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Religiosidad, sexo y misticismo




Enviado por irapavilo



Partes: 1, 2

    Al amor,cualquier
    curioso

    hallará una distinción:

    que uno nace de elección

    y otro de influjo imperioso.

    Este es más afectuoso,

    porque es el más natural

    y así es más sensible: al cual

    llamaremos afectivo;

    y al otro, que es electivo,

    llamaremos racional.

    Sor Juana Inés de La Cruz

    Uno de los temas seleccionados por los organizadores del XIII
    Encuentro Internacional de Escritores en Monterrey es el relativo
    a Religiosidad, sexo y
    misticismo. Ciertamente que a la luz del intenso y
    enjundioso análisis realizado por ese grande de las
    letras hispanoamericanas, Octavio Paz,
    acerca de la vida y obra poética  de Sor Juana
    Inés de La Cruz o las Trampas de la Fe, es difícil
    añadir comentarios novedosos a los expertamente realizados
    por el escritor sobre el tema que nos ocupa.

    Este escritor universal, nacido en México,
    afirma con propiedad
    que  "la poesía
    no es un género
    moderno, su naturaleza
    profunda es hostil o indiferente a los dogmas de la modernidad: el
    progreso  y  la sobrevaloración del futuro
    (…) La poesía, cualquiera que sea el contenido
    manifiesto del poema, es siempre una transgresión a la
    racionalidad y a la moralidad de
    la sociedad
    burguesa.

    Nuestra sociedad cree en la historiaperiódico,
    radio,
    televisión: el ahora – y la poesía
    es extemporánea (…) Con frecuencia el autor
    comparte el sistema de
    prohibiciones – tácitas pero imperativas – que forman el
    código
    de lo decible en cada época y en cada sociedad. Sin
    embargo, no pocas veces y casi siempre a pesar suyo, los
    escritores violan ese código y dicen lo que no se puede
    decir. Lo que ellos y sólo ellos tienen que decir. Por su
    voz habla la otra voz: la voz réproba, su verdadera voz.
    Sor Juana no fue la excepción." Y yo tampoco, me atrevo a
    corroborar.

    En efecto, en mi poesía, esa otra voz que revela
    Octavio Paz se adueñó totalmente de mis versos para
    motivarme a publicar mi primer poemario adulto, Húmeda
    Hendidura
    , dedicado al placer del sexo y del encuentro carnal
    que despertó la pronta sorpresa de amigos y allegados,
    cuando no una oculta sospecha sobre mis andanzas cortesanas y
    caballerescas. En ese poemario herético, y en poemas de
    otros libros
    poéticos, así como en algunos de mis textos en
    materia de
    crítica
    de artes plásticas, se encuentra presente una personal
    reflexión sobre el sexo y el erotismo.

    Siempre he asumido con Freud que "es
    conveniente diferenciar entre los conceptos de lo sexual y de lo
    genital. La palabra sexual tiene un sentido más amplio y
    abarca numerosas actividades no relacionadas con los
    órganos genitales." Así podría decir que
    parte de mi poesía es sexual, erótica y nunca
    genital, aunque buena razón tiene César Vallejo
    cuando define al arrebato pasional de la cópula
     como  "una pareja de carnívoros en celo."

    Hay un par de poemas que considero representativos de esta
    precedente aseveración: Iniciación y Me
    nubla.
    El primero de ellos es una manera de afrontar el sexo
    iniciático: "Descubrí el sexo / en el primer brotar
    de mis ramas / cuando aún mis letras / eran adverbiales /
    y las frases / poseían una simetría involuntaria /
    Era el tiempo de
    Adviento / Pentecostés había pasado / escondido en
    copones de eucaristía / Supe de enredaderas humanas / de
    húmedas intersecciones / de hendiduras septentrionales /
    Conocí el canto del roce / el trino de los cuerpos /
    bebí aguas / coloras / gustosas / y saboras / al tiempo
    que crespos jardines / se abrieron / para permitirle paso franco
    / a un huésped desconocido / que llegaba desde lejos." El
    segundo poema es la expresión de una sorpresa que se
    traduce en atadura irracional, en esclavitud
    deseada: "No hay entendimiento / ni razón que comprenda /
    esta sed de tus aguas / esta vocación suicida / que me
    conduce a morir / herido de placer / entre las espinas / de una
    rosaleda / que crece / rosada y fresca / húmeda y honda /
    en el crespo de tu cuerpo."

    Este último poema sobre la irracionalidad del amor es
    tributario quizás de lo afirmado milenios ha por Propercio
    en sus Elegías: "Quienes me preguntan cuando
    terminará la demencia del amor, no saben lo que dicen. Si
    un día la tierra
    produjera frutos no sembrados por el labrador, si los ríos
    remontaran hasta sus cabeceras y los peces tuvieran
    que morir en el abismo marino que esas aguas no llenan, ese
    día podrá pensarse en que mi tormento es otra que
    no sea ella. Mi vida, mi muerte, todo
    le pertenece."  

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