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Monstruos y animales desconocidos. El universo onírico de la criptozoología (página 2)



Partes: 1, 2

Así, el excéntrico explorador inglés,
hace de la selva un escenario en donde toda proporción,
toda norma, queda desequilibrada. El " infierno
emponzoñado"
, como él la denomina, es el
símbolo mismo de la anarquía. Allí, la
leyes de los
hombres  y de la Naturaleza, no
tienen cabida. Todo es caos, desorden, nada es claro ni "
ajustado a derecho" . Tanto la esclavitud por
deudas (sufrida por los indios, en pleno siglo XX) como los actos
de espantosa barbarie (cometidos impunemente por los empresarios
del caucho o
fugitivos alejados de la civilización) denotan que esas
selvas son " otro mundo" , uno muy distinto de aquel del que
Fawcett salía.

Tampoco la naturaleza se manifiesta de manera " normal" . Las
descripciones que hace de animales y
plantas
están empapadas de exotismo y misterio. Serpientes,
pirañas y lagartos coprotagonizan más de una de sus
desventuras a lo largo de la obra, y en todos los casos llaman la
atención por lo desproporcionado de sus
dimensiones.

De todas las bestias que habitan el Amazonas, la anaconda
gigante
es, con seguridad, la que mayor cantidad de
historias ha desatado y Fawcett fue uno de los tantos que se
encargaron de divulgarlas.

Según el propio explorador, él mismo fue testigo
presencial de la aparición de una anaconda que
medía un total de 18 metros de largo. Un verdadero
monstruo que, al decir de los lugareños, no era el de
mayor tamaño, ya que afirmaban haber encontrado ejemplares
de 23 metros, y aún de 40 metros de longitud (por
más que los zoólogos sostengan que dimensiones como
esas sean muy poco probables y que la exageración haya
dotado a esos reptiles de una monstruosidad dimensional que
excede con creces los 9 metros científicamente comprobados
a la fecha)[2].

Pero Fawcett no se limita a la anaconda, va mucho más
allá.

Su galería de monstruos incluye también a un
" […] Tiburón de agua dulce,
enorme, pero sin dientes, de los que se dice que ataca a los
hombres y los traga, si tiene una oportunidad"

[3]; habla del Mipla, (" un gato negro
de aspecto perruno y del tamaño de un sabueso"

[4]), de " culebras e insectos
aún ignorados por los hombres de ciencia y, en
las selvas del Madidi (Bolivia), de
bestias misteriosas y enormes que han sido perturbadas
frecuentemente en los pantanos, posiblemente monstruos
primitivos
como aquellos que se han informado en otras partes
del continente"
[5].

" Monstruos primitivos" . Aquí Fawcett pega un
salto hacia la credulidad absoluta y se zambulle de lleno en el
imaginario aborigen del Amazonas (repleto de seres
extraños y demonios descriptos como antediluvianos).
él no los desecha, los incorpora a una realidad plausible
cuando escribe la siguiente pregunta retórica: " […]
¿Por qué dudar, si quedan aún tantas cosas
extrañas por descubrir en este continente misterioso?
¿Por qué, si viven insectos, reptiles y
pequeños mamíferos todavía no clasificados,
no podría existir
una raza de monstruos gigantes,
remanentes de especies extinguidas, que viviesen en la seguridad de las
vastas áreas pantanosas aún no exploradas? En el
Madidi, Bolivia, se han descubierto grandes huellas, y los indios
nos hablan de una criatura enorme, descubierta a veces
semisumergida en los pantanos"
[6].

El párrafo
anterior sintetiza, como pocos, un típico Mundo
Perdido
. Un espacio inaccesible en el que el tiempo parece
haberse detenido y los vestigios del pasado se mantienen con
vida, atentando contra todo razonamiento lógico y
evolucionista. Al respecto, quisiera desarrollar una
relación que encuentro sumamente interesante y que
probaría las íntimas conexiones existentes entre
la novela de
aventuras y el espíritu de exploración. Para ello
tendremos que dejar a Fawcett y dirigir por un momento nuestra
atención al reconocido escritor británico Arthur
Conan Doyle, célebre por su detective de ficción,
Sherlock Holmes.

Conan Doyle (1859-1930), de igual manera que P. H. Fawcett,
fue un caballero británico del Imperio, conservador,
defensor del sistema colonial
y un claro producto de la
sociedad
inglesa de fines del siglo XIX. Prolífico escritor,
publicó un elevado número de cuentos,
ensayos y
novelas que lo
llevaron a la fama y a abandonar su actividad como médico,
en la que se iniciara profesionalmente. De todos aquellos
escritos el que a nosotros nos interesa es uno titulado,
justamente, El Mundo Perdido[7],
publicado en 1912 como folletín en el Strand
Magazine
de Londres, y que se convirtiera en un
clásico dentro del género de
la novela de
aventuras.

En él, Conan Doyle relata las peripecias sufridas por
un grupo de
científicos en una expedición realizada a una
misteriosa y aislada meseta del Matto Grosso, en la que
sobrevivían especies prehistóricas, extinguidas
desde hacía millones de años. A lo largo de sus
páginas se pueden detectar claramente los prejuicios de la
época, el imaginario imperante y el atractivo despertado
por lo exótico en las mentalidades victorianas. Es, en
sí mismo, un compendio inmejorable de todas las
expediciones de ficción que se escribirían
más tarde y una fuente de inspiración para muchos
exploradores de la vida real que, imitando al personaje de la
novela (el profesor
George E. Challenger), se lanzaron en la búsqueda de
cápsulas territoriales, detenidas en el tiempo.

Fawcett fue uno de ellos y en su libro
escribió lo siguiente:

 " Ante nosotros se levantaban las colinas Ricardo
Franco, de cumbres lisas y misteriosas, y con sus flancos
cortados por profundas quebradas. Ni el tiempo ni el pie del
hombre
habían desgastado esas cumbres. Estaban allí como
un mundo perdido, pobladas de selvas hasta sus cimas, y la
imaginación podía concebir allí los
últimos vestigios de una Era desaparecida hacía ya
mucho tiempo. Aislados de la lucha y de las cambiantes
condiciones, los monstruos de la aurora de la existencia humana
aún podían habitar esas alturas invariables,
aprisionados y protegidos por precipicios inaccesibles"
[8].

Creo que no hay mejor ejemplo para reflejar el sentimiento
de insularidad
que el párrafo anterior. Pero por
más que Fawcett se esfuerce en decirnos que fueron sus
experiencias exploratorias, y sus fotografías, las que
inspiraran a Arthur Conan Doyle a escribir su encantadora
novela[9], hay ciertas discordancias
cronológicas, y paralelismos en las tramas de ambos
textos, que nos permiten sospechar que el sentido de la
influencia fue exactamente al revés: Conan Doyle fue el
que incitó la imaginación de Fawcett

Conan Doyle publicó El Mundo Perdido en
1912 y Fawcett escribió sus aventuras recién en
1924 (casi veinte años después de haber vivido las
experiencias que relataba). Si se comparan ambos textos, se
vuelve evidente que el explorador inglés organizó
todo su relato a partir del folletín del Strand
Magazine
, emulando en muchos aspectos al profesor Challenger
(personaje ficticio de Doyle en la novela). En realidad, Fawcett
es Challenger y las estribaciones de la meseta de Ricardo Franco
(Bolivia) no son otras que las de la fascinante Tierra de
Maple White
(nombre con el que Conan Doyle bautizó su
Mundo Perdido).

Basta con comparar el párrafo citado anteriormente
(1924) con el siguiente, extraído de la novela de
1912:

" […] Desde aquella altura me encontraba en
situación ventajosa para formarme una idea más
exacta de la meseta que se alzaba en lo alto de los montes
rocosos. Saqué la impresión de que era
extensísima; no pude distinguir ni por el Este ni por el
Oeste el final del panorama rocoso cubierto de verde.[…] Una
zona, quizás de la extensión del condado de Sussex,
fue alzada en bloque con todo su contenido viviente y cortada del
resto del continente por precipicios perpendiculares de una
dureza que los hace resistentes a la erosión
que tiene lugar en todo el resto del continente.
¿Qué resultado se derivó de ahí? El
de que las leyes naturales quedaran en suspenso. Allí
quedaron neutralizados o alterados los distintos impedimentos y
trabas que influyeron por la lucha de la existencia en el ancho
mundo. Sobreviven seres que de otro modo habrían
desaparecido ya[…]. Han sido conservados artificialmente
gracias a esas condiciones accidentales y extrañas"
[10].

¿Quién es quién?

¿Quién fue primero, Fawcett o Conan
Doyle/Challenger?

El coronel Fawcett arribó a Bolivia en 1906, y fue
recién en su segunda expedición de 1908 en la que
pudo observar las colinas de Ricardo Franco. Sus comentarios a
Conan Doyle debieron de haberse realizado entre ese año
(ya en el mes de noviembre estaba en Buenos Aires de
regreso de la selva) y 1912, año de la publicación
de la célebre novela. No negamos (puesto que es un hecho
comprobado) que Conan Doyle se haya sentido atraído y
motivado por los relatos del explorador, especialmente por sus
sugestivas fotos de la
meseta, pero no es desatinado suponer que Fawcett
reacondicionara, varios años más tarde, sus
recuerdos y apuntes, al argumento central de la taquillera novela
de aventuras y que, en las expediciones posteriores a 1912,
buscara y encontrara los lugares y situaciones que describiera
Conan Doyle. Así, la ficción y la realidad se
mezclan, se entrecruzan y confunden. La realidad alimentando la
imaginación de un escritor, y ésta movilizando a un
explorador a seguir buscando imaginarios parajes, civilizaciones
y razas misteriosas[11]. Esta interrelación
señala un aspecto de interés,
al que muchos historiadores de mentalidades le han
dedicado largas y debatibles páginas. Me refiero a los
mecanismos por los cuales situaciones, generadas en un marco
estrictamente literario, se transportan a la realidad
histórica y pasan a ser objetos de búsqueda, ya no
por personajes de ficción, sino por hombres de carne y
hueso que, como P. H. Fawcett, arriesgaron sus vidas en pos de
maravillosas quimeras.

Por otro lado, el ejemplo analizado deja claramente al
descubierto aquella excelente máxima escrita por Jean Paul
Sartre, en su
libro La Náusea, en la que dice que "
todas las aventuras se viven en el pasado" ;
revelando 
(como lo hace Fawcett) que en todo relato de viaje la
invención no queda nunca ausente.

Desde los días de Francisco Pizarro (siglo XVI), las
inmensidades sudamericanas han venido generando un imaginario
movilizador. Una simple palabra o una frase bien armada, que
combinen los ingredientes indispensables para la aventura, fueron
suficientes para catapultar a una expedición en
búsqueda de Dorados fantasmas
(sean éstos culturales o biológicos). Ciertos
escritores han sabido explotar muy bien la veta y, sin
proponérselo, contribuyeron al impulso romántico
por explorar lo inexplorado.

" ¿Por qué esa región no habría
de ocultar alguna cosa nueva y maravillosa?
– se pregunta
Lord John Roxton, emblemático personaje de ficción
salido de las páginas de Conan Doyle -." La gente no la
conoce todavía, y no se da cuenta de lo que un día
puede llegar a ser. Yo la he recorrido de arriba abajo, de un
extremo a otro […]. Pues bien: estando allí, llegaron a
mis oídos algunos relatos […], leyendas de
los indios y cosas por el estilo, pero que encerraban, sin duda,
algo auténtico. Cuanto más conozca usted ese
país, más comprenderá que todo es posible,
absolutamente todo. Existen algunas estrechas vías
acuáticas de comunicación por las que viaja la gente;
pero a un lado y otro de ellas todo es misterio"
[12].

Claro que no sólo el continente Americano ha dado
refugio a bestias extrañas. De igual modo que todos los
lagos importantes del planeta se dignan en poseer un dinosaurio
acuático (por ejemplo el " plesiosaurio" del Loch Ness, en
Escocia; el monstruo lacustre del lago Storsjön, en Suecia;
el nadador antediluviano del lago Champ, en Estados Unidos; o
el Nahuelito, del lago Nahuel Huapi, en
Argentina)[13], casi todos los continentes poseen
sus " reservas ecológicas" de criaturas
prehistóricas y gigantescas. El tamaño sigue
constituyendo el principal signo de alteridad, desde la
época en que los gigantes y los enanos poblaban la Tierra.

A fines del siglo pasado, y sin que la industria
cinematográfica desplegara sus millones de dólares
y tecnología
de animación por computadora
para revivir a las bestias de la época Jurásica,
mucha gente consideraba posible la existencia de animales
prehistóricos en remotos lugares del mapa; sean
éstos mamuts lanudos, pájaros gigantes o
brontosaurios africanos escondidos en pantanos del Congo. En cada
uno de estos casos se organizaron expediciones para certificar la
existencia de los mismos; y en todos los casos, también,
se terminó por… no encontrar nada.

De todos los animales desaparecidos, el mamut lanudo
(extinguido hace aproximadamente unos 10.000 años) es el
que mayor falsas certezas ha despertado. Quizás se deba a
que hace relativamente poco tiempo que desapareció, si lo
comparamos con los grandes saurios del Mesozoico, borrados de la
faz de la Tierra hace
más de 60 millones de años. De todas formas, sea el
margen cronológico que sea, lo cierto es que hacia 1899
mucha gente creía posible encontrar en las frías
estepas asiática, o en las heladas planicies de Alaska, a
estos enormes elefantes con pelo pastando tranquilamente. Se
organizaron expediciones  para cazarlos. Se siguieron
historias ficticias publicadas por diarios sensacionalistas; e
incluso, en 1918, un cazador ruso informó al cónsul
francés de Vladivostok sobre cierto mamut, que dijo haber
perseguido por el cinturón boscoso del Asia Rusa. El
descubrimiento de restos congelados de mamut, en excelente
estado de
conservación, reavivaron la fantasía y aún
hoy en día se sigue especulando sobre la existencia de los
mismos en la Taiga[14].

Hubo una época en que hasta las aves eran
gigantescas. El Didornis o Moa, por ejemplo,
llegó a medir unos 3,7 metros de alto, y solía
pasear su esbelta figura por la espesura de Nueva Zelanda. No se
sabe con exactitud cuando se extinguió; pero todo hace
suponer que los aborígenes de las islas cazaron a este
enorme pájaro (semejante al avestruz actual),
indiscriminadamente, hasta el año 1300 d.c.; momento en
que el último Moa cayó muerto. Pero, en la
década de 1830, un traficante llamado J. S. Polack,
brindó algunos informes sobre
el animal. Dijo haber visto sus huevos y escuchado que 
aún vivían  " en lo alto de las
montañas"
. Otro ejemplar de un Mundo
Perdido resucitaba; y los testimonios sobre su existencia,
y las búsquedas que se desencadenaron, se sostuvieron
hasta 1878.

   Las islas del Pacífico sur, con su poco
convencional fauna, ayudaron
al respecto.

Pero todos los rincones del planeta, África fue
el Continente Misterioso preferido del siglo XIX.
Aventureros, funcionarios, cazadores de fortuna y exploradores se
fascinaron con las extensiones africanas, con sus gentes tan
distintas, con sus selvas y lugares olvidados de la mano de Dios
(del Dios cristiano, se entiende). Allí también los
grandes reptiles resurgieron de sus fósiles y volvieron a
caminar sobre el planeta.

Durante más de dos centurias se ha venido difundiendo
la noticia de que en África Central existe un animal
enorme, con fuertes garras, extensa cola, largo pescuezo y nariz
prominente, habitando los inexplorados pantanos del Congo. Se
cuentan de él historias increíbles, esas que
congregan a la gente  y excitan la imaginación. Los
viajeros europeos del siglo pasado conocían de estas
preferencias y le dieron al público lo que el
público pedía: un reptil gigantesco, conocido por
los congoleños como el
Mokele-Mbembe[15].

Un relato temprano  y popular de fines de la época
victoriana fue divulgado por el viajero y narrador de
exageraciones Alfred Aloysius Horn, quien siguiendo el estilo
tradicional escribió que: " Más allá de
Camerún viven cosas sobre las que no sabemos nada […].
Dicen que
Jago-Nini todavía se encuentra en los
pantanos y los ríos. Significa "zambullidor gigante". Sale
del agua para devorar a la gente. Los ancianos te dirán
que lo vieron sus abuelos, pero aún creen que está
allí"
[16].

Este relato congolés fue y es creído
todavía por toda una legión de exploradores,
autodefinidos con el pomposo título (no oficial) de
criptozoólogos (buscadores de
animales extintos o desconocidos) que, desde hace décadas,
se siguen lanzando tras la elusiva bestia de los pantanos.

A principios de
siglo, y partiendo del supuesto de que el animal era un
dinosaurio, se financiaron expediciones  que fracasaron a
causa de las fiebres, los ríos y lo inaccesible de los
lugares en los que el rumor ubicaba al Mokele-Mbembe. Pero
ese mismo fracaso era el que mantenía viva la posibilidad
futura de encontrarlo y seguir conservando el convencimiento de
su existencia. Es una claro ejemplo en el que " la esperanza es
mucho más fuerte que la experiencia" . Una mera
cuestión de fe, no de ciencia " por más que
el lenguaje
aparente ser muy científico y técnico.

 Según relata Daniel Cohen en Enciclopedia
de los Monstruos
, el criptozoólogo inglés
Ivan Sanderson, en 1932, aseguró haber visto huellas
grandes y oído
ruidos aterradores salir de las cuevas localizadas a orillas de
un río en el Congo. Esta experiencia se enlaza con la
historia relatada
por los miembros de la expedición alemana del
capitán Freiherr von Stein Lausnitz, quienes, antes de
1914, también juraron escuchar hablar del dinosaurio
conocido como Mokele-Mbembe, en la región central
de África.

En cada una de estas expediciones el rumor cumplió un
rol protagónico destacado. Suscitando atracción y
repulsión, rechazó constantemente la
verificación de los hechos. Se alimentó de todo y
no dudó en pasar del estatuto del " se dice" al de
la certeza. Si el monstruo existía desde el comienzo no
había más que buscar sus rastros. Y se siguieron
encontrando hasta entrada la década de 1980. En esa
oportunidad, el bioquímico norteamericano Roy P. Mackal,
recorrió con sus colegas, James Powell y Richard Greenwell
(todos reconocidos " cazadores de monstruos" ), las traicioneras
extensiones de los pantanos de Likouala, en la
República Popular del Congo, recogiendo informes sobre
el enigma biológico en cuestión. Ninguno pudo ver
al Mokele-Mbembe. Nadie jamás fotografió a uno o
descubrió los restos de un ejemplar muerto, pero todos
saben que llega a medir más de nueve metros de
largo y que su comida favorita es el fruto de la
landolfia, de sabor agridulce y semejante a una
bergamota[17].

La lista de monstruos es infinita. Los podemos catalogar por
tamaño, por comportamiento
o por el hábitat
en el que viven (terrestres, lacustres, fluviales y marinos).
Podemos dar descripciones ambiguas o pormenorizadas de cada uno
de ellos. Podemos reírnos, asustarnos o descreer, pero
nunca obviarlos. Han estado y seguirán estando con
nosotros, sobreviviéndonos. Son parte de la " arquitectura
fantástica del universo"

[18] y caracterizan " el viejo culto al
misterio, que llegó a ser en muchos casi una
embriaguez
" [19].

Los monstruos son imprevisibles, anómalos, y por lo
tanto símbolos perfectos del peligro y el terror.
Abren un agujero de sentido; rompen las leyes; representan la
materialidad pura y lo orgánico. Carecen de moral y
encarnan el más arcaico de los temores humanos: la
fantasía de devoración
. Han desaparecido de
muchos continentes explorados, pero se niegan a abandonar la
imaginación del hombre. Siguen exigiendo su derecho a
estar. Y uno de los más persistentes al respecto es
el hombre
salvaje de los bosques.

 HOMBRES SALVAJES, YETIS Y DEMÁS ESLABONES
PERDIDOS

Las historias sobre hombres salvajes se proyectan en el
imaginario desde los más remotos tiempos. Su presencia en
la antigua Epopeya de Gilgamesh, bajo la figura de Enkkidu (un
semihumano que vive entre las bestias), y datada en el segundo
milenio antes de Cristo, es bastante sugerente. Por su parte, la
Edad Media
tampoco olvidó al hombre salvaje de los bosques (homo
sylvestris
) y lo representó de cientos de formas
distintas haciendo resaltar, en todos los casos, las
características paradigmáticas de la bestia con el
objeto de confrontarla con el civilizado habitante de la
ciudad.

 El salvaje es la otra cara de lo urbano, el lado
negativo del hombre, lo primitivo, lo instintivo. Su estampa,
esculpida en las catedrales europeas desde el siglo XII, ha
podido perdurar hasta nuestros días en leyendas
contemporáneas, como las del Yeti o Pie
Grande
. Su hirsuta figura y sus hábitos, muchas veces
nocturnos, lo convierten en un negativo de lo que nosotros somos.
Marca
contrastes y evidencia, así mismo, el prejuicio
racial que se derivó (renovado) de la teoría
evolucionista del siglo XIX. Al respecto, el antropólogo
Roger Bartra, en un excelente estudio sobre el hombre salvaje,
afirma que el mito "
fuertemente arraigado en el arte y la
literatura
europea desde el medioevo, como dijimos antes" tiene un
significado aún más profundo, y el hecho de que
haya perdurado durante milenios es una prueba de ello. Para
Bartra, el hombre civilizado no ha dado un solo paso sin ir
acompañado de su sombra, el salvaje (el Otro) y si
bien muchos han creído que esa imaginería del
salvaje es una expresión del más acendrado imperialismo
racista europeo, dicho autor prueba que la idea del homo
sylvestris
es muy anterior a la gran expansión
colonial y que la idea es independiente del contacto con grupos
extraños y exóticos (para los occidentales, claro).
No es una emanación del colonialismo, sino una
invención que obedece a la naturaleza interna occidental y
que ha servido para asegurar y demarcar la identidad
cultural de los europeos. Delinean los límites
externos de la civilización gracias a la creación
de territorios míticos, poblados por marginales,
bárbaros, enemigos y monstruos[20].

El hombre salvaje tienen por ámbito el bosque,
la montaña o la selva, y mantiene con la naturaleza una
relación muy diferente a la que el occidental tiene desde
los tiempos clásicos de Grecia y
Roma. él
conservó un íntimo contacto con el reino animal
(cuyo destronamiento se inicia en el período
Neolítico) sin dejar del todo de pertenecer al universo de
lo humano. Representa lo inculto y, por ello, se lo suele ubicar
en regiones poco conocidas o exploradas. Simboliza el aspecto
bestial del ser humano, su faceta irracional e indomable, motivo
por la cual lo transferimos fuera, con el objeto de poder
combatirlo con mayor facilidad.

El hombre salvaje del que hablamos (el del imaginario), es, al
mismo tiempo, objeto de curiosidad y de legitimación para la tarea " civilizadora"
del hombre blanco y su ciencia. Pero al horror le sigue la
fascinación que el salvajismo despierta.

 Compleja y confusa, la imagen del
salvaje de los bosques, es encontrada en casi todos los
continentes, y a pesar de ser un producto típico de la
imaginación humana, aguijoneó búsquedas
verdaderas hasta la actualidad. Como las ciudades
perdidas, los monstruos o los tesoros ocultos, el hombre
salvaje
encarna la fuerza, la
rareza, lo misterioso y lo secreto. Es otro claro ejemplo de que
la imaginación y la conducta se
prestan mutuo apoyo, ejerciendo una acción
conjunta que arrastra a la vivencia de sucesos y lances
extraños; en otras palabras, a la aventura.

La explicación más popular sobre el origen de la
creencia en los hombres salvajes es la que dice que constituye un
vestigio de los tiempos paganos, el recuerdo distante y
distorsionado de una creencia anterior en tales dioses de la
selva; deidades que se ubicaban más allá de los
límites cultivados.

Otra teoría afirma que estos seres son en realidad las
personificaciones del anhelo del hombre civilizado por liberarse
de las restricciones del mundo moderno.

Finalmente, la última postura teórica sostiene
que las leyendas se inspiraron por el encuentro con un ser
bípedo, peludo y semihumano real, pero aún no
identificado por la ciencia[21]. Es ésta la
que a nosotros más nos interesa puesto que constituye la
materia prima
indispensable para gran número de historias que
extravagantes novelistas y exploradores han difundido " y siguen
difundiendo" con gran éxito.

Nadie encontró nunca un espécimen de Yeti o Pie
Grande, disponible para que los biólogos y zoólogos
lo estudien. Los elusivos " yetis" " cabría decir lo mismo
de Nessie y demás monstruos de la criptozoología"
sólo se dejan mal fotografiar (siempre de lejos)
quedando así confinados al ámbito en el que siempre
estuvieron: el de la literatura de viajes, la
novela y la imaginación

Pero las puertas permanecen abiertas, siguen sosteniendo
entusiastas creyentes.

Continuarán descubriéndose viejos sitios con
nuevos ojos y a ellos continuaremos transfiriendo todos aquellos
aspectos, preciados o despreciados, de nuestra propia cultura. El
imaginario se adaptará a las circunstancias por venir,
manteniendo siempre viva (en lo más profundo de nosotros
mismos) la posibilidad de seguir soñando con otros mundos,
con la diferencia, con lo ajeno. Porque " […] por más
que algunos afirmen que el mundo ha sido explorado en su
totalidad […], la aventura bien podría estar a punto de
comenzar" [22].

 

 

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor Universitario en Historia

[1] Fawcett, Percy Harrison, A
Través de la Selva Amazónica
,
capítulo III, Editorial Zigzag, Madrid,
1974.

[2] NOTA: Durante la Expedición
Vilcabamba '98 tuvimos oportunidad de conversar con un avezado
cazador cusqueño que nos refirió que en las
selvas del Manú la gente afirma haber visto anacondas de
casi 100 metros (!). La noticia llegó a diarios de todo
el mundo (en el mes de abril de 1998, aproximadamente), sin
establecer que la supuesta serpiente no era otra cosa que un
pequeño acantilado dejado por un río fuera de
curso, y visto desde la distancia.

[3] Fawcett, P.H., op.cit., pág.177.
//Nota: En muchas localidades del Amazonas " en la
región del río Negro" los lugareños
actuales hablan de bagres gigantes que llegan a tragarse
enteros a niños
pequeños. Según algunos periodistas del History
Channel hay pruebas de
estos casos.

[4] Ibíd, pág. 266.

[5] Ibíd, pág. 266.

[6] Ibíd, pp. 177-178.

[7] Conan Doyle, Arthur, El Mundo
Perdido
, Editorial Laertes, Barcelona, 1983.

[8] Fawcett, P.H., op.cit. pág.
191.

[9] Ibíd, pág. 192.

[10] Conan Doyle, A., op.cit., pp.50-51.

[11] Véase: Hermes Leal, Coronel
Fawcett, A Verdadeira História do Indiana
Jones
, Editorial Geraçao, Sao Paulo, Brasil,
1996.

[12] Conan Doyle, A., op.cit., pp.74-75.

[13] Véase: Cohen, Daniel,
Enciclopedia de los Monstruos,
Editorial
Edivisión, México, 1989.

[14] Ibíd, pp.56-58.

[15] Véase: Criaturas
Misteriosas
, Biblioteca
Time Life, Editorial Atlántica SA., Buenos Aires,
1992.

[16] Citado por Daniel Cohen, op.cit.,
pág. 61.

[17] Criaturas Misteriosas,
op.cit., pág. 55.

[18] Díaz-Plaja, J., Los
Monstruos y Otras Literaturas
, Editorial Plaza y Janes
SA., 1967, pág. 27.

[19] Ibíd, pág. 29.

[20] Véase: Bartra, Roger, El
Salvaje Artificial
, Ensayos Destino, Editorial Destino,
Barcelona, 1997; y Bartra, Roger, El Salvaje en el
Espejo
, Ensayos Destino, Editorial Destino, Barcelona,
1996.

[21] Cohen, Daniel, op.cit., pp.17-18.

[22] Allen Bill, en National Geographic
Society, Vol.2, Nº 2, febrero de 1998, pág. 1.

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