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La identidad cultural hispano-caribeña desde la perspectiva de Pedro Henríquez Ureña. Visión filosófica (página 2)



Partes: 1, 2

Lo más significativo que se ha encontrado en sus
trabajos ha sido su capacidad para no esquematizarse
nacionalmente, sino que a sus ideas, reflexiones y su sentido de
pertenencia no se les va a encontrar fronteras; sus reflexiones
iluminan todo el territorio latino. Una doble dirección aparece desde temprano en sus
escritos: por un lado, la labor de investigación, sabia, de acarreo de
datos, y
aportes documentales, dejada en obras importantes. Por otro lado
la labor de divulgación, que fue en él complemento
indispensable de sus trabajos más ambiciosos.

Durante toda su vida viajó alrededor de toda la
América
Latina a países como Cuba, México,
Estados
Unidos, Santo Domingo, Argentina y en esta travesía
por toda una variedad de escenarios, le proporcionó una
experiencia invaluable; base capital para
captar como corresponde acentos propios y diferencias. Fueron
pocos y cortos sus viajes a Cuba,
sin embargo constructivos, donde hizo varias publicaciones en
diferentes revistas de la intelectualidad cubana, y sobre todo en
la ciudad de Santiago de Cuba, donde durante varios años
se asentó la familia
Henríquez Ureña, y donde lograron abrir una brecha
en medio de la intelectualidad cubana de ese tiempo, su
hermano Max, dirigía una de las revistas más
importantes, convirtiéndola precisamente, en la voz de
Ureña, en varias ocasiones; desde la isla estuvo al tanto
de todo cuanto pasaba en el mundo y principalmente en América
Latina, a través de cartas hacia
Alfonso Reyes, en las cuales se puede percibir un alto grado de
amistad y
compenetración de uno con el otro. Pienso que se pueda
mostrar ésta, como un ejemplo de amistad para el mundo,
fueron capaces de criticarse el uno al otro, tanto la vida
personal como
profesional, y versar acerca de otras grandes personalidades de
la época, a través de su accionar
intelectual.

Lo que la historia ha dejado como
evidencia de esta comunicación ha propiciado, desde el punto
de vista analítico, un documento de incalculable valor. En este
epistolario se muestra el
alcance de la dimensión humanística en la vida de
Ureña, y cómo concebía la amistad, no
sólo en forma de apoyo, sino más bien como una
relación recíproca, que servía a ambas
personas como soporte, frente a los problemas a
que se enfrentaban los intelectuales
de la época.

Al acercarnos a la obra de Ureña, podemos
percibir instantáneamente el futurismo de sus
concepciones, dimensionado por toda América. Estar al
tanto de cada acontecimiento latinoamericano, le propició
desde cada país al que viajó, una visión
acertada de la problemática de su momento histórico
en todo el continente, problemática que ineludiblemente
forma parte de nuestro tiempo, y que le facilitó escribir
diáfanamente a la juventud,
arengándola a luchar por la identidad del
continente, que desde tiempos remotos está siendo
saboteada por los vecinos del norte.

Los latinoamericanos (incluyendo caribeños) han
vivido a raíz de sus diferentes orígenes un

conflicto identitario, el hecho de que existan tantas
culturas o civilizaciones ha hecho prácticamente imposible
que los latinoamericanos hagan suyo o propio uno de estos
orígenes o culturas, pues no pertenecen a una de esas
civilizaciones en particular sino que son el resultado de una
mezcla o hibridación considerándose ésta,
como una creación intelectual y cultural, resultado de una
transculturación; pues hasta la España
misma deja de ser europea por su sangre
africana, por sus instituciones
y su carácter. La mayor parte del
indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con
el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con
el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma
madre, nuestros padres diferentes en origen y en sangre, son
extranjeros; y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta
desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia.

El tema de la problemática de la identidad
latinoamericana posee gran actualidad, ya que a pesar de
que los problemas a los que se refería Pedro
Henríquez Ureña fueron planteados en medio del
siglo XX, y realizando un análisis de toda la situación
mundial, son precisamente los que aún, y aparejados con
otros, golpean a la humanidad en medio del siglo XXI. Siguen
siendo las guerras un
punto discordante y desagradable para toda la humanidad;
aún persiste la necesidad de inculcar valores
morales positivos en el individuo,
para contribuir a formar hombres y mujeres más decorosos,
humanos y responsables con el mundo en que vivimos y las
demás personas que habitan en él, pero aunque
siguen siendo similares las problemáticas, en un contexto
diferente, también lo son las soluciones,
nuestro continente necesita unidad y conciencia de la
identidad que nos determina.

La etapa de desarrollo
intelectual de Pedro Henríquez Ureña que se
extiende desde finales del siglo XIX hasta principios del
siglo XX, se distingue por la riqueza histórica de la
época. Es precisamente en este intervalo en que comienza
con mayor auge la lucha de la mujer en el
mundo entero proponiendo analizar las características de
la situación femenina, sus causas, y por consiguiente, las
soluciones posibles mediatas e inmediatas.

Se lucha aún en la mayor parte del mundo por la
comprensión de que ambos sexos poseen el mismo nivel de
capacidad potencial como seres humanos, y se propone desarrollar
al máximo esta capacidad en su medio favorable.

Ureña, vivió la llamada "crisis de fin
de siglo", que en muchos países fue tomada como "modernismo", o
como un movimiento
estético de renovación literaria, una actitud
espiritual y una tendencia ideológica que algunos han
llegado a identificar con una concepción del mundo; pero
llega el siglo XX, con su prodigiosa producción
científico-técnica, quien brindara menos argumentos
para ocultar el valor de la subjetividad.

Por un lado todas las corrientes contemporáneas
al marxismo,
herencia del
siglo XIX, en un mundo sin fe, sin amor y sin
ideales, muchos la han llamado "una procesión de fracasos
filosóficos y vitales", como lo fueron el positivismo,
el irracionalismo, el logicismo, el naturalismo, el
evolucionismo, el mecanicismo, el empirismo; y
todos los "ismos", nacidos del subjetivismo y del individualismo
modernos; los cuales realmente cuando obviamos sus limitaciones
aportaron de una forma u otra a la evolución del pensamiento de
la época posterior; y por otro lado, el propio marxismo
que más tarde se convirtiera en un método
científico para entender la realidad
histórico-concreta mundial, frente a los cuales,
Ureña vislumbre de que un solo camino sería
correcto, la vuelta a lo humano.

De esta situación en la que maduraba el
dominicano de letras Ureña, expuso: "… el rasgo
más saliente de nuestro movimiento filosófico es
que se inclina no sólo a la
investigación teórica sino a la
especulación moral…".

Debemos aclarar que la discusión sobre
nuestra identidad no es nueva. En la década de 1920, en
Alemania, el
Instituto para la Investigación
Social (Instituto für Sozialforschung), fundado en
Frankfurt en 1923 por Adorno y
Horkheimer consideran que el mundo en el que viven "es el mundo
de la caída de la razón objetiva", en donde
el hombre ya
no se cuestiona críticamente su devenir ni pasado, por lo
tanto, se encamina derechamente hacia la pérdida de su
identidad individual y colectiva.

Lo que los pensadores alemanes planteaban cobró
importancia años más tarde cuando el mundo entero
se vio sacudido por la expansión del nazismo y el
fascismo;
hechos que de alguna manera fueron vaticinados principalmente por
Theodor Adorno en su obra "Cultura
Crítica
y Sociedad" y
que afectaron la identidad y el cuestionamiento del tipo de
sociedad que se pretendía forjar.

Las dos guerras mundiales volvieron a poner en el tapete
la cuestión de la identidad. Pueblos enteros vieron
destruidas sus culturas y sus propuestas de futuro; por ende,
debieron replantear su pasado en la búsqueda de un futuro
alejado de la incertidumbre y el escepticismo.

En la década de los 70, Michael Foucault trabaja
la idea de que hay conceptos claves para el entendimiento de la
sociedad; por ejemplo, la disciplina
(que es una especie de lema en torno a la cual
gira el modelo
capitalista); el poder, el cual
no es sólo prohibitivo o represivo, sino tan bien
reproductivo; produce por ejemplo, diferentes regímenes de
verdades y de saberes, los cuales, por lo tanto, condicionan el
apoderamiento de identidades culturales. En su obra
Microfísica del poder, pone énfasis justamente en
esa visión reticular del poder y en las manifestaciones en
lo cotidiano, rayando con mucho cuidado y prolijo el tema de la
construcción de la identidad.

Al conmemorarse los 500 años del descubrimiento de
América, la problemática se volcó hacia
nuestro continente y si bien, ya se había escrito antes
sobre la identidad latinoamericana, la gran mayoría de
esos manifiestos se hicieron públicos bordeando
1992.

Los órganos y redes intelectuales de
Latinoamérica buscaron con afán
entre obras como las de Todorov, Dussel, Kusch, Roig, Montiel y
Zea, (por nombrar algunos), pequeños atisbos que
alimentasen la discusión en torno a nuestra identidad: la
permanencia o el fortalecimiento de ella.

Esta discusión en torno a la identidad
latinoamericana no sólo involucró a pensadores,
académicos e intelectuales, sino que además
comprometió a políticos, etnias, grupos
nacionalistas, reivindicativos, etc., quienes se apropiaron de
determinados discursos para
justificar o replantear nuestra identidad.

Conceptualmente, la identidad es considerada desde el
punto de vista de Víctor H. Díaz Gajardo como:
"… el núcleo de cada cultura. Es el modo de ser
particular, la propia y singular modulación
de las variantes universales de cada cultura en el eje del tiempo
y en la dimensión del espacio".

Y la "cultura" es todo aquello desde las obras
artísticas de prestigio a la gastronomía más o menos reinventada
y tradicional que contribuye a la formación de una
identidad colectiva derivada de los mitos
constitutivos del estado
nacional.
Asumimos en esta investigación estos
conceptos anteriores, que consideramos vitales a la hora de
lograr un estudio de la identidad, sin embargo, acercarnos a la
obra de Ureña, nos da una idea más acabada de lo
que se siente cuando nos identificamos a nuestro continente, y
podemos percibir que no es solo el sentido de pertenencia hacia
éste, es mucho más.

Ureña en una carta enviada a
su entrañable amigo Alfonso Reyes escribe: "Una vez
que los problemas, que las cosas de América, se van
conociendo, son algo tan impresionante, todo es de naturaleza tan
avasalladora, de una calidad tan
extraordinariamente rica, que fatalmente el hombre tiene
que inclinarse ante esa realidad portentosa. Y de ahí nace
la cultura, sin que el hombre se lo proponga
". Es indudable
que para Pedro Henríquez, identificarse con la cultura
autóctona de cada cual, no era simplemente como afirmamos
antes, identificarse con nuestras culturas, sino que
requería sacrificio, entrega, abnegación y
devoción, por nuestro pedazo de cielo; era lo que
realmente marcaba la identificación de una persona no con su
país, sino con la América toda.

Pero, ¿El modo de ser de América ha sido
siempre el mismo? Consideramos que no, aunque existan
pequeños atisbos de continuidad, como el hecho de un
pasado colonial, una obligada inserción al capitalismo y
a la dependencia económica que dan como resultado una
Latinoamérica tercermundista y
periférica.

Desde la llegada de los hispanos a nuestro continente,
la población indígena fue brutalmente
reducida a fuerza de
pólvora o a través del trabajo
esclavista. Los indios que resistieron eran exterminados o
simplemente se adaptaron a la aculturación, la
transculturación y a la evangelización, la cual no
sólo acababa con su cultura sino también con su
imaginario colectivo.

Del encuentro original entre la cultura española
e indígenas, emergió un nuevo modelo cultural
fuertemente influenciado por la religión
católica, e íntimamente relacionado con el
autoritarismo político y no muy abierto a la razón
científica. Este modelo coexistió fácilmente
con la esclavitud, el
racismo, la
inquisición y el monopolio
religioso.

La llegada de las emancipaciones latinoamericanas no
provocó grandes cambios en este panorama; es más,
la conformación de un mestizaje latino híbrido
donde la preponderancia apunta a la no-pureza de nuestro
criollaje. Las esferas de poder se trasladaron hacia los
terratenientes y hacendados, los cuales reprodujeron el discurso
político y económico colonial atentando contra
el criollaje y las etnias, forzando raciocinios kantianos para
justificar el poder y el sometimiento a una hegemonía
cultural en toda Latinoamérica.

La industrialización de las naciones occidentales
provocó en Latinoamérica flujos de dependencia
económica que posibilitaron el ingreso de capitales
británicos y estadounidenses que se alojaron en el seno de
nuestras economías, transformando las costumbres de la
oligarquía, quienes seguían ostentando el poder
interno, subyugando a los sectores populares a una
reformulación de corte moderno del sistema colonial:
la hacienda, o bien a los enclaves económicos de estilo
esclavista ligados principalmente al trabajo minero y a las
plantaciones caribeñas.

Sin embargo, el siglo XX para Latinoamérica es
sinónimo de la expresión máxima de la
desintegración cultural e identitaria con la
irrupción veloz de los medios de
comunicación y el aumento de la brecha entre las
esferas de poder y la sociedad.

Kusch realiza un análisis acabado y genial de las
diferencias ontológicas de nuestra América
multicultural y sincrética que en definitiva se oponen a
la homogenización y a la
globalización de nuestra cultura social, impidiendo
por razones "del ser latinoamericano" la homogenización de
una identidad.

A la ya mencionada disyuntiva ontológica a la
cual hace mención Kusch de nuestra identidad, hay otros
factores que por lo menos son necesarios nombrar, y que
configuran este trabajo. Se debe tener en cuenta que es innegable
que la religión ha jugado un rol fundamental en la
historia de la cultura en Latinoamérica en cuanto a que se
ocupa de los valores
supremos y que ha servido para fundamentar un orden social
compartido.

Es decir, que la religión católica ha
servido de silenciador de muestras de reivindicación
radical y que se ha encargado de justificar en cierta medida a
quienes en estos momentos ostentan las esferas de poder. Bajo
este aspecto cabe destacar y recordar que la separación
Iglesia-Estado
es algo que fue resistido en muchos países latinos,
algunos de los cuales hasta el día de hoy sienten una
presión
muy fuerte por parte de los poderes seculares.

Otra de las dificultades para nuestra identidad
apuntó más bien a las escuelas y a la didáctica de la enseñanza de la Historia de la
época, donde prevaleció un enfoque tradicionalista
y positivista basado en las fechas y los datos en vez de la
comprensión y problematización real de nuestro
pasado.

Es bien conocido el desencanto juvenil frente a los
discursos políticos actuales. Según Peter McLaren,
como consecuencia de la condición postmoderna de nuestra
sociedad actual, los jóvenes sienten repudio frente al
"compromiso con el presente o a pensar históricamente",
vivir no cuestionándose el pasado para la
comprensión del presente.Según sus consideraciones
estas juventudes viven las identidades superficiales de las
imágenes que les entregan los medios de
comunicación, en las que la política de
análisis interpretativo es reemplazada por la
política del sentirse bien, del dejar pasar o bien del
olvido de la memoria
histórica.

Frente a esta opinión hay que tener en cuenta que
la historia no está compuesta de buenos y malos, sino de
realidades y procesos por
explicar, y asumir el pasado supone un punto de partida necesario
para encarar el futuro. Una sociedad que se niega a aceptar su
pasado, está enfrentando el futuro sobre bases muy
endebles. Esto incide considerablemente contra nuestros
jóvenes; puesto que la forma tradicional de enseñar
nuestra historia no los lleva a la contextualización y
contemporalización de nuestro pasado, el cual necesita ser
remodelado por la urgencia que cada generación tiene de
construir el presente desde el pasado, y de producir su propia
realidad social y cultural a partir del mundo que recibe como
legados, los
problemas vitales con que carga a la nueva
generación.

En ese período definido entre la segunda mitad
del siglo XIX y principios del XX, el problema de la identidad, o
sea, "la definición del conjunto de referentes que
fijan los sentidos de
pertenencia a una comunidad",

tuvo su núcleo fundamental de discusión en torno a
la variable de la raza, al que estaba profundamente ligado el
ideal de patria, por lo menos en México.

El sujeto que asume el proceso de
mestizaje como lo más trascendental que le pudo haber
ocurrido, es justamente un sujeto trascendente, que encierra en
sí lo que Don Fernando Ortiz, ha hecho conocer como
transculturación, o sea, << un ajiaco donde cada
elemento ingrediente tiene sus propiedades inherentes de las que
no puede ser desprovisto>>.

Porque resulta que en el despertar nos daremos cuenta
que somos un ente social con altos compromisos con nuestra
historia y responsables del cambio de
subjetividades condicionadas por el culto a patrones
eurocéntricos, así como de evitar que se
continúen reproduciendo la jerarquización de una
cultura sobre otras, cuando lo que hay es que establecer políticas
sobre las bases de la equidad a la
diversidad de valores
culturales.

Nuestro protagonista planteó sus reflexiones
sobre la identidad bajo un marco de interpretación que enfatizó, no el
contenido biológico de las razas, sino la posibilidad de
un mestizaje cultural, aceptando de una vez el peso de la
herencia latina y humanista. Sin duda José María
Vigil y Justo Sierra fueron en el contexto mexicano antecesores
importantes de esta reflexión. La conciencia de una
identidad regional en los países independientes
específicamente, en el siglo XIX había empezado a
surgir desde el siglo XVIII, con el pensamiento de hombres como
Francisco Javier Alegre (1728-1788) y Javier Claviggvero
(1731-1787), pero fueron otros pensadores, escritores o
educadores comprometidos con la naciente independencia
en el siglo XIX quienes fortalecieron filosóficamente el
sentido de alteridad ante el Occidente.

Entre ellos podemos citar a José Martí
(1853 – 1895), Simón Rodríguez (1771 – 1874), Juan
Bautista Alberdi (1810 – 1884), entre otros, con quienes
surgieron con vigor, focos colectivos de pensamientos que
reclamaron no sólo la identidad de un "nosotros", sino que
abrieron la retrospectiva de la lucha de liberación por un
futuro con mayor justicia
social, donde como dijera Leopoldo Zea, en 1952, había que
concebir una filosofía de compromiso, y el mismo
especificaba: "la filosofía es latinoamericana en
cuanto es de origen latinoamericano y responde a necesidades del
continente
".

Para estos pensadores de países como
Haití, México, Paraguay, Chile,
Colombia, que
obtuvieron su independencia en este período, tuvieron
muchos, la limitación de que no vieron el problema de la
identidad como debía ser, ya que no se trataba de una
ruptura frontal con la filosofía occidental o de otras
regiones, sino de profundizar las ideas y los métodos de
conocimientos desde la perspectiva de la realidad objetiva del
sujeto pensante. En un articulo de Alain Touraine, titulado "Las
transformaciones sociales del siglo XX", queremos referirnos que
en su análisis comparativo de que a finales del siglo XIX
y XX, los problemas de corte identitario, los actores,
desafíos, problemas y soluciones tenían motivos
"sociales" y sin embargo, en la actualidad son "culturales e
individuales".

Puede que en las postrimerías del siglo XIX y
siglo XX, estos hallan sido los principales motivos de los
problemas, pero se puede comprobar que los problemas
sociales de la época fueron los causantes de que
principalmente en Latinoamérica estuviera latente la
dificultad identitaria, y de dónde proviene esta traba
sino de problemas "culturales e individuales".

Según las palabras de Touraine, la "actividad
colectiva" produce lo anterior; es obvio que un ente no
revoluciona una cultura ni una forma de pensar, es el hombre el
que hace la masa y es la masa la que puede transformar, adicionar
o restar características propias a una cultura
determinada.

Cuando nos referimos al idioma, podemos afirmar que este
no determina, pero si condiciona la identidad de un país,
en América Latina, la mayor cantidad de los países
que conforman este continente son de habla hispana, con
excepción de Brasil y las
islas del Caribe con tendencias idiomáticas
anglófonas o francófonas, o sea, tenemos una
lengua que nos
condiciona, que es parte de una identidad dentro de todo un
continente. A pesar de que coexiste una mezcolanza en lo que
respecta al idioma, en un mismo país o un territorio
dentro de ese país, pueden existir un sin número de
derivaciones de un idioma, sin embargo, en dicho continente o en
cualesquiera de sus países hay una fuerte identidad en las
costumbres, religiones,
ideologías, que van más allá al
entendimiento de las lenguas de
cada cual.

Podemos asegurar que es muy bajo el por ciento de los
individuos que una vez emigrados, fugitivos o de otro motivo, se
identifican realmente con ese otro país y obvian todas las
costumbres del país natal; estas personas siguen
manteniendo una "cultura identitaria" con el país de
procedencia; la cual tomamos como << todo aquello que
va identificar a un individuo con un territorio dado, ya sea
material o espiritualmente
>>.

Es precisamente por eso que alertaba Ureña en sus
escritos y es por ello que debemos exponerlo como el defensor de
nuestra idiosincrasia hispano – caribeña que fue, no
desde el punto de vista nacional sino más allá de
los límites de
Santo Domingo. Cuando del tema se trata es ineludible referirse a
sus tesis sobre la
cultura popular, donde habla de nacionalismo,
no político, sino espiritual, que nace de las cualidades
de cada pueblo cuando se traducen en arte y
pensamiento, al que bautiza: "nacionalismo
de jícaras y poemas" y
expresa que "su visión podría traducirse como
exaltar el alma de un
país
".

La unidad de su historia, unidad de propósitos en
la vida política y la intelectual, hacen de nuestra
América una "Magna Patria", una agrupación de
pueblos destinados a unirse cada día más y
más. Al igual que la Magna Grecia,
políticamente disgregados y espiritualmente unidos.

Es evidente que Pedro Henríquez nos está
convocando a una nueva mirada hispano caribeña, en la que
como hoy, se fije el derrotero de una sola América,
criterio que es reiterado por otros pensadores del área y
en particular por nuestro Apóstol. Desde este punto de
vista, Henríquez Ureña, se nos revela con una gran
actualidad y es precisamente éste, el criterio que
defendemos, pues estamos en presencia de una figura que nos ha
dejado un caudal de conocimientos y criterios para la
conformación de un concepto
identitario más revolucionario y acabado, pero que sin
embargo no es utilizado con frecuencia.

Sostenemos el juicio acerca de la necesidad de retomar
las concepciones filosóficas de esta figura en función de
los nuevos derroteros identitarios de nuestros
pueblos.

América debe afirmar su fe en su destino y en el
porvenir de la civilización. América Latina y el
Caribe no se fundamentan en el desarrollo de las riquezas
materiales, ni
siquiera en el delirio industrial de las grandes ciudades que
compiten con Estados Unidos, ni en el aporte cultural
todavía exiguo de la civilización del
mundo.

Se ha hecho referencia en muchas ocasiones a la
tendencia europeizante de la juventud en determinados momentos
históricos; incluso, prestigiosos científicos han
escrito acerca del tema, el cuál se podría admitir
como un problema de concientización.

Al respecto no pensamos sea de los principales problemas
que golpean a América Latina y el Caribe, al contrario,
opinamos que lograr mezclar elementos que caracterizan a
diferentes culturas ha sido uno de los méritos de nuestro
continente, debido a la heterogeneidad de nuestra identidad y no
significando necesariamente "asumir un rol de inferioridad"; lo
cierto es que nos apoyamos en los avances obtenidos por el primer
mundo, pero hoy más que nunca América Latina sale
adelante sola.

Existen factores objetivos y
subjetivos condicionantes de una vigencia y actualidad en las
concepciones filosófica de Pedro Henríquez
Ureña, debido a que hoy en día se sigue luchando
frente a las intenciones expansionistas de la potencia del
norte, aspecto este al que Ureña le prestó mucha
atención, arengando a los pueblos de
América Latina y el Caribe, a luchar por su soberanía, dignidad y
decoro; y defender ante cualquier pretensión la identidad
de nuestros pueblos. Frente a la actitud asumida por Estados
Unidos durante tantos años, Ureña previó las
amenazas a nuestra identidad a pesar de sus fuertes
raíces.

Hoy, hay más que nunca, necesidad de preservar y
fundamentar los valores morales que deben estar presentes dentro
de la identidad cultural de una determinada sociedad.
Ureña mostró el tema del perfeccionamiento de las
universidades y la enseñanza técnica, como
fundamental para el logro del perfeccionamiento individual,
viendo también esta vía como una solución a
los problemas morales que agobian actualmente a la humanidad como
la malversación, el hurto, el engaño, el fraude, que se
muestra en todos los países, en sus diferentes
formas.

Estas dificultades de nuestro continente, han ido, con
el de cursar de los años en ascenso y en una
dirección negativa; y su muestra está en la
globalización neoliberal a la que se
enfrenta el mundo, que trae consigo un aumento de la pobreza, de
las desigualdades, de la unipolaridad, constituyendo la
más desvergonzada recolonización del Tercer mundo,
y presentando el ALCA como
alternativa principal para nuestros pueblos, constituyendo
realmente un inmoral acuerdo para el tránsito de capitales
y mercancías.

Aunque no estamos precisamente en el siglo que
vivió Ureña, son muy útiles sus concepciones
humanistas y filosóficas cuando de identidad cultural se
trata. Sus ideas reflejan la importancia de la educación para
forjar a un individuo decoroso, y expresó: "demos el
alfabeto a todos los hombres, para trabajar en bien de todos,
esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la
libertad
verdadera"…, cita esta planteada en el siglo XIX, y hoy en
el siglo XXI existen 800 millones de analfabetos, y tenemos miles
de millones de alfabetos, que tienen de una forma u otra acceso a
determinadas informaciones y sufren a diario las calamidades del
desempleo, la
pobreza, la
carencia de tierras, la insalubridad, la inseguridad,
la falta de escuelas, de techo, de condiciones higiénicas
mínimas, que pasará entonces con esos 800 millones
de habitantes de este planeta que son analfabetos. Es
precisamente por ellos que Ureña convoca en sus escritos a
todos los latinoamericanos a jugar su papel y a aportar su
granito de arena en la búsqueda de alternativas para
lograr que un mundo mejor sea posible. Un ejemplo valedero lo es
la Batalla de Ideas, en nuestro país, la que con
más de cien programas
sociales pretende la masificación de la cultura general,
del conocimiento,,
la multiplicación de las posibilidades de realizar
estudios superiores, la divulgación de conceptos sobre los
más variados temas, batalla de ideas que lleva en su
núcleo un mensaje para que pueda contar nuestra identidad
con una firme representación de todos los individuos que
la conforman.

Ureña llamó la atención sobre el
tema del idioma, refiriéndose al fuerte arraigo de la
lengua Española, idioma que se encuentra actualmente en
una lucha constante ante la imponencia del idioma inglés,
denominando nuestra lengua como la forma de afianzar la memoria
colectiva.

La lucha que se ha llevado durante tantos años
respecto a la raza, y a la cual Ureña también se
refirió, sigue golpeando a todos los individuos de la raza
negra, personas que actualmente le han dado un vuelco a la
situación, con el incremento de intelectuales,
médicos, y además con políticas de
países como Cuba.

Han sido planteados varios de los problemas expuestos
por Ureña anteriormente, referente a la identidad cultural
en América Latina y el Caribe, sus ideas respecto al tema
han trascendido, condicionando la necesidad imperante y urgente
de lograr esa unidad entre nuestros pueblos para enfrentar cada
una de las adversidades que conforman la actualidad; y tomar
conciencia del papel que debemos desempeñar cada uno de
nosotros dentro de este mundo, que está sujeto al cambio,
cambio que necesita.

Respecto a la unidad, la aborda como una de las
dimensiones de la cultura en la que se encontraba fincada la
identidad de Hispanoamérica, el eterno conflicto
entre lo nacional y lo universal. Nuestro continente necesita que
su pueblo piense y haga conciencia de una integración, que no se determine por los
límites de las fronteras de su país sino que
interiorice que somos como un árbol robusto y fuerte, que
tiene muchas ramas, cada uno de nuestros países es
sólo una de esas ramas, por lo que cuando sucede algo a
nivel global, incide en correspondencia con el contexto, en cada
país afectando directamente, toda nuestra
América.

Las grandes potencia (E.U, Europa, Asia), nutridas
de su banalidad cultural intentan absorber con sus diferentes
métodos (como los medios de
comunicación masiva, la moda, el idioma)
nuestra identidad, con lo cual sólo logran el efecto
contrario, al igual que su identidad, la del Caribe hispano es lo
suficientemente fuerte como para asimilar sus mencionados
métodos y ajustarlos a nuestra realidad, aunque no se
puede obviar, que aún nuestra generación y las
posteriores necesitan de esa toma de conciencia y comprender que
los proyectos de
avances sociales y democráticos tendrán futuro,
sólo si antes, se hace fracasar el proyecto
estadounidense de una hegemonía militarizada.

Tomar conciencia además que es el pueblo el que
debe luchar por la democracia, la
paz justa, la justicia social, de la cual forman parte el rescate
y la conservación de nuestra identidad cultural, como lo
expresó Ureña.

Consideramos a Ureña un defensor de los derechos humanos,
aspecto que se encontraba en los siglos XIX y XX en crisis, y que
hoy es enmascarado por el terrorismo,
sustituido no sólo por sus intervenciones en occidente,
sino para continuar con su política hostil e
hipócrita contra los pueblos de toda la zona del Caribe
Hispano principalmente. Lo que le va a aportar a sus ideas una
vitalidad extraordinaria, dentro del contexto latino.

En correspondencia con la investigación, el
humanismo de
Ureña oscila entre posiciones materialistas e idealistas,
y es muy valedero aclararlo ya que ha sido catalogado como un
humanismo idealista, por eso estamos en contra de algunos autores
que absolutizando afirman esta idea, aunque reconocemos no
está presente en Ureña un materialismo
consecuente; nos parece absolutista, porque este no ubica de
forma histórica al hombre latinoamericano, sino que lo
ubica dentro de un contexto histórico – social
haciendo un análisis de temas como la democracia, los
vicios, la incultura, la agresión extranjera y la forma de
pisotear los derechos del hombre y
explotarlo.

Ureña trata de reafirmar los valores de la
identidad del hombre en el contexto latino y busca la salida a
este problema en el desarrollo de las universidades, en la
educación,
en el tratamiento al problema de la raza aunque no concibe un
proyecto de transformación revolucionaria, no llega a
analizar un movimiento de lucha y es donde precisamente permea
sus concepciones de idealismo,
donde se hace evidente su reformismo, se queda en el plano
teórico, de la crítica, hace un análisis
objetivo sin
llegar a descubrir con toda la profundidad debida, una salida a
esta situación. No obstante, esta posición
ambivalente no demerita su progresismo social.

El humanismo de Ureña de basa en la posibilidad
del perfeccionamiento humano a través de normas
éticas humanistas; constituyendo ésta, una de las
soluciones que se le da a los principales problemas que agobian
nuestra identidad cultural, considerando como el núcleo de
cada cultura, el modo de ser particular, la propia y singular
modulación de las variantes universales de cada cultura en
el eje del tiempo y en la dimensión del espacio, por lo
que se convierte en un tema con tratamiento filosófico, ya
que él entendió la filosofía como la
elevación de la inteligencia y
de la sensibilidad a la comprensión serena y aproximable a
la realidad exterior, o sea, la disponibilidad de la inteligencia
humana a volcar todo ese intelecto en la comprensión de
los problemas que atañan a la sociedad
contemporánea.

Su humanismo se evidencia también en que realizó
un minucioso estudio de toda la situación que vivía
en ese momento América y el que había vivido; y es
precisamente en esta extensión de mundo ha analizar, donde
evidencia su mayor potencial como filósofo, como
sociólogo, como humanista, y no sólo por eso, sino
que trató de darle solución a los problemas
objetivamente; se sensibiliza con toda la situación de
América Latina, siendo capaz de hacer conclusiones claras,
precisas, reales y necesarias, que además trascienden su
tiempo; de este análisis florece su gran obra: "La cultura
de las Humanidades".

Henríquez Ureña estuvo interesado en que
el lenguaje,
el
conocimiento, la producción de la intelectualidad hispano
caribeña trascienda y ocupe el lugar que realmente le
corresponde, como único medio de preservar la identidad
cultural, o sea, con independencia de que es muy fuerte la
influencia y el acento de la cultura americana en cuanto a su
marcado carácter hispano, Henríquez es consciente
del sello autóctono de la cultura de nuestra área.
Está con estos planteamientos haciendo un llamado a
retomar toda la cultura asimilada y no temer a la
integración, esa integración a la que se refieren
Cuba, Venezuela,
Ecuador, y que
es precisamente la que va a fortalecer la defensa de la
idiosincrasia, ligada ésta a la espiritualidad
española.

Cada día que pasa, se traduce en el
fortalecimiento de los lazos entre todos nuestros países
de América Latina y el Caribe, con cada amanecer, florece
la conciencia de nuestros pueblos, ante la imperiosa necesidad
del cambio, en beneficio de los millones de niños,
hombres, mujeres sufren de hambre insalubridad, enfermedades, desempleo,
violencia y
calamidades sin fin, causa por la cual Ureña alzó
su voz.

Las principales concepciones filosóficas de Pedro
Henríquez Ureña, (encerrando en estas las sociales,
étnicas, políticas, morales, etc.), han trascendido
los siglos, para conformar un ideario como guía para las
generaciones posteriores, ya que continuamos siendo verdugos de
algún modo de todos los problemas que agobiaron a la
humanidad en su tiempo.

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Lic. Irene Y. Semidey
Lozada

Partes: 1, 2
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