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Las trampas de la imagen. Un Balance del primer Sexenio del Gobierno de Uribe 2002-2008



Partes: 1, 2

    1. Uribe: Popularidad y
      Personalidad
    2. Atando retazos
    3. Seguridad
      Democrática: Cuando una Palabra significa muchas
      cosas
    4. Realidad
      e Imágenes
    5. Aventurando
      Hipótesis
    6. Las Trampas
      de la Imagen
    7. Uribe,
      la Ciudadanía y las Guerrillas
    8. Ni el
      anti-institucional Bolívar quiso
      Repetir
    9. Cuando la
      Popularidad deja de ser Democracia
    10. Uribe:
      Entre la Imagen y la Realidad
    11. Polemizando con un
      Colega
    12. Que hable
      la Gente)
    13. La
      popularidad de Uribe: Una explicable mezcla de Paras,
      Farc
    14. Trampas de
      Imagen y Consejos Comunitarios
    15. Bibliografía

    ……………Uribe:
    Popularidad y
    Personalidad…………….
    (1)

    Para entender a Uribe como enorme fenómeno
    político, es necesario el examen de lo
    mediático-simbólico-virtual. Más ello no es
    suficiente, pues también hacen presencia otras
    dinámicas y factores. Anticipamos esta mirada más
    compleja, pues el objeto de este Ensayo no es
    otro que el de contribuir a descifrar su desbordada popularidad,
    esa popularidad que ya no cabe dentro de los límites de
    su personalidad.

    ………..Atando
    Retazos………. (2)

    Hace exactamente tres años escribí, “Uribe
    es más lo que ha parecido que lo que ha
    sido” (Humberto Vélez, 2005).
    Lógicamente me refería al Uribe presidente. No
    sobra recordar ahora que en el mundo actual “parecer”
    es tan importante como “ser”. Y lo es porque ambas
    dimensiones de la vida humana, la simbólica como la real,
    funcionan siempre, aunque en distinto grado, como referentes de
    opiniones, actitudes y
    conductas reales.

    Pero, ahondemos un poco en esta condensación.

    Durante este su primer sexenio Uribe se la ha pasado haciendo
    el tránsito ya de la imagen a la
    realidad ya de la realidad a la imagen. Ese juego, por
    otra parte, lo ha realizado embebido en la promesa que le hizo al
    país desde principios de
    enero del 2002 cuando sólo alcanzaba el 7% de la
    intención del voto: Que como presidente derrotaría
    militarmente a las guerrillas; que, por lo menos, las
    colocaría en situación de casi obligada
    capitulación; pero que si, por alguna circunstancia, le
    tocaba negociar con ellas, lo haría desde las
    lógicas del Estado. Uncido
    a esa posición estratégica – su síntesis
    programática – se fue alzando como obsesionado líder
    que ha resultado ser, sobre todo, para enfrentar y confrontar a
    contendores y enemigos. Reprodujo así lo que, en otros
    contextos históricos y con otros objetivos, en
    Colombia
    sólo han intentado Laureano Gómez, Jorge
    Eliécer Gaitán y López
    Pumarejo: Cohesionar y unir a un amplio sector
    de la ciudadanía tras un objetivo
    nacional. En su caso, la derrota de las guerrillas. Por eso,
    elegido presidente en la primera vuelta, lo primero que hizo fue
    poner a prueba su condición de líder
    antiguerrilla.

    Pero, al líder no lo fabrican las masas. Estas
    sólo lo especifican, lo colorean, lo untan de sus
    sentimientos y emociones. Por
    eso el dirigente que encarne este atributo, está siempre
    en condiciones de auto-manifestarse en uno u otro ámbito
    de la vida social. Y en política, cuando la
    sociedad se
    debate en
    aguda crisis y
    él logra ir más allá de las ofertas de
    salvación, deviene héroe, Salvador o Libertador.
    Como escribió la antropóloga Marlene Singapur,
    “Con Uribe estamos frente a un animal político de
    colosal magnetismo y
    capacidad de alinear a las masas”. (Marlene Singapur,
    2008).

    Pero, redondeemos un poco más la figura de este Uribe
    auto-fenómeno.

    La ciudadanía lo eligió para que sometiera a las
    guerrillas. Pero, el presidente se fue creciendo hasta
    desplegarse como líder anti-insurreccional. Luego, de modo
    progresivo, el líder, con la cooperación de los
    medios, de la
    religión y
    de la “santocracia”, se fue autohaciendo como
    Mesías, Salvador y Libertador. La ciudadanía,
    entonces, ajustada a la medida de su cultura
    política y a sus condiciones coyunturales de miedo
    colectivo, real o inducido, lo acogió, lo aclamó,
    lo bendijo y lo afirmó en su nuevo y trascendental
    papel.

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