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"Democracia", con mayúsculas (página 2)



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Sabemos que los supuestos de libre elección atribuibles
hoy a la democracia no
se cumplen en la mayoría de los países del mundo,
siendo más marcada esta imagen en los
países del Tercer Mundo. La apologización de la
democracia, a la que recurre frecuentemente la clase política
contemporánea, no tiene más sentido que inscribirla
dentro de aquel contexto intelectual que se ha plegado a las
concepciones liberales de hacer política, esto es,
orientada a preservar el poder en el
ámbito de una elite minoritaria y clasista. Un plegamiento
que valora la vida política sólo como una
asociación meramente instrumental, cegándose ante
la esencial importancia de la participación ciudadana activa en la vida
pública.

Considerando las actuales realidades en que se desarrolla y
desenvuelve la democracia en el mundo, fijemos la mirada en el
propio Estados Unidos,
el que según la propaganda es
el ejemplo de democracia en el mundo. Una de las mayores falacias
e invenciones de la propaganda política, porque…
¿Qué diferencia puede haber en Estados Unidos entre
el partido Republicano y el Demócrata?…En estricto
sentido, allí todo obedece a un pensamiento
similar, no existen opciones diferentes como expresión de
lo que debe ser en sí la posibilidad democrática.
Es sabido que la democracia norteamericana se encuentra muy lejos
del pluralismo político e ideológico que le es
intrínseco y consustancial a un proceso
verdaderamente democrático, del momento que no existen
allí grandes movimientos políticos e
ideológicos con una fisonomía marcadamente
diferenciada entre unos y otros.

Si se supone que un republicano se distingue de un
demócrata, no por las determinaciones básicas de
las ideologías que les subyacen, sino por el tono de su
agresividad respecto al modo de encarar ciertos temas, sin
embargo, ese tono ha resultado ser intercambiable entre uno y
otro referente político de acuerdo a circunstancias no
previstas y no explicables dentro de una racional lógica
política. Valgan como ejemplos, la abortada
invasión a Cuba cuya
operación fue aceptada, promocionada y financiada por un
prominente demócrata como Jhon Kennedy; la Guerra de
Corea, iniciada por Truman y terminada por Eisonhower; la
sostenida agresión a Vietnam, los acuerdos sobre desarme,
el reconocimiento de la
República Popular China,
etc.

No se puede partir entonces desde un marco puramente
reduccionista para explicar o comprender la democracia, del
momento que ésta no puede soslayar elementos
valóricos de profundidad que la tienen que sustentar.
Porque como bien lo ha apuntado Eduardo Saffirio: "quienes
sustentan el vaciamiento ético del régimen
democrático o su reducción a un simple conjunto de
procedimientos
neutros, se equivocan respecto de las razones profundas que
están tras las instituciones
democráticas". Y no deja de tener razón, si
pensamos que una democracia para que sea real, requerirá
del acuerdo "consciente" y del apoyo "activo" de los ciudadanos,
basado en la persuasión "racional" y no en la
"coerción" o "manipulación" como ha estado
ocurriendo hasta ahora.

De otra parte, en tanto subsista una multiplicidad de grupos que pueden
navegar entre lógicas antagónicas, resulta
contradictorio negarles sus derechos a las
lógicas minoritarias por el simple hecho que así lo
haya determinado una mayoría. Por eso, solucionar la
democracia mediante un puro procedimiento de
suma y resta aparece hoy bastante mezquina. Y es en este cuadro
cuando una democracia más participativa que representativa
debe empezar a tomar vuelo.

Delegación y participación; nada de antagonismo
sino complemento enriquecedor. La somera enumeración de
caracteres distintivos de la democracia, por sí
sólo no bastan. Las democracias para que sean plenas
requieren, además de otras condiciones, de la
participación efectiva de la ciudadanía. Por eso, frente al
encandilamiento de las supuestas bondades de la democracia
puramente representativa, aquí estamos los que hoy
observamos esta modalidad con desconfianza, con conciencia
crítica, porque avizoramos e intuimos de
algún modo la crisis que se
avecina.

Cabe preguntarse hoy, si la implementación
práctica de la democracia puramente representativa, ha
estado en consonancia con sus fundamentos más proclamados.
Porque cuando se proclama la libertad y
ejercicio democrático, esto es, sufragio
universal, elecciones libres, libertad de palabra, de prensa y de
pensamiento, todo ello no son más que bellas palabras para
ocultar y enmascarar una realidad distinta. Más
aún, cuando nuestras constituciones parten del supuesto de
la soberanía popular, ésta no es
más que una de las grandes abstracciones. Porque,
¿de qué poder popular se puede estar hablando
cuando el pueblo sólo es convocado a votar en las
elecciones, pero en la práctica no administra la riqueza
social ni participa de un modo directo y decisivo en la gestión
y administración de los asuntos
públicos y la economía?

Lenin escribía en su época: "Decidir una vez
cada cierto número de años que miembros de la clase
dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento:
he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo
burgués." Y no deja de tener razón cuando
examinamos a los miembros de nuestro parlamento: una elite
política minoritaria clasista, remitida casi
exclusivamente a profesionales y empresarios. Se excluyen a
vastos sectores sociales de las instancias del poder
político (obreros, campesinos, dueñas de casa,
etc.). Incluso, en países desarrollados se repite el mismo
fenómeno. Porque, ¿qué diferencia puede
haber en EEUU entre el partido Republicano y el Demócrata?
Allí, todo obedece a un pensamiento similar, no existen
opciones que sean diferentes como expresión de lo que debe
ser en sí la posibilidad democrática. El
bipartidismo tradicional en EEUU, no va más allá de
ser un mero mecanismo electoral, el elemento principal de la idea
que tienen las elites sobre la democracia política. Como
bien se dice, no hay nada más parecido en EEUU que un
demócrata a un republicano.

Ya Aldous Huxley explicaba, en su tiempo, los
signos vitales
de la contradicción del régimen llamado
democrático describiendo la campaña electoral de
1956 en los siguiente términos: "…Están
movilizados y puestos en función
todos los recursos de la
psicología
y de las ciencias
sociales. Representantes minuciosamente seleccionados de
entre los electores se someten a entrevistas en
profundidad. Estas entrevistas revelan temores y deseos
subconscientes que prevalecen en la sociedad en el
momento de las elecciones. Frases e imágenes
orientadas a debilitar o, si es necesario, reforzar estos temores
y satisfacer estos deseos, son seleccionados por los peritos; se
prueban en los electores y en los auditorios, y se perfeccionan a
la luz de la
información obtenida de este modo.
Después de eso, se desenvuelve la campaña
política en las masas. Lo que se necesita ahora es
dinero y un
candidato que parezca "sincero". En estas condiciones, los
principios
políticos y los planes de acción
específica pierden la mayor parte de su importancia.
La
personalidad del candidato y el modo en que es presentado por
los expertos son las cosas que determinan realmente el éxito"

Ahora bien, si bien en nuestra región ha habido una
creciente vuelta a gobiernos elegidos por el voto popular, el
acto eleccionario no ha podido garantizar el término de
los problemas que
surgieron tras las cruentas dictaduras militares. Por el
contrario, la democracia coexiste con la secuela de las
violaciones a los DDHH y comparte las penurias originadas en la
situación de dependencia del sistema
institucional al que estamos adaptados. Aún así,
nos encontramos en un momento en que el discurso
político pretende hacer vigente el dogma de que el
poder político y la soberanía radican en los
pueblos. Sin embargo, asistimos al espectáculo de la
existencia de regímenes autoritarios -lo sean o no en su
forma democrática- que atentando permanentemente contra
derechos fundamentales, no se atreven a reconocerlo y, más
aún, pretenden avalarse en los principios representativos
de la democracia.

En sus efectos prácticos, las elecciones no han sido
otra cosa que la máscara utilizada por el liberalismo
para producir la ficción de una participación
popular en el gobierno lo que
ciertamente, de ningún modo, se cumple. Porque si bien el
pueblo vota, éste no tiene ninguna incidencia en el manejo
de los asuntos públicos ni tan siquiera en los asuntos de
los problemas vecinales.

De otra parte, al imponer a los ciudadanos los mismos valores, las
mismas tendencias culturales, las mismas ideas políticas,
el mismo tipo de consumo, las
modas, los gustos, etc., éstos se mostrarán
incapaces de elegir cualquier cosa por sí mismos.
Percepcionando muy bien este aspecto, Zbigniew Brzezinski ha
señalado que: "En la sociedad tecnotrónica, el
rumbo al parecer lo marcará la suma del apoyo individual
de millones de ciudadanos incoordinados que caerán
fácilmente dentro del radio de
acción de personalidades magnéticas y atractivas,
quienes explotarán de modo efectivo, las técnicas
más recientes de comunicación para manipular las emociones y
controlar la razón".

Esta reflexión revela la realidad actual en que
vivimos. Ello se debe a que la democracia, en su actual modalidad
y fase, contiene todos los elementos para dar curso al ejercicio
de la manipulación. Manipulación no tomado como un
término del todo cerrado, sino más bien como un
concepto
asociado a la idea de que la ambigüedad en lo humano, como
realidad ontológica que lleva sobre sí el hombre, es
volcado en favor de tal o cual proyecto, o tal o
cual acción, sin que el sujeto se de cuenta de ello. Por
tal, una decisión que aparenta ser libre, no es sino la
expresión de condicionamientos inducidos que actúan
desde el lado de afuera hacia los subconscientes hasta terminar
por minar las resistencias
más estoicas. Sin embargo, reconocer la
manipulación contraría la conciencia de la adultez
y, por tanto, tal posibilidad, aunque sea un dato de la realidad
tiende a ser negado, fundamentalmente, por aquellos mismos que
son manipulados.

Ya Gramsci en sus notas referidas al carácter de la opinión
pública señalaba que cuando el Estado
quiere iniciar una acción impopular o poco
democrática, empieza a ambientar una opinión
pública que sea adocilada a tales propósitos.
Sirviéndose de los aparatos ideológicos del Estado
es capaz de crear una sola fuerza que
modele la opinión de la gente y, por tanto, la voluntad
política nacional, convirtiendo a los discrepantes en "un
polvillo individual e inorgánico." Esto quiere decir que
la adhesión "espontánea" de las masas a los
propósitos y fines del sistema, no implica una
adhesión racional y consciente, sino más bien el
resultado de un proceso compulsivo y manipulador capaz de dejar
en total estado acrítico a los que recepcionan el
mensaje.

Podemos concluir, entonces, que la democracia no se ha
cumplido ni realizado. Porque una democracia que se recubre de
eufemismos, por más que quiera, no es ni puede ser
democracia. De nada valdrán democracias tuteladas,
transitadas, restringidas, autoritarias, o de cualquier otro
título. En este sentido no debemos llamarnos a
engaño, pues, si reconocemos que en ningún
país del mundo la democracia se ha aproximado a su
último estado de cristalización, en América
Latina, a partir de ese punto nos encontramos sumamente
atrasados. Lo dicho, por cuanto la democracia de nuestros pueblos
ha tenido una evolución desdichada, regresiva, por
más que se bautice a sí misma de avanzada. Y no
podría ser de otro modo, cuando hoy día nos
gobiernan personalidades que no son elegidas ni por sus
principios ni por sus ideas, sino más bien, porque han
logrado penetrar en los subconscientes después de
agotadores bombardeos publicitarios y un buen juego de
marketing. Es
decir, elegidos de la misma manera como se elige cualquier
producto en el
supermercado.

Entonces, la democracia representativa, tal como hoy la
vivimos, es susceptible de un claro cuestionamiento, no tanto
más por lo que el poder de dinero puede producir como
agente manipulador en las voluntades de los votantes. Pensarlo
así sería un grave error, en tanto dicho hecho,
más allá de ser un factor coyuntural y detonante
del problema, forma parte consciente de todo el proceso, a fin de
preservar seculares privilegios de poder. Por eso no es
extraño que en los procesos
electorales los candidatos hagan un discurso de
izquierda pero cuando llegan al poder hacen una política
de derecha y los elegidos traicionen a sus electores al pasar a
representar intereses ajenos al mandato recibido. Estas
prácticas han llevado a que los partidos
políticos se hayan convertidos en cúpulas
separadas de las necesidades reales del pueblo y, como
contrapartida, comprometidos con los grandes intereses que
financian las campañas de sus candidatos.

Ahora bien, el hecho de que nuestro país fuera durante
décadas una isla de democracia, en medio de un continente
plagado de dictaduras, hizo que nos atribuyéramos un
cierto sentimiento de superioridad que nos impidió
percatarnos de nuestros déficits. Lo cierto es que hoy,
nos encontramos frente a una asignatura pendiente respecto de la
democracia, no hay otra manera de superar el problema que
reconocerlo y enfrentarlo. Somos -con todas las letras-
democracias excluyentes, y este proceso de exclusión lejos
de revertirse se expande y multiplica de manera alarmante. Para
percatarnos de la amenaza que la exclusión y la pobreza
significan para la democracia, reparemos por un instante en lo
que puede sentir una mujer o un
hombre que
viven en un asentamiento precario, sin saneamiento, con la
basura como
única fuente de sustento, con cinco o seis hijos a los que
no puede alimentar, ni educar, ni sanar ante una enfermedad,
rodeado de promiscuidad y violencia
inimaginables. Por cierto, en un estado así, sus
únicos destinos posibles serán el carrito para
hurgar en los desechos de otros, o recurrir al delito para
acceder a lo que la sociedad de consumo le muestra sin darle
oportunidad alguna para alcanzarlo honradamente.
¿Cuán intensa puede ser para esta enorme masa de
gente su convicción respecto a los beneficios y virtudes
de la democracia?

Lo que se requiere hoy es replantearse la construcción del concepto de democracia no
excluyente en un nivel de articulación innovador. Los valores de
libertad y de justicia
social, de tolerancia y de
solidaridad
habrán de precisarse como parte de un proyecto universal
de democracia con mediaciones a crear y fomentar desde la
sociedad
civil, pero con roles y responsabilidades intransferibles por
parte del Estado que no deberá abdicar de sus cometidos
esenciales de modo de hacer posible una Democracia con
mayúscula, con plenas posibilidades de
realización.

Es necesario revisar con espíritu crítico los
entusiasmos frívolos o livianos de "milagros
económicos" que en la región, luego de finiquitada
la ilusión, revelan su verdadero rostro: auténticos
y devastadores desastres económicos y sociales y hasta
éticos y culturales. Otra amenaza que jaquea a nuestras
democracias es el temor a la inseguridad.
El paradigma hoy
dominante provoca situaciones de inseguridad a nivel individual,
comunitario e internacional. Esta poderosa sensación que
puede sentir el ciudadano común, frente a la perspectiva
de perder el empleo o el de
no poder conseguir otro, se suma también el que se puede
sentir frente al incremento de la delincuencia
que amenaza a diario la vida individual y familiar.

Finalmente, debemos considerar el hecho de la educación. Es
evidente el valor que la
educación
tiene en la promoción de una cultura
democrática. En particular para nosotros los chilenos esto
es algo más que una elucubración teórica.
Por el contrario, es nuestra propia experiencia, nuestra historia, nuestra
tradición, la que nos ha demostrado el vínculo
estrecho e indisoluble que existe entre educación y
democracia. Nuestro país sostuvo durante décadas
una educación democrática e integradora, que supo
ser de vanguardia, y
que forjó, ciertamente lo mejor de nuestra propia identidad. La
tolerancia, el respeto, la
convivencia pacífica comenzaban a internalizarse en las
aulas de nuestras escuelas y llegaron a constituirse en
verdaderas señas de identidad como Nación.
A tal punto la educación promovió los valores y
contribuyó a desarrollar las prácticas
democráticas que aún cuando sobrevino la dictadura y
todo estaba prohibido y nada podía hacerse ni decirse en
lugares públicos, la llama se mantuvo encendida en cada
familia.
Décadas de educación universal, laica, gratuita,
obligatoria y raigambre democrática habían ganado
su batalla en nuestro país.

Educación y democracia se retroalimentaron en nuestro
país durante décadas y fue como consecuencia de
esta feliz interacción que pudimos exhibir ante el
mundo, la mejor versión de nosotros mismos.
Lamentablemente, pasada la dictadura -al contrario de lo que
pudiera haberse creído- hoy en nuestro país la
educación se ha hecho más clasista, más
excluyente, y su calidad se ha
deteriorado a límites
alarmantes, sobre todo, en las escuelas públicas y
municipalizadas.

Es fundamental detener este deterioro, relanzarlo,
vigorizarlo; volver, en suma, a convertirlo en el pivote de la
democracia y el progreso. Si este país tiene que definir
prioridades, no podemos darnos el lujo de dilapidar, por pereza u
omisión, nuestro más preciado capital,
nuestra más importante ventaja comparativa: el capital humano,
el nivel educativo, el talento y la inventiva de nuestra
gente.

Por último, la democracia no se enseña ni se
aprende en un libro, ni en
una clase de Educación Cívica, aunque puedan
cumplir un papel importante. La democracia debe cruzar
transversalmente, estar presente en las miradas plurales de la
historia, de la geografía, de la
filosofía, en las controversias suscitadas
en la evolución de la ciencia. En
las escuelas se debe vivir y respirar democracia, sin discursos, sin
retórica y sin impostaciones.

Artículo publicado en:

 

 

 

Autor:

Hernán Montecinos

Partes: 1, 2
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