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Fragmento del texto "Timeo" de Platón referido a la Atlántida



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    Al principio del Diálogo,
    Sócrates
    menciona la discusión del día anterior sobre la
    sociedad
    "perfecta", (Platón
    hace aquí referencia a su obra "La
    República", escrita unos años antes).
    Sócrates, ante las discusiones hipotéticas de sus
    estudiantes, les propone una tarea: ejemplificar la
    perfección de una sociedad que vive de acuerdo con los
    preceptos expuestos en "La República" y que entabla una
    guerra
    justa.

    Critias responde diligentemente a la sugerencia del maestro e
    inicia su explicación:

    CRI.– Escucha, entonces, Sócrates, un relato
    muy extraño, pero absolutamente verdadero, tal como en una
    ocasión lo relataba Solón, el más sabio de
    los siete, que era pariente y muy amigo de mi bisabuelo
    Drópida, como él mismo afirma en muchos pasajes de
    su obra poética. Le contó a Critias, nuestro
    abuelo, que de viejo nos lo relataba a nosotros, que grandes y
    admirables hazañas antiguas de esta ciudad habían
    desaparecido a causa del tiempo
    transcurrido y la destrucción de sus habitantes, y, de
    todas, una, la más extraordinaria, convendría que
    ahora a través del recuerdo te la ofreciéramos como
    presente, para elevar al mismo tiempo loas a la diosa con
    justicia y
    verdad en el día de su fiesta nacional, como si le
    cantáramos un himno.

    SÓC.– Bien dices. Pero, por cierto, ¿no
    explicaba Critias cuál era esta hazaña que,
    según la historia de Solón, no
    era una mera fábula, sino que esta ciudad la
    realizó efectivamente en tiempos remotos?

    CRI.–Te la diré, aunque escuchada como un
    relato antiguo de un hombre no
    precisamente joven. Pues entonces Critias, así
    decía, tenía ya casi noventa años y yo, a lo
    sumo diez. Era, casualmente, la Kureotis, el tercer día de
    los Apaturia. A los muchachos les sucedió lo que es
    siempre habitual en esa fiesta y lo era también entonces.
    Nuestros padres hicieron certámenes de recitación.
    Se declamaron poemas de
    muchos poetas y, como en aquella época los de Solón
    eran recientes, muchos niños
    los cantamos. Uno de los miembros de la fratría, sea que
    lo creía realmente o por hacerle un cumplido a Critias,
    dijo que si bien Solón le parecía muy sabio en
    todos los otros campos, en la poesía
    lo tenía por el más libre de todos los poetas. El
    anciano, entonces –me acuerdo con gran claridad– se puso muy
    contento y sonriendo dijo: "¡Ay Aminandro!,
    ¡ojalá la poesía no hubiera sido para
    él una actividad secundaria! Si se hubiera esforzado como
    los otros y hubiera terminado el argumento que trajo de Egipto y, si,
    al llegar aquí, las contiendas civiles y otros males no lo
    hubieran obligado a descuidar todo lo que descubrió
    allí, ni Hesíodo ni Homero, en mi
    opinión, ni ningún otro poeta jamás
    habría llegado a tener una fama mayor que la suya".
    "¿Qué historia era, Critias?", preguntó el
    otro. "La historia de la hazaña más importante y,
    con justicia, la más renombrada de todas las realizadas
    por nuestra ciudad, pero que no llegó hasta nosotros por
    el tiempo transcurrido y por la desaparición de los que la
    llevaron a cabo", dijo el anciano. "Cuenta desde el comienzo",
    exclamó el otro, "qué decía Solón, y
    cómo y de quiénes la había escuchado como
    algo verdadero".

    "En Egipto", comenzó Critias, "donde la corriente del
    Nilo se divide en dos en el extremo inferior del Delta, hay una
    región llamada Saítica, cuya ciudad más
    importante, Sais –de donde, por cierto, también era el
    rey Amasis–, tiene por patrona una diosa cuyo nombre en egipcio
    es Neith y en griego, según la versión de aquellos,
    Atenea. Afirman que aprecian mucho a Atenas y sostienen que en
    cierta forma están emparentados con los de esta ciudad.
    Solón contaba que cuando llegó allí
    recibió de ellos muchos honores y que, al consultar sobre
    las antigüedades a los sacerdotes que más
    conocían el tema, descubrió que ni él mismo
    ni ningún otro griego sabía, por decir así,
    prácticamente nada acerca de esos asuntos. En una
    ocasión, para entablar conversación con ellos sobre
    esto, se puso a contar los hechos más antiguos de esta
    ciudad, la historia de Foroneo, del que se dice que es el primer
    hombre, y de Níobe y narró cómo
    Deucalión y Pirras sobrevivieron después del
    diluvio e hizo la genealogía de sus descendientes y quiso
    calcular el tiempo transcurrido desde entonces recordando
    cuántos años había vivido cada uno. En ese
    instante, un sacerdote muy anciano exclamó: '¡Ay!,
    Solón, Solón, ¡los griegos seréis
    siempre niños!, ¡no existe el griego viejo!' Al
    escuchar esto, Solón le preguntó: '¿Por
    qué lo dices? 'Todos', replicó aquél,
    'tenéis almas de jóvenes, sin creencias antiguas
    transmitidas por una larga tradición y carecéis de
    conocimientos encanecidos por el tiempo. Esto se debe a que
    tuvieron y tendrán lugar muchas destrucciones de hombres,
    las más grandes por fuego y agua, pero
    también otras menores provocadas por otras innumerables
    causas. Tomemos un ejemplo, lo que se cuenta entre vosotros de
    que una vez Faetón, el hijo del Sol montó en el
    carro de su padre y, por no ser capaz de marchar por el sendero
    paterno, quemó lo que estaba sobre la tierra y
    murió alcanzado por un rayo. La historia, aunque relatada
    como una leyenda, se refiere, en realidad, a una
    desviación de los cuerpos que en el cielo giran alrededor
    de la tierra y a la
    destrucción, a grandes intervalos, de lo que cubre la
    superficie terrestre por un gran fuego. Entonces, el
    número de habitantes de las montañas y de lugares
    altos y secos que muere es mayor que el de los que viven cerca de
    los ríos y el mar. El Nilo, salvador nuestro en otras
    ocasiones, también nos salva entonces de esa desgracia.
    Pero cuando los dioses purifican la tierra con aguas y la
    inundan, se salvan los habitantes de las montañas,
    pastores de bueyes y cabras, y los que viven en vuestras ciudades
    son arrastrados al mar por los ríos.

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