La dimensión deontológica de la relación médico-paciente y los comités de ética asistencial
RESUMEN
La crisis del
paternalismo médico y su inacabada transición a la
autonomía del paciente supuso la brusca ruptura de la
autoridad
moral del
médico sobre el paciente, no sólo obligada por la
igualdad
jurídicamente impuesta, sino también por la
abdicación de la clase
médica. En este entorno de desorientación en que se
encuentran inmersos, los Comités de ética
asistencial (CEA) pueden venir en ayuda de los mismos
dotándoles de las herramientas
necesarias para asumir la nueva cultura en la
relación médico-paciente que deviene imparable. Los
CEA deben liderar la política hospitalaria
de respeto de los
derechos
humanos y marcar el sendero de las pautas de comportamiento
que impliquen al médico en la defensa de esos valores.
PALABRAS CLAVE: Comités de ética asistencial,
relación médico-paciente, ética
clínica, paternalismo médico.
DESARROLLO
La relación médico paciente (RMP) ha sido
considerada el acto central de la actividad clínica y el
escenario principal de la medicina, y
que va más allá de los conocimientos
científicos y desarrollos tecnológicos,
básicos para la práctica médica e
imprescindibles en la formación del médico y
demás profesionales de la salud. El avance
científico y tecnológico ha exigido al
médico un alto grado de especialización que le ha
permitido afrontar patologías hasta ahora inabordables
pero que, como contrapartida, ha modificado sustancialmente la
tradicional forma de entender la profesión médica y
ha deteriorado la relación médico paciente.
Algunos autores consideran, incluso, que la medicina
moderna ha introducido un distanciamiento entre el enfermo
y su propia vivencia de la enfermedad, ya que se le hace sentir
que su cuerpo habla en un lenguaje que
él no puede comprender, que se expresa en un idioma al
cual sólo tienen acceso aquéllos que conocen los
códigos de la medicina.[1]
Efectivamente el enorme avance de las ciencias, sus
sofisticadas aplicaciones médicas e, incluso, sus
evidentes éxitos están trayendo, en
paradójico contrasentido, el mayor alejamiento
médico paciente nunca vivido en la historia de la
medicina. Como dice BROGGI "es ya de una evidencia
inquietante el que la mirada del profesional está
excesivamente focalizada en el
conocimiento de los hechos biológicos de la enfermedad
para su buen tratamiento, y que, en cambio, sufre
de presbicia cuando trata con el enfermo"[2].
Consecuencia de ello es la búsqueda por la sociedad de
alternativas, y en consecuencia el creciente alza de la demanda de
medicinas no convencionales en un "romántico retorno al
pasado".[3]
La relación médico-paciente está
modulada, por tanto, por factores sociales y culturales. Esta
relación se desarrolla en un plano intelectual y
teórico, pero también afectivo y
ético[4] en lo que puede definirse como
acto médico. Ciertamente, en mi opinión, el
médico se encuentra desconcertado y desorientado ante el
cambio de escenario que le ha obligado a bajarse de su pedestal.
La transición – evidentemente inacabada – del paternalismo
médico a la autonomía del paciente ha supuesto la
pérdida de la "autoridad moral" con que se encontraba
investido, y no siempre por una igualdad irreal
jurídicamente impuesta, sino también en gran parte
por responsabilidad de un estamento médico que
ha olvidado su "sacerdocio", para convertirse en un mero
técnico de la sociedad industrial, abdicando de su propia
supremacía. Consecuencia de ello, irremediablemente, es
que como técnico de esa sociedad industrial sea tratado
como tal.
Es precisamente en este momento cuando los comités de
ética asistencial pueden venir en ayuda de los mismos,
encauzándoles por la nueva cultura que deviene imparable,
y que deben asumir y asimilar.
No podemos entender la razón de ser de los
comités de bioética
sin transitar brevemente por la relación
médico-paciente a través del tiempo.
Recordemos que la nota general que marcó la
práctica médica en las primeras etapas del desarrollo de
la humanidad fue el sustento mágico y la
superstición. La atención de los pacientes no
requería propiamente de un planteamiento ético,
dado que la acción
curativa era delegada a las fuerzas externas. Dioses y demonios,
eran responsables de la salud, curación, enfermedad y
muerte, el
curandero, sacerdote o chamán quedaba exento de
responsabilidad, pues sólo era una pieza más en el
juego de las
fuerzas sobrenaturales[5].
La filosofía presocrática, marca una nueva
etapa al reconocer la libertad de
pensamiento y
despojar la práctica médica de la mitología, la religión y la
superstición. El médico pasa a ser un agente activo
en el desarrollo o curación de la enfermedad y su
actuación puede ser cuestionada. Es precisamente un
médico, Hipócrates, quien señaló las
bases de una práctica basada en principios
científicos y éticos. Tradicionalmente el
médico empleaba todos sus conocimientos en beneficio del
paciente, ya fuera para mitigar su dolor, curar su enfermedad o
salvarle la vida. El paciente en cambio, desempeñaba un
comportamiento pasivo, limitado a cumplir las órdenes del
médico sin cuestionamiento alguno. Tal actitud
respondía a la convicción de que el médico
sólo buscaba el beneficio del paciente, ambas partes de la
relación tenían enemigos comunes contra quien
luchar, la enfermedad, el dolor y la muerte.
Finalmente, la antigua confianza que distinguía la
relación, ha sido sustituida por el temor y la falta de
credibilidad. La práctica médica en grandes
hospitales y la alta tecnología han
deshumanizado la interacción, y no son pocos los casos en
que el anterior binomio se ha transformado en una lucha frontal.
No obstante este deterioro, es de reconocerse la clara y
constante preocupación que existe, por que la
práctica médica, además de ser una actividad
científica, se sostenga en valores éticos y
morales.
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