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Eugenio Montejo: Viaje a lo sagrado



Partes: 1, 2

    1. Trópico
      Absoluto

    Trópico
    Absoluto

    La poesía
    de Eugenio Montejo es una conversación con su propio ser.
    Y es un viaje hacia su concepción del mundo, una
    re-creación del universo a
    través del lenguaje.

    Trópico Absoluto, un libro de
    cincuenta y cinco poemas,
    publicado por Fundarte en 1982, conduce a una ciudad presentida
    en medio de la vegetación cerrada verdinegra del
    trópico. Ciudad de muros que cuentan su historia entre millones y
    millones de árboles
    abrazados, frescos como las noches de primavera:

    No vi a Manoa, no hallé sus torres en el
    aire

    seguí el cortejo de sombras ilusorias

    que dibujan sus mapas

    Nada vi parecido a Manoa

    ni a su leyenda.

    Anduve absorto detrás del arcoiris

    que se curva hacia el sur y no se alcanza.

    Manoa no estaba allí, quedaba a leguas de esos
    mundos,

    _ siempre más lejos.

    Ciudad habitada por la luz de la
    palabra, entramada con versos vegetales:

    Me envuelven los ávidos anillos

    de esta luz anaconda.

    Sus lianas de cal van atando mis huesos.

    Luz, testigo del tiempo y
    espejo de otra luz que ilumina más allá de los sentidos,
    más allá de esta tierra de
    gracia y también de peligros:

    Me dejaron solo a la puerta del mundo

    poeta expósito cantándome a mí
    mismo

    De un golpe seco me arrancaron a la nada

    Mi único padre es el deseo

    y mi madre la angustia del huérfano en la
    tierra.

    El ritmo en la poesía de Eugenio Montejo, tiende un
    puente al encuentro de su razón de ser en el mundo:

    No adivino mi origen, mi futuro

    y aunque por sangre soy fiel a
    las palabras

    puedo jurar que cuando escribo

    proviene como yo de algo muy lejos…

    Estos versos revelan su misión de
    poeta. Confiesa que "soñó ser pájaro/ y no
    trajo las alas para el vuelo". Se equivoca, él levanta
    vuelo sobre su propio ser y encuentra su propia luz que lo
    conduce a Manoa, la ciudad legendaria:

    Subo en las alas del pájaro que vuela

    me oigo cantar en él más allá de la
    muerte

    Escuchemos el canto antiguo del poeta, que no le pertenece
    porque nos pertenece a todos. En cada hombre hay un
    lugar que aún no hemos encontrado:

    Manoa no fue cantada como Troya

    ni cayó en sitio

    ni grabó sus paredes con
    hexámetros.

    Montejo ha descubierto que "Manoa no es un lugar/sino un
    sentimiento." Es también la mujer
    amada:

    La que amo duerme lejos, en otro país, en otro
    mundo

    aunque su cuerpo al lado me acompaña.

    Cierra los ojos y desaparece,

    se va, la noche me la niega.

    El deseo del poeta es la alquimia que transforma a la ciudad
    en mujer: "Toda
    mujer que amamos se vuelve Manoa", aquella sin la cual se es un
    cuerpo inerme, un universo detenido.

    La fascinación que obra Aquello que nos falta, nos
    persigue desde la infancia, nos
    atrae como si estuviéramos incompletos. De pronto, aparece
    alguien a quien no habíamos visto jamás y ese ser
    se vuelve la parte de nuestro ser que andaba perdida. Desde ese
    instante, la persona
    encontrada se nos hace imprescindible, no podemos estar sin su
    presencia o, al menos,

    sin su memoria:
    "Descubre tu presencia/y máteme tu vista y hermosura;/mira
    que la dolencia/de amor, que no
    se cura/sino con la presencia y la figura" , dice San Juan de la
    Cruz en su Cántico Espiritual. "No hay aviones que lleguen
    adonde se dirige/ninguna palabra me borra su silencio" dice
    Montejo. El ser amado no es sustituíble por nadie ni por
    nada.

    Así Eugenio Montejo, encuentra a su amada transformada
    en sí mismo, confundida con la ciudad que
    soñó. Confiesa su experiencia con lo sagrado. Como
    él dice a Miguel Szinetar en una entrevista
    publicada en el diario El Nacional: "la poesía es una
    bendición, porque uno tiene la certeza, cuando se vincula
    con ella, incluso como lector, de que la poesía es la
    última religión que nos
    queda, substratum de lo que en un tiempo fue lo sagrado
    en la
    tierra."

    En el poema "La Durmiente" de Trópico Absoluto, el
    poeta es un testigo de la muerte
    transitoria: "La que amo duerme lejos, en otro país,/en
    otro mundo,/aunque su cuerpo al lado me acompaña. Montejo
    aguarda su regreso: "Su cuerpo está conmigo pero adentro,
    no hay nadie/…una llama dorada titila/y nunca se apaga.

    Poeta de alto vuelo, vuelo de águila hacia su propia
    alma, que se
    refleja a veces en un rostro, un río, un árbol:

    En los llanos estuve

    tierra adentro, hacia el alba de soles
    salvajes

    donde la única montaña es uno mismo

    o su caballo.

    Es inútil resistirse. Aquello que anhelamos nos llama
    en las llanuras y en los mares, en las ciudades y en los
    bosques:

    En las vastas planicies estuve

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