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Signos de los tiempos en la Gaudium et Spes (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4

Muchos consideran que el anhelo constante de los hombres por
la paz queda reducido a un bello ideal, y que los esfuerzos
permanentes por llegar al desarme son siempre una utopía
imposible. El Concilio rechaza esta postura y la fatalidad
histórica de la guerra como ley de la humanidad. Su proyecto no es una utopía
irrealizable. Parte de la psicología profunda del hombre, de la perspectiva que
abre el realismo sereno y
cristiano.

El Concilio cree en la paz universal, porque el hombre es capaz de
rebelarse contra las servidumbres que sofocan su libertad. Cree en la paz
porque los hombres desean conocerse y comprenderse a pesar de que
los demagogos y políticos se empeñan en crear lazos de
enemistad entre ellos. Cree en la paz, porque los hombres
prefieren trabajar juntos y compartir las conquistas y los
fracasos de los seres humanos.

CAPÍTULO III:

Síntesis,
importancia teológica, respuesta de
la
Iglesia
e implicaciones actuales del tema
signos de los
tiempos”

3.1 – Importancia y novedad del concepto “signo de los
tiempos” en la Gaudium et Spes para la
teología moderna.

Primeramente, para hablar de la expresión “signos
de los tiempos”, como novedad aportada en el estudio de la
teología, es preciso plantear primero la novedad que
representa también el documento de la Gaudium
et Spes para la teología, el Concilio Vaticano II y
la historia de los documentos conciliares en la
Iglesia.

La Constitución pastoral Gaudium et Spes es el
más extenso de todos los documentos conciliares y uno de los
más importantes. Al Concilio, sin este documento, le
haría falta una pieza importante y fundamental para la
acción pastoral de la Iglesia.

La Constitución pastoral Gaudium et Spes
representa una absoluta novedad en la historia de los concilios
ecuménicos, desde varios puntos de vista. Comenzando porque
es la primera vez que un documento conciliar se dirige
“no sólo a los hijos de la Iglesia y a cuantos
invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres”

(GS 2). En todas sus enseñanzas los concilios tenían
siempre presentes a los miembros de la Iglesia católica. Por
eso, el tomar como destinatarios también a los cristianos no
católicos habría sido un paso inesperadamente
nuevo.

Este diálogo con el mundo no estaba previsto en los
esquemas elaborados por las comisiones en el proceso de elaboración
del documento conciliar. Esta omisión resulta sorprendente
ya que Juan XXIII en otros documentos que se refieren a la
preparación del Concilio manifiesta sus intuiciones en esta
dirección. Pero, obviamente, estos atisbos de apertura
universal no fueron operativos durante esta fase.

Gaudium et Speses una gran novedad en la historia de
la Iglesia, nuevo es su propósito, nuevo es su tema, su
nombre también es nuevo, original en su estructura, que se divide en
dos partes: doctrinal y pastoral. En la primera parte, expone la
doctrina del ser humano, del mundo y de su propia actitud entre ambos. En la
segunda parte, presenta diversos aspectos de la vida y de la
sociedad actual sobre todo
cuestiones y problemas que son más
urgentes.

La novedad más fuerte del documento es que Gaudium et
Spes
quiere anunciar a todos de qué manera el Concilio
entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo
actual. Es decir, la novedad consiste en la toma de posición
ante el momento de rechazar el pecado de la cultura nueva. Aquí y
ahora es el momento de valorar positivamente y de dialogar con lo
bueno del mundo actual.

La Iglesiareconoce cuánto de bueno se encuentra en el
actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la
unidad. Adopta e invita a todos sus miembros a adoptar la actitud
de recibir todos los aportes buenos y valiosos del mundo moderno,
la ciencia, la
tecnología, etc.

Muchas veces, se ha intentado minimizar la importancia del
Vaticano II llamándolo un Concilio pastoral. Sin embargo, se
puede apreciar el alcance de este adjetivo.
“Pastoral” quiere decir en este contexto,
“revisión” “reforma”:
resituar su modo de presencia activa entre los hombres y las
sociedades surgidas de la
modernidad.

Por otro lado, el tono con que se expresa el documento es
nuevo también, un tono dialogante, tolerante y respetuoso,
que es la mayor prueba de solidaridad, respeto y amor a toda la familia (GS 2). Pero
también Gaudium et Spes es novedad por la
referencia a un método propuesto que consiste en escrutar a
fondo los “signos de los tiempos”. Gaudium et
Spes
trata este método con rigor y detenimiento (ver
nn. 4, 11 y 44), de manera que no puede afirmarse que se trate de
un ornamento o adorno o una intuición a
la que se alude como de paso. No. Interpretar los “signos
de los tiempos” a la luz del evangelio equivale a
afirmar que la iniciativa gratuita, personal e incansable de Dios
tiende a manifestarse en las necesidades y en los logros de cada
época y aún en cada momento de la historia. Quiere
decir que la visibilidad de los acontecimientos de esa historia
es también visibilidad del designio salvador de Dios.

De esta manera, la temática expuesta por la
Gaudium et Spes (los “signos de los
tiempos”) y abordada a lo largo de esta investigación
representa también novedad. Anteriormente, los concilios se
centraban en el dogma, la moral o la disciplina de la Iglesia, en
cambio Gaudium et
Spes
, pone al ser humano en el centro de las
consideraciones. La temática expuesta por la GS se puede
resumir en el papel que debe desempeñar la Iglesia en el
contexto de un mundo moderno que se caracteriza por un
sinnúmero de signos y manifestaciones que anuncian y
reclaman con urgencia pastoral cambios en el interior de la
Iglesia y progresos en la cultura universal humana.

La atención constante a la historia y la relación
del evangelio con ella, hace surgir teológicamente el tema
de los “signos de los tiempos”. Esa expresión es
antigua en cuanto a su origen evangélico cuyo sentido
bíblico se remite a la necesidad que ha de tener el creyente
de escrutar constantemente el mundo en que vive para comprender
ante todo las expresiones positivas o negativas que se dan en
él, para verificar luego las orientaciones que asume y
poder plantear soluciones o respuestas con la
fuerza provocadora y
renovadora del evangelio.

Se deberá a la acción profética de Juan XXIII
la recuperación del valor y del significado de
esta expresión para la vida de la Iglesia y la
reflexión teológica. En el documento de convocatoria
del Vaticano II Humanae Salutis, Juan XXIII
proponía el optimismo evangélico para saber responder a
los momentos de crisis de la Iglesia y de la
sociedad con una renovada fuerza espiritual. Esos “signos
de nuestro de tiempo” constituyen una
herencia y resultado
también de su encíclica Pacem in Terris que
plantea el valor del progreso universal en la libertad y sobre
una justa distribución de los bienes entre los hombres.

Juan XXIII escruta y contempla los “signos de los
tiempos”. Su método no es deductivo sino inductivo,
habla de lo que ha visto y descubierto, además, su
método va más allá, es comparativo, pone los
acontecimientos de la actualidad de cara a la revelación
cristiana y la tradición doctrinal. La teología de los
“signos de los tiempos”, nacida y citada del
evangelio y apenas esbozada en la Pacemin
Terris
, ha sido recogida y sintetizada con toda fuerza por
la Gaudium et Spes.

También Pablo VI empleó en su primera
encíclica, Eclesial Suam, la expresión. En
este texto se advierte que hay que
estimular en la Iglesia la atención constantemente vigilante
a los “signos de los tiempos” y la apertura
continuamente joven que sepa verificarlo todo y quedarse con lo
que es bueno.

En varias ocasiones aparece esta terminología en los
diversos documentos conciliares, pero es en Gaudium et
Spes
donde encontró su formulación oficial,
considerada como una de las formulaciones más originales del
Concilio en su intención pastoral.

La expresión y temática de los “signos de los
tiempos” representa en sí misma novedad para la
teología moderna y para la reflexión doctrinal de la
Iglesia en la sociedad moderna. La evolución de este
concepto dentro de la historia de la teología demuestra, por
un lado, cómo se han logrado dar grandes pasos en la
interpretación de la manifestación de Dios y su
voluntad en los diversos acontecimientos y situaciones humanas,
tal y cómo se abordó en el fundamento histórico en
el capítulo primero de esta investigación; y por otro
lado, demuestra también, como evidencia para la fe, la
presencia de Dios en la historia del ser humano.

La presencia de un Dios que está vivo y es dinámico,
que interpela la historia sin intervenir y estorbar y que no deja
solo al ser humano en su evolución y progreso.

Conocer y saber determinar cuáles son esos
“signos”, según el planteamiento de la
Gaudium et Spes, es de gran vigencia y
actualidad; y es de imprescindible importancia para una adecuada
interpretación, discernimiento y estudio de los medios humanos actuales, a
través de los cuales, Dios sigue revelándose de manera
dinámica al ser humano y fungen como lugar de encuentro
entre Dios y el ser humano, entre lo antropológico y lo
trascendental; y clarificar el papel pastoral de la Iglesia ante
esta realidad.

Resumiendo todo el estudio sobre la concepción de los
“signos de los tiempos” en el documento conciliar
Gaudium et Spes se podría establecer a manera de
síntesis una lista de los signos encontrados en la sociedad
moderna, según el planteamiento del documento conciliar:

· Cambios profundos y acelerados.

· Tensiones políticas, sociales, económicas,
raciales ideológicas.

· Formación del pensamiento, ciencias matemáticas y
naturales.

· Sometimiento de la historia a un proceso de
aceleración.

· Extensión de la sociedad industrial y la
civilización urbana.

· Avance y progreso en los medios de comunicación
social.

· Inadaptación de las estructuras, instituciones y leyes heredadas a las nuevas
tendencias y formas de pensar.

3.2 – Respuesta de la Iglesia latinoamericana a
la reflexión sobre los “signos de los
tiempos”.

Esta respuesta de la Iglesia universal a la realidad
ineludible de los “signos de los tiempos”, analizada
en el testimonio escrito y textual de algunos de los documentos
del magisterio y del Concilio Vaticano II, en particular de la
Gaudiumet Spes; adquiere un matiz muy
particular en cada una de las Iglesias locales y su práctica
pastoral a medida que el Concilio y toda su reflexión se van
expandiendo y aplicándose pastoralmente. Es decir, en el
período post-conciliar, el concepto “signo de los
tiempos” seguirá evolucionando y concretándose
dentro del estudio de la teología y dentro del ejercicio
pastoral y doctrinal de cada comunidad eclesial local.

Es por esto que el concepto “signo de los tiempos”
adquirirá peculiaridad y originalidad en la realidad
latinoamericana y la reflexión eclesiológica de esta
región, respondiendo a la situación propia que viven
cada uno de los pueblos que constituyen este continente.

Para la Iglesia latinoamericana es fundamental y decisiva la
convicción de que Dios se sigue manifestando en el presente
y en la historia de los pueblos. De ahí que se acepte lo que
el Concilio llama como “signos de los tiempos” (GS 4
y 11). Para la Iglesia latinoamericana, los “signos de los
tiempos” adquieren gran importancia como momentos de
verdadera manifestación de Dios, a los cuales hay que
atender con absoluta seriedad si se quiere conocer la realidad de
Dios. Estos signos se consideran como algo estrictamente teologal
y no sólo a un nivel ético o pastoral.

En América Latina, estos signos son los grandes clamores
del pueblo o acontecimientos concretos, proliferación de
comunidades, movimientos populares o la persecución,
aterrizando sobretodo en personas de carne y hueso y no sólo
tratándose de situaciones colectivas e impersonales
analizadas sociológicamente. Para la Iglesia latinoamericana
los pobres serán los nuevos “signos de los
tiempos”, tal como se mencionan antes en esta
investigación, concretamente en el apartado 1.2.2 del
fundamento histórico del capítulo I. El tema de los
pobres como “signo” privilegiado de nuestros tiempos
en América Latina, confirma la crítica que se le ha
hecho muchas veces al Concilio, de que en muchos temas, y en
concreto en este de los
“signos de los tiempos” se quedó en
problemáticas muy europeas o burguesas, sin llegar hasta el
fondo de sus consecuencias, tal como fueron abordadas por
Medellín y Puebla.

“Estos hechos marcan los desafíos que ha de
enfrentar la Iglesia. En ellos se manifiestan los signos de los
tiempos, los indicadores del futuro hacia
donde va el movimiento de la cultura. La
Iglesia debe discernirlos, para poder consolidar los valores y derrocar los
ídolos que alientan este proceso histórico”

(Puebla No. 420).

La reflexión de Medellín es símbolo de la
novedad de la Iglesia latinoamericana. Desde un punto de vista
empírico, Medellín ha sido la aplicación más
significativa y novedosa del Concilio, aunque en otras partes del
mundo el Concilio tuviese repercusiones importantes,
Medellín significó una peculiar recepción del
Concilio. Lo recibió transformándolo, es decir, no como
mera aplicación de un universal a lo concreto, sino haciendo
reales sus virtualidades y de esa manera
enriqueciéndolo.

El Vaticano II menciona muchos y serios problemas del hombre y
de los pueblos, algunos de ellos afirmados por los mismos
hombres, otros vistos como problemas desde el punto de vista de
la Iglesia, sin embargo aparece un moderado optimismo sobre las
posibilidades del hombre moderno. Medellín, por el
contrario, ofrece otra visión del mundo latinoamericano:

“Existen muchos estudios sobre la situación del
hombre latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que
margina a grandes grupos humanos. Esa miseria, como
hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo”

(Justicia 1). “A todo
esto debe agregarse la falta de solidaridad que lleva en el plano
individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya
cristianización aparece evidente en las estructuras injustas
que caracterizan la situación latinoamericana”

(Justicia 2).

El Vaticano II fue un concilio en el que la temática, el
contexto y la teología subyacente estaban muy determinadas
por el primer mundo, más en concreto por Europa. Sin embargo, por la
importancia de lo que se trató y el espíritu con que se
trató, el Concilio se abrió a una verdadera
universalidad y pudo ser recibido creativamente en A.L.

Entre los contenidos más fundamentales y significativos
del Vaticano II se encuentra el desarrollo de una nueva
eclesiología y visión de los miembros que constituyen
la Iglesia. Este aporte novedoso del Concilio fue recibido en
América Latina como una oportunidad para revisar sus
estructuras de Iglesia y evaluar el lugar que ocupaban los
pobres.

El Concilio recalcó la imperiosa necesidad de repensar la
ubicación de la Iglesia en el mundo y su responsabilidad ante él y
afirmó que la Iglesia no puede abdicar de su necesaria
encarnación y responsabilidad en este mundo real. Esto exige
para la Iglesia la encarnación histórica entre los
gozos y las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo
(GS. 4).

La Iglesia sigue manteniendo la responsabilidad de ser medio
entre Dios y los hombres y de seguir haciéndolo en la
historia concreta actual. De ahí que el Concilio revaloriza
la necesidad de discernir los “signos de los tiempos”
para encontrar la voluntad de Dios y revaloriza indirectamente la
historia como lugar de su manifestación. Esta necesidad de
escrutar los “signos de los tiempos” vendrá
siendo una herencia teologal para América Latina que
tendrá entre sus aplicaciones concretas dar respuesta a dos
de los signos más urgentes: la necesidad de una nueva
eclesiología y la revolución eclesial de ir a los
pobres
. Esta verdadera revolución eclesiológica de
ponerse al servicio del reino de Dios y
no al revés supone la conversión más radical al
nivel eclesiológico, exige que la Iglesia se haga mundanal
viviendo y actuando sobre la historia.

Estas fundamentales verdades fueron recibidas y apropiadas
creativamente en América Latina, porque los contenidos
supusieron el fin de una distancia entre la Iglesia y el mundo y
la aparición de una brisa de aire fresco que permitía
volver a respirar en la Iglesia. Además la profunda verdad
de los contenidos fundamentales del evangelio, el método
regresivo hasta los orígenes verdaderos del evangelio para
lanzar la Iglesia al futuro, traían consigo credibilidad
para mostrarlos realmente como verdad. Pero además de los
contenidos, fue también el espíritu del Concilio lo que
facilitó su recepción. Por tanto, fueron dos motivos
los que favorecieron la aplicación de las directrices
conciliares, por un lado los contenidos “originales”
y que representaban novedad y por otro lado el espíritu del
Concilio.

La recepción más creativa del Concilio tuvo como
fruto más significativo el movimiento de la Iglesia de los
pobres, apenas entrevista en el Vaticano II y
sancionada por Medellín y Puebla. Esta concreción del
Concilio viene exigida por la propia realidad de un continente
mayoritariamente pobre y cristiano.

En dos puntos concretos ha avanzado la Iglesia latinoamericana
sobre el Concilio. El primero es el lugar de la actual
manifestación de Dios. Puebla insiste en lo concreto de los
lugares privilegiados de la presencia de Dios en Jesucristo: en
la eucaristía y en la proclamación de su palabra, pero
añade con clara precisión: “Ha querido
identificarse con ternura especial con los más débiles
y pobres”
(n. 196). Citando a Mt. 25, se puede afirmar
que la omnipresencia de Dios se concreta en el lugar de su
más densa presencia revelatoria e histórica: en los
pobres.

Puebla dice que los pobres tienen un “potencial
evangelizador”
(n. 1147). Por el mero hecho
histórico de ser pobres, de cargar con una realidad que les
acerca a la muerte, manifiestan la
protesta de Dios y desenmascaran cualquier pretensión
pecaminosa del hombre de forjarse a un Dios según sus
intereses. En América Latina la revelación de Dios pasa
necesariamente por los pobres.

En la reflexión de Medellín se puede identificar la
comprensión que tiene la Iglesia latinoamericana de sí
misma. En esta comprensión está la aceptación de
la realidad histórica y sociológica del continente:
“los pobres”. Sin la aceptación de esa
materialidad histórica no habrá nueva comprensión
de la Iglesia. Por otra parte, esa materialidad histórica no
es aceptada sólo sociológica, sino también
teológicamente.

Lo que el Vaticano II dejó sólo esbozado es lo que
ha desarrollado la Iglesia latinoamericana. Para profundizar en
lo que es y lo que no es la Iglesia de los pobres, se puede
afirmar que su fundamento teológico y su finalidad quedan
claramente expresados en el siguiente párrafo: la Iglesia de
los pobres no es aquella Iglesia que, siendo rica y
estableciéndose como tal, se preocupa de los pobres, no es
aquella Iglesia que estando afuera del mundo de los pobres, les
ofrece generosamente su ayuda.

Es más bien, una Iglesia en la que los pobres son su
principal sujeto y su principio de estructuración interna.
La Iglesia, siendo ella misma pobre y dedicándose sobre todo
fundamentalmente a ellos, podrá ser lo que es y desarrollar
su misión de salvación universal. Encarnándose por
los pobres, dedicando su vida a ellos y muriendo por ellos.

La identidad y misión de la
Iglesia de los pobres, se concibe en primer lugar desde la
misión ad extra, pero con tres concreciones importantes. La
primera es establecer el destinatario privilegiado e inmediato de
la misión de la Iglesia: los pobres. Ellos son los que
“ponen a la Iglesia latinoamericana ante un
desafío y una misión que no puede evadir y al que debe
responder con diligencia y audacia adecuadas a la urgencia de los
tiempos”
(Medellín, pobreza 7) Y Puebla consagra la
“opción preferencial por los pobres”.

“Atenta a los signos de los tiempos, interpretados a
la luz del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, toda la
comunidad cristiana es llamada a hacerse responsable de las
opciones concretas y de su efectiva actuación para responder
a las interpelaciones que las cambiantes circunstancias le
presentan”
(Puebla No. 473).

En esta opción por los pobres a la que invita Puebla, se
da una revolución eclesiológica, sólo insinuada en
el Concilio a comienzos de la GS. Indudablemente la misión
de la Iglesia se dirige a todos, pero desde una parcialidad o
preferencialidad. Los pobres por los que hay que optar no son
simplemente los hombres comprendidos desde su carencia
metafísica, sino los pobres históricos cuyos rostros
describe Puebla (cf. 29-39) y hay que optar por ellos por el
hecho primario de que son pobres “cualquiera que sea la
situación moral o personal en que se
encuentran”
(Puebla 1142).

Toda la reflexión elaborada por Medellín y Puebla
sobre los pobres de América latina, como “signos de
los tiempos” por excelencia, en esta época y momento,
sostiene la plataforma de diálogo, implantada ya por el
Vaticano II, entre la Iglesia y la sociedad moderna, para
construir una mejor sociedad, justa y fraterna, en la que se
vivan y respeten los valores que promueven la
construcción del reino de Dios.

“Sobretodo a partir de Medellín, con clara
conciencia de su misión,
abierta al diálogo, la Iglesia escruta los signos de los
tiempos y está generosamente dispuesta a evangelizar, para
contribuir a la construcción de una nueva sociedad, más
justa y fraterna, clamorosa exigencia de nuestros pueblos…
Así, en este vasto movimiento renovador que inaugura una
época, en medio de los recientes desafíos… nos
preparamos para llevar con esperanza y fortaleza el mensaje de
salvación del evangelio a todos los hombres,
preferencialmente a los más pobres y
desvalidos”
(Puebla No. 12).

El aporte novedoso y concreción del Vaticano II en las
conferencias episcopales de América Latina, de Puebla y
Medellín, sobre la realidad del continente como “signo
de los tiempos”; particularmente el signo urgente del
clamor de los pobres; representan por un lado la maduración
de la teología a partir del Concilio Vaticano II sobre la
evolución del concepto “signo de los tiempos”
que llega a concretarse de tal manera que intenta responder a una
realidad objetiva y concreta de este continente.

Y por otro lado, se ve manifiesto el impulso de la Iglesia por
querer cumplir con su papel y misión en el mundo,
respondiendo a las necesidades de cada época y de cada
contexto histórico, y las necesidades del hombre moderno en
diálogo con la Iglesia, tal como lo ha presentado a lo largo
de su reflexión el documento conciliar Gaudium et
Spes.
Es decir, la reflexión de los pobres como
“signo de los tiempos” para América Latina y la
concreción de toda la enseñanza doctrinal del Vaticano
II, constituyen el intento de respuesta de la Iglesia a estos
signos y manifestaciones de Dios en la historia humana.

3.3 – Implicaciones actuales de los “signos de
los tiempos”.

Así como la noción “signos de los
tiempos” llegó a evolucionar y concretarse en la
realidad del continente latinoamericano, con el signo concreto de
“los pobres”, se puede afirmar que hoy en
día, esta noción sigue y seguirá evolucionando en
la reflexión teológica, pastoral y doctrinal de la
Iglesia hacia nuevos matices y nuevos signos que abarcan los
acontecimientos más relevantes e importantes de nuestro
contexto.

Hoy se ha ampliado esta expresión aplicándola a
todos aquellos lugares, situaciones, experiencias,
acontecimientos, momentos históricos, movimientos,
ideologías e incluso personas, en donde Dios se manifiesta
al ser humano; le revela sus designios más profundos
respecto de su plan de salvación sobre el
hombre y le exige una respuesta concreta a su llamado. Estos
nuevos signos de la actualidad constituyen un punto de encuentro
entre Dios y el ser humano.

En nuestro actual siglo XXI, pueden identificarse
acontecimientos relevantes que se constituyen en “signos de
los tiempos” y que nos indican que la historia humana
está constantemente evolucionando y que la presencia de Dios
sigue vigente en la historia de la humanidad. Estos nuevos signos
representan una nueva plataforma de motivaciones históricas
para nuevos pronunciamientos y reflexiones pastorales y
doctrinales de la Iglesia, que pudieran ser temas de
discusión e inspiración, para nuevos documentos e
incluso nuevos concilios, como ocurrió en su momento con el
Concilio Vaticano II y la Constitución Gaudium
et Spes. El Espíritu de Dios sigue
acompañándonos y suscitando en su Iglesia luces para
saber discernir la voluntad de Dios.

Esto nos indica además que el papel y misión de la
Iglesia en el mundo postmoderno seguirá teniendo vigencia,
importancia y actualidad mientras tenga sentido luchar por la
instauración del reino de Dios y los valores del evangelio
en medio de realidades terrenas autónomas.

El Vaticano II, concretamente Gaudium et Spes,
abordó como signos urgentes de su preocupación
pastoral, situaciones muy europeas que respondían a la
sociedad moderna de aquella época. Medellín y Puebla,
por su lado, aterrizaron el tema en la realidad de los pobres.
Pero hoy la situación sugiere un cambio de paradigma. Ciertamente los
pobres no dejan de ser “signo” privilegiado, pero es
preciso estudiar los nuevos fenómenos de las sociedades
postmodernas de este mundo, que afectan también a los mismos
pobres. El mundo vive un proceso mundialización que rompe
las fronteras de Europa y América Latina. El mundo empieza a
vivir una experiencia de comunión o comunicación
globalizante, que se abre paso, como lugar privilegiado de
encuentro con Dios y como respuesta que integra la unidad y
pluralidad entre los seres humanos.

Nuestro principal desafío en el siglo XXI, es el hecho de
que estamos galopando hacia la sociedad planetaria.
Globalización, interculturalidad, “aldea
global”, y otras palabras semejantes que indican desde hace
algún tiempo, la evolución social de los últimos
20 años: el crecimiento de un proceso de interacciones, de
concentración, de unificación, de complejidad social,
en el que casi sin darnos cuenta, nos estamos adentrando y que,
progresivamente, abarca a todo el planeta. En él, todo se
vuelve más complicado, porque, al haberse multiplicado las
conexiones y las ramificaciones entre los componentes del tejido
social, cualquier decisión tiene consecuencias de largo
alcance, ya no sirven las soluciones sencillas y claras; en
él, la palabra clave es la de
“interdependencia”: todo depende de todo y todo
repercute en todo. Crece exponencialmente el pluralismo. No
sólo hay pluralidad de ideas, también de razas, de
culturas, de creencias, de sensibilidades. Esta pluralidad ya
existía, pero lo nuevo es que las condiciones objetivas
obligan a que esta diversidad se coordine, se articule, conviva,
se organice. Estamos en la encrucijada de un creciente pluralismo
que confluye con una inevitable necesidad de convergencia y
coordinación ante el hecho de la interdependencia.

Entre los signos más relevantes de nuestro actual siglo
XXI, que podríamos mencionar, a grandes rasgos, se
encuentran:

· La proliferación de movimientos
migratorios
, sobre todo de países del tercer mundo
hacia el primer mundo. La mención que hace GS.66 d,
puede servir de punto de partida, doctrinal y pastoral, para
abordar este tema.

· El fenómeno del terrorismo, el nuevo
enemigo del orden establecido por las sociedades del primer
mundo. Si anteriormente la Unión Soviética, el comunismo y los movimientos de
insurgencia en el tercer mundo, representaban el eje del mal,
ahora aparece el terrorismo, como el nuevo
enemigo de esa “convivencia humana en el orden”

· Los fundamentalismos religiosos, que
inspirados muchas veces, en convicciones fanatizadas, sirven de
motivación intrínseca para los movimientos
terroristas.

· El consumismo exacerbado de los países
capitalistas. Tienen como estereotipo de vida plena, el consumir
por consumir, es decir, la comodidad que provoca el llenarse de
productos suntuarios, muchas
veces innecesarios, generando un modelo de sociedad superficial
y “plástica”, en otras palabras, a lo que se le
ha empezado a llamar la vida “light ”. Este
comportamiento consumista, de
los países del primer mundo, penetra los valores de las
culturas tercermundistas, a través de influencias
comerciales, hasta tal punto, que llega a sustituir lo que era
“típico” y “tradicional” en el
pueblo, por lo no tradicional y moderno de la “aldea
global”

· La globalización, que está muy unida
el fenómeno del consumismo, y que representa la corriente
del mundo actual, a la que ninguna nación puede darle la
espalda, por correr el riesgo de
“autoaislarse”.

· El tema de género, como un signo positivo
de madurez en la humanidad, hacia el papel que debe
desempeñar la mujer en la sociedad. Esto
desemboca en movimientos feministas que también han empezado
a cuestionar las estructuras de la Iglesia y su postura
doctrinal.

· El diálogo interreligioso entre todos los
sectores religiosos, más allá de las fronteras del
cristianismo. Este
diálogo, podría constituirse la llave para
contrarrestar un eventual fundamentalismo religioso.

· Y finalmente, el surgimiento de gobiernos de
izquierda central o moderada o de corte social
demócrata
, tanto en países desarrollados, como
tercermundistas, lo cual representa la búsqueda constante de
la humanidad de la forma de organización política
más ideal, que beneficie a la humanidad entera,
particularmente los más necesitados y urgidos de condiciones
dignas de vida.

No pretendemos profundizar tanto en el estudio e
investigación de las implicaciones actuales de los
“signos de los tiempos” porque es un tema demasiado
amplio y no corresponde a nuestro punto de investigación.
Sin embargo, la puerta queda abierta para posteriores estudios
sobre la interpretación y discernimiento de la voluntad de
Dios en los “signos” actuales de nuestro siglo.

CAPÍTULO IV:

CONCLUSIONES

1. Dios, como dueño y señor de la historia, no puede
hacerse el “ajeno” o “desentendido” a las
realidades terrenas, o pasar desapercibido el caminar del ser
humano. Dios conduce, interpela y acompaña el caminar de la
historia humana, sin intervenir directamente, estorbar o
manipular las decisiones del hombre. Dios no es un
“relojero” que habiendo activado la maquinaria del
tiempo y la historia, deja trabajando solo al mundo. No. El ser
humano goza, ciertamente, de la libertad que le ha dado Dios
desde la creación, pero no ha sido abandonado por su
creador. Dios interpela en cada época, en cada hito
histórico; suscitando personas, acontecimientos, sucesos y
experiencias, a través de las cuales va moldeando a su
creación, orientándola hacia su máxima
plenificación, su óptima realización y su
verdadera vocación. No existe divorcio entre la historia
humana y la historia de la salvación, sino que se
constituyen en una sola, elaborada libremente por el hombre y
dirigida por Dios.

2. Dios nos confía el sentido de la historia y lo pone en
nuestras manos. Nos da la capacidad interpretarla, de darle
significado, de descubrir en cada acontecimiento, la mano de Dios
escondida. Dios se sirve de muchos medios humanos para
comunicarse con el hombre. Su revelación máxima ha sido
su hijo Jesucristo, a través del cual nos lo ha dicho todo,
y nos ha cumplido sus promesas. Pero Dios se sigue revelando al
ser humano, porque no es un Dios estático, sino
dinámico y vivo.

La revelación de Dios en nuestros días no se reduce
únicamente a la Sagrada Escritura, la Tradición,
el Magisterio, los sacramentos o su Iglesia misma. Se hace
presente también en diversos “signos” y
manifestaciones de todos los tiempos, que se constituyen en
lugares de encuentro entre Dios y el ser humano. Estos lugares de
encuentro deben ser considerados “signos” o
“lugares teológicos” de la manifestación de
Dios en la historia y por tanto, son signos concretos y cercanos
de nuestro tiempo, aquí y ahora, en nuestra época y
sociedad, donde Dios se hace presente para revelar su
voluntad.

3. Se entenderá por “signo de los tiempos”,
todo acontecimiento o señal por medio de la cual Dios se
manifiesta al ser humano, es decir, un lugar teológico, en
el sentido, de que se convierte en un punto o lugar de encuentro
entre Dios y el hombre, entre lo trascendente y lo inmanente, lo
teológico y lo antropológico, lo divino y lo humano.
Los “signos de los tiempos” son aquellos eventos que caracterizan una
época y expresan las necesidades y aspiraciones más
profundas de la humanidad presente. Son aquellos acontecimientos,
considerados por un consenso universal y que permiten la
comprensión de las etapas fundamentales de la historia de la
humanidad. Un “signo de los tiempos” es un
período nuevo de la historia, caracterizado por cambios
profundos y acelerados que progresivamente se extienden al
universo entero. A través
de los “signos de los tiempos” es más fácil
tener una visión de la historia y del hombre, no una
visión reduccionista o pesimista, sino positiva y
esperanzadora. Los signos indican que en cada uno de los hombres
existen gérmenes de vida que mueven hacia un cambio positivo
y tienden hacia un fin común.

4. Para un adecuado estudio sistemático de estos
“signos de los tiempos”, desde una perspectiva
teológica, que nos permitiera luego introducirnos al estudio
de esta expresión en el Concilio Vaticano II,
particularmente Gaudium et Spes; fue preciso remitirse
primeramente a los orígenes de esta noción o concepto,
para buscar su fundamento desde el campo bíblico,
histórico y teológico, y tener así, una
ubicación contextual, temática y teórica del tema.
Partiendo de su fundamento bíblico, encontramos que la
expresión “signos de los tiempos” aparece, por
primera vez, en la Sagrada Escritura, concretamente en los
evangelios y en boca de Jesús de Nazareth (Mt. 16, 1-4; Mc.
8, 12; Mc 13, 1-23; Lc. 12, 54 – 56), como una
invitación a la perspicacia y atención constante al
Reino de Dios. Se trata de una invitación a estar dispuestos
a mirar con profundidad, lo más íntimo de la realidad
para saber reconocer lo esencial. A través de este sentido
bíblico, se puede concluir que por los “signos de los
tiempos” podemos conocer la voluntad de Dios que se ha
revelado y sigue revelándose a través de los
acontecimientos históricos y que es deber nuestro poder
responderle.

5. Partiendo de sus raíces históricas, descubrimos
que la expresión “signos de los tiempos” se
remite terminológicamente a otro concepto previo, pero no
por ello más antiguo. Si bien es cierto que la
expresión “signos de los tiempos” histórica
y bíblicamente se remite primero a la época de
Jesús, no se puede obviar que en el orden de
utilización que le dio la teología y en su ejercicio
reflexivo y teórico, aparece primero la expresión
“lugar teológico” (loci theologicis),
expresado por los teólogos de la Edad Media y Moderna, entre
ellos Tomás de Aquino (1225 – 1274) y más tarde
Melchor Cano (1479 – 1560). Aquino había señalado
ya algunas fuentes teológicas entre
las cuales, figuraba como principal e importante, la Sagrada
Escritura, como fuente material y concreta de la revelación
de Dios, pero Cano aportará como nueva fuente y nuevo lugar
teológico “la historia humana”. Será
gracias a este aporte novedoso que el concepto “lugar
teológico” irá evolucionando progresivamente la
reflexión de la teología, sus documentos y concilios, y
ampliándose de tal forma, hasta llegar a identificarse con
la expresión “signos de los tiempos” en el
contexto del Concilio Vaticano II, con Juan XXIII y luego su
aplicación pastoral posterior en América Latina, donde
el concepto “signo de los tiempos” evolucionará
aún más hasta llegar a identificarse con su máxima
expresión según la realidad concreta de este
continente: los pobres. El pobre, no visto como un signo en el
sentido teofánico de una teología victoriosa o
gloriosa, sino en el sentido de una teología de la cruz, es
decir, aquella teología que nos revela a Dios no desde la
vía epifánica de la demostración racional, sino
desde la vía inesperada de la escucha obediente, de lo
sencillo, lo débil, lo humano, lo pequeño. Es decir, la
teología del pobre y de la cruz, no es un camino único,
pero sí un criterio negativo para el conocimiento de Dios.
Negativo en el sentido que define a Dios como lo totalmente
opuesto a los criterios y esquemas del hombre.

6. Partiendo de su fundamento teológico, afirmamos que
Dios, por medio de su Espíritu se revela siempre a la
humanidad para darse a conocer como un Dios cercano y muy humano.
Esta manifestación la hace normalmente a través de
medios humanos, naturales y concretos para adecuarse a nuestras
categorías espacio –temporales. Este mismo
Espíritu de Dios, suscita en el hombre las luces necesarias
para una adecuada interpretación de los signos y de la
voluntad de Dios, oculta en ellos. La Iglesia, entendida en toda
su extensión como pueblo de Dios, y particularmente desde su
Magisterio, tiene la capacidad, dada por el Espíritu de
Dios, de interpretar o al menos aproximarse a una lectura de fe de estos signos.
Los “signos de los tiempos” requieren una lectura
competente y precisa, ya que marcan etapas importantes de la
historia de la humanidad y, por consiguiente, de la historia de
la salvación. La iglesia está llamada a desarrollar
plenamente su actividad profética, se compromete a escrutar
los “signos de los tiempos”, situarse en el mundo con
la atención de quien sabe anticipar el futuro, pero velando
siempre sobre el presente. Por tanto, se propusieron una serie de
criterios de discernimiento e interpretación que pueden
ayudar en esta tarea a la Iglesia: a) Interpretación a la
luz de la Palabra de Dios, la Tradición y el Magisterio. b)
Conocimiento de la realidad.
c) La presencia de Dios en el signo debe llevar a cuestionantes,
más que a soluciones. d) Discernimiento comunitario –
eclesial. e) Búsqueda del bien común y el reino de
Dios.

7. También vimos que la expresión “signos de
los tiempos” será introducida, con motivo del Concilio
Vaticano II, como un término de estudio en la teología,
gracias a la intervención del Papa Juan XXIII, cuando
haciendo referencia a la cita evangélica de Mt. 16, 1-4;
aborda en sus escritos Humanae Salutis (25. 12. 63)y
Pacem in Terris. (11. 04. 63),
el significado de esta
expresión, como una nueva forma de interpretación de
las manifestaciones de Dios en las mediaciones humanas,
particularmente la historia, y concretamente, las realidades
sociales, políticas, religiosas y culturales del mundo y de
la Iglesia en aquella época. El Papa Introdujo la idea de
que era preciso leer los “signos de los tiempos”,
saber discernir la acción del Espíritu Santo en la
evolución de la historia.

Para Juan XXIII, el “signo” palpable de aquella
época consistía en que la Iglesia había perdido el
liderazgo de la cristiandad y
que la sociedad moderna había dejado de someterse a la
Iglesia. Opinaba que los tiempos de cambio brindaban a la Iglesia
la oportunidad de volver a vivir el evangelio, por lo que
sería conveniente aprovechar el momento de inseguridad y vacilación
de la Iglesia, para recordar el evangelio de Jesús, abrirse
en actitud de diálogo con la sociedad moderna, acoger las
nuevas tendencias del mundo y del hombre y reconocer el valor y
aporte de la ciencia y la tecnología
para el progreso de la humanidad. El Concilio Vaticano II
siguió la línea de Juan XXIII, reconociendo los
elementos positivos de la modernidad, teniendo en cuenta los
cambios del mundo como favorables. A este respecto será la
constitución Gaudium et Spes, el documento
conciliar que mejor presentará y desarrollará el nuevo
concepto que se estrenaba.

8. Los contextos históricos – sociales, siempre han
influido en la literatura, pensamiento, expresión y
comunicación de la humanidad. Para Gaudium et Spes,
el contexto socio – político en el que fue escrita,
representó la plataforma desde la que fue elaborada, y la
fuente que contenía las motivaciones históricas que
influyeron en el pensamiento, visión y redacción de sus
autores. Gaudium et Spes es un documento redactado en el
contexto de una sociedad europea dividida ideológicamente en
dos polos políticos: el capitalismo y el socialismo soviético.

En este contexto político, es cuando algunos movimientos
empiezan a valorar los procesos políticos
democráticos. Esta moción no quedará sin resonar
en algunos sectores de la Iglesia que afirmarán la necesidad
de una apertura a esos fenómenos cambiantes de la sociedad
del momento (signo de los tiempos), y la necesidad tanto de
adaptarse al contexto, como también de reformarse hacia
adentro de la Iglesia misma. Por supuesto, esta noción de
democracia” no
simpatizó y no lo hace, aún actualmente, a la
jerarquía de la Iglesia, porque representa un rompimiento
del modelo y replanteamiento de las estructuras establecidas
hasta el momento. En este contexto, algunos obispos conciliares
llevaron esta moción al Concilio, no con la intención
de introducir las ideas de democracia en la reflexión
conciliar, sino como oportunidad para una necesaria apertura y
diálogo de la Iglesia con el mundo y sus signos, finalidad
que reflejará la Gaudium et Spes.

9. Por eso la primera parte del documento conciliar
Gaudium et Spes, está constituido por 4
capítulos que abordan de manera general, la situación
de la sociedad occidental y el hombre moderno de la Europa de
aquella época. Sobre el tema de la “dignidad del ser
humano”, como un signo relevante de la presencia de Dios
para la humanidad, concluimos que Gaudium et Spes,
plantea el equilibrio entre una
concepción optimista y fácil del hombre y la conciencia
de que no es un ser domesticado, es decir, una visión
conformista y prefabricada, sino libre y responsable.

El documento supera la visión antropológica muchas
veces predominante, reduccionista y materialista, en función
de la ciencia, técnica y el progreso humano, por una
visión en perspectiva religiosa, la concepción de una
humanidad trascendida, entendida en el sentido que el hombre,
criatura, imagen e hijo de Dios, está
llamado, desde el plan salvífico de Dios, a convertirse y
evolucionar a una realidad más plena en el misterio de
Cristo, una plenificación que vas más allá de las
realidades terrenas, espacio-temporales. Es decir, la noción
de un hombre que está llamado a trascender y ser pleno,
empezando por su vida terrena. La concepción del ser humano
planteada por la Gaudium et Spes, desde el
plano de lo humano y de la fe, en aquel contexto que se
creía saberlo todo y conocer al hombre en profundidad,
responder a todas sus interrogantes, y resolver el misterio de la
persona humana; es un
“signo” de vital importancia en nuestros tiempos.

10. Sobre el tema del “protagonismo social del ser
humano y la justa autonomía de las realidades
terrenas”, según la teología de los “signos
de los tiempos” del Vaticano II, se puede concluir que este
protagonismo del hombre es parte del plan salvífico de Dios
que ha querido dar al hombre la fuerza, la conciencia y la
libertad para someter la creación (cf. Gn. 2) y conducirla
hacia su perfección. La Iglesia comprenderá el plan de
Dios y su voluntad en los “signos de los tiempos” en
la medida que reconozca la presencia de la energía divina en
la evolución de la existencia humana y el protagonismo del
hombre.

El texto conciliar, se esfuerza por exponer con claridad la
verdadera naturaleza de la
autonomía de las cosas terrenas y subrayar que lo profano,
tiene sus valores intrínsecos que el hombre tiene que
conocer, ordenar y utilizar. El Concilio quiere exponer con
claridad y brevedad la justa autonomía de la que deben gozar
las realidades terrenas ante la Iglesia y la religión. A
través de ese protagonismo y esa justa autonomía de las
realidades terrenas, el hombre está llamado a construir una
verdadera fraternidad universal que favorezca la convivencia
humana y el desenvolvimiento del reino de Dios. Esa fraternidad
universal se constituye en otro “signo de nuestro
tiempo” de esperanza y aliento.

11. Sobre la “función de la Iglesia en el
mundo”, el documento plantea de forma muy clara el papel de
la Iglesia en ese contexto moderno que se ha venido mencionando,
y su deber de escrutar a fondo esos “signos de los
tiempos”, los cuales serán más especificados en
la segunda parte del documento. Este apartado sobre la
“función de la Iglesia” constituye el culmen de
los 3 temas anteriores, los cuales a su vez, se constituyen en
los pilares de este cuarto tema. Los tres temas expuestos llevan
a la conclusión de que hoy, más que nunca, es urgente e
imprescindible para los cristianos y la supervivencia de la
Iglesia, un diálogo con el mundo. Por lo tanto, el
último tema considera a la Iglesia en cuanto que existe en
el mundo, y con él convive. El objetivo de este tema, es
hablar de la Iglesia como instrumento de la dignificación
del ser humano y su protagonismo en las realidades terrenas.

12. Una vez claro y establecido el papel de la Iglesia en el
mundo, tal como lo plantea el capítulo de la
“función de la Iglesia en el mundo”, la segunda
parte de la Gaudium et Spes aborda los
“signos” y acontecimientos más relevantes para
la reflexión doctrinal y pastoral de la Iglesia. Sobre el
tema del “matrimonio y la familia”, el documento
conciliar expone la consideración de la gran dignidad que la
Iglesia atribuye a la institución matrimonial y familiar
cristiana. Dignidad no siempre atribuida en los concilios y
documentos eclesiales anteriores, puesto que se trataba este tema
con recelo pastoral y doctrinal y con una visión
reduccionista de esta opción de vida.

El enfoque que da Gaudium et Spes representa un paso
al frente en la evolución doctrinal sobre estas cuestiones.
Propone una nueva concepción que representa apertura,
cambio, renovación y actualización para la Iglesia, y
se constituye un “signo de los tiempos”: el acto
conyugal enriquece y dignifica la unión de cuerpo y
espíritu de los esposos, los une íntimamente entre
sí y favorece el don de la entrega recíproca.

Expone además, otra serie de nuevas expresiones,
concepciones y experiencias sobre el matrimonio, empezando a
manifestarse en la cultura o las costumbres de aquella
época, pero que representan un peligro para el matrimonio y
la familia y se constituyen también en “signos”
de alerta para nuestros tiempos; entre estos se encuentran:
problemas de paternidad irresponsable, métodos anticonceptivos opuestos a la
promoción de la vida, el hedonismo, el placer egoísta
en la intimidad conyugal y un especial énfasis en proyectos matrimoniales
egoístas sin procreación.

Sobre éste último aspecto el documento se pronuncia
con especial interés dejando claro cuál es el fin y
motor principal del matrimonio:
el amor y la convivencia
orientada a la procreación y educación de la prole. La
no presencia de hijos no le resta esencia al matrimonio, pero
tampoco le permite constituirse en familia.

13. Sobre el tema de la “cultura”, concluimos que
el documento expone la realidad humana de la cultura como un
instrumento del querer de Dios, en cuanto que se constituye un
“lugar o signo teológico” de su
manifestación en lo espacio – temporal, es decir un
“signo de los tiempos”. La cultura es expresión
del designio de Dios sobre el hombre, signo de que su
salvación es universal y ofrecida a todos los pueblos y
etnias. La cultura es la plataforma desde la que Dios se hace
cercano al hombre, concretamente en su hijo Jesús. La
cultura es el camino necesario para el pleno desarrollo humano y abarca
todo aquello con lo que el hombre se desarrolla y mejora.

El documento presenta dos formas de concebir a la cultura y
que difieren entre sí: a) La cultura, en perspectiva de
decadencia y deshumanización, por el progreso de la ciencia
y la técnica. b) La técnica y el progreso como
oportunidad de desarrollo y promesa de beneficio para el hombre.
La voz del Concilio ante esta tensión de argumentos
representa un papel de moderador y se descubre como una
contribución abierta a edificar un “humanismo nuevo”, es
decir, la responsabilidad del ser humano ante la historia y su
destino, una nueva sensibilidad hacia la realidad social. El
sentido de responsabilidad en el hombre ante la historia y la
cultura representa un “signo” de nuestros tiempos.
Gaudium et Spes, ante la cultura, ofrece una
filosofía más constructiva y dispuesta a asumir la
realidad humana del tecnicismo.

14. Sobre el “desarrollo económico y social”,
el enfoque de Gaudium et Spes será abordar las
cuestiones socio – económicas desde su relación
inmediata con la moral, es decir, no consistirá en un
tratado de sociología, sino la reflexión pastoral sobre
el ejercicio y uso correcto de los procesos económico –
sociales desde la óptica cristiana, en beneficio del ser
humano. Esto desemboca nuevamente en la visión de
“humanismo nuevo” en el sentido de que estos dos
campos deben estar al servicio del hombre, y tener al hombre como
su centro.

Un humanismo nuevo que constituye un “signo de nuestros
tiempos” de gran importancia que nos alienta y nos orienta
hacia una mejor sociedad donde se respete la dignidad humana. El
desarrollo no puede encontrar orientación de fondo sólo
en la ciencia, en la técnica o en la economía, si no la
encuentra primero en la verdadera concepción del hombre, de
la comunidad y de la historia.

Desde este enfoque doctrinal, la Iglesia buscará
responder a los signos más urgentes para el Concilio: a) La
participación excluyente en el desarrollo. b)
Planificación centralizada (totalitarismo, autoritarismo) c)
Falta de igualdad y solidaridad. d)
Movimientos migratorios.

15. En el tema de “la vida en la comunidad
política”, será el apartado donde Gaudium et
Spes
y el Concilio expondrán sus preocupaciones
más actuales sobre el panorama político de aquella
época, particularmente por el contexto socio –
político mencionado antes. El tema central de este
capítulo será la “participación
ciudadana” como reflejo y ejemplo del nivel de desarrollo
político ideal y el proceso de maduración
democrática por el que debe pasar toda sociedad. La
participación ciudadana de una nación constituye
también un “signo de nuestro tiempo” de vital
importancia que reclama un cambio de visión en el ejercicio
político de las naciones.

A través del ejercicio político de todo ciudadano,
el Concilio cree que se puede responder mejor a los profundos y
constantes cambios que caracterizan los procesos políticos
de nuestro tiempo. De hecho, la constitución conciliar
presentará un panorama político general al principio
del capítulo, en el que se pueden identificar algunas
situaciones que se constituyen a si mismas “signos de
nuestro tiempo”. Entre estos mencionamos: a) Las profundas
transformaciones en las instituciones y estructuras de nuestros
pueblos. b) El surgimiento de la conciencia de favorecer en los
sistemas políticos el
respeto a los derechos de la persona y la vida. c)
Oposición hacia formas políticas que obstaculicen la
libertad religiosa.

16. Sobre el tema de la “promoción de la
paz”, concluimos que el documento Gaudium et Spes
se presenta a sí mismo como un inicio de diálogo ante
un tema de discusión candente en un contexto político y
bélico como el de aquella época. El Concilio atribuye a
la interdependencia política entre las naciones, la causa
fundamental de la crisis de la comunidad internacional, la cual
se constituye en un “signo de nuestros tiempos”. El
progreso técnico que ofrece grandes esperanzas para la
humanidad va mezclado también de profundas angustias y
sufrimientos en la esfera internacional: el azote del hambre, la
guerra atómica, el odio racial, la falta de libertad, todos
“signos” que sirven de punto de partida para la
reflexión del Concilio.

El Concilio entenderá por paz como la “convivencia
humana en el orden”, no como ausencia de guerra o
equilibrio de fuerzas armadas, sino el resultado de que el mundo
viva en orden y en justicia. La paz es el fruto de la justicia y
el amor. El Concilio propone un verdadero proyecto para la
eliminación absoluta de toda forma de guerra. Pretende que
la guerra no sea ya políticamente necesaria,
jurídicamente sea eliminada y moralmente deje de ser un
medio indispensable para la paz. Establece concretamente 3
objetivos: a) Desarme militar
general. b) Creación de una autoridad universal que sea
capaz de favorecer la justicia y el derecho de todos los pueblos.
c) Negociaciones y acuerdos internacionales para la solución
pacífica de conflictos.

17. El tercer capítulo de esta investigación,
pretende ser una síntesis del capítulo primero y
segundo, en el que se recoja la forma cómo evolucionó
la expresión “signos de los tiempos” en la
reflexión teológica de la Iglesia, concretamente en el
Vaticano II, en su posterior aplicación pastoral y doctrinal
en las Iglesias locales, particularmente Latinoamérica y
luego hacia qué implicaciones actuales nos ha llevado esta
expresión en los signos actuales.

En el primer tema de este capítulo, se presenta la
novedad que representa el documento Gaudium et Spes, en
cuanto a su propósito, tema, enfoque, destinatarios, tono
dialogante, estructura y la propuesta de un método: Escrutar
a fondo los “signos de los tiempos”. La temática
“signos de los tiempos” representa novedad
también ya que anteriormente los concilios se centraban en
el dogma, la moral o la disciplina de la Iglesia, en cambio
Gaudium et Spes, pone al ser humano en el centro de las
consideraciones. Sobre el segundo tema del tercer capítulo,
concluimos que éste concepto siguió evolucionando, y
por ende tuvo una aplicación pastoral original y peculiar en
América Latina: el desarrollo de una nueva eclesiología
y visión de los miembros de la Iglesia. Lo cual
permitió revisar sus estructuras y evaluar el lugar que
ocupaban los pobres. En A.L. se entenderá por “signos
de los tiempos” como los grandes clamores del pueblo o
aquellos acontecimientos que afectan sobretodo a un sector social
mayoritario y vulnerable.

Entre estos acontecimientos encontramos, la proliferación
de comunidades, los movimientos populares, la persecución,
etc, pero sobretodo la situación de personas concretas de
carne y hueso, víctimas de la opresión y
explotación: “los pobres”. La
aplicación más creativa del Concilio y la respuesta
más concreta a los “signos de los tiempos” de
A.L, fue el movimiento de la Iglesia de los pobres. Ésta
será aquella que tendrá a los pobres como su principal
sujeto y su principio de estructuración interna.

18. Por tanto, concluyendo sobre el tema de esta
investigación, afirmamos que GS planteó a la sociedad
universal y a los cristianos en general, la urgencia pastoral de
una apertura y comunicación entre la Iglesia y el mundo
moderno, que busque la complementariedad mutua, tanto en el
aporte de la modernidad desde las ciencias y la técnica,
como en las respuestas, a la luz del evangelio, de la Iglesia y
el mundo cristiano, a las muchas interrogantes de la humanidad.
Además, la expresión “signos de los
tiempos” fue abordada en la constitución pastoral
Gaudium et Spes, como el conocimiento y comprensión
del mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el
dramatismo que con frecuencia le caracteriza, es decir, aquellas
preguntas que plantea el mundo actual, a las que hay que buscar
respuestas a la luz del evangelio. Dicho de otra forma, todos
aquellos acontecimientos de la sociedad moderna de la época
más relevantes que plantean un mundo en proceso de cambios
acelerados en todos los ámbitos del desarrollo humano (la
ciencia y tecnología, la familia, la cultura, la sociedad,
la economía, la política, la paz, etc.).

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Símbolos Sagrados I.
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México. 1995.

 

DATOS DEL AUTOR

DATOS PERSONALES

Apellidos.

Cortez Morales.

Primero y Segundo Nombre.

Arnín de Jesús.

Fecha de Nacimiento.

27 de Abril de 1983.

Lugar de Nacimiento.

León, Nicaragua.

Lugar de Residencia.

León, Nicaragua.

e-mail.

arninfsc[arroba]yahoo.es

Nacionalidad.

Nicaragüense.

Profesión.

Docente / Educador / Facilitador

Asistente de proyectos sociales, educativos.

Educación primaria.

Educación Secundaria.

Educación Universitaria.

2000 – 2002.

Profesorado de Educación en Ciencias
Religiosas.

Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas
(ICCRE)

Universidad Rafael Landívar (URL)

Mixco, Ciudad Guatemala, Guatemala.

2001 – 2005

Profesorado de Educación en Historia y
Ciencias
Sociales.

Universidad Del Valle de Guatemala.

Ciudad Guatemala, Guatemala.

2000 – 2006.

Licenciatura en Ciencias Religiosas
(Teología)

Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas (ICCRE)
Universidad Rafael Landívar (URL)

Ciudad Guatemala, Guatemala.

(Título en trámites por la
embajada de Nicaragua en Guatemala)

2007 (Estudiando actualmente)

Licenciatura en Sociología

Segundo Año

Modalidad Sabatina.

Universidad Centroamericana (UCA)

Managua, Nicaragua.

DIPLOMAS
OBTENIDOS
.

Cursos – Talleres –
Capacitaciones.

Foros – Conferencias.

PREMIOS OBTENIDOS.

Rendimiento Académico.

2004.

Diploma de alumno distinguido.

Universidad Del Valle de Guatemala.

Ciudad Guatemala, Guatemala.

[1] Cf. AAVV.
Diccionario Teológico Enciclopédico. Ed.
Verbo Divino. Estella. 1995.

[2] Cf. González Faus.
J.I. Revista latinoamericana de teología: Los pobres
como lugar teológico. UCA. San Salvador. 1984.

[3] García Zamorano
Angel. Teología Fundamental. URL: Facultad de
Teología. Guatemala, 1994.

[4] Cf. AAVV.
Diccionario Teológico Enciclopédico. Ed.
Verbo divino. Estella. 1995.

[5] Cf. García Zamorano
Angel. Teología Fundamental. URL: Facultad de
Teología. Guatemala, 1994. Pp. 78-79.

[6] Cf. Melloni Alberto,
Théobald Christoph. Concilium: Revista internacional
de teología. Vaticano II: ¿Un futuro olvidado?

Ed. Verbo Divino. Estella. 2005.

[7] Cf. AAVV. Estudios sobre
la Constitución Gaudium et Spes. Ed. Biblioteca
Mensajero. Bilbao. 1967.

[8] Cf. Vaticano II.
Comentarios a la Gaudium a la Gaudium et Spes. BAC. Madrid.
1968.

[9] Cf. Concilio
Vaticano II: Comentarios a la Gadium et Spes.
BAC.
Madrid. 1968.

 

 

Autor:

Arnín de Jesús Cortez Morales

País: Nicaragua

Ciudad: León

Fecha: 08 de Agosto del 2008

Partes: 1, 2, 3, 4
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