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La reforma laboral: el miedo a lo desconocido




Enviado por franmau



Partes: 1, 2

    Indice
    1.
    Introducción

    2. Qué es la flexibilidad
    laboral

    3. Bases ideológicas de la
    flexibilidad

    4. Los instrumentos de la flexibilidad.
    El caso Argentino

    5. El futuro de la reforma en
    curso

    6. Artículos de
    diarios

    1.
    Introducción

    El proceso de
    reformas estructurales de los mercados de
    trabajo que han acometido con éxito
    los países avanzados para reforzar la competitividad
    de sus empresas, elevar
    la productividad
    del trabajo, reformular sobre bases más equitativas los
    principios
    operativos de la seguridad
    social y conjurar el desempleo, se ha
    conocido bajo el nombre de "flexibilidad laboral".
    En ninguno de aquellos países esta expresión ha
    suscitado, como en la Argentina, un
    ambiente de
    crispación con posiciones tan encontradas y debates tan
    apasionados. Partidarios y opositores de la flexibilidad ocultan
    detrás de esta antítesis
    aparentemente irreductible un preocupante desconocimiento, no
    solamente de los contornos conceptuales de aquella
    expresión, sino también -y esto es más
    grave- de las reglas y principios que
    gobiernan el funcionamiento de nuestro mercado de
    trabajo.
    La pérdida de la neutralidad política del concepto de
    flexibilidad del trabajo y la utilización
    eufemística por el Gobierno de la
    expresión modernización del mercado laboral
    para referirse al mismo fenómeno, aconsejan un retorno
    reflexivo a sus fuentes
    teóricas -sistemáticamente olvidadas al calor de la
    liza política y social- y una crítica
    sosegada pero profunda de los aciertos y fracasos de nuestro
    sistema laboral
    histórico.

    2. Qué es la
    flexibilidad laboral

    El verdadero objetivo de la
    flexibilidad del trabajo no es otro que la sustitución,
    progresiva y controlada, de las regulaciones laborales
    homogéneas -sea que provengan de la Ley o de los
    convenios colectivos- por otras regulaciones, más
    particulares y específicas (de fuente estatal o
    provenientes de la autonomía colectiva), que permitan a
    las unidades productivas adaptarse, con mayor velocidad y
    eficacia, a
    los cambios de mercado, de la tecnología o de
    la
    organización del trabajo.
    No son pues ni la casualidad, ni el esnobismo, el ánimo de
    revancha social, o las tentaciones antiobreras de los gobiernos,
    como así tampoco el apetito de mayores beneficios
    empresariales, los que explican la emergencia de este
    fenómeno; se trata más bien de que el mundo del
    trabajo ha certificado el cambio radical
    e irreversible del contexto económico y productivo, y
    asumido al mismo tiempo que el
    entramado normativo/institucional hasta ahora vigente -basado en
    regulaciones homogéneas, uniformes e indefectiblemente
    meliorativas- resulta ya notoriamente disfuncional respecto del
    nuevo escenario, caracterizado por la apertura de la economía, la
    recurrencia de los períodos recesivos, la creciente
    internacionalización de los intercambios, la caída
    de la inflación y el aumento del desempleo.
    En los países avanzados, aquellas regulaciones laborales
    -cuya sustitución progresiva se debate hoy en
    la Argentina-
    cimentaron su fama en la eficacia con que
    -durante al menos tres décadas- acompañaron un
    período de crecimiento
    económico continuo, con baja inflación y pleno
    empleo, al
    amparo de una
    marcada estabilidad de los mercados y la
    tecnología. Es comprensible por tanto el
    que este modelo -que
    permitió a las clases trabajadoras alcanzar cotas de
    bienestar nunca antes conocidas- haya sido defendido tenazmente
    por los sindicatos y
    partidos
    políticos afines.
    Pero la profundidad de la crisis
    disuadirá pronto a las fuerzas progresistas de la defensa
    numantina de aquel sistema; no
    solamente a causa del dramático cambio del
    contexto económico, sino además porque se
    irá cayendo en cuenta de que el rechazo de la flexibilidad
    es potencialmente capaz de poner en cuestión las
    principales fuentes de
    bienestar de los trabajadores y sus verdaderas conquistas: el
    empleo y la
    seguridad
    social.

    3. Bases
    ideológicas de la flexibilidad

    Desde los intentos liberales por devolver a la
    autonomía individual un protagonismo regulatorio
    excluyente, hasta los más moderados que reclaman el
    control sindical
    de los procesos de
    reforma laboral y la reformulación de los instrumentos y
    las estrategias de
    intervención del Estado, la
    flexibilidad admite un abanico ideológico relativamente
    amplio.
    Para algunos, la flexibilidad laboral se identifica
    primordialmente con la búsqueda por las empresas de los
    mecanismos institucionales más eficaces y de menor coste
    para ajustar sus plantillas de trabajadores (al alza, a la baja o
    por medio de la movilidad interna) en función de
    la fase del ciclo económico que atraviesan, con el objeto
    de asegurar su pervivencia en el mundo de los negocios y el
    mantenimiento
    de los niveles de empleo.
    Para quienes gustan de poner el acento sobre aspectos
    macroeconómicos, la flexibilidad del trabajo aparece como
    la respuesta de los sistemas de
    empleo y de relaciones
    laborales a la turbulencia, incertidumbre y variabilidad de
    los mercados, y -fundamentalmente- al vertiginoso cambio
    tecnológico, características de las economías
    capitalistas de las dos últimas décadas. Es, desde
    esta óptica,
    un proceso que
    tiende a asegurar, bajo premisas más realistas y
    equitativas, el mantenimiento
    de los canales institucionales de redistribución de la
    renta nacional que, en definitiva, sustentan la actividad
    económica.
    En el plano político, la flexibilidad expresa la idea de
    reformulación de los principios de solidaridad y
    universalidad que vertebraron al primitivo Estado del
    Bienestar, al hilo de la crisis que hoy
    parece cuestionar la viabilidad de esta forma de Estado. Un
    proceso que coincide -quizá no casualmente- con el
    retroceso de los partidos de la izquierda democrática, la
    crisis ideológica y estratégica de los sindicatos y
    demás organizaciones
    progresistas, y un cierto reflujo de los principios
    neoliberales.
    En el plano social, en definitiva, la flexibilidad laboral toma
    buena nota de la emergencia de nuevos movimientos sociales, de la
    diversificación de las demandas de bienestar y de la
    pérdida de homogeneidad de las clases trabajadoras, y, en
    esta dirección, apunta a desarrollar nuevos
    mecanismos de solidaridad y
    redistribución que superen los esquemas clásicos de
    intervención estatal y de fijación centralizada de
    las condiciones de trabajo.

    4. Los instrumentos de la
    flexibilidad. El caso Argentino

    Pero cuales sean los instrumentos para alcanzar los
    objetivos de
    la flexibilidad, dependerá no solamente de la
    orientación ideológica de la operación de
    reforma sino también del grado de intervención del
    Estado en las relaciones
    laborales y el empleo, de los niveles de autonomía de
    los agentes sociales y del desarrollo de
    la negociación colectiva.
    En el caso argentino, cualquier reforma debería partir
    admitiendo el envejecimiento de algunos rasgos estructurales de
    nuestro sistema laboral – especialmente de nuestro Derecho del
    Trabajo- tales como el sacrificio de las potestades
    reguladoras individuales, la permanente imposición de una
    voluntad externa a la libertad
    contractual del empresario y del trabajador, la correlativa
    inderogabilidad de las normas
    convencionales por las partes individuales, y la indisponibilidad
    de las normas legales
    por los convenios colectivos.
    El necesario proceso de renovación normativa antes aludido
    se encuentra fuertemente desalentado en la Argentina no tanto por
    estas rigideces jurídicas sino también por el
    despliegue de prácticas y comportamientos conservadores
    que han ahondado la desprotección efectiva de los
    trabajadores, como hoy expresan, preocupantemente, las altas
    tasas de trabajo clandestino, el desempleo, la caída de
    los salarios reales y
    la modificación unilateral de las condiciones de trabajo
    en algunos sectores de actividad.
    Cualquier intento flexibilizador con base en la
    reformulación del complejo cuadro de fuentes del
    Derecho del Trabajo -que supondría la
    atribución de un poder
    normativo mayor y más selectivo a la autonomía
    colectiva- estará condenado al fracaso si no se acomete
    inmediatamente por los interesados una reforma profunda de la
    estructura
    sindical argentina y del sistema de negociación colectiva. Dicho en otros
    términos, la flexibilidad negociada -a la que aspira el
    Gobierno no
    alcanzará sus metas en la medida que no se asegure la
    vigencia irrestricta de los derechos de libertad
    sindical -seriamente amenazados por la ley vigente- se
    desarrolle una cultura de
    negociación colectiva libre, abierta, no intervenida,
    descentralizada y democrática, y se garantice,
    simultáneamente, el libre ejercicio del derecho de
    huelga.

    5. El futuro de la
    reforma en curso

    No es seguro que las
    medidas anunciadas recientemente por el Gobierno argentino
    apunten en esta dirección, conocido como es que la
    intangibilidad del modelo
    sindical histórico ha sido la concesión
    política más evidente, inexplicable y costosa del
    proceso de reformas iniciado en 1991. Tampoco parece probable que
    la mano invisible que el Gobierno confía que sacará
    a la negociación colectiva de su atraso y mediocridad
    opere el prodigio de abrir nuevos ámbitos, ampliar la
    legitimación a otros sujetos sindicales y descentralizar
    territorialmente la negociación, como la economía
    argentina reclama.
    Finalmente, es incierto el futuro de una reforma que nace al
    amparo de las
    prisas impuestas por el crecimiento del desempleo. Quienes la
    impulsan debieran reconocer más abiertamente que, al lado
    de este problema, el sistema laboral argentino adeuda a la
    economía
    la superación de la baja productividad del
    factor trabajo, al sistema político la
    democratización de las organizaciones de
    intereses y de sus relaciones recíprocas, y al sistema
    social una contribución decisiva a la eliminación
    de la pobreza y la
    marginación, fenómenos que arraigan en la inequidad
    social intrínseca del modelo de desarrollo
    económico.

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