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La Iglesia y el trabajo humano



Partes: 1, 2

    1. La Iglesia y el
      trabajo
    2. Doble
      dimensión
    3. Trabajo y
      capital
    4. Salvaguardar los
      Derechos
    5. Ir a lo
      global

    Para la Doctrina social de la Iglesia,
    el trabajo
    significa "todo tipo de acción
    realizada por el hombre
    independientemente de sus características o
    circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se
    debe reconocer como trabajo entre
    las múltiples actividades de las que el hombre es
    capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza
    misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y
    semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para
    que dominase la tierra, el
    hombre está por ello, desde el principio, llamado al
    trabajo.

    El trabajo es una de las características que distinguen
    al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada
    con el mantenimiento
    de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es
    capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo,
    llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De
    este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del
    hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en
    medio de una comunidad de
    personas; este signo determina su característica interior
    y constituye en cierto sentido su misma
    naturaleza".[1]

    El catecismo expone que "el trabajo humano procede
    directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a
    prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la
    creación dominando la tierra (cf Gn 1, 28; GS 34; CA 31).
    El trabajo es, por tanto, un deber: "Si alguno no quiere
    trabajar, que tampoco coma" (2 Ts 3, 10; cf 1 Ts 4, 11). El
    trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos.
    Puede ser también redentor. Soportando el peso del trabajo
    (cf Gn 3, 14-19), en unión con Jesús, el carpintero
    de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en
    cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora. Se
    muestra como
    discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en
    la actividad que está llamado a realizar (cf LE 27). El
    trabajo puede ser un medio de santificación y de
    animación de las realidades terrenas en el espíritu
    de Cristo".

    Es en consecuencia, un deber y un derecho, mediante el cual
    colabora con Dios Creador. En efecto, trabajando con
    empeño y competencia, la
    persona actualiza las capacidades inscritas en su naturaleza,
    exalta los dones del Creador y los talentos recibidos; procura su
    sustento y el de su familia y sirve a
    la comunidad humana. Por otra parte, con la gracia de Dios, el
    trabajo puede ser un medio de santificación y de
    colaboración con Cristo para la salvación de los
    demás.2 .

    El trabajo -«participación en la obra creadora de
    Dios»- la actividad profesional que cada uno
    desempeña en el mundo, puede ser santificada y convertirse
    en camino de santificación. «Al haber sido asumido
    por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y
    redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre
    vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y
    santificadora». Cualquier trabajo honrado realizado con
    perfección humana y rectitud, ya sea importante o humilde
    a los ojos de los hombres, es ocasión de dar gloria a Dios
    y de servir a los demás. San Josemaría
    Escrivá, respecto de la santificación del trabajo
    enseñaba que "Todo trabajo humano honesto, intelectual o
    manual, debe
    ser realizado por el cristiano con la mayor perfección
    posible -competencia profesional- y con perfección
    cristiana -por amor a la
    voluntad de Dios y en servicio de
    los hombres-. Porque hecho así, ese trabajo humano, por
    humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a
    ordenar cristianamente las realidades temporales -a manifestar su
    dimensión divina- y es asumido e integrado en la obra
    prodigiosa de la Creación y de la Redención del
    mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se
    santifica, se convierte en obra de Dios"[3]

    Asimismo señala el Catecismo "en el trabajo, la persona
    ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su
    naturaleza. El valor
    primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor
    y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre
    para el trabajo (cf LE 6) Cada cual debe poder sacar
    del trabajo los medios para
    sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la
    comunidad humana".[4]

    Considera que se debe garantizar el acceso al trabajo y a la
    profesión sin discriminación injusta, a hombres y
    mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados. La
    sociedad debe
    por su parte ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo y un
    empleo.

    Se establece que el salario justo es
    el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede
    constituir una grave injusticia (cf Lv 19, 13; Dt 24, 14-15; St
    5, 4). Para determinar la justa remuneración se han de
    tener en cuenta a la vez las necesidades y las contribuciones de
    cada uno. 'El trabajo debe ser remunerado de tal modo que se den
    al hombre posibilidades de que él y los suyos vivan
    dignamente su vida material, social, cultural y espiritual,
    teniendo en cuenta la tarea y la productividad de
    cada uno, así como las condiciones de la empresa y el
    bien común'[5] El acuerdo de las partes no basta para
    justificar moralmente la cuantía del salario.

    Partes: 1, 2

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