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Amor a la educación (página 2)




Enviado por Pedro Sandrea



Partes: 1, 2

      No los deshereda: lo que hace
es llevarlos al hospital, a curarlos de sus concupiscencias.
Sí, en aquellos mundos primitivos o embrionarios aun no
existe el escándalo, porque no ha despertado la
razón y la conciencia; pero
ustedes llevaran conciencia de lo que han hecho aquí y su
riguroso Juez. 

      Cuando el amor a
la
educación moral (que
sólo radica en el trabajo)
sea el deber, entonces se empezará a tener derecho de
respeto, derecho
a que la ley Suprema
defienda; y mientras no adquiera ese derecho, no se habrá
demostrado tener amor a la educación; y el no
tener amor a la educación, que no ha de ser servil, sino
fraternal.

     Efectivamente, es ésta una
verdad irrebatible y está confirmada en todos los actos de
la justicia
humana, a pesar de su gran imperfección.

     Si se registran los innúmeros
procesos de
toda índole, de todos los tribunales civiles, se encuentra
que todos los litigantes y los procesados por crímenes de
cualquier categoría y calidad, no se
amaban ni fraternalmente, ni como buenos ciudadanos; lo cual
prueba la razón, que sólo el amor
ciudadano impone la educación por el bien social.

     También, en los cargos y
servicios
comunales de la ciudad, se exige con justicia cierta
preparación, según los cargos, para un buen
desempeño; lo que obliga a una
educación adecuada de cada ciudadano, porque todos
deberían ser aptos para los cargos ciudadanos. Y como esos
cargos bien desempeñados dan brillo y nombradía a
los que pueden y los desempeñan bien, es otra
obligación y eficaz estímulo para doblegarse a la
educación.

     Es indudable que eso es sacrificio a
la persona; pero
está compensado en el disfrute del  mayor bienestar y
comodidades que reporta el esfuerzo unido. Además ese
sacrificio denota un grado de moralidad, la
que cuanto mayor es, mayor es el aprecio que se hará del
virtuoso.

     Hasta hoy es muy raro que se elija al
hombre por
méritos de moral y mil veces son relegados muchos hombres
de buena disposición y alto grado de moral; pero esto es a
causa de la supremacía que se abrogaron los de arriba
(clase altas),
que son siempre parásitos religiosos, aunque parezcan que
son civiles. Pero también es cierto que el pueblo no se
ocupó de su moral propia, ni se dio más valor que el
que esos mismos plutócratas le quisieron conceder con las
falacias de sus principios
irracionales de derecho divino, ignorancia impuesta. Y tanto
denigraron al pueblo, que en mil ocasiones se sublevó y
dejó manchas sangrientas que le dieron el título de
"bárbaro y baja clase", siendo en verdad, sino el "hombre
ofendido vilmente" que se defiende, aunque sea sólo por el
instinto de conservación. ¿Y qué ha
resultado de todas esas falacias? La revolución
social, en la que caen las dos clases, medias y alta, a la tumba
que se cavaron ellos mismos.

      No es ignorante el hombre por
no saber letra. Las evoluciones y campañas del
espíritu son su continuo estudio y ahora están
entre los trabajadores, todos los progresados, cuyo pensamiento es
más valioso y potente que la oratoria
aprendida en libros
inmorales que se cursan en la universidad
monopolizada y monopolizadora. Esta verdad se puede probar en
cualquier asamblea o congreso de rústicos trabajadores, en
miles de libros escritos por hombres que no pisaron las
universidades y que sirva de ejemplo la obra de esta Escuela, la que
no podrán rebatir "ni con sofismas" entre todos los
falaces autócratas. 

      No ha hecho falta al fundador
de esta escuela los títulos universitarios para sentar
juicios irrebatibles y axiomas indestructibles; pero ha sido
reconocido por otros hombres de moral verdadera, de ilustración basta, por su esfuerzo
conquistado también, y hoy adornan los muro de su
cátedra títulos de honor y de adhesión de
todas partes del mundo, de los que estudian la vida real del
espíritu y las leyes inmutables,
que es la verdadera moral. Pero este estudio pertenece al quinto
amor, donde se tratará extensamente. Aquí
sólo ha sido el exponerlo un incidente grato, por haber
recibido en esta fecha, 11 de noviembre de 1920, esos
títulos.

      Pero todo esto confirma
nuevamente que la educación la impone la ciudadanía por el bien social y
común.

El Amor a la Moral
Social y Particular

La moral individual es el fundamento de la moral
social.  

     Lo mismo ocurrió al fundar
algunos las organizaciones
sociales, debiendo recibir los individuos, de la sociedad la
parte que les correspondiera por sus aptitudes o por el trabajo
desempeñado, lo que no puede ser justo, ni siquiera
equitativo.

      Lo justo en este caso reside
sólo en la Comuna sin fronteras, sin parcelas, sin
propiedad y
sin dinero; lo que
ya esta Escuela tiene codificado desde abril de 1912, a cuyo
"Código
de Amor Universal" tendrán que recurrir los individuos,
vencidos por fracaso en todos los sistemas
gubernativos y anárquicos, los que le permitiremos que
ensayen para su desengaño.

     Entre tanto, nosotros vamos
ilustrando a las masas por medio de la moral del Espiritismo
Luz y Verdad,
que será necesariamente la moral individual perfecta (pero
perfectible siempre), de la que resultará una más
perfecta y verdadera moral social, que impondrá por
gravitación la justicia, ya que el amor de hermanos
será la base indestructible de loa sociedad, como lo es de
la
familia.

      Se sabe que, la moral
individual se denota en la conducta del
individuo y
está a vista también, que la moral de la
colectividad es la suma igual de la moralidad de los individuos
que la componen. Luego la moral individual, es primero que la
moral colectiva; y por ende la moral social, compuesta por todas
las colectividades, será igual a la moral de las
colectividades que la componen, ¿Cómo puede, pues,
depender el individuo de la sociedad, para su moral y
menesteres?

       En estos tópicos
se han debatido hombres lumbreras como Georges, Mark y tantos
otros que han tenido tantos partidarios como afligidos hay por la
sociedad inmoral, compuesta de colectividades inmorales.

       Pero no es justo (aunque
sea bueno) ese principio Georgiano, Marxista, etc., y su bondad
consiste en llamar a sus afiliados a la razón de su ser, a
la razón de su valía, a la razón de sus
derechos iguales;
y lo han conseguido, llevando al trabajador a la lucha por el
derecho, contra las otras clases que sin haberse creado
deberes se hicieron derechos.

      Pero llegado a este
punto y conquistado el obrero el poder, no
puede tampoco gobernar con un bienestar que estabilice su
reinado. ¿Cuál es la causa? La imposición
humana, dicen unos; el egoísmo, dicen otros; el odio, digo
yo; y por lo tanto, la inmoralidad individual, es la causa de
que, conquistado el gobierno por el
pueblo trabajador, no puede gobernar con paz y bienestar.

     Es que Georges, Mark y todos los que
han tratado el problema del gobierno del mundo, lo hicieron
desconociendo el derecho del espíritu, porque, ignoraban o
fueron cobardes en abordar esa cuestión racional y
matemática
que encierra la reencarnación, sin la cual, ninguna
humanidad podría regenerarse.

      Sí; si cada
espíritu viniera una sola vez como hombre o mujer, no
podría ser más que lo que fuera en esa existencia.
Y… ¿dónde estaría aquí la
justicia, siquiera sea de las leyes naturales, haciendo que unos
sean fuertes, bellos, elocuentes, ricos, potentados, tiranos,
orgullosos, acaparadores, etc., brillando por sus creados o
robados intereses, mientras otros pasan esa misma existencia
enfermos, ignorantes, pasando hambre y reventando del trabajo
como bestias, hostigados,  perseguidos y sacrificados? No es
posible cargar estas injusticias criminales al Creador y es lo
que hacen los que se meten a redentores de los trabajadores, sin
conocimiento
ninguno de la sabia ley de reencarnación, para la
compensación necesaria al espíritu, autor y actor
único del progreso.

      De este desconocimiento
desgraciado, del que se encargó la religión, viene la
falta de moral y la inmoralidad individual, de la que nace la
sociedad inmoral también.

       La pólvora lo es,
hasta el momento de explotar, que el fin de su ley.

       Las doctrinas Georgianas
y Marxistas, socialistas y anarquistas, son también la
pólvora preparada para hacer explotar las conciencias; y
después de la explosión queda a la vista el trabajo
realizado. Pero, ¿dejarán que se destruya por si
solo el efecto causado por la fuerza de la
pólvora? Queda entonces a la pericia del ingeniero, del
arquitecto y del artista, ordenar matemáticamente,
arquitectónicamente, el efecto de una fuerza ciega, bruta
y sin conciencia.

      Absolutamente igual es una
revolución levantada por las referidas doctrinas, que no
otra cosa sino consecuencias de la opresión
supremática y destinadas a la opresión de los
oprimidos; por lo que no puede tener bases de construcción, desde que son la Ley de las
demoliciones.

      Y si otros factores no se
interpusieran luego de la explosión revolucionaria, la
revolución seguiría y acaso y sin acaso,
perdería el fruto que debe resultar del levantamiento del
pueblo oprimido.

      Esos factores que interponen
entre la revolución y los revolucionarios, son muchos;
pero los principales son los principios filosóficos,
estableciendo bases de justicia vindicatoria, que hace
reflexionar a los mismos revolucionaros, cuyos principios hacen
las veces del ingeniero matemático, que aprovechan los
efectos causados por las doctrinas revolucionarias,
señalándoles el límite de su existencia, que
hace la explosión por una fuerza ciega llamada vindicta,
de donde meramente no puede sobrepasar si ha de ser aprovechado
el efecto.

      A ese respecto efectivo, el
filósofo moral pone por delante al revolucionario el
sentimiento de amor de sus queridos, por quienes explotó
el individuo por dignidad
ofendida y resucita; despierta el sentimiento fraternal, filial o
paternal y deja la piqueta demoledora, para agarrar la paleta
constructora, por el amor a los suyos primero, que aquí
hace el oficio del arquitecto, y en segundo puesto, su
raciocinio, su satisfacción de la ofensa vindicada, que
sumadas estas razones de todos los trabadores, hacen las veces de
artistas; y como demolieron, reconstruyen; pero a gusto y
voluntad, con la moral alcanzada por el efecto del efecto de su
lucha, de su explosión. ¿Pero dirá alguien
con verdad, que fuera la moral social la que dio estos
resultados? Ni para la demolición, ni para la
reconstrucción, se encuentra primero la moral social, sino
la moral individual sumada todas en el conjunto de la sociedad;
como tampoco obrarán nada separados cada elemento de los
que se compone la pólvora en su conjunto; pero que, tan
pronto recibe la chispa que le ordena, todo el conglomerado
obedece y produce el efecto que su fuerza determina, en la que
radica la moral en conjunto, pero que cada individuo es un grano
de esa moral que concurren a formar la moral total.
  

      Se va a decir que la doctrina
Georgianas y Marxistas contienen un régimen:
Negamos. Lo que envuelven, sí, es el
término de su influencia y de su potencia si se
quiere; pero no se puede coordinara la destrucción con la
edificación, porque la una es acabar, morir: la otra es
principiar vivir.

      Que sea imprescindible destruir
una montaña para sacar de su seno la piedra y la cal, con
que edificar la casa y la ciudad, es verdad; pero no se coordina
para la ley de la existencia, puesto que si aparece la casa y la
ciudad, ha desaparecido la montaña que envolvía los
materiales.

      Cuanto se quiera filosofar en
este punto, demostrará todo: que las doctrinas
revolucionarias tienen su fin en la revolución y
aquí caducan; pero como la montaña desaparecida
sigue viviendo en las casas de la ciudad, igualmente las
doctrinas revolucionarias siguen viviendo en las leyes que
forzosamente enseñaron los efectos palpables y latentes
que dejó la revolución, y cuya moral de esas leyes
se deberá a la moral que cada individuo adquirió en
la revolución.

      Cada revolución
colectiva de una ciudad, da un grado de experiencia a la ciudad,
que debe convertirse en moral social; pero esa revolución
colectiva, no estallaría si primero no naciera en cada
individuo, el deseo de un nuevo grado de progreso, que no se
puede dudar que es un grado de moral, porque es una idea.

      Esta idea se propaga aun sin
decirla a nadie de palabra, porque impregna ese pensamiento la
atmósfera
social y hace presión en
los entendimientos sutiles y preparados y si no es el que
ideó, dispuesto para la creación de un cuerpo
doctrinario sobre el caso, no se habrá perdido tampoco y
habrá un tesoro debidamente magnético que
atraerá y encarnará la idea y la elevará a
doctrina, y es el caso de Georges y Marx y tantos
otros que se han ocupado de las cosas humanas, preparando
así la demolición del obstáculo que se opone
al nuevo horizonte que se vislumbra a través de las
sombras opositoras de la luz.

      Si las doctrinas
revolucionarias por la acción
del brazo, contuvieron en sí mismas las leyes que deben
darse detrás de la revolución, ésta no
tendría lugar, por la sencilla razón del instinto
de la conservación de la materia.

       El hecho mismo de que los
hombres se lancen a la revolución de la fuerza, confirma
claramente lo que estamos sosteniendo.

      En efecto: el individuo que se
lanza con el puño cerrado o con el arma empuñada en
la mano, sabiendo que puede caer en la lucha y que necesariamente
caerán muchos de sus correligionarios de idea y causa,
prueba eficientemente, que si presiente un término feliz,
no ve el resultado hasta el final; y entonces es cuando se
cuidará, por la experiencia, de hacer leyes que puedan
librarlo de los agobios y peligros, en que vivía antes de
lanzarse a la conquista de
un grado de progreso, de un punto mayor de moral.

      Si tuviera ese punto de moral,
es grado de progreso, esa ley que presiente, no se batiría
con las armas, puesto que
en ellas está el peligro de no poderlo disfrutar, aunque
se sacrifica por el ideal.

      Por eso se ha dicho con verdad
que: "Ningún filósofo es buen general para una
revolución". Es así en efecto, porque el
filósofo ve y pesa las consecuencias; ve la ley que debe
implantarse y no puede ser ni cruel, ni tirano, ni injusto; todo
lo cual tiene que ser el revolucionario en acción, que no
puede ser más que el elemento pólvora
 que derrumba la montaña, de la que sale la piedra y
la cal; con que luego se edificará el nuevo edificio, la
nueva sociedad.

      En filósofo, sin
embargo, ha preparado la chispa que prenderá esa
pólvora, y mientras prende y al frente del efecto, hace la
ley de construcción, la que señala el principio de
una nueva existencia de aquellos escombros en mayor ordenada y
racional belleza y armonía, cuyos ripios, unidos por la
argamasa de la nueva ley, se rinden a ella y en nueva
fraternidad, pueden disfrutar el sacrificio; pero ha de ser en
condición de que se haya acabado la pólvora, que
hayan explotado todos los cartuchos, es decir, que se hayan
satisfecho todos los revolucionaros, acabando los odios. Si no es
así, ha quedado el peligro latente, porque los cartuchos
que quedaron envueltos sin explotar por una causa cualquiera, por
cansancio, por trampa diplomática, por la
conjunción de fuerzas neutralizadoras en contra de la
revolución, no habrán hecho más que detener
un momento y muy  mal momento, las fuerzas
demoledoras;      

      Pero no se puede reconstruir,
porque no salieron a la superficie todos los obstáculos
que se trataba de anular.

      Un ejemplo vivo y desgraciado
tenemos potente  en estos momentos con una paz de
tortilla,
 de París, sobre el tratado de
Versalles, que es un engaño sin precedentes, como
insólita fue esa guerra
europea, vergüenza de su mentida civilización.

     Sí, hoy dos años que se
dijo paz; pero hoy dos también que en plena y
pública sesión en esta escuela dijimos: "Han dicho
paz y no habrá paz". Desde entonces han caído
más millones de hombres que en la gran contienda de la
entente y de los aliados, y sino, que nos diga el Soviet Ruso,
cuantos hombres han perdido para sostener su innegable derecho a
la vida, destruyendo la montaña imperialista universal,
porque se oponía a la verdadera igualdad de
los derechos del hombre. Digamos qué fue de los
ejércitos Polacos; hablen los míseros restos del
ejército de Dinikine; cuéntenos el fugitivo Wrangel
los hombres que perdió y abandonó; háblennos
de los Checos, Los Helenos, los Persas y todo el Oriente; cuenten
también los Italianos, los Españoles y los…
Irlandeses… Basta, basta, pluma mía, que tú
no te sonrojas; yo… yo sí me avergüenzo de una
humanidad sin sentimientos y sin moral.

      ¿Cuál es la causa
de esta vergüenza y de la Debacle terribilísima que
se avecina, y quienes son los culpables? En estos momentos
están reunidos en Ginebra y faltan algunos, especialmente
el más culpable, el causante verdadero de lo que sucede,
por que con honda malicia, con risa sarcástica,
obedeciendo solamente a su sed de oro,
contrabalanceó las fuerzas, cortó la mecha
bienhechora que demoliera por completo la montaña de la
plutocracia, y sin esto la paz no puede ser y no será; el
culpable es Wilson, "El pastelero No. 1", como yo lo bautice tan
pronto como dijo paz. Algunos podrán presentar cartas escritas
en aquella ficha con ese nuevo apellido, que hoy está
confirmado.

      Quieren hacer una La Liga de
Naciones… ¡Sarcasmo para la humanidad! La liga se
hará, mas no en Ginebra, sino donde los imperialistas no
piensan y no de naciones, sino de todo el mundo en una sola
nación
y bajo un solo Código, que ya está escrito, en
verdadera justicia pero… no será con evocaciones
por los obispos y Pastores al mismo Dios que bendijo las armas
fraticidas. Estos habrán caído a la fosa que
harán los cartucho que hace poco no dejaron explotar,
porque no tenían ni podrían tener moral y siguen no
teniéndola; pero el pueblo sí, adquirió su
grado de moral y la va demostrando. Como sabe el pueblo que tiene
estorbo, que son los cartuchos que no lo dejaron quemar, los
busca y los hará explotar y entonces sólo,
podrá aparecer la Ley; se reconstruirá, porque
podrá ser la Paz desde que, a la guerra, la
habrá muerto la guerra.
He ahí la verdadera
moral social del pueblo, haciendo de la mora individual, la moral
social.

      Sabe el individuo y el pueblo
trabajador cuanto cuesta lo que ha propuesto hacer: un sacrificio
tremendo, y no vacila, lo cual es demostrar un máximo amor
a la moral.

>Querer es poder; pero no es fácil
querer, requiere el todo de nuestra voluntad<

 

 

 

 

 

Autor:

Pedro Sandrea

Partes: 1, 2
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