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Liderazgo educativo (página 7)




Enviado por Eustiquio Aponte



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

—Efectivamente —añadió el
pastor—. Por desgracia, hay demasiados ejecutivos que no
sólo no quitan los obstáculos, sino que son ellos
mismos un obstáculo permanente. Cuando vivía en ese
mundo solía referirme a ellos como «ejecutivos
gaviota». El ejecutivo gaviota sobrevuela
periódicamente el área haciendo mucho ruido, lo caga
todo, se puede comer tu almuerzo y luego se va volando. Creo que
todos hemos topado con este tipo de ejecutivo alguna
vez.

—Mi jefa va incluso más allá
—añadió la enfermera—. Según
ella la dirección forma parte de los gastos generales.
Dice que nosotros, al acceder a la dirección y dejar de
servir café en
los aviones, de limpiar orinales, de enseñar a los
niños
en la escuela o de
llevar una carretilla elevadora, ya no contribuimos al valor
añadido del producto o
servicio en
cuestión, sino que estamos por encima, somos parte de los
gastos generales.

—No sé qué es peor: si que te llamen
«ejecutivo gaviota» o «gastos generales»
—respondió el profesor,
ahogando unas risas—. Es una vergüenza que tantos
líderes pierdan el tiempo
ponderando sus derechos como líderes
y no sus tremendas responsabilidades como
líderes.

—Hasta en las negociaciones con los sindicatos
—dije en voz baja—, la empresa y el
sindicato
pasan a veces infinidad de horas discutiendo sobre el apartado de
«Derechos de la Dirección» del convenio. Me
contaron una vez que en una empresa de
nuestro grupo, un
representante sindical acabó vociferando sobre la mesa de
negociaciones: «¡Y si le meto unos golpes de
izquierda para acompañar sus
derechazos!».

—Es hora del servicio de mediodía—
dijo Simeón con una sonrisa—. Resumiendo, el
líder
es alguien que identifica y satisface las legítimas
necesidades de su gente y quita todo obstáculo para que
puedan servir al cliente. De
nuevo, para ser el primero hay que servir.

—¡Baja a la tierra,
Simeón! —iba salmodiando a media voz el sargento de
camino a la salida.

Después de comer decidí salir a dar un
paseo por la playa antes de la sesión de la tarde. Greg me
preguntó si podía acompañarme y mentí
cortésmente: «Me parece estupendo». El
sargento era la última persona con quien
me hubiera apetecido salir a dar un paseo.

Tras andar un par de minutos en silencio, me
preguntó:

—¿Qué opinas de todo eso del
poder frente a
la autoridad y
estar al servicio de la gente?

—No estoy muy seguro,
todavía no me he podido formar una idea.

—Me cuesta trabajo creer
que realmente puedan funcionar así las cosas en el mundo
real. A mí me suena a chino.

—Pues ya somos dos, Greg —le dije
sólo por ser amable.

Pero por segunda vez en menos de cinco minutos estaba
mintiéndole. Las palabras del profesor no me resultaban
extrañas; había reconocido en ellas la
verdad.

Estábamos todos presentes y sorprendentemente
silenciosos cuando el reloj dio las dos y empezamos la
sesión de la tarde.

Simeón no había dicho todavía ni
una palabra cuando el sargento rompió a hablar:

—Sé que se supone que fuiste un buen
líder hace años, yeso lo respeto,
Simeón. ¡Pero no puedo creer que consiguieras llegar
donde llegaste diciéndoles a los supervisores que hicieran
lo que los empleados quisieran! Si yo intentara llevar la
gestión
de una empresa de esa
manera que tú propones me encontraría con una
anarquía total. Puede que si estuviéramos en un
mundo perfecto tuvieras razón, pero hacer lo que la gente
quiere no funcionará nunca en este mundo en el que
vivimos, amigo.

—Lo siento, Greg —empezó a decir el
profesor—, tengo la impresión de que no he dejado
claro lo que significa ser servidor. He
dicho que los líderes deben identificar y satisfacer las
necesidades de la gente, que deben servirles. No he dicho que
deban identificar y satisfacer sus deseos, que deban ser
esclavos. Los esclavos hacen lo que los otros quieren, los
servidores
hacen lo que los otros necesitan. Hay una diferencia abismal
entre satisfacer deseos y satisfacer necesidades.

—¿Y cómo definirías esta
diferencia? —replicó Greg, algo más
calmado.

Simeón contestó: —Si yo fuera padre,
por ejemplo, y dejara que mis hijos hicieran absolutamente lo que
quisieran, ¿cuántos de vosotros querríais
pasar un rato en mi casa? Sospecho que no muchos, porque en mi
casa mandarían los chicos, sería una
«anarquía», por utilizar tus palabras. Si les
doy lo que desean, sin lugar a dudas no les estoy dando lo que
necesitan. Los niños y los adultos necesitan límites,
un ambiente donde
haya normas
establecidas y personas a las que se considere responsables.
Puede que no deseen tener límites ni tener que dar
cuentas, pero
necesitan tener límites y responsabilidades. No le hacemos
ningún favor a nadie llevando hogares o departamentos
indisciplinados. Un líder no debe nunca conformarse con la
mediocridad, o con la chapuza: la gente necesita que se la anime
a llegar a ser lo mejor posible. Puede que no sea eso lo que
desee, pero el líder debería estar siempre
más pendiente de las necesidades que de los
deseos.

Para mi asombro sentí el impulso de hablar,
así que añadí:

—Los empleados de nuestra fábrica quieren
ganar todos veinte dólares por hora. Ahora bien, si
tuviéramos que pagarles veinte dólares por hora
probablemente el negocio se vendría abajo en unos pocos
meses, porque nuestros competidores pueden hacer el vidrio por mucho
menos. Así que, al final, habríamos hecho lo que
los empleados quieren, pero ciertamente no lo que necesitan, que
es que se les proporcione un empleo estable
a largo plazo.

El sargento añadió: —Sí, pues
pensad en cómo toman sus decisiones los políticos,
basándose en los últimos sondeos de opinión.
Me da la impresión de que están dándole a la
gente lo que quiere, pero me pregunto si será lo que
necesita.

—Pero, ¿cómo podemos distinguir
claramente entre necesidades y deseos? —preguntó la
enfermera.

—Un deseo explicó el profesores simplemente
un apetito, una apetencia que no se para a considerar las
consecuencias físicas o psicológicas. En cambio una
necesidad es un requisito físico o psicológico para
el bienestar de un ser humano.

—¿No es eso un poco engañoso?
—cuestionó Kim—. Después de todo, las
personas no son iguales, por consiguiente las necesidades tampoco
serán iguales. Aunque sospecho que hay ciertas
necesidades, como la de ser tratado con respeto, que son
universales.

—Estoy de acuerdo, Kim —repliqué de
inmediato——. Mi hijo mayor, John, era un niño
con mucho carácter, mientras que Sarah, era la hija
dócil. No cabe duda de que tienen distintas necesidades y
satisfacerlas ha exigido distintos estilos de educación. Esto
también es válido para el trabajo. Un
empleado nuevo tiene ciertamente un tipo de necesidades distintas
de las que tiene el que lleva veinte años en la empresa y
conoce su trabajo mucho mejor de lo que yo podría llegar a
conocerlo en toda mi vida. Las necesidades varían
según las personas, así que supongo que un
líder tiene que ser flexible.

El profesor insistió:

—Si el papel del líder consiste en
identificar y satisfacer las necesidades de la gente, debemos
preguntarnos siempre: «¿cuáles son las
necesidades de la gente que dirijo?». Sugiero que
hagáis una lista de las necesidades que tiene vuestra
gente, en vuestros hogares, en la parroquia, en la escuela, en
cualquier lugar en que estéis al mando. y si os
quedáis bloqueados, sólo tenéis que
preguntaros: «¿y qué necesidades tengo
yo?». Creo que con eso os volveréis a poner en
marcha.

—Bueno —dijo Greg—, Chucky, que
trabaja llevando una carretilla elevadora, necesita una
máquina que funcione bien, herramientas
adecuadas, formación, materiales,
una paga justa y unas condiciones de trabajo seguras. Con eso
debería estar contento.

Simeón replicó: —Muy buen comienzo,
Greg; efectivamente eso cubre de sobra sus necesidades
físicas. Pero recuerda que Chucky también tiene
necesidades psicológicas que hay que satisfacer.
¿Cuáles pueden ser esas necesidades?.

La enfermera, a mi entender la más brillante de
los participantes en el retiro, se levantó, se
dirigió hacia la pizarra y dibujó otra
pirámide. Empezó a decir:

—No puedo creerme lo que estoy haciendo, pero voy
a hacer lo que nos pidió Simeón, que es hablar
porque tengo ganas de hacerlo.

—¡Pelota! —Le grité a Kim.
—¡Para ya, John! Me cuesta mucho hacer esto —me
replicó con una sonrisa—. En la asignatura de
Psicología, en la universidad, nos
hablaron de Abraham Maslow y de su
jerarquía de las necesidades humanas. Creo que
había cinco niveles de necesidades: en el primero estaba
la alimentación, el agua y el
abrigo; en el segundo escalón, las necesidades de seguridad y
protección, y así sucesivamente.

La enfermera se retiró de la pizarra y
siguió diciendo: —Por lo que recuerdo, el nivel
más bajo de necesidades tiene que estar satisfecho antes
de que las necesidades del nivel siguiente se vuelvan
motivadoras. De esta forma, en el escalón más bajo,
supongo que pagar un salario justo y
un seguro satisface suficientemente las necesidades de alimento;
agua y abrigo.
El segundo nivel abarca necesidades de seguridad y
protección, que podrían traducirse en lo laboral por unas
condiciones de trabajo seguras, junto con el establecimiento de
límites y normas de los que hablaba antes Simeón.
Esto a su vez proporciona coherencia y posibilidad de
previsión que, si mal no recuerdo, Maslow consideraba
cruciales para satisfacer las necesidades de seguridad y
protección. Maslow no era en absoluto partidario de una
actitud
permisiva por parte de los padres.

—¡Adelante, Kim! – Jaleó
Theresa —. ¡Eres un verdadero ejemplo!

Kim hizo una mueca mientras continuaba, algo más
relajada:

En cualquier caso, una vez que esas necesidades han sido
satisfechas, lo que se convierte en elemento motivador es la
identificación y el amor. Creo
recordar que esto incluía la necesidad de formar parte de
un grupo saludable en el que poder mantener relaciones sanas y
admitidas. Una vez que esas necesidades se ven satisfechas, el
siguiente elemento motivador es la autoestima,
que incluye la necesidad de ser valorado, tratado con respeto,
animado, el reconocimiento, los premios, y todo eso.

—De acuerdo, ahora es cuando te metes en el
lío —bromeó el sargento.

—Voy derecha a ello ——continuó
la enfermera sonriendo——. Una vez satisfechas estas
necesidades, lo siguiente es la realización personal, que es
bastante difícil definir, aunque definiciones hay muchas.
Lo que yo saqué en limpio es que la realización
personal consiste en llegar a lo mejor que uno puede ser, o que
uno es capaz de llegar a ser. Ser presidente de una
compañía, jugar en el mejor equipo nacional o ser
el mejor alumno de la promoción no está al alcance de todo
el mundo. Pero cada uno de nosotros puede ser el mejor empleado,
el mejor jugador o el mejor estudiante, en la medida de nuestras
posibilidades. Y, si no me equivoco, lo que Simeón nos
está diciendo es que el líder debería
empujar y animar a su gente a dar lo mejor de sí misma. Me
figuro que Chucky, el de la carretilla elevadora, probablemente
no llegará nunca a presidente de la
compañía, pero podemos animarle y ayudarle para que
sea el mejor conductor de carretillas elevadoras que puede llegar
a ser.

—Sé todo lo que puedes ser, eso sí
que te suena, verdad Greggy? —se guaseó el
pastor—. ¿No es ese el tema de esa canción
del anuncio del Ejército que nos va a volver locos a
todos? Creo que deberíamos cantársela a
Greg.

Levantamos la sesión cantando a voz en cuello la
canción del ejército mientras desfilábamos
por la puerta.

UNA FABULA SOBRE EL LIDERAZGO

Autor: PATRICK LENCIONI

Reproducido con fines
educativos

Prof. Eustiquio Aponte.

Introducción

Ser gerente de una
organización es uno de los retos más
difíciles que una persona puede enfrentar en su carrera
profesional, aunque no es complicado.

Algunos gerentes, en particular los que viven en lucha
permanente, podrían no estar de acuerdo con esta
afirmación. Dirán que su trabajo está
plagado de complejidades y sutilezas que hacen imposible predecir
el éxito.
Si sus organizaciones
fallan, podrían enumerar toda una lista de causas como
errores estratégicos, inexactitudes de marketing,
amenazas de la competencia y
fallas de la tecnología. Pero
éstos no son más que los síntomas de sus
problemas.

Todos los gerentes que fracasan, y la mayoría de
ellos cae en algún momento, cometen los mismos errores de
fondo: sucumben a una (o más) de las cinco tentaciones que
los acechan.

Si esto es cierto, si el éxito de un gerente gira
alrededor de unos pocos comportamientos, ¿entonces por
qué razón no hay más casos de éxito?
¿Y por qué continúan los gerentes con su
atención fija en los mismos estados
financieros, los cronogramas de desarrollo de
los productos y
los informes de
mercado en busca
de la respuesta mágica? Creo que la mejor respuesta a esta
pregunta la tiene Lucille Ball.

En uno de los viejos programas del
Show de Lucy, al llegara casa Ricky encuentra a Lucy gateando por
toda la sala. Cuando le pregunta qué está haciendo,
ella le explica que ha perdido sus aretes. "¿Perdiste tus
aretes en la sala?", pregunta Ricky. Y Lucy le responde: "No, se
me cayeron en la alcoba pero la luz es mucho
mejor aquí".

Muchos gerentes creen que la luz es mejor en sitios como
marketing, planeación
estratégica y finanzas,
paraísos aislados de las tinieblas dolorosas del
autoexamen. Infortunadamente, en esas áreas no encuentran
muchas oportunidades para mejorar sustancialmente.

Hasta los ejecutivos relativamente progresistas suelen
quedarse al abrigo de sus "salas", ojeando las modas gerenciales
y las tendencias de liderazgo en busca de remedios indoloros para
sus males. Aunque algunos de esos remedios parecen surtir efecto
durante un tiempo, en últimas dejan a los ejecutivos
expuestos a los mismos problemas causantes de sus males, los
cuales son el tema de este libro.

La tragedia es que la mayoría de los ejecutivos
son lo suficientemente intuitivos para comprender todo esto, pero
muchos de ellos entablan toda una lucha e inconscientemente se
distraen y distraen a los demás de sus problemas
personales de liderazgo dedicando demasiado tiempo a los detalles
de su trabajo, muchas veces hasta el punto de crear
complicaciones donde no existen.

Básicamente, lo que hacen es poner en peligro el
éxito de sus organizaciones al no estar dispuestos a
enfrentar y vencer las cinco tentaciones de un
gerente.

Andrew O'Brien no había sido la última
persona en salir de las oficinas de Trinity Systems desde
hacía cinco años. En realidad, jamás se
había quedado hasta después de la medianoche desde
que fuera nombrado gerente.

Mirando por el gran ventanal de su oficina sobre la
ciudad de San Francisco, se preguntaba cómo había
llegado a esa situación.

Al día siguiente cumplía un año de
haber sido ascendido. Sería la primera reunión de
la junta directiva durante la cual tendría que rendir
cuentas de los resultados de todo un año fiscal. Esos
resultados, como ya se había habituado a calificarlos, "no
eran nada espectaculares".

Pero los resultados no molestaban tanto a Andrew como su
estado mental.
Hacía un tiempo que no se sentía a gusto en los
pasillos de su empresa. No se sentía a gusto dirigiendo
las reuniones con su personal ejecutivo. Y ciertamente no
sentía mayor alegría al pensar en la reunión
con la junta directiva al día siguiente. Seguramente no
serían muy duros con él, pero tampoco le
darían palmaditas en la espalda.

Andrew O'Brien no podía negar que su desempeño como gerente casi tocaba fondo,
punto al cual jamás esperó llegar tan
pronto.

Y entonces todo empeoró.

Con la mirada fija en dirección del puente de la
bahía, Andrew observó que no había flujo de
vehículos en dirección oriental hacia Oakland. Le
pareció raro. Siempre le había asombrado la
cantidad de tránsito que llenaba la ciudad a todas horas
de la noche. Miró el reloj que tenía sobre su
escritorio y se dio cuenta de que eran las 12:02 de la madrugada.
Incluso a esa hora siempre había vehículos sobre el
puente. En San Francisco el tránsito realmente nunca se
detenía como no fuera por un temblor de tierra.

Entonces recordó.

En su mente vio los avisos anaranjados a cuyo lado
había pasado durante las últimas dos semanas camino
de su casa:

"Puente de la bahía cerrado por reparaciones
– marzo 4 y 5
entre la medianoche y las 5:00 a. m.
"

No se le había ocurrido que podría tener
que cruzar el puente a esa hora. Lentamente cayó en la
cuenta de que no podría regresar a casa en su
automóvil esa noche. A menos que quisiera desviarse,
cruzar por el puente Golden Gate, regresar por el puente Richmond
y tomar la interestatal 80 hacia la autopista 24… Esto le
representaría más de una hora, y con dos horas de
trabajo que le esperaban antes de la reunión del
día siguiente… ¡ni pensarlo!

De haber sido cualquier otra noche, se habría
registrado en uno de los hoteles cercanos a la oficina que
ofrecían servicio completo, entregaría su ropa al
servicio nocturno de lavandería y estaría listo
para trabajar al día siguiente. Pero esta noche deseaba
dormir en su propia cama, aunque fuera unas pocas horas.
Además, estaba decidido a ver a su esposa y a sus hijos en
la mañana. Aunque jamás podría admitirlo,
Andrew necesitaba un poco de apoyo moral.

Así que metió los papeles en su
maletín, tomó su abrigo avanzó hacia la
puerta.

La calle estaba casi tan desierta como las oficinas,
salvo el portal que había cuadra abajo en donde
dormía indigente a quien todo el mundo llamaba
"Benny".

Andrew reflexionaba algunas veces sobre la triste
situación de Benny para encontrar algo de consuelo cuando
las cosas no iban bien. Pero esta noche no le sirvió de
nada. No podía alejar de su mente la imagen obsesiva
de la temida reunión con la junta directiva programada
para comenzar en ocho horas.

Mientras caminaba tenso hacia la estación de
transporte
rápido del área de la bahía (BART) que
quedaba a dos cuadras de distancia, Andrew se preguntó
cuánto hacía que no utilizaba el transporte
público. ¿Ocho años?
¿Diez?

Tomó un billete de la máquina instalada
contra la pared y se dirigió hacia una banca para
esperar el tren. Le sorprendió no sentirse fuera de lugar.
"Los diez años han pasado volando", susurró en voz
baja.

El tren llegó antes de que tuviera tiempo de
sacar los papeles del maletín, y a medida que iba frenando
su carrera, Andrew notó que no había nadie a bordo.
Por lo menos así lo creyó.

Se sentó en el primer asiento cerca de la puerta
y súbitamente se sintió agotado. Había
pensado en trabajar durante los treinta minutos de recorrido
hasta los suburbios, pero descubrió que lo único
que quería era sentarse con los ojos fijos sobre el mapa
de colores del
sistema de
transporte y recorrer con la mirada la distribución geográfica del
área de la bahía. Cualquier cosa que apartara de su
mente la reunión con la junta directiva al día
siguiente.

Justo en el momento en que el tren descendía a
las tinieblas del túnel que cruza por debajo de la
bahía y los ojos de Andrew comenzaban a cerrarse, una de
las puertas de comunicación entre los coches se
abrió a sus espaldas. Al volverse vio que entraba un
hombre de
edad, que vestía una especie de uniforme. Parecía
un conserje; sobre el bolsillo de su camisa gris llevaba un
parche en el que se leía el nombre de "Charlie". Andrew se
sintió incómodo. "¿Tendré que hablar
con este hombre?", pensó. "Seguramente estará
esperando un saludo, considerando que no hay nadie más en
el tren.

Pero ¿qué podría
decirle?"

A ese punto había llegado. Andrew no había
tenido dificultad alguna en hablar con el reportero de televisión
de Financial Network cuando el precio de las
acciones
descendiera seis meses atrás. Se sentía
perfectamente a sus anchas exponiendo ante más de
doscientos analistas en la conferencia de
marketing. Pero por alguna extraña razón, esta
noche estaba intranquilo, hasta angustiado, ante la perspectiva
de intercambiar algunas frases amables con un anciano. Y un
conserje, además.

Antes de que encontrara algo que decir, el hombre de
cabello cano pasó a su lado sin decir una palabra y
desapareció en el siguiente coche.

Andrew se sorprendió al ver que en lugar de
sentir alivio, el hecho de que el conserje no se hubiera dignado
reparar en él lo llenaba de rabia.

Pero la reunión con la junta invadió sus
pensamientos nuevamente y decidió que era hora de ponerse
a trabajar. En el momento en que estiraba la mano para tomar el
maletín, las luces parpadearon, después se
desvanecieron, y el tren se detuvo haciendo rechinar las ruedas.
Solo en la oscuridad, Andrew se preguntaba cuanto más
podrían empeorar las cosas, cuando en ese momento se
abrió la puerta que conducía al siguiente coche.
Vamos", dijo el anciano vestido de conserje. "¿Qué
espera?" Y salió.

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Andrew no se movió al principio. Se quedó
mirando la silla de al lado como pidiendo consejo a algún
ser invisible. Y luego, sin dudar mayor cosa, siguió al
hombre hasta el siguiente coche. El conserje estaba sentado de
espaldas a la puerta, silbando.

Andrew pensó que el viejo era un loco.
"¿Quién más andaría en un tren BART a
las 12:30 de la noche, invitando a otros a seguirlo?",
pensó. "Pero ¿acaso no estaba él siguiendo
al tipo en un tren a oscuras?"

Quizás era porque estaba cansado; quizás
porque necesitaba desesperadamente una distracción.
Cualquier que fuera el motivo, el hecho fue que Andrew se acerco
al hombre y se sentó frente a él.

No había musitado una palabra cuando el viejo
dijo con voz firme: "La temperatura de
este coche es la mejor de todo el tren. En noches frías
como éstas prefiero venir a hablar
aquí".

"¿A hablar sobre qué?", preguntó
Andrew, reconociendo inmediatamente la ridiculez de su pregunta.
Habría sido más lógico preguntar: "¿A
hablar con quién?"

Pero el hombre se apresuró a responder: "De lo
que usted quiera".

Confundido, esta vez Andrew formuló la pregunta
obvia:

"Lo siento, señor, pero ¿nos conocemos?"
Siempre llamaba "señor" a los desconocidos, especialmente
si era de edad. Incluso si eran conserjes.

El viejo sonrió. "Todavía no".

Convencido de que el hombre estaba loco, Andrew
asumió un tono paternal, casi condescendiente. "Entonces,
¿trabaja en el tren?"

"A veces sí. Si es aquí donde me
necesitan", dijo el hombre sin dar la menor señal de
pretensión. "¿Y usted cómo se gana la
vida?".

Andrew pareció no saber qué responder.
"Bueno, creo que mi campo es la tecnología".

"¿Qué clase de
tecnología?".

"De todo tipo, realmente. Todo desde calculadoras hasta
sistemas
comerciales de computación. Trabajo para una
compañía denominada Trinity Sistem".

"Ah, si, le ha oído
nombrar".

Andrew se preguntó si sólo había
fingido conocer la compañía.

El viejo continuó con su interrogatorio.
"¡Entonces es técnico?.

Andrew hizo una pausa, pensó en responder
afirmativamente y dejar las cosas así. Entonces, por
alguna extraña razón, sintió la necesidad de
contarle al viejo quien era en realidad. "La verdad es que yo soy
gerente. Me llamo Andrew.

"Bien, yo soy Charlie. Me encanta conocerlo"

Mientras le apretaba la mano, Andrew notó que el
viejo no había hecho el menor gesto de sorpresa al
enterarse de su cargo. "¿Acaso sabrá lo que
significa ser gerente?", se preguntó Andrew.
Después de un silencio incómodo, le preguntó
al viejo: "¿Y usted qué hace
exactamente?"

Charlie sonrió. "Andrew. No estamos aquí
para hablar de mí. Hablemos de usted".

La respuesta evasiva del viejo casi llegó a
divertir a Andrew, pero el recuerdo de la reunión con la
junta directiva al día siguiente se interpuso. "En
realidad pensaba trabajar un poco camino a casa. Tengo una
reunión muy importante mañana y todavía debo
hacer muchas cosas". Andrew se sintió mal inmediatamente
por sonar como si quisiera deshacerse del viejo, que era
básicamente lo que trataba de hacer.

"Ah, lo lamento", dijo cortésmente Charlie.
"Entonces lo dejaré tranquilo. Es obvio que está
muy ocupado". Se paró para retirarse y Andrew
decidió dejarlo ir.

De pronto, las luces del tren se apagaron y se
prendieron, y después todo quedó nuevamente en
tinieblas. El tren inmóvil estaba completamente a
oscuras.

Desde el fondo de la oscuridad, Andrew escuchó la
voz de Charlie. "No se preocupe, joven". Un segundo
después, el viejo encendió una linterna. Andrew se
preguntó como había podido alistarla en tan poco
tiempo, la verdad es que agradecía la luz y no quiso
averiguar

Y entonces, como si hubiera ensayado su parlamento desde
antes, el viejo dijo: "Parece que permaneceremos un tiempo.
¿Por qué no me dice qué es lo que le
preocupa?"

Andrew se quedó mirando fijamente a Charlie
durante unos segundos. Después, como si no hubiera podido
controlar su respuesta, replicó: "Está
bien".

No podía creer que hubiera pronunciado esas
palabras. En realidad voy a contarle mis problemas a este viejo,
a este conserje? ¿Hasta ese punto llega mi
desesperación? Al parecer así es, porque
aquí voy". Andrew se aclaró la garganta. "No
sé qué tanto sepa usted de negocio, Charlie, pero
ser gerente es bastante complicado".

¿Lo es?, preguntó Charlie aparentemente
sorprendido. "Cuénteme".

"Bueno, no quiero ser grosero, Charlie" hizo una pausa
mientras buscaba la forma más amable de decirlo, "pero no
estoy seguro de que este tema le interese.

Charlie frunció el
ceño

Al principio, Andrew pensó que lo había
ofendido. Entonces Charlie habló. Mirando a su alrededor
como si fuera un espía, el viejo se inclinó y le
susurró: "No me gusta ir por ahí diciéndole
estas cosas a cualquiera, Andrew, porque no deseo sonar
presuntuoso. Pero cuando era niño, mi padre dirigía
una compañía y aprendí un par de cosas de
él".

Andrew trató de sonar impresionado. "No me diga.
¿Qué clase de compañía?" Esperaba que
le respondiera que una ferretería o una
lavandería.

"Un ferrocarril", dijo Charlie enfáticamente.
"Pero eso no es lo que importa. Mi padre solía decir que
dirigir una compañía era dirigir una
compañía, independientemente del tipo de
negocio".

Andrew se preguntó si el viejo desvariaba, pero
le siguió el juego.
"¿Ah, sí? ¿Eso decía?"

"Sí, señor. Y decía algo
más. No lo tome a mal, Andrew, porque estoy seguro de que
usted es muy bueno en lo que hace. Pero mi padre decía
también que no era complicado – me refiero a dirigir una
compañía. Solía decir que la gente complica
las cosas porque teme enfrentar los asuntos más
sencillos". Ésas eran sus palabras exactas"

"A menos que, claro está, usted esté
fallando".

Las mejillas de Andrew se colorearon inmediatamente y
sintió que se le incendiaban las orejas. La escasa luz de
la linterna bastó para que Charlie notara el súbito
cambio de color y de
expresión.

Con tono de urgencia y preocupación, Charlie
preguntó: "¿Está usted fallando, Andrew?
Porque si es así, debemos hablar. Espero sinceramente que
no esté cediendo a ninguna de las tentaciones".

Andrew se enderezó un poco. "Escuche, Charlie. No
estoy fallando. La compañía está pasando por
algunos aprietos, pero hay miles de razones que los explican.
Definitivamente no me considero un fracaso".

Andrew calló unos segundos. "¿Pero
qué quiere decir con eso de las tentaciones'?"

"Quiero decir que si estuviera fallando, y parece que no
lo cree así, pero si lo estuviera, tendría que
estar cediendo necesariamente a una de las cinco tentaciones en
que caen todos los gerentes".De que Andrew reflexionara un poco
antes de terminar la frase. "O, no le permita Dios, a más
de una".

Antes de que Andrew pudiera repetir su pregunta, vio
claramente la locura de toda la situación. "Heme
aquí, sentado en un tren BART a medianoche,
enojándome un conserje excéntrico piensa que yo
podría fallando". Quiso poner fin a la charla y dedicarse
a pensar nuevamente en la reunión con la junta, pero el
conserje había picado lo suficiente su curiosidad para
inducirlo a decir: " Querría explicarme rápidamente
cuáles son las cincos tentaciones, Charlie?"

Charlie hizo una pausa. "Siéntase tranquilamente
durante unos minutos. Debo hacerle algunas preguntas.
"

Andrew respiró profundamente,
miró su reloj y se recostó en la silla.

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Dígame una cosa, Andy, ¿cuál ha
sido el mejor día de su carrera?" Por la mente de Andrew
pasó la idea de pedirle al viejo que no lo llamara Andy,
apodo que se había esforzado por enterrar desde sus
días de universidad, pero decidió que no
valía la pena.

"¿Qué quiere decir…?"

Charlie levantó la mano para interrumpir a
Andrew, como lo habría hecho un padre bondadoso. "No trate
de complicar las cosas Andy. Sólo dígame
cuál ha su mejor día".

Andrew reflexionó unos instantes. "Diría
que el día en que me ascendieron a gerente. Mañana
hará exactamente un año".

Charlie pareció desilusionado con la respuesta.
No juzgaba. Simplemente estaba desilusionado. "¿Por
qué?

A Andrew le sorprendió la pregunta. "Por Dios,
Charlie. Ser ascendido a gerente es un paso bastante grande en la
carrera de cualquier persona. Luché veinte años por
llegar hasta donde estoy".

Charlie pareció hacer caso omiso de esa
respuesta. "Está bien. Entonces, ¿qué tal el
segundo mejor día?"

Andrew respiró hondo y describió su primer
ascenso a vicepresidente, mencionando que su sueldo había
rebasado por primera vez "la barrera de las seis
cifras".

Charlie asentía con la cabeza, como si hubiera
comprendido algo.

"Está bien, Andy. No deseo ser muy
crítico, pero…"

Andrew interrumpió. "Siéntase en libertad de
ser tan crítico como desee, Charlie. Todo el mundo hace lo
mismo". Y esbozó una sonrisa de fatiga.

El viejo se inclinó hacia adelante y apoyó
la mano sobre la rodilla de Andrew. "Creo que ha sucumbido a la
primera tentación, Andy.Y es la más difícil
de enderezar.

Por mucho que quiso restarle le importancia a lo que
acaba de oír soltando una carcajada, Andrew
percibía una especie de autenticidad en el viejo que no le
permitía desechar por completos sus consejos. No queriendo
que Charlie notara que esta preocupado, respondió
jovialmente: "¿De qué habla, Charlie? ¿Acaso
no tengo arreglo?".

El intento de Andrew por hacer una broma no
menguó la preocupación de Charlie. "Probablemente.
Algunas personas sencillamente no están hechas para ser
gerente".

Con menos gracia esta vez, Andrew preguntó:
"Está bien, Charlie, ¿qué la hace pensar que
he sucumbido a la primera tentación? ¿Y de
qué tentación estamos hablando en todo
caso?.

Charlie hizo una pausa como la haría un
médico antes de pronunciar el diagnóstico de un cáncer al lado del
lecho del paciente. "Bueno, Andy, no puedo estar seguro, pero me
parece que quizás a usted le interesa más proteger
su carrera que asegurarse de que su compañía logre
resultados".

Andrew hizo un gesto de sorpresa, de manera que Charlie
continuó.

"Utilicemos un ejemplo". Charlie miró hacia el
techo del tren como buscando inspiración. "Bien, ya lo
tengo. Piense en un político, tal vez el mismo presidente
del país. Imagine que le hiciera la misma pregunta que le
acabo de hacer a usted. "Señor presidente,
¿cuál ha sido el día más grande de su
carrera?' ¿Qué respondería un gran
estadista?"

Andrew se encogió de hombros.

"O piense en la directora de una entidad sin
ánimo de lucro. O incluso el entrenador de un equipo de
baloncesto
profesional".

Andrew comenzaba a cansarse de las evasivas del viejo.
"¿A dónde quiere llegar, Charlie?"

"Pues imagine al presidente del país diciendo que
el día más importante de su carrera fue el de su
elección o el de su posesión". Charlie hizo una
pausa pero no vio reacción alguna en el rostro de Andrew,
de manera que continuó. "O imagine a la directora de la
entidad sin ánimo de lucro diciendo que su momento de
mayor orgullo fue el día en que recibió una
donación del gobierno. O
imagine al entrenador de baloncesto diciendo que el día
más grande de su carrera fue el de la firma de un contrato
importante con un equipo".

Andrew frunció el ceño. "A decir verdad,
ésas me parecen respuestas bastantes reales".

"Son extremadamente reales. He ahí el
problema".

Andrew parecía confundido aún, por lo cual
Charlie bajó el tono de su voz hasta hacerla más
suave. "¿Sabe lo que dijo mi padre cuando le
pregunté cuál había sido el mejor día
de su carrera?".

Andrew sacudió la cabeza.

"Dijo que no sabría escoger entre el día
en que el tren abrió su primera línea de pasajeros
al oeste del Misisipí y el día en que la
compañía obtuvo sus primeras
utilidades".

Parecía que Andrew comenzaba a comprender, de
manera que Charlie continuó.

"Vera, un gran estadística no estaría tan orgulloso
de haber sido elegido como de haber logrado algo realmente. Y una
entidad sin ánimo de lucro no debería sentir placer
por conseguir unos fondos a menos que hiciera algo verdaderamente
importante con el dinero. Y
no existe ningún entrenador de gran talla que diría
que su mejor día fue aquel en que fue contratado. Ganar
partidos y campeonatos es el propósito de toda gran labor
de entrenamiento".

Andrew decidió oponer algo de resistencia.
"¿Entonces está diciendo que la gente no
debería sentirse orgullosa de cumplir metas en su
carrera?"

Charlie sonrió. "Claro que puede estar orgullosa
de cumplir metas. Pero no tanto como de haber logrado algo
gracias a su posición. En efecto, un gran gerente
debería sentirse abrumado por la necesidad de lograr algo.
Eso es lo que lo motiva. El logro. No el ego".

Andrew decidió preguntar algo que siempre le
había rondado por la mente. "¿Por qué no
podría ser el ego el motor para
alcanzar resultados? Muchos gerentes tienen egos
grandes".

Charlie pareció perplejo, pero sólo unos
segundos. "Es cierto, imagino que el ego bien podría ser
el motor de un gerente".

Andrew se alegró al ver que por una vez estaba de
acuerdo con él, pero entonces Charlie aclaró. "Pero
no duraría mucho tiempo".

"¿Por qué no?

"Porque una vez que el ego queda satisfecho, la persona
se dedica a gozar de los frutos de su nueva
posición.

Trabaja menos horas. Se preocupa menos por el
desempeño de su compañía que por su propia
comodidad y posición.

Andrew asistió ligeramente para conceder la
razón a Charlie en eso. El conserje
prosiguió.

"Por supuesto, cuando la compañía muestra señales
de tambalear y el gerente ve que su posición peligra,
entonces puede comenzar a trabajar arduamente de nuevo, pero no
movido por su intereses en la compañía. En realidad
lo único que le interesa es su propia imagen".

Charlie hizo nuevamente una pregunta, con la mayor
cortesía de que fue capaz. "¿Por qué
está trabajando hasta altas horas de la noche hoy? No
puedo creer que trabaje tantas horas todos los
días.

Andrew respondió sin relacionar su respuesta con
lo que Charlie acababa de señalar. "Ah, no. Generalmente
llego a casa a las siete. Pero hay una reunión con la
junta directiva mañana y las cosas no van muy
bien."

Súbitamente Andrew comprendió.
Quedó en silencio, ponderando la reflexión, como si
hubiera olvidado la presencia de Charlie.

Andrew decidió que era hora de cambiar de tema, y
cedió. "Está bien, Charlie. Acepto. Reconozco que
algunas veces es tentador para un gerente anteponer su carrera,
su posición y hasta su ego a las demás prioridades
de su lista. Es un buen consejo. Probablemente podría
trabajar en eso". Andrew sintió una especie de
satisfacción caritativa al concederle el punto a Charlie,
quien ya no le parecía tan loco.

Pero poco duró su satisfacción cuando
Charlie explicó: "No me malentienda, Andy. Es muy
difícil superar esta tentación. A veces forma parte
de uno mismo. Y aunque pudiera vencer la primera
tentación, hay otras cuatro que podrían
hundirlo".

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Andrew respiró profundamente. "Esto comienza a
sonar bastante negativo, Charlie".

"Negativo, no. Solamente difícil. Ya dije antes
que ser un buen ejecutivo, especialmente un gerente, es
extremadamente difícil. Pero recuerde…"

Andrew interrumpió sarcásticamente. "Si,
ya sé. No es complicado".

"Realmente no lo cree, ¿verdad, Andy?

"Todavía no. Pero continué, por
favor".

Charlie puso la linterna en el asiento de al lado, de
manera que la luz se reflejaba contra el techo blanco del tren.
"Esta bien, Andy. Supongamos que usted no tiene todo su interés
puesto en su carrera sino que lo único que lo mueve son
los resultados de su compañía. Aún
así, puede ser víctima de la segunda
tentación".

"¿Qué es…?"

"Querer contar con la simpatía de sus subalternos
inmediatos en lugar de exigirles cuentas".

Andrew esperó para ver si Charlie tenía
algo más que agregar. Al ver que no, entonces
comentó. "¿Eso es?"

"¿Qué quiere usted decir, con eso
es?"

"Quiero decir que exigir cuentas es una expresión
de moda que se
utiliza demasiado en el mundo de los negocios. Cada
vez que algo sale mal, la gente dice que hay que hacer que los
empleados se responsabilicen más".

A Charlie pareció no molestar que le quitaran el
piso a su teoría.
Andrew continuo. Y la popularidad. Es algo de lo cual los
muchachos hablan en el tercer grado de secundario.

Charlie se limitó a sonreír. "le dije que
era sencillo".

Andrew quiso continuar. Riendo, anotó: "Bien,
Charlie, puedo decirle que no tengo problema con exigir
responsabilidades ni con la popularidad. Pasemos a la tercer
tentación.

"Muy bien, Pero primero permítame preguntarle por
qué está tan seguro de lo que acaba de
decir."

Poniendo cara de falso arrepentimiento, Andrew
explicó. "Bueno, para comenzar, la semana pasada
despedí al director de marketing. No temo tomar las
medidas del caso cuando es necesario". Parecía casi
orgulloso.

Charlie lo miró con incredulidad. "Ya
veo".

Andrew se molestó al ver la expresión del
viejo, pero curioso de saber lo que pasaba por la mente de
Charlie, agregó: "No está usted
convencido".

Charlie respondió en tono de disculpa. "Lo
siento, Andrew. Es sólo que me parece que usted
está confundido en algo. ¿Le importa si lo someto a
una prueba?"

"Adelante"

"Esta bien. ¿Exactamente por qué
despidió a la persona de marketing? ¿Cómo se
llama?.

"Terry, Lo despedí porque no estaba cumpliendo
con lo suyo. Llevaba diez meses y no había mostrado
resultado alguno. Se presentaba a las reuniones sin ninguna
preparación. Sus ideas publicitarias estaban pasadas de
moda. No estaba creando la clase de oportunidades que la gente de
ventas
necesitaba". Andrew sonaba como si quisiera convencerse a si
mismo con sus argumentos.

Sin ningún asomo de tono acusatorio, Charlie
preguntó: "¿Entonces qué hizo?".

"Ya le dije. Lo despedí".

"No, me refiero a qué hizo durante ese tiempo.
Estoy seguro de que tuvo alguna conversación con él
en algún momento durante esos diez meses antes de que lo
despidiera".

"Ah, pero claro. Le hablé de cosas. Pero en
general lo traté como a todos los demás. En
realidad debe decir que Terry me agradaba mucho más que la
mayoría de mis otros subalternos inmediatos".

"¿Pero se percató de que el hombre
tenía dificultades?"·.

"Claro, la jefe de ventas dijo que no estaba recibiendo
la cantidad ni la calidad de
información que necesitaba para crear
oportunidades de venta. Y ninguno
de nosotros daba un centavo por el trabajo de publicidad.

"¿Qué le dijo a Terry?"

Andrew reflexionó un momento. "No sé. Le
dije que Janice, mi jefe de ventas, deseaba más
información que mejor calidad. Le mencioné que me
habían gustado más los anuncios publicitarios del
año anterior que los de este año.

"Y él qué dijo?"

"Que todavía esta aprendiendo cómo se
hacían las cosas, lo cual me pareció razonable.
Todavía era bastante nuevo".

"¿Y las cosas no cambiaron?".

"Exactamente. Le pregunté como iban las cosas y
me respondió que la situación que había
heredado del anterior director de marketing era peor de lo que
había imaginado. Dijo que se necesitaría más
tiempo del esperado para cambiar las cosas".

"¿Hizo usted algo concreto en
ese momento? ¿Reducirle el salario? ¿Retener una
bonificación? ¿Algo por el estilo?" Charlie
parecía ansioso de oír una respuesta
afirmativa.

Pero Andrew arrugó el ceño y dijo: "No. No
darle una bonificación o recortarle su salario
habría sido una medida dura. Acababa de trasladar a su
familia desde
el otro lado del país".

"Entonces imagino que tampoco le dijo que su empleo
peligraba?" Charlie ya conocía la respuesta.

"Por supuesto que no. No deseaba ponerlo nervioso. Me
imaginé que las cosas irían mejorando con el tiempo
y que no debía hacer nada que menoscabara su capacidad
para trabajar".

¿y entonces?"

"Tres semanas después lo
despedí".

Durante apenas un breve segundo, Charlie y Andrew se
miraron fijamente mientras ponderaban la respuesta de éste
último. Y entonces se echaron a reír como un par de
conspiradores.

Tras unos momentos, Charlie preguntó:
"¿Así como así, Andy? ¿Sencillamente
lo despidió?".

Tratando infructuosamente de borrar su sonrisa de
culpabilidad,
Andrew se defendió. "No, claro que no. Las ventas
todavía flaqueaba. Entonces Terry publicó una
anunció horrible en USA Today el mes pasado.
Comencé a recibir llamadas de los miembros de la junta
directiva que no sabían lo que ocurría en
marketing.

Decidí que no había otra
salida".

"¿Y se sorprendió?"

"¿Quién, Terry?".

Charlie asintió.

"Pues claro. Casi no podía creer lo que
veían mis ojos. Pensé que iba a romper a llorar
ahí mismo. Lo cual me indicó algo".

"¿Qué?"

"Que estaba en las nubes. He debido presentir que estaba
en problemas. Habíamos hablado de generar más
información sobre oportunidades de venta en todas las
reuniones del personal y al parecer no hizo nada".

Charlie frunció el ceño y achicó
los ojos como si luchara por no expresar lo que estaba
pensando.

"¿Qué pasa, Charlie?"

"Andrew". Charlie se dirigió a él por su
nombre formal.

"Voy a ser duro con usted. ¿le
importa?".

"Claro que no". Esta vez no parecía muy
sincero.

Con apenas un ligero tono de reconvención,
Charlie preguntó: "¿Por qué no le
advirtió a Terry que tendría que abandonar la
compañía si las cosas no mejoraban?"

"Ya le dije que hablamos de generar información
sobre oportunidades de venta en todas…"

Charlie lo interrumpió. "Sí, ya sé.
Hablaron de generar información sobre nuevas oportunidades
de venta. Pero eso es muy distinto de decirle a una persona que
su puesto peligra".

Era evidente que Andrew comenzaba a impacientarse por el
rumbo que tomaba el interrogatorio, pero el viejo
continuó.

"Se sorprendería si la junta directiva lo
despidiera mañana?".

El golpe le llegó directamente Andrew, cuya
respuesta casi raya en la ofensa. "Eso es el colmo, Charlie. La
junta no prescindirá de mis servicios".

El anciano levantó la mano y agacho un poco la
cabeza. "Lo siento, Andy. No quise decir que vayan a hacer algo
así. Es sólo que…"

Recobrando rápidamente la compostura, Andrew
interrumpió. "Entiendo lo que quiere decir, Charlie. Lo
lamento, es que está muy tarde, he estado bajo mucha
presión
y…"

Andrew calló como si se le hubieran agotado las
palabras. Él y Charlie permanecieron en silencio con los
ojos fijos en la oscuridad exterior.

Finalmente, Andrew rompió el silencio.
"¿Entonces qué era lo que me decía,
Charlie?".

"No importa, Andy. No deseo molestarlo. En
serio".

"No me molesta. Es bueno que me saque de vez en cuando
de mi zona de comodidad. Eso lo leí en alguna
parte".

Ambos rieron.

"Prosiga, Charlie".

"Está bien. Sólo preguntaba cómo se
sentiría si la junta directiva estuviera pensaba en
buscarle un reemplazo y no le dijera nada".

Andrew consideró la pregunta con la cabeza.
"Bien, claro que no me gustaría. Pero la verdad es que
esas cosas suceden todo el tiempo. Las juntas directivas no
avisan con mucho tiempo ni dan consejos a los gerentes. No son su
superior. Yo las veo en una función de
control
más que otra cosa".

"Eso es verdad. Pero usted era el superior de
Terry".

Andrew se frotó los ojos y reflexionó
sobre ese punto. "Sabe, debo decir que no me veía
realmente como el jefe de Terry. No me considero el jefe de
Janice, o de Phil o de Tom o de cualquier otro de los integrantes
de mi equipo".

"En nombre del cielo, ¿porqué
no?"

"Porque todos son adultos y además expertos en
sus campos. ¿Quién soy yo para decirles cómo
deben hacer su trabajo?"

Charlie esbozó una sonrisa protectora como de un
padre que lo sabe todo.

Andrew percibió la desaprobación del viejo
y finalmente bajó la guardia. Hablando con mayor rapidez y
decisión que antes, explicó: "Está bien,
Charlie. Le diré por qué nunca le mencioné a
Terry que podía perder su puesto. Primero, es casi diez
años mayor que yo. Es muy extraña esa
sensación de decirle a un tipo que le recuerda a uno a un
tío que está uno pensando en despedirlo. Segundo,
sabe mucho más sobre marketing que yo. ¿Cómo
diablos podría yo haber adivinado el propósito de
sus decisiones? Yo soy ingeniero eléctrico. Tercero, Terry
era una de las pocas personas de mi equipo con quien podía
hablar sobre las presiones que me agobiaban. Fue quizás la
persona que más apoyo me brindó entre todo mi
personal. No quería perder a ese confidente".

"¿Entonces pensó que si le comunicaba sus
intenciones podría perderle simpatía y no
querría continuar siendo su confidente?"

Andrew asintió a medias, por lo cual Charlie
insistió.

"Tuvo miedo de no ser querido por los
demás".

"Por Dios, Charlie. Despedí al pobre
hombre".

Charlie se mostró ligeramente agitado de pronto.
"Si, y ahora ya tiene que ocuparse del problema, ¿verdad?
Una cosa es depositar una responsabilidad en alguien y tener que pedirle
cuentas al día siguiente, pero otra muy distinta es
despedir a esa persona y no tener que hablarle nunca
más".

Anonadado, Andrew, sólo atinó a permanecer
en silencio dirigiendo las palabras de Charlie. Hasta el mismo
viejo quedó atónico ante la firmeza de su propio
tono. "Lo siento, pero ésa es la realidad".

Aturdido, Andrew interrumpió, como si no hubiera
escuchado el comienzo de la disculpa de Charlie. "¿Sabe
una cosa, Charlie? Por horrible que suene, conozco muchos
gerentes que hacen lo mismo. No es tan cortante y frío
como sus palabras lo hacen parecer. Hay toda una serie de
dinámicas y contextos personales que manejar".

Andrew se encogió de hombros como si se diera por
vencido, de manera que Charlie ensayó otra
táctica.

"Andy, ¿sabe a cuántas personas
despidió mi padre durante sus diecisiete años como
gerente nacional del ferrocarril?"

Andrew sacudió la cabeza. Charlie le
mostró los cinco dedos de la mano.

Andrew miró a techo. "No quisiera
faltarle el respeto a la memoria de su
padre, pero es ridículo, Charlie, ¿Qué era
lo que dirigía, un ferrocarril o una obra de
caridad?"

"No me está entendiendo, Andy. Dije que
mi padre solamente despidió a cinco
personas. No mencioné cuántas abandonaron la
compañía a causa de un mal rendimiento".

"¿Qué quiere decir?"

"Mi padre era un fanático del rendimiento. La
gente que trabajaba para él sabía perfectamente que
si no producía debía irse".

"¿Entonces por qué no despidió a
más personas?"

"Porque les decía lo que esperaba de ellas y les
recordaba constantemente esas expectativas. Cuando fallaban,
dejaba muy en claro las consecuencias, fueran financieras o de
otro tipo. Con el tiempo, si una persona no encontraba la forma
de mejorar, sencillamente renunciaba".

Andrew lo miró con incredulidad. "Y qué
pasó con esas cinco personas a quienes si
despidió?".

"Dos de ellas violaron las normas de la
compañía. Mi padre no me dijo nunca cuáles
habían sido las faltas. Las
otras tres personas sencillamente nunca lograron aceptar sus
fallas. No se decidieron a renunciar, de manera que mi padre
tomó cartas en el
asunto".

Andrew sintió por primera vez que comenzaba a
agradarle el padre de Charlie. "Parece que su padre era bastante
duro".

"Si, creo que así era. Pero el despido de esas
cinco personas le llegó al alma. En todo
caso no tuvo otra alternativa".

"Vamos, Charlie, seguro que sí había otra
alternativa".

"No en opinión de él. Si les hubiera
permitido continuar, habría defraudado a mucha
gente".

"¿Se refiere a los accionistas?"

"No. Mi padre se sentía responsable frente a
todas las personas que renunciaban por su propia voluntad al
reconocer que no podían dar la talla. Sentía que
debía sostener las normas de desempeño contra las
cuales se medían".

Charlie hizo una pausa. Andrew se dio cuenta de que
estaba pensando en el padre.

Andrew le rindió su tributo. "Me parece que su
padre fue un hombre sabio. Apuesto a que fue un gran gerente
.

Charlie asintió.

Andrew continuó. "No tome esto a mal, Charlie,
pero debo aclararle que los negocios en la actualidad son
más complicado y que en aquel entonces".

Charlie no se molestó con el comentario.
"¿Por qué lo dice?"

"¡Son tantas cosas!. Por dónde comienzo?
Tenemos que enfrentarnos a la competencia global, a los cambios
tecnológicos, a las regulaciones. Es muy complicado. En
aquella época existía la protección del
gobierno. La mano de obra era barata. Las cosas son más
difíciles hoy".

"¡Entonces no cree que el sistema de mi padre
hubiera funcionado en esa situación con Terry?.

Andrew fingió reflexionar sobre el punto. "para
ser sincero, seguramente no".

"¿Por qué no?"

"Es como ya dije. Yo no habría sabido exactamente
cuál era su responsabilidad. Habría sido
cuestión de adivinar. Esta industria es
compleja y no puedo pretender saber más sobre marketing
que Terry. Él es el experto".

Charlie se acomodó en la silla y se
inclinó hacia delante. "Veamos si entiendo, Andrew. No es
justo pedirles cuentas a un tipo por algo concreto porque usted
no es experto en el campo. ¿Pero sí es justo
despedirlo sin previo aviso cuando no cumple sus expectativas?.
¿Entendí correctamente?".

Andrew no supo qué decir. "No es así de
simple, Charlie".

"Si es así de simple. Ahí está el
punto, Andy. No tiene por qué ser complicado. Usted lo
complica porque no quiere enfrentar sus propios
problemas".

Andrew sintió que el viejo le lanzaba un
desafío. "Está bien, Charlie. ¿Porqué
cree que una persona inteligente, con una maestría en
administración de empresas, querría
tener la simpatía de los demás en lugar de exigirle
cuentas a una persona por su trabajo?"

"Ah, eso nos lleva a la tercera
tentación".

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Las luces del tren se encendieron, se apagaron y luego
se encendieron de nuevo y el tren echó a andar
lentamente.

Andrew suspiró. "Al fin". Miró su reloj e
inmediatamente se dio cuenta de que ese gesto podría dar a
entender que deseaba poner fin a la conversación, lo cual
no era su intención en absoluto. Entonces instó al
viejo para que continuara.

¿Cuál es la tercera tentación,
Charlie?"

Charlie no estaba totalmente convencido de que su
interlocutor realmente quisiera saber. "No deseo aburrirlo con
estas cosas, Andy. Más vale que lo deje continuar con su
trabajo".

Andrew respondió amablemente y con un tono apenas
ligeramente paternalista. "No se detenga ahora, Charlie. Necesito
saber por qué no me agrada pedirle cuentas a la gente. No
me puede dejar así solamente con las primeras dos
tentaciones. Necesito conocer las otras tres".

Charlie percibió la condescendencia en la voz de
Andrew, de manera que dijo con toda gentileza: "Estoy seguro de
que estará bien. Me parece que usted ya lo tiene todo muy
claro, Andy".

Pero la curiosidad de Andrew era más grande de lo
que quisiera admitir. La perspectiva de no conocer el resto de
los consejos del viejo le preocupaba. En un tono más
auténtico, dijo: "En verdad me gustaría saber lo
que tiene que decirme, Charlie".

Charlie hizo una pausa. "Está bien. Si no es
mucha molestia".

"Para nada. "Cuál es la tercera tentación,
Charlie?"

"Querer asegurar-se de que las decisiones que tome sean
acertadas".

Andrew no comprendió, de manera que Charlie
aclaró.

"Es la tentación de preferir la certeza por
encima de la claridad. Algunos ejecutivos le temen tanto a
equivocarse que esperan hasta estar totalmente seguros de las
cosas antes de tomar una decisión.

Eso hace que sea imposible exigir responsabilidad a los
demás".

"No creo comprender lo que dice".

"Es sencillo. No es posible exigirles cuentas a las
personas por cosas que no están claras. Si no está
dispuesto a tomar sus decisiones con base en una
información limitada, no podrá ser
claro".

Está bien. Entiendo. Pero deme algunos
ejemplos".

Son cosas sencillas. Cosas importantes. Como la
razón de ser de la empresa. Sus metas. Las funciones y
responsabilidades de las personas de la
organización frente a la realización de dichas
metas.

Las consecuencias del éxito y el fracaso. Esa
clase de cosas".

Andrew asintió. "Visión, misión,
valores,
metas. Cosas de la facultad de administración. No lo tome a mal, Charlie,
pero nada de eso es nuevo".

"Claro que no. La gente habla de estas cosas todo el
tiempo". Charlie calló para medir el efecto de sus
palabras. "Entonces, ¿cuál es su visión del
futuro de Trinity?"

Andrew frunció el ceño, se rascó el
hombro como un niño que trata de escapar a un
regaño.

Charlie se mostró sorprendido. "¿No
sabe?"

"Sí, es sólo que no hemos podido encontrar
la mejor forma de plantearla. De hecho lo más seguro es
que sea tema de la reunión de mañana con la
junta".

"¿Cuánto hace que trabaja en eso,
Andy?"

Andrew se retorció un poco en la silla mientras
buscaba una respuesta, de manera que Charlie le ayudó.
"¿Un mes? ¿Dos?"

Por fin Andrew admitió: "Ocho meses".

Charlie no trató de ocultar su sorpresa.
"¿Ocho meses? ¿Qué es lo que tarda tanto
tiempo?"

"Bueno es que el mercado está cambiando y estamos
tratando de averiguar si nuestro negocio actual podrá
sostenerse…"

Charlie interpeló. "Lo siento, Andy, pero esto es
ridículo. Perdóneme por decirlo considerando que no
hace mucho que nos conocemos, pero la culpa de no tener una
visión es sólo suya".

La verdad le cayó a Andrew como un rayo. Quiso
defenderse, pero antes de poder articular palabra, Charlie
tomó la delantera. "Y no me diga que es más
complicado que eso".

:andrew se hundió en la silla al ver que Charlie
le arrebataba su única respuesta. Comenzaba a sentir un
gran peso sobre su cabeza y su mirada se empañaba. "No es
así de fácil".

Charlie se inclinó hacia adelante. "Preste mucha
atención, Andy. Seré duro con unas
preguntas".

"¿Quiere decir que hasta ahora no ha sido
duro?"

Charlie hizo caso omiso del intento por bromear.
"¿En serio quiere seguir adelante con esto?"

Andrew se enderezó lentamente, como lo
haría uno de sus hijos ante la inminencia de ser
descubierto en una falta.

"Está bien. ¿Qué es lo que le
impide llegar a una conclusión sobre algo tan grande e
importante como la visión de su
compañía?"

"Me gustaría saberlo".

"Sí lo sabe, Andy. Es sólo que debe
aceptarlo. Enfrente sus temores. Debe de tener alguna
noción de lo que debe ser el futuro de su
empresa".

"Claro que sí".

"¿Entonces por qué no lo ha puesto por
escrito, lo ha anunciado a toda la compañía y lo ha
utilizado como derrotero para sus decisiones?"

Tras un silencio largo, Andrew respondió
lentamente en voz baja:

"Porque no estoy seguro todavía de que sea la
noción correcta".

Silencio. La frase quedó suspendida en el
aire hasta que
Charlie preguntó: "¿Andrew, alguna vez estuvo en el
ejército?"

Andrew hizo un gesto negativo.

"Bueno, en el ejército enseñan que
cualquier decisión es mejor que ninguna".

"Ya había oído eso antes. Pero esto es
diferente".

"Tiene razón, Andy. Esto es completamente
diferente. No hay vidas humanas de por medio".

Andrew buscó alguna salida. "Le diré una
cosa, Charlie. Creo que la gente le da demasiada importancia a
eso de la visión y la misión".

"Estoy de acuerdo. Creo que tener una visión y
una misión grandes es importante solamente en (a medida en
que se puedan ejecutar. Prefiero mil veces una empresa que sabe
ejecutar que una visionaria".

"Exactamente". Andrew creyó haber encontrado su
puerta de escape al oír que Charlie estaba de acuerdo con
él. Pero entonces el viejo continúo con la
siguiente pregunta.

"¿Cuáles son sus metas para los
próximos tres meses?"

"¿Las mías?"

"No. Las de la compañía.
¿Qué es preciso hacer a fin de que se pueda decir
que el período fue exitoso?"

"Debemos generar más ingresos. Debemos
aumentar nuestra participación en el mercado".

"¿En qué proporción? ¿Y
qué debe hacerse para que eso se cumpla?"

La frustración de Andrew había llegado al
punto de convertirse en rabia. "Le diré una cosa, Charlie.
Creo que ya tuve suficiente con sus sermones baratos. Es
fácil para usted hacer todas estas preguntas en el
vacío y es fácil presumir acerca…

El comentario hirió los sentimientos de Charlie,
quien interrumpió suavemente. "¿Cree que estoy
presumiendo?"

"No, es sólo que es muy fácil ver los
toros desde la barrera, acorralarme como si fuera un abogado,
porque la verdad es que no hay respuestas
fáciles".

Por primera vez Charlie se salió de casillas. "No
se supone que existan respuestas fáciles, Andy. Por eso le
pagan tanto. Pero es su deber encontrar respuestas. De lo
contrario no hay responsabilidad. Y sin quién rinda
cuentas, los resultados se vuelven cosa de suerte". Hizo una
pausa para tomar aliento, pero no pudo controlarse lo suficiente
para reprimir la siguiente pregunta.

"¿Cómo pudo despedir a Terry si no
sabía lo que él debía estar-
haciendo?"

Andrew se limitó a sacudir la cabeza.

Charlie se acercó más a él. "Creo
que tiene miedo de ser criticado, Andrew. De quedar
mal".

"A nadie le gusta quedar mal, Charlie".

"Claro que no. Pero en su caso el precio es demasiado
alto. Está conduciendo la compañía
hacía un callejón sin salida, independientemente de
que la junta lo haya notado o no".

Eso fue como un golpe salido de la nada al cual Andrew
reaccionó gritando: "¡No le tengo miedo a la
crítica! ¡Y no estoy conduciendo a la
compañía…"

Charlie interrumpió a Andrew con otro grito:
"Entonces, ¿dónde está su visión?
¿Dónde están sus metas? Demuestre que tiene
una posición acerca de algo en la vida. ¿Qué
espera?"

De pronto, el tren se detuvo nuevamente con un
sacudón y las luces se apagaron. Los dos hombres,
alterados, permanecieron en silencio en la oscuridad durante
cinco minutos. Cinco largos minutos.

Entonces brilló la luz de la linterna, pero esta
vez era Andrew quien la sostenía. Con voz calmada
preguntó: "Entonces, ¿cuál es mi problema,
Charlie?"

Charlie respondió amablemente, con voz casi
inaudible. "Permítame decirle algo, Andy. Por lo que
sé, muchos gerentes tienen los mismos problemas. Al fin
llegan al cargo con el que han soñado siempre y tienen
miedo de perder su posición. O no desean exigirle cuentas
a su personal porque tienen miedo de no ser queridos. O aunque no
teman perder la simpatía de los demás, no piden
cuentas porque no se han tomado la molestia de expresar
claramente lo que esperan de la gente porque…"

Andrew completó el resto de la lección.
"Porque tienen miedo de equivocarse".

"Exactamente". Charlie dio tiempo para que Andrew
digiriera el mensaje. Entonces añadió: "Mi padre
solía decir que hay dos palabras que encierran gran poder
cuando salen de la boca de un gerente. ¿Sabe cuáles
son?"

Andrew negó con la cabeza.

"ME EQUIVOQUÉ". Pero la cuestión es que no
las pronunciaba con tono de disculpa. Las decía con
orgullo. Sabía que si no podía aceptar sinceramente
el hecho de haberse equivocado, jamás podría tomar
decisiones difíciles con base en información
limitada".

Andrew estaba listo para recibir ayuda. "Entonces
debió de tomar muchas decisiones equivocadas".

"Claro que sí. Y habían sido sus propias
decisiones. Pero nunca se sintió culpable porque
sabía que le sería imposible avanzar en medio de la
incertidumbre si no estaba dispuesto a cometer errores. Y poco a
poco comenzó a cometer menos y menos errores. En realidad,
la gente decía que había desarrollado una habilidad
asombrosa para tomar buenas decisiones sin la información
suficiente. Lo consideraban verdaderamente sagaz e
inteligente".

En parte por respeto y en parte porque lo sentía
sinceramente, Andrew anotó: "Me parece que era bastante
inteligente".

Charlie sonrió. "Por mucho que me desagrade
decirlo, mi padre no tenía más inteligencia
que el común de la gente. En realidad, él mismo
solía decir que la clave de su éxito estaba en
contratar a personas más inteligentes que
él".

"¿Cómo aprendió a tomar decisiones
tan acertadas?"

"Pues… evitando la cuarta
tentación".

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Andrew ya estaba verdaderamente interesado en los
consejos de Charlie y no vio razón alguna para
ocultarlo.

"Bien. ¿Cuál es la cuarta
tentación?"

"Es la tentación de…"

El ruido de una de las puertas que conectaba los coches
interrumpió a Charlie. Andrew giró en su silla para
ver quién había entrado.

Parado en la puerta vio a un hombre alto, vestido con
saco y sombrero, quien se dirigió cortésmente a
Charlie.

"Disculpe. ¿Piensa regresar? Ya hace rato que nos
dejó".

Charlie se golpeó la frente. "Por Dios. Es cierto
que hace rato que me fui. Lo siento mucho".

Andrew no entendía una palabra de lo que
sucedía.

El hombre habló de nuevo. "Pensé que
había abandonado el tren".

Charlie pareció casi herido ante semejante
suposición. "Claro que no. Jamás haría algo
así. Lo que pasó fue que me enfrasqué en una
conversación muy interesante con Andy y perdí la
noción del tiempo".

Charlie parecía perplejo ante el dilema que
tenía entre manos. Entonces tuvo una idea.

"Andy, ¿por qué no se nos une? No tiene
sentido que yo corra de aquí para allá haciendo
esperar a todo el mundo".

Antes de que Andrew pudiera responder, el hombre alto
dijo: "Oiga Charlie, aquí hace más calor que en
el otro coche".

"Sí, lo sé. Éste es el
mejor del tren".

El hombre dio media vuelta para retirarse, y Charlie y
Andrew lo siguieron.

Andrew estaba a punto de preguntarle a Charlie
qué era lo que sucedía, pero algo le decía
que debía callar. La situación era demasiado
inverosímil para una pregunta tonta como ¿A
dónde vamos? o ¿Quién es este tipo? Entonces
decidió esperar para ver lo que
sucedería.

Charlie dejó pasar a Andrew adelante, con lo cual
éste pudo estudiar al hombre alto desde atrás,
mientras atravesaban los siete coches del tren.

El traje que llevaba estaba en buenas condiciones pero
parecía pasado de moda. Y los zapatos, aunque nuevos, le
recordaban algo que había encontrado alguna. vez en el
ropero de su abuelo.

El hombre alta entró en el séptimo coche y
se detuvo. Andrew oyó voces y
dudó.

"Adelante", le instó Charlie. "Ellos no
muerden".

"¿Ellos?", replicó Andrew. Pero fue lo
único que alcanzó a decir porque Charlie ya lo
empujaba para entrar en el coche.

Se dio cuenta inmediatamente de que había otros
dos hombres además del hombre alto. Ambos rayaban en los
cincuenta. Estaban sentados el uno frente al otro en la
sección central del tren, y conversaban animadamente. Uno
era calvo y el otro llevaba un traje elegante de paño a
rayas con saco cruzado.

El hombre alto pidió su atención.
"Disculpen, caballeros. Éste es Andy". Se volvió
hacia éste último. "¿Es Andy,
verdad?"

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