La cultura de la clase alta desvaloriza la existencia humana de la clase baja
Atisbos Analíticos No 94, octubre
2008
"la de los de Arriba es una Cultura que
desvaloriza
la Existencia humana
histórico concreta de los de Abajo"
El caso de la Niñez
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Sucedió en Colombia en la
última semana de septiembre del 2008: un bebecito de once
meses, llamado Luis Santiago Lozano, fue secuestrado. El de la
iniciativa del plagio y del casi simultáneo asesinato
resultó ser su padre, quien pagó a una examante una
menguada suma de dinero por la
execrable acción.
En un principio, Chía toda entera, población cercana a Bogotá,
solidaria se movilizó alrededor de la madre de la
inocente víctima. La 521 entre los niños y
niñas que de enero a junio de este año han sido
asesinados en Colombia
Linda y espontánea la reacción de los habitantes
de la hermosa Villa cundinamarquesa. Por cierto que así se
la debe calificar, pues una sociedad que,
de modo especial, no proteja a los niños, a
los que están aflorando a la vida, a los que apenas se
están asomando a las dinámicas de construcción de independencia,
debe ser una cerrada sociedad de clase en la
que la protección humana es un asunto que sólo
cubre a quienes la dirigen. Pero, apenas se estaban iniciando las
manifestaciones en Chía cuando Luis Santiago, al aparecer
en televisión, comenzó a existir. Su
tiempo
terrenal no fue más que el tiempo necesario
para mostrarle al mundo las desgraciadas y perversas
circunstancias empíricas que enhebraron su corto existir:
mientras lo secuestraban, al mismo tiempo, lo iban masacrando.
Esa como que fue la orden del embarazador de profesión:
que lo mataran para quitarse de encima el peso de una engorrosa
manutención.
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La noticia de Chía muy pronto devino en un asunto de
los niños como noticia nacional y mundial, como malestar e
histeria nacionales y, sobre todo, como hipócrita
desgarrar de vestiduras. Conversa de paso frente al fantasma de
la muerte de
un niño, la sociedad nacional se dio golpes de pecho, se
untó de cenizas, se vistió con harapos e
imploró castigo eterno, en la tierra y en
el otro lado de ella, para los violadores y asesinos de infantes.
Pero, encanados de por vida o ya en el averno todos ellos, la
preocupación central se mantiene, y el colectivo de
niños y de niñas ¿qué?
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Acerca de los niños como espectáculo ha escrito
Marlene Singapur: " "Inaudito", "imperdonable", "la patria
está de luto", "estamos conmovidos", "es una acción
inhumana" son las palabras que repiten ahora y cada vez que ha
trascendido en los medios el
asesinato o secuestro de
cualquier niño indefenso, que, entre más
niño e indefenso, mejor: es más noticia".
(1.Subrayado)
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Observemos desde donde observemos, por muy distintos caminos
siempre llegamos a una conclusión casi común:
en esta sociedad los niños que nos llegan para comenzar a
abrirse a la vida, al laboratorio
humano y a los sueños, excepción hecha de los muy
lindos e inocentes y, por lo tanto, no culpables niños de
los de arriba, con alegría lo destacamos, siempre se
encontrarán con unos sentidos muy precarios de vida
humana, así como con una sociedad estructural y
funcionalmente organizada para que todo ello se presente y
funcione así. Como para desear que la niñez pudiese
balbucear una protesta, ¿como niño inocente que
soy, para qué, carajo, me mandan a esta sociedad? Por eso,
como sueño, desearíamos que no llegasen, pues hacer
la práctica de socialización en Colombia es como hacer la
práctica de cartuja en un lenocinio o la de un monje
franciscano pacifista en un territorio de inacabada guerra.
Es ésta nuestra hipótesis central.
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En lo metodológico, estas notas casi
epigramáticas se encuentran cruzadas, primero, por una
descripción, necesariamente ligera, sobre las
condiciones existenciales básicas de los niños en
Colombia, así como por un inicio de conversación o
diálogo
con ellos alrededor de tres preguntas centrales conexas: Primera:
¿cuáles son las razones de tan inmenso
abandono y de tan radical desprotección de la
niñez? Segunda: ¿qué sentido
colectivo se le ha dado por estos días al secuestro y
asesinato de Luis Santiago y, de refilón, al de los 520
niños asesinados en Colombia en los primeros seis meses
del año?; y Tercera: ¿será moralmente
lícito traer niños a esta patria entre pacata e
hipócrita en la que sea la que sea la moral que
se profese, la dirección-dominación-hegemónica
del país, de coyuntura en coyuntura y de forma de gobierno a forma
de gobierno, a su antojo y conveniencia corre las cercas
lindantes entre lo humanamente lícito y lo
moralmente ilícito?
De todas maneras, estas tres preguntas, montadas sobre una
descripción de base, aspiran a formular
algunas desparramadas hipótesis
asociadas ya a la explicación ya a la comprensión
ya a la interpretación del crimen de
lesa-niñez que esta sociedad y este Estado han
silenciado, soportado y hasta animado.
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Empecemos el cuadro descriptivo resaltando el radical cambio que, a
partir de esta semana, la del 21-27 de septiembre, se produjo en
los contenidos emitidos y codificados por los Medios de
Comunicación. Sobre todo, a partir del 16, los
complejos y graves problemas que
en el último mes habían empezado a convertirse en
foco de atención pública, de casi modo
automático desaparecieron o empezaron a ocupar un lugar
residual en los micrófonos, en las pantallas y en la
gran prensa. De un
momento a otro, todo quedó subordinado a las
lógicas, ritmos y dinámicas del secuestro y
del asesinato –acciones
malditas y crueles éstas- de Luis Santiago. En el mundo
de los Medios casi todo lo demás se
obscureció: el recurrente reclamo al gobierno para que,
por ética y
prudencia y decencia, retirara de su nómina
al Ministro del Interior; el escándalo internacional que
se produjo cuando se le dio una lujosa villa por cárcel al
destituido jefe de fiscales de Medellín, hermano del
Mininterior, a quien se le habían tipificado varios
delitos; la
reunión en el propio Palacio institucional de
Nariño de altos representantes del gobierno con emisarios
de los altos exjefes paramilitares; la asustadora
confesión de Mancuzo según la cual los
paramilitares habían apoyado procesos
electorales presidenciales; los centenares de jóvenes
desaparecidos en Soacha y en Cartago, para señalar
sólo dos sitios, quienes a los pocos días fueron
reportados por el Ejército como limpiamente abatidos en
combate…También estaban para ocultar y tornar
invisibles los rotundos fracasos del Jefe de Estado en su
aspiración a mediar en los dos conflictos
laborales más robustos que ha habido durante su sexenio.
De un lado, el paro de Asonal
y, del otro, el del los corteros de Caña en el Valle
cauca.
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