante la Revolución Cultural gracias
al apoyo de, por una parte, Lin Biao y, por otra, la
facción de Jiang Qing. Con Lin Biao muerto y Jiang Qing en
prisión, los enemigos de Liu Shaoqi y Deng Xiaoping
estaban ya fuera de la lucha por el poder. Liu Shaoqi
había fallecido ya, pero Deng Xiaoping preparaba su
retorno al poder.

El escaso carisma de Hua Guofeng y la manera
circunstancial en que había alcanzado el poder hicieron
imposible que éste pudiera mantener su posición
frente al acoso de los partidarios de Deng Xiaoping, mayoritarios
en el partido y que incluían a muchos líderes
regionales, como Zhao Ziyang, líder del partido en
Sichuan.

Los éxitos derivados de las reformas
económicas en las provincias dirigidas por los partidarios
de Deng Xiaoping dieron a éstos el prestigio necesario
para inclinar la balanza a su favor. Hua se veía obligado
a aceptar la rehabilitación de Deng Xiaoping en la
cúpula de poder del Partido y del Ejército. Durante
la celebración de la III Sesión Plenaria del XI
Comité Central del Partido Comunista en 1978, Deng
Xiaoping reforzaba su base de poder y, dos años más
tarde, durante la V Sesión Plenaria, se erigía ya
como nuevo líder máximo del país.

China bajo Deng Xiaoping

La paulatina subida al poder de Deng Xiaoping se
completaría durante la VI Sesión Plenaria del XI
Comité Central del Partido, celebrada entre el
27 y el 29 de junio de 1981. En esa
reunión, Hua Guofeng, que había dimitido como
primer ministro un año antes, renunciaba a los dos cargos
que aún ocupaba, el de presidente del Partido, que pasaba
a Hu Yaobang, y el de presidente de la Comisión Militar
Central, único cargo de poder que asumía
formalmente el propio Deng Xiaoping. Durante ese Congreso, se
publicó además un documento titulado
"Resolución sobre diversas cuestiones en la historia de nuestro Partido
desde la fundación de la República Popular", en el
que se emitía una valoración oficial sobre la
Revolución Cultural y sobre la figura de Mao. En ese
documento se culpaba a Lin Biao y a la Banda de los Cuatro de la
Revolución Cultural, de la que se decía que "[…]
llevó al caos nacional y resultó una
catástrofe para el Partido, el Estado y el
conjunto del pueblo". El documento atribuía "errores
graves" a Mao, pero consideraba que sus méritos como
líder revolucionario habían estado muy por encima
de sus errores.

Así, en 1981 la República Popular
China dejaba atrás una época de luchas y divisiones
internas y lograba la estabilidad política bajo los nuevos
líderes del país. Deng Xiaoping, Hu Yaobang y el
primer ministro Zhao Ziyang debían enfrentarse al reto
ineludible de la reforma económica. El Plan Decanal que
había anunciado Hua Guofeng en 1978 se había
revelado inviable, al apostar por un crecimiento desmesurado de
la industria pesada sin acometer el progreso tecnológico o
la entrada de capital
externo necesario para un desarrollo de ese nivel. Los
desequilibrios en el modelo de desarrollo se dejaban ver en la
creciente inflación, que en 1980, según
estimaciones no oficiales, pasaba del 15%. La interrupción
brusca del Plan Decanal, que debía prolongarse hasta 1986,
llevó a la cancelación de enormes proyectos de
infraestructuras que afectaron sobre todo a las empresas
japonesas y, en menor medida, alemanas y estadounidenses que
habían logrado los contratos para
esos proyectos, entre los que se encontraban refinerías de
acero y plantas
petroquímicas que no llegarían a finalizarse. El
fracaso de tales proyectos, que habían provocado una
espiral de crecimiento del déficit del Estado y de la
inflación, llevó a una revaluación de la
estrategia de modernización.

Abandonando las ideas económicas de
inspiración soviética, los nuevos líderes
del país llevaron a cabo las reformas de los sectores
agrícola e industrial. En el primero de éstos, se
implantó el llamado "sistema de responsabilidad", por el que los campesinos
debían comprometerse con sus cooperativas a alcanzar una
cuota de producción. La producción en exceso de la
cuota quedaba a disposición de los campesinos, que
podían venderla en el mercado libre. Este nuevo sistema
llevó a un crecimiento notable de la producción
agrícola en la década de los años 1980, y
aumentó los niveles de renta de la población rural.
En el ámbito de la política industrial, el Estado
paralizó los grandes proyectos de la industria pesada y
alentó el desarrollo de la pequeña industria. Con
la introducción del "sistema de responsabilidad
industrial", las empresas estatales adquirían la
posibilidad de administrar sus propias ganancias. Como en el
sistema análogo en el ámbito agrícola, las
empresas se comprometían a aportar al Estado una cuota,
quedándose con el resto de los beneficios que hubiera, que
podían reinvertir en el propio desarrollo de la empresa. Este
sistema de cuotas se transformaría el 1 de junio de 1983
en un sistema de "impuesto sobre la
renta", que rompía con la tradición del comunismo
chino, y consolidaba las reformas económicas. El nuevo
modelo de desarrollo, en el que tenía prioridad la
industria ligera, seguía en gran medida las pautas que
años antes habían marcado el crecimiento
económico de Taiwán, Hong Kong y Corea del
Sur.

A pesar del éxito de estas reformas, el ritmo de
crecimiento de la economía
china se veía amenazado por el fuerte aumento de la
población. Mientras que en la época maoísta
se había promovido la natalidad, en esta época el
rápido crecimiento de la población china
comenzó a verse como un problema, que ponía en
riesgo los
logros del aumento de la producción agrícola. En
1982, se llevó a cabo un censo para contar a la
población. El censo anterior, de 1964, había
arrojado una cifra de 694,6 millones de habitantes, y el censo de
1981 confirmaba los temores de muchos especialistas; China
rebasaba ya los mil millones de habitantes. La cifra oficial de
1.008.175.288 habitantes en la China continental (1.031.882.511
en la estimación que incluía a Hong Kong, Macao y
Taiwán) instó al Gobierno chino a introducir la
política del hijo único, que prohibía a las
parejas, bajo pena de sanciones económicas y
administrativas, tener más de un hijo, con ciertas
excepciones para el medio rural (donde se permitía un
segundo hijo si el primero era una niña) y para las
minorías étnicas (a las que no se aplicaba la
ley).

La nueva estabilidad política permitió a
China afrontar con confianza la recuperación de su
integridad territorial. Conscientes de que el periodo de arrendamiento
de los Nuevos Territorios de la colonia británica de Hong
Kong vencía en 1997, China dejaba claro al Reino Unido su
intención de asumir el control sobre toda la colonia,
incluidas la isla de Hong Kong y Kowloon, teóricamente
cedidas a perpetuidad a la corona británica. La primera
ministra británica Margaret Thatcher visitó
Pekín en 1982, y el 26 de septiembre de 1984, las dos
partes alcanzaban un acuerdo. El Reino Unido aceptaba devolver a
China la totalidad de la colonia, y el Gobierno de la
República Popular se comprometía a respetar el
sistema legal y económico del territorio durante al menos
50 años. Tras el acuerdo con los británicos, China
exigió a Portugal la devolución de Macao bajo
términos similares a los definidos para Hong Kong. El
acuerdo final entre las autoridades portuguesas y el Gobierno
chino establecía la fecha del 20 de diciembre de 1999 para
la devolución definitiva de Macao.

Así, bajo la bandera de las cuatro
modernizaciones preconizadas por Zhou Enlai, y asumidas por Deng
Xiaoping como eje central de los objetivos de desarrollo, la
República Popular China en la década de los
años 80 conseguía unas altas cotas de crecimiento
económico y estabilidad política, mientras frenaba
el crecimiento vertiginoso de su población y avanzaba
hacia la recuperación de su integridad territorial. Junto
a estos éxitos, las reformas económicas
habían ido acompañadas de una mayor libertad de
expresión y una mayor apertura a la influencia exterior,
como se veía en el auge del cine y la
música
popular de Hong Kong y Taiwán, y en los profundos cambios
en el modo de vida en una sociedad cada vez más
competitiva y desigual. En esta atmósfera de cambios,
comenzaron a surgir voces críticas con el sistema, que
reclamaban más libertades políticas y de
expresión. Entre las voces más críticas con
el sistema destacaron las del astrofísico Fang Lizhi,
profesor en la
Universidad de
Hefei que defendía la introducción de pluralismo
político y de libertad de expresión al estilo de
los países occidentales, y las de los escritores Liu
Binyan y Wang Ruowang, que llegaron a criticar abiertamente al
Partido Comunista advirtiendo de lo que llamaron fracaso del
modelo socialista. A estas quejas de los intelectuales se
sumarían las protestas estudiantiles de diciembre de 1986,
cuando en quince ciudades chinas se produjeron manifestaciones
masivas de estudiantes que reclamaban reformas
políticas.

Esta oleada de protestas se cobró una
víctima política principal: el secretario general
del Partido Hu Yaobang, uno de los hombres fuertes del
régimen, era forzado a dimitir en enero de 1987, acusado
de simpatizar con las protestas y de no haber hecho nada por
evitarlas. Hu se veía obligado a hacer una
declaración de autocrítica y era apartado del
poder. La salida de Hu Yaobang dejaba el cargo de secretario
general del Partido en manos de Zhao Ziyang, el otro hombre fuerte
del régimen junto a Deng Xiaoping, que hasta entonces
había sido primer ministro, puesto al que accedía
Li Peng, hijo adoptivo de Zhou Enlai y considerado parte de la
facción más conservadora del Partido. A pesar de
estos cambios, y de un incremento de la censura informativa con
el fin de acallar las protestas, el clima de
descontento, en un momento de crisis de los regímenes
socialistas de Europa del Este,
seguía en aumento, y desembocaría en uno de los
momentos más críticos de la historia del
régimen comunista: las protestas de la Plaza de Tian'anmen
de 1989.

Las protestas de 1989

La tensión creciente en la vida pública
china alcanzaría su nivel máximo en 1989. Mientras
se extendían las opiniones críticas con el sistema,
la economía, aun manteniendo su crecimiento, daba muestras
de recalentamiento con una tasa de inflación cada vez
más alta y la entrada en crisis de numerosas empresas
estatales. A estas circunstancias sociales y económicas
debe añadirse el simbolismo del año 1989,
año de la serpiente en el calendario chino, y en el que
coincidían varias efemérides importantes, al
cumplirse el 40º aniversario de la proclamación de la
República Popular y el 70º aniversario del Movimiento
del Cuatro de Mayo, así como el bicentenario de la
Revolución
Francesa. Aludiendo a estas efemérides, el más
famoso disidente político del momento, el
astrofísico Fang Lizhi, envió una carta a Deng
Xiaoping firmada conjuntamente con otros 90 intelectuales en la
que reclamaba la liberación de disidentes
políticos, en particular de Wei Jingshen, en
prisión desde hacía diez años por su defensa
de la democracia
como "quinta modernización".

Aunque Deng Xiaoping rechazó tales peticiones, la
situación internacional en la que las políticas de
glasnost y perestroika de la Unión Soviética
estaban transformando los regímenes de Europa del Este,
amenazaba con extenderse a China, donde cada vez eran más
habituales las críticas públicas a los dirigentes.
Todo parecía indicar que se podían reproducir las
protestas estudiantiles de diciembre de 1986 y, en efecto,
así fue.

El detonante de las nuevas protestas, que serían
mucho más intensas y multitudinarias que las de 1986, fue
la muerte de Hu Yaobang, el antiguo secretario general del
Partido, desalojado del poder en 1987 precisamente por sus
intentos de diálogo
con los manifestantes. Hu fallecía en Pekín el 15
de abril y varios miles de personas se congregaron dos
días después en la Plaza de Tian'anmen de la
capital china en homenaje a su memoria. Las
manifestaciones fueron aumentando en días sucesivos y
durante el mes de mayo se extendieron a muchas otras ciudades
chinas. La publicación a finales de abril de un duro
editorial en el Diario del Pueblo, el órgano del Partido
Comunista, en el que se calificaban las protestas de "actos
delictivos", no hizo sino aumentar el apoyo a los actos de
protesta. El hecho de que ese editorial en el Diario del Pueblo
se publicara mientras el secretario general del Partido Zhao
Ziyang se encontraba en visita oficial a Corea del Norte parece
indicar que fue obra del sector conservador del Partido, en un
momento en el que el propio Buró Político se
encontraba sumido en una profunda división entre dos
facciones. Por un lado, Zhao Ziyang estaba dispuesto a tener en
cuenta las peticiones de los manifestantes, mientras que, por
otro lado, el primer ministro Li Peng defendía la
necesidad de atajar las protestas mediante la intervención
de la policía o, incluso, como ocurriría
finalmente, del Ejército. El anciano líder Deng
Xiaoping parece haber vacilado en su apoyo, pero finalmente
acabaría respaldando al sector representado por Li
Peng.

Las protestas en la Plaza fueron seguidas con atención por los medios de
comunicación de todo el mundo, en gran medida gracias
al envío masivo de corresponsales a Pekín para
cubrir la histórica visita del líder
soviético Mijaíl Gorbachov en mayo de 1989. Esta
visita suponía la reconciliación de las dos grandes
potencias del bloque socialista. Sin embargo, la presencia de los
manifestantes en la plaza obligó a cancelar los actos
oficiales en la misma, y Gorbachov apenas pudo salir de su
hotel durante su visita oficial de
tres días de duración.

La humillación que supuso para el régimen
chino no poder celebrar los actos programados durante la visita
de Gorbachov, mientras las televisiones de todo el mundo
retransmitían lo que ya muchos consideraban la
caída del comunismo en China, despertó la ira de
Deng Xiaoping y de los miembros más veteranos del
Buró Político, como Chen Yun, Peng Zhen y Yang
Shangkun. El 17 de mayo, en una reunión al más alto
nivel, se decidió la destitución inmediata del
secretario general Zhao Ziyang. El 19 de mayo, mientras las
protestas se extendían por toda China, Deng viajó a
Wuhan, donde presidió una reunión de la
Comisión Militar Central. Algunas fuentes
afirman que se habría llegado a elaborar un plan para
trasladar la capital provisionalmente a Wuhan en caso de que el
Gobierno llegara a perder el control sobre
Pekín.

Tranquilizado por el apoyo del Ejército tras la
reunión de Wuhan, Deng Xiaoping ordenó a Li Peng
que declarara la ley marcial en Pekín el 20 de mayo.
Durante los días siguientes, Deng Xiaoping, junto a Li
Peng y al presidente Yang Shangkun, dirigió la
operación militar para acabar con las protestas. Unos
300.000 soldados fueron desplazados a Pekín, y tomaron
posiciones en las afueras de la ciudad.

Finalmente, en la noche del 3 de junio, el
Ejército comenzaba la operación. Los tanques
entraban en la ciudad y se dirigían hacia la Plaza. Los
enfrentamientos se sucedieron durante las primeras horas de la
madrugada del 4 de junio. A las 6 de la mañana, la
operación se daba por finalizada y el Ejército
procedía a retirar de las calles los cuerpos de las
víctimas mortales. Los cadáveres fueron trasladados
al cementerio de Babaoshan, donde fueron incinerados sin que se
permitiera ningún registro ni
contabilización de los fallecidos. No se sabe
cuántas personas perdieron la vida en el incidente. Las
estimaciones varían desde 400 hasta más de 3000,
según las fuentes.

La represión violenta de las manifestaciones en
Pekín puso fin a la oleada de protestas en el país
y, durante los años siguientes, condenaría al
ostracismo internacional al régimen chino, blanco de
fuertes críticas de la opinión pública
internacional. En cualquier caso, el régimen había
evitado el destino de los regímenes de Europa del Este y,
recuperada la estabilidad política, el sector
ideológica y económicamente más conservador,
representado por Li Peng y Chen Yun, defendió una marcha
atrás en las reformas económicas de tipo
capitalista. Sin embargo, Deng Xiaoping, aunque había
acabado apoyando al sector conservador, seguía creyendo en
la necesidad de mantener y, aun más, acelerar el ritmo de
reformas económicas. Su desconfianza en los conservadores
parece haber sido la razón por la que eligió como
nuevo secretario general del Partido y como sucesor a un
político poco conocido, Jiang Zemin, el alcalde de
Shanghai que había logrado un fuerte desarrollo
económico en esa ciudad durante la última
década, y que había conseguido mantener el orden
público en Shanghai mientras se sucedían las
protestas en Pekín y otras ciudades chinas.

China después de
1989

En los años inmediatamente posteriores a 1989, la
República Popular China hubo de enfrentarse a una
situación de aislamiento internacional y de incertidumbre
política. Mientras sufría las sanciones
económicas ocasionadas por el rechazo internacional a la
intervención armada en la Plaza de Tian'anmen, los
líderes veían con inquietud la caída de los
regímenes del bloque socialista en Europa. Al final de
1991, la propia Unión Soviética se desintegraba en
una multitud de nuevos Estados que abandonaban la
ideología del comunismo. Incluso la República
Popular de Mongolia, territorio antaño reivindicado como
chino, abandonaba el comunismo y se convertía en la
República de Mongolia.

Ante los acontecimientos que se sucedían en el
mundo, la prioridad para el Partido Comunista de China era el
mantenimiento
del orden y de la estabilidad política. Mientras que
algunos, encabezados por Li Peng y Chen Yun, defendían una
paralización de las reformas económicas y un
retorno a un mayor control del Estado sobre los medios de
producción, Deng Xiaoping apostaba por la
continuación de las reformas económicas como manera
de recuperar el crecimiento económico y sentar las bases
de una sociedad china próspera bajo una autoridad fuerte y
estable.

La confirmación de que las reformas
económicas eran irreversibles se produjo en enero de 1992,
durante la llamada "inspección del sur" de Deng Xiaoping.
En una visita que inicialmente fue silenciada por los propios
medios de comunicación chinos, al parecer por la
sorpresa que provocó a muchos líderes del Partido,
que discrepaban de las ideas económicas de Deng, el
anciano líder visitaba las ciudades sureñas de
Shenzhen y Guangzhou, en el delta del río de las Perlas.
Ésta era la zona que más se había
beneficiado de la apertura económica, y durante su visita,
Deng pronunció discursos en los que afirmaba que el
desarrollo
económico, dentro del modelo del "socialismo con
características chinas", era la máxima prioridad
del Gobierno. Las palabras de Deng dejaban claro que el proceso de
reformas y apertura económica debía continuar e
intensificarse. Unos días después, reiteraba estas
ideas en Shanghai. El modelo de las zonas económicas
especiales, con regímenes fiscales diferentes al resto del
país y en las que se favorecía la inversión
extranjera, que se había aplicado en unas pocas
ciudades del sur, como Shenzhen, se extendía a nuevas
ciudades por toda la costa de China, y a la zona de Pudong en
Shanghai. Deng reconocería como uno de sus mayores errores
el no haber convertido a Shanghai en zona económica
especial muchos años antes.

En octubre de ese año, se celebraba el XIV
Congreso Nacional del Partido Comunista de China, en el que el
secretario general Jiang Zemin se vio respaldado como sucesor de
Deng y abogó por la profundización en las reformas
económicas y por la construcción de una "economía
socialista de mercado". El hecho de que China apostara
claramente por las reformas económicas de estilo
capitalista y por la apertura de sus mercados a la
inversión de capital extranjero, mientras
se empezaban a relajar las sanciones económicas, dio lugar
a un incremento espectacular en las inversiones extranjeras y a
un crecimiento económico sin precedentes, especialmente en
las zonas costeras del sureste. En 1992, el producto
interior bruto del país crecía un 12%, en 1993 un
14%, y en 1994 de nuevo un 12%. La gestión de la
economía estaba desde 1992 bajo la responsabilidad de Zhu
Rongji, político considerado parte de la facción de
Shanghai, como Jiang Zemin, y que años más tarde
sucedería a Li Peng como primer ministro. En 1993, Jiang
asumía los cargos de presidente de la República
Popular y de presidente de la Comisión Militar Central,
con lo que consolidaba su ascenso al poder como sucesor de Deng,
el cual, ya muy anciano y con dificultades para expresarse,
dejaba así las riendas del país a la nueva
generación de líderes reformistas en detrimento del
sector conservador del Partido.

Víctima de la enfermedad de Parkinson y de
su avanzada edad, Deng Xiaoping fallecía en Pekín
el 19 de febrero de 1997, apenas unos meses antes de que se
cumpliera uno de sus grandes sueños, la
restauración de la soberanía china sobre Hong Kong. El 1 de
julio de 1997, según lo acordado muchos años antes
por Deng Xiaoping con Margaret Thatcher, la bandera
británica se arriaba definitivamente en Hong Kong, que se
convertía en región administrativa especial de la
República Popular China. Dos años después,
el 20 de diciembre de 1999, Macao, tras más de cuatro
siglos de presencia portuguesa, pasaba a ser la segunda
región administrativa especial.

Tanto en Hong Kong como en Macao se aplicaría el
modelo de administración conocido como "un
país, dos sistemas", lema
acuñado por el propio Deng Xiaoping con el que se
designaba la convivencia de dos sistemas económicos
diferentes, el socialismo con características chinas de la
China continental y el capitalismo legado por los europeos en
Hong Kong y Macao. El objetivo
declarado de este sistema era ofrecerlo también a
Taiwán como una opción atractiva para los
ciudadanos de la isla para la reunificación nacional. A
pesar de los contactos durante la década de 1990,
Taiwán, la llamada "provincia rebelde", se mantenía
bajo la soberanía de la República de China, en una
separación política que duraba ya cincuenta
años, y que ha continuado hasta el día de
hoy

Tras la muerte de Deng Xiaoping y la recuperación
de la soberanía sobre Hong Kong, la economía china
continuaba su crecimiento vertiginoso. Las dudas de que este
crecimiento, amenazado por problemas como la creciente tasa de
inflación y la falta de competitividad
de muchas empresas públicas, pudiera mantenerse, se vieron
agravadas por la crisis financiera asiática de 1997.
Aunque la crisis comenzó en el sureste asiático,
sus efectos pronto afectaron a Corea del Sur, a Taiwán y a
Hong Kong y se extendieron los rumores sobre la inevitable
depreciación de la moneda china, el
renminbi. Sin embargo, en contra de los pronósticos de la prensa
económica extranjera, la solidez del crecimiento
económico chino, apoyado en las políticas
diseñadas por Zhu Rongji, permitió a China evitar
la depreciación de su moneda y salir muy fortalecida de la
crisis financiera que asoló al resto de Asia
Oriental.

En el plano ideológico, Jiang Zemin
enunció su teoría
de la Triple Representatividad, según la cual el Partido
debía representar a las "fuerzas productivas avanzadas", a
la "cultura
avanzada de China" y a "los intereses de la mayoría del
pueblo". La importancia de esta teoría, que ha sido
promovida como parte del acervo ideológico del Partido,
junto a los pensamientos de Mao Zedong y de Deng Xiaoping, radica
en que, por vez primera, el Partido Comunista abandona la idea de
la lucha de clases, según la cual representaría a
la clase de los
campesinos y los trabajadores, y pasa a representar simplemente
los intereses económicos y de progreso del país.
Ésta es la interpretación más habitual y la
justificación de que el Partido Comunista, a partir de la
época de Jiang Zemin, haya aceptado entre sus miembros a
representantes de la clase empresarial, como muchos hombres de
negocios de
Hong Kong que en la actualidad ocupan cargos en el Partido. De
esta manera, en los últimos años del siglo XX el
sistema
político chino completaba una transición
iniciada en la época de Deng Xiaoping pasando de un modelo
de inspiración soviética a un modelo de
autoritarismo político combinado con capitalismo
económico similar al que se aplicó en países
asiáticos como Singapur o Malasia.

A principio del siglo XXI, se confirmó el relevo
generacional en la cúpula de poder de la República
Popular China. Entre los años 2002 y 2004, Jiang Zemin fue
reemplazado en todos sus cargos por su sucesor Hu Jintao, el
actual presidente de la República Popular China, que ha
consolidado así su posición como máximo
líder chino. Hu, al igual que el actual primer ministro
Wen Jiabao, pertenece a la cuarta generación de
líderes comunistas chinos. Bajo su liderazgo, la
economía china ha continuado su expansión. El
producto interior bruto, excluyendo a Hong Kong y Macao, ha
rebasado en los últimos años a potencias
económicas como Italia, Francia y el
Reino Unido, lo cual ha convertido a la República Popular
China en la cuarta mayor economía del mundo tras Estados
Unidos, Japón y Alemania.
Durante el mes de marzo de 2006, se anunció que las
reservas de divisas
extranjeras de la República Popular, incluso descontando a
Hong Kong y Macao, se habían convertido ya en las
más grandes del mundo por delante de las de
Japón.

 

Así, tras casi sesenta años de
República Popular, y a pesar de las muchas convulsiones
sociales y políticas que han sacudido la sociedad china,
el país que en 1949 se encontraba devastado por la guerra
y la miseria ha pasado a ser, a comienzos del nuevo siglo, una de
las grandes potencias emergentes en el mundo. Son muchos los
retos a los que se enfrenta China en el futuro, tales como la
evolución de su sistema político, la
creciente disparidad de riqueza entre las regiones y entre el
medio urbano y el rural, la presión
demográfica, así como la tensión
política y militar por el status no resuelto de
Taiwán. A pesar de ello, la prosperidad material y los
enormes avances en campos como la tecnología, la educación y la
sanidad sitúan a China ante uno de los momentos más
brillantes y esperanzadores de su larga
historia.

Bibliografía consultada
para el Capítulo II

Página web de
Wikipedia

Bregolat Obiols, Eugenio (2007); La segunda
revolución china, colección Imago Mundi.
Barcelona;
Ediciones Destino.
Barcelona

Ceinos, Pedro (2006); Historia breve de China;
Madrid; Silex
ediciones..

Domenach, Jean-Luc (2006), ¿A donde va
China?, colección Paidós Historia
Contemporánea. Barcelona: Ediciones Paidós
Ibérica..

Freches, Jose (2006), Erase una vez China,
colección Gran Austral (Espasa). Madrid:
Espasa-Calpe..

Gernet, Jacques (2007), El mundo chino, Barcelona:
Editorial Crítica..

Lovell, Julia (2007), La Gran Muralla: China
contra el mundo (1000 a.C.-2000 d.C.), Barcelona: Editorial
Debate..

Martinelli, Franco (1975), Historia de China, dos
volúmenes. Barcelona: Editorial de
Vecchi.

Olle I Albiol, Manel (2005), Made in China: el
despertar social, político y cultural de la China
contemporánea; Colección Imago Mundi. Barcelona;
Ediciones Destino.

De todo un
poco, como en botica

Territorio

La civilización china es una de las
más antiguas del mundo, con aproximadamente 5.000
años de existencia. Su origen se interna en lo más
profundo de los tiempos y fue el precursor de significativos
descubrimientos científicos y técnicos dentro de
sus fronteras.

La superficie de su territorio es el tercero
más importante del mundo y el porcentaje de
ocupación sobre el continente asiático es casi de
un 25% sobre el total, teniendo límites
políticos con catorce países.

Obviamente, debido a su extensión ofrece
diversidad de geografías, que oscilan entre las cumbres
eternamente nevadas de la cadena del Himalaya "el techo del
mundo" , llanuras con gran caudal habitacional en el norte, una
costa subtropical en el sudeste y grandes extensiones
desérticas como el desierto de Gobi, que linda en el
límite suroccidental con Mongolia.

Por ello, climas antagónicos son usuales en
su territorio. El monzón de verano trae calor, humedad
y lluvias torrenciales que incluyen huracanes y tifones, que
muchas veces concluyen en inundaciones en el sudeste; y por otro
lado, los vientos provenientes de Siberia barren el norte y oeste
del país con temperaturas heladas y nevadas dando lugar a
una flora de estepa, que luego se transforma en un desierto solo
abatidos por el viento y la soledad.

La llanura de Manchuria, a continuación del
límite del desierto de Gobi, tiene ricos suelos
agrícolas y a su sudoeste rodeando el golfo del río
Bo Hai se halla una importante ensenada, bañada por el mar
Amarillo. Beijing (Pekín), capital de la República
Popular China se afinca sobre esta llanura densamente
poblada.

Nos encontramos con datos que reflejan las
realidades mencionadas. El régimen de precipitaciones
anuales en Hami es de 33 mm anuales y en Guangchou de 1.681 mm
anuales.

Contamos con el monte Everest con 8.848 metros de
altura y la depresión
de Turfan con 154 metros por debajo del nivel del mar. O sea que
es un país repleto de contrastes geográficos,
debido a su extensión.

Población

El índice de densidad de
población media es irrisorio porque hay vastas extensiones
del interior del país, relacionadas con los desiertos o
con las montañas del Tibet están
prácticamente despobladas, con índices de
población paupérrimos.

La densidad media la encontramos en los valles de
los ríos principales Amur, Amarillo, Azul y Si kiang, con
cultivo intensivo del arroz.

La macrocefalia de las ciudades es parcial debido
a la extensión territorial y a la existencia de varias
ciudades con poblaciones que superan los cinco millones de
habitantes.

Shangai, Beijing, Macao, Cantón, Hong Kong,
Nankin, Tianjin son núcleos urbanos costeros con alta
densidad, solo igualada por la región de Sichuan en las
estribaciones orientales del Tibet, con la influencia del
río Yan tse kiang, que permite una producción
agrícola ponderable.

El 92% de la población china es de la
etnia
han ; el resto está disperso entre 55
grupos

étnicos diferentes y la lengua oficial
es el chino mandarín, aunque se conservan infinidad de
dialectos.

El hábitat
rural no se aviene a un modelo único, sino que conviven
agricultura de subsistencia, intensiva de tipo asiática,
orientada al cultivo del arroz en tierras anegadizas con zonas
donde la introducción de maquinaria agrícola
está en pleno apogeo.

Superadas las limitaciones de la Revolución
Cultural, donde las tierras eran estrictamente comunales,
aquellos labriegos que cultivan parcelas "propias" pueden vender
libremente su producido en los mercados dando lugar al inicio de
la capitalización por una incipiente burguesía, que
generalmente terminan emigrando a las ciudades en búsqueda
de mejores oportunidades laborales, generalmente en el comercio, y
que conforman la nueva clase media china.

La migración
interna es muy elevada con riesgos de
superpoblación urbana, por lo que la creación de
ciudades nuevas canalizan y ordenan la migración coartando
el acceso a las grandes urbes al borde del colapso
habitacional.

La población migra a las urbes en busca de
trabajo y se destacan de los vecinos radicados en su tez tostada,
fruto de largas jornadas al aire libre bajo
los rayos del sol. Baja extracción social y carencia de
sofisticación es el estereotipo.

Blancura en Asia equivale a juventud y pureza y
hace atractivas a las féminas para los donjuanes
orientales.

Por eso los habitantes de las ciudades quieren
tener la piel clara,
diferenciándose de los campesinos, a quienes de
algún modo soslayan, o al extremo,
desprecian.

Al contrario de lo que sucede en Occidente, donde
una piel bronceada es sinónimo de salud y sensualidad; cuando
no símbolo externo de una clase que puede darse a la
ociosidad, en Asia acuden a todos los arbitrios inimaginables
para no broncearse y tener la piel clara. Este concepto de clase
está siendo tomado por la cultura asiática entre
los nuevos ricos, adoptando el criterio de que la piel bronceada
es signo de status y no motivo de
vergüenza.

De acuerdo con la firma de investigación de mercado AC Nielsen, el 30%
de las mujeres chinas usa productos para
aclarar la piel. Ese porcentaje es del 20% en Taiwan y del 18% en
Japón y Hong Kong.

En Filipinas y Thailandia donde la piel de sus
habitantes es más oscuro, los porcentajes anteriores son
ampliamente superados.

La consultora Synovate dice que el 50% de las
filipinas y el 33% de las coreanas utiliza lociones blanqueadoras
de la piel.

La venta de cremas
blanqueadoras tuvo un incremento del 30% entre 2005 y 2006 en el
mercado
global, y ese crecimiento se explica parcialmente por las
ventas en el
Lejano Oriente, nuevo consumidor de
cosméticos de belleza.

Los planes de desarrollo de las ciudades extraen
capitales y habitantes al campo, sosteniendo un éxodo
rural, que a la postre ahondará en la densidad
poblacional.

Mientras que en 1950 la población urbana
era del 13% ahora es del 40% y se espera que alcance el 60% en
2030.

El crecimiento demográfico vegetativo es
elevado, fundamentalmente debido a que parte de una
población de 1.300 millones de habitantes. Asimismo el
aumento de la calidad de
vida, en especial por la alimentación y
condiciones sanitarias ha impactado sobre los índices de
mortalidad infantil que involucionan progresivamente, en conjunto
con la elevación de la esperanza de vida, que supera los
70 años.

Política
demográfica

Los marxistas sostienen la hipótesis de que el crecimiento
económico y el aumento de la productividad
permiten un crecimiento demográfico continuo, que apalanca
a nuevo crecimiento en un círculo
virtuoso.

Sin embargo la política demográfica
de China es antinatalista, coincidiendo con Malthus, que
allá en 1798 expuso su teoría de que los recursos
crecían aritméticamente, sujetos a la ley de los
rendimientos marginales decrecientes, mientras que la
población crecía geométricamente, marchando
inevitablemente hacia el colapso.

Por lo tanto abogaba por el control de la
natalidad. Sus predicciones no han sido validadas por la
realidad, dado que la ciencia y
la tecnología han contribuido para consolidar un
espectacular crecimiento de la productividad, en todos los
órdenes.

Paradojalmente, el incremento económico y
las mejores condiciones de vida estimulan a una reducción
voluntaria de la natalidad.

Los medios estatales chinos auguran un
módico baby boom, advirtiendo conjuntamente la
"bomba de tiempo social" que cada vez más hombres tengan
problemas para conseguir esposa dada la disparidad de
géneros en la población.

Durante la década del 70, el gobierno
impuso una legislación restrictiva de la natalidad
permitiendo tener un solo hijo, que se flexibilizó en
1984, permitiendo a la población rural tener un segundo
hijo si el primero era una niña.

Algunos agentes de derechos humanos
claman que esa política incrementó el infanticidio y
el aborto
selectivo.

Según cifras oficiales nacen 119 varones
por cada 100 mujeres.

Las familias piensan que a las hijas hay que
mantenerlas y educarlas hasta la edad de casarse y cuando lo
hacen, ingratas ellas, se vuelcan hacia la familia de
los maridos. Lo cual sería una inversión con
rentabilidad
negativa.

Pero la atávica capacidad de supervivencia
de las niñas es sorprendente.

Médicos de distintos países
operarán en breve a una vecina de Kunming para extraerle
veintitrés agujas alojadas en su cuerpo desde hace
años.

Se presume que el motivo de las veintitrés
agujas de 2,5 centímetros alojadas a lo largo de todo su
cuerpo se deben al enojo de los abuelos que no querían
niñas en casa y pretendieron eliminarla, sin contar con la
fortaleza y tesón propios del género
femenino.

La flexibilización de las normas en el
ámbito rural fue el remedio encontrado para evitar,
justamente el envejecimiento de la población y la
disparidad de géneros, dada la preferencia cultural por
tener hijos varones.

En el amplio segmento entre los 15-29 años
para el año 1995 eran solteros el 51,54%, mientras que
para 2005 es del 65,89% para igual segmento.

China no ha podido evitar la emulación de
nuestro doméstico "Gente que busca Gente" obligando a
emitir por parte del Gobierno chino la normativa para regular las
agencias matrimoniales y de citas on line en Internet.

Seis mil páginas web dan
información a 130 millones de internautas, más
20.000 agencias y clubes matrimoniales prestan idéntico
servicio a quienes quieren internarse en las delicias conyugales
antes de los veintiséis años de edad, que
reditúa a las celestinas ingresos por 80
millones de dólares.

Nunca nos va a dejar de sorprender que cuando la
mitad de los seres humanos quieren entrar, la otra mitad
está dispuesta a salir.

Las medidas permisivas para tener más de un
hijo en las zonas rurales ha sido, a pesar de las prohibiciones,
burlada por los pobladores ricos de las ciudades, que no se
amedrentan por las advertencias del Gobierno de Beijing, que ya
ha amenazado con imponer calificaciones negativas en sus
antecedentes crediticios a los díscolos.

La instauración análoga de una
central de "control de cantidad de hijos" será instaurada
en el Banco Popular de
China, para poner en evidencia a los rebeldes, que violen las
normas de planificación
familiar oficiales.

Se ven compelidos a utilizar este recurso debido a
que el crecimiento de los salarios del
grupo familiar
habilitó a las parejas para hacer frente a las multas
oficiales.

China tiene una población estimada en 1.300
millones de habitantes, representativa del 20% del total de la
población mundial, y cada año 10 millones de nuevos
vástagos ven la luz en el imperio
naciente.

Con el objetivo de evitar un colapso
demográfico, social , económico y medio-ambiental
se ha planificado que la población se mantenga debajo de
lo 1.360 millones para el 2010 y debajo de los 1.450 millones
para el 2020.

La disparidad poblacional entre los
géneros, ante tanta oferta
femenina disponible ha recuperado costumbres ancestrales y acuden
a las segundas – o más- esposas, antes conocidas como
concubinas; ahora llanamente denominadas
amantes.

El People´s Daily anunció que Pang
Jiayu, vicejefe del cuerpo asesor político de la ciudad de
Baoji en la provincia de Shaanxi fue alejado de su cargo y
expulsado del Partido Comunista, por tener once amantes, que lo
denunciaron dando origen al episodio.

No es el primer caso, sino que es por lo menos el
cuarto de hechos similares, siempre denunciados por las segundas
esposas despechadas.

Una encuesta
reciente acusa que el 90% de los funcionarios acusados de
corrupción grave en los últimos
cinco años tenían varias amantes.

La noticia, en rigor de verdad desnaturaliza
nuestra presunción de que tales aconteceres se
debían a una excesiva oferta, pero parece ser que el viril
funcionario convencía a las esposas más atractivas
de sus empleados para que se convirtieran en sus amantes a cambio
de ascensos muy bien remunerados de sus
esposos.

Parece ser que los esposos no hicieron buen uso de
sus flamantes cargos incurriendo en hechos de sobornos, por lo
que fueron condenados a muerte, lo cual desató la ira de
las esposas, que se dieron al sacrificio para alcanzar un mayor
bienestar hogareño.

El "alcalde bragueta" como se lo conocía a
Pang será severamente castigado, promete la
Comisión de Disciplina del
Partido Comunista chino.

Los nuevos vientos que barren las ciudades chinas
tienden a la occidentalización de las costumbres y ello se
puede observar, por ejemplo, en las playas de Quingdao, en la
provincia de Shandong donde las novias de impecable blanco hacen
sus producciones fotográficas al lado del mar; vestimenta
antigüamente roja para ambos novios.

Esta juventud que incide en el matrimonio
comienza con la generación que vivió la adolescencia
posteriormente a la masacre de la Plaza de la Paz Celestial
-Tiananmen-

Mao Tsé tung es un personaje de historia,
como lo es Perón para
los jóvenes argentinos o Roosevelt para los
americanos.

Entre los menores de treinta años, la
Revolución Cultural, el budismo y la vida
bajo el régimen ocupan un bajo porcentaje en sus vidas; el
resto es todo occidentalización.

Ese es el entorno entrevisto en las urbes costeras
chinas.

Edificación

La arquitectura
china se caracterizaba por la distribución del espacio en unidades
rectangulares que se unen para formar un todo.

En la arquitectura tradicional china, la
distribución de las unidades espaciales se rige por los
principios de equilibrio y
simetría. El eje constituye la estructura
principal, siendo que las estructuras secundarias se
sitúan a ambos lados del eje formando el patio central y
las habitaciones principales.

Tanto las viviendas como los edificios oficiales,
templos y palacios se ajustaban a este principio
fundamental.

En las viviendas tradicionales, por ejemplo, las
habitaciones se asignan según la posición de cada
persona en la jerarquía familiar. La cabeza de familia ocupa el
cuarto principal, los miembros de mayor edad de la familia de
éste viven en la parte de atrás y los más
jóvenes, en las alas izquierda y derecha; los más
mayores en la izquierda y los más jóvenes en la
derecha.

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