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La economía (página 3)



Partes: 1, 2, 3

La formación de los grandes estados
burocráticamente centralizados fue un requisito
indispensable para el surgimiento del modo de producción capitalista, pero su
formación fue consecuencia de necesidades
económicas nuevas, y se podría dar vuelta la
afirmación de Bucher para decir, correctamente: la
realización de la centralización política fue
"esencialmente" producto de la
maduración de la "economía nacional" (esto es, del modo
capitalista de producción).

Es característico del instrumento inconsciente
del avance histórico (como lo fue el absolutismo en
la medida en que desempeñó un papel en el proceso
histórico preparatorio) que desempeñe su rol
progresivo con la misma inconsciencia imbécil que emplea
para inhibir estas tendencias cada vez que lo considera
conveniente. Esto ocurría, por ejemplo, cuando los
tiranos-por-la-gracia-de-Dios de la Edad Media
veían en las ciudades que se les aliaban contra la nobleza
feudal meros objetos de explotación, a ser traicionados y
entregados nuevamente a los barones feudales apenas se presentara
la oportunidad. Lo mismo ocurría cuando, desde el
comienzo, no vieron en el continente descubierto, con toda su
población y cultura, sino
un sujeto apto para la explotación más brutal,
insidiosa y cruel, para llenar los "tesoros reales" con pepitas
de oro en el
menor tiempo posible
con el propósito de servir a "las grandes tareas de la
civilización". Lo propio ocurría cuando los mismos
tiranos-por-la-gracia-de-Dios se oponían tozudamente a sus
"fieles súbditos" cuando éstos les presentaban ese
pedazo de papel llamado constitución parlamentaria burguesa, que
después de todo fue tan necesaria para el desarrollo
irrestricto del capital como
lo fueron la unificación política y la gran
centralización estatal.

En realidad, eran otras fuerzas enteramente distintas
las que estaban en juego: a fines
de la Edad Media se sucedieron grandes trasformaciones en la vida
económica de los pueblos europeos, y éstas
inauguraron un nuevo modo de producción.

Después que el descubrimiento de
América y la circunnavegación de África, es
decir el descubrimiento de la ruta marítima a la India,
produjeron un florecimiento hasta entonces insospechado y una
redistribución de las rutas comerciales, la
liquidación del feudalismo y de
la dominación de las ciudades por las corporaciones
avanzó a pasos agigantados. Los grandes descubrimientos,
las conquistas, el pillaje de los países recientemente
descubiertos, la afluencia repentina de metales preciosos
provenientes del Nuevo Continente, el gran comercio de
especias con la India, el comercio de esclavos que proveía
de negros africanos a las plantaciones de América, todos estos factores crearon en
Europa Occidental
nuevas riquezas y deseos en un lapso muy breve. El pequeño
taller del artesano, con sus mil y una limitaciones, se
convirtió en freno para el necesario aumento y
rápido avance de la producción. Los grandes
comerciantes superaron el escollo reuniendo a grandes cantidades
de artesanos en las manufacturas, ubicadas fuera de la
jurisdicción de las ciudades; supervisados por los
mercaderes, liberados de las restricciones de las corporaciones,
los mecánicos producían más y
mejor.

En Inglaterra el
nuevo modo de producción fue fruto de una revolución
en la agricultura.
El florecimiento de la manufactura
lanera en Flandes y la gran demanda de
lanas que fue su elemento concomitante impulsaron a la nobleza
rural inglesa a convertir tierras antes cultivadas en pasturas
para las ovejas; durante este proceso el campesinado inglés
fue echado de su tierra en una
escala
jamás vista. La Reforma obró de manera similar.
Después de la confiscación de las tierras de la
Iglesia -las
que fueron regaladas o perdidas por la nobleza cortesana y los
especuladores— los campesinos que vivían en estas
tierras también fueron expulsados. Así los
manufactureros y los capitalistas del campo se encontraron con
una gran provisión de proletarios empobrecidos situados
fuera de los reglamentos y restricciones de las corporaciones
feudales y artesanales. Después de un extenso periodo de
martirio, de mendicidad o de reclusión en los asilos
públicos, de crueles persecuciones por parte de la
ley y la
policía, estos pobres infelices encontraron refugio en la
esclavitud
asalariada en beneficio de una nueva clase de
explotadores. Poco después sobrevino la gran
revolución tecnológica que permitió una
mayor utilización de trabajadores asalariados sin
especialización al lado de los artesanos altamente
especializados, sin llegar a reemplazarlos totalmente.

En todas partes el florecimiento y maduración de
las nuevas relaciones chocaba con obstáculos feudales y la
miseria de las pésimas condiciones de vida. La economía natural,
base y esencia del feudalismo, y la pauperización de
grandes masas, fruto de la presión
irrestricta de la servidumbre, restringía la salida de las
mercancías manufacturadas Por su parte las corporaciones
dividían y maniataban el elemento más importante de
la producción: la fuerza de
trabajo. El
aparato del Estado,
dividido en un número infinito de fragmentos
políticos, incapaz de garantizar la seguridad
pública, y la sucesión de tarifas y leyes
comerciales, restringían y molestaban al incipiente
comercio y al nuevo modo de producción.

Era evidente que de alguna manera la naciente
burguesía de Europa Occidental debía barrer estos
escollos o renunciar de plano a su misión
histórico-mundial. Antes de destrozar completamente al
feudalismo en la Gran Revolución
Francesa, la burguesía ajustó intelectualmente
sus cuentas con el
feudalismo, y así se origina la nueva ciencia de la
economía, una de las armas
ideológicas más importantes de la burguesía
en su lucha contra el Estado
medieval y por la instauración del moderno Estado de la
clase capitalista. El nuevo orden económico
apareció primero con las riquezas nuevas,
rápidamente adquiridas, que inundaron la sociedad de
Europa Occidental, provenientes de fuentes mucho
más lucrativo, aparentemente inagotable y bastante
diferente de los métodos
patriarcales de la explotación feudal, cuyo apogeo, por
otra parte, ya había pasado.

Al principio la fuente más propicia para la nueva
opulencia no fue el naciente modo de producción, sino su
marcapasos: el gran auge del comercio. Es por ello que en los
centros más importantes del comercio mundial, como las
opulentas repúblicas italianas y España, se
plantean los primeros interrogantes económicos y se hacen
los primeros intentos de hallar respuestas a esos
interrogantes.

¿Qué es la riqueza? ¿Qué es
lo que hace que un estado sea rico o pobre? Este era el
interrogante que se planteaba cuando las viejas concepciones de
la sociedad feudal perdieron su validez en el torbellino de las
nuevas relaciones. La riqueza es el oro con el cual se puede
comprar cualquier cosa. El comercio crea riqueza. Serán
ricos los estados que importen grandes cantidades de oro y no
permitan que se lo saque del país. El comercio mundial,
las conquistas coloniales en el Nuevo Mundo, las manufacturas que
producen para la exportación: todo ello debe ser fomentado;
debe prohibirse la importación de productos
foráneos, que sacan el oro del país. Estas fueron
las primeras enseñanzas de la economía, que
aparecen en Italia a fines
del siglo XVI y ganan popularidad en Inglaterra y Francia en el
siglo XVII. Y esta doctrina, aunque muy elemental, fue la primera
ruptura abierta con las concepciones de la economía feudal
natural y su primera critica audaz; la primera
idealización del comercio, de la producción de
mercancías y, con ello, del capital; el primer programa
político a la medida de la joven burguesía
ascendente.

Pronto es el capitalista productor de mercancías,
en lugar del comerciante, quien toma la delantera; al principio
cautelosamente, disfrazado de sirviente pobre que espera en la
antecámara del príncipe feudal. La riqueza de
ninguna manera es oro, proclaman los iluministas franceses del
siglo XVIII; el oro es simplemente un medio para el intercambio
de mercancías. ¡Qué infantil la
ilusión de ver en el brillante metal una varita
mágica para pueblos y estados! ¿Puede el metal
alimentarme cuando tengo hambre; puede protegerme del frío
cuando estoy aterido? ¿Acaso el rey Darío de Persia
no sufría los tormentos infernales de la sed mientras
sostenía tesoros en sus brazos, y no estaba dispuesto a
cambiarlos todos por un poco de agua para
beber? No; la riqueza es la provisión por la naturaleza de
alimentos y
sustancias con las que todos, príncipes y mendigos,
satisfacen sus necesidades. Cuanto mayor el lujo con que la
población satisface sus necesidades, más rico
será el Estado… porque mayores serán los impuestos que el
Estado podrá cobrar.

¿Y qué produce el maíz para
el pan, las fibras para la ropa, la madera y los
metales brutos con que hacemos casas y herramientas?
¡La agricultura! ¡La agricultura, no el comercio, es
la verdadera fuente de las riquezas! ¡La masa de la
población rural, el campesinado, el pueblo que crea las
riquezas de todos, debe ser rescatado de la explotación
feudal y elevado a la prosperidad! (Para que yo pueda encontrar
compradores para mis mercancías, agregaría
sotto voce el capitalista manufacturero.) Los grandes
señores terratenientes, los barones feudales,
deberían ser los únicos que paguen impuestos y
mantengan al Estado, puesto que toda la riqueza producida por la
agricultura pasa por sus manos. (De esa manera yo, que
aparentemente no creo riquezas, no tendría que pagar
impuestos, murmura astutamente el capitalista) Basta con liberar
a la agricultura, al trabajo rural, de todas las trabas del
feudalismo, para que la fuente de riquezas fluya en toda su
plenitud para el Estado y la nación.
Entonces vendrá la felicidad de todo el pueblo, y la
armonía de la naturaleza volverá a reinar en el
mundo.

Los primeros nubarrones que anunciaban el asalto a la
Bastilla ya se veían claramente en las posiciones de los
iluministas. Rápidamente la burguesía se
sintió lo bastante poderosa como para quitarse la
máscara de sumisión y ponerse en primer plano para
exigir resueltamente la remodelación del Estado a su
imagen y
semejanza. La agricultura de ninguna manera es la única
fuente de riqueza, proclamó Adam Smith en
Inglaterra a fines del siglo XVIII. ¡Cualquier trabajo
afectado a la producción de mercancías crea
riqueza! (Cualquier trabajo, dijo Adam Smith, mostrando
hasta qué punto él y sus discípulos se
habían vuelto simples voceros de la burguesía; para
él y para sus sucesores el trabajador ya era por
naturaleza el asalariado del capitalista.) Porque el trabajo
asalariado, además de mantener al trabajador, crea
también la renta para el terrateniente y ganancias para el
dueño del capital, el patrón. Y la riqueza se
incrementa cuanto mayor sea el número de obreros que
trabajan en los talleres bajo el yugo del capital; cuanto
más detallada y minuciosa sea la división del
trabajo entre ellos.

Esta era, pues, la verdadera armonía de la
naturaleza, la verdadera riqueza de las naciones; cualquier
trabajo se concreta en el salario del
trabajador, que lo mantiene vivo y lo obliga a seguir trabajando
por el salario; en renta, que le da al terrateniente una vida
libre de preocupaciones; y en ganancias, que mantienen el buen
humor del patrón y lo instan a perseverar en sus negocios.
Así todos se ven favorecidos, sin necesidad de
recurrir a los métodos torpes del feudalismo. "La riqueza
de las naciones" es fomentada, entonces, cuando se incrementa la
riqueza del empresario
capitalista, el patrón que mantiene todo en funcionamiento
y explota la dorada fuente de la riqueza: el trabajo asalariado.
Por eso: .basta de cadenas y restricciones de los buenos tiempos
de antaño y también de medidas
paternalistas protectoras recientemente instituidas por el
Estado: libre competencia,
manos libres al capital privado, que todo el aparato fiscal y
estatal se ponga al servicio del
patrón, y así todo estará perfectamente en
el mejor de los mundos posibles.

Este era, pues, el evangelio económico de la
burguesía, desprovisto de todo disfraz, y la ciencia de
la economía había quedado desnuda hasta el punto de
mostrar su verdadera fisonomía. Desde luego, las
propuestas de reformas y las sugerencias que la burguesía
había hecho a los estados feudales fracasaron tan
estruendosamente como todos los intentos históricos de
poner vino nuevo en odres viejos. El martillo de la
revolución consiguió en veinticuatro horas lo que
no se pudo lograr en medio siglo de remiendos. La conquista del
poder
político puso todos los medios y
arbitrios en manos de la burguesía. Pero la
economía, igual que todas las teorías
filosóficas, legales y sociales del Siglo de las Luces, y
antes que todas ellas, fue un método de
adquirir conciencia, una
fuente de conciencia de clase burguesa. En ese sentido fue un
prerrequisito y un acicate para la acción
revolucionaria. En sus variantes más remotas la tarea
burguesa de remodelar el mundo fue alimentada por las ideas de la
economía clásica. En Inglaterra, durante el apogeo
de la lucha por el libre cambio, la
burguesía sacaba sus argumentos del arsenal de Smith y
Ricardo.85 Y para las reformas del período
Stein-Hardenburg-Schnarhorst86 (en la Alemania
posnapoleónica), que constituyeron un intento de volver a
darle alguna forma viable a la basura feudal
prusiana después de los golpes que recibió de manos
de Napoleón en Jena, también tomaban
sus ideas de las enseñanzas de los economistas
clásicos ingleses: el joven economista alemán
Marwitz escribió en 1810 que, después de
Napoleón, Adam Smith era el soberano más poderoso
de Europa.

Si ahora comprendemos por qué la economía
se originó hace apenas siglo y medio, también
podemos reconstruir su suerte posterior. Si la economía es
una ciencia que estudia las leyes peculiares al modo capitalista
de producción, la razón de su existencia y su
función
están ligadas a su tiempo de vida; la economía
perderá su fundamento apenas haya dejado de existir ese
modo de producción. En otras palabras, la ciencia de la
economía habrá cumplido su misión apenas la
economía anárquica del capitalismo
haya desaparecido para dar paso a un orden económico
planificado y organizado, dirigido sistemáticamente por
todas las fuerzas laborales de la humanidad. La victoria de la
clase obrera moderna y la realización del socialismo
será el fin de la economía como ciencia.
Aquí vemos el vínculo especial que existe entre la
economía y la lucha de clase del proletariado
moderno.

Si es tarea de la economía dilucidar las leyes
que rigen el surgimiento, crecimiento y extensión del modo
de producción capitalista, se plantea inexorablemente que,
para ser coherente, la economía debe estudiar
también la decadencia del capitalismo. Igual que los
anteriores modos de
producción, el capitalismo no es eterno sino una fase
transitoria, un peldaño más en la escala
interminable del progreso social. Las enseñanzas sobre el
surgimiento del capitalismo deben trasformarse lógicamente
en enseñanzas sobre la caída del capitalismo; la
ciencia sobre el modo de producción capitalista se
convierte en la prueba científica del socialismo; el
instrumento teórico de la instauración del dominio de clase
de la burguesía se vuelve un arma de la lucha de clases
revolucionaria por la emancipación del
proletariado.

Esta segunda parte del problema general de la
economía no fue resuelta, desde luego, por los franceses
ni los ingleses, ni mucho menos por los sabios alemanes
provenientes de la burguesía. Las últimas
conclusiones de la ciencia que analiza el modo de
producción capitalista fueron extraídas por
el hombre que,
desde el comienzo, estuvo en la avanzada del proletariado
revolucionario: Carlos Marx. Por
primera vez el socialismo y el movimiento
obrero moderno se asentaron sobre la roca indestructible del
pensamiento
científico.

El socialismo, en cuanto ideal de orden social basado en
la igualdad y
fraternidad de todos los hombres, ideal de comunidad
comunista, tiene más de mil años. Entre los
primeros apóstoles del cristianismo,
entre las sectas religiosas de la Edad Media, en las guerras
campesinas, el ideal socialista aparecía como la
expresión más radical de la revolución
contra la sociedad. Pero en cuanto ideal por el cual abogar en
todo momento, en cualquier momento histórico, el
socialismo era la hermosa visión de unos pocos
entusiastas, una fantasía dorada siempre fuera del alcance
de la mano, como la imagen etérea de un arco iris en el
cielo.

A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX la idea
socialista, libre del frenesí sectario religioso como
reacción ante los horrores y devastaciones perpetrados por
el capitalismo en ascenso contra la sociedad, apareció
respaldada por primera vez por una fuerza real. Pero inclusive en
ese momento, el socialismo seguía siendo en el fondo un
sueño, el invento de algunas mentes osadas. Si escuchamos
a Cayo Graco Babeuf el primer combatiente de vanguardia en
las conmociones revolucionarias desatadas por el proletariado,
que quiso con un golpe de mano introducir la igualdad social a la
fuerza, veremos que el único argumento en que basa sus
aspiraciones comunistas es la flagrante injusticia del orden
social existente. En sus artículos y proclamas
apasionadas, como en su defensa ante el tribunal que lo
sentenció a muerte,
denunció implacablemente el orden social
contemporáneo. Su evangelio socialista es una denuncia de
la sociedad, de los sufrimientos y tormentos, la miseria y la
degradación de las masas trabajadoras, sobre cuyas
espaldas se enriquece el puñado de ociosos que domina la
sociedad. Para Babeuf bastaba con la consideración de que
el orden social existente bien merecía perecer; es decir,
podría haber sido derribado un siglo antes de su tiempo si
hubiera existido un puñado de hombres decididos a tomar el
poder estatal para instaurar la igualdad social, tal como los
jacobinos en 1793 tomaron el poder político e instauraron
la
República.

En las décadas de 1820 y 1830 tres grandes
pensadores representaron, con genio y brillo
mucho mayores, el pensamiento socialista: Saint-Simón y
Fourier88 en Francia, Owen89 en Inglaterra. Se basaban en
métodos totalmente distintos pero, en esencia, en la misma
línea de razonamiento que Babeuf. Desde luego que ni uno
de estos hombres pensaba siquiera remotamente en la toma
revolucionaria del poder para la realización del
socialismo. Por el contrario, al igual que todo el resto de la
generación posterior a la Gran Revolución, se
sentían desilusionados por las convulsiones sociales y
políticas, convirtiéndose en firmes
partidarios de los medios y propaganda
puramente pacifista. Pero el ideal socialista les era
común; constituía fundamentalmente un esquema, la
visión de una mente ingeniosa que prescribe su
realización a una humanidad sufriente para rescatarla del
infierno del orden social burgués.

Así, a pesar de todo el poder de su crítica
y la magia de sus ideales futuristas, las ideas socialistas no
influenciaron en forma notable los verdaderos movimientos y
luchas de su tiempo. Babeuf pereció con un puñado
de amigos en la oleada contrarrevolucionaria, sin dejar
más rastro que una estela luminosa en las páginas
de la historia
revolucionaria. Saint-Simón y Fourier
fundaron pequeñas sectas de partidarios entusiastas y
talentosos quienes -luego de sembrar ideas ricas y
fértiles en ideales sociales, crítica y experimentos— se separaron en busca de mejor
fortuna. De todos ellos fue Owen quien más atrajo a la
masa proletaria, pero después de agrupar a un sector
elitista de obreros ingleses entre 1830 y 1840 su influencia
también desaparece sin dejar rastros.

En 1840 surgió una nueva generación de
dirigentes socialistas: Weitling90 en Alemania, Proudhon, Louis
Blanc,91 Blanqui en Francia. La clase obrera comenzaba a luchar
contra la garra del capital; la insurrección de los
obreros textiles de la seda de Lyon y el movimiento Cartista de
Inglaterra iniciaron la lucha de clases. Sin embargo no
existía un vínculo directo entre los movimientos
espontáneos de las masas explotadas y las distintas
teorías socialistas. Las masas proletarias insurgentes no
se planteaban objetivos
socialistas, ni los teóricos socialistas trataban de basar
sus ideas en las luchas políticas de la clase obrera. Su
socialismo sería instaurado mediante algunos artificios
astutos, tales como el Banco Popular de
Proudhon o las asociaciones productoras de Louis Blanc. El
único socialista para quien la lucha política era
un medio para la realización de la revolución
social era Blanqui; esto lo convierte en el único
verdadero representante del proletariado y de sus intereses de
clase revolucionarios de la época. Pero en lo fundamental
su socialismo era un esquema realizable a voluntad, fruto de la
férrea decisión de una minoría
revolucionaria y resultado de un golpe de Estado
repentino perpetrado por dicha minoría.

El año 1848 iba a ser el apogeo y también
el momento crítico para el viejo socialismo en todas sus
variantes. El proletariado de París, influenciado por la
tradición de luchas revolucionarias anteriores, agitado
por los distintos sistemas
socialistas, adoptó con pasión algunas nociones
vagas sobre un orden social justo. Derrocada la monarquía burguesa de Luis Felipe, los
obreros parisinos utilizaron la relación de fuerzas
favorable para exigir la instauración de una
"república social" y una nueva "división del
trabajo" a la burguesía aterrorizada. El gobierno
provisional recibió el célebre periodo de gracia de
tres meses para cumplir con esas demandas; durante tres meses los
obreros pasaron hambre y aguardaron, mientras la burguesía
y la pequeña burguesía se armaban secretamente y se
preparaban para aplastar a los obreros. El periodo de gracia
terminó con la memorable masacre de junio en la que el
ideal de la "república social", realizable en cualquier
momento, quedó ahogado en la sangre del
proletariado parisino. La Revolución de 1848 no
instauró la igualdad social sino más bien la
dominación política de la burguesía y un
incremento sin precedentes de la explotación capitalista
bajo el Segundo Imperio.

Pero a la vez que el socialismo de viejo cuño
parecía enterrado definitivamente bajo las barricadas
destrozadas de la Insurrección de Junio, Marx y Engels
colocaron la idea socialista sobre bases enteramente nuevas.
Ninguno de los dos buscó argumentos a favor del socialismo
en la depravación moral del
orden social existente ni intentó introducir de contrabando la
igualdad social mediante ardides nuevos e ingeniosos. Se
dedicaron al estudio de las relaciones económicas que se
establecen en la sociedad. Allí, en las leyes de la
anarquía capitalista, Marx descubrió la base de las
aspiraciones socialistas. Los economistas clásicos
franceses e ingleses habían descubierto las leyes de la
vida y el crecimiento de la economía capitalista; Marx
retomó su trabajo medio siglo después, partiendo de
donde ellos habían abandonado. Descubrió
cómo las mismas leyes que regulan la economía
actual preparan su caída, mediante la anarquía
creciente que hace peligrar cada vez más a la sociedad
misma, forjando una cadena de catástrofes políticas
y económicas devastadoras. Marx demostró que las
tendencias inherentes al desarrollo capitalista, llegado cierto
punto de madurez, hacen necesaria la transición a un modo
de producción planificado, organizado conscientemente por
toda la fuerza trabajadora de la humanidad, para que la sociedad
y civilización humanas no perezcan en las convulsiones de
la anarquía incontrolada. Y el capital acerca esta hora
fatal a velocidad
acelerada, movilizando a sus futuros sepultureros, los
proletarios, en número creciente, extendiendo su
dominación a todos los países del globo,
instaurando una economía
mundial caótica y sentando las bases para la solidaridad del
proletariado de todos los países en un solo poder
revolucionario mundial que barrerá el dominio de clase del
capital. El socialismo dejó de ser un esquema, una bonita
ilusión o un experimento realizado en cada país por
grupos de
obreros aislados, cada uno librado a su propia suerte. Programa
político de acción común para todo el
proletariado internacional, el socialismo se vuelve una
necesidad histórica resultado del accionar de las
propias leyes del desarrollo capitalista.

Debe resultar claro a esta altura por qué Marx
ubicó su concepción fuera de la esfera de la
economía oficial y la intituló Crítica
de la economía
política.

Las leyes de la anarquía capitalista y de su
colapso inevitable, desarrolladas por Marx, son la
continuación lógica
de la ciencia de la economía tal como la crearon los
economistas burgueses, pero una continuación cuyas
conclusiones finales son el polo opuesto del punto de partida de
los sabios burgueses. La doctrina marxista es hija de la
economía burguesa, pero su parto le
costó la vida a la madre. En la teoría
marxista la economía llegó a su culminación,
pero también a su muerte como ciencia. Lo que
vendrá -además de la elaboración de los
detalles de la teoría marxista- es la
metamorfosis de esta teoría en acción, es
decir, la lucha del proletariado internacional por la
instauración del orden económico socialista. La
consumación de la economía como ciencia es una
tarea histórica mundial: su aplicación a la
organización de una economía mundial
planificada. El último capítulo de la
economía será la revolución social del
proletariado mundial.

El vínculo especial entre la economía y la
clase obrera moderna es una relación recíproca. Si,
por una parte, la ciencia de la economía, perfeccionada
por Marx, es más que cualquier otra ciencia la base
indispensable para el esclarecimiento del proletariado, entonces
el proletariado con conciencia de clase es el único
auditorio capaz de comprender las enseñanzas de la
economía científica. Contemplando las ruinas de la
vieja sociedad feudal, los Quesnay y Boisguillebert de Francia,
los Ricardo y Adam Smith de Inglaterra volvieron sus ojos con
orgullo y entusiasmo al joven orden burgués, y con fe en
el milenio de la burguesía y su armonía social
"natural", sin el menor temor, permitieron que sus ojos de
águila penetraran en las profundidades de las leyes
económicas del capitalismo.

Pero el impacto creciente de la lucha de la clase
proletaria, sobre todo la Insurrección de Junio del
proletariado de París, destruyó hace mucho la fe de
la sociedad burguesa en su propio dios. Desde que comió
del árbol de la sabiduría y supo de las modernas
contradicciones de clase, la burguesía aborrece la
clásica desnudez con la que los creadores de su propia
economía política la pintaron para que estuviese a
la vista de todos. La burguesía ganó conciencia del
hecho de que los voceros del proletariado moderno habían
forjado sus armas mortíferas en el arsenal de la
economía política clásica.

Así resulta que durante décadas no es
sólo la economía
socialista la que ha estado hablando a los oídos
sordos de las clases poseedoras. La economía burguesa, en
la medida en que fue alguna vez una verdadera ciencia, ha hecho
lo mismo. Incapaces de comprender las enseñanzas de sus
grandes antepasados, menos capaces aun de aceptar las
enseñanzas del marxismo, que
surgen de aquéllas y además anuncian la muerte de
la sociedad burguesa, los profesores burgueses nos sirven un
guisado desabrido hecho de las sobras de una mezcolanza de
conceptos científicos y frases huecas intencionadas, sin
el menor intento de explorar las verdaderas tendencias del
capitalismo. Por el contrario, tratan de levantar una cortina de
humo para defender al capitalismo como el mejor de todos los
órdenes sociales y el único viable.

Olvidada y desechada de la sociedad burguesa, la
economía científica puede encontrar oyentes
solamente entre los proletarios con conciencia de clase; no
sólo comprensión teórica, sino
también acción concomitante. La famosa frase de
Lassalle se aplica en primer lugar a la economía: "Cuando
la ciencia y los trabajadores, polos opuestos de la sociedad, se
abracen, aplastarán en su abrazo todos los
obstáculos sociales."

 

 

 

 

 

 

Autor:

Dumar Suarez Gómez

Investigación Realizada por el
Ingeniero Dumar Suárez Gómez, Rector del Instituto
Técnico Manuela Beltrán, Sede Granada
Meta.

Partes: 1, 2, 3
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