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Crisis de identidad en Argentina (página 2)




Enviado por Graciela Curuchet



Partes: 1, 2

La crisis ha
afectado desde "la cabeza" y "los bienes
materiales",
hasta el patrimonio de
nuestra Nación.
A punto tal de temer "perderlo todo" poco a poco.

Pasado, presente y
futuro en el paisaje Humano

"Dad palabras al dolor; la pena que
no habla cuchichea al corazón
demasiado cargado y le invita a romperse" W.Shakespeare.
Macbeth: IV,3

En verdad no es la primera vez que en la historia de la Humanidad
vivimos atrocidades como las de hoy y que muestran el lado oscuro
de esa misma Humanidad. En ello se interesó la Psicología a lo largo
del último siglo, y en esa línea vale recordar
la carta que
Einstein escribió a Freud en 1932,
con el propósito de indagar acerca de la posibilidad de
librar a los hombres de la amenaza de la guerra:

"…Existe en el hombre una
necesidad de odio y destrucción. Esta tendencia en
épocas normales es sólo latente, sale a la luz en momentos
excepcionales, pero puede ser con relativa facilidad despertada y
elevada a la psicosis de masas
Enderezar el desarrollo
psíquico de los hombres sería necesario para
hacerlos capaces de resistir al desborde del odio y de
destrucción. Son los llamados intelectuales
los que sucumben más fácilmente a las sugestiones
colectivas, porque éstos no suelen abrevar en la vida
vívida, y sí en cambio en
dejarse seducir del modo más cómodo y completo en
el lazo del papel escrito".

Freud respondió en su tratado. "El porqué
de la guerra: "…Derecho y fuerza son hoy
la solución del enigma que se nos presenta sin
esfuerzo…De modo que, en principio, los conflictos de
intereses entre los hombres son solucionados mediante el recurso
de la fuerza. Así sucede en todo el reino animal, del cual
el hombre no
habría de excluirse, pero en el caso de éste se
agregan también conflictos de
opiniones que alcanzan hasta las mayores alturas de la
abstracción y que parecerían requerir otros
recursos para
su solución. En todo caso, esto sólo es una
complicación relativamente reciente…..Por
consiguiente, ésta es la situación original: domina
el mayor poderío, la fuerza bruta o intelectualmente
fundamentada."

Esta explicación no sólo sirvió
para comprender, sino además para controlar el mundo real
y tales tendencias con el trabajo de analistas,
terapeutas, médicos y educadores.

Así es que tomamos, sin lugar a discusión,
los aportes de una disciplina que
lucha por comprender la perversión, lo sórdido, lo
feo y lo sucio, para orientar la vida hacia un equilibrio
armónico, impedir los excesos y evitar
privaciones.

Sabemos que sus aportes benefician no sólo a
quienes consultan para aliviar su sufrimiento psíquico
personal, sino
que nutre -a modo de capacitación y reeducación- a
millones de personas cuando sus conceptos son bien transmitidos
por revistas, diarios, películas, literatura o el arte en
general.

El gran dilema humano ha sido explicado como
tendencias destructivas, acción de la lucha
pulsional entre la vida y la muerte,
falta del sentido de la existencia
o aún mejor como
carencia de amor y
violencia
; tal vez como presencia de un nivel no-humano,
casi animal por el dominio de lo
instintivo y por fallas en la maduración del
psiquismo.

Esto nos orienta a la hora de intentar entender la
crisis de identidad y la
vulnerabilidad de los humanos, ante la presión
violenta que ejercen unos pocos apoltronados en el poder. Y
explica porqué fuimos impotentes en reaccionar
adecuadamente y durante siglos gobernados por el miedo y la
desesperación.

En Septiembre de 1914, Lou Andreas Salome
escribió en un carta personal a
Rilke: "…casi no tengo palabras para expresar mi
tristeza ante la guerra,..es la expresión visible del odio
del hombre por el hombre…todos somos
responsables,…tal vez asesinos en potencia, de
nosotros mismos y de los demás…la culpa es
nuestra…Por el mundo se extiende un movimiento en
el que todos debemos intervenir, y ésta es la única
liberación, participar en él y sentir que la
responsabilidad es de todos, soportando nuestra
parte en el dolor…"

El papel de la
psiquiatría en el mundo actual

William C. Menninger*?

Definir el papel de la psiquiatría en el
mundo actual es a la vez un desafío y una tarea
formidable. Al tratar de hacerlo, encontramos los
obstáculos que impone la propia experiencia -tanto en la
psiquiatría como en el mundo. Se trata entonces del punto
de vista personal sobre el papel que la psiquiatría
podría o debería cumplir. Dicha tarea se ve
afectada no sólo por las limitaciones de la experiencia
individual, sino que será matizada por el propio optimismo
o el pesimismo, por la confianza o la falta de fe que uno tenga,
tanto en la psiquiatría como en el caótico mundo
actual.

Para alguien como yo, que tiene una fe enorme en las
contribuciones potenciales de la psiquiatría, el
título escogido tiende a estimular fantasías
expansionistas. Quizás deberíamos limitar nuestra
discusión al mundo occidental e, incluso allí,
nuestro conocimiento
sobre la psiquiatría es ultramicroscópico. Son muy
pocos, ciertamente, los que poseen suficiente información –si es que alguno de
nosotros la tiene – como para plantear hipótesis sobre el papel de la
psiquiatría en gran parte del mundo. Debemos reconocer que
existen inmensas áreas geográficas que contienen
millones de habitantes que nunca han oído
hablar de la psiquiatría. Deberíamos ser humildes,
considerando que entre los 400.000.000 de habitantes de China,
probablemente, no haya ni siquiera diez médicos con alguna
clase de
entrenamiento
en nuestra especialidad. La proporción para el continente
africano, probablemente, sea aún menor. Pero en estos
días de internacionalismo, en que nuestro país ha
finalmente asumido ciertas responsabilidades sobre otras partes
del globo ¿no deberíamos los psiquiatras estar
alertas a la tendencia internacional?

Mi concepción del papel de la
psiquiatría, incluso en nuestro mundo inmediato, el
continente norteamericano, implica un inmenso programa. El mero
intento de definirlo es inquietante debido a la responsabilidad
que implica para cada uno de nosotros. Mi impresión es que
muchos psiquiatras podrían verse alterados al considerar
nuestras responsabilidades potenciales sobre esas extensas
áreas que nos son menos conocidas o familiares. Casi todos
nosotros ya estamos agobiados por una pesada carga. Cualquier
carga adicional es una amenaza a nuestro equilibrio personal,
más aún si esa carga requiere cambios o
innovaciones. Para muchos de nosotros, es más
cómodo permanecer aislados en nuestros claustros o en
nuestras torres de marfil, donde podemos continuar tratando a una
parte del creciente número de pacientes que se nos
acercan. Pero una comparación del papel actual con el
papel potencial de la psiquiatría debiera impulsarnos a
reconsiderar nuestras prioridades para la inversión de nuestras muy limitadas fuerzas
humanas.

La psiquiatría es una ciencia
médica, pero también es, por necesidad, una ciencia
social. El psiquiatra, más que el profesional de cualquier
otra disciplina médica, debe preocuparse por la
situación social de sus pacientes. En ninguna otra
especialidad existe la necesidad rutinaria de considerar los
antecedentes ambientales, la modificación de ese
medioambiente y de las relaciones personales involucradas. El
psiquiatra debe entonces, necesariamente, interesarse en nuestras
unidades sociales – la familia, la
comunidad,
el estado. En
la práctica cotidiana de la psiquiatría civil, el
especialista promedio raramente se orienta personalmente en esta
dirección. Puede que haga recomendaciones
al paciente o a su familia para
impulsar determinados cambios. Ocasionalmente, con la ayuda de un
trabajador social psiquiátrico, quizás instrumente
cambios ambientales. Un pequeño número ha
incursionado en los campos sociales de la criminología, la penología y la
industria. Por
otra parte, por necesidad y sin opción, la
psiquiatría en el ejército tuvo que actuar,
literalmente, en el campo, más que limitarse al
tratamiento en el hospital o el consultorio. La situación
demandó nuestros servicios en
la selección,
la clasificación y la asignación de personas;
requirió nuestra preocupación por la moral y la
toma de medidas preventivas, así como también
exigió nuestro trabajo en
instituciones
correccionales y en criminología, tanto como en el
tratamientoLa Fundación Menninger fue creada por los
doctores William, Karl y Charles Menninger en Topeka, Kansas en
1925. Un año más tarde establecieron la Escuela Southard
para niños.
Durante los años 1930 realizaron programas de
capacitación para psiquiatras, psicólogos y otros
profesionales de la salud mental. La
Escuela de Psiquiatría Médica Menninger se
creó en 1946: su propuesta era un tratamiento bio- psico-
social focalizado en la salud total del paciente que
integraba las perspectivas médica, psicodinámica,
familiar y evolutiva. [N. del T.]

           
Como antecedente para definir el papel actual de la
psiquiatría, puede que sea útil que nos
confrontemos francamente con nuestra posición de 1941,
cuando fuimos lanzados a la crisis mundial. A pesar de las
lecciones aprendidas en la Primera Guerra
Mundial y el gran incremento de conocimientos en los
siguientes 25 años, estábamos tan poco preparados a
comienzos de la Segunda Guerra
Mundial, como lo habíamos estado en
1917. La psiquiatría se encontraba lejos de ser totalmente
aceptada por las autoridades militares e incluso por muchos de
nuestros confrères*
médicos. No sólo carecíamos de presencia,
sino que también nos faltaban planes. Sufrimos, junto con
toda la medicina, el
no tener voz en las altas esferas. No teníamos la
capacidad política necesaria
para formular políticas
médicas. Hace tres años, Alan Gregg nos dijo
amablemente, pero de manera desafiante, que carecíamos de
un frente organizado y que nuestra desarticulación era
especialmente autodestructiva. Para algunos de nosotros, estos
hechos se volvieron dolorosamente claros durante nuestra
experiencia en la guerra.

Mundo
Actual

Resulta difícil, sino imposible,
clasificar la acción
humana en la guerra en términos psiquiátricos. Tal
efusión patológica de agresión y
destructividad bien podría ser vista como una psicosis.
Han terminado las manifestaciones francas de la matanza causada
por esta clase de guerra, pero se necesitaría el
máximo optimismo para considerar la presente
situación del mundo como una fase de recuperación.
A nivel nacional e internacional nuestras relaciones están
marcadas por la tensión, la desconfianza, las suspicacias
y el egoísmo. No podemos desconocer el sufrimiento
físico y emocional que afecta a la mayoría de las
personas en el mundo actual, aún cuando ese sufrimiento
ocurra a miles de millas de nosotros. Los avances en la ciencia
física
como el que representan la bomba atómica o la
televisión– han progresado mucho más
allá que nuestros avances en materia
social, al punto que nuestra propia existencia está
peligrosamente amenazada. Hemos aprendido cómo eliminar
espacio y aniquilar vidas pero todavía estamos muy
retrasados en el aprendizaje de
la vida en común.

Durante la guerra, tuvimos frecuentes ocasiones de
contrastar la labor del psiquiatra en la vida civil con su labor
en combate. En la vida civil, el psiquiatra procura comprender y
tratar reacciones anormales frente a situaciones normales. En la
vida militar, procura comprender y tratar reacciones normales
frente a situaciones anormales. Uno podría preguntar
seriamente si la condición de nuestro mundo no coloca
ahora a muchos de nosotros, constantemente, en situaciones
anormales frente a las cuales estamos respondiendo con reacciones
normales, aún cuando éstas son, de acuerdo a todos
los criterios anteriores, patológicos. Frente a un mundo
tan turbulento uno podría legítimamente preguntarse
¿qué es una reacción normal?

Si se acerca el microscopio al
mundo cercano al hogar encontramos evidencias de
diferentes formas de inadaptación humana. Empecemos por la
familia. Es evidente que grandes cambios están teniendo
lugar en su organización y en su estructura. La
tremenda cantidad de rechazos para el servicio
militar y la gran cantidad de bajas psiquiátricas del
ejército, nos hicieron sentir que algo debía estar
radicalmente mal en las experiencias tempranas y en el desarrollo
de un gran sector de la juventud
norteamericana. El estado actual de la familia ha sido descrito
como en crisis, y a menos que la tendencia se revierta, se ha
pronosticado que la familia, tal como la conocemos, se
desintegrará para el fin de siglo. Como evidencia de esto,
se presenta el hecho de que el 44 % de nuestras familias no tiene
hijos y un 22 % más tiene sólo un hijo.
En 1945 se registró un divorcio por
cada dos matrimonios en áreas urbanas y un divorcio por
cada tres matrimonios en todo el país. En cifras, el
divorcio aumentó de aproximadamente 250.000 casos en 1937
a más de 500.000 casos en 1945.
Antes de la guerra, aproximadamente once millones de mujeres
trabajaban fuera de sus hogares; dos millones y medio más
deseaban o necesitaban trabajar. En marzo de 1944 había
más de dieciséis millones de mujeres trabajando
fuera su hogar, siete millones de las cuales estaban
casadas.

Habría total acuerdo entre los psiquiatras en
afirmar que el desarrollo saludable del niño depende de
que las tempranas experiencias familiares provean afecto, buenos
ejemplos y seguridad. Las
cifras antes expuestas muestran que los hogares, cada vez
más, no logran proveer tales condiciones. Estas cifras no
incluyen la cantidad de millones, aún desconocida, de
separaciones temporales y de ruptura de hogares que la guerra
produjo en Estados Unidos y
en el mundo. La institución familiar debe ser tomada
seriamente como objeto de estudio por parte de aquellos que se
dicen interesados en la salud mental. Podemos alejar nuestro
microscopio de la familia hacia muchas otras áreas de la
inadaptación humana. Se estima que el costo del
delito en
Estados Unidos es de entre diez y dieciocho billones de
dólares al año.
Esto es seis veces más de lo que gastamos en educación
pública. Uno se ve forzado a asumir que la mayoría
de nuestros ciudadanos, incluidos los psiquiatras, desconocemos
totalmente las atroces condiciones en las que se encuentran
nuestros penales, reformatorios y cárceles. Esto sucede a
pesar de que muchos de nosotros pensamos que debería haber
poca diferencia entre el hospital psiquiátrico y el
reformatorio. Ambos deberían ser instituciones para el
examen, tratamiento -y en algunas instancias detención
permanente- de individuos con ineptitudes comportamentales,
trastornos de la
personalidad, inadaptación social y mentes
enfermas.

Además de la delincuencia y
el crimen, hay todavía otras evidencias de la
inadaptación de las masas. Los usos y costumbres
están cambiando. No hay duda de que las relaciones
sexuales extra-maritales han aumentado significativamente.
Sobre este punto nos faltan estadísticas vitales pero sabemos que los
casos de enfermedades
venéreas, informados por primera vez en el sector
continental de los Estados Unidos, indicaron que el número
de casos de gonorrea se duplicó entre 1941 y 1946 de
191.000 a 370.000.
Alguien ha sido lo suficientemente valiente como para estimar que
el alcoholismo
cuesta anualmente $750.000.000 y está en constante
crecimiento.
Difícilmente podamos estar orgullosos en Estados Unidos
del hecho de que el 4,5 % de todos los hombres examinados en la
conscripción eran deficientes mentales. Cerca del 4% de
nuestra población en 1940 no estaba escolarizado y
el 10 % tenía menos de 4 años de
escolarización.

Muy al margen de estas evidencias directas de
inadaptación, hay una lista igualmente larga de
situaciones, actitudes y
prácticas que están produciendo gran estrés e
infelicidad a millones de norteamericanos. En teoría,
los psiquiatras pueden limitarse al diagnóstico y tratamiento de pacientes en
consultorios y hospitales, aislados de la vida de la comunidad.
Pueden -y algunos lo hacen- ignorar los problemas
sociales que llevan a los pacientes a consultarlos. Algunos
actúan así porque ya están sobrecargados con
la cantidad de pacientes que atienden. Otros lo hacen porque se
sienten impotentes para realizar cualquier cambio o no saben como
abordar estos problemas de
más largo alcance. Probablemente estos problemas se pueden
resolver y, formando un frente unido, la psiquiatría
podría estudiar y ofrecer algunas soluciones
constructivas. Éstas podrían no ser efectivas,
podría suceder incluso que no sean aceptadas. Sin embargo,
algunos de nosotros sentiríamos que por fin
habríamos aceptado la responsabilidad de atacar
activamente las llamadas neurosis sociales
que son una verdadera amenaza para nuestros pacientes, nuestras
familias y para nosotros mismos.

Actualmente, en EEUU, el primer lugar entre
todas las neurosis sociales lo ocupa el fenómeno muy
extendido de los prejuicios y la discriminación hacia las personas por su
color o por su
religión.
El fanatismo y la intolerancia, la tesis de la
"supremacía blanca", los prejuicios antisemitas, las
prácticas discriminatorias y las actitudes hostiles entre
católicos y protestantes, están presentes en
diversos grados en todos los sectores de EEUU. Los canadienses
están bien al tanto del carácter potencialmente explosivo del
problema franco-canadiense. Como psiquiatras no sólo somos
conscientes de estos prejuicios y resentimientos, en tantos los
vemos en nuestros pacientes, sino que tenemos además la
oportunidad de aprender mucho acerca de su dinámica y por lo tanto de su
significación. Como grupo
¿no podemos recomendar ningún paso constructivo
para la reducción de este problema?

Indudablemente, sabemos, como psiquiatras,
del efecto que el desempleo causa
sobre la salud mental. Se estima con algún margen de
variación que del 60% al 80% de las personas desempleadas
manifiestan signos
definitivos de enfermedad mental. En la mayoría de esos
casos el padre aparece como un fracasado ante a los ojos de su
esposa, sus hijos, sus amigos, su comunidad e incluso ante
sí mismo. Más trágico es el efecto en los
niños. El desempleo se vuelve entonces un problema de la
salud mental que afecta, siempre, a dos generaciones. Los
psiquiatras han prestado poca atención a los problemas de desempleo,
excepto en los casos aislados de pacientes atendidos de forma
gratuita. Nuestros trabajadores sociales psiquiátricos
están mucho más familiarizados con los efectos de
la enfermedad mental en el grupo familiar ¿No es
ésta otra área en la deberíamos poder
ofrecer consejos calificados, con la esperanza de que el Estado y
la autoridades federales podrían llegar a prestarnos
atención?

Ninguno de nosotros puede desconocer la
infelicidad y aflicción causada por la falta de viviendas
que hace imposible tener un hogar o hallar una vivienda adecuada
a muchos veteranos y antiguos trabajadores de la época de
la guerra. En 1946 hemos construido 500.000 hogares pero
necesitábamos 3.200.000.
El desarreglo resultante, el hacinamiento y la fricción
familiar unidos comportan un enorme costo emocional.

La lista podría continuar casi
indefinidamente – huelgas y sus concomitantes
pérdidas económicas tanto para las familias como
para la comunidad; 350.000 personas que cada año resultan
incapacitadas de forma permanente a causa de accidentes;
nuestro sistema de
chanchullos políticos y de mafias privadas, presentes en
tantos estados y comunidades. Last but not least,
ninguna persona razonable
puede desconocer la ansiedad e inseguridad
causadas por nuestras muy endebles relaciones
internacionales.

Uno podría preguntarse
¿qué tiene que ver todo esto con la
psiquiatría? Como grupo de científicos expertos que
se interesan y preocupan por la manera en que los hombres
piensan, sienten y se comportan, es lógico suponer que
estas enfermedades
sociales deberían hallarse entre nuestras principales
preocupaciones.

El papel de la psiquiatría tal como
se presenta en la actualidad

Rodeados como estamos por estas vastas evidencias de
inadaptación e infelicidad humanas, debemos examinar el
papel de la psiquiatría tal como se nos presenta en este
momento. ¿Qué ha hecho? ¿Qué
está haciendo? ¿Cuál es su estatus en
relación con el mundo? Nuevamente por necesidad debemos
restringir nuestro examen a los EEUU. En la American Psychiatric
Association [Asociación Psiquiátrica Americana,
APA] contamos con aproximadamente 4.000 miembros de los EEUU y
Canadá. Hay, quizás, mil médicos más
formándose en este campo. Algo más del 60 % de este
grupo está dedicando todos sus esfuerzos al tratamiento de
unos 625.000 pacientes en instituciones estatales y federales.
Estos médicos son responsables por los pacientes del 38 %
de todas las camas de hospital en los Estados Unidos a un costo
directo de aproximadamente $300.000.000 al año. Sin
embargo, se ha estimado, con variaciones,
que en este momento necesitamos entre 10.000 y 14.000 psiquiatras
preparados. El Dr. Paul Hawley señaló que
podría usar todos los psiquiatras de primera línea
disponibles hoy en Estados Unidos para satisfacer las necesidades
actuales de la
Administración de Veteranos. El Dr. Daniel Blain ha
indicado que cuenta en este momento con alrededor de 600
profesionales trabajando en sus puestos, pero que necesita tres
veces esa cantidad y que en doce años necesitará
siete veces esa cantidad. Todos ellos serán requeridos
para el tratamiento directo de pacientes. Muy aproximadamente,
tenemos cubierta, actualmente, alrededor de una décima
parte de nuestras necesidades de personal en psicología
clínica y trabajo social
psiquiátrico mientras que la proporción es
aún menor en enfermería
psiquiátrica.

Muchos de nosotros creemos que la mayoría de
los problemas psiquiátricos menores podrían y
deberían ser atendidos por los médicos
clínicos y por los especialistas de otros campos de la
medicina. Sin embargo, en el ejército, me
impresionó repetidamente el hecho de que sólo un
pequeño porcentaje de oficiales médicos
tenía el suficiente conocimiento psiquiátrico como
para llevar a cabo cualquier tratamiento. A pesar de las
asombrosas cifras de incidencia de las enfermedades emocionales,
nuestras escuelas médicas todavía asignan un
promedio del 4 % del total de horas curriculares a la enseñanza de la psiquiatría. En
ninguna escuela médica es considerada como una materia
básica junto con anatomía, fisiología y
patología.

La psiquiatría ha dado pasos
vacilantes en el área de la salud
pública. En cinco estados hay sólo un
psiquiatra en el departamento de salud. En otros siete existe un
programa de higiene mental
dependiente de un departamento o división independiente
dentro del estado. En otros cinco estados, la psiquiatría
forma parte del Department of Public Welfare [Departamento de
Bienestar Público]. Sin embargo, debe reconocerse que en
ninguno de ellos la psiquiatría ha logrado grandes
avances. En muy pocos de ellos existen esfuerzos directos
tendientes a la prevención de la enfermedad mental. Cerca
de dos tercios de nuestros estados no tienen otro programa
psiquiátrico que el de los hospitales
estatales.

Debemos afrontar francamente nuestra responsabilidad
de grupo por la práctica psiquiátrica en los
hospitales estatales. Desde mi punto de vista, el reciente
develamiento de la situación en algunos de ellos ha sido
muy valioso. Desearía que tales descubrimientos
continuasen insistentemente hasta el momento en que se despierte
la conciencia
pública. Pero, desde la psiquiatría, no podemos
permanecer indiferentes o pasivos pues no somos inocentes frente
a esta situación. Estamos enfrentados a la paradoja de que
en muchos estados hay excelentes departamentos
psiquiátricos en la universidad. Cada
pocas millas se encuentra un hospital estatal que puede
proporcionar tan sólo un médico para 300 ó
400 pacientes, quizá no cuente con enfermeros graduados y
probablemente con ningún trabajador social
psiquiátrico o psicólogo clínico. Hasta hace
poco tiempo estas
instituciones personificaban la psiquiatría en EEUU. Son
todavía el cuerpo de nuestra especialidad a los ojos del
público ¿Cómo puede el público
respetarnos y tenernos confianza cuando nos mantenemos
silenciosos frente a estas condiciones?

Adentrándonos en la
inspección de nuestro propio dominio, deberíamos
clarificar nuestros conceptos sobre las entidades
psiquiátricas clínicas para contar así con
una mejor comprensión de nuestra nomenclatura
diagnóstica. No debiéramos ilusionarnos con que
nuestra propia confusión no es sentida y capitalizada por
nuestros confrères médicos. Todo esto
contribuye al malentendido sobre nuestro campo. La incapacidad
para acordar sobre varios conceptos no es tan importante como el
hecho de que no tenemos un conocimiento suficiente sobre el que
llegar a un acuerdo.

La psiquiatría ha incursionado en el
abordaje de algunos de nuestros problemas sociales, no obstante,
y desafortunadamente, dichas incursiones han sido muy limitadas.
Aunque hace ya treinta años desde que un psiquiatra se
interesó por primera vez en la higiene mental de la
industria, en el presente todavía contamos con menos de
una docena de trabajadores de tiempo completo en este campo. A
pesar de que Healy, White y Adler fueron pioneros en los campos
de delincuencia y criminología hace cerca de cuarenta
años atrás, contamos con sólo diez cortes
criminales de adultos con servicio psiquiátrico y
probablemente menos de cien psiquiatras ejerciendo en
instituciones criminales. Se ha incrementado la presencia de
asistencia psiquiátrica en cortes juveniles pero,
desafortunadamente, en la gran mayoría de éstas, el
servicio se limita a proporcionar diagnóstico y no
tratamiento.

La psiquiatría ha incursionado algo en el
campo de la educación
académica. Esto no se debe tanto a que los psiquiatras
hayan tomado la iniciativa en esta dirección sino a que
algunos educadores inteligentes han buscado la ayuda de la
higiene mental. Es alentador ver el creciente número de
universidades y secundarios donde el servicio de consulta de
higiene mental está disponible. Existe un número
creciente de universidades y escuelas que proporcionan cursos de
higiene mental a sus alumnos. Sin embargo, el número de
instituciones con tal servicio todavía representa una
pequeña minoría sobre el total.

El papel de la
psiquiatría en el futuro

Cuando analizamos la situación de la
psiquiatría en la actualidad encontramos una marcada
carencia de personal capacitado. Se carece de conocimiento
verificado y se ha prestado mínima atención y
estudio a los problemas sociales o sus soluciones posibles. Por
la fuerza de las circunstancias, los psiquiatras han estado tan
ocupados intentando atender pacientes, en algunas instancias
meramente cuidándolos, que han tenido poco tiempo para la
consideración de medidas preventivas. Son estos mismos
factores los que han limitado su presencia en la práctica
general de la medicina. Desafortunadamente, muchos de nosotros en
las filas de la psiquiatría hemos usado unas anteojeras
que nos fueron impuestas por nuestro trabajo diario. Nuestra
visión ha sido restringida, y a menos que nos hayamos
visto forzados a hacerlo, hemos tomado poco o ningún
tiempo para considerar nuestra mayor responsabilidad por los
problemas del mundo en que vivimos.

Como ya he dicho, cualquiera que pretenda
definir el papel de la psiquiatría en el mundo de hoy,
sólo puede hacerlo en términos de las limitaciones
de su punto de vista. También he señalado que la
psiquiatría organizada tiene la responsabilidad de
delinear sus metas. Esto sólo podría suceder si
muchos de nosotros tenemos la voluntad de materializar nuestros
propios pensamientos en esta dirección. Cualquiera sea el
valor que
puedan tener, deseo subrayar mis opiniones sobre el papel que la
psiquiatría debería jugar en el mundo.

Nuestra necesidad mayor e inmediata es la
de personal entrenado- psiquiatras, psicólogos
clínicos, trabajadores sociales psiquiátricos y
enfermeros psiquiátricos. No hay contribución
más grande ni más importante para cualquiera de
nuestros miembros que comprometerse en la capacitación del
personal. Debemos reconocer que este trabajo de formación
se acerca al de una responsabilidad sagrada. Si esperamos contar
con psiquiatras que sean competentes para manejar los problemas
cada vez más complejos que enfrentamos, necesitan una
preparación intensiva, integrada y bien planeada. Por
experiencia personal, se que hay varias de las así
llamadas "residencias", muchas de las cuales se hayan en la
"lista aprobada", que proporcionan poca preparación, no
más que aquella que un hombre puede proporcionarse por sus
propios medios. Una
buena capacitación debe asentarse sobre una base amplia.
Además del conocimiento sobre la estructura y
funcionamiento de la personalidad,
debería proveer al psiquiatra de conocimiento sobre sus
colegas en el trabajo
social, la psicología, la enfermería, la terapia
ocupacional, y cómo usar las habilidades de sus colegas.
Debería proporcionar alguna información relativa a
las relaciones de la psiquiatría con nuestro mundo
–religión, política, literatura, arte.
Debería, ciertamente, introducir al estudiante en los
problemas y cuestiones sociales del momento. La necesidad de
capacitar al personal tiene la mayor prioridad en la
psiquiatría, en este momento.

Próxima a la de personal, hay una
necesidad primordial de una profunda ampliación de nuestro
cuerpo de conocimientos verificados. Conocemos muy poco sobre la
personalidad "normal", acerca de por qué es o no es
normal. No podemos definir adecuadamente una psiconeurosis.
Tenemos datos
mínimos sobre por qué un conjunto de órganos
es preferentemente escogido sobre otro en el desarrollo de una
reacción neurótica. Tenemos sólo un
conocimiento vago de la causa de la esquizofrenia. Si
nos vamos a dedicar a los problemas sociales, cada una de las
avenidas que conduzca a cualquiera de ellos debería ser
considerada como una investigación. La
investigación, como la enseñanza, es un trabajo
especializado que requiere habilidades inusuales y una larga
preparación. En el presente contamos, en todo el campo de
la psiquiatría, con un número lastimosamente
pequeño de investigadores de tiempo completo.

Los psiquiatras tendrán siempre la
mayor responsabilidad en el tratamiento de la enfermedad mental.
Existen varias áreas en este campo que necesitan ser
considerablemente perfeccionadas mediante el desarrollo de
métodos de
tratamiento más cortos y más efectivos. Necesitamos
reflexionar, junto con los psicólogos clínicos y
los trabajadores sociales psiquiátricos, sobre su
contribución a la psicoterapia y
luego proporcionarles la preparación adecuada. Necesitamos
desarrollar mucho más extensamente de lo que lo hemos
hecho hasta la fecha, nuestro entorno de tratamiento dentro del
hospital. En términos generales, todavía carecemos
de especificidad en nuestras prescripciones respecto de empleo,
educación, recreación, industria; y sobre todas las
variedades en la lectura, el
arte, la música, la
horticultura y muchas otras actividades. La mayoría de
nosotros tenemos sólo un conocimiento exiguo sobre
lecturas terapéuticas, entrenamiento del habla y las
aplicaciones de los principios
psiquiátricos en la rehabilitación
física.

En esta área de tratamiento, la
psiquiatría comparte con toda la medicina la crisis
actual, y quizás recurrente, para proporcionar el mejor
cuidado médico a los veteranos. Bajo las órdenes de
los generales Bradley y Hawley,
un sistema destacable de tratamiento, del más alto nivel,
ha sido organizado en la Administración de Veteranos. Junto con las
medidas económicas actuales del Congreso, este servicio
médico ha sufrido y enfrenta una potencial
regresión al estado de la preguerra. Las reducciones en
asignaciones y personal, frente a una cantidad creciente de
pacientes, desminuirán inevitablemente la moral,
perjudicarán el servicio y provocarán renuncias de
los médicos y del personal profesional afín. Es
imprescindible que los psiquiatras junto con todos los genuinos
amigos de los veteranos discapacitados señalemos,
inmediatamente, al público y al Congreso, los resultados
de tales recortes en las asignaciones. Si el Congreso desea
proporcionar sólo un cuidado médico mediocre, es su
decisión. Sin embargo, desde la medicina, debemos dejar en
claro que la reducción del financiamiento, del personal, de los
especialistas, de los programas de enseñanza y de los
viajes para
los supervisores, reducirán drásticamente los
beneficios que han sido previstos para los veteranos
enfermos.

Como un paso adelante para satisfacer la gran
necesidad de tratamiento, debemos priorizar la integración de la psiquiatría con el
resto de la medicina, particularmente en la currícula de
la escuela de medicina. Es nuestra entera responsabilidad
recomendar y dirigir cómo debe ser enseñada la
psiquiatría. También es nuestra responsabilidad que
los principios psiquiátricos impregnen la enseñanza
de toda la medicina y que un cuerpo útil de conocimiento
esté a disposición de todos los
médicos.

Nuestra Asociación [se refiere a la
Asociación Psiquiátrica Americana, APA] necesita
ser organizada de manera que permita y estimule a cada miembro a
contribuir para la solución de los problemas que enfrenta
hoy en día la psiquiatría. Apenas podemos esperar
algún progreso cuando algunos de nuestros comités
sólo se reúnen una vez, si es que lo hacen, durante
el curso del año. Y aun en ese caso, puede que no exista
compromiso o finanzas
(capital)
suficientes como para iniciar estudios, encuestas o
investigaciones sobre los problemas de los que son
nominalmente responsables.Esto me lleva a mencionar, brevemente,
la
organización del Group for the Advancement of
Psychiatry [Grupo para el Avance de la Psiquiatría]. Como
se evidenció en la reunión del año pasado,
algunos de nosotros nos sentíamos insatisfechos con el
progreso de la psiquiatría, estábamos irritados por
nuestras propias limitaciones y por la falta de oportunidad para
sentarnos, pensar y trabajar juntos sobre los problemas que a
todos nos parecían vitales. En aquel tiempo, algunos de
nosotros verbalizamos este sentimiento mutuo pero sentimos que no
se justificaba quedarnos con la crítica
o la irritación. Concluimos que deberíamos
encontrar maneras y medios de promover alguna reflexión
grupal, indagaciones y estudios. El resultado fue una conferencia
grupal, informal, organizada libremente con el apoyo financiero
del Commonwealth Fund [Fondo Commonwealth], que celebró un
congreso de tres días el último otoño y en
breve celebrará un segundo. Nos organizamos en
pequeños comités de trabajo y se pidió a
cada miembro que trabajara. Acordamos sacrificar
considerablemente nuestro tiempo y dinero para
estudiar problemas tales como las necesidades de los hospitales
estatales, la educación médica, los contactos con
grupos legos,
la psiquiatría preventiva, el trabajo social
psiquiátrico, el tratamiento y otros temas. En este
momento hay quince comités diferentes, cada uno con una
responsabilidad específica. Limitamos los participantes a
los miembros de esta Asociación. En ningún sentido
nuestra acción significó una revolución, una secesión o una
competencia con
esta Asociación. Lo fue originalmente, y todavía es
nuestra esperanza, que los logros, métodos y trabajo de
este Grupo puedan convertirse en parte integral de esta
Asociación. Me pareció hace un año, y me
parece aún hoy, que cada miembro de la APA que sea capaz
de hacerlo, debería estar contribuyendo al desarrollo y
liderazgo de
la psiquiatría más allá del trabajo su
cotidiano.

Uno de los papeles esenciales de la
psiquiatría debe descansar en el campo de la
prevención de la enfermedad mental. Si continuamos
confinándonos sólo al tratamiento, es inconcebible
que podamos alguna vez cumplir con esa obligación. Hasta
que no hayamos aprendido efectivamente a prevenir la enfermedad
mental no podemos empezar a cumplir con nuestra responsabilidad.
La psiquiatría en la guerra se asentó sobre la base
de que el tratamiento era la única área y
responsabilidad que le concernía a los psiquiatras. Sin
embargo, la experiencia nos enseñó que nuestra
más grande contribución debería haber sido
en el campo de la prevención. Esto implicaba poner la
psiquiatría en el campo y convivir con los soldados, para
así aprender sobre sus problemas, intentar modificar sus
tensiones y desarrollar sus apoyos. Sólo ahí se
podía aconsejar eficazmente a los líderes sobre los
factores inmediatos que afectaban la salud mental.
Parecería que la mayor oportunidad para la
psiquiatría consiste en un trabajo similar en los campos
de la educación académica, la salud pública,
la recreación,  la delincuencia y la
industria.

Las lecciones extraídas de la
psiquiatría preventiva en el ejército enfatizaron
tres factores capitales en el mantenimiento
de la salud mental. El primero, y el más importante, fue
que la calidad del
liderazgo era una causa de, o prevenía, la enfermedad
mental. Aprendimos que el desarrollo de actitudes racionales
positivas hacia el trabajo a ser realizado, es decir la
motivación consciente, podía ser de gran ayuda
en el trabajo. Sin lugar a dudas, una "buena" motivación
era un factor importante para el mantenimiento de la salud mental
y una motivación "pobre" era seguida de un
incremento del número de bajas psiquiátricas. El
desarrollo de una identificación con un grupo, que
provocaba un sentimiento de orgullo y proporcionaba seguridad,
satisfacción y una unidad de propósitos, era
extremadamente importante para la salud mental. Era evidente que
estas lecciones elementales que se aplicaban al mantenimiento de
la salud mental individual en el ejército podían
aplicarse a la familia, al grupo, a la comunidad y a la nación.
Uno de los propósitos principales de la psiquiatría
preventiva debería ser el constante intento de educar a
los padres y a todos los líderes sobre la importancia de
desarrollar personas maduras, en la línea del
desafío que Brock
Chisholm
nos dejó en sus Conferencias William Alanson
White.

La psiquiatría preventiva debe
preocuparse por la causa y alivio de la enfermedad mental-
neurosis, psicosis, trastornos del carácter. Debe
encontrar la manera de reducir los numerosos síntomas de
las enfermedades sociales enumerados previamente
–delincuencia, crimen, divorcio, analfabetismo,
deficiencia mental. Debería preocuparse desde luego por el
desempleo forzoso, los prejuicios, la discriminación, las huelgas y los accidentes.

La psiquiatría debería
otorgar una alta prioridad a sus esfuerzos para proporcionar a la
persona "media" información psiquiátrica que pueda
aplicar a sus propios problemas. Como he intentado indicar
previamente, el gran número de bajas psiquiátricas
durante la guerra llamó la atención sobre la
necesidad de la educación pública en el campo de la
higiene mental. El público requiere esta educación.
Si se la brinda adecuadamente podría ser de gran ayuda.
Muy posiblemente puede que esa educación incremente el
número de pacientes que busca la ayuda de un psiquiatra,
del mismo modo en que una campaña sobre cáncer o
tuberculosis
incrementa el número de pacientes que consultan al
médico por estos problemas. Sin embargo, el
propósito de tal educación pública
debería ser, desde luego, proporcionar al hombre medio una
mejor comprensión de su propia salud mental y
enseñarle cómo fortalecerla y mejorarla.

La psiquiatría en Estados Unidos
debe internacionalizarse en sus intereses y trabajar con
psiquiatras del exterior. Algunos años atrás fue
creada una organización internacional de higiene mental y
están en pie los planes para reactivarla. La American
Psychoanalytic Association [Asociación
Psicoanalítica Americana] siempre ha sido parte de la
Internacional Psychoanalytic Association [Asociación
Psicoanalítica Internacional]. Con la creciente necesidad
actual de un punto de vista mundial, deberíamos jugar un
papel vital en cualquier esfuerzo internacional de la
psiquiatría, tanto a través del United Nations
Health Comittee [Comité de Salud de las Naciones Unidas]
como de una organización psiquiátrica
internacional.

Gracias a la visión del Dr. Frank
Fremont–Smith de la Josiah Macy, Jr. Foundation,
tenemos como invitado en este encuentro al Dr. J. R. Rees de
Londres quien está aquí para despertar nuestro
interés
en un congreso internacional de psiquiatría que se
celebrará en Inglaterra el
próximo año. Mi impresión es que nuestra
mejor contribución a la United Nations Health Organization
[Organización de Salud de las Naciones Unidas] se
podría hacer a través de una organización
internacional de psiquiatría.

Alcanzar todos estos objetivos
puede parecer una tarea imposible. Pero pueden abordarse
sólo si cada miembro individual de la organización
está dispuesto a contribuir. Es esencial que la
organización le proporcione los medios para que esta
contribución pueda llevarse a cabo. Además, tal
programa para la psiquiatría exige un inmenso apoyo a
través de la comprensión del público y de
respaldo financiero.

El estímulo más inmediato y
concreto para
el desarrollo ulterior de la psiquiatría ha venido de la
Nacional Mental Health Act [Acta Nacional de Salud Mental],
patrocinada por el United States Public Health Service [Servicio
de Salud Pública de los Estados Unidos]. De esta fuente
una considerable suma de dinero estará disponible
inmediatamente, junto con la promesa de una cantidad más
grande para los años próximos.

Durante años el Nacional Comittee
for Mental Hygiene [Comité Nacional para la Higiene
Mental] ha liderado la promoción de una mejor comprensión
de la salud mental en la escena nacional. La recientemente
conformada National Mental Health Foundation [Fundación
Nacional de Salud Mental] está abogando por las
necesidades de nuestros hospitales estatales y particularmente
por el mejoramiento de la asistencia en sala. En la Menninger
Foundation,
estamos dedicando todo nuestro esfuerzo a la enseñanza y a
la investigación. Todos en psiquiatría estamos en
gran deuda con las distintas fundaciones generales que tanto han
hecho por nosotros y expresamos la esperanza de recibir su apoyo
continuadamente.

Esta sección del programa de esta
convención se encuentra bajo los auspicios del grupo
más recientemente organizado para el apoyo de la
psiquiatría – la Psychiatric Foundation
[Fundación Psiquiátrica].
Desde hace mucho tiempo se sabe que para ejercer liderazgo en
nuestro campo nuestra propia Asociación necesitaba mucho
más apoyo económico que el que podía ser
obtenido de las cuotas de los miembros. Estimulados por esta
necesidad, un pequeño grupo de miembros, a través
del trabajo personal de Austin Davies,
ha lanzado la Psychiatric Foundation. Es mi ferviente esperanza
que su desarrollo sea apoyado y acelerado para permitirle lanzar
los programas que se acuerden en la APA.

Debemos dejar en claro al público- y a la
profesión- que todos los esfuerzos de las diversas
Fundaciones son intentos cooperativos por atender los inmensos
problemas que tenemos por delante; ninguna de estas variadas
empresas
está en competencia con las otras.

Conclusiones

Todos miramos con orgullo las victorias
fenomenales de la medicina preventiva. El mundo ya no está
más maldecido por la viruela, el cólera,
la fiebre amarilla o
la tifoidea. Ya no hay epidemias mundiales de estas enfermedades
¿Hay alguna esperanza que la medicina, a través de
su Cenicienta, la psiquiatría, pueda dar un paso adelante
para ofrecer su esfuerzo terapéutico a un mundo tan lleno
de infelicidad e inadaptación y de diversos grados de
desintegración social? ¿Puede nuestro intenso
estudio del individuo
llevarnos a una mejor comprensión de su ambiente, de
las fuerzas sociales que afectan su vida? ¿Y puede esta
comprensión, si se pone a disposición de los
líderes correctos, ser de ayuda para aliviar las
enfermedades sociales? Quizás algunos psiquiatras
podrían responder esto negativamente. Mi propia y fuerte
convicción es que la psiquiatría puede
ayudar.

Algunos de mis confrères
que responderán en negativo podrían hacerlo por la
idea equivocada de que este programa puede ser un intento de
promocionar en exceso la psiquiatría. Mi punto de vista
siempre ha sido que uno no puede promocionar en exceso el valor
de un producto
verificado, excepto en términos de capacidad de entrega.
Al trazar las líneas de este programa, no he tenido
intención de vender la psiquiatría excepto a
nosotros mismos. Siento fuertemente que no estamos siquiera en
posición de entregar mucha de la información
disponible que podríamos reunir. Mi intención ha
sido dirigir nuestro pensamiento a
un horizonte más amplio y exhortar a aceptar nuestra
responsabilidad en orden a contribuir a la comprensión y a
la terapéutica de los problemas de infelicidad e
inadaptación que existen hoy en el mundo. Para hacerlo
debemos aumentar nuestro personal capacitado. Debemos extender
nuestras fronteras de conocimiento. Debemos cristalizar nuestras
metas. Nuestra organización requeriría que algunos
de nuestros grupos investigaran problemas específicos,
recolectasen datos, aplicaran nuestro conocimiento y produjeran
un programa de acción. Necesitamos desarrollar más
nuestra habilidad política y médica como para que
nuestros hallazgos y recomendaciones puedan ser presentados a los
líderes de la alta administración, en muchos campos de
actividad ¿Podemos y deberíamos comprometernos a
esto? Ya no podemos evadir una decisión sobre este
asunto.

La UNESCO en su carta constitutiva destaca: "Como las
guerras se
inician en la mente de los hombres, es en las mentes de los
mismos hombres que deben ser edificadas las defensas para la
Paz".

Afrontar el dolor, el trauma, la
herida, el fracaso, para evitar con todas la fuerzas que se
repita el horror de dominar haciendo daño a
los otros, ejerciendo la Violencia a
los más débiles, sobre todo si son niños,
jóvenes o enfermos.

Cloé Madanés en "Sexo, Amor y
Violencia" dice que ante el mundo real podemos reaccionar con
deterioro o con rebeldía. Esta última sería
una reacción positiva y con fines constructivos si nos
sirve para "construir nuevas formas de evolucionar y crecer ",
para sobrevivir y evitar lo pútrido o cualquier
símbolo de muerte.

Observamos que las defensas negativas son el
escepticismo paralizante, las desresponsabilidades
cómodas, la imposición de exigencias desmedidas, el
resentimiento, la hipocresía, la mentira o el
engaño que conducen al aislamiento y la
disociación, modos defensivos inmaduros y que desgastan la
personalidad.

Debemos reconocer que estamos sufriendo traumas,
injusticias y violencia a repetición cuyo resultado ha
sido el daño psíquico y la alteración de
los valores,
la confianza y la seguridad

personal y social.

Tal vez nos dé vergüenza o sintamos pudor
por lo que no hicimos o no estamos haciendo o no podemos hacer
para asumir la responsabilidad y compromiso de las personas, para
desarmar dependencias y asistencialismo, por no encontrar
mecanismos de sanción y arrepentimiento adecuados
y hacer cumplir "normativas" y la aplicación de la
ley
adecuadamente, por no educar adecuadamente a
quienes nos consultan.

Construir un nuevo espacio de participación es
posible si el ser humano controla sus tendencias destructivas:
homicidas/suicidas o el encapsularse en un saber-poder
omnipotente.

Los profesionales no sólo debemos conocer y dar a
conocer lo demostrado en beneficio de la humanidad, sino que
además es nuestra misión
orientar las acciones hacia
la vida, con madurez y coraje. Pero debemos además acordar
valores y
compartirlos sólidamente.

En estos tiempos cambiantes la sociedad se
configura de modo tan complejo y variable que hay que estar aptos
para la transformación de la realidad, produciendo
además nuevas teorías
y técnicas y siendo conscientes de que
también estamos expuestos a la violencia
social, al deterioro o la rebelión.

Para ello recomendamos no solo la actualización
permanente del conocimiento, el trabajo de las interdisciplinas
humanísticas: médicas, neurociencias,
psiquiatría, psicología, ecología humana,
sociología, filosofía, pedagogía sino la maduración de
nuestras defensas personales y la SUPERVISION de nuestra tarea
con y entre los más expertos. Los profesionales debemos
estimular el desarrollo científico y
tecnológico. Con ética,
estética conocimiento actualizado y
maduración afectiva
. Debemos hacerlo con madurez y
coraje. Pero debemos además acordar valores y
compartirlos sólidamente mediante todos los recursos
que ofrece la
comunicación humana en la actualidad-reuniones
personales en seminarios ,talleres,congresos, foros, blogs y los
diferentes medios que la cibernética ofrece hoy.
Para que
nuestros aportes sirvan en cadena al desarrollo
económico y psico-social.

El tiempo: esperar,
pensar, actuar

La frustración nos impulsa a
crecer, a madurar y a socializarnos.

Con ella producimos y hacemos cultura.

Carlos Díaz Usandivaras.

Convengamos que hacer proyectos es
proyectarse hacia el futuro, lanzando o dirigiendo hacia adelante
una idea o una acción. Con conocimiento, ¡Si!, con
participación, ¡Si!, con valores elevados,
¡Si! Y básicamente con un adecuado manejo del
tiempo, ese factor que nos limita y hace humanos. La experiencia
subjetiva del tiempo nos permite contar con capacidad de tolerancia a la
frustración, con la que se aprende, la que se adquiere;
con capacidad de espera, para poder postergar la
consumación de nuestras necesidades y deseos, para pensar
antes de actuar y ahorrar nuestros recursos.

Y si nos equivocamos en éstos Ensayos,
recordemos que: "Pedir perdón no es volver la aguja a cero
para hacer daño otra vez", sino que valió la pena
un nuevo ensayo
motivado por buenas intenciones.-

 

 

 

 

 

 

Autor:

Lic. Graciela Curuchet

San Carlos de Bariloche.

Mayo del 2009

Partes: 1, 2
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