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La escalera (página 2)




Enviado por José Carlos Celaya



Partes: 1, 2

No eran plantas caras,
eran clavelinas y violetas africanas y pensamientos. Hasta que
todos los peldaños de la escalera tuvieron una planta.
Dieciocho plantas y Juanjo hizo su viaje de egresados a
Córdoba y ellos, felices, lo fueron a despedir a la
terminal de micros de Retiro y cada día recibían un
llamado y era Juanjo que les contaba adonde habían ido a
pasear él y sus compañeros y finalmente aquel
llamado, el último. Ya que cuando sonó el teléfono a la mañana, eso fue a las
seis, alguien les contó con voz fría e impersonal,
que el micro había sido atropellado por un camión,
cuyo chofer estaba borracho, y todos los alumnos y el conductor
murieron.

El y su esposa viajaron a Córdoba en un micro que
partió desde la terminal de Retiro y volvieron en
avión, con los restos de su hijo en un féretro
cerrado y lo enterraron en el cementerio de la Chacarita. Su
esposa quitó todas las plantas de la escalera,
guardó toda la ropa de Juanjo en un baúl y la
donó a una parroquia y quitó todas las fotos del hijo,
como si Juanjo nunca hubiera existido.

Y ahora, cuando él regresaba por las tardes, cansado
después de doce horas de manejar el taxi, casi no hablaban
y ella casi no dormía por las noches y se quedaba llorando
hasta el amanecer. Y al poco tiempo ella
comenzó a hablar en forma extraña, como dando a
entender que su hijo no había muerto. Y compró
ropa, jeans y remeras, y colocó aquellas fotos de Juanjo
por toda la casa, y decía que su hijo estaría
divirtiéndose en Córdoba, y él no
decía nada, ya que suponía que lo mejor era ir a un
médico, y ella, su esposa, cuando él
insistía en el tema, se quedaba callada y ponía una
cara extraña, como si él no entendiese. Hasta
aquella tarde.

El lo recordaba bien, pues por algún motivo no
había salido a trabajar con el taxi y ellos dos tomaban
mate en el patio cubierto por el toldo y sonó el timbre y
atendió ella, su esposa. Era alguien que decía
traer un mensaje, la Palabra o algo así. Y su esposa fue a
abrir la puerta de calle y volvió acompañada por
una muchacha de largo vestido oscuro y cabello negro recogido,
que traía un pequeño maletín:
contenía una gran Biblia y folletos y otro libro. Y su
esposa le sirvió un té a la muchacha y ésta
les explicaba que para el Señor no hay imposibles, que
todo está previsto en el plan de
Jehová.

Y así la muchacha comenzó a venir todos los
miércoles, y él sabía que había
venido porque, cuando regresaba, después de manejar doce
horas, sobre la mesa había siempre un nuevo folleto. Y su
esposa comenzó a hablar de esa manera extraña,
mezclando a Dios, los Ángeles y
la Predestinación.

Hasta aquel día, aquel último miércoles,
cuando la muchacha les dijo que no iba a venir más, porque
se mudaba lejos, a una provincia. Fue después de eso
cuando su esposa comenzó a tener problemas
renales. Y él le dijo que tendrían que ir al
médico, y ella le decía que si, que ya iban a ir. Y
continuaba hablando de que Juanjo iba a volver, que él ya
lo vería. Finalmente fueron al hospital y los
médicos determinaron que ella tendría que quedarse
internada y fijaron una fecha para la realización de los
estudios.

Y ella se internó y le hicieron controles, que
él pensó que serían de rutina, y luego vino
la intervención quirúrgica de urgencia y cuando el
creyó que todo había ido bien, un médico lo
llamó, y en un consultorio blanco, lo invitó a
sentarse, le dijo que si fumaba que lo hiciera y después
de todo eso le asestó la puñalada que él no
esperaba: su esposa estaba en la etapa última de una
enfermedad terminal. Que lo mejor sería llevarla a su
casa.

Y al mes o un poco más, después de espantosos
dolores, y analgésicos, y ella mirándolo siempre
con sus ojos marrones, con la mirada perdida, y él
tomándole la mano, ella se durmió para siempre, con
sus manos entre las de él.

Y ahora, cuando él mira con ojos lejanos y remotos,
como la lluvia incesante moja el capot de su automóvil,
ante el café
que se ha quedado frío, se cumple otro año de
la muerte de
su esposa. El abandona el bar, paga, y sale a la calle y se mete
en el taxi y conduce entre las calles mojadas y gente que corre
bajo la lluvia. Conduce pensativo hasta llegar a su casa.

Mientras toma mate debajo del toldo de aluminio mira
la escalera y piensa que mañana, cuando la lluvia haya
parado, pondrá en la escalera la primera planta y
así, irá colocándolas, año tras
año, siempre una nueva, hasta la llegada de Juanjo.

 

 

Autor:

José Carlos Celaya

Partes: 1, 2
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