Tres trazos le alcanzan a Ortega y Gasset para describir
admirablemente la esencia del político: "No acusemos, pues
de inmoralidad al gran político. En vez de ello, digamos
que le falta escrupulosidad. "Impulsividad, turbulencia,
histrionismo, imprecisión, pobreza de
intimidad, dureza de piel, son las
condiciones orgánicas, elementales, de un genio
político. "Cuando miente, en rigor no miente, porque no
está adscrito íntimamente a nada
determinado."
No cabe distinción alguna de nacionalidad. Lo
escrito para los españoles de principio de siglo tiene
aquí y ahora también rigurosa aplicación.
Analicemos algunos de los aspectos más notables,
relacionados con el objeto que nos atañe.
Han cambiado sustancialmente la economía y la
sociedad. Han
aparecido nuevas costumbres y la ecología es un bien
irrenunciable. Pero los partidos
políticos tradicionales han conseguido eludir la
profunda mutación de este fin de milenio. Con más
de quince años seguidos de democracia han
debido hacerse cargo de sus obligaciones,
pero, si bien ha desaparecido "el movimiento" y
los partidos dogmáticos tienen menor poder de
convocatoria, aún se destacan más los
líderes que los grupos
dirigentes. Nuestra sociedad sigue
consumiendo conductores fuertes mas que administradores. El
paternalismo y el personalismo, que son antiguos vicios de
nuestra historia, han
dejado una fuerte impronta en los principales dirigentes
partidarios.
Una de las causas que hizo más estable al
sistema
político argentino fue el corrimiento ideológico
del Partido Justicialista hacia la derecha, es decir, hacia
políticas ligadas a la generación de
riqueza más que a su distribución, al mercado
más que al Estado como
ente que asigna los recursos y hacia
lo privado como sujeto económico. Este giro de ciento
ochenta grados, apoyado en un nuevo sistema de
alianzas, es lo que ha modificado al país. En otro orden,
según palabras de José Luis de Imaz, la nueva
estabilidad política es producto del
abandono de la función
política
de las FF.AA. como partido militar: "Sin funciones
manifiestas, no ha habido guerras, el
aparato bélico de las FF.AA. ha terminado por ser
visualizado por todos los grupos
políticos, como instrumento potencialmente útil
para satisfacer sus propios objetivos.
Así el recurso de las FF.AA. como fuente de
legitimación, más allá de todas las
explicaciones que se arguyan, ha terminado por ser una regla
tácita del juego
político argentino. Regla que nadie expresamente invoca,
pero a partir de la cual todos los grupos políticos se han
beneficiado al menos una vez. Regla que públicamente todos
habrán de negar, pero que en su intimidad no podrán
desconocer los políticos argentinos que, en uno o en otro
momento durante este cuarto de siglo, han ido a golpear la puerta
de los cuarteles."
Ellos, los políticos, junto con los militares
fueron protagonistas casi excluyentes en la historia nacional en general
y en el siglo XX en particular y por ello responsables en gran
parte por todo lo hecho y lo sin hacer. Natalio Botana lo analiza
así: "Los motivos principales de la tan mentada
declinación argentina fueron,
antes que nada, políticos e institucionales. Ni el terror
recíproco de los aciagos años 70 ni el derrumbe de
una organización obsoleta de empresas
públicas y privilegios puede explicarse solamente como
efecto de un desajuste de los factores económicos y
sociales prevalecientes en aquel momento."
Pero el progreso detallado en otras áreas
aún no ha llegado a los partidos, y en algunos casos hay
directamente una involución. No se impugna el valor de los
partidos
políticos como entidades intermedias, creadoras de los
candidatos a los cargos electivos, y orientadoras de las
inquietudes ciudadanas. Es justamente la forma de
extracción de los candidatos la que ha sufrido el
retroceso. Si ya era relativa la selección
producto del
voto de los pocos afiliados a los partidos, hoy ni siquiera se
los convoca. Se apela a fórmulas por consenso en la que
los caudillos arman las listas de arriba hacia abajo
combinándolas con el canje de puestos por compromisos
internos o con partidos asociados en inestables y efímeras
coaliciones. Se acuñó la frase "ingeniería política" para definir
estas maniobras. Hay un endiosamiento de las encuestas que
se perfila como el prólogo para la entronización de
un sistema electoral nuevo. En el discurso se ha
hablado de internas y de internas abiertas, pero los hechos, que
son más demostrativos que las palabras, indican que
generalmente prevalece el procedimiento
tradicional. Al respecto opina Federico Storani: "En la Argentina hay una
enorme cultura del
doble mensaje, en todas las actividades, hasta en el deporte. Y la política no
escapa a eso. Muchas veces se ha visto el doble mensaje como una
cualidad, como una habilidad." Ese doble mensaje a que se hace
mención tiene como vehículo preferido el lenguaje
ambiguo, mitad eufemismo mitad metáfora, utilizado por la
dirigencia política.
Otras deudas de los partidos para con la sociedad son la
supresión de las listas sábana y el esclarecimiento
de los fondos de financiación partidaria. La primera
dificultará, inevitablemente que los puestos electivos se
sigan utilizando como medio de cambio, a la
vez que logrará que los candidatos trabajen cara a la
sociedad y no como clientes de los
punteros digitadores de candidaturas. Al respecto opina Rosendo
Fraga: "La gente está claramente en contra de las listas
sábana y a favor de las internas abiertas." La segunda
pondrá barreras a las compensaciones económicas de
los ganadores para con aquellos que contribuyeron a elevarlos en
la conducción de la sociedad, luego de las elecciones.
Esta transparencia, tangible y no una propuesta moral
meramente discursiva, hará la diferencia cuando la
política deje de ser una épica y se convierta en
una administración de la cosa
pública.
Hay también una crisis de
credibilidad en tanto se percibe a los políticos como
más preocupados por la búsqueda del poder que por
dar satisfacción a las demandas de sus electores. Antonio
Gramsci lo analiza así: "Al llegar a un cierto punto de su
vida histórica, los grupos
sociales se separan de sus partidos tradicionales; es decir,
los partidos tradicionales, en su determinada forma organizativa,
con los hombres determinados que los constituyen, los representan
y los dirigen, dejan de ser reconocidos como expresión
propia por su clase o su fracción de clase." Se abusa de
los debates estériles, se votan numerosas cuestiones de
privilegio, se cuestiona la invasión de la vida privada si
es la de ellos, se elude la rendición de cuentas por los
estados patrimoniales antes y después del ejercicio de las
funciones, se
interpelan funcionarios sin mayores consecuencias, viven en
campaña, al llegar a un cargo ya están pensando en
el escalón siguiente sin siquiera finalizar el mandato,
pocas veces se hacen cargo de sus errores, reparten subsidios
sospechosos y pensiones graciables, nombran parientes en la
función
pública, permanecen más tiempo en los
canales de televisión
que en los recintos de sesiones, etc. Si se midiera el
rendimiento de la tarea de los políticos por lo efectuado
en el Congreso Nacional, el saldo sería bastante
desfavorable en comparación con el de otros países.
El sociólogo Oscar Landi considera que los
políticos deben confeccionar una nueva agenda para esta
época: "Contiene cuestiones que dependen para su
realización de la recreación
de las relaciones entre la gente de carne y hueso y sus
representantes."
Desde posiciones radicales se les critica lo ya citado
más su relación con gobiernos militares: "Pero la
política con ética, con
principios,
sin claudicaciones. La política que no tiene nada que ver
con los partidos que la bastardean y la ensucian. Por eso las
Madres de Plaza de Mayo proponemos no votar mientras no existan
políticos honestos que representen al pueblo en lugar de
sus propios intereses. "…mal que les pese a algunos que hoy se
han arrepentido de haber creído en la revolución, a otros que ayer nomás
eran golpistas y ahora se dicen democráticos, y a ciertos
hipócritas que esconden un pasado de complicidad con la
dictadura y
hoy integran organismos de derechos
humanos". Emilio Mignone agrega: "La clase política se
encontró en general alejada del movimiento por
los DD.HH en los años más álgidos de la
represión. Era difícil obtener representantes
oficiosos en la APDH. El único interés de
la mayoría de los dirigentes partidarios se centraba en la
posibilidad del llamado a elecciones y estaban convencidos que
esto era sólo posible negociando con los militares." El
origen de esta crítica se encuentra en la conducta
mantenida por algunos líderes políticos durante el
último gobierno de
facto. Con mayor mesura lo explica Andrés Fontana: "Al
mismo tiempo, los
partidos contribuyeron a mantener la estabilidad relativa del
gobierno de Viola
mediante una política de moderación y
contención de la hostilidad antimilitarista que
habitualmente se genera en la sociedad ante los primeros signos
de apertura política. Esta actitud,
combinaba la moderación en los cuestionamientos al
régimen militar con el mantenimiento
de una clara distancia respecto al mismo, estuvo en parte
determinada por la amenaza de una intervención de los
militares duros para interrumpir el incipiente proceso de
apertura."
Víctor Massuh, generalmente discreto en sus
expresiones, es especialmente duro con los partidos por su
comportamiento
anterior al último advenimiento de la democracia:
"…llevaron al país a un callejón sin salida:
allí lo dejaron tirado a la espera de que alguien se
hiciera cargo de él. No son partidos de orientación
ni de educación ciudadana. En el plano externo
juegan
a la democracia, en el interno a la conspiración
facciosa. No creen demasiado en sí mismos."
Esa conducta
corporativa se manifestó poco tiempo atrás con
motivo de las sesiones para el tratamiento de dos normas
controvertidas: "El tratamiento de la derogación de las
leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, entre enero y marzo de 1998 tuvo
un final abrupto el 24 de marzo. Ese día la Cámara
Baja y el 25 los senadores, aprobaron a libro cerrado
y en trámite expeditivo la derogación, previo pacto
de no difundir las listas que los pusieran en evidencia ante la
sociedad" Esa noticia, escueta, fue valorada al día
siguiente en el editorial de La Nación,
que consideró a las citadas leyes
"intrínsecamente injustas" pero que cumplían con
los requisitos constitucionales. Agregaba que la sociedad civil
"…ya se ha formado una opinión sólida e
imparcial…" sobre ellas y juzgaba de apropiada la ausencia de
autocrítica de los políticos "…al no sacar a
relucir las listas…"
Los militares fueron, y son aún para los
políticos, un blanco favorable para entre otras cosas:
justificar políticas,
canalizar responsabilidades, aglutinar sectores, consolidar la
democracia y obtener votos. Se percibe claramente que muchos de
ellos evalúan que poner coto a la revisión del
pasado puede hacerles perder aceptación popular y peor
aún, hacerlos aparecer nuevamente como una opción
política para amplios sectores sociales desencantados con
una democracia de muy baja calidad. Han sido
pues, las FF.AA., un grupo de
desprestigio altamente rentable durante los últimos
años ya que son siempre útiles para distraer la
atención de otros temas apremiantes que
afectan o interesan al cuerpo social. Como conclusiones parciales
se pueden extraer:
- Durante el medio siglo transcurrido entre 1930 y 1983
se sucedieron cinco golpes cívico – militares debido a
que la Argentina no tuvo un sistema institucional estable y las
fuerzas políticas se mostraron incapaces de combinar
representación popular con capacidad de
gobierno. - Los partidos deben reestructurarse (especialmente
financiación y mecanismos de selección) y los políticos deben
capacitarse para estar a tono con la modernización
general del país y de sus instituciones. - Además, deben satisfacer las demandas de la
sociedad que les otorga mandato para ello, y no para crear una
estirpe diferente o convertirse en un fin en sí
mismo. - Varias organizaciones
han efectuado su "autocrítica" en referencia a su
desempeño en épocas pasadas,
excepto los políticos, a pesar de ser en gran parte
responsables de los hechos que acontecieron, por acción
y muy frecuentemente, por omisión. - De la clase política depende sin dudas el
futuro del sistema democrático. Si campea el
descreimiento en ellos quedará la puerta abierta para
posiciones extremas de cualquier signo, pero seguramente con
grados menores de libertad. El
surgimiento de caudillos de pasado autocrático en
democracias recientes de América
Latina debiera constituir un llamado de atención.
Autor:
Carlos María Ramírez
carlosaramirez2001[arroba]hotmail.com