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Los siete pecados capitales. ¿Insubordinación de los deseos a la razón? (página 2)




Enviado por Ingridh Vega



Partes: 1, 2

Usualmente la ira es vista como la excitación,
el apetito insaciable por la venganza, su gravedad va en ascenso
cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda
moderación racional, desbordando todo límite
dictado por una justa sentencia. Por último, la envidia es
definida como el desagrado, o pesar, que se concibe ante los
bienes ajenos,
cuando éstos son observados como perjudiciales a nuestros
intereses.

Seguramente, dichos pecados son el resultado de una
situación social desorientada que llega a confundir al ser
humano, provocando en él una serie de conductas desviadas
que, sin duda, acarrean delicados -y a la vez, interesantes-
conflictos a
la sociedad.

¿Por qué ser tan drásticos?, ¿por
queé no visualizar el "pro" en este tema, y no sólo
me refiero a sus opuestos, que son las respectivas siete virtudes
(humildad, generosidad, castidad, paciencia, caridad, templanza y
diligencia), sino a pensar en la posibilidad de que los pecados
dichos como tal son capaces, al igual que los errores, de
aportarnos enseñanzas, es decir, que debemos estar
concientes de que todos en algún momento fuimos,
estamos o seremos propensos a cometer dichos pecados?

Constantemente somos tentados por algún sentimiento de
extrema o enferma atracción a lo sexual, deseamos ser
reconocidos y alcanzar la gloria, deseamos riquezas, descanso,
buscamos complacer nuestras necesidades básicas, los
logros de los demás nos dejan insatisfechos, y explotamos
cada vez que nos sentimos irritados.

Y es normal, cualquiera insubordina los deseos a la
razón, la naturaleza
humana tiene una clara inclinación al pecado
.
Los apetitos sensitivos del ser humano tienen un movimiento
espontáneo hacia lo que la imaginación presenta
como placentero y contra de lo que se expone como doloroso.

Teóricamente podríamos hablar de una
dogmática tradicional católica, en la que se
percibe que todos los seres humanos tenemos un pecado
capital
dominante, mismo que forma buena parte de nuestra
personalidad.

Es más, la sociedad lo ha aceptado al grado de
asignarle un nombre a estas sensaciones: CONCUPISCENCIA; del
latín con – plenamente y cupere – desear.
Este término incluye los deseos desordenados de la
voluntad, y marca una
tendencia a los llamados pecados capitales.

Hace un momento comentaba que no deberíamos
avergonzarnos de aceptar que tenemos este tipo de tendencias, al
contrario, esto debería ser el primer paso para sacar a
flote aquellos códigos morales que rigen, o
deberían regir en nuestro actuar diario.

Estaremos de acuerdo en que una característica de lo
que llamamos pecado, es que dicha actividad se lleva a su punto
extremo. Por supuesto que la lujuria, la gula, pereza, ira,
soberbia, envidia y avaricia cumplen con este requisito. Sin
embargo, el poder
identificarlos diariamente nos hace partícipes de un reto:
la identificación de los vicios a los que constantemente
estamos expuestos.

Sin olvidarnos de un desafío altamente substancial, el
de cumplir un código
() en el que estamos dispuestos y
también obligados a luchar contra las pasiones malsanas,
para así poder llamarnos hombres y mujeres de buenas
costumbres.

Tal vez aún no lo tengamos claro, pero ¡por
supuesto! que estamos expuestos a cometer alguno de estos
llamados Pecados Capitales, es más, sin intención a
la agresión puedo asegurarlo.

Con el tiempo y tal
vez sin darnos cuenta, hemos aceptado los retos que esto nos
impone. Cada mañana, al despertar y NO decir: 5 minutos
más, o en el peor de los casos no permitir que esos
minutos se alarguen, nos aleja de la pereza. Al decir ¡Bien
hecho, te lo mereces!, dejamos atrás la envidia y
así sucesivamente. ¡Hasta el hecho de contar hasta
diez, nos aleja de la ira!

El punto es que con estas actitudes que
posiblemente no notemos porque nos parecen insignificantes, nos
alejamos del vicio aproximándonos cada vez más a la
virtud.

Lo curioso es que hasta en eso debemos tener cuidado, porque
seguramente podemos luchar contra la mayoría de esos
pecados, pero "jamás" contra todos. Sí, seguramente
cuestionarán esto último.

Pues permítanme decirles que cada vez que vencemos un
vicio o pecado, a la vez nos convencemos de que somos capaces de
vencer cualquier cosa, lo que nos lleva a la
Vanidad, ¡mi pecado favorito!, porque como suele
decirse, "Nadie puede resistirse a un cañonazo de mil
halagos". Y que lance la primera piedra aquél que diga lo
contrario.

 

 

Autor:

Ingridh Vega

ievkoz[arroba]yahoo.com.mx

Partes: 1, 2
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